Tal es el caso de Lewis Carroll (1832-1898), autor de los libros "Alice's adventures in Wonderland" (Alicia en el País de las Maravillas, 1865) y "Through the looking glass, and what Alice found there" (Alicia a través del espejo, 1872) entre otros. Carroll entregó una visión enteramente nueva de la infancia: frente a la concepción de que un chico no significa ni puede aportar nada hasta que llegue a ser adulto, Carroll describió su mundo autónomo, en el que todo es incierto y los acontecimientos traspasan los límites de la lógica. Con "Alicia en el País de las Maravillas" inició una revolución en el lenguaje, desarrollando el significado mágico de las palabras y apartando las estructuras de la realidad de sus leyes enteramente lógicas. A partir de esta obra, Carroll fue considerado por algunos críticos como un auténtico precursor de la literatura moderna y como el creador de las nuevas tendencias literarias que encuentran vigencia en la actualidad.
Al analizar, muy someramente, la obra de este autor, cabe preguntarse si realmente este tipo de literatura puede ser considerada lectura de adolescentes. Lo que es indudable es la estrecha relación de la personalidad del autor con el mundo infantil y su profundo interés por él, debido quizá a vivencias personales de su infancia y adolescencia (etapa que no logró traspasar, según algunos críticos), lo cual lo llevó a una incapacidad de comunicación con los adultos. Este hecho, unido a un intento de evasión de la realidad, hizo que Lewis Carroll encontrase en los niños unos excelentes interlocutores. Sin embargo, afirmar que su literatura está destinada únicamente a ellos parece erróneo, como numerosos estudios y el tiempo mismo han demostrado.
Otro tanto sucede con Jonathan Swift (1667-1745), creador de la conocidísima obra "Gulliver's travels" (Los viajes de Gulliver, 1726), un pionero de la literatura fantástica y, ante todo, un autor reconocido como uno de los escritores satíricos más grandes de Europa. Las críticas a la sociedad de la época contenidas en sus textos fueron corrosivas y feroces, lo que probablemente explique las causas del desplazamiento hacia un ámbito de lectores infantiles a que se vio sometida su obra, al partir de la premisa de que éstos se sienten atraidos generalmente por la forma, sin duda apasionante, y no llegan a comprender el contenido crítico de los relatos de este tipo. El crítico y ensayista John Bullitt (1895-1960) en "Jonathan Swift and the anatomy of satire" (Jonathan Swift y la anatomía de la sátira, 1953) estimó que este autor prolongó la tradición moralista de la época, pero que "la creación de islas y reinos de ficción es un pretexto para fustigar con una indignación salvaje la brutalidad y la tontería humanas".
En Julio Verne (1828-1905), también se encuntran otro tipo de lecturas subterráneas que poco a poco fueron siendo descubiertas. Durante muchos años, su obra fue considerada como literatura de recreo y descanso, despojada, por lo tanto, de cualquier intención o significado complejo. La obra de Verne se redujo para muchos de sus lectores a la propuesta que hizo en 1863 su editor, Pierre Hetzel (1814-1886): "Las obras aparecidas y las que tienen que aparecer de Julio Verne tienen el propósito de resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos amasados por la ciencia moderna, y de rehacer bajo la forma atrayente y pintoresca que le es propia, la historia del universo".
En Julio Verne (1828-1905), también se encuntran otro tipo de lecturas subterráneas que poco a poco fueron siendo descubiertas. Durante muchos años, su obra fue considerada como literatura de recreo y descanso, despojada, por lo tanto, de cualquier intención o significado complejo. La obra de Verne se redujo para muchos de sus lectores a la propuesta que hizo en 1863 su editor, Pierre Hetzel (1814-1886): "Las obras aparecidas y las que tienen que aparecer de Julio Verne tienen el propósito de resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos amasados por la ciencia moderna, y de rehacer bajo la forma atrayente y pintoresca que le es propia, la historia del universo".
Aquí estamos delante del Verne que durante decenios fue leído como un fabulador de aventuras de un positivismo humano, objetivo y burgués. No hay duda de que las novelas de Verne son metáforas de la época, como apunta el semiólogo Roland Barthes (1915-1980): "Las teorías vernianas están ligadas a las tareas técnicas del siglo industrial: usufructo de la tierra, explotación de las minas, apertura de rutas, de las vías férreas. Esta roturación se vincula al desciframiento de la naturaleza, de hacerla rendir, de dotarla de rentabilidad". Toda la simbología que recorre sus novelas está unida al industrialismo, a la idea de progreso, a la idea de que la técnica, dominando la Naturaleza, hará de la tierra un edén y al hombre más libre.
Así fueron descubriéndose sus perfiles más legítimos, sus obsesiones, sus esencias más peculiares.
Para Michel Foucault (1926-1984), uno de los filósofos más interesantes y originales del siglo XX, "los relatos de Verne están maravillosamente penetrados de discontinuidades, el texto que narra se rompe a cada instante, cambia de signo, se invierte. Detrás de los personajes positivos reina todo un teatro de sombras con sus rivalidades y luchas nocturnas, como si el subconsciente del autor se viera asaltado de pronto por cierto antipositivismo, por sombras que nublan su visión del mundo". Pero donde el filósofo francés ha ido más lejos es en la concepción del sabio que descubre a Verne: para el autor de los "Viajes Extraordinarios", el sabio está situado siempre en el lugar de lo imperfecto. En el peor de los casos encarna el mal, o bien es un exiliado, o un suave maniático. Al sabio siempre le falta algo. "De ahí un principio general: saber e imperfección están ligados; y una ley de proporcionalidad: cuanto más inteligente es el sabio, más perverso, demente y ajeno al mundo es; en cambio, cuanto más positivo, más se equivoca. De todos modos -sigue explicando Foucault- el sabio es para Verne un personaje vital, ya que lucha, tanto si es benéfico o maléfico, contra el mundo más tópico (mundo neutro, blanco, homogéneo, anónimo).El sabio crea el desequilibrio e impele al mundo contra la muerte y la inmovilidad. El mundo, por este desequilibrio, renace y es devuelto a una nueva juventud".
Con todos estos aportes se podría llegar a desterrar la idea de un Verne "autor para la juventud", de un Verne concebido única y exclusivamente como escritor de formas maravillosas y novelas de anticipación científica. Existen, evidentemente, una cantidad de evidencias que permiten apreciar que sus narraciones son tremendamente complicadas y exigen una lectura detenida que pueda sacar a la luz el caudal de riqueza mítica escondida tras sus argumentos con apariencia inofensiva. Así, para el escritor francés Raimond Roussel (1877-1933), "la faceta de anticipación científica de las novelas de Verne está condenada al olvido en virtud del progreso mismo de la ciencia, mientras que sus múltiples lecturas subterráneas, la mítica que subyace en su obra, perdurará para situarlo en el nivel que le corresponde, que poco o nada tiene que ver con la juventud".