2 de julio de 2020

Entremeses literarios (CCIII)


EL JUEGO DE LA VIDA
Salvador Robles Miras
España (1956)

Era un viejo pobre y solitario que jugaba a todas horas, hasta en sueños jugaba. Y jugaba a lo único que tenía: vida vivida. Al amanecer, se imaginaba que era un mocoso que correteaba por el patio de la casa familiar; por la mañana, el mocoso se convertía en un adolescente que se comía con los ojos a la hija del tendero de su pueblo natal; al mediodía, el adolescente se transformaba en un apuesto hombre que, acompañado por la hija del tendero, ya una bella mujer, cortejaba al futuro en la orilla de la playa; por la tarde, el hombre se transmutaba en un padre primerizo que, junto a la mujer bella y amada, ahora madre, caminaba por el parque empujando la sillita en la que dormía plácidamente un hermoso bebé; al anochecer, el padre era un viejo viudo que se introducía en la cama acompañado de los recuerdos coleccionados en sus ochenta y cinco años de existencia. De madrugada, en sueños, se lo pasaba en grande jugando al juego de la vida.


OFICINA DE RECLAMACIONES
Raúl Brasca
Argentina (1948)

Oficina Estatal de Reclamaciones. El probo funcionario abre la ventanilla a las nueve en punto de la mañana. A las nueve y un minuto se presenta el primer reclamante, el segundo llega un par de segundos más tarde. Luego, con un intervalo de seis segundos, van llegando los demás. La cola es cada vez más larga. A las diez de la mañana son ya doscientos los reclamantes que esperan su turno. Los que llegan después de las diez encuentran cerrada la puerta de la calle y no se les permiten entrar en la Oficina.
A partir de este momento, por lo tanto, el cálculo es fácil: teniendo en cuenta que el probo funcionario necesita seis minutos para despachar a cada uno de los reclamantes, necesita mil doscientos minutos, es decir, veinte horas para atender a las doscientas personas que ahora esperan su turno en la cola, es decir, mucho más tiempo del que dura la jornada laboral. Muchos reclamantes, por lo tanto, se encontrarán con la ventanilla cerrada. Cuando cumpla las ocho horas dentro de su jaula, el probo funcionario cerrará la ventanilla y volverá a su casa para enfrentarse un día más con una mujer que, con los años, ha perdido todas las pestañas.
Más de cuatro ciudadanos no tendrán pues más remedio que volver mañana a la Oficina de Reclamaciones si realmente quieren que el Estado, por mediación del probo funcionario, atienda sus legítimas reclamaciones.


EL DISCURSO DEL HOMBRE INVISIBLE
Francisco Rodríguez Criado
España (1967)

- Y por lo que a mí respecta -sentenció el hombre invisible tras un largo e interesante discurso-, no soy más que lo veis.
La muchedumbre, que no veía nada, se dio media vuelta y abandonó en silencio la plaza, sintiéndose estafada. En verdad le habían gustado las palabras que allí habían escuchado, pero vivían en una sociedad -como ocurre con la actual- que premiaba no lo que se decía sino quién lo decía. Y resultaba del todo inaceptable aplaudir a un hombre que no daba la cara… El hombre invisible, avergonzado, se retiró adonde nadie pudiera verle.


LOS DOS POLÍTICOS
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.
- La recompensa que yo más deseo -dijo el primer político- es la gratitud de mis conciudadanos.
- Eso sería muy gratificante, sin duda -dijo el segundo político-, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.
Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:
- ¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recom­pensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.
Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos.


EL ÚLTIMO BOMBÓN
Sir Helder Amos
Venezuela (1990)

Ese domingo, se paró más temprano de lo usual porque al fin había llegado su día. Así que tan pronto abrió los ojos corrió a su tocador y tras rebuscar por unos minutos en sus gavetas lo encontró. El último bombón, de la caja de chocolates que había comprado hace años, antes de que la pandemia empezara, lucía tan delicado y apetitoso como siempre. Con nerviosismo lo tomó en sus manos y miró el calendario, la última vez que se había comido uno de esos había sido en su cumpleaños, meses atrás, y de tan sólo pensar que ese era el último de la caja le ponía los pelos de punta. Porque debido a la pandemia y el ataque alienígena, habían quedado confinados en sus casas viviendo de las provisiones básicas que el gobierno les daba, las cuáles nunca incluían bombones.
A pesar de que sus manos temblaban de la emoción, logró quitarle el envoltorio y apreció la belleza del chocolate por un momento, su color marrón oscuro le parecía inigualable. Luego se lo llevo a la nariz y lo olió, haciendo que su dulce y fuerte olor despertara aún más sus sentidos. Sin embargo, se tomó un momento antes de llevárselo a la boca, porque quería estar segura de que estaba preparada para disfrutarlo y degustarlo al máximo, al no saber cuándo podría tener otro de esos. Al sentirse lista, cerró los ojos y abrió la boca lentamente, pero mientras se llevaba el bombón a la boca...
- ¿Qué es eso, mami?
Su pequeño estaba parado en la puerta de la habitación mirándola lleno de curiosidad.
- ¡Ay! -gritó la mujer, pegando un brinco y casi soltando el bombón-. ¡Me asustaste, bebé! Esto es un chocolate, un dulce que comíamos y disfrutábamos hace mucho tiempo, incluso antes de que tú nacieras, -le explicó, mirando el bombón, luego a su hijo, luego al bombón de nuevo-. ¿Quieres probarlo? Es el último...
El pequeño asintió con la cabeza y corrió a donde estaba su madre, y arrancándole el bombón de la mano, muy egoístamente, se lo metió completo en su pequeña boquita en menos de un segundo. Tan pronto lo saboreó, el rostro del niño se iluminó y con una gran sonrisa anunció:
- ¡Está delicioso! ¡Nunca había probado algo tan rico!
- Sí que lo es esta, -estuvo de acuerdo la madre, quien sintió el dulce sabor del chocolate en su boca a pesar de no haberlo probado.


INFELICIDAD
Nicolás Jarque Alegre
España (1977)

Aguardaba el autobús debajo de una marquesina, cuando dos ancianos empezaron a reprocharse. La mujer no soportaba de su marido que dejase la pasta dentífrica fuera de su cubilete, que fuese tan despistado con las tareas domésticas ni sus cigarros a escondidas; el hombre le replicaba el exceso de sal en las comidas y el control férreo que sometía a todos sus actos. Entonces, recordé las disputas constantes de mis padres, la impotencia que sentía por asistir al intercambio de improperios y el miedo a que la familia se resquebrajase en cualquier momento. Por eso, al llegar a casa, le pregunté a Olga: “¿Me seguirás recriminando mi impuntualidad, que deje los platos sucios de la cena para el día siguiente o los domingos de sofá?”. “Sí, por supuesto”, me contestó con sinceridad y, por evitar que alguien en el futuro -quizás unos hijos- padeciesen nuestra infelicidad, recogí mis cosas y me marché.


LA JUSTICIA DE LOS ELEMENTOS
Henry van Dyke
Estados Unidos (1852-1933)

El asesino con corona había agotado todos sus recursos. Había contado una última mentira, pero ni sus sirvientes le creyeron. Había lanzado una última amenaza, pero ya nadie le temía. Había querido dar un último golpe de violencia y crueldad, pero ya no tenía fuerzas. Cuando vio su imagen reflejada en los ojos de los hombres, advirtió el daño causado en el mundo, sintió miedo y exclamó:
- Que la tierra me trague.
La tierra se abrió y lo tragó, pero él había hecho tanto mal y derramado tanta sangre, que la tierra volvió a abrirse y lo escupió.
El asesino gritó entonces:
- Que el mar me lleve.
Y las olas lo envolvieron. Pero él había llenado las profundidades con tantos huesos de hombres inocentes, que el mar no lo toleró y lo envió de vuelta a la orilla.
El asesino gritó entonces:
- Que el aire me lleve.
Y soplaron grandes vientos que lo remontaron. Pero el aire puro no soportó su peso y lo dejó caer.
Mientras caía, el asesino gritó:
- Que el fuego me dé refugio.
El mismo fuego con el cual él había arrasado hogares sintió un enorme regocijo, y las llamas se avivaron a medida que el asesino se acercaba.
- Bienvenido -aulló el fuego-. ¡Sé mi esclavo!
El asesino entendió entonces que no había esperanzas para él en la justicia de los elementos.


TRAGEDIA
Vicente Huidobro
Chile (1893-1948)

María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga. Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo. Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante. ¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo. Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.


MEDIA HORA LARGA
Beatriz Alonso Aranzábal
España (1963)

Dedicó veinticinco minutos a escribir un alegato a favor (o en contra) del asunto candente en su red social. Cuatro a responder a un email de trabajo. Tres a atender una llamada. Dos a pedir cita en el taller. Un minuto a compartir un curioso vídeo entre sus contactos. Treinta segundos a pedir un taxi. Quince a ponerse el abrigo. Un segundo a despedirse de su hijo con un beso.


LA DICHA DE VIVIR
Leopoldo Lugones
Argentina (1874-1938)

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
- Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
- Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
- Así lo creía y por eso vengo.
- ¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
- Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.

1 de julio de 2020

Charles Baudelaire, el poeta condenado


Charles Pierre Baudelaire nació en la calle Hautefeuille de París, Francia, el 9 de abril de 1821, en plena época de la Restauración. Su padre, Joseph Francois, era un ex-seminarista, profesor de dibujo y pintor que con más de sesenta años engendró al futuro escritor al que le enseñaría las primeras letras. Tenía un hijo de su primer matrimonio: Claude Alphonse. Su madre Caroline dio a luz a Charles cuando no había cumplido los treinta. Seis años después, al morir el padre, su viuda se casó en segundas nupcias con el comandante Jacques Aupick (1789-1857). Baudelaire que conservaba de los primeros años de su infancia un grato recuerdo de su padre, rápidamente sintió animadversión por el nuevo esposo de su madre, un sentimiento que, al parecer, fue recíproco, lo que conllevó conflictos familiares que se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.
En la época en que sucedieron las jornadas revolucionarias de junio de 1830 que obligaron a abdicar al ultra absolutista monarca Carlos X de Borbón (1757-1836) para ser substituido por Luis Felipe de Orleans (1773-1850), el padrastro de Baudelaire consiguió la graduación de teniente coronel y tuvo que desplazarse a Lyon. Allí Baudelaire fue internado en el Collége Royal, del que guardaría un mal recuerdo. Cuando volvieron a ascender a su padrastro, esta vez a general del Estado Mayor, la familia regresó a París y el joven pasó entonces al internado del Collège Louis le Grand, donde al cabo de dos años, en 1839, fue expulsado sin que se sepa todavía el porqué, aunque consiguió aprobar el examen de grado superior.
A pesar de sentir una clara vocación por las letras tras la lectura de Charles Sainte Beuve (1804-1869), André Chénier (1762-1794) y Alfred de Musset (1810-1857), se matriculó en 1840 en la Facultad de Derecho de la Université de Paris, curiosamente junto con otros poetas como Gustave Le Vavasseur (1819-1896) y Ernest Prarond (1821-1909). Dos años antes, a los diecisiete, había escrito sus primeros versos, que serían ya característicos.
Poco después, inició su afición a la vida bohemia y disipada caracterizada por sus continuos choques con el ambiente familiar y su inclinación hacia las drogas. Por entonces se vinculó con jóvenes poetas del Barrio Latino y empezó a frecuentar prostíbulos. A través de una extraña relación con "Louchette", una prostituta de origen hebreo, fue quizá que contrajo una enfermedad venérea que estaría latente toda su vida y que motivaría más adelante su poema "Une nuit que j'étais près d'une affreuse juive" (Una noche que estaba junto a una horrible judía). Su círculo de amistades literarias, mientras tanto, se fue ensanchando: Honoré de Balzac (1799-1850), Charles Sainte Beuve (1804-1869) y Gérard de Nerval (1808-1855) entre otros.
Para alejarlo de ese ambiente, su padre adoptivo lo embarcó en el buque Paquebot des Mers du Sud con destino a Calcuta el 9 de junio de 1841. El viaje fue interrumpido a mitad de camino por una tempestad y el joven conflictivo, enfermo y deprimido psicológicamente, regresó desde la isla Reunión en otro barco. La aventura imprimió una profunda huella en el poeta. Fruto de esa experiencia surgieron sus poemas "À une dame créole" (A una dama criolla) y "Le voyage " (El viaje).
En 1842, nuevamente en París, entabló amistad con Théophile Gautier (1811-1872) y Théodore de Banville (1823-1891) y, al cumplir los veintiún años, recibió la herencia de su padre biológico (75.000 francos) que le permitió independizarse. Abandonó entonces el piso familiar y se instaló en un pequeño apartamento del Hôtel de Lauzun junto al río Sena. En el pequeño teatro situado en la rue Saint Jacques del Barrio Latino, el Théâtre du Panthéon, conoció a Jeanne Duval (1820-1862), una actriz mulata nacida en Haití de la que se enamoró y a quien dedicaría varios de sus más brillantes y controvertidos poemas: "Le balcon" (El balcón), "Parfum exotique" (Perfumes exóticos), "La chevelure" (La cabellera) y "Le serpent qui danse" (La serpiente que danza).
Los continuos derroches obligaron a su padrastro a controlar la herencia, dándole una pequeña cantidad trimestral. Cambió entonces de domicilio y para conseguir dinero, comenzó a publicar de forma anónima. Se instaló en un hotel por 350 francos al año y es allí donde formó el "Club des Haschischins" (Club de fumadores de haschis). Baudelaire tomaba opio en forma de láudano desde joven, pero el haschis era, en aquellos días, signo de estatus en los círculos literarios.
En septiembre de 1844, su madre consiguió que se nombrara a un asesor judicial como su administrador. La tarea recayó en el notario de Neully, un funcionario completamente ajeno a la literatura que no perdió jamás de vista los intereses de su patrimonio y sólo le asignó una pequeña renta mensual, situación que profundizó sus conflictos familiares. En la correspondencia del escritor figuran testimonios, casi diarios, de los sufrimientos que soportó en el curso de los veintidós años de vida que le quedaban, y durante los cuales, a pesar de la miseria, la enfermedad, las deudas y también el hambre, pudo sin embargo, desarrollar su obra.
Su primera publicación, firmada Baudelaire-Dufäys fue "Le salon" (El salón, 1845), un libro de crítica de arte en el que elogió la obra de pintores como Eugène Delacroix (1798-1863) y Édouard Manet (1832-1883), por entonces todavía muy discutidos. Paralelamente, la revista "L'artiste" publicó el antes mencionado poema "A una dama criolla" que fuera compuesto en la isla Mauricio, durante una escala en su fallido viaje de 1841.
Este mismo año, como las deudas se acumulaban incesantemente, planeó con la Duval un falso suicidio. Baudelaire, luego de dejarle sus escritos a Banville y pedirle a su amigo el químico Louis Ménard (1822-1901) que le preparase ácido prúsico, se hizo un pequeño corte en el pecho con un cuchillo en un cabaret de la calle Richelieu. El fraude sirvió para que su padrastro cancelara alguna de sus deudas. Luego fue hospedado por su madre hasta su curación y, una vez recuperado, volvió a vivir con su amante en el barrio Ile Saint Louis.
Durante 1846 publicó algunos poemas y ensayos en las revistas "Corsaire-Satan", "L'espirit public" y "L'artiste", y al año siguiente publicó bajo el seudónimo de Charles Dufays su único cuento, "La Fanfarlo", en el "Bulletin de la société des gens de lettres" con notables influencias de Balzac. Por entonces leyó a Ernst T. A. Hoffmann (1776-1822) y Edgar Allan Poe (1809-1849), escritores por él considerados vanguardistas. Con el autor de "The fall of the House of Usher" (La caída de la Casa Usher) y "The pit and the pendulum" (El pozo y el péndulo), entre muchísimas otras obras, quedó conmovido hasta el punto de dedicarse durante diecisiete años a traducir toda su producción, traducciones que, por entonces, fueron las únicas existentes en francés.
En febrero de 1848 tuvo lugar en París la revolución que derrocó al gobierno corrupto de Luis Felipe I y provocó la llegada al poder de la Segunda República francesa. Baudelaire estuvo en las barricadas y escribió para el periódico de tendencia socialista "Le salut publique". Durante la revolución trabó amistad con el pintor Gustave Courbet (1819-1877) quien más adelante pintaría un retrato suyo, y con Auguste Poulet Malassis (1825-1878), activo participante en la insurrección y futuro editor de sus obras. Su madre, mientras tanto, se marchó a Estambul acompañando a su esposo que había sido nombrado embajador. Cuando en 1851 Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873) dio un golpe de estado y asumió todos los poderes, Baudelaire estaba enfurecido, quizá también porque designó a su padrastro como embajador en Madrid.
En 1855 se celebró en París una Exposición Universal y Baudelaire recibió el encargo de hacer la crítica de los salones de pintura, cosechando con ello un gran éxito, al tiempo que, al fallecer su padrastro, reanudó la relación epistolar con su madre. Por fin, el 25 de junio de 1857 apareció la principal obra del poeta "Les fleurs du mal" (Las flores del mal), una recopilación de poemas trabajados minuciosamente durante ocho años que Baudelaire había vendido al editor Poulet Malassis el 30 de diciembre del año anterior.
Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública y las buenas costumbres, y la edición fue confiscada por mandato judicial. A pesar de que la élite literaria francesa salió en su defensa, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en el libro desaparecieron en las ediciones posteriores (la censura no se levantó hasta 1949). El poeta fue procesado en medio del escándalo general azuzado por el periodista Gustave Bourdin (1820-1870) en la edición del 5 de julio del periódico conservador "Le Figaro", en el que aseguraba que la obra era "un libro lleno de monstruosidades; un hospital abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón". Dos semanas después, a pesar de la intervención del crítico literario Édouard Thierry (1813-1894) -quien publicó un elogioso artículo en el "Moniteur universel" del 14 de julio-, el procurador general requirió una acción judicial contra el poeta, su editor y el impresor. Así pues, el 20 de agosto Baudelaire fue llevado a comparecer ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena al entender "que las piezas incriminadas, debido a su realismo grosero y ofensivo, conducían necesariamente a la excitación de los sentidos".
En su defensa, Baudelaire respondió: "Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a una puta de a cinco francos que una vez me acompañó al Louvre, donde ella nunca había estado, y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias". A pesar de su condena, en 1859 y 1860 el Ministerio de Instrucción Pública le concedió una ayuda de 300 francos, pero ante el público quedó identificado, incluso hasta mucho después de su muerte, con la depravación y el vicio. Amargado, incomprendido, Baudelaire se aisló aún más.
Su siguiente obra, "Les paradis artificiels" (Los paraísos artificiales, 1860), es un relato de sus experiencias con las drogas en el cual se percibe una notable influencia de Thomas de Quincey (1785-1859), el periodista, crítico y escritor británico autor de "Confessions of an english opium eater" (Confesiones de un opiómano ingles) que había aparecido publicado en el "London Magazine" en 1821 y que se caracterizó por ser un agudo crítico del decadentismo de la sociedad inglesa en general. Ya por entonces, Baudelaire leía con admiración -y cierta desconfianza- a dos escritores todavía desconocidos: Stéphane Mallarmé (1842-1898) y Paul Verlaine (1844-1896) quienes, cinco años después, comenzaron a reconocerlo como uno de sus maestros.
En esta época también vieron la luz los artículos "Richard Wagner et Tannhäuser à Paris" (Richard Wagner y el Tannhaüser en París) -aparecido en la "Revue européenne"-, y "Le peintre de la vie moderne" (El pintor de la vida moderna) -publicado por "Le Figaro"-, opúsculos en los que elogió a los artistas Richard Wagner (1813-1883) y Constantin Guys (1802-1892) respectivamente, a quienes consideraba como la síntesis de un arte nuevo. También publicó algunos poemas en "L'artiste", "Le boulevard" y "La presse" -lo que no alivió su precaria condición económica- y presentó su candidatura a la Academia Francesa, postulación que fracasó debido a la oposición de los académicos.
Por entonces sus ataques crónicos se agudizaron con trastornos nerviosos, cólicos y dolores musculares, y las cápsulas de éter y el opio eran sus compañeros inseparables. Se empeñó entonces en la segunda edición de "Las flores del mal", la que, sin los seis poemas censurados en 1857, incluyó unos treinta y cinco textos inéditos. Escribió también varios artículos, entre ellos uno sobre "Les misérables" (Los miserables) de Victor Hugo (1802-1885), y un ensayo sobre la novela "Madame Bovary" (La señora Bovary) de Gustave Flaubert (1821-1880), escritor que también había sido juzgado por inmoral pero, a diferencia de Baudelaire, fue declarado inocente.
A partir de abril de 1864 y hasta marzo de 1866 vivió en Bélgica a cubierto de sus acreedores y en donde pensaba tener mayor libertad. Pronunció una serie de conferencias sobre sus pintores favoritos y su obra "Los paraísos artificiales" que no tuvieron el éxito esperado, e intentó publicar sus obras, un proyecto que naufragó muy pronto por falta de editor. Desilusionado por esta experiencia escribió "Belgique deshabillée" (Bélgica al desnudo). Todo esto lo desanimó sensiblemente en los meses siguientes hasta que, el 4 de febrero de 1866, sufrió un ataque de parálisis cerebral en la iglesia de Saint Loup de Namur seguido de la pérdida del habla y su madre hizo que lo llevasen de nuevo a París.
De regreso en su ciudad natal fue internado en la clínica del doctor Guillaume Émile Duval (1825-1899), un reputado especialista en salud mental. Simultáneamente se publicaban algunos de sus poemas en "La vie parisienne" y en la "Revue de París" otros seis poemas en prosa titulados "Le spleen de París" (El hastío de París). Mientras tanto su enfermedad se agravó rápidamente y su vida no fue ya más que una lenta agonía que se prolongó durante un año. Visitado por sus amigos y cuidado por su madre hasta sus últimos momentos, falleció el 31 de agosto de 1867, a la edad de 46 años. Fue enterrado en el cementerio de Montparnasse al lado de su padrastro y en cuyo mausoleo reposaría también su madre cuatro años después.
A su funeral asistieron un centenar de amigos y escritores. La Société des Gens de Lettres no envió a ningún delegado. Idéntica inacción mostraron los periódicos locales. Solamente el escritor Edmond de Goncourt (1822-1896), autor de un valioso testimonio sobre la sociedad literaria parisina de fines del siglo XIX al que llamó "Journal" (Diario) escribió impiadosamente: "La locura del artista, del escritor, hace que se los sobrestime una vez muertos; del mismo modo que la guillotina contribuye al ascenso de la escritura de los guillotinados en los catálogos de autógrafos".
Póstumamente se publicaron muchas de sus obras que permanecían inéditas y su correspondencia. Así, fueron apareciendo con el correr de los años "Les épaves" (Los despojos), "Curiosités esthétiques" (Curiosidades estéticas), "Fusées" (Cohetes), "Mon coeur mis à nu" (Mi corazón al desnudo) y los "Journaux intimes" (Diarios íntimos). El reconocimiento, tanto de la crítica como de la sociedad en general, como suele suceder, llegaría mucho tiempo después. Fue necesario esperar hasta 1902 para la inauguración de un monumento en su honor en el cementerio de Montparnasse y hasta 1922 para que comenzaran a publicarse sus obras completas.
Baudelaire fue con toda justicia el iniciador de la poesía moderna. En sus obras vertió la experiencia dolorosa de su vida, muchas veces de modo simbólico, mezclando su obsesión por la muerte, la sensualidad y el misticismo. "Perdido en las fealdades de este mundo y atrapado por las multitudes -escribió-, soy un hombre cansado cuyo ojo no alcanza a ver, en la hondura de los años, sino inquietudes y amarguras, viendo ante mí tan sólo un huracán en el que nada nuevo se contiene, vacío de dolor y de enseñanzas".
Y, acaso premonitoriamente, en uno de los textos de sus diarios puede leerse: "El mundo va a acabarse. No es en especial por las instituciones políticas como se vendrá a manifestar por cierto la ruina universal, sino por la vileza a que llegarán los corazones. ¿Es preciso que diga que lo poco que quedará de lo político se debatirá entre la opresión de una animalidad ya general, y que los gobernantes se van a ver forzados, para mantenerse y proyectar un fantasma de orden, a recurrir a medios que harían estremecer nuestra humanidad de hoy, sin embargo ya tan endurecida? Esos tiempos están quizá muy próximos; ¿quién sabe si no han llegado ya, y si el pesado espesamiento de la que es nuestra naturaleza no es el único obstáculo que impide que apreciemos ese medio en el cual respiramos?".