7 de agosto de 2025

La paciencia de los argentinos

3) “Es una figura sobresaliente que está salvando al país”

Cuando asumió el presidente “liberal libertario” -tal como él mismo se define-, mucha gente se sintió seducida por sus propuestas. Posiblemente a sus votantes no los unió el amor sino el espanto -como decía Jorge Luis Borges (1899-1986) en su poema “Buenos Aires”- ante el descrédito del sistema político tradicional y la crítica situación socioeconómica resultado de las políticas aplicadas a lo largo de los últimos años por gobiernos populistas, neoliberales y desarrollistas por igual. Pero cuando el gobierno comenzó a aplicar un muy fuerte ajuste ortodoxo para ordenar algunas variables macroeconómicas, lo que afectó la realidad cotidiana de todos los habitantes, muchos de ellos se sintieron defraudados y abandonados. Fue necesario que transcurrieran varios meses para que advirtieran que el discurso presidencial se sustentaba en falacias y argumentos engañosos y burdos, cuando no falsos. Así, mientras algunos entendían que el sacrificio tenía sentido porque la orientación político-económica era diferente, buena parte de la población -como ya se dijo- empezó a mostrar claros signos de pesimismo y de agotamiento. Sin embargo, para muchos de ellos era necesario tener paciencia. Pareciera ser que cuando alguien demuestra gran resistencia frente a todo tipo de contrariedades o desazones, suele decirse que tiene la “paciencia de Job”, una expresión que describe a quienes perseveran con estoicismo ante las dificultades abrumadoras. Job era, según se cuenta en uno de los libros del Antiguo Testamento de la Biblia, un hombre casado, padre de diez hijos, próspero y rico ganadero, respetado por su generosidad con los pobres y su protección a los indefensos, por lo que Dios lo había bendecido.
Satanás, el “príncipe de los demonios”, desconfiaba sobre la bondad de Job por lo que se presentó ante Dios, quien decía que no había nadie en la tierra tan bueno como él, y le pidió permiso para someterlo a todo tipo de desgracias para demostrarle lo contrario. Autorizado por Dios, Satanás puso en marcha su cruel plan sometiendo a Job a terribles tragedias: la pérdida de sus propiedades y ganado, la muerte de sus siervos y de sus diez hijos, así como el repudio de su esposa, tras lo cual le provocó una enfermedad. A pesar de estar completamente destruido por tantos estragos, no culpó a Dios por sus desgracias, sino que pensó que, así como le había dado todo lo que tenía, ahora se lo había quitado. Satisfecho con su comportamiento y ante la desazón de Satanás, Dios lo bendijo y le concedió el doble de bienes de los que antes había tenido. Volvió a casarse, tuvo diez hijos y vivió hasta los ciento cuarenta años, lo que le permitió conocer a sus nietos, biznietos y tataranietos, y morir feliz lleno de alegría y paz. Desde entonces, para los creyentes, la paciencia de Job es también sinónimo de fortaleza. Dentro de esa suposición, habría que pensar si el presidente, un “predicador mesiánico” como se autodefine, no está permitiendo la catástrofe que padecen los argentinos para demostrarles la “satánica” actuación de lo que llama la “casta”, esto es, ciertos políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas que suelen defender sus propios intereses sin tener en cuenta la situación de la sociedad argentina en general. O sea que, tal como hizo Job, “hay que tener paciencia y perseverancia porque los procesos de convergencia llevan su tiempo”, según dijo el “elegido de Dios”.
Lo cierto es que la convergencia entre las personas se ha embarullado bastante. Las agresiones y los insultos se multiplican día tras día en las redes sociales. En los tiempos que corren la construcción de un enemigo funciona como la herramienta central de la narrativa polarizadora de La Libertad Avanza, y el presidente es el principal impulsor de ese modelo de violencia. Además, la situación económica de las familias se ha complicado notoriamente. Basta ver las entrevistas que hacen los reporteros de la televisión o charlar con algún vecino para encontrarse con un testimonio que se repite de boca en boca: “no llego a fin de mes”. Ha crecido el nivel de endeudamiento con las tarjetas de crédito, la cantidad de personas que concurren a algún comedor comunitario que se mantiene en base a donaciones, el número de jubilados que deben elegir entre comprar remedios o comida, la informalidad laboral en detrimento de la creación de empleos formales, la multitud de niños que se van a dormir sin cenar, el achicamiento de la clase media que históricamente sostuvo al país, el cierre de comercios, etc. etc. A esto se le suma otro mal que se repite en el tiempo: la corrupción. Una vez más, el poder se ha convertido en un privilegio para unos pocos. En la mayoría de los hogares abundan la angustia, la desilusión y la incertidumbre. Apenas un par de meses después de la asunción del gobierno libertario, el periodista argentino Luis Bruschtein (1954) publicaba en el diario “Página/12” el artículo “El límite de la paciencia”, en el cual, entre otras cosas, afirmó que “este gobierno llevó a la mayoría de los argentinos a la pobreza y los trató como vagos que no trabajan y viven del Estado. Nadie puede predecir en qué momento el humor social llegará a su punto de hervor. Pero este gobierno está haciendo todo lo posible para que sea lo antes posible. La sociedad está sufriendo y la paciencia tiene un límite, cualquiera lo sabe”. Y citó a la subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional Gita Gopinath (1971) quien, en su visita al presidente en la Casa Rosada, le expresó su preocupación por esa situación.


Unos meses después, la directora de comunicaciones del FMI Julie Kozack (1972), luego de los reiterados elogios que el organismo financiero internacional había expresado hacia las políticas económicas del gobierno argentino, declaró que la organización de la que era su portavoz seguía de cerca la “delicada situación social de Argentina” y enfatizó en la “necesidad de aumentar la asistencia social para apoyar a los pobres” y asegurar que “la carga del ajuste no recaiga de manera desproporcionada sobre las familias trabajadoras”. Por la misma época William Maloney (1959), economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, otro los grandes acreedores de la Argentina, en una conferencia advirtió por el deterioro de las condiciones sociales y que en el organismo “estamos muy preocupados con el hecho de que la pobreza creció vertiginosamente en la Argentina”. Y agregó: “en los últimos años, las economías más grandes de América Laina han experimentado un crecimiento débil del crédito. Todas las economías grandes, excepto Argentina, mostraron leves mejoras”. Ciertamente, cuando esas evaluaciones provienen de estas grandes instituciones financieras internacionales, deberían causar alguna preocupación en el gobierno. Sin embargo, el presidente agradeció durante un discurso transmitido en cadena nacional a todo el país los nuevos créditos recibidos diciendo que venían para “respaldar un plan económico que ya ha rendido sus frutos”. Parece que se olvidó de las declaraciones que hizo en 2019 en su propio programa de radio semanal llamado “Demoliendo mitos”, en el aseguró que “tomar deuda no sólo no es de liberal, sino que lo consideramos inmoral por implicar el robo a generaciones futuras”. Y poco después, quien sería su vocero presidencial cuestionaba a los gobiernos que pedían créditos diciendo que “tener que recurrir al FMI sólo deja en evidencia el rotundo fracaso del gobierno”. Otra de las tantas mentiras y contradicciones que propagan cotidianamente el presidente y sus funcionarios.
A todo esto, una reciente encuesta de la consultora Analogías confirmó lo que ya se percibe en las calles, los comercios y los barrios populares: la paciencia social con el experimento libertario está llegando a su fin. Aunque el gobierno insiste en mostrar como logros la inflación en baja o el dólar planchado, para la mayoría de la población la situación económica personal empeoró drásticamente en el último año. Otra realizada por la consultora Demokratia, dice que más de la mitad de los argentinos ha perdido la paciencia con el presidente. Y una hecha por la consultora Proyección Consultores afirma que seis de cada diez argentinos consideran que la situación del país es un “desastre” y que aumentó la cantidad de personas que manifiesta “no llegar a fin de mes”, que tienen que achicar los gastos y que creen que la economía de sus hogares en los próximos meses va a estar “peor” o “mucho peor”. La imagen del presidente atraviesa su peor momento desde el inicio de su gestión, con un 58% de rechazo a sus medidas, según los últimos relevamientos. Analistas políticos coinciden en que el escándalo cripto ligado a la moneda $LIBRA fue un golpe directo a la credibilidad del oficialismo, en un contexto donde la economía no mejora y la inseguridad sigue sin resolverse. Hoy en día, los argentinos sostienen que sus principales problemas son la corrupción, el desempleo y el aumento de los precios. Así, quien inició su carrera política prometiendo ser algo diferente, que iba hacer un verdadero cambio, que iba a terminar con los privilegios de los políticos, etc. etc., día tras día se está acercando en la opinión pública a ser más de lo mismo: un gobernante corrupto y sin capacidad para resolver los problemas de la gente. Como era de esperarse, el libertario salió a cuestionar esas encuestas diciendo “déjense de hablar pavadas y aguanten, las cosas van a mejorar, de hecho, ya están bien mejor, tengan paciencia”.
Hace unos pocos días, el presidente encabezó una cena de recaudación de fondos para la causa libertaria. La misma fue organizada por la Fundación Faro, una institución ultraliberal, ultraconservadora y de ultraderecha que busca formar cuadros técnicos y políticos para expandir la doctrina del gobierno. El evento, cerrado para la prensa y sólo para invitados de la élite acomodada, se realizó en el lujoso Yacht Club de Puerto Madero. Allí, el presidente habló sobre el “ajuste más grande de la historia” que está llevando a cabo, volvió a negar que los argentinos tengan problemas económicos y minimizó las quejas sobre la falta de ingresos. También defendió su veto al aumento de las jubilaciones y las pensiones por discapacidad, y volvió a pedir “paciencia” a los argentinos. En concreto, volvió a burlarse de la pobreza e hizo gala de su desprecio por los que menos tienen. Todos los funcionarios y los grandes empresarios concurrentes aplaudieron con entusiasmo estas afirmaciones sin tener en cuenta, porque no les interesa en absoluto, que quienes pagan ese ajuste son los jubilados, los docentes, los enfermeros, los trabajadores despedidos, los jóvenes sin futuro y las familias que no pueden pagar la canasta básica, esto es, cubrir los gastos necesarios para adquirir los alimentos y los bienes esenciales para su mantenimiento.


Ante esta situación cabe volverse a preguntar: ¿se puede seguir teniendo paciencia? A lo mejor tenía razón el científico estadounidense Benjamin Franklin (1706-1790) cuando aseguraba en su “Poor Richard’s almanac” (Almanaque del pobre Richard) que “el que tiene paciencia logrará lo que desea”. O el filósofo suizo francófono Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien afirmaba en su “Émile, ou De l’éducation” (Emilio, o De la educación) que “la paciencia es amarga pero su fruto es dulce”. ¿Tener paciencia será un talento?, como escribió el físico y matemático inglés Isaac Newton (1643-1727) en “The mathematical principles of natural philosophy” (Principios matemáticos de la filosofía natural). Vaya uno a saber. Y a todo esto, ¿es posible tener paciencia ante el alineamiento del presidente argentino con “Estados Unidos, Israel y las democracias del mundo libre” como declara sin ruborizarse? Está a punto de viajar a Estados Unidos para reforzar los frutos de su “amistad” con Donald Trump (1946), quien no hace mucho sugirió que había que hacer una limpieza étnica para convertir la Franja de Gaza en una especie de paraíso turístico. Y también invitó a Benjamín Netanyahu (1949) a que viaje a la Argentina para declararlo “residente de honor”. Admira a Trump y Netanyahu, dos personajes siniestros. Uno, el presidente de Estados Unidos que ha adoptado una serie de decisiones como la de abandonar la lucha global contra el calentamiento global, la de proponer la pena de muerte ya que es una “herramienta para disuadir los crímenes más atroces”, la de llevar adelante una deportación masiva de inmigrantes, la de prohibir la “ideología de género”, la de ejecutar un bombardeo sin precedentes contra tres sitios que se presumen claves para el programa nuclear de Irán, en fin, todas políticas basadas en la intolerancia y el odio. El otro, el primer ministro de Israel quien está provocando una catástrofe humanitaria sin precedentes contra el pueblo palestino al ejecutar una campaña militar genocida e imponer una hambruna generalizada que ha provocado la muerte de miles de niños y adultos por causas relacionadas con la desnutrición. En fin, una política basada en un racismo flagrante y discriminatorio.
Y como si no fuera suficiente, el presidente argentino también admira y se considera amigo del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán (1963), un personaje xenófobo que llegó al poder con un programa de reformas hiper liberales que finalmente derivaron en una autocracia. Fue uno de los gobernantes que acompañó la asunción presidencial en la Argentina y que poco después declaró que el presidente argentino era “una figura sobresaliente que está salvando al país”. Asimismo, esa “figura sobresaliente” calificó de “querido amigo” a Santiago Abascal (1976), el líder del partido político ultra derechista Vox, otro dirigente político xenófobo y abiertamente adepto a la aporofobia que propone las deportaciones masivas, incluidos los hijos de inmigrantes nacidos en España, y reforzar sus fronteras con muros. También, además de los antes citados, el innombrable presidente argentino mantiene seguidos contactos con otros notorios exponentes de la extrema derecha como lo son el brasileño Jair Bolsonaro (1955), la italiana Giorgia Meloni (1977), el salvadoreño Nayib Bukele (1981) y los chilenos José Antonio Kast (1966), Johannes Kaiser (1976) y Axel Kaiser (1981). Después de todas las peripecias narradas es lógico preguntarse si los argentinos pueden seguir teniendo paciencia. Todo parece indicar que no, pero a lo mejor les conviene recordar algunas de las palabras que el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) dijo en 1971 en Estocolmo en ocasión de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura: “Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”. ¿Será realmente así? O tal vez hacerle escuchar al presidente a la banda británica Deep Purple cantando “All the time in the world” (Todo el tiempo del mundo), en cuyo estribillo dicen “Don't worry, there's no hurry, here we are, with all the time in the world” (No te preocupes, no hay prisa, aquí estamos, con todo el tiempo del mundo). A lo mejor se tranquiliza y deja de gritar, de insultar y de agredir a los argentinos. 

6 de agosto de 2025

La paciencia de los argentinos

2) “Robar no es fácil, señores. Se necesita ser un cínico, y yo lo soy”

Hace casi doscientos años atrás, el naturalista y científico inglés Charles Darwin (1809-1882) se embarcó en el bergantín Beagle, con el cual emprendió una travesía de cinco años alrededor del mundo, un viaje que le resultó de vital importancia para escribir su obra más relevante: “On the origin of species” (El origen de las especies). Arribó al Río de la Plata en agosto de 1832 y estuvo en Buenos Aires, por entonces gobernada por Juan Manuel de Rosas (1793-1877). En 1839 publicó “A naturalist's voyage round the world” (Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo), en el cual contó algunos aspectos de lo que había visto en la futura capital de la Argentina. Entre sus estimaciones sobre lo que pudo apreciar durante el tiempo que estuvo en la “reina del Plata” pueden leerse: “La policía y la justicia son muy incompetentes. Si un hombre pobre comete un homicidio y lo apresan, lo envían a prisión y tal vez lo fusilan, pero si se trata de un hombre rico con bunas amistades, puede confiar que no serán muy rigurosas las consecuencias”; “La justicia cuando entra en juego el dinero, no puede esperarse de nadie”; “Cuando el oro entra en juego, nadie espera que se haga justicia”; “Es curioso que hasta las personas más respetables del país favorecen siempre la fuga de los asesinos; creen al parecer, que los delincuentes van contra el gobierno y no contra el pueblo”; “El carácter de las clases más elevadas e instruidas, que residen en las ciudades, es acompañado con muchos vicios. La corrupción de índoles diversas, no dejan de ser comunes”; “La forma de proceder de las clases altas, más instruidas, que residen en las ciudades, está marcada por ciertos vicios”; “Casi todos los funcionarios públicos son venales. El gobernador y el primer ministro se aliaron abiertamente para estafar al Estado”; “¡Y pensar que existiendo esta completa falta de principios en muchos de los dirigentes, el pueblo espera sin embargo que pueda tener buen éxito esa forma democrática de gobierno!”.
Medio siglo después, cuando la Argentina -después de muchos años de guerras civiles- se constituyó en república, en 1886 asumió la presidencia Miguel Juárez Celman (1844-1909), quien conformó un régimen conocido como “Unicato”. “A través de él -narra el historiador argentino Felipe Pigna (1959) en su ensayo ‘Miguel Juárez Celman y la Revolución de 1890’- Juárez Celman y sus socios controlaron todos los resortes del poder. De esta forma, los negocios públicos y los privados se complementaron. Ricos empresarios incursionaron en la política; funcionarios y políticos lo hicieron en los negocios. Estos grupos, formados por financistas, gestores, intermediarios, especulaban con cada venta, cada compra, cada préstamo, cada licitación, haciendo enormes negocios a costa de los fondos estatales, sin siquiera preocuparse en pagar impuestos. Juárez Celman llevó adelante una política económica liberal fomentando la privatización de todos los servicios públicos. Esto dio lugar a grandes negociados y generalizó la corrupción en la administración estatal”. Era tal el afán de lucro del grupo del presidente que fue dejando afuera de sus negocios a los clásicos beneficiarios del sistema para privilegiar, casi exclusivamente, a sus allegados. Un periódico inglés definió así la corrupción argentina: “Hoy día existen decenas de hombres del gobierno que son públicamente acusados de malas prácticas, que en cualquier país civilizado serían rápidamente penados con la cárcel y todavía ninguno de ellos ha sido llevado ante la justicia. Celman mismo está en libertad de gozar el confort de su estancia y nadie piensa castigarlo”. En junio de 1890 el gobierno anunció oficialmente que no podía pagar la deuda externa, lo que provocó una enorme crisis. Los ahorristas comenzaron a extraer sus depósitos de los bancos, de los cuales una gran mayoría quebraron, y las acciones bursátiles cayeron estrepitosamente. Se generalizó la desocupación y se agravó notablemente la situación de los trabajadores. La similitud con el gobierno actual es que ambos dijeron que llegaban al poder para transformar al país bajo el signo de la “libertad”.
Otro medio siglo más tarde, en 1930, ocurrió otro acontecimiento funesto. El 6 de septiembre de ese año se produjo un golpe militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933), dando comienzo a lo que se conoció como “Década infame”, un período de la historia argentina signado por elecciones fraudulentas, la persecución y represión hacia quienes cuestionaban al régimen, la tortura de los detenidos políticos, e importantes concesiones económicas al Reino Unido, entre las que se destacó el monopolio de las exportaciones para las empresas inglesas y la creación del Banco Central de la República Argentina bajo control de los capitales y bancos británicos. También hubo numerosos casos de malversación de fondos públicos, sobornos y tráfico de influencias en diferentes niveles del gobierno. Proliferaron los negociados a la sombra de un Estado que, durante ese período de profunda crisis económica y social, se limitó a resguardar con fondos públicos los intereses privados de los grandes grupos económicos, desentendiéndose del hambre, la desocupación y la miseria que soportaban un alto porcentaje de las familias argentinas. Por entonces el escritor y periodista argentino Roberto Arlt (1900-1942) reflejaba en sus novelas “Los siete locos” y El juguete rabioso”, la desesperanza y el pesimismo de una sociedad que enfrentaba la despiadada crisis económica. En una de sus famosas “Aguafuertes porteñas” le aconsejaba a quien quisiera hacer carrera política: “Usted proclame: ‘he robado, y aspiro a robar en grande’. Comprométase a rematar hasta la última pulgada de tierra argentina, a vender el Congreso y a instalar un conventillo en el Palacio de Justicia. En sus discursos diga: ‘robar no es fácil, señores. Se necesita ser un cínico, y yo lo soy. Se necesita ser un traidor, y yo lo soy’”. Para Arlt, esa era la fórmula de un éxito seguro, porque todos los sinvergüenzas hablaban de honestidad y la gente estaba harta de escuchar mentiras. En el caso del actual presidente, su autoproclamada honestidad e integridad y sus deliberadas mentiras van de la mano. Él también se desentiende del hambre, la desocupación y la miseria que sobrellevan la mayoría de los argentinos.


Como si no fueran suficientes los ejemplos antedichos, baste recordar al gobierno de Carlos Menem (1930-2021), de quien el presidente libertario ha dicho que fue “el mejor presidente de toda la historia. Nos inspiró a quienes creemos en la libertad a seguir su ejemplo”. Durante la década que gobernó al país hubo numerosos casos de corrupción entre los que se pueden mencionar la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, las irregularidades y sobreprecios en la construcción de la central hidroeléctrica de Yacyretá, el lavado de dinero de una banda internacional de narcotráfico, el ingreso al país de una docena de contenedores con mercaderías por valor de 600.000 dólares sin pagar impuestos, y las operaciones de venta de empresas del Estado con las cuales se amasaron enormes fortunas gracias al cobro de suculentas comisiones. En 1995, varios medios de prensa argentinos revelaron que varios directores del Banco Nación habían recibido 37 millones de dólares de la empresa norteamericana IBM a cambio de una contratación de servicios cotizados en 120 millones de dólares por encima del precio normal, algo que tres años más tarde fue reconocido por esos funcionarios, pero evitaron utilizar la palabra soborno y se refirieron a gratificaciones, gentilezas y reconocimientos por parte de la empresa tecnológica multinacional estadounidense. Y hechos de esta índole siguieron sucediendo en todos los gobiernos posteriores. La pregunta que surge espontáneamente es: ¿ha cambiado algo en la Argentina? ¿Hay que seguir teniendo paciencia ante la crisis social, tal como pidió el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación?
Son incontables los casos de corrupción conocidos, desde incluso, tal como se ha contado, antes de la Independencia en 1816. Ya en la época colonial existían prácticas corruptas en el manejo de los recursos y de la administración pública. Existen hechos y denuncias de corrupción a lo largo de la historia del país, un problema que se acentuó durante el siglo XX y que hoy sigue siendo estructural. Negociados, abuso de poder, sobornos, uso de recursos públicos para obtener apoyo político, tráfico de influencias, acumulación de riqueza de manera injustificada por parte de funcionarios, contrataciones de familiares o amigos en cargos públicos, en fin, la lista es interminable. En el caso particular del actual gobierno pueden mencionarse, entre muchos otros, el escándalo de los alimentos retenidos por el Ministerio de Capital Humano, una desaprensión que no sólo implicó la retención de alimentos destinados a los comedores comunitarios, sino que, además, destapó un esquema de sobresueldos en el mismo ministerio; los numerosos viajes al exterior del presidente de la Nación, sin agenda de Estado, costeados con fondos públicos; las ventas de tierras públicas hechas a puertas cerradas, sin licitación, para empresarios amigos del gobierno; la toma del control de áreas de gestión de gobierno por parte de alguna corporación afín al presidente; y ni que decir de la estafa de la criptomoneda $LIBRA, un caso que involucra tanto al presidente como a su hermana que motivó denuncias en Estados Unidos, España y China, y que está siendo investigado por la Corte Suprema de Nueva York.
Tras poco más de cuarenta años ininterrumpidos de una democracia genuflexa ante los intereses de las grandes empresas tanto nacionales como extranjeras, con una clase dirigente indolente que fue capaz de hacer cualquier cosa menos de sentir vergüenza, que permitió la germinación de la impunidad, el avance de la inequidad y el uso exagerado del doble discurso, parece que todo sigue igual o aún peor. Y ante esta realidad, el presidente libertario se limita a declarar que no hay plata para hacer frente a la crisis y, haciendo gala de su licenciatura en Economía, exclama fórmulas llenas de tecnicismos y especulaciones econométricas que nadie entiende. Es evidente que existía un hartazgo creciente con la política en una gran cantidad de argentinos que, sumidos en una sensación de fracaso colectivo, optaron por ensayar un salto al vacío en las últimas elecciones. Ante la continuidad de los privilegios de las elites gobernantes, algo que generó cada vez más irritación, buena parte de la sociedad votó por un personaje autoritario que, acompañado por funcionarios con funestos antecedentes, ni bien tomó el poder llevó adelante un recorte de los servicios públicos, una reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la minimización de los planes sociales, la suspensión de las obras públicas, un recorte a las políticas de género y derechos humanos, el desfinanciamiento y cierre de instituciones culturales, una política de manos libres para las fuerzas de seguridad, etc. etc. ¿Y ahora? ¿Se debe seguir teniendo paciencia?


A pocos meses de asumir el cargo, el piloso mandamás dijo en su discurso ante la Asamblea Legislativa del Congreso de la Nación: “A los argentinos les pido sólo una cosa: paciencia y confianza. Falta un tiempo para que podamos percibir el fruto del saneamiento económico y de las reformas que estamos implementando”. Sin embargo, el costo que están pagando los argentinos por este “saneamiento económico” es enorme. Desde su asunción, se han perdido ciento quince mil puestos de trabajo en el sector público, ciento treinta mil empleos en el sector privado y veinticinco mil en el caso de los trabajadores de casas particulares; dejaron de existir más de trece mil pequeñas y medianas empresas; los salarios de los docentes universitarios cayeron un 40% y ya no pueden seguir enseñando en universidades estatales debido a sus bajos ingresos; se desfinanció a la Agencia Nacional de Discapacidad, por lo cual miles de personas con alguna discapacidad -a las que calificó como “idiotas”, “imbéciles” y “débiles mentales”- dejarán de percibir la pensión no contributiva por invalidez laboral; se precarizó laboralmente al personal de la salud pública con la baja de los salarios, la falta de insumos médicos y el deterioro de la infraestructura hospitalaria, algo cuyo mayor símbolo es la situación en el principal hospital pediátrico de Argentina, el Hospital Garrahan, el cual atiende por año unas seiscientas mil consultas y realiza unas diez mil cirugías a niños que llegan desde todos los rincones del país; y produjo un drástico recorte presupuestario al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), lo que obligó a muchos científicos a abandonar sus investigaciones por falta de recursos y salarios deprimidos, y llevó a numerosos ganadores del premio Nobel de Medicina, Física, Química y Economía de todo el mundo a expresar su preocupación por la “dramática devaluación de la ciencia argentina”.
Todo esto sin dejar de lado a los adultos mayores, uno de los sectores más perjudicados por las políticas del psicótico presidente, quienes no sólo sufren la pérdida del poder adquisitivo debido a sus paupérrimas jubilaciones, sino que también padecen la inmensa reducción de medicamentos gratuitos que ofrecía la obra social estatal de los jubilados y pensionados. Cuando la mayoría de ellos dicen cuando son entrevistados que “no llegan a fin de mes” y que “se están muriendo de hambre, el presidente les contesta que “si eso fuese cierto, las calles tendrían que estar llenas de cadáveres”. Como si eso fuera poco, cada miércoles cuando se manifiestan en la plaza frente al Congreso para reclamar un aumento de los haberes, la restitución de medicamentos y rechazar el ajuste del gobierno, son reprimidos con gases químicos, balas de goma y bastonazos. Incluso algunos de ellos son marcados con pintura para ser identificados. Además, el gobierno libertario ha paralizado las inversiones en las obras públicas, una actividad que es un pilar fundamental para el desarrollo económico y social de las naciones ya que estimula la producción nacional, la generación de empleos y estimula la demanda y el consumo. Este ajuste ha paralizado miles de proyectos en todo el país, afectando la construcción de escuelas, hospitales, viviendas, cunetas, desagües pluviales, cloacas, dragado de canales, nuevas autopistas, caminos rurales y pavimentación de rutas. Pero, a todo esto, el ministro de Desregulación y Transformación del Estado declaró: “cambió la tendencia, tengan paciencia”.
Poco tiempo transcurrió desde que “el León” -como lo llaman sus seguidores- asumiera la presidencia, para que varios psicoanalistas, psiquiatras, politólogos y periodistas, expusieran su diagnóstico conductual en los medios de prensa. Alguno afirmó que en el presidente había una incontinencia verborrágica agresiva, violenta, misógina y hostil; y agregó que no hacía falta hacer un diagnóstico psicológico para advertir que esos rasgos eran de un carácter incompatible con la democracia, porque en la democracia había reglas, había límites, no se podía decir cualquier cosa. Otro opinó que el presidente tenía una modalidad fascista, que sus modos de relacionarse eran modos fascistas. Otro declaró que el presidente tenía sus facultades mentales alteradas y era necesario que le hicieran una pericia psicológica. Otro estimó que su violencia atentaba contra la salud mental de la población. Otro dijo que no sabía si se burlaba de la gente o si tenía alguna descompensación. Otro consideró que había que ser cruel, despiadado y enfermo mental para festejar un déficit cero a costa del sufrimiento y el hambre de la gente. Otro creía que no era un personaje que estuviera equilibrado emocionalmente. Otro, que era un sádico que hacía sufrir a la gente; otro, que cada vez que habría la boca lanzaba una catarata de agresiones de todo tipo contra quienes consideraba sus enemigos; otro, que disfrutaba con la crueldad… En fin, la lista es larga. 

5 de agosto de 2025

La paciencia de los argentinos

1) “Hay que tener paciencia, el país va a salir con raíces firmes”
Tras casi veinte meses de presidir a la Argentina un gobierno libertario, ultraconservador, neoliberal, anarcocapitalista o como quiera que se lo llame, la situación económica del 63% de los argentinos ha empeorado notoriamente. La incertidumbre política del gobierno es cada vez más notoria, y la desazón en materia social y económica se ha convertido en un motivo de inquietud considerable para los ciudadanos. No son pocos los reconocidos economistas, tanto nacionales como internacionales, que sostienen que la Argentina está a las puertas de otra crisis, que si la Argentina sigue endeudándose no podrá pagar la deuda externa, que las políticas del presidente están llenas de riegos que las hacen potencialmente muy dañinas para la economía y el pueblo de Argentina, que la reducción récord del gasto público -como el desfinanciamiento a la educación, a la salud, a los jubilados, a los discapacitados, a la obra pública, a la ciencia y a las provincias- fue a costa de decisiones unilaterales e ilegítimas, etc. etc. Una buena parte de la población que se había acostumbrado al desequilibrio emocional y a la descomunal agresividad del presidente, desde principios de este año ha comenzado a desaprobar su gestión, y su imagen está sufriendo un claro desgaste.
Ante esta situación, el mandatario afirma que “no hay camino corto hacia la grandeza, la paciencia y la perseverancia son fundamentales”; el ministro de Economía pide “confianza y paciencia”, y la ministra de Seguridad asegura que “hay que tener paciencia, el país va a salir con raíces firmes”. Paciencia, paciencia, paciencia… Todos los funcionarios hablan de paciencia. ¿Será como decía el filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) en su ensayo “Kritik der reinen vernunft” (Crítica de la razón pura) que la paciencia era la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte? ¿O como decía el escritor ruso Lev Tolstói (1828-1910) en su novela “Voiná i mir” (La guerra y la paz) que los dos guerreros más poderosos eran la paciencia y el tiempo? ¿O como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) en su obra “Götzen dämmerung” (El crepúsculo de los ídolos) que lo que no nos mata nos hace más fuertes? Vaya uno a saber. Mientras los noteros de los noticieros de la televisión le preguntan en la calle a la gente qué opinión tiene sobre las medidas económicas que estaba tomando el gobierno y la gran mayoría, con mayor o menor énfasis, hace hincapié en el brutal aumento de los precios de los alimentos y los medicamentos, la caída del salario real y de las jubilaciones, la exagerada elevación del costo de los servicios públicos, el crecimiento de la pobreza y la indigencia, la desatención a la educación y a la cultura, la desprotección de los sectores más vulnerables, etc., cada tanto algún entrevistado dice que, a pesar de todo, había que tener tolerancia y esperanza, que la situación iba a mejorar, que era necesario tener paciencia.
La utilización del sustantivo “paciencia”, ese que la Real Academia Española define como la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”, parece estar de moda. Pero, ¿es posible esperar con paciencia algo de un gobernante que dedica varias horas diarias a emitir opiniones, a anunciar medidas políticas y económicas o a insultar a sus opositores en sus redes sociales? Su incontinencia verbal y sus nebulosas convicciones socioeconómicas no hacen más que demostrar que, detrás de su autopercepción de persona instruida y elocuente, al igual que en la luna hay otra cara que permanece oculta: la de la cultura de la violencia y la crueldad, la que brilla esplendorosa como la luna en el cielo. Hay que tener mucho estoicismo para soportar los desatinos de semejante canalla. Pero no se trata sólo de tener paciencia y fortaleza de carácter ante la adversidad y el dolor, se trata también de tener algo de sapiencia, de instrucción, de cultura, y dejar de lado la inocencia, el hastío, la apatía, la pasividad y el desinterés. Es más que evidente lo necesario que son los aportes de la cultura y la concientización de los ciudadanos para que una sociedad prospere. Y en ese contexto, es válido recordar a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), el político y escritor que gobernó el país unos ciento cincuenta años atrás promoviendo con ahínco la educación pública, gratuita y laica, quien alguna vez escribió que las palabras “argentino” e “ignorante” se escribían con las mismas letras y que había que luchar para que no se transformaran en sinónimos. La cultura tiene que ser la memoria que un pueblo tiene de sí mismo, porque es la memoria del pasado la que le confiere identidad y le expresa lo que es en la actualidad.
Pero, ¿tiene memoria el pueblo argentino? ¿Recuerda la gente común la violencia, no sólo física sino también material y psicológica, que sufre sistemáticamente desde hace muchísimos años a manos de los dirigentes políticos corruptos y de sus secuaces y protectores, los grandes empresarios? Con el liberalismo imperante, impulsor del libre mercado, cada vez hay más dependencia económica, más miseria, más represión y algunos pocos ganadores en una sociedad donde el “sálvese quien pueda” parece ser la consigna principal. Y justamente esos ganadores son los dirigentes políticos y los grandes empresarios. Este sistema económico capitalista, a lo largo de los años, ha demostrado sobradamente su capacidad para regenerarse y dar nuevas respuestas para perpetuarse en el tiempo. 


Una muestra de ello es el neoliberalismo libremercadista, un sistema que ya no sólo domina a los hombres política o económicamente, sino que, además, lo hace culturalmente. Sus burócratas, de la mano de sus artífices, plantean falsos ejes de discusión y esgrimen toda clase de falacias para conquistar un lugar en la configuración oligárquica que detenta el poder hegemónico. Y, mientras la plutocracia predomina abierta o solapadamente de la mano de dirigentes políticos asociados a los grandes oligopolios, los dirigentes sindicales -que supuestamente representan a la clase trabajadora- anteponen su interés personal al bienestar colectivo. En el escenario de un país cuya cultura popular ha sido escamoteada y sojuzgada por las culturas minoritarias y elitistas, esa displicencia lo único que consigue es desorientar las luchas populares y decantarlas a favor de las camarillas que manejan a su antojo la economía. Está claro que los sectores privilegiados no ceden voluntariamente ante algún proyecto popular que busque implementar alguna reforma por más pequeña que ésta sea.
No es difícil llegar a la conclusión de que, en la actualidad, parece imperar una suerte de tiranía del pensamiento único, algo impuesto por un proceso propagandístico ejecutado a través de los modernos medios digitales de comunicación mediante los cuales se crea una realidad virtual, se domestica a la sociedad y se sistematiza su aculturación. Los desafíos comunicacionales en la era digital son enormes. Las redes sociales son las causantes de todas las aflicciones ya que han engendrado al demonio que gobierna. Y la actual tesitura argentina hasta se podría empalmar, con matices por supuesto, con la Alemania dominada por el nazismo, un régimen que sustituyó la razón por el embrutecimiento general del pueblo mediante el empleo de los medios de comunicación existentes por entonces como lo eran la radio y la incipiente televisión, y también mediante películas y noticieros cinematográficos. Es más, en Alemania se creó por primera vez en la historia un ministerio para exaltar la ideología del nazismo, a veces en forma sutil y otras en forma desvergonzada. Se llamó Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda, el cual era dirigido por Joseph Goebbels (1897-1945), un nefasto personaje que declaraba que una mentira repetida muchas veces, a la larga se convertía en verdad.
Algo parecido hizo Mussolini en Italia cuando creó el Ministerio de Cultura Popular, un organismo mediante el cual el líder fascista controló a la mayor parte de la prensa y la radio. Fundó el periódico “Il Popolo d'Italia” que se convirtió en el portavoz oficial del régimen fascista y en el cual se proclamaba que él había mejorado al pueblo italiano moral, material y espiritualmente. A la vez declaró ilegal a toda la prensa opositora y fundó una organización juvenil para “reorganizar a la juventud desde el punto de vista moral y físico, desde los ocho a los dieciocho años”. Sus discursos se caracterizaban por sus gritos ensordecedores y una exagerada gestualidad, algo que, inevitablemente, lleva a compararlo con las aparatosas diatribas del presidente libertario que gobierna el país, quien no para insultar a los periodistas que no coinciden con sus políticas y los acusa de “ensobrados”, “pauteros”, “esbirros manipuladores” que “están todos los días envenenando la vida a la gente con mentiras, calumnias, injurias, operando y tratando de que mi gobierno se caiga”. También ha vilipendiado a los opositores políticos llamándolos “repugnantes”, “basuras”, “liliputienses”, “siniestros”, “impresentables” y “parásitos mentales”; y otro tanto hizo los economistas críticos, a los que calificó de “econochantas”, “basuras”, “ratas inmundas”, “imbéciles”, “incapaces” e “infradotados”, entre muchas otras agresiones e injurias que comparte en redes sociales.
Sabido es que el fenómeno del crecimiento de las nuevas derechas es mundial y se está dando en varios países, un suceso marcado por la expansión de la subjetividad neoliberal, la exacerbación del individualismo y el crecimiento de los discursos autoritarios. Esto ha reunido principalmente a los jóvenes que se sienten atraídos por las ideas de un capitalismo sin normas y se movilizan por la falta de expectativas económicas y una serie de frustraciones sufridas en los últimos años. En las elecciones presidenciales de Argentina realizadas en octubre de 2023, la mitad de los menores de 35 años y siete de cada diez menores de 20 años, votaron por el candidato libertario. Estos jóvenes se sintieron fascinados por un discurso antisistema basado en ideas provocativas, populistas y soluciones simplistas para problemas complejos. En la campaña electoral les dijo que estaba muy comprometido con ellos, que entendía la desazón, la decepción con la clase política tradicional que sentían y les prometió darles la esperanza de que en más o menos dos años iban a tener estabilidad económica y oportunidades laborales para que no tuvieran que salir del país para poder trabajar y tener una buena vida. Casualmente (¿casualmente?) hace casi cien años, el nazismo había elegido a la juventud alemana como el público especial para sus mensajes de propaganda, y el fascismo decía representar la protesta de la juventud contra la vieja e ineficaz decadencia de la política.


No es casual tampoco que, así como Adolf Hitler (1889-1945) creó las Juventudes Hitlerianas para adoctrinar a los jóvenes en la ideología nazi, y Benito Mussolini (1883-1945) hizo lo propio creando las Juventudes Italianas del Littorio para supervisar e influir en las mentes de todos los jóvenes, el presidente argentino se apoya en los jóvenes que componen las Fuerzas del Cielo, su “guardia pretoriana”, su “brazo armado” (de celulares), como ellos mismos se autodefinen. Este grupo está compuesto mayoritariamente por tuiteros, influencers, tiktokers y algunos funcionarios -jóvenes menores de 30 años todos ellos- que, a través de las redes sociales, se presenta como un espacio de formación de dirigentes comprometidos con la defensa de las ideas y políticas del presidente, y busca ganar la “batalla cultural” frente a lo que califican como los temas impuestos por la izquierda. Su estética fascistoide y su impronta agitadora que fomenta la irritación, la inquietud y la incomodidad, no hacen más que generar confusión y caos. Tal como dice el historiador italiano Steven Forti (1981) en su libro “Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales”: “La crispación le sirve a la extrema derecha para crear caos: complica a los demás para contrarrestar su discurso, porque todo es muy rápido y no hay tiempo de intentar construir una estrategia de confrontación; entonces siempre son ellos quienes llevan la iniciativa. Este caos sirve también para esconder temas: que se hable de algunas cosas y no de otras”. Y es precisamente por medio de esta pandilla, su “núcleo duro”, el gobierno ha normalizado la violencia y estigmatizado todas las disidencias, cuestionando al sistema político y sus representantes, y negando el cambio climático y la violencia de género. Ante este sórdido panorama, ¿es posible tener paciencia?
Habitual divulgador de mentiras, el actual presidente ganó las elecciones presentándose como el enmendador de las demandas insatisfechas de la sociedad, prometiendo llevar adelante un programa de ajuste y estabilización de la economía, para lo que recurrió a un discurso anti “casta”, un término que utilizó para referirse a las élites políticas con cargos en el Estado. Sin embargo, siete de cada diez funcionarios del gobierno pertenecen a lo que el libertario clasificó como “casta”, una acepción que se ha vuelto ambigua y en la actualidad incluye a periodistas, académicos, sindicalistas, universitarios y militantes de izquierda. En síntesis, cualquier opositor político es susceptible de ser considerado como parte de la “casta”. ¡Cuánto cinismo! “Cosas veredes Sancho que no crederes”, decía el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en la destacada novela de Miguel de Cervantes (1547-1616), frase que hoy en día podría ser utilizada por cualquier persona pensante. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), decía en su ensayo “Das unbehagen in der kultur” (El malestar en la cultura) que la educación era “un factor clave en el desarrollo de la cultura” y que ella nos enseñaba “a reprimir nuestras pulsiones más primitivas en aras de un bienestar colectivo”. Probablemente el presidente, que se jacta de haber leído a Friedrich von Hayek (1899-1992), el fundador de la escuela austríaca de economía que impulsó el individualismo metodológico, a Murray Rothbard (1926-1995), el fundador y principal teórico del anarcocapitalismo que propuso lisa y llanamente la abolición del Estado, y a Milton Friedman (1912-2006), fundador de una escuela de economía neoclásica defensora del libre mercado, jamás leyó al Freud que aseguraba que “no puede admitirse que los motivos económicos sean los únicos que presiden la conducta de los hombres dentro de la sociedad”.
Sin embargo, en la actualidad la concepción neoliberal libremercadista se impone a la manera de “pensamiento único”, tomando a los seres humanos como seres económicos. Y lo hace de tal manera que, inclusive muchos de aquellos perjudicados en mayor medida por este sistema, comparten cándidamente los supuestos que se desprenden del mismo sin advertir que, para dicho sistema económico, más temprano que tarde pasarán a formar parte de aquello que el clérigo y demógrafo inglés Thomas Malthus (1766-1834) llamó “población excedente”, el economista también inglés John Maynard Keynes (1883-1946) definió como “población desmedida”, o el político conservador estadounidense Marco Antonio Rubio (1971) describió como “pasivo indeseable”. Con diversos matices a lo largo de la historia, esta situación socio-económica, ¿es algo novedoso en la Argentina? El común de las personas ¿tiene conciencia de ello? Viendo su sumisión a las redes sociales que difunden noticias falsas, imágenes retocadas y datos no contrastados con la intención deliberada de engañar, inducir al error, manipular las decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución o persona con el propósito de obtener ganancias económicas o rédito político, la respuesta parece ser que no, dado que la influencia de esos medios es tan grande que es prácticamente imposible pensar que la gente tome conciencia de la realidad. ¿O debe seguir teniendo paciencia?