Desde 1968, Francisco Gandolfo y su hijo Elvio, editaban en Rosario una revista cultural con un curioso nombre extraído de un poema de César Vallejo: "El lagrimal trifurca", la que fue apareciendo cada vez que pudo hasta morir ocho años después, en 1976 después de 13 números aparecidos. Hacia fines de 1969, recibieron una carta de Jaime Poniachik, un amigo que más adelante se convertiría en un generador inagotable de acertijos y paradojas para revistas como "Satiricón", "Humor y Juegos" y "Cacumen".
En ese entonces Poniachik estaba empeñado en una traducción de "La caza del Snark", de Lewis Carroll (empeño que se vio frustrado cuando la editorial Brújula editó otra traducción). En la misma carta les informó que había llegado a sus manos un cuentito inédito de Cortázar por intermedio de Fassio, que era amigo de Porrúa, que era amigo de Cortázar y que se lo había cedido para una posible revista de aparición incierta. El cuento decía así:
"Ese era un dado egocéntrico. Cayera como cayera, siempre caía de cara, y con la misma sonrisa entonaba: soy yo, soy yo. Le hacíamos las mil y una al pobre dado: lo lanzábamos desde el balcón, adentro del plato de sopa, o justo antes de que se sentara tía Albertina (105 kilos), lo poníamos sobre el banco. Los insultos de tía no nos incumbían: se los cargábamos al dado. Pero igual volvíamos a arrojarlo y zácate, caía de cara y dale cantar: soy yo, soy yo, soy yo. Una vez al Beto se le ocurrió limarle las aristas. Estuvimos como dos días sin parar hasta que quedó hecho una bolita. Vamos a ver si ahora cantas, dijo el Beto, y lo lanzó sobre las baldosas del patio. Apenas tocó el suelo, el dado empezó a decir: puta que te parió, puta que te parió. Y continuó rodando sin parar y meta cantar: puta que te parió, puta que te parió, puta que te parió..."
Elvio Gandolfo sabía que Porrúa era asesor literario de la Editorial Sudamericana y director de Ediciones Minotauro, y recordaba vagamente que Fassio había diseñado un rayuelómetro para leer "Rayuela". Sin embargo, como director de la revista, decidió no publicarlo porque le pareció un texto flojo.
Hacia 1972, Francisco Gandolfo empezó a publicar unas plaquetas alargadas y desplegables en las que incluía -por lo general- a poetas jóvenes. En cierta oportunidad, una de las ocho caras que tenía la publicación quedó en blanco ya que no tenía otros poemas publicables a mano. Entonces recordó al viejo original de Cortázar. Lo desenterró de unos desvencijados biblioratos y lo imprimió allí, reproduciendo el breve fragmento de la carta de Poniachik que indicaba su procedencia, sin sospechar la compleja maquinaria que ponía en marcha.
El primer indicio de sus efectos fue una breve nota incluida en el diario "La Capital" de Rosario el 11 de junio de 1972, en una columna cultural escrita por Alberto Vila Ortiz. Ese diario -decano de la prensa argentina- solía dedicar poca atención a la cultura y a los escritores locales menores de cien años. Sin embargo, esa vez "El dado egocéntrico" había hechizado al comentador de la plaqueta, que afirmó en su columna: "Se completa esta entrega con una pequeña página inédita de Julio Cortázar, que como el dado de esa historia llegó hasta el lagrimal rodando, diciendo soy yo, soy yo. Como esos poemas que Cortázar escribió alguna vez en un antiguo viaje a Europa y que sus poseedores guardan celosamente, o cierta foto en Praga o en Viena -no recordamos- de Cortázar casi de espaldas, este cuentito pertenece a ese tipo de obra que está iluminada por la obra total del autor. El tiempo las irá agregando, lentamente, a la memoria de todos, que es la verdadera forma que deben tener las obras completas, con sus hallazgos, sus olvidos, sus páginas secretas compartidas por dos o tres personas, poco más".
En aquella época (en la que abundaban las revistas literarias buenas y entretenidas), Abelardo Castillo editaba en Buenos Aires "El Escarabajo de Oro", sucesora de "El Grillo de Papel" y antecesora de "El Ornitorrinco". Colaboraban en la edición Liliana Heker, Ricardo Piglia, Humberto Constantini, Miguel Briante, Alejandra Pizarnik y Haroldo Conti. En México, por otra parte, Edmundo Valadés, viejo amigo de Juan Rulfo, publicaba "El cuento", una espléndida y heterodoxa revista de relatos de todo tipo y procedencia. A ambas revistas Gandolfo les enviaba sus publicaciones en canje, y ambas publicaron "El dado egocéntrico".
Elvio Gandolfo sabía que Porrúa era asesor literario de la Editorial Sudamericana y director de Ediciones Minotauro, y recordaba vagamente que Fassio había diseñado un rayuelómetro para leer "Rayuela". Sin embargo, como director de la revista, decidió no publicarlo porque le pareció un texto flojo.
Hacia 1972, Francisco Gandolfo empezó a publicar unas plaquetas alargadas y desplegables en las que incluía -por lo general- a poetas jóvenes. En cierta oportunidad, una de las ocho caras que tenía la publicación quedó en blanco ya que no tenía otros poemas publicables a mano. Entonces recordó al viejo original de Cortázar. Lo desenterró de unos desvencijados biblioratos y lo imprimió allí, reproduciendo el breve fragmento de la carta de Poniachik que indicaba su procedencia, sin sospechar la compleja maquinaria que ponía en marcha.
El primer indicio de sus efectos fue una breve nota incluida en el diario "La Capital" de Rosario el 11 de junio de 1972, en una columna cultural escrita por Alberto Vila Ortiz. Ese diario -decano de la prensa argentina- solía dedicar poca atención a la cultura y a los escritores locales menores de cien años. Sin embargo, esa vez "El dado egocéntrico" había hechizado al comentador de la plaqueta, que afirmó en su columna: "Se completa esta entrega con una pequeña página inédita de Julio Cortázar, que como el dado de esa historia llegó hasta el lagrimal rodando, diciendo soy yo, soy yo. Como esos poemas que Cortázar escribió alguna vez en un antiguo viaje a Europa y que sus poseedores guardan celosamente, o cierta foto en Praga o en Viena -no recordamos- de Cortázar casi de espaldas, este cuentito pertenece a ese tipo de obra que está iluminada por la obra total del autor. El tiempo las irá agregando, lentamente, a la memoria de todos, que es la verdadera forma que deben tener las obras completas, con sus hallazgos, sus olvidos, sus páginas secretas compartidas por dos o tres personas, poco más".
También lo publicó la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" de Madrid en enero de 1973. Uno de sus integrantes, el poeta Félix Grande (entusiasta admirador de "Rayuela"), se puso a delirar con el texto en una extensa nota titulada "El romance del dado y la ratita" que decía así: "En esto, el famoso primo de Cortázar llamado el Beto, encantado por aquella frase de mi artículo que dice que Cortázar nos certifica el sagrado derecho a la desobediencia, me pasó con disimulo un pequeño papel que yo imaginé octavilla y que no dejaba de serlo: era un relato de Julio Cortázar, y cuando acabé de leerlo en voz alta se comprobó que decía así: (transcripción textual del cuento) y a continuación ¡Pero qué dado tan encantador!, clamó suavemente, con abundante lenocinio en la voz, la ratita desobediente, emergiendo desde la remota tía Albertina y acompañada de Hamelina y del avieso Forges. Y añadió: Dime cómo te llamas, majo... El dado, abalanzándose hacia ella y citando una frase famosa de La casa de Bernardo Alba, susurró: ¡Me llamo el dado Paredro!, ¡ven que te tiente! Y más adelante: ...vimos todos cómo el dado Paredro y la ratita desobediente se besaban en la boca en señal de matrimonio. Inútilmente, Cortázar trataba de apaciguar el ruido de risas y felicitaciones y grititos orgiásticos, con intención de tocar la trompeta...".
A todo esto, Jaime Poniachik había recibido la plaqueta en la que aparecía "El dado egocéntrico", y también había leído el número de "El Escarabajo de Oro" que reproducía el texto. Entonces se comunicó con la redacción de "El lagrimal trifurca" y aclaró: "Eso no es de Cortázar. Lo escribí yo". Julio Cortázar, por su parte, llegaba a París proveniente de uno de sus numerosos viajes, y al revisar el buzón se sncontró con una serie de materiales que lo llevaron a escribir una extensa carta dirigida a sus "Infectos amigos", en la que discutía con energía y humor un par de interpretaciones de su obra, pero que parecía tener como centro espectacular al dado egocéntrico, que no dejaba de girar. El título de la carta era extenso: "La agarrada a patadas o el despertar de los monstruos o más sobre dados y ratitas o la respuesta del involuntario pero vehemente responsable: precisiones necesarias a Carlos Curutchet, a Félix Grande y al pugilista del Escarabajo de Oro".

A esta altura del girar de su dado, Jaime Poniachik se sentía entre orgulloso e incómodo. Con respeto y humildad, decidió pedir disculpas postales a quien durante varios meses, en varios países, había pasado por autor del texto. Poco después (el 13 de abril de 1975), Cortázar le respondió: "Gracias por su carta y su libro, que leeré apenas mis muchos viajes de esta época me den un respiro. No tiene por qué excusarse de su broma, que no llegaba a mayores; peores cosas me han hecho, sin tomarse el trabajo de pedir disculpas. Como tal vez haya leído por ahí, su divertido texto (que prueba su talento mimético sin la menor duda) me dio la ocasión de escribir unas páginas en las que a mi vez me entretuve a costa del buen amigo Abelardo Castillo que se había ensartado con su broma. Yo creo que cuando se procede sin mala intención, estas cosas son divertidas y útiles, y que los argentinos deberían hacerlas con más frecuencia, para agilizar las relaciones entre escritores, que son siempre almidonadas, broncosas y narcisistas. Ya ve que no me preocupó su broma y que ahora le agradezco muy cordialmente sus envíos. Hasta siempre, un saludo muy cordial. Julio Cortázar".
Es posible imaginar que "El dado egocéntrico" haya sido traducido al francés, al inglés o al búlgaro, por personas que nunca leyeron la aclaración de Cortázar, o reproducciones en español, en otras revistas. En su corta trayectoria como hijo de Julio Cortázar, "El dado egocéntrico" convenció a más de un cortazarista, multiplicó la extensión propia por varias veces en textos que también lo tuvieron de protagonista y demostró ampliamente su poder. Lo más lógico sería que a la larga integrase no las obras completas de Cortázar (salvo como una traviesa nota al pie) sino las de Jaime Poniachik.