6 de agosto de 2025

La paciencia de los argentinos

2) “Robar no es fácil, señores. Se necesita ser un cínico, y yo lo soy”

Hace casi doscientos años atrás, el naturalista y científico inglés Charles Darwin (1809-1882) se embarcó en el bergantín Beagle, con el cual emprendió una travesía de cinco años alrededor del mundo, un viaje que le resultó de vital importancia para escribir su obra más relevante: “On the origin of species” (El origen de las especies). Arribó al Río de la Plata en agosto de 1832 y estuvo en Buenos Aires, por entonces gobernada por Juan Manuel de Rosas (1793-1877). En 1839 publicó “A naturalist's voyage round the world” (Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo), en el cual contó algunos aspectos de lo que había visto en la futura capital de la Argentina. Entre sus estimaciones sobre lo que pudo apreciar durante el tiempo que estuvo en la “reina del Plata” pueden leerse: “La policía y la justicia son muy incompetentes. Si un hombre pobre comete un homicidio y lo apresan, lo envían a prisión y tal vez lo fusilan, pero si se trata de un hombre rico con bunas amistades, puede confiar que no serán muy rigurosas las consecuencias”; “La justicia cuando entra en juego el dinero, no puede esperarse de nadie”; “Cuando el oro entra en juego, nadie espera que se haga justicia”; “Es curioso que hasta las personas más respetables del país favorecen siempre la fuga de los asesinos; creen al parecer, que los delincuentes van contra el gobierno y no contra el pueblo”; “El carácter de las clases más elevadas e instruidas, que residen en las ciudades, es acompañado con muchos vicios. La corrupción de índoles diversas, no dejan de ser comunes”; “La forma de proceder de las clases altas, más instruidas, que residen en las ciudades, está marcada por ciertos vicios”; “Casi todos los funcionarios públicos son venales. El gobernador y el primer ministro se aliaron abiertamente para estafar al Estado”; “¡Y pensar que existiendo esta completa falta de principios en muchos de los dirigentes, el pueblo espera sin embargo que pueda tener buen éxito esa forma democrática de gobierno!”.
Medio siglo después, cuando la Argentina -después de muchos años de guerras civiles- se constituyó en república, en 1886 asumió la presidencia Miguel Juárez Celman (1844-1909), quien conformó un régimen conocido como “Unicato”. “A través de él -narra el historiador argentino Felipe Pigna (1959) en su ensayo ‘Miguel Juárez Celman y la Revolución de 1890’- Juárez Celman y sus socios controlaron todos los resortes del poder. De esta forma, los negocios públicos y los privados se complementaron. Ricos empresarios incursionaron en la política; funcionarios y políticos lo hicieron en los negocios. Estos grupos, formados por financistas, gestores, intermediarios, especulaban con cada venta, cada compra, cada préstamo, cada licitación, haciendo enormes negocios a costa de los fondos estatales, sin siquiera preocuparse en pagar impuestos. Juárez Celman llevó adelante una política económica liberal fomentando la privatización de todos los servicios públicos. Esto dio lugar a grandes negociados y generalizó la corrupción en la administración estatal”. Era tal el afán de lucro del grupo del presidente que fue dejando afuera de sus negocios a los clásicos beneficiarios del sistema para privilegiar, casi exclusivamente, a sus allegados. Un periódico inglés definió así la corrupción argentina: “Hoy día existen decenas de hombres del gobierno que son públicamente acusados de malas prácticas, que en cualquier país civilizado serían rápidamente penados con la cárcel y todavía ninguno de ellos ha sido llevado ante la justicia. Celman mismo está en libertad de gozar el confort de su estancia y nadie piensa castigarlo”. En junio de 1890 el gobierno anunció oficialmente que no podía pagar la deuda externa, lo que provocó una enorme crisis. Los ahorristas comenzaron a extraer sus depósitos de los bancos, de los cuales una gran mayoría quebraron, y las acciones bursátiles cayeron estrepitosamente. Se generalizó la desocupación y se agravó notablemente la situación de los trabajadores. La similitud con el gobierno actual es que ambos dijeron que llegaban al poder para transformar al país bajo el signo de la “libertad”.
Otro medio siglo más tarde, en 1930, ocurrió otro acontecimiento funesto. El 6 de septiembre de ese año se produjo un golpe militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933), dando comienzo a lo que se conoció como “Década infame”, un período de la historia argentina signado por elecciones fraudulentas, la persecución y represión hacia quienes cuestionaban al régimen, la tortura de los detenidos políticos, e importantes concesiones económicas al Reino Unido, entre las que se destacó el monopolio de las exportaciones para las empresas inglesas y la creación del Banco Central de la República Argentina bajo control de los capitales y bancos británicos. También hubo numerosos casos de malversación de fondos públicos, sobornos y tráfico de influencias en diferentes niveles del gobierno. Proliferaron los negociados a la sombra de un Estado que, durante ese período de profunda crisis económica y social, se limitó a resguardar con fondos públicos los intereses privados de los grandes grupos económicos, desentendiéndose del hambre, la desocupación y la miseria que soportaban un alto porcentaje de las familias argentinas. Por entonces el escritor y periodista argentino Roberto Arlt (1900-1942) reflejaba en sus novelas “Los siete locos” y El juguete rabioso”, la desesperanza y el pesimismo de una sociedad que enfrentaba la despiadada crisis económica. En una de sus famosas “Aguafuertes porteñas” le aconsejaba a quien quisiera hacer carrera política: “Usted proclame: ‘he robado, y aspiro a robar en grande’. Comprométase a rematar hasta la última pulgada de tierra argentina, a vender el Congreso y a instalar un conventillo en el Palacio de Justicia. En sus discursos diga: ‘robar no es fácil, señores. Se necesita ser un cínico, y yo lo soy. Se necesita ser un traidor, y yo lo soy’”. Para Arlt, esa era la fórmula de un éxito seguro, porque todos los sinvergüenzas hablaban de honestidad y la gente estaba harta de escuchar mentiras. En el caso del actual presidente, su autoproclamada honestidad e integridad y sus deliberadas mentiras van de la mano. Él también se desentiende del hambre, la desocupación y la miseria que sobrellevan la mayoría de los argentinos.


Como si no fueran suficientes los ejemplos antedichos, baste recordar al gobierno de Carlos Menem (1930-2021), de quien el presidente libertario ha dicho que fue “el mejor presidente de toda la historia. Nos inspiró a quienes creemos en la libertad a seguir su ejemplo”. Durante la década que gobernó al país hubo numerosos casos de corrupción entre los que se pueden mencionar la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, las irregularidades y sobreprecios en la construcción de la central hidroeléctrica de Yacyretá, el lavado de dinero de una banda internacional de narcotráfico, el ingreso al país de una docena de contenedores con mercaderías por valor de 600.000 dólares sin pagar impuestos, y las operaciones de venta de empresas del Estado con las cuales se amasaron enormes fortunas gracias al cobro de suculentas comisiones. En 1995, varios medios de prensa argentinos revelaron que varios directores del Banco Nación habían recibido 37 millones de dólares de la empresa norteamericana IBM a cambio de una contratación de servicios cotizados en 120 millones de dólares por encima del precio normal, algo que tres años más tarde fue reconocido por esos funcionarios, pero evitaron utilizar la palabra soborno y se refirieron a gratificaciones, gentilezas y reconocimientos por parte de la empresa tecnológica multinacional estadounidense. Y hechos de esta índole siguieron sucediendo en todos los gobiernos posteriores. La pregunta que surge espontáneamente es: ¿ha cambiado algo en la Argentina? ¿Hay que seguir teniendo paciencia ante la crisis social, tal como pidió el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación?
Son incontables los casos de corrupción conocidos, desde incluso, tal como se ha contado, antes de la Independencia en 1816. Ya en la época colonial existían prácticas corruptas en el manejo de los recursos y de la administración pública. Existen hechos y denuncias de corrupción a lo largo de la historia del país, un problema que se acentuó durante el siglo XX y que hoy sigue siendo estructural. Negociados, abuso de poder, sobornos, uso de recursos públicos para obtener apoyo político, tráfico de influencias, acumulación de riqueza de manera injustificada por parte de funcionarios, contrataciones de familiares o amigos en cargos públicos, en fin, la lista es interminable. En el caso particular del actual gobierno pueden mencionarse, entre muchos otros, el escándalo de los alimentos retenidos por el Ministerio de Capital Humano, una desaprensión que no sólo implicó la retención de alimentos destinados a los comedores comunitarios, sino que, además, destapó un esquema de sobresueldos en el mismo ministerio; los numerosos viajes al exterior del presidente de la Nación, sin agenda de Estado, costeados con fondos públicos; las ventas de tierras públicas hechas a puertas cerradas, sin licitación, para empresarios amigos del gobierno; la toma del control de áreas de gestión de gobierno por parte de alguna corporación afín al presidente; y ni que decir de la estafa de la criptomoneda $LIBRA, un caso que involucra tanto al presidente como a su hermana que motivó denuncias en Estados Unidos, España y China, y que está siendo investigado por la Corte Suprema de Nueva York.
Tras poco más de cuarenta años ininterrumpidos de una democracia genuflexa ante los intereses de las grandes empresas tanto nacionales como extranjeras, con una clase dirigente indolente que fue capaz de hacer cualquier cosa menos de sentir vergüenza, que permitió la germinación de la impunidad, el avance de la inequidad y el uso exagerado del doble discurso, parece que todo sigue igual o aún peor. Y ante esta realidad, el presidente libertario se limita a declarar que no hay plata para hacer frente a la crisis y, haciendo gala de su licenciatura en Economía, exclama fórmulas llenas de tecnicismos y especulaciones econométricas que nadie entiende. Es evidente que existía un hartazgo creciente con la política en una gran cantidad de argentinos que, sumidos en una sensación de fracaso colectivo, optaron por ensayar un salto al vacío en las últimas elecciones. Ante la continuidad de los privilegios de las elites gobernantes, algo que generó cada vez más irritación, buena parte de la sociedad votó por un personaje autoritario que, acompañado por funcionarios con funestos antecedentes, ni bien tomó el poder llevó adelante un recorte de los servicios públicos, una reducción de los subsidios a la energía y el transporte, la minimización de los planes sociales, la suspensión de las obras públicas, un recorte a las políticas de género y derechos humanos, el desfinanciamiento y cierre de instituciones culturales, una política de manos libres para las fuerzas de seguridad, etc. etc. ¿Y ahora? ¿Se debe seguir teniendo paciencia?


A pocos meses de asumir el cargo, el piloso mandamás dijo en su discurso ante la Asamblea Legislativa del Congreso de la Nación: “A los argentinos les pido sólo una cosa: paciencia y confianza. Falta un tiempo para que podamos percibir el fruto del saneamiento económico y de las reformas que estamos implementando”. Sin embargo, el costo que están pagando los argentinos por este “saneamiento económico” es enorme. Desde su asunción, se han perdido ciento quince mil puestos de trabajo en el sector público, ciento treinta mil empleos en el sector privado y veinticinco mil en el caso de los trabajadores de casas particulares; dejaron de existir más de trece mil pequeñas y medianas empresas; los salarios de los docentes universitarios cayeron un 40% y ya no pueden seguir enseñando en universidades estatales debido a sus bajos ingresos; se desfinanció a la Agencia Nacional de Discapacidad, por lo cual miles de personas con alguna discapacidad -a las que calificó como “idiotas”, “imbéciles” y “débiles mentales”- dejarán de percibir la pensión no contributiva por invalidez laboral; se precarizó laboralmente al personal de la salud pública con la baja de los salarios, la falta de insumos médicos y el deterioro de la infraestructura hospitalaria, algo cuyo mayor símbolo es la situación en el principal hospital pediátrico de Argentina, el Hospital Garrahan, el cual atiende por año unas seiscientas mil consultas y realiza unas diez mil cirugías a niños que llegan desde todos los rincones del país; y produjo un drástico recorte presupuestario al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), lo que obligó a muchos científicos a abandonar sus investigaciones por falta de recursos y salarios deprimidos, y llevó a numerosos ganadores del premio Nobel de Medicina, Física, Química y Economía de todo el mundo a expresar su preocupación por la “dramática devaluación de la ciencia argentina”.
Todo esto sin dejar de lado a los adultos mayores, uno de los sectores más perjudicados por las políticas del psicótico presidente, quienes no sólo sufren la pérdida del poder adquisitivo debido a sus paupérrimas jubilaciones, sino que también padecen la inmensa reducción de medicamentos gratuitos que ofrecía la obra social estatal de los jubilados y pensionados. Cuando la mayoría de ellos dicen cuando son entrevistados que “no llegan a fin de mes” y que “se están muriendo de hambre, el presidente les contesta que “si eso fuese cierto, las calles tendrían que estar llenas de cadáveres”. Como si eso fuera poco, cada miércoles cuando se manifiestan en la plaza frente al Congreso para reclamar un aumento de los haberes, la restitución de medicamentos y rechazar el ajuste del gobierno, son reprimidos con gases químicos, balas de goma y bastonazos. Incluso algunos de ellos son marcados con pintura para ser identificados. Además, el gobierno libertario ha paralizado las inversiones en las obras públicas, una actividad que es un pilar fundamental para el desarrollo económico y social de las naciones ya que estimula la producción nacional, la generación de empleos y estimula la demanda y el consumo. Este ajuste ha paralizado miles de proyectos en todo el país, afectando la construcción de escuelas, hospitales, viviendas, cunetas, desagües pluviales, cloacas, dragado de canales, nuevas autopistas, caminos rurales y pavimentación de rutas. Pero, a todo esto, el ministro de Desregulación y Transformación del Estado declaró: “cambió la tendencia, tengan paciencia”.
Poco tiempo transcurrió desde que “el León” -como lo llaman sus seguidores- asumiera la presidencia, para que varios psicoanalistas, psiquiatras, politólogos y periodistas, expusieran su diagnóstico conductual en los medios de prensa. Alguno afirmó que en el presidente había una incontinencia verborrágica agresiva, violenta, misógina y hostil; y agregó que no hacía falta hacer un diagnóstico psicológico para advertir que esos rasgos eran de un carácter incompatible con la democracia, porque en la democracia había reglas, había límites, no se podía decir cualquier cosa. Otro opinó que el presidente tenía una modalidad fascista, que sus modos de relacionarse eran modos fascistas. Otro declaró que el presidente tenía sus facultades mentales alteradas y era necesario que le hicieran una pericia psicológica. Otro estimó que su violencia atentaba contra la salud mental de la población. Otro dijo que no sabía si se burlaba de la gente o si tenía alguna descompensación. Otro consideró que había que ser cruel, despiadado y enfermo mental para festejar un déficit cero a costa del sufrimiento y el hambre de la gente. Otro creía que no era un personaje que estuviera equilibrado emocionalmente. Otro, que era un sádico que hacía sufrir a la gente; otro, que cada vez que habría la boca lanzaba una catarata de agresiones de todo tipo contra quienes consideraba sus enemigos; otro, que disfrutaba con la crueldad… En fin, la lista es larga.