Scholem
Aleijem, cuyo verdadero nombre era Sholem Yakov Nojúmovich Rabinóvich (1859-1916)
es el más difundido de los escritores israelitas. Nació en el seno de una
familia judía de Pereyáslav, una ciudad ucraniana ubicada en el distrito de Boryspil
de la provincia de Poltava, que por entonces formaba parte del Imperio Ruso. Con
tan sólo quince años de edad, ya ávido lector, se sintió fascinado por “Robinson
Crusoe”, la famosa novela que el escritor inglés Daniel Defoe había publicado en 1719, lo
que lo llevó a escribir su propia versión judía de dicha obra. Tras concluir en
1876 su educación en el bachillerato de su ciudad natal, comenzó estudios
religiosos y en 1880 ejerció brevemente como rabino designado por el gobierno
en la ciudad de Lublín -en la Polonia bajo dominio ruso- en donde trabajó para apoyar
a los más pobres. Luego se dedicó al comercio, donde pudo observar numerosas
figuras que le sirvieron más tarde para sus obras. Tras abandonar ese oficio,
envió sus primeros artículos en hebreo a los diarios “Ha-Tsefirah” de Varsovia
y “Ha-Melits” de Odesa, y en idish a “Voskhod” de San Petersburgo, la
publicación rusa judía más importante de la época, en los cuales aparecieron
sus artículos centrados en temas de la educación judía.
Allí
mantuvo una estrecha amistad con el escritor Alekséi Maksímovich Peshkov, mundialmente
conocido por su seudónimo Máximo Gorki (1868-1936), el autor, entre muchas
otras obras, del drama “Na dnié” (Los bajos fondos) con la que creció como una
voz literaria única de los estratos más bajos de la sociedad y como un
ferviente defensor de la transformación social, política y cultural de la Rusia
zarista. Mientras tanto, en 1883 se casó con Olga Loev (1865-1942), hija de un
adinerado comerciante con la que tuvo seis hijos, entre ellos la escritora en
yiddish Lyalya Kaufman (1887-1964) y el pintor Norman Raeben (1901-1978). Años
más tarde, siguiendo la tradición familiar, su nieta Bel Kaufman (1911-2014)
también se dedicó a la literatura, haciéndose conocida en Estados Unidos
gracias a su novela “Up the
down staircase” (Contra corriente), la cual tuvo un gran éxito de ventas en
1964.
La
intención original de Aleijem era convertirse en un escritor en hebreo o ruso,
y su recurso al yiddish fue, como él diría, “accidental”. Descubrió un número
del semanario “Yudishes folks-blat” de San Petersburgo (el único periódico en
yiddish de Rusia en ese momento) y se dio cuenta de que el idioma yiddish y su
literatura atraían a la mayoría de las personas debido a su accesibilidad.
Según contó en su obra “Las fuentes de Scholem Aleijem” el escritor judío
radicado en la Argentina desde su juventud Samuel Rollansky (1902-1995), Aleijem
comenzó a escribir en hebreo y escribió también en ruso. Por entonces la mayor
parte de los escritores judíos rusos escribían en hebreo, el idioma de la
liturgia, pero pasó definitivamente al yiddish en 1883, una lengua oral considerada
como jerga por los judíos cultos. Con ese idioma -que carecía de estatus cultural
y respetabilidad artística en la literatura- escribió más de cincuenta obras entre
novelas, cuentos y obras teatrales hasta convertirse en la principal figura de
la literatura yiddish en 1890. Y en “Scholem Aleijem, la sonrisa de la vida
judía”, el mismo autor afirmó que entre los clásicos de la literatura que posee
esa lengua, era sin duda el más nacional entre la clase media judía.
Tras vivir
un tiempo en Odesa desde 1891, la familia se trasladó a Kiev, donde en 1905 todos
sufrieron los horrores de tener que soportar la represión generalizada por un
pogromo contra los judíos de esa ciudad, y él fue censurado por querer ayudar a
las víctimas de estas persecuciones. Por esa razón, en 1906 junto a su familia
se trasladó primero a Ginebra, Suiza y después a Nueva York, Estados Unidos. Luego vivió
un tiempo en Capri, Italia y, poco antes del comienzo de la Primera Guerra
Mundial, mientras estaba en una gira de lectura en Rusia se desmayó en el tren
camino a Baranavichy, Bielorrusia. En el hospital de esa ciudad tuvo que
internarse durante dos meses tras haberse enfermado de tuberculosis hemorrágica
aguda, una enfermedad que lo condenó a vivir semi-inválido el resto de su vida.
Años después escribiría que ese incidente fue como encontrarse cara a cara con
su majestad, el ángel de la muerte. Luego fue enviado a Copenhague, Dinamarca, desde donde emigró a los Estados Unidos y se radicó definitivamente en Nueva
York.
Entre sus
obras merecen mencionarse las novelas “Natashe” (Natasha), “Sender Blank un
zayn gezindl” (Sender Blank y su familia), “Yosele solovey” (Yosele el
ruiseñor), “Ven ikh bin Roytshild” (Si yo fuera Rothschild), “Tevye der
milkhiker” (Tevye el lechero), “Der mabl” (El diluvio), “Blonzhende shtern”
(Estrellas errantes), “Der blutiker shpas” (El sangriento engaño), “Yoysef”
(Joseph), “Dray almones” (Tres viudas), “Menahem Mendl” (Las aventuras de
Menahem Mendl), “Motl peysi dem khazns” (Mottel, el hijo del cantor), “Der
khontid shneyder” (El sastre embrujado), “Der misteyk” (El error) y “Tsvey
shteyner” (Dos lápidas). También incursionó en la literatura destina a niños y
adolescentes con obras como las novelas “Dos tepl” (La olla), “Funem priziv”
(Del borrador), “Gimenazye” (Escuela secundaria), “Finf un zibetsik toyzent”
(Setenta y cinco mil), “A nisref” (Se quema) y “An eytse” (Consejos); y los
cuentos “Der zeyger” (El reloj), “Di fon” (La pancarta), “Afn fidl” (El violín)
y “Der esreg” (El limón). Además
escribió obras teatrales como “Der daktar” (El doctor), “Der get” (El divorcio),
“Die asifa (La asamblea), “Tsezeht un tseshpreht” (Dispersos y muy lejos), “Agenten”
(Agentes), “Yiedishe tekhter” (Las hijas judías), “Die goldgreber” (El
cazafortunas), “Shver tsu zein a yied” (Es difícil ser judío), “Dos groisse
gevins” (La gran lotería) y “Tevye der milkhiger” (Tevye el lechero); y ensayos
como “Oyf vos badarfn yidn a land” (Por qué los judíos necesitan una tierra
para ellos), “Idishe
kínder” (Niños judíos) y “Farsheydene” (Misceláneas). Obras todas ellas ampliamente
traducidas a numerosos idiomas.
Su
humorismo cristalino, natural y sano, su estilo lleno de gracia, su lenguaje
salpicado de modismos, los personajes tan característicos que desfilan por su
vasta obra, y sobre todo su humor tan original y comunicativo, han hecho de él
un ídolo del pueblo judío. Junto con Shalom Abramovitch -con el seudónimo de
Méndele Móijer Sfórim- (1836-1917) e Itzjak Leibush Péretz (1852-1915)
contribuyó a la formación de una nueva literatura creando lo que denominó “la
novela judía”, con textos que se desarrollaron en el ámbito de la sociedad
judía contemporánea. Abramovitch escribió su primera novela llamada “Fishke der
krumer” (Fishke el aburrido) en hebreo, pero en sus siguientes obras utilizó el
yiddish. En tanto Péretz, a pesar de haber recibido una educación judía
tradicional en hebreo basada en textos rabínicos, escribió su primera obra, el
poemario “Di balade fun Monish” (La balada de
Monish), en yiddish.
Admirador
de Ivan Turgenev (1818-1883), el narrador y dramaturgo considerado el más
occidental de los maestros del realismo ruso y autor de, entre otras obras, la novela
“Ottsý i deti” (Padres e hijos) y de los relatos breves recopilados en “Zapiski
ohotnika” (Memorias de un cazador), Aleijem creía fuertemente en el realismo literario como recurso
esencial para alcanzar la madurez artística empleando un lenguaje preciso,
objetivo y descriptivo para construir un retrato fiel de la sociedad de la
época. También creía que el género novelístico era el más propicio para la evolución
de esa corriente estética surgida como una reacción a la decadencia del romanticismo,
el movimiento literario surgido entre finales del siglo XVIII y comienzos del
siglo XIX en Alemania e Inglaterra que se distinguía por el abordaje de temas
del imaginario nacional y popular como fábulas, mitos y leyendas.
Para la
crítica literaria en
general, Scholem
Aleijem supo pintar con colores
conmovedores las particularidades del mundo judío que lo rodeaba. Describió con
un singular matiz risueño la vida en los villorrios judíos de Rusia, con su
ambiente y sus modalidades peculiares, sobre los que flotaban una sonrisa burlesca
y una alegría dolorosa. Mantuvo siempre un enérgico compromiso con sus congéneres
necesitados de apoyo y ayuda.
Nunca
renegó de su origen humilde y logró transmitir las situaciones más dolorosas
con humorismo, una manera inusitada de describir la miseria, el malestar, la
tristeza, la desolación, la pesadumbre a través de situaciones jocosas, burlescas
o absurdas. Desde adentro, con un afectuoso humor y una tierna complicidad,
describió la dramática existencia del pobrerío judío de la Europa Oriental de
fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ante los sinsabores vividos por
sus paisanos optó siempre por la chacota como la mejor medicina para enmendarlos.
Se dice que enseñó al pueblo judío a reírse de sus propios infortunios, que lo
embrujaba con su lengua y lo ponía por un momento fuera de sí mismo para reírse
de sus propias desgracias como si fuesen ajenas. De allí el adagio “mientras un
ojo llora, el otro ríe”. Al respecto pueden mencionarse los cuentos “Der autsr”
(El tesoro), “Shand” (Vergüenza) y “Nerv” (Descaro).
“El
tesoro”: “Al otro lado de la montaña, detrás de la sinagoga, hay un tesoro
oculto. Así se decía en nuestra aldea. Más no es tan fácil llegar hasta él.
Sólo cuando todos los habitantes del pueblecillo vivan en paz y se pongan todos
a buscarlo, darán con el tesoro. Así se decía en nuestra aldea. Y cuando todos
vivan satisfechos, cuando no haya entre ellos envidia, ni odio, guerra,
maledicencia ni calumnia y todos se empeñen, hallarán el tesoro. De lo
contrario, se va a hundir profundamente en la tierra. Así se decía en nuestra
aldea.
Y
comenzaron a discutir y a porfiar, a disputar y a debatir, a insultarse y a
altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el tesoro. Uno decía: ‘Debe de
estar aquí’. Otro: ‘Allí’. Y no cesaban de discutir y de porfiar, de disputar y
de debatir, de insultarse y altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el
tesoro; y mientras tanto, el tesoro se hundía más y más en la tierra”.
“Vergüenza”:
“Yo tenía un compañero. Estudiábamos en una misma escuela. Juntos vivíamos.
Cometíamos juntos bribonadas y entre ambos habíamos compartido el placer y el
dolor. La ciega, que llaman Fortuna, le sonrió a mi compañero, tuvo suerte, le
fue cada vez mejor y se elevó a considerable altura. Y yo me quedé atrás...
Durante
mucho tiempo no nos vimos, no nos encontramos, íbamos por caminos diferentes,
vivíamos en ciudades distintas. Un día, llegué a la ciudad donde mi amigo
residía, pasé delante de la magnífica casa de mi compañero y me detuve. ¿Entrar
o no? Y entré. Y figúrense ustedes: ¡él me reconoció!
- ¿Qué
tal, hermano? ¿Cómo te va?
Largo rato
permanecimos en el vestíbulo sin que me invitara a pasar. Comprendiendo que
esto me sorprendía, me dijo, mirando mi indumentaria:
-
Perdóname, hermano, no me guardes rencor, yo te pido que me disculpes; no
puedo, ¡me da vergüenza!
- ¿Tienes
vergüenza? ¿Sientes vergüenza de verme?
- ¡Oh, no,
de ninguna manera, no me refiero a eso, no quise decir eso! He dicho que me
avergüenzo con... mi magnífica casa... ante ti, mi antiguo compañero, ante...
ante... Dime, ¿dónde vives? ¿dónde paras? ¡Yo vendré, iré a verte, iré a verte!
Arrojó una
mirada a mis botas retorcidas y rotas, y se puso encarnado de vergüenza... Yo
lo comprendí y le perdoné de todo corazón, ¡de todo corazón!”.
“Descaro”:
“Estaba sentado en el suelo, frente a la puerta de la sinagoga, contando los
céntimos, las monedas que hiciera, que recolectara durante el día. Dos veces
por semana, los lunes y los jueves, va mendigando por las casas. Monedas recoge
el pordiosero pobre entre los pordioseros más ricos. Esos dos días le
corresponden.
¡Cómo
brilla el sol, cuan tiernos son sus rayos! El mendigo tiene una mano metida en
el seno, y en la otra guarda las monedas. Las arroja y suena con ellas: las
cuenta y recuenta.
De
pronto... ¿Quién es el que va en ese coche tirado por seis caballos? ¡Es el
conde, el señor de la aldea! Los caballos vuelan con el coche, y el polvo, cual
dos columnas, le sigue a los lados. Al mendigo, el polvo le llenó los ojos y la
boca, y cubrió ante él, por dos minutos, la luz del sol esplendente.
- ¡Vaya un
descaro, el descaro de un conde! -rezongó el pordiosero, y volvió a su tarea:
sacar la cuenta de los céntimos, a contar las monedas...”.
En 1915
Aleijem escribió en Nueva York “Funem yarid” (Regreso de la feria), una novela
autobiográfica. Un año después falleció a los cincuenta y siete años de edad y
fue enterrado en el cementerio de Brooklyn. Tanta fue la trascendencia que
había alcanzado que, además de haber tenido uno de los funerales más grandes de
la historia de esa ciudad (se calcula que a la ceremonia acudieron cerca de
cien mil personas), en 1997 fue homenajeado con un monumento en Kiev, y años
más tarde con otros edificados en Moscú, en Buenos Aires, en Netanya y en Tokio.
Pese a ser un escritor que falleció hace más de cien años, no ha perdido su
vigencia y siempre vuelve a seducir a sus lectores con su maestría y humor.