26 de septiembre de 2007

Cortázar, Poniachik y el dado egocéntrico

Entre 1969 y 1975 un breve texto apócrifo de Julio Cortá­zar desencadenó -a través del dado protagonista- una compleja red de caram­bolas internacionales. Una especie de caso policial al mejor estilo de Erle Stanley Gardner, en el que tuvieron que ver Elvio Gandolfo, Jaime Poniachik, Félix Grande, H.P. Lovecraft, Abelardo Casti­llo, el propio Cortázar y Ed­mundo Valadés.
Desde 1968, Francisco Gandolfo y su hijo Elvio, editaban en Rosario una revista cultural con un curioso nombre extraído de un poema de César Vallejo: "El lagrimal trifurca", la que fue apareciendo cada vez que pudo hasta morir ocho años después, en 1976 después de 13 números aparecidos. Hacia fines de 1969, recibieron una carta de Jaime Poniachik, un amigo que más adelante se convertiría en un generador inagotable de acertijos y paradojas para revistas como "Satiricón", "Humor y Juegos" y "Cacumen".
En ese entonces Poniachik estaba empeñado en una traducción de "La caza del Snark", de Lewis Carroll (empeño que se vio frustrado cuando la editorial Brújula editó otra traducción). En la misma carta les informó que había llegado a sus manos un cuentito inédito de Cortázar por intermedio de Fassio, que era amigo de Porrúa, que era amigo de Cortázar y que se lo había cedido para una posible revista de aparición incierta. El cuento decía así:
"Ese era un dado ego­céntrico. Cayera como caye­ra, siempre caía de cara, y con la misma sonrisa ento­naba: soy yo, soy yo. Le ha­cíamos las mil y una al pobre dado: lo lanzábamos desde el balcón, adentro del plato de sopa, o justo antes de que se sentara tía Albertina (105 kilos), lo poníamos sobre el banco. Los insultos de tía no nos incumbían: se los cargá­bamos al dado. Pero igual volvíamos a arrojarlo y záca­te, caía de cara y dale can­tar: soy yo, soy yo, soy yo. Una vez al Beto se le ocurrió limarle las aristas. Estuvimos como dos días sin parar has­ta que quedó hecho una bo­lita. Vamos a ver si ahora cantas, dijo el Beto, y lo lanzó sobre las baldosas del patio. Apenas tocó el suelo, el da­do empezó a decir: puta que te parió, puta que te parió. Y continuó rodando sin parar y meta cantar: puta que te pa­rió, puta que te parió, puta que te parió..."
Elvio Gandolfo sabía que Porrúa era asesor literario de la Editorial Sudamericana y director de Ediciones Minotauro, y recordaba vagamente que Fassio había diseñado un rayuelómetro para leer "Rayuela". Sin embargo, como director de la revista, decidió no publicarlo porque le pareció un texto flojo.
Hacia 1972, Francisco Gandolfo empezó a publicar unas plaquetas alargadas y desplegables en las que incluía -por lo general- a poetas jóvenes. En cierta oportunidad, una de las ocho caras que tenía la publicación quedó en blanco ya que no tenía otros poemas publicables a mano. Entonces recordó al viejo original de Cortázar. Lo desenterró de unos desvencijados biblioratos y lo imprimió allí, reproduciendo el breve fragmento de la carta de Poniachik que indicaba su procedencia, sin sospechar la compleja maquinaria que ponía en marcha.
El primer indicio de sus efectos fue una breve nota incluida en el diario "La Capital" de Rosario el 11 de junio de 1972, en una columna cultural escrita por Alberto Vila Ortiz. Ese diario -decano de la prensa argentina- solía dedicar poca atención a la cultura y a los escritores locales menores de cien años. Sin embargo, esa vez "El dado egocéntrico" había hechizado al comentador de la plaqueta, que afirmó en su columna: "Se completa esta entrega con una pequeña página inédita de Julio Cortázar, que como el dado de esa historia llegó hasta el lagri­mal rodando, diciendo soy yo, soy yo. Como esos poe­mas que Cortázar escribió alguna vez en un antiguo viaje a Europa y que sus po­seedores guardan celosamente, o cierta foto en Praga o en Viena -no recordamos- de Cortázar casi de espal­das, este cuentito pertenece a ese tipo de obra que está iluminada por la obra total del autor. El tiempo las irá agregando, lentamente, a la memoria de todos, que es la verdadera forma que deben tener las obras completas, con sus hallazgos, sus olvi­dos, sus páginas secretas compartidas por dos o tres personas, poco más".
En aquella época (en la que abundaban las revistas literarias buenas y entretenidas), Abelardo Castillo editaba en Buenos Aires "El Escarabajo de Oro", sucesora de "El Grillo de Papel" y antecesora de "El Ornitorrinco". Colaboraban en la edición Liliana Heker, Ricardo Piglia, Humberto Constantini, Miguel Briante, Alejandra Pizarnik y Haroldo Conti. En México, por otra parte, Edmundo Valadés, viejo amigo de Juan Rulfo, publicaba "El cuento", una espléndida y heterodoxa revista de relatos de todo tipo y procedencia. A ambas revistas Gandolfo les enviaba sus publicaciones en canje, y ambas publicaron "El dado egocéntrico".
También lo publicó la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" de Madrid en enero de 1973. Uno de sus integrantes, el poeta Félix Grande (entusiasta admirador de "Rayuela"), se puso a delirar con el texto en una extensa nota titulada "El romance del dado y la ratita" que decía así: "En esto, el famoso pri­mo de Cortázar llamado el Beto, encantado por aquella frase de mi artículo que dice que Cortázar nos certifica el sagrado derecho a la deso­bediencia, me pasó con disi­mulo un pequeño papel que yo imaginé octavilla y que no dejaba de serlo: era un rela­to de Julio Cortázar, y cuan­do acabé de leerlo en voz alta se comprobó que decía así: (transcripción textual del cuento) y a continuación ¡Pero qué dado tan encantador!, clamó suavemente, con abun­dante lenocinio en la voz, la ratita desobediente, emergiendo desde la remota tía Albertina y acompañada de Hamelina y del avieso Forges. Y añadió: Dime cómo te llamas, majo... El dado, abalanzándose hacia ella y citando una frase famosa de La casa de Bernardo Alba, susurró: ¡Me llamo el dado Paredro!, ¡ven que te tiente! Y más adelante: ...vimos to­dos cómo el dado Paredro y la ratita desobediente se be­saban en la boca en señal de matrimonio. Inútilmente, Cortázar trataba de apaci­guar el ruido de risas y felici­taciones y grititos orgiásti­cos, con intención de tocar la trompeta...".
A todo esto, Jaime Poniachik había recibido la plaqueta en la que aparecía "El dado egocéntrico", y también había leído el número de "El Escarabajo de Oro" que reproducía el texto. Entonces se comunicó con la redacción de "El lagrimal trifurca" y aclaró: "Eso no es de Cortázar. Lo escribí yo". Julio Cortázar, por su parte, llegaba a París proveniente de uno de sus numerosos viajes, y al revisar el buzón se sncontró con una serie de materiales que lo llevaron a escribir una extensa carta dirigida a sus "Infectos amigos", en la que discutía con energía y humor un par de interpretaciones de su obra, pero que parecía tener como centro espectacular al dado egocéntrico, que no dejaba de girar. El título de la carta era extenso: "La agarrada a patadas o el despertar de los monstruos o más sobre dados y ratitas o la respuesta del involuntario pero vehemente responsable: precisiones necesarias a Carlos Curutchet, a Félix Grande y al pugilista del Escarabajo de Oro".
La carta apareció en el número de fe­brero de 1974 de "Cuadernos Hispanoamericanos": "El gaucho Félix, en un momento dado se refiere a un texto mío que un supuesto primo también mío y llamado el Beto le habría pasado, tex­to que se apresura a repro­ducir en su totalidad. No tiene título, es brevísimo, excelente y su protagonista es un dado. Como la casualidad hace bien las cosas, a mi llegada a París no sólo encontré ésto sino un número de El Escarabajo de Oro (agosto- septiembre de 1972) en el que también figura dicho texto. Al presentarlo, Abelardo Castillo le pone un copete donde se dan las simplísimas explicaciones siguientes: a) El texto apareció en una re­vista de Rosario llamada Lagrimal trifulca (sic); b) La re­vista citada indica que lo re­cibieron por intermedio de Fassio, que para mí sólo puede ser Juan Esteban Fas­sio, autor de una célebre má­quina para leer Rayuela, el cual lo habría cedido a Jai­me Poniachik, presumible di­rector de la trifulca en cues­tión; c) El tal Beto, mi primo según Félix, sería el puente entre una de las dos revistas y el inocente guitarrero madrileño que no perdió tiempo en incluirlo en su estudio. Tiene algo de penoso que tantas precisiones y me­dios paréntesis sean propia­mente al cuete, por la mera razón de que ese texto no es mío. Sí, viejos, han leído bien, qué le vachaché. Se trata de un pastiche muy inteligente y que celebro como fraternal homenaje a mi mundo de cronopios, pero no es del Ju­lio. Se sabe que en su vejez le pidieron a Matisse que iden­tificara un cuadrito sobre el cual había dudas, y que lue­go de mucho mirarlo les dijo a los expertos que era tan incapaz de reconocerlo co­mo de negarlo. Yo también estoy viejo, pero si algo sé es que en un texto mío jamás ha figurado ni figurará la interjección zácate, qué me parece obscena y centroamericana. Heaki (sic) lo que pasa, don Abelardo, cuando se publican textos sin primero mandarle dos líneas al su­puesto autor para que auto­rice al Escarabajo a transportarlo sobre su quitinoso lomo. En cuanto a vos, Félix Grande, no tenes otra culpa que la de quererme tanto, cosa que por lo demás tam­bién sé de Abelardo, sin ha­blar del desencadenante de todas estas catástrofes bi­bliográficas, porque este jo­dido que nos ha metido a to­dos en el baile ya está camino de la ducha, lo han frota­do con el linimento que per­fuma los gimnasios y nos es­pera en el café de la esquina para beber el vinito de la amistad, probablemente con nuevas y asombrosas expli­caciones de mis cuentos y novelas (se refiere a Curutchet)".
En el mismo número de "Cuadernos Hispanoamericanos", Félix Grande redactaba una extensa respuesta a la carta de Cortázar, bajo el título "Nadando en las paredes", en la que vuelve a reproducir a pie de página el texto multiplicador para goce de los lectores y donde además se mostraba nostálgico por su corta existencia cortazariana. Después de diversas agudezas sobre la paternidad de Cortázar y citando al gran cronopio en persona (¿Dónde empieza y termina nuestra libertad? ¿Qué escribimos? ¿Quién escribe?), expresa claramente la réplica en este párrafo: "Primero, me sorprendió que una página tan memorable y ácrata no fuese tuya. Luego, no comprendí tu des­dén por la palabra zácate, tan hermosa. Más tarde, su­puse -sin entusiasmo- que en un instante de debilidad habías resuelto ver en el es­pejo únicamente el rostro tuyo, en lugar de la multitud y la nada. Después, me sorprendió la grandeza del clandestino autor del dado al renunciar a una porción de gloria. Y, finalmente, Julio, he logrado entenderlo todo: tu desdén y tu súbita fijación en el YO eran meras simulacio­nes que encubrían tu modes­tia atroz. Lo demás fue senci­llo. Se trataba de recordar a Lovecraft: en el primer tercio del siglo, algunos admirados amigos del narrador oscuro comenzaron a aportar te­mas, imágenes, horrores, para el bestiario del maestro. Le sugirieron lecturas, nom­bres de dioses, culturas apa­gadas, rasgos para los Pri­mordiales, en un afán de colaboración que se les convirtió en destino. Era el homenaje de unos deslumbrados, y a su afán se le llamó más tarde, en las historias de la Literatura, El círculo de Lovecratf. Te imaginé pensán­dote como centro de otro cír­culo en embrión, temiendo esa situación central privilegiada y rechazándola, ofus­cado por la modestia".
A esta altura del girar de su dado, Jaime Poniachik se sentía entre orgulloso e incómodo. Con respeto y humildad, decidió pedir disculpas postales a quien durante varios meses, en varios países, había pasado por autor del texto. Poco después (el 13 de abril de 1975), Cortázar le respondió: "Gracias por su carta y su libro, que leeré apenas mis muchos viajes de esta época me den un respiro. No tiene por qué excu­sarse de su broma, que no llegaba a mayores; peores cosas me han hecho, sin to­marse el trabajo de pedir dis­culpas. Como tal vez haya leído por ahí, su divertido texto (que prueba su talento mimético sin la menor duda) me dio la ocasión de escribir unas páginas en las que a mi vez me entretuve a costa del buen amigo Abelardo Casti­llo que se había ensartado con su broma. Yo creo que cuando se procede sin mala intención, estas cosas son divertidas y útiles, y que los ar­gentinos deberían hacerlas con más frecuencia, para agilizar las relaciones entre escritores, que son siempre almidonadas, broncosas y narcisistas. Ya ve que no me preocupó su broma y que ahora le agradezco muy cordialmente sus envíos. Hasta siempre, un salu­do muy cordial. Julio Cortázar".
Es posible imaginar que "El dado egocéntrico" haya sido traducido al francés, al inglés o al búlgaro, por personas que nunca leyeron la aclaración de Cortázar, o reproducciones en español, en otras revistas. En su corta trayectoria como hijo de Julio Cortázar, "El dado egocéntrico" convenció a más de un cortazarista, multiplicó la extensión propia por varias veces en textos que también lo tuvieron de protagonista y demostró ampliamente su poder. Lo más lógico sería que a la larga integrase no las obras completas de Cortázar (salvo como una traviesa nota al pie) sino las de Jaime Poniachik.