5 de agosto de 2025

La paciencia de los argentinos

1) “Hay que tener paciencia, el país va a salir con raíces firmes”
Tras casi veinte meses de presidir a la Argentina un gobierno libertario, ultraconservador, neoliberal, anarcocapitalista o como quiera que se lo llame, la situación económica del 63% de los argentinos ha empeorado notoriamente. La incertidumbre política del gobierno es cada vez más notoria, y la desazón en materia social y económica se ha convertido en un motivo de inquietud considerable para los ciudadanos. No son pocos los reconocidos economistas, tanto nacionales como internacionales, que sostienen que la Argentina está a las puertas de otra crisis, que si la Argentina sigue endeudándose no podrá pagar la deuda externa, que las políticas del presidente están llenas de riegos que las hacen potencialmente muy dañinas para la economía y el pueblo de Argentina, que la reducción récord del gasto público -como el desfinanciamiento a la educación, a la salud, a los jubilados, a los discapacitados, a la obra pública, a la ciencia y a las provincias- fue a costa de decisiones unilaterales e ilegítimas, etc. etc. Una buena parte de la población que se había acostumbrado al desequilibrio emocional y a la descomunal agresividad del presidente, desde principios de este año ha comenzado a desaprobar su gestión, y su imagen está sufriendo un claro desgaste.
Ante esta situación, el mandatario afirma que “no hay camino corto hacia la grandeza, la paciencia y la perseverancia son fundamentales”; el ministro de Economía pide “confianza y paciencia”, y la ministra de Seguridad asegura que “hay que tener paciencia, el país va a salir con raíces firmes”. Paciencia, paciencia, paciencia… Todos los funcionarios hablan de paciencia. ¿Será como decía el filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) en su ensayo “Kritik der reinen vernunft” (Crítica de la razón pura) que la paciencia era la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte? ¿O como decía el escritor ruso Lev Tolstói (1828-1910) en su novela “Voiná i mir” (La guerra y la paz) que los dos guerreros más poderosos eran la paciencia y el tiempo? ¿O como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) en su obra “Götzen dämmerung” (El crepúsculo de los ídolos) que lo que no nos mata nos hace más fuertes? Vaya uno a saber. Mientras los noteros de los noticieros de la televisión le preguntan en la calle a la gente qué opinión tiene sobre las medidas económicas que estaba tomando el gobierno y la gran mayoría, con mayor o menor énfasis, hace hincapié en el brutal aumento de los precios de los alimentos y los medicamentos, la caída del salario real y de las jubilaciones, la exagerada elevación del costo de los servicios públicos, el crecimiento de la pobreza y la indigencia, la desatención a la educación y a la cultura, la desprotección de los sectores más vulnerables, etc., cada tanto algún entrevistado dice que, a pesar de todo, había que tener tolerancia y esperanza, que la situación iba a mejorar, que era necesario tener paciencia.
La utilización del sustantivo “paciencia”, ese que la Real Academia Española define como la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”, parece estar de moda. Pero, ¿es posible esperar con paciencia algo de un gobernante que dedica varias horas diarias a emitir opiniones, a anunciar medidas políticas y económicas o a insultar a sus opositores en sus redes sociales? Su incontinencia verbal y sus nebulosas convicciones socioeconómicas no hacen más que demostrar que, detrás de su autopercepción de persona instruida y elocuente, al igual que en la luna hay otra cara que permanece oculta: la de la cultura de la violencia y la crueldad, la que brilla esplendorosa como la luna en el cielo. Hay que tener mucho estoicismo para soportar los desatinos de semejante canalla. Pero no se trata sólo de tener paciencia y fortaleza de carácter ante la adversidad y el dolor, se trata también de tener algo de sapiencia, de instrucción, de cultura, y dejar de lado la inocencia, el hastío, la apatía, la pasividad y el desinterés. Es más que evidente lo necesario que son los aportes de la cultura y la concientización de los ciudadanos para que una sociedad prospere. Y en ese contexto, es válido recordar a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), el político y escritor que gobernó el país unos ciento cincuenta años atrás promoviendo con ahínco la educación pública, gratuita y laica, quien alguna vez escribió que las palabras “argentino” e “ignorante” se escribían con las mismas letras y que había que luchar para que no se transformaran en sinónimos. La cultura tiene que ser la memoria que un pueblo tiene de sí mismo, porque es la memoria del pasado la que le confiere identidad y le expresa lo que es en la actualidad.
Pero, ¿tiene memoria el pueblo argentino? ¿Recuerda la gente común la violencia, no sólo física sino también material y psicológica, que sufre sistemáticamente desde hace muchísimos años a manos de los dirigentes políticos corruptos y de sus secuaces y protectores, los grandes empresarios? Con el liberalismo imperante, impulsor del libre mercado, cada vez hay más dependencia económica, más miseria, más represión y algunos pocos ganadores en una sociedad donde el “sálvese quien pueda” parece ser la consigna principal. Y justamente esos ganadores son los dirigentes políticos y los grandes empresarios. Este sistema económico capitalista, a lo largo de los años, ha demostrado sobradamente su capacidad para regenerarse y dar nuevas respuestas para perpetuarse en el tiempo. 


Una muestra de ello es el neoliberalismo libremercadista, un sistema que ya no sólo domina a los hombres política o económicamente, sino que, además, lo hace culturalmente. Sus burócratas, de la mano de sus artífices, plantean falsos ejes de discusión y esgrimen toda clase de falacias para conquistar un lugar en la configuración oligárquica que detenta el poder hegemónico. Y, mientras la plutocracia predomina abierta o solapadamente de la mano de dirigentes políticos asociados a los grandes oligopolios, los dirigentes sindicales -que supuestamente representan a la clase trabajadora- anteponen su interés personal al bienestar colectivo. En el escenario de un país cuya cultura popular ha sido escamoteada y sojuzgada por las culturas minoritarias y elitistas, esa displicencia lo único que consigue es desorientar las luchas populares y decantarlas a favor de las camarillas que manejan a su antojo la economía. Está claro que los sectores privilegiados no ceden voluntariamente ante algún proyecto popular que busque implementar alguna reforma por más pequeña que ésta sea.
No es difícil llegar a la conclusión de que, en la actualidad, parece imperar una suerte de tiranía del pensamiento único, algo impuesto por un proceso propagandístico ejecutado a través de los modernos medios digitales de comunicación mediante los cuales se crea una realidad virtual, se domestica a la sociedad y se sistematiza su aculturación. Los desafíos comunicacionales en la era digital son enormes. Las redes sociales son las causantes de todas las aflicciones ya que han engendrado al demonio que gobierna. Y la actual tesitura argentina hasta se podría empalmar, con matices por supuesto, con la Alemania dominada por el nazismo, un régimen que sustituyó la razón por el embrutecimiento general del pueblo mediante el empleo de los medios de comunicación existentes por entonces como lo eran la radio y la incipiente televisión, y también mediante películas y noticieros cinematográficos. Es más, en Alemania se creó por primera vez en la historia un ministerio para exaltar la ideología del nazismo, a veces en forma sutil y otras en forma desvergonzada. Se llamó Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda, el cual era dirigido por Joseph Goebbels (1897-1945), un nefasto personaje que declaraba que una mentira repetida muchas veces, a la larga se convertía en verdad.
Algo parecido hizo Mussolini en Italia cuando creó el Ministerio de Cultura Popular, un organismo mediante el cual el líder fascista controló a la mayor parte de la prensa y la radio. Fundó el periódico “Il Popolo d'Italia” que se convirtió en el portavoz oficial del régimen fascista y en el cual se proclamaba que él había mejorado al pueblo italiano moral, material y espiritualmente. A la vez declaró ilegal a toda la prensa opositora y fundó una organización juvenil para “reorganizar a la juventud desde el punto de vista moral y físico, desde los ocho a los dieciocho años”. Sus discursos se caracterizaban por sus gritos ensordecedores y una exagerada gestualidad, algo que, inevitablemente, lleva a compararlo con las aparatosas diatribas del presidente libertario que gobierna el país, quien no para insultar a los periodistas que no coinciden con sus políticas y los acusa de “ensobrados”, “pauteros”, “esbirros manipuladores” que “están todos los días envenenando la vida a la gente con mentiras, calumnias, injurias, operando y tratando de que mi gobierno se caiga”. También ha vilipendiado a los opositores políticos llamándolos “repugnantes”, “basuras”, “liliputienses”, “siniestros”, “impresentables” y “parásitos mentales”; y otro tanto hizo los economistas críticos, a los que calificó de “econochantas”, “basuras”, “ratas inmundas”, “imbéciles”, “incapaces” e “infradotados”, entre muchas otras agresiones e injurias que comparte en redes sociales.
Sabido es que el fenómeno del crecimiento de las nuevas derechas es mundial y se está dando en varios países, un suceso marcado por la expansión de la subjetividad neoliberal, la exacerbación del individualismo y el crecimiento de los discursos autoritarios. Esto ha reunido principalmente a los jóvenes que se sienten atraídos por las ideas de un capitalismo sin normas y se movilizan por la falta de expectativas económicas y una serie de frustraciones sufridas en los últimos años. En las elecciones presidenciales de Argentina realizadas en octubre de 2023, la mitad de los menores de 35 años y siete de cada diez menores de 20 años, votaron por el candidato libertario. Estos jóvenes se sintieron fascinados por un discurso antisistema basado en ideas provocativas, populistas y soluciones simplistas para problemas complejos. En la campaña electoral les dijo que estaba muy comprometido con ellos, que entendía la desazón, la decepción con la clase política tradicional que sentían y les prometió darles la esperanza de que en más o menos dos años iban a tener estabilidad económica y oportunidades laborales para que no tuvieran que salir del país para poder trabajar y tener una buena vida. Casualmente (¿casualmente?) hace casi cien años, el nazismo había elegido a la juventud alemana como el público especial para sus mensajes de propaganda, y el fascismo decía representar la protesta de la juventud contra la vieja e ineficaz decadencia de la política.


No es casual tampoco que, así como Adolf Hitler (1889-1945) creó las Juventudes Hitlerianas para adoctrinar a los jóvenes en la ideología nazi, y Benito Mussolini (1883-1945) hizo lo propio creando las Juventudes Italianas del Littorio para supervisar e influir en las mentes de todos los jóvenes, el presidente argentino se apoya en los jóvenes que componen las Fuerzas del Cielo, su “guardia pretoriana”, su “brazo armado” (de celulares), como ellos mismos se autodefinen. Este grupo está compuesto mayoritariamente por tuiteros, influencers, tiktokers y algunos funcionarios -jóvenes menores de 30 años todos ellos- que, a través de las redes sociales, se presenta como un espacio de formación de dirigentes comprometidos con la defensa de las ideas y políticas del presidente, y busca ganar la “batalla cultural” frente a lo que califican como los temas impuestos por la izquierda. Su estética fascistoide y su impronta agitadora que fomenta la irritación, la inquietud y la incomodidad, no hacen más que generar confusión y caos. Tal como dice el historiador italiano Steven Forti (1981) en su libro “Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales”: “La crispación le sirve a la extrema derecha para crear caos: complica a los demás para contrarrestar su discurso, porque todo es muy rápido y no hay tiempo de intentar construir una estrategia de confrontación; entonces siempre son ellos quienes llevan la iniciativa. Este caos sirve también para esconder temas: que se hable de algunas cosas y no de otras”. Y es precisamente por medio de esta pandilla, su “núcleo duro”, el gobierno ha normalizado la violencia y estigmatizado todas las disidencias, cuestionando al sistema político y sus representantes, y negando el cambio climático y la violencia de género. Ante este sórdido panorama, ¿es posible tener paciencia?
Habitual divulgador de mentiras, el actual presidente ganó las elecciones presentándose como el enmendador de las demandas insatisfechas de la sociedad, prometiendo llevar adelante un programa de ajuste y estabilización de la economía, para lo que recurrió a un discurso anti “casta”, un término que utilizó para referirse a las élites políticas con cargos en el Estado. Sin embargo, siete de cada diez funcionarios del gobierno pertenecen a lo que el libertario clasificó como “casta”, una acepción que se ha vuelto ambigua y en la actualidad incluye a periodistas, académicos, sindicalistas, universitarios y militantes de izquierda. En síntesis, cualquier opositor político es susceptible de ser considerado como parte de la “casta”. ¡Cuánto cinismo! “Cosas veredes Sancho que no crederes”, decía el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en la destacada novela de Miguel de Cervantes (1547-1616), frase que hoy en día podría ser utilizada por cualquier persona pensante. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), decía en su ensayo “Das unbehagen in der kultur” (El malestar en la cultura) que la educación era “un factor clave en el desarrollo de la cultura” y que ella nos enseñaba “a reprimir nuestras pulsiones más primitivas en aras de un bienestar colectivo”. Probablemente el presidente, que se jacta de haber leído a Friedrich von Hayek (1899-1992), el fundador de la escuela austríaca de economía que impulsó el individualismo metodológico, a Murray Rothbard (1926-1995), el fundador y principal teórico del anarcocapitalismo que propuso lisa y llanamente la abolición del Estado, y a Milton Friedman (1912-2006), fundador de una escuela de economía neoclásica defensora del libre mercado, jamás leyó al Freud que aseguraba que “no puede admitirse que los motivos económicos sean los únicos que presiden la conducta de los hombres dentro de la sociedad”.
Sin embargo, en la actualidad la concepción neoliberal libremercadista se impone a la manera de “pensamiento único”, tomando a los seres humanos como seres económicos. Y lo hace de tal manera que, inclusive muchos de aquellos perjudicados en mayor medida por este sistema, comparten cándidamente los supuestos que se desprenden del mismo sin advertir que, para dicho sistema económico, más temprano que tarde pasarán a formar parte de aquello que el clérigo y demógrafo inglés Thomas Malthus (1766-1834) llamó “población excedente”, el economista también inglés John Maynard Keynes (1883-1946) definió como “población desmedida”, o el político conservador estadounidense Marco Antonio Rubio (1971) describió como “pasivo indeseable”. Con diversos matices a lo largo de la historia, esta situación socio-económica, ¿es algo novedoso en la Argentina? El común de las personas ¿tiene conciencia de ello? Viendo su sumisión a las redes sociales que difunden noticias falsas, imágenes retocadas y datos no contrastados con la intención deliberada de engañar, inducir al error, manipular las decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución o persona con el propósito de obtener ganancias económicas o rédito político, la respuesta parece ser que no, dado que la influencia de esos medios es tan grande que es prácticamente imposible pensar que la gente tome conciencia de la realidad. ¿O debe seguir teniendo paciencia?