Entre 1969 y 1975 un breve
texto apócrifo de Julio Cortázar (1914-1984) desencadenó -a través del autor de
“Rayuela”- una compleja red de enredos internacionales. Una especie de caso
policial al mejor estilo de Erle Stanley Gardner (1889-1970), el reconocido
autor de la narrativa policial creador del personaje Perry Mason, en los que
tuvieron que ver los escritores argentinos Abelardo Castillo (1935-2017) y Elvio
Gandolfo (1947), el matemático y editor uruguayo Jaime Poniachik (1943-2011), el
poeta español Félix Grande (1937-2014), el escritor estadounidense H.P. Lovecraft (1890‑1937), el escritor y
periodista mexicano Edmundo Valadés (1915-1994) y el propio Cortázar. Desde
1968, Francisco Gandolfo (1921-2008) y su hijo Elvio editaban en Rosario una
revista cultural con un curioso nombre extraído de un poema del escritor
peruano César Vallejo (1892-1938): “El Lagrimal Trifurca”, la que fue
apareciendo cada vez que pudo hasta dejar de publicarse ocho años después, en
1976, después de trece números aparecidos. Hacia fines de 1969, recibieron una
carta de Jaime Poniachik, un amigo que más adelante se convertiría en un generador
inagotable de acertijos y paradojas para revistas como “Satiricón”, “Humor y
Juegos” y “Cacumen”.
En ese entonces Poniachik
estaba empeñado en una traducción de “The hunting of the Snark” (La caza del
Snark) del escritor inglés Lewis Carroll (1832-1898), un empeño que se vio
frustrado cuando la editorial Brújula editó otra traducción. En la misma carta
les informó a sus amigos que había llegado a sus manos un cuentito inédito de
Cortázar por intermedio de la fotógrafa Sara Facio (1932-2024), quien era amiga
del editor Francisco Porrúa (1922-2014), quien era amigo de Cortázar y que se
lo había cedido para una posible revista de aparición incierta. El cuento decía
así: “Ese era un dado egocéntrico. Cayera como cayera, siempre caía de cara, y
con la misma sonrisa entonaba: soy yo, soy yo. Le hacíamos las mil y una al
pobre dado: lo lanzábamos desde el balcón, adentro del plato de sopa, o justo
antes de que se sentara tía Albertina (105 kilos), lo poníamos sobre el banco.
Los insultos de tía no nos incumbían: se los cargábamos al dado. Pero igual
volvíamos a arrojarlo y zácate, caía de cara y dale cantar: soy yo, soy yo, soy
yo. Una vez al Beto se le ocurrió limarle las aristas. Estuvimos como dos días
sin parar hasta que quedó hecho una bolita. Vamos a ver si ahora cantas, dijo
el Beto, y lo lanzó sobre las baldosas del patio. Apenas tocó el suelo, el dado
empezó a decir: puta que te parió, puta que te parió. Y continuó rodando sin
parar y meta cantar: puta que te parió, puta que te parió, puta que te parió...”.
Elvio Gandolfo sabía que Porrúa era asesor literario de la Editorial Sudamericana y director de Ediciones Minotauro, y recordaba vagamente que Facio había diseñado un “rayuelómetro” para leer “Rayuela”. Sin embargo, como director de la revista, decidió no publicarlo porque le pareció un texto flojo. Hacia 1972, Francisco Gandolfo empezó a publicar unas plaquetas alargadas y desplegables en las que incluía -por lo general- a poetas jóvenes. En cierta oportunidad, una de las ocho caras que tenía la publicación quedó en blanco ya que no tenía otros poemas publicables a mano. Entonces recordó el texto de la carta, lo exhumó de unos desvencijados biblioratos y lo imprimió allí, reproduciendo el breve fragmento de la carta de Poniachik que indicaba su procedencia, sin sospechar la compleja maquinaria que ponía en marcha.
El primer indicio de sus efectos fue una breve nota incluida en el diario “La Capital” de Rosario el 11 de junio de 1972, en una columna cultural escrita por Alberto Vila Ortiz (1935-2014). Ese diario -decano de la prensa argentina- solía dedicar poca atención a la cultura y a los escritores locales menores de cien años. Sin embargo, esa vez “El dado egocéntrico” había hechizado al comentador de la plaqueta, que afirmó en su columna: “Se completa esta entrega con una pequeña página inédita de Julio Cortázar, que como el dado de esa historia llegó hasta el lagrimal rodando, diciendo soy yo, soy yo. Como esos poemas que Cortázar escribió alguna vez en un antiguo viaje a Europa y que sus poseedores guardan celosamente, o cierta foto en Praga o en Viena -no recordamos- de Cortázar casi de espaldas, este cuentito pertenece a ese tipo de obra que está iluminada por la obra total del autor. El tiempo las irá agregando, lentamente, a la memoria de todos, que es la verdadera forma que deben tener las obras completas, con sus hallazgos, sus olvidos, sus páginas secretas compartidas por dos o tres personas, poco más”.
En aquella época (en la
que abundaban las revistas literarias buenas y entretenidas, Abelardo Castillo
editaba en Buenos Aires “El Escarabajo de Oro”, sucesora de “El Grillo de Papel”
y antecesora de “El Ornitorrinco”. Colaboraban en la edición Humberto
Costantini (1924-1987), Haroldo Conti (1925-1976), Alejandra Pizarnik
(1936-1972), Ricardo Piglia (1941-2017), Miguel Briante (1944-1995) y Liliana
Heker (1943). En México, por otra parte, Edmundo Valadés, viejo amigo de Juan
Rulfo (1917-1986), publicaba “El cuento”, una espléndida y heterodoxa revista
de relatos de todo tipo y procedencia. A ambas revistas Gandolfo les enviaba
sus publicaciones en canje y ambas publicaron “El dado egocéntrico”. También lo
publicó la revista “Cuadernos Hispanoamericanos” de Madrid en enero de 1973.
Uno de sus integrantes, el poeta Félix Grande (entusiasta admirador de “Rayuela”),
se puso a fantasear con el texto en una extensa nota titulada “El romance del
dado y la ratita” que decía así: “En esto, el famoso primo de Cortázar llamado
el Beto, encantado por aquella frase de mi artículo que dice que Cortázar nos
certifica el sagrado derecho a la desobediencia, me pasó con disimulo un
pequeño papel que yo imaginé octavilla y que no dejaba de serlo: era un relato
de Julio Cortázar, y cuando acabé de leerlo en voz alta se comprobó que decía
así: (transcripción textual del cuento) y a continuación ¡Pero qué dado tan
encantador!, clamó suavemente, con abundante lenocinio en la voz, la ratita
desobediente, emergiendo desde la remota tía Albertina y acompañada de Hamelina
y del avieso Forges. Y añadió: Dime cómo te llamas, majo... El dado,
abalanzándose hacia ella y citando una frase famosa de ‘La casa de Bernardo
Alba’, susurró: ¡Me llamo el dado Paredro!, ¡ven que te tiente! Y más adelante:
...vimos todos cómo el dado Paredro y la ratita desobediente se besaban en la
boca en señal de matrimonio. Inútilmente, Cortázar trataba de apaciguar el
ruido de risas y felicitaciones y grititos orgiásticos, con intención de tocar
la trompeta...”.
Elvio Gandolfo sabía que Porrúa era asesor literario de la Editorial Sudamericana y director de Ediciones Minotauro, y recordaba vagamente que Facio había diseñado un “rayuelómetro” para leer “Rayuela”. Sin embargo, como director de la revista, decidió no publicarlo porque le pareció un texto flojo. Hacia 1972, Francisco Gandolfo empezó a publicar unas plaquetas alargadas y desplegables en las que incluía -por lo general- a poetas jóvenes. En cierta oportunidad, una de las ocho caras que tenía la publicación quedó en blanco ya que no tenía otros poemas publicables a mano. Entonces recordó el texto de la carta, lo exhumó de unos desvencijados biblioratos y lo imprimió allí, reproduciendo el breve fragmento de la carta de Poniachik que indicaba su procedencia, sin sospechar la compleja maquinaria que ponía en marcha.
El primer indicio de sus efectos fue una breve nota incluida en el diario “La Capital” de Rosario el 11 de junio de 1972, en una columna cultural escrita por Alberto Vila Ortiz (1935-2014). Ese diario -decano de la prensa argentina- solía dedicar poca atención a la cultura y a los escritores locales menores de cien años. Sin embargo, esa vez “El dado egocéntrico” había hechizado al comentador de la plaqueta, que afirmó en su columna: “Se completa esta entrega con una pequeña página inédita de Julio Cortázar, que como el dado de esa historia llegó hasta el lagrimal rodando, diciendo soy yo, soy yo. Como esos poemas que Cortázar escribió alguna vez en un antiguo viaje a Europa y que sus poseedores guardan celosamente, o cierta foto en Praga o en Viena -no recordamos- de Cortázar casi de espaldas, este cuentito pertenece a ese tipo de obra que está iluminada por la obra total del autor. El tiempo las irá agregando, lentamente, a la memoria de todos, que es la verdadera forma que deben tener las obras completas, con sus hallazgos, sus olvidos, sus páginas secretas compartidas por dos o tres personas, poco más”.
A todo esto, Jaime Poniachik había recibido la plaqueta en la que aparecía “El dado egocéntrico”, y también había leído el número de “El Escarabajo de Oro” que reproducía el texto. Entonces se comunicó con la redacción de “El lagrimal trifurca” y aclaró: “Eso no es de Cortázar. Lo escribí yo”. Julio Cortázar, por su parte, llegaba a París proveniente de uno de sus numerosos viajes y, al revisar el buzón, se encontró con una serie de materiales que lo llevaron a escribir una extensa carta dirigida a sus “Infectos amigos”, en la que discutía con energía y humor un par de interpretaciones de su obra, pero que parecía tener como centro espectacular al dado egocéntrico, que no dejaba de girar. El título de la carta era extenso: “La agarrada a patadas o el despertar de los monstruos o más sobre dados y ratitas o la respuesta del involuntario pero vehemente responsable: precisiones necesarias a Carlos Curutchet, a Félix Grande y al pugilista del Escarabajo de Oro”. La carta apareció en el número de febrero de 1974 de “Cuadernos Hispanoamericanos”: “El gaucho Félix, en un momento dado se refiere a un texto mío que un supuesto primo también mío y llamado el Beto le habría pasado, texto que se apresura a reproducir en su totalidad. No tiene título, es brevísimo, excelente y su protagonista es un dado. Como la casualidad hace bien las cosas, a mi llegada a París no sólo encontré esto sino un número de ‘El Escarabajo de Oro’ (agosto- septiembre de 1972) en el que también figura dicho texto. Al presentarlo, Abelardo Castillo le pone un copete donde se dan las simplísimas explicaciones siguientes: a) El texto apareció en una revista de Rosario llamada ‘Lagrimal trifulca’ (sic); b) La revista citada indica que lo recibieron por intermedio de Facio, que para mí sólo puede ser Juan Esteban Fassio, autor de una célebre máquina para leer ‘Rayuela’, el cual lo habría cedido a Jaime Poniachik, presumible director de la trifulca en cuestión; c) El tal Beto, mi primo según Félix, sería el puente entre una de las dos revistas y el inocente guitarrero madrileño que no perdió tiempo en incluirlo en su estudio. Tiene algo de penoso que tantas precisiones y medios paréntesis sean propiamente al cuete, por la mera razón de que ese texto no es mío. Sí, viejos, han leído bien, qué le vachaché. Se trata de un pastiche muy inteligente y que celebro como fraternal homenaje a mi mundo de cronopios, pero no es del Julio. Se sabe que en su vejez le pidieron a Matisse que identificara un cuadrito sobre el cual había dudas, y que luego de mucho mirarlo les dijo a los expertos que era tan incapaz de reconocerlo como de negarlo. Yo también estoy viejo, pero si algo sé es que en un texto mío jamás ha figurado ni figurará la interjección zácate, qué me parece obscena y centroamericana. Heaki (sic) lo que pasa, don Abelardo, cuando se publican textos sin primero mandarle dos líneas al supuesto autor para que autorice al ‘Escarabajo’ a transportarlo sobre su quitinoso lomo. En cuanto a vos, Félix Grande, no tenés otra culpa que la de quererme tanto, cosa que por lo demás también sé de Abelardo, sin hablar del desencadenante de todas estas catástrofes bibliográficas, porque este jodido que nos ha metido a todos en el baile (se refiere a Curutchet) ya está camino de la ducha, lo han frotado con el linimento que perfuma los gimnasios y nos espera en el café de la esquina para beber el vinito de la amistad, probablemente con nuevas y asombrosas explicaciones de mis cuentos y novelas”.
A esta altura del girar de
su dado, Jaime Poniachik se sentía entre orgulloso e incómodo. Con respeto y
humildad, decidió pedir disculpas postales a quien, durante varios meses, en
varios países, había pasado por autor del texto. Poco después (el 13 de abril
de 1975), Cortázar le respondió: “Gracias por su carta y su libro, que leeré
apenas mis muchos viajes de esta época me den un respiro. No tiene por qué
excusarse de su broma, que no llegaba a mayores; peores cosas me han hecho, sin
tomarse el trabajo de pedir disculpas. ‘El dado egocéntrico’ se trata de un
pastiche muy inteligente y que celebro como fraternal homenaje a mi mundo de
cronopios, pero no es el de Julio. Como tal vez haya leído por ahí, su
divertido texto (que prueba su talento mimético sin la menor duda) me dio la
ocasión de escribir unas páginas en las que a mi vez me entretuve a costa del
buen amigo Abelardo Castillo que se había ensartado con su broma. Yo creo que
cuando se procede sin mala intención, estas cosas son divertidas y útiles, y
que los argentinos deberían hacerlas con más frecuencia, para agilizar las
relaciones entre escritores, que son siempre almidonadas, broncosas y
narcisistas. Ya ve que no me preocupó su broma y que ahora le agradezco muy
cordialmente sus envíos. Hasta siempre, un saludo muy cordial. Julio Cortázar”.
En el nº 12 de la revista “El
Péndulo” (tercera época) aparecida en octubre de 1986, Elvio Gandolfo publicó
un artículo titulado “El caso del egocéntrico”, en el cual desentrañó toda la
historia. Como conclusión expresó: “Utilicé aquí sólo los datos y textos de los
que tengo conocimiento. Nada me cuesta imaginar dados traducidos al francés, al
inglés o al búlgaro, por personas que nunca leyeron la aclaración de Cortázar,
o reproducciones en español en otras revistas. En su corta trayectoria como
hijo de Julio Cortázar, ‘El dado egocéntrico’ convenció a más de un
cortazarista, multiplicó la extensión propia por varias veces en textos que
también lo tuvieron de protagonista y demostró ampliamente su poder. Lo más
lógico sería que a la larga integrase no las obras completas de Cortázar (salvo
como una traviesa nota al pie) sino las de Jaime Poniachik. A veces pienso, sin
embargo, que tampoco él es el autor del texto, que fue elegido por el dado como
médium para aparecer ante el mundo. Algo que ocurre con mucha frecuencia en la
literatura”.