25 de diciembre de 2024

Dios salve al Rey (y a Händel)

En el museo del Palacio de Versalles, ubicado a una veintena de kilómetros al oeste de París, se encuentra un reloj cuya antigüedad se remonta a mediados del siglo XVIII. En su juego de campanas se ejecuta una melodía idéntica a la del himno nacional inglés “God save the King”. En un documento de 1719 atesorado en la alcaldía de Saint Cyr sur Mer -en la región de Provence Alpes Coté d'Azur al sur de Francia- firmado por el alcalde de entonces, se asegura que la melodía no es otra cosa que un antiguo motete (composición coral polifónica) compuesto por John Bull (1563-1628) y conservado en esa comuna desde tiempos del rey Luis XIV (Louis Dieudonné de Bourbon, 1638-1715).
Otras versiones aseguran que la pieza en cuestión habría sido compuesta por quien fuera el introductor de la ópera en el país galo, Jean Baptiste Lully (1632-1687), quien la habría escrito para celebrar el restablecimiento del rey que acababa de sufrir una enfermedad (fístula rectoanal) titulándola “Grand Dieu sauve le Roi”. Uno de los máximos exponentes del Barroco, el compositor alemán Georg Friedrich Händel (1685-1759), durante una estadía en Francia lo oyó, lo encontró original y, se dice, se lo apropió. A su regreso a Inglaterra -en donde se hallaba establecido- se lo ofreció al rey Jorge I (Georg Ludwig aus Hannover, 1660-1727), y su repercusión fue tal que aquella canción se convirtió en el himno del imperio británico.
Según Louis Bourgault Ducoudray (1840-1910), profesor del Conservatorio de París, academia en la cual se formaron músicos como Pierre Alexandre Monsigny (1729-1817), Luigi Cherubini (1760-1842), Rodolphe Kreutzer (1766-1831) y Claude Debussy (1862-1918), esta práctica era una costumbre habitual en Händel, a quien llamó despectivamente “el más grande ladrón musical que haya existido jamás”. Otra versión, sin embargo, atribuye la autoría del himno inglés al barón Henry Carey (1526-1596), un supuesto hijo bastardo del rey Enrique VIII (Henry of Cornwall, 1491-1547) en la época en que éste estaba casado con Catalina de Aragón (1485-1536), la primera de su media docena de esposas. Como sea que haya sido, el desliz de Händel no invalida su impresionante producción que abarca unas cuarenta óperas, más de veinte oratorios y una gran cantidad de suites, sonatas, conciertos para órgano y música coral, hasta superar las seiscientas composiciones.


Händel comenzó su carrera como músico en la ciudad de Halle, donde había nacido, teniendo como profesor al entonces célebre Friedrich Wilhelm Zachow (1663-1712), organista de la Marienkirche (iglesia católica), quien le enseñó a tocar el violín, el órgano, el clavecín y el oboe. Con tan sólo dieciocho años de edad fue nombrado violinista de la Gaensemarktoper (Ópera de Hamburgo) donde se relacionó con Reinhard Keiser (1674-1739), un compositor que le introdujo en los secretos de la composición de óperas teatrales.
En Hamburgo fue donde estrenó “Almira, königin von Castilien” (Almira, reina de Castilla) su primera ópera. En 1706 viajó a Italia, donde conoció a los compositores Arcangelo Corelli (1653-1713) y Domenico Scarlatti (1685-1757). En Florencia y, sobre todo en Roma, se familiarizó con el estilo italiano, lo que derivó en la composición de las óperas “Rodrigo” y “Agrippina” (Agripina), y el oratorio “La resurrezione” (La resurrección). Luego, tras un breve paso por Hannover, en 1712 se radicó en Londres, ciudad en cuyos escenarios triunfaron sus óperas “Rinaldo”, “Il pastor fido” (El pastor fiel), “Teseo”, “Lucio Cornelio Silla” (Lucio Cornelio Sila), “Amadigi di Gaula” (Amadís de Gaula), “Radamisto”, “Muzio Scevola” (Mucio Escévola), “Ottone, re di Germania” (Otón, rey de Alemania), “Flavio, re de' Longobardi” (Flavio, rey de los longobardos), “Siroe, re di Persia” (Siroe, rey de Persia), “Poro, re dell'Indie” (Poro, rey de la India) y “Arianna in Creta” (Ariadna en Creta), por citar sólo algunas.


También fueron exitosos sus oratorios “Israel in Egypt” (Israel en Egipto), “Samson” (Sansón), “Belshazzar” (Belsasar), “Judas Maccabeus” (Judas Macabeo), “Solomon” (Salomón), Theodora” (Teodora) y “Jephta” (Jefté). El más laureado de sus oratorios fue “Messiah” (El mesías), cuya representación la realizó a beneficio del Foundling Hospital (Hospital de Niños Expósitos), tras lo cual fue nombrado Gobernador de dicho hospital ubicado en Londres. Además, en la capital británica fue director de la Royal Academy of Music (Real Academia de Música) entre 1720 y 1728, del King's Theatre (Teatro del Rey) entre 1729 y 1734 y del Royal Opera House (Teatro Real de Ópera) entre 1734 y 1740.
En esos años sufrió un derrame cerebral que le dejó el brazo derecho paralizado por un tiempo. Se recuperó gracias a un tratamiento en las aguas termales de Aix-la-Chapelle de la ciudad de Aquisgrán, Alemania. Años después comenzó a tener problemas de visión en su ojo izquierdo debido a una catarata que le causó una pérdida de visión progresiva e indolora. Tras ser operado, su vista no solo no mejoró sino que empeoró. En los años siguientes, a pesar de haber quedado completamente ciego, siguió dirigiendo conciertos hasta su fallecimiento. Fue enterrado en el Poets' Corner (Rincón de los poetas) de la Abadía de Westminster, el panteón donde descansan los restos de las personas vinculadas a la cultura más célebres del Reino Unido.


La utilización por parte de Händel en sus obras de melodías de otros autores era ligeramente conocida en vida del compositor. Con el paso del tiempo, diversos estudios constataron que esa técnica, conocida como “préstamo”, era más habitual en él de lo que inicialmente se sabía, lo que generó gran cantidad de críticas y polémicas. Actualmente ese método se denomina pastiche o plagio. Según el Diccionario de la Real Academia Española, el primero es “tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente”. Por su parte, el segundo es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”.
Según algunos académicos, no son pocos los compositores famosos que recurrieron al “préstamo”, entre ellos Johann Sebastian Bach (1685-1750), Antonio Vivaldi (1678-1741), Joseph Haydn (1732-1809), Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Ludwig van Beethovena (1770-1827) y Franz Liszt (1811-1886). Varios de ellos, en su momento, opinaron sobre Händel. Bach diría que era “la única persona que me gustaría ver antes de morir y la única persona que me gustaría ser si no fuera Bach”; Haydn lo consideró como “el amo de todos nosotros”; Mozart aseguro que entendía “los afectos mejor que cualquiera de nosotros. Cuando quiere, golpea como un rayo”; y Beethoven dijo de él: “es el compositor más grande que haya existido jamás, me descubro ante él y me arrodillaría ante su tumba. No hay que olvidar sus obras, pues siempre ofrecen el mejor alimento para una mente musical madura y al mismo tiempo conducen a la admiración por este gran hombre”.
La crítica especializada considera a Händel como una de las figuras cumbre de la música del período cultural europeo conocido como Barroco y uno de los más influyentes compositores de la música occidental y universal. También se lo valora como el primer compositor moderno en haber adaptado y enfocado su música para satisfacer los gustos y necesidades del público, en vez de los de la nobleza y de los mecenas, como era habitual en su época. Además de sus óperas y oratorios, se lo recuerda por sus suites orquestales “Water music” (Música acuática) y “Music for the royal fireworks” (Música para los reales fuegos artificiales), sus serenatas “Aci, Galatea e Polifemo” (Acis, Galatea y Polifemo) y “Parnasso in festa per gli sponsali di Teti e Peleo” (El Parnaso en fiesta por las nupcias de Tetis y Peleo), y sus cantatas “Del bell'idolo mio” (Del bello ídolo mío), “Aure soavi e liete” (Brisas suaves y deliciosas) y “Dalla guerra amorosa” (De la guerra amorosa).


Sea verídica o no la versión sobre la proclividad de Händel a recurrir al “préstamo”, lo cierto es que con sus obras se convirtió en uno de los compositores más notables de su generación. 
Todo ello a pesar de que, cuando con tan sólo ocho años quiso iniciar sus lecciones musicales, su padre le dijo que prefería verlo con los dedos mutilados antes de que fuese músico, porque los músicos eran holgazanes que existían para entretener los cerebros de los “cabezas huecas”. Sus óperas, en particular, continúan siendo interpretadas con frecuencia en la actualidad. 

17 de diciembre de 2024

José Pablo Feinmann: "Trato de hacer una literatura de contenidos, que tenga hondura filosófica, que esté bien narrada y bien escrita".

Un día como hoy, hace tres años, fallecía el destacado filósofo e historiador argentino José Pablo Feinmann (1943-2021).​ Autor de novelas, ensayos, obras de teatro, guiones cinematográficos y una enorme cantidad de notas en diarios y revistas, nació en Buenos Aires, se licenció y doctoró en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y fue profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma casa de estudios entre 1968 y 1974. En 1973 fundó el Centro de Estudios del Pensamiento Latinoamericano (CEPL) en el Departamento de Filosofía de la UBA. Si bien tuvo una enorme producción, fue en los años finales de la dictadura y con la primavera democrática cuando generó los aportes más sustanciales para la literatura y la política argentinas. Gracias a la trama compleja de su producción, su obra cumplió un rol de marcada significación en la formación política e intelectual de varias generaciones de argentinos. Entre sus novelas pueden citarse “Últimos días de la víctima”, “Ni el tiro del final”, “El ejército de ceniza”, “Los crímenes de Van Gogh”, “La crítica de las armas” y “La sombra de Heidegger”. De sus numerosos ensayos se destacan “El peronismo y la primacía de la política”, “Filosofía y nación”, “Estudios sobre el peronismo”, “El mito del eterno fracaso”, “La sangre derramada”, “¿Qué es la filosofía?”, “El cine por asalto”, “La filosofía y el barro de la historia”, “Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina”, “Filosofía política del poder mediático”, y “Crítica del neoliberalismo”. También fue autor de las obras de teatro “Cuestiones con Ernesto Che Guevara” y “Sabor a Freud”. Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, francés, alemán, neerlandés e italiano.

En diciembre de 2023, refiriéndose a las elecciones que llevaron a la presidencia al candidato de La Libertad Avanza, afirmó: “Tenemos que pensar que la pobreza no es garantía de lucidez política, sino al contrario. La pobreza, por eso es tan condenable, hunde a las personas en la confusión, en la ignorancia, en el odio, en la bronca. Y seguramente votaron pensando que este loco nos va a dar de comer”. En su último libro, “Filosofía y derechos humanos”, declaró: “En estos tiempos, en los que parece que la historia se ha enamorado de la derecha, en los que el fascismo vuelve a asomar su rostro en el continente, es cuando más debemos luchar por la vigencia de los derechos humanos, derechos insoslayables”. Lo que sigue es una edición de fragmentos de las entrevistas publicadas en la revista “Lea” nº 4 en agosto de 2000, realizadas por Carlos Sáez y Adrián Rimondino; en el diario “Página/12” el 8 de agosto de 2020 a cargo de Silvina Friera; en la revista “Noticias” en diciembre de 2021 por Adriana Lorusso y la publicada en el diario “La Gaceta” el 2 de enero de 2022 a cargo de Santiago Garmendia y Asher Benatar.

Pensamos que existen dos líneas narrativas en la actual literatura argentina, una que hace hincapié en contar la historia, que tiene su máximo exponente en Osvaldo Soriano y que no tiene un verdadero reconocimiento crítico, y otra en la que podemos incluir autores como Piglia y Saer, que se caracteriza por una mayor preocupación formal por el texto narrativo y que muchas veces parece más una teoría de la novela que una novela propiamente dicha. En alguna oportunidad, recordamos que dijiste que vos estabas en el medio de estas dos corrientes. ¿Es esto posible?

Hoy no estoy en ese medio imaginario. Tal vez, cuando lo dije, fue una simplificación. Lo que ocurrió en ese momento es que se conceptualizaba como literatura a aquella que tenía un reconocimiento académico, y esto no debe ser así.

Nosotros imaginamos un concepto de narración en novelas como “Últimos días de la víctima”, “Ni el tiro del final”, “El cadáver imposible” y “Los crímenes de Van Gogh”, que abrevan del policial, y otro distinto en “El ejército de ceniza”, muy especialmente en “La astucia de la razón” y en tu novela “El mandato”, donde prevalece una experimentación formal sobre el texto. ¿Por qué incursionás en distintos conceptos de narración?

En realidad, esa separación me parece absurda: la buena literatura es una sola. Creo que novelas como “Últimos días de la víctima” y “Ni el tiro del final” tampoco son novelas estrictamente policiales; fueron inspiradas en tiempos de la dictadura, y tienen mucho de testimonio político y admiten otras lecturas. Mendizábal, el personaje central de “Últimos días de la víctima”, es claramente un parapolicial. Lo policial sería la excusa; tal vez sea todavía más claro en la película de Aristarain, las imágenes son poderosas. “El cadáver imposible” no creo que sea una novela policial, me parece una parodia desaforada de los folletines de los asesinatos en serie. Sí puede ser un policial “Los crímenes de Van Gogh”, pero también es una crítica social a la década del menemismo y al periodismo amarillista. Pero volviendo a esa separación de la literatura argentina, a esos encasillamientos, yo no me siento cómodo en ninguno. Existe una tendencia a hablar de, digamos, un sistema Soriano y de un sistema Piglia, Saer y Aira. Pero el mismo Piglia quebró ese sistema con “Plata quemada”, que es todo un proyecto de enfrentamiento al mercado. Es una novela con una historia y una narración transparentes, y luego un proyecto cinematográfico del director que garantiza los éxitos en el cine argentino. De modo que también en la obra de Piglia existiría esa separación, no estoy tan loco...

¿El escritor debe buscar la aceptación del público?

Los escritores experimentan distintas maneras de relacionarse con el público y con el mercado. A veces, uno les da la espalda. Yo sé que “La astucia de la razón” es una novela muy difícil de leer, y que ha sido leída por un determinado público, pero no creo que su publicación obedezca a ningún requerimiento del mercado. En 1990, cuando la cultura “light” estaba muy afianzada, lo que menos se requería era una literatura filosófica. No es fácil establecer esquemas, constantemente se rompen. Los escritores desbordan los esquemas, y eso es bueno. Soriano tampoco es un populista desaforado, como algunos lo pintan. Su primera novela es un ejercicio “pop”, muy delirante y delicioso. “Una sombra ya pronto serás” es una muy buena reflexión sobre el pesimismo en la Argentina, y su última novela, “La línea de sombra”, tiene una excelente prosa. Digamos que esas cosas de endiosar a ciertos escritores y demonizar a otros me parecen caprichosas y responden a tendencias internas de las pequeñas tribus literarias argentinas, que prefiero ignorar. Es mejor escribir de espaldas a esas internas. Y eso es lo que yo me propongo hacer.

¿Qué literatura resultó de ese escribir de espaldas a las tendencias?

Trato de hacer una literatura de contenidos, que tenga hondura filosófica, que esté bien narrada y bien escrita. La cuestión del estilo, de la musicalidad de la palabra, me importa muchísimo. Todo lo demás son pequeñas guerritas entre los suplementos literarios, que tienen sus líneas de autores, hojarasca en el viento. Sólo las obras van a quedar.

Los enunciados de “Filosofía y Nación” son narrados en “El mandato”.

Para mí es fascinante eso que dicen, que “El mandato” es la versión narrativa de “Filosofía y Nación”. ¡Por primera vez alguien tiene una visión totalizadora sobre mi obra! A mí me compartimentan por un lado el filósofo y por otro el narrador. Yo soy un escritor, y en esta sociedad se perdió el concepto del escritor totalizador que escribe ficción y ensayos.

Unamuno, Sartre, Camus...

Exacto. Yo pienso que “El mandato” es un poco lo que marca la unidad de mi obra, aunque me da vergüenza hablar en términos de mi obra; pero ya son quince libros...

En “El mandato” hay una visión trágica del destino de la Argentina.

Es que es un balance del siglo. Es cierto que este balance lo hago desde una novela, no desde un ensayo, en donde, tal vez, no me habría animado a ir tan lejos, a decir: este país es estéril, este país no ha engendrado nada desde sí. La metáfora de la novela está en boca del teniente Müller, cuando dice que este país ha sido fornicado desde afuera y es estéril. La novela llega a extremos a los cuales no sé si en el ensayo hubiese llegado. Pero la novela también se permite pensar en el futuro a través del personaje de la mujer, encarnado por Laura, que embarazada toma un tren y parte a Buenos Aires. Es que el escritor tiene la esperanza de narrar la desesperanza. Las novelas no tienen por qué ser optimistas.

¿Cuáles son tus referentes literarios?

Yo tengo más referentes filosóficos que literarios. Hegel estructuró mi modo de pensar. Marx y Camus también son muy importantes. Sartre es mi referente constante. Debemos traer de nuevo a Sartre aquí, al presente con nosotros, es el modelo de escritor comprometido que se ensucia con el barro de la historia. Hay que recuperar su imagen, hay que vencer la ola posmoderna de escritores encerrados en su casilla de escritores, y volver al escritor sartreano, al escritor obsesionado por comprender al hombre en su totalidad. De la literatura argentina, Cortázar, Marechal, Abelardo Castillo, aunque debo reconocer que lo que más leo es filosofía, no lo puedo evitar; por eso escribo novelas filosóficas.

¿Creés que el nazifascismo tiene componentes capitalistas?

Sí. Por supuesto. El nazifascismo es una forma de capitalismo de Estado. Capitalismo de Estado es siempre un mundo de economía intervencionista, dirigista, que no deja el mercado liberado a su propia dinámica, sino que interviene con el Estado para dirigirlo. Y el nacionalsocialismo fue una forma de capitalismo de Estado.

¿El nazismo ocultaba esa característica?

Lo ocultaba un poco, pero hay que tener en cuenta que Röhm, con los camisas pardas, intentó hacer una revolución a la izquierda de Hitler y lo aniquilaron. Incluso algunos adherentes de Hitler, como Goebbels, dijeron “no hicimos una revolución anticomunista para que nos lleven al comunismo”. Ahora, lo fundamental del régimen de Hitler era que le servía al capitalismo para frenar lo que llamaban “la ola roja”. Porque lo que más temían era que Unión Soviética se devorara a Alemania. Entonces por eso apoyaron tanto a Hitler antes de que Hitler se revelara descaradamente. Cuando declaró la guerra dejaron de apoyarlo. Muchas empresas capitalistas, la General Motors, la Siemens, la Ford... Héroes norteamericanos como Lindbergh, el que cruzó el atlántico. Henry Ford también, que escribió “El judío internacional”.

¿Creés que algún “best-seller” puede tener cierto valor?

Bueno, sí, ¿por qué no? “El nombre de la rosa” es un libro interesante, valioso. El autor al menos se mató escribiendo ese libro. Hay libros que son “best-seller” y no por voluntad del autor, sino del público. Hay autores que escriben “best-sellers” deliberadamente, pero eso nunca se puede saber. Hay un autor que viene y te dice: estoy escribiendo un “best-seller”. ¿Y vos cómo sabés que va a ser un “best-seller”?. O como en el cine. “Esto no le va a gustar al público”. ¿Y ustedes cómo saben que no le va a gustar al público? Pero, por lo general, los “best-sellers” que están en las vidrieras de los aeropuertos son lecturas de viaje... No son muy buenas literaturas.

¿Leés mucha ficción?

Sí. Sobre todo de Argentina. Los libros que vienen de afuera no creo que sean obras maestras, además uno tiene que luchar con la traducción española, cosa que me irrita muchísimo. En cambio, un libro escrito acá, por un buen escritor... Ahora están surgiendo muchos escritores, habrá que ver si son buenos. Como con el llamado nuevo cine argentino, creo que se hicieron doscientas películas en un año, pero eran directores que hacían una y después no hacían más. Vamos a ver qué pasa con la literatura. No hay demasiados escritores, pero eso es normal. No puede haber demasiados escritores. No todos tienen talento para escribir, eso es una verdad y listo, se acabó.

Vos siempre te manifestaste en contra de la violencia. Montoneros, no. ¿Pudo la guerrilla argentina tomar el poder?

No, en absoluto. Tendrían que haberlo evaluado adecuadamente y darse cuenta de que no podían tomar el poder ni podían pelear seriamente contra un adversario que los superaba tanto en poder de fuerzas. Pero la guerrilla argentina tuvo una conducción por lo menos, digamos, muy escasamente inteligente, que sabía muy poco de estrategia militar. Y bueno, se largaron a una empresa imposible que terminó trágicamente. Nunca estuve de acuerdo con la guerrilla argentina. Una cosa era bajo las dictaduras. Pero a partir del gobierno de Cámpora no se justificaba la violencia.

Si te mudás de una casa y tenés que dejar algunos libros, ¿de cuáles te desprenderías?

Una pregunta cervantina esa. Fijate vos, cuando empieza la novela, el Quijote quema todos los libros, y vos ahora me preguntás cuáles dejaría de los míos en una mudanza. Me cuesta mucho desprenderme de los libros. Tengo una biblioteca enorme y en el caso supuesto que me presentás, no puedo contestarte. Es muy difícil.

¿En la época de la dictadura tiraste libros?

Tiré libros, sí. Los de Lenin, Marx, libros de estrategia del general Giap, de Ortega Peña.

En tus novelas, ¿todo tiene un símbolo o hay actos al servicio de la literatura?

Sí, hay actos al servicio de la literatura. No todo tiene un símbolo. Trato, y esto es una máxima de Ítalo Calvino, él decía “escribe de tal modo que cuando el lector llegue al final de la página, tenga ganas de darla vuelta”, que tenga ganas de ver cómo sigue. Y para eso hay que entretenerlo al lector, y a la vez darle todo lo que uno pueda. Pero una trama tiene que ser interesante, tiene que apasionar al lector. Y eso que yo escribí un libro, “La astucia de la razón”, que es tremendo, doloroso, pesado.

A partir de la frase de Dostoievski, ¿qué pasa con el otro cuando el campo de batalla es la política?

Hay movimientos políticos que se afirman a través de la demonización del otro, por ejemplo, el nacionalsocialismo con la figura del judío, transformado en el otro al que había que eliminar. Toda dictadura, toda política de represión, todo posible genocidio, radica en expulsar de la condición humana a los que se pretende matar, castigar, torturar. Ramón Camps, el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, decía: “nosotros no matamos seres humanos; matamos subversivos”, es decir que con el concepto de subversivo se expulsaba de la condición humana a aquellos que se quería eliminar. Marx dice: “el capitalismo viene al mundo chorreando lodo y sangre”; la llamada acumulación originaria del capital se da a través del saqueo y la conquista de América. Si bien hemos devenido un continente emergente, el continente europeo emergió a partir de la conquista y el saqueo de la riqueza americana y de la esclavización de los negros de África. O sea que hay en el origen del capital una concepción explotadora del otro, que lejos de tenerlo como el otro humano, lo ve como el otro sin alma, el otro a esclavizar, el otro subversivo o el otro judío. El que demoniza al otro está tramado por el odio. El odio es una pasión que impide el diálogo, el reconocimiento de la existencia y la autonomía del otro. El odio lleva a expulsar al otro, a no considerarlo un ser humano.

11 de diciembre de 2024

Entremeses literarios (CCXVII)

MUJER QUE DICE CHAU
Eduardo Galeano
Uruguay (1940-2015)
 
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas.
También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca (por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar). No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.
 
 
CERDO
Patricia Nasello
Argentina (1959)
 
Era una mujer. La vi venir desde lejos, bajaba la cuesta a tropezones. Se caía, se volvía a levantar. Intentó volverse un par de veces, trepar la sierra. No pudo. Continuó desbarrancándose. Hasta que se topó con el chiquero. Entró temblando -de cansancio- supuse. Y se acostó entre nosotros, en el barro. 
Sus piernas, sus brazos, estaban cubiertos de moretones; el pelo en desorden; la blusa y la falda, rotas.
- Viene cayendo desde hace mucho- pensé.
Durmió varias horas. Cuando reaccionó caminó hasta el comedero.
Una chancha llorando no conmueve a nadie. Es patético. Grotesco. Ella debe saberlo, porque da vuelta la cara, esconde las lágrimas.
Ahora está en mi manada. Tarde o temprano tendrá que entrar en celo. Si todavía llora, será su problema.

 
 
GAFAS OSCURAS
Óscar Gallegos Santiago
Perú (1978)
 
El día que lo vimos ingresar por esa puerta nos llamó la atención. Era diferente a todos los que habíamos visto. Con sus gafas oscuras, se acercó a un estante, cogió un libro y se sentó en una de las mesas más apartadas y solitarias. Luego nos dimos cuenta que era un niño ciego. Pero lo extraño era que venía a esta biblioteca municipal donde no había libros para invidentes. A pesar de ello, se sentaba siempre en la misma mesa y se pasaba horas acariciando con sus dedos las hojas que no podía leer. 
Una tarde un amigo decidió escribirle una carta al director de la biblioteca para que compre libros para invidentes. Pasaron los días y otras cartas, pero aún no hay respuesta. Ahora hemos decidido comprarnos gafas oscuras y bastones de ciego para acompañar a nuestro amigo. Quizá de esta forma nos hagan caso.
 
 
GOTAS DE LLUVIA
Ronnie Ramírez
Chile (1944)
 
Fue a la municipalidad, debía cancelar la patente anual del negocio. Si bien la fila de público era extremadamente larga, no se le escapó que el mesón de atención lo atendía un caballero de manera simpática y amable. Esa primera impresión la perturbó de cierta manera. La realidad era que no atinaba a moverse y lo miraba embobada. La gente seguía llegando y no podía esperar tanto, había otras cosas que hacer. No tuvo duda, el tipo le gustaba: alto, entre rubio y colorín, bien educado, siempre de buen humor. Pensó: “afortunadamente tendré que volver y podré verlo de nuevo”.
La vez siguiente tuvo más suerte, ya que el distinguido caballero la atendió de inmediato. Rápidamente le resolvió el problema, en esta oportunidad terminó la tramitación y obtuvo finalmente todos los papeles de su motel. Al despedirse, el hombre le retuvo la mano un momento y sus miradas se cruzaron. Balbuceó un adiós, se dio vuelta y partió apresurada. Pasaron los días y el tiempo de espera se le hizo insoportable, demasiado largo, pero algo se le ocurriría para regresar a la muni una tercera vez. Ahora sí lo buscó sin disimulo, desafiante se paró frente a él. Miró a su alrededor, estaban solos. Era el momento, ahora o nunca. Se atrevió y se lo dijo:
- Don Jorge…
- Diga dama.
- ¿Puedo decirle algo, aquí entre los dos?
- ¡Por supuesto! Usted sabe que yo la aprecio mucho.
- Sabe…
Sus ojos acechaban, la garganta temblorosa delataba el esfuerzo.
- Vaya, ¡qué me va a decir!
- Don Jorge, me gustaría tanto que una de estas noches viniera verme a mi motel.
Don Jorge palideció. Evidentemente no se lo esperaba. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. El caballero titubeaba, la situación era de por sí embarazosa. En su trabajo, ese tipo de arreglos con los usuarios podría acarrearle problemas. Sorprendido y agradado al mismo tiempo, apreció la franqueza de la dama. La observó, notándola todavía inquieta; esos ojos esperaban su respuesta. Tampoco dudó mucho tiempo. Por inesperado que fuese, una sonrisa cerró el capítulo. No en vano también la había observado con atención, su encanto evidente, ese pelo moreno, abundante y suelto, un cuerpo agraciado.
Don Jorge carraspeó un poco, se llevó la mano a la boca. Sus ojos destellaron al dar la respuesta:
- Señora, a la primera lluvia… ¡llámeme!
La dama esbozó un guiño de felicidad, rauda dio media vuelta y partió. Una mirada masculina la siguió hasta que desapareció en el dintel de la puerta.
Los días pasaron. Ese verano el sol fue amo y señor en la ciudad. El invierno tardaba, aunque los árboles empezaban a perder sus hojas. Las nubes cubrían el cielo, porfiadas, indiferentes. El mal tiempo se hacía esperar.
Una mañana, los cristales de la ventana, con sus chasquidos y golpecitos, anunciaron el arribo de las gotas, irrumpiendo en el Santiago de la periferia. Pronto el ruido se generalizó en todas las ventanas, en el techo. La gente entraba presurosa a la oficina, protegiéndose del agua y la humedad. Don Jorge agudizó sus sentidos y en ese preciso instante el teléfono sonó de manera insistente. Levantó el auricular despacio, como si fuera Dios anunciando su llegada. Una voz dijo al otro lado:
- Don Jorge, está lloviendo.
 
 
PUNTO FINAL
Silvina Virga
Argentina (1973)
 
Algunos creen que es un túnel oscuro, otros que es el Paraíso, el Purgatorio o el Infierno. Otros que es una luz brillante que ciega los ojos. Otros que es un viaje en el que transcurren en un segundo todos los pasajes de la vida. Otros que es la inactividad cerebral, o el cese de los latidos del corazón.
La muerte está en todas partes. Está en la última pincelada de un cuadro, en el último golpe de cincel a una escultura, en la última imagen de un sueño, en la última nota musical de una melodía, en una fotografía, en el punto final de este relato.
 
 
PROTESTA
José Raúl Jaramillo Restrepo
Colombia (1896-1945)
 
La inauguración del congreso de escritores de cuentos cortos fue un estruendoso fracaso, ya que el encargado de presidirlo -un ilustre hombre de las letras- leyó un discurso tan extenso que motivó el retiro de los asistentes -llegados de todo el orbe-, quienes, en una muy breve declaración, expresaron que los habían confundido con ensayistas.
 
 
LA COMA QUE ESTABA DE MÁS
Darío Hernández Quiroz
Perú (1973)
 
Muy temprano, Diego llegó a la biblioteca; quería encontrar la coma que estaba de más en “La tía Julia y el escribidor”. El profesor Milton Manayay había prometido ponerle veinte al primer alumno que cumpliera este desafío. Diego quería ganarse esa nota.
Las horas pasaban y él seguía concentrado leyendo la novela, línea por línea. Tenía hambre, no de comer, sino de ubicar esa coma que sobraba. Cuando estuvo cerca de lograr su propósito, Diego sufrió una grave descompensación del cuerpo y terminó en el hospital en estado de coma.
 
 
INSERTO LA MONEDA Y SALE SANGRE
Cristian Aliaga
Argentina (1962-2024)
 
Inserto la moneda y sale sangre. Aprieto las teclas y sale sangre. Abro los grifos y sale sangre. Cierro los ojos y sale sangre. Leo los clásicos y sale sangre.
No es la enfermedad: es algo universal para exhibir bajo el sol del mundo.
Su color es indistinto entre los naturales de todos los continentes, y su aparición a borbotones o de a gotas da cuenta de la simetría de los finales que vienen, inhumanos.
 
 
LA CARTA
José Luis González
Puerto Rico (1926-1996)
 
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá. La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
 
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
 
 
DOBLE PERSONALIDAD
Virgilio Díaz Grullón
República Dominicana (1924-2001)
 
Cuando el siquiatra le explicó que sufría de un desdoblamiento de la personalidad, rechazó completamente tan absurda idea. Pero, ya de regreso a su casa, comenzó a tener experiencias extrañas. Dos personas conocidas le saludaron con un nombre que no era el de él y otras dos, desconocidas, le dirigieron al cruzarse en su camino torvas miradas de rencor.
Al llegar a su casa trató de abrir la puerta y la cerradura no respondió al estímulo de su llave. Oprimió entonces el timbre y, al entreabrirse la puerta, vio asomarse el rostro de su madre con una mirada de desconfianza y de tan absoluto desconocimiento que lo dejó paralizado.
Convencido ya de que no era él mismo, retornó corriendo al consultorio del siquiatra para reclamarle la devolución de su otra personalidad. Pero fue inútil su esfuerzo, porque este tampoco lo reconoció y lo envió directamente al manicomio con una pareja de policías.

6 de diciembre de 2024

Altamont, 6 de diciembre de 1969. La muerte de una utopía

Un día como hoy, hace cincuenta y cinco años, ocurría en la costa oeste de Estados Unidos un evento que pasaría a la historia como la “Tragedia de Altamont”. Un viejo autódromo abandonado en Altamont, California, fue elegido para la realización del más grande concierto al aire libre después del festival de Woodstock que había tenido lugar en una granja de Bethel, Nueva York, entre el 15 y el 17 de agosto de 1969. Aquel sábado 6 de diciembre fue un día raro, con un sol frío mezclándose con nubes brillantes, y alrededor 300.000 jóvenes reunidos no solamente para ver y escuchar a los Rolling Stones, sino también para reafirmar la identidad que su generación había establecido durante la década pasada.
La idea original de los Stones era realizar el concierto con entrada libre en el Golden Gate Park de San Francisco, como una especie de homenaje al público de los Estados Unidos, a donde habían regresado a presentarse en vivo después de tres años de ausencia. Pronto tuvieron que desechar esta idea porque las autoridades no les dieron la autorización, temerosas de los desbordes que el concierto pudiese originar; de modo que entraron en contacto con el director del Sears Point Raceway, un autódromo en San Francisco. Pero allí surgieron problemas económicos con la empresa Filmways Inc. que iba a filmar la película sobre el evento. Recién entonces aceptaron la sugerencia del propietario del Altamont Raceway al norte de California.
La realización de semejante espectáculo generó inmensas espectativas en la gente y la incógnita sobre el lugar definitivo en que se iba a llevar a cabo se mantuvo hasta la noche del jueves 4. Ese día se hizo el anuncio pese a que el tiempo de preparación era demasiado corto, apenas dos días. La gente comenzó a llegar desde muchos lugares de Estados Unidos para compartir otra experiencia como la de Woodstock. Ese mismo día arribó a las oficinas de la organización Michael Lang (1944-2022), el promotor de conciertos que había organizado justamente el festival de Woodstock, quien advirtió que faltaban muchas cosas para que el evento saliera bien. No estaba terminado el escenario, no había sonido para cubrir la gran extensión de tierra, no se había pensado en cómo alimentar a los cientos de miles de personas, ni cómo harían sus necesidades. Tampoco había lugar para los miles de autos que arribarían ni servicios médicos contratados. De todas maneras, la organización del festival siguió adelante.
La presentación de los Stones se programó para el sábado a la caída de la tarde. Como los escenarios fueron terminados durante el viernes por la noche, ya algunos fanáticos durmieron al lado de las tablas esa noche en carpas o detrás de las cercas, hasta que llegó la hora de la apertura oficial. El programa incluía la presentación de Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers, Crosby, Stills, Nash & Young y The Grateful Dead antes del número final a cargo de los Rolling Stones.


La gente llegó desde todas partes. Los autos quedaron a varios kilómetros de distancia estacionados en doble o triple fila en medio de la ruta y los concurrentes tuvieron que caminar los últimos kilómetros. Cuando las puertas se abrieron, el sábado a la mañana, una multitud galopante y feliz descendió hacia el campo. En pocos minutos la pradera estuvo llena de cuerpos apretujados tan juntos unos con otros, que se hizo imposible siquiera caminar unos pocos metros. La visión de semejante masa compacta de gente era realmente atemorizante, sin embargo, en un principio todo fue sobre rieles, amistosa y distendidamente. La actuación de Santana concluyó sin sobresaltos pero, para entonces, algunos miembros de los Hells Angels habían ido tomando posición al borde del escenario e inclusive, se subían a él. Nunca quedó determinado fehacientemente el papel jugado por el grupo de motociclistas que proporcionaban la seguridad a Grateful Dead, banda que los habría recomendado para cumplir idéntica función en el mismo lugar donde habían actuado tiempo antes a cambio de unos pocos dólares y litros de cerveza gratuita. Según algunas versiones, los Hells Angels efectivamente fueron contratados por los Stones, pero éstos lo negaron rotundamente.
Los Hells Angels eran un grupo violento de motociclistas, una banda fundada en 1948 en Fontana, California, cuyos miembros vestían unas chaquetas de cuero con un logo de un ángel con alas y casco, y se veían a sí mismos como un grupo de entusiastas de las motocicletas que valoraban la libertad y la independencia. No obstante, la organización fue frecuentemente asociada con actividades ilícitas como el tráfico de drogas, la extorsión y la violencia.


Temprano por la tarde la banda de Carlos Santana (1947) subió al escenario. El guitarrista se había convertido en una sensación desde su brillante aparición en Woodstock. Luego tocaron los Flying Burrito Brothers y, en tercer lugar, actuaron los Jefferson Airplane. A medida que iba avanzando el espectáculo, la inquietud de la audiencia fue creciendo a raíz de la manera poco ortodoxa en que los Hells Angels impartían el orden, repartiendo palos y cadenas a diestra y siniestra, lo que generó mucha agitación en la pacífica multitud y los consecuentes roces a partir de las bravuconadas a bordo de sus motocicletas con las que circulaban entre la gente apostada cerca del escenario.
El supuesto control se transformó entonces en un creciente desenfreno, con varios espectadores heridos mientras los Jefferson Airplane intentaban llevar adelante su recital. La violencia de los Hells Angels fue aumentando hasta el punto de perjudicar a los músicos que estaban en escena. El propio Marty Balin (1942-2018), guitarrista de esa banda fue golpeado y dejado inconsciente sobre el escenario al intentar detener una pelea mientras la banda ejecutaba “White rabbit” (Conejo blanco). Fue entonces cuando Grace Slick (1939), la cantante de la banda, pedía calma y el baterista Spencer Dryden (1938-2005) tocaba parado para ver lo que sucedía abajo. El guitarrista Paul Kantner (1941-2016) detuvo la ejecución y dijo en el micrófono: “Les quería contar que los Hells Angels acaban de darle una trompada en la cara a nuestro cantante”. Cuando se disponía a iniciar otro tema, uno de los miembros de los motoqueros, con una lata de cerveza en la mano, se paró frente a otro micrófono y lo insultó intimidatoriamente delante de la multitud, lo que motivó la suspensión momentánea del festival y que Jerry Garcia (1942-1995), cantante y guitarrista de los Grateful Dead, junto a los demás integrantes de la banda, decidieran no actuar.


Luego fue el turno del cuarteto folk Crosby, Stills, Nash and Young. Su actuación fue breve ya que cerca del escenario se había desatado una batalla campal. Los Hells Angels maltrataban a los espectadores que intentaban acercarse al escenario empujándolos, pateando sus cabezas y arrojándolos por los aires, y hasta Stephen Stills (1945), uno de los integrantes de la banda, fue apuñalado en la pierna con un rayo de bicicleta afilado. Mientras todo esto sucedía, los Rolling Stones estaban aún en su hotel. Recién cuando subieron al helicóptero que los llevaría hasta el festival se enteraron del clima imperante en Altamont. Quisieron desistir pero ya era tarde; las consecuencias de una suspensión ante una multitud de tal magnitud hubiesen sido azarosas para la banda capitaneada por Mick Jagger (1943).
El día pronto se convirtió en noche, mientras crecía la ansiedad del público por ver a los Stones, quienes comenzaron su actuación más de una hora y media después de la actuación de Crosby, Stills, Nash and Young con la intención de esperar que se calmaran los ánimos. Pero sucedió todo lo contrario. Cuando éstos irrumpieron en el escenario de apenas un poco más de un metro de altura, una docena de Hells Angels formaron una línea compacta entre el grupo y la audiencia hipertensa. Solamente el escenario estaba iluminado. Mick Jagger se inclinó despacio, balanceando el sombrero del Tío Sam que había usado en todas las presentaciones a través de los Estados Unidos y, tras una señal de Keith Richards, empezaron con “Jumpin' Jack Flash” (El saltarín Jack Flash). La magia todavía estaba ahí, y por unos minutos la enorme tensión de la audiencia se disolvió en satisfacción total.
Pero, tan pronto como se hizo presente, ese momento se desvaneció irremediablemente. Cuatro Hells Angels saltaron fuera del escenario, incitando a la audiencia; dio la impresión de que había una pelea, pero aparentemente terminó en seguida. La música continuó, pero cuando los Hells Angels siguieron vagando alrededor del escenario, Jagger paró la música y dijo: “Por qué no se tranquilizan y vuelven para acá, ¿eh?”. Los Hells Angels obedecieron y la música empezó otra vez. Sin embargo, dos de ellos ignoraron al cantante y volvieron a meterse entre la audiencia. Hubo gritos y rápidos movimientos de la gente que se apartó saliendo del camino de los nefastos guardianes. Se oyeron algunos abucheos de parte de los que -estando más alejados- no podían ver que algo andaba mal y querían que el espectáculo continuara.


El espectáculo continuó, pero algo había pasado. Entonces apareció sobre el escenario Sam Cutler (1943-2023), el manager de la gira, diciendo: “¡Alguien ha sido herido y un médico está bajando del escenario en este momento! Es el del saco verde, ¿van a ser tan amables de dejarlo pasar? Alguien ha sido seriamente herido”. Lo que decía era verdad. Un testigo ocular de lo sucedido a Meredith Hunter (1951-1969), un joven afroamericano de dieciocho años asesinado por los Angels mientras los Rolling Stones terminaban de tocar “Under my thumb” (Bajo mi pulgar), dijo: “Lo golpearon. No podría decir si con un cuchillo, pero lo golpearon en un costado de la cabeza. Y entonces... el chico corrió hacia mí, se cayó a mis pies, mientras los Angels empezaron a golpearlo en la cara y en la cabeza. Cuando finalmente se fueron lo dimos vuelta, y todo lo que pudo decir, una y otra vez, fue: '¡Yo no iba a dispararles!'. Tratamos de frotarle la espalda para que no se le estancara la sangre, y pudimos ver sus heridas. Tenía un gran agujero en la columna y otro en el costado y en la sien. Era tan grande que se podía ver adentro. Bueno, tenía por lo menos una pulgada de profundidad. Todos estábamos llenos de la sangre de Hunter”.
Según los testimonios recogidos después entre los Hells Angels, éstos habían tenido un altercado con Hunter, quien, como advertencia, les mostró un revólver. Por esa razón, Alan Passaro (1948-1985), el principal acusado, le propinó cinco puñaladas y sus compañeros terminaron la faena moliéndolo a patadas. El cuerpo de Hunter estaba tan lleno de heridas, golpes y moretones que ni bien lo vieron, los médicos supieron que no tenía posibilidades de sobrevivir. Aparentemente, en ese momento los Stones ignoraban completamente que el incidente había sido mortal y continuaron tocando, mientras la multitud seguía la actuación. Sin embargo, tuvieron que interrumpirla en numerosas ocasiones porque los tumultos continuaban, aunque decidieron seguir para prevenir problemas mayores. Jagger, nervioso, gritaba a cada rato: “¿Por qué nos peleamos?, ¿por qué nos peleamos?”. Resultó evidente que la situación estaba fuera de control. Instantes después, el guitarrista Richards, harto de los desmanes, intentó dejar el escenario diciendo que no seguiría tocando hasta que la violencia se detuviera, pero fue interceptado por el cabecilla de los Hells Angels, Sonny Barger (1938-2022), quien poniéndole un arma de fuego delante de la cara le dijo: “You keep fuckin' playing or you're dead” (Mierda, seguí tocando o te mato). Recién en ese momento los Rolling Stones decidieron suspender el concierto definitivamente. Para terminar con la actuación, arrojaron miles de pétalos de flores sobre la muchedumbre, que se dispersó lentamente, no sin dar antes un fuerte aplauso. La inmensa mayoría de los concurrentes todavía no tenía noticias de la tragedia que acababa de ocurrir.


Cuando el festival terminó el precio pagado había sido muy alto: cuatro muertos. Uno asesinado, dos atropellados por algunos Hells Angels que se habían lanzado sobre la gente con sus motos, y otro ahogado en un canal de desagüe de los servicios sanitarios. Además, hubo cientos de heridos, algunos de bastante gravedad. En los días que siguieron, el concierto empezó a conocerse como la “Tragedia de Altamont”. Hubo grandes diferencias de opinión en cuanto a lo que realmente había ocurrido y lo que en definitiva significó. Sin embargo, todo el mundo parecía compartir una emoción común: desilusión e impotencia. Tanto los Stones como las 300.000 personas que estuvieron presentes en el concierto, parecieron estar más allá de la ley en Altamont. Probablemente, este incidente marcó el fin de la época del “Flower Power”, aquella filosofía de la no violencia, la paz y el amor.
Passaro, el asesino de Hunter, fue detenido y juzgado recién en el verano de 1972, pero fue absuelto poco después cuando el jurado llegó a la conclusión de que actuó en defensa propia. También se determinó que Hunter había ingerido metanfetaminas. En 1985, Passaro fue encontrado muerto, flotando boca abajo en el lago Anderson de California con 10.000 dólares en el bolsillo. En cuanto a la posibilidad de la existencia de un segundo apuñalador, tal como siempre señalaron los rumores, la policía examinó el caso pero la justicia lo dio por cerrado oficialmente el 25 de mayo de 2005.
El festival de Altamont se convirtió en el símbolo de la muerte del movimiento hippie. Lo que debería haber sido una celebración de la paz y el amor terminó en la violencia y el caos. El evento dejó en claro que la utopía “hippie” había llegado a su fin. Según el guitarrista Keith Richards (1943), “si hubiéramos suspendido podría haber sido mucho peor, se hubiera generado un desastre enorme con muchos más muertos”. Como dato anecdótico cabe mencionar que uno de los camarógrafos que actuó bajo las órdenes de los hermanos Albert Maysles (1926-2015) y David Maysles (1931-1987), directores del documental “Gimme shelter” (Dame refugio) junto a Charlotte Zwerin (1931-2004) que registró el concierto, fue George Lucas (1944), quien muchos años después se haría famoso con “Star wars” (La guerra de las galaxias), aunque ninguna de las escenas que filmó fueron incorporadas en el corte final de la película que se estrenó en diciembre de 1970.


La repercusión que tuvo este evento en los medios de prensa fue numerosa y variada. La revista “Rolling Stone”, por ejemplo, había enviado un gran número de sus periodistas a cubrirlo. La publicación fundada por Jan Wenner (1946) y Ralph Gleason (1917-1975) en 1967 era la principal vocera de la contracultura hippie, pero sus reporteros habían visto algo distinto a lo que habían escrito los demás medios. Algunos pensaron que lo mejor era no hacer referencia al festival, que eso iba a ser tomado como una definición contundente sobre lo ocurrido. Greil Marcus (1945), uno de sus columnistas, fue el que más insistió para que la revista contara toda la verdad. Mientras Gleason escribió una columna lapidaria en un diario californiano, Wenner se decidió y dedicó gran parte de la edición a contar lo sucedido. La tapa de la revista -que salió más de un mes después de los hechos-, fue más que elocuente. Una foto en blanco y negro de los espectadores, algunos parados otros sentados, un rayo de sol y todas las miradas perdidas. El único texto de toda la portada: “The Rolling Stones disaster at Altamont: let it bleed” (El desastre de los Rolling Stones en Altamont: déjalo sangrar).
Muchos años después, el mencionado crítico musical Greil Marcus recordó en una entrevista que le hiciera “The Washington Post”: “Fui directo a la primera fila. Al principio me sentía perfectamente seguro, excepto por el hedor del LSD y por los Hells Angels, claro, aunque luego la gente se puso hostil, territorialista, egoísta. Nadie le hacía un lugar a nadie, como un Woodstock invertido. Un joven negro fue asesinado en medio de una multitud blanca por matones blancos, en tanto hombres blancos tocaban su versión de la música negra”.
A fin de cuentas, el festival de Altamont, que debió ser una celebración de la paz y el amor, terminó en violencia y caos. Los Rolling Stones rara vez mencionan el evento públicamente y evitaron aceptar alguna responsabilidad directa por lo sucedido. En los años siguientes rara vez mencionaron ese acontecimiento públicamente. Sólo Keith Richards declaró a “The Washington Post”: “Fue una especie de pesadilla que duró todo un día. No sólo para nosotros, sino para todo el mundo que participó en eso”.

2 de diciembre de 2024

Gabriela Grünberg: “Siempre voy destapando las historias de los personajes como quien pela una cebolla, hasta llegar al alma de cada uno de ellos”.

Licenciada en Letras y Traductora Pública de Inglés, la escritora argentina Gabriela Grünberg (1957) nació en Buenos Aires, pasó parte de su infancia en Puerto Rico y en 1970 regresó a Buenos Aires donde, años después, asistió al taller de lectura y escritura creativa del dramaturgo, director teatral y guionista de cine Ricardo Monti (1944-2019). Luego, en 1996, se radicó en la ciudad de Neuquén, capital de la provincia del mismo nombre, donde trabajó en la Universidad Nacional del Comahue a la vez que escribía copiosos textos que contribuyeron a acrecentar la literatura de la ciudad más poblada de la Patagonia. Nieta del famoso poeta Carlos Grünberg (1903-1968) -quien junto a Alberto Gerchunoff (1883-1950) y César Tiempo
(1906-1980) conformó el primer grupo de escritores de vanguardia de origen judío en la década de 1920- la escritora suele afirmar que su escritura es “sencilla y uno es lo que escribe y también aquello que calla”. Remarca que lo más importante para ella es que sus libros “sacuden, conmueven, conducen a la reflexión, movilizan -o bien nada de esto sucede- a diferentes niveles intelectuales o sociales. Creo en la mirada del otro con respecto a la escritura porque es el otro quien nos enriquece y nos constituye”.
Hasta el momento ha publicado los libros de cuentos “El titiritero y otros cuentos” (1996), “Los nudos de la memoria (2005), “La morada de las pasiones” (2008) y “Cuando callan los olivos” (2016), y la que es hasta ahora su única novela: “La memoria en la sangre (2013). También publicó “En la orilla del narrar” (2018), una antología que incluye varios de sus relatos y que constituyó uno de los grandes eventos en la inauguración de la sexta edición de la Feria Internacional del Libro de Neuquén, la que se realizó en la sede neuquina del Museo Nacional de Bellas Artes.
En el prólogo de “El titiritero y otros cuentos”, el citado Ricardo Monti escribió: “Un primer libro es el camino a todos los interrogantes. El horizonte abierto es su meta. Pero ya son perceptibles los rastros y señales preliminares del sendero que se inicia. A poco andar, el paso se afirma. Así ocurre con los ocho cuentos inaugurales de Gabriela Grünberg que integran este volumen”. Y en la contratapa”, la directora, maestra de actores y crítica teatral Nina Cortese (1930-2003) sostuvo que la escritora -quien asistió a muchas de sus clases- “posee un don muy especial: el de la observación selectiva. Esto hace que a partir de los detalles surjan imágenes vívidas que se corporizan con precisión. Sus cuentos tienen una cualidad dramática. Maneja una prosa llena de suspenso que revela el peligro oculto tras apariencias inofensivas. Hay algo más: en sus cuentos se aparta de ella misma y construye un mundo en el que lo cotidiano se jerarquiza. Desde una óptica propia, lo recrea y nos lo devuelve nimbado de misterio. Y de ternura. Sabe, como ‘El titiritero’, manejar los hilos que mueven la emoción”.
En el año 2002 Gabriela Grünberg recibió el Primer Premio de la Antología de Cuento Breve y Poesía de Neuquén por varios de los cuentos incluidos en “Los nudos de la memoria”, libro en el que en cada uno de sus relatos se reflejan y configuran las pasiones humanas como la violencia, la ausencia, la ira, el silencio, el dolor, la tristeza, la soledad y el amor. Tiempo después, en 2008, presentó su tercer libro de relatos -“La morada de las pasiones”- en el auditorio del citado Museo Nacional de Bellas Artes neuquino. Con él obtuvo el III Premio Narrativa “Premio Especial Eduardo Mallea” otorgado por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En su contratapa, la licenciada en Psicología y actriz argentina
Ingrid Pelicori (1957) escribió: “Allí donde las pasiones moran, reina lo imprevisible, lo contradictorio, lo inconfesable. Estos cuentos de Gabriela merodean delicadamente esa morada. Son cuentos que respiran, jadean, susurran. Cuentos que están a punto de revelar un secreto. Y que husmean en los sentimientos ocultos, en esa tensión entre lo más reconocible y lo más extraño. Son cuentos atrapantes. En su mirada hay un conmovedor anhelo de compresión, un deseo de honrar el enigma de lo humano hasta en sus márgenes más sombríos. Y de revelar la belleza de ese enigma”. El libro fue traducido al braille e incorporado como material de estudio en la Universidad Nacional del Comahue y en diferentes escuelas secundarias públicas tanto de Neuquén como de Río Negro.
“La memoria de la sangre”, su cuarto libro, es una novela protagonizada por judíos que llegaron de Rusia y bajaron de los barcos llenos de tradiciones, de ilusiones, de esperanzas, y tuvieron que sobrellevar la orfandad y el desarraigo. A lo largo de un siglo de la historia argentina, la autora narra la vida de cuatro generaciones, desde una inmigrante rusa que llega al país con su marido escapando del hambre, y sigue con su hija, su nieta y su bisnieta. Según comentó en su presentación en una tradicional librería de la calle Corrientes de Buenos Aires, “los personajes protagónicos femeninos son judíos, por eso es una novela que habla de un saldo de identidades en muchos sentidos. A su vez, el último personaje va a recuperar su identidad como hija de desaparecidos, pero también como hija de judíos”. Y agregó: “Yo creo que se puede transmitir más violencia o más ternura en un gesto que en una descripción detallada, perversa o amorosa”. Durante la presentación se escucharon obras del compositor, director de orquesta y pianista ruso Dmitri Shostakóvich (1906-1975) dado que, según contó “siempre me gustó combinar música y literatura en mis presentaciones”.
En cuanto a “Cuando callan los olivos”, afirmó que las temáticas de los cuentos “son variadas: exploro la vejez, la muerte, los vínculos amorosos entre hermanos, el hambre, la venta o la trata, la guerra, los sueños. Y siempre, porque ya es una característica mía, un estilo, voy destapando las historias de los personajes como quien pela una cebolla, hasta llegar al alma de cada uno de ellos”. Respecto del proceso creativo para este último trabajo, la autora reconoció que “fue largo. Algunos relatos comenzaron en los ‘recreos’ que me tomaba mientras escribía la novela, que llevó casi cuatro años, hasta su publicación a fines del 2013”.
El mismo año de su edición -2016-, Gabriela Grümberg participó junto a la escritora canadiense Mary Louise Pratt (1948) y la argentina Márgara Avervach (1957), además de otros escritores radicados en Neuquén como el argentino Rafael Urretabizkaya (1963) y el paraguayo Humberto Bas (1965), en el programa de desarrollo profesional “Dar de leer” impulsado por el Ministerio de Educación y la Subsecretaría de Cultura de la provincia. Con el objetivo central de promover la práctica lectora en las aulas y la circulación de obras literarias neuquinas, el programa se desarrolló en las ciudades de Neuquén, Chos Malal y San Martín de los Andes.
Al tiempo que, entre otros proyectos, está trabajando en su segunda novela -sobre la cual dio algunos indicios sobre su temática- con respecto a su técnica de escritura, la escritora neuquina “por adopción” -según se autodefine-, comentó que “escribo en un tiempo suspendido, en una realidad que es la de mis personajes, que me habitan hasta que llega el tiempo de soltarlos y ya no me pertenecen, sino que les pertenecen a los lectores. Mi obra es muy visual, teatral o cinematográfica. Tanto en mi novela como en mis relatos los sucesos que acontecen están puestos en los diálogos de los personajes y en sus acciones. No en la descripción. Intento que los personajes se narren a sí mismos, son ellos los que cuentan”.


A mediados del año 2014 viajó a Buenos Aires para presentar “La memoria de la sangre”. En esa ocasión fue entrevistada por Máximo Soto y dicha entrevista -que sigue a continuación- apareció en la edición del 4 de junio de ese año en el diario “Ámbito Financiero”.
 
¿Cuándo empezó a escribir esa saga de una familia judía, a través de cuatro generaciones, a partir de los que emigran de Rusia a la Argentina?
 
El primer esbozo de la idea, que no sabía que se iba a convertir en una larga novela, surgió hace muchos años estudiando en el taller de literatura creativa del dramaturgo Ricardo Monti, después de haber publicado “El titiritero y otros cuentos”, que fue mi primer libro. Cuando empecé a escribir no tenía la menor de idea de que se iba a tratar de una saga. Monti me daba ejercicios inspirados en personajes de Tennessee Williams. Yo no tengo el don del teatro, pero me gustó partir de un personaje femenino, reconstruir la historia de una mujer, que imaginé lejana. Así surgió Sara. Cuando tendría unas treinta páginas, a mi marido que trabajaba en YPF, lo trasladan a Neuquén, y allá nos fuimos toda la familia. Dejando de lado lo escrito sobre Sara, me dedico a dos libros de relatos “Los nudos de la memoria” y “La morada de las pasiones”. Y en 2008, doce años después, retomo la historia de Sara, y empiezo a trabajar intensamente en ella durante más de tres años. La historia creció y se convirtió en forma inesperada para mí en los jalones de la vida de una familia. Creo que los personajes en un momento pasan a habitar al narrador, por lo menos eso es lo que me pasó a mí. Un personaje me fue llevando a otro. Y yo quería contar la historia desde las voces de los personajes. Buscaba que lo que decían permitiera comprender dónde estaban y qué les pasaba. Quería que el lector pudiera comprender lo que no estaba escrito.
 
Quizá el haber salido de un taller de dramaturgia la llevó a esa forma de escritura.
 
Construí “La memoria de la sangre” por escenas. Escribo de esa manera. No es que parto de una idea, me surge una escena y sobre esa escena voy trabajando. Así los personajes van apareciendo. Trabajo como en un tiempo suspendido.
 
Pareciera que busca concentrar la imagen del personaje de forma muy concentrada, sin detenerse en demasiados detalles.
 
Monti me planteaba que contara de una mujer. Yo llegaba con diez hojas y él me decía: quiero ver el personaje en un renglón. Me fui despojando hasta que el personaje no aparecía en un renglón pero sí en dos. Esa impronta se ve en todos mis libros. Sobre eso he trabajado. Busco ver la acción, ver al personaje moverse, siento que si yo veo la acción, el personaje, la circunstancia, la escena y puedo lograr transmitirlo, también eso le sucederá al lector. En ese sentido algunos lectores me han dicho que ese modo de contar se parece al cine. Eso me dice, por ejemplo, Ingrid Pelicori, que escribe las contratapas de mis libros desde que ya no puede hacerlo Nina Cortese, que fue como mi madre.
 
¿Cómo hizo para establecer el desarrollo histórico de sus cuatro grandes protagonistas: Sara, Clara, Elisheva y Yael?
 
Trabajé en dos planos. Hay personajes que, al ser evocados en una escena actual, de algún modo sigan presentes. O que nos lleve a una situación donde fueron protagonistas. Siempre, de ese modo, están reapareciendo Sara, o Clara, o Abraham. Desde el hoy se regresa al pasado, porque en el pasado está la clave de muchas cosas del presente. Cada tramo de la saga está precedido del relato del encuentro de David con una sobrina recuperada, que hasta ese momento creyó llamarse María José, y comienza a conocer su identidad biológica, su familia de sangre, a saber definitivamente que es la hija de Elisheva, que estaba embarazada de seis meses cuando la secuestraron, como le explica el juez que la entrega a sus tíos. A partir de esa última generación se viaja a las anteriores. Creo que “La memoria de la sangre” es una novela sobre la identidad, en la que cada personaje recuperará la propia.
 
Esa sangre tiene que ver con etapas sangrientas, con los enormes conflictos y dramas que han vivido, holocausto, pogroms, dictadura...
 
En el último tramo de la saga, los once capítulos dedicados a Yael, se van mezclando todos los planos. Los personajes la rodean para que así ella reconstruya su múltiple identidad, como judía, como argentina, como hija de una desaparecida, como bisnieta de Sara. Del mismo modo David podrá reconocer que no es hijo de quien cree que es.
 
Los momentos de fuerte emotividad están a cada paso en su novela, ¿cuáles son los que usted sintió más profundamente al escribir?
 
Cuando se termina un libro se produce en uno como un vaciamiento. Cuesta mucho despegarse de los personajes. Me siento que fui una intermediaria de ellos, que me habitaron durante un tiempo. Una etapa que me costó emocionalmente fue cuando Clara se encuentra con el acomodador de cine y le da el pañuelo de Elisheva, cuando la escribí sentí que temblaba. Ese pañuelito, guardado en la caja de las cosas perdidas, le devuelve a Clara un recuerdo de su hija, desde lo perdido. Esa escena resume memoria y olvido. Las escenas más fuertes son las de síntesis. Otra escena es la muerte de Clara. Esa escena donde Sara pasa la mano por el cristal ventanal y del otro lado el patrón hace lo mismo, y ella era su alma gemela, y traté de hacer llegar al lector lo que podría haber sentido el patrón apoyando la mano sobre el vidrio y dándose cuentas que fugazmente pasaba el amor de su vida, al que él renuncia. Es el momento en que, mientras Sara muere, don Carlos, el Patrón, sentado en un sillón lee un poema de Heinrich Heine de el “Libro de los Cantares” donde “dice soñé que me dejabas, vida mía, y lloro todavía”. Mientras Moshe recita al lado de la muerta el “Cantar de los Cantares” de Salomón. Muchas veces pienso que se trata de encontrar escenas que puedan resumir vidas, que puedan hablar de los tormentos pero también de los momentos felices, y dejar saber que la vida pasa por esos otros momentos en que se instala la rutina, los hábitos cotidianos, los encuentros sin sorpresa. Y no se trata de lo conmovedor de los grandes momentos, del instante de las confesiones dramáticas, de las escenas violentas, pero yo creo que se puede transmitir más violencia o más ternura en un gesto que en una descripción detallada, perversa o amorosa. No se imagina lo difícil que es decirle adiós a un personaje ficcional como Manuel, que reúne en sí mismo la historia de nuestro país.
 
¿Cómo hizo para trabajar esos aspectos históricos y rituales de lo judío y lo argentino en casos como ese?
 
En un aspecto estudié mucho, en otro dejé que me viniera por la memoria de la sangre. Provengo de una familia liberal. Mi abuelo en su poema “Testamento” decía que ni sus cenizas entrarán en Sion porque él se consideraba argentino, un poeta judío argentino. Es lo que yo siento. A la vez mantengo las tradiciones porque están dentro mío. Mi viejo estaba casado con Nina Cortese y en mi casa había un rosario junto a un Moisés.
 
¿Ahora qué está escribiendo?
 
Tengo terminado el libro de relatos, “Cuando callan los olivos”. Y estoy trabajando en otra novela. Trata de una mujer que sobrevivió a Auschwitz. El libro va a ser la historia de un espacio, con personajes que van a ese lugar, a ese territorio.