Considerado
como uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de las ciencias
sociales, el sociólogo y ensayista portugués Boaventura de Sousa Santos (1940) es
un gran influyente en el pensamiento social crítico contemporáneo. Rompiendo con
las teorías postmodernas más convencionales y profundizando en la crítica
radical de los enfoques hegemónicos con el rescate de conceptos tales como la
emancipación y la interculturalidad, se ha convertido en un gran defensor de la
idea de que los movimientos sociales y cívicos son esenciales para el control
democrático de la sociedad y el establecimiento de formas de democracia
participativa. Doctor en Sociología del Derecho por la Yale University de
Estados Unidos y ex catedrático en la Universidade de Coimbra de Portugal y en
la University of Wisconsin-Madison de Estados Unidos, tuvo también un papel
destacado en el impulso de la organización del Foro Social Mundial, un espacio
de debate democrático de ideas, de formulación de propuestas y de articulación
de movimientos sociales, redes, organizaciones no gubernamentales y otras
organizaciones de la sociedad civil que se oponen a la globalización neoliberal
y a la dominación del mundo por el capital y por todas las formas de
imperialismo.
Autor de
una extensa obra, en sus textos desmenuza los conceptos clásicos de las
ciencias sociales para entender el mundo y los revitaliza con el objetivo de
construir saberes “que otorguen visibilidad a los grupos históricamente
oprimidos”. En ensayos tales como “Democracia e
participação” (Democracia y participación), “O direito dos oprimidos” (El
derecho de los oprimidos), “Direitos humanos, democracia e desenvolvimento”
(Derechos humanos, democracia y desarrollo), “Reinventar a democracia”
(Reinventar la democracia), “Revoltas da indignação” (Revueltas de indignación),
“A gramática do tempo. Para uma nova cultura política” (La gramática del tiempo.
Para una nueva cultura política) y “A cruel pedagogia do virus” (La cruel pedagogía
del virus), entre muchos otros, con un lenguaje directo propone un modelo de
intelectual como agente de cambio y analiza la refundación del Estado y la democratización
de la democracia ya que, según sus propias palabras, “las derechas y la
extremas derechas siguen avanzando en su intento de destruir las democracias,
en tanto solamente las izquierdas pueden empezar a pensar un nuevo modelo
civilizatorio”. En la entrevista publicada el 3 de diciembre de 2020 a cargo de
Bernarda Llorente, presidenta de la Agencia Nacional de noticias TELAM, Boaventura
de Sousa Santos -quien desde hace décadas se ocupa de radiografiar la vida y
los modos de subsistencia de las comunidades más vulnerables, un radio de
acción que lo llevó a documentar desde las condiciones de un campo de
refugiados en Europa hasta las formas de organización de las comunidades
originarias de Amazonia o los barrios populares de Buenos Aires- reflexionó
sobre los medios, el mundo pospandemia y la supervivencia de resabios atávicos,
entre otras cuestiones.
¿Qué
futuro podemos esperar después de la pandemia? ¿Cómo seremos capaces de pensar
y de construir el mundo post pandemia?
La
pandemia ha creado tal incertidumbre que los gobiernos, los ciudadanos, los
sociólogos y los epidemiólogos no saben qué va a pasar. Acabo de publicar “El
futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía” y lo que planteo es que esta
pandemia marca el inicio del siglo XXI. Tal como el siglo XIX no empezó el 1 de
enero de 1800, sino en el 1830 con la Revolución Industrial, o el siglo XX en
1914 con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917, el XXI
comienza para mí con la pandemia, porque va a inscribirse como una marca muy
fuerte en toda la sociabilidad de este siglo. Y lo será porque el modelo de
desarrollo, de consumo, de producción que hemos creado, ha llevado a que no sea
posible en este momento, por más vacunas que existan, poder salir de ella. Entraremos
en un período de “pandemia intermitente”: confinamos-desconfinamos, donde el
virus tendrá mutaciones, habrá una vacuna eficaz y otra no, vendrán otros
virus. El neoextractivismo, que es una explotación de la naturaleza sin
precedentes, está destruyendo los ciclos vitales de restauración, y por eso los
hábitats se ven afectados con la minería a cielo abierto, la agricultura
industrial brutal, los insecticidas y pesticidas, la contaminación de los ríos,
el desmonte de los bosques. Esto, junto al calentamiento global y la crisis
ecológica, es lo que hace que cada vez más los virus pasen de los animales a
los humanos. Y los humanos no estamos preparados: no tenemos inmunidad, no
tenemos cómo enfrentarlos.
Hay conciencia sobre la gravedad? ¿Hay salidas?
Veo tres
escenarios posibles y no sé cuál resultará. El primero es el que pusieron a
circular fundamentalmente los gobiernos de derecha y de extrema derecha -desde
el Reino Unido a los Estados Unidos y Brasil- sosteniendo que esta pandemia es
una gripe, que no tiene gravedad, que va a pasar y la sociedad regresará
rápidamente a la normalidad. Claro que esta normalidad es el infierno para gran
parte de la población mundial. Es la normalidad del hambre, de otras epidemias,
de la pobreza, de las barriadas, de la vivienda impropia, de los trabajadores
de la calle, de los informales. La idea de que todo vuelva a ser como antes. Es
un escenario distópico, muy preocupante. Porque esa “normalidad” significa
regresar a condiciones que ya la gente no aguantaba y colmaba las calles de
muchos países gritando “basta”. El otro escenario posible es lo que llamo el
gatopardismo, en referencia al romance de Lampedusa de 1958; la idea es que
todo cambie para que nada cambie. Las clases dominantes hoy están más atentas a
la crisis social y económica. Los editoriales del “Financial Times” son un buen
ejemplo de este segundo escenario. Dicen muy claramente que así no se puede
continuar. Habrá que moderar un poco la destrucción de la naturaleza y cambiar
en algo la matriz energética. Es hacer algunas concesiones para que nada
cambie, y que el capitalismo vuelva a ser rentable. Por ello la destrucción de
la naturaleza continuará y la crisis ecológica podrá ser retrasada pero no
resuelta. Europa se encamina un poco por ese escenario cuando se habla de una
transición energética, pero me parece que no va a resolver las cosas. Va a
retrasar quizás el descontento, la protesta social, pero no va a poder saldar
la cuestión pandémica. El tercer escenario es, quizás, el menos probable, pero
también representa la gran oportunidad que esta pandemia nos ha dado. Es la
posibilidad de pensar de otra manera: otro modelo civilizatorio, distinto del
que viene desde el siglo XVII y que se profundizó en los últimos cuarenta años
con el neoliberalismo. Con el coronavirus, los sectores privilegiados quedaron
más tiempo en sus casas, con sus familias, descubrieron otras maneras de vivir.
Claro que fue una minoría, el mundo no es la clase media que puede cumplir con
el distanciamiento social, lavarse las manos, usar las mascarillas... la gran
mayoría no puede. Ésta es la gran oportunidad para empezar una transición hacia
un nuevo modelo civilizatorio, porque es imposible hacerlo de un día para otro.
Y esa transición empezará en las partes donde haya más consensos. Hace mucho
tiempo que este modelo está totalmente roto, desde un punto de vista social,
ético y político. No tiene futuro. Es un cambio social, de conocimientos,
político y cultural. Difícil saber cuál escenario prevalecerá. Quizás tengamos
una combinación de los tres; en algunas partes del mundo el primero, en otras
el segundo, y en algunos países mayores avances. La política del futuro
dependerá, fundamentalmente, de qué escenario prevalezca. Es el conflicto vital
en las próximas décadas.
El modelo de transición alimenta la esperanza de
una sociedad distinta, pero presupone también replanteos y construcciones
políticas diferentes, en términos ideológicos, económicos, modelos de
desarrollo, sociales, culturales, diversos. ¿Cuáles serían las utopías frente a
tantas distopías?
Lo peor
que el neoliberalismo nos ha creado es la ausencia de alternativa, la idea de
que con el fin del socialismo soviético y de la caída del muro de Berlín sólo
queda el capitalismo. E incluso el capitalismo más antisocial, que es el
neoliberalismo dominado por el capital financiero. Hemos vivido estos cuarenta
años en confinamiento -pandémico y político- encerrados en el neoliberalismo.
La pandemia nos da una esperanza de que podemos salir del confinamiento. Nos
obliga a confinarnos y simultáneamente nos abre las puertas a alternativas.
Porque devela que este modelo está completamente viciado; hay un capitalismo
corsario que ha hecho más millonarios a quienes ya lo eran. Los dueños de las
empresas digitales de Estados Unidos tienen tanta riqueza como los 160 millones
más pobres de ese país, que conforman más de la mitad de su población. Esa es
la actual concentración de la riqueza en un capitalismo sin conciencia ética.
La palabra que se me ocurre en este momento es robo. Hubo robo. Y las falencias
de este modelo obligan a cambiar la política y eso nos da una esperanza. Lo que
más me molesta hoy en día es la distribución desigual entre el miedo y la
esperanza. En las barriadas del mundo las clases populares tienen sobre todo
miedo. Luchan, siguen luchando, creativamente. Por ejemplo durante la pandemia
protegieron sus comunidades. Pero abandonadas por los estados en gran parte de
los países, tienen muy poca esperanza.
Hablaba de peso que hoy tienen las empresas
digitales al haberse convertido en las mayores empresas del planeta, incluso
superando en dimensiones económicas y poder a muchísimos países. ¿Las cuatro
grandes compañías tecnológicas: Google, Amazon, Facebook y Apple, significan un
cambio en la matriz del neoliberalismo actual de cara al futuro? ¿Cómo influye
este cambio en nuestras vidas?
Antes de
la pandemia ya estábamos todos hablando de la cuarta revolución industrial,
dominada por la inteligencia artificial, la robótica y la automoción. Con las
impresiones 3D, la robotización, el enorme desarrollo de las tecnologías
digitales, nos volvemos cada vez más dependientes de ellas. El tema es
determinar si estas tecnologías son de bien público o de unos pocos
propietarios. Ese es el problema ahora. Hay sistemas públicos -por ejemplo el
de la ONU- que están impedidos de ser ofrecidos al mundo. Las empresas se
niegan porque pretenden seguir con sus negocios. Y son muy pocas... Google,
Apple, Facebook y Amazon, y Alibaba en China. Son estas las grandes compañías
tecnológicas que hoy dominan el mundo y que no aceptan ser reguladas por nadie.
Y como tienen tanto poder, estas empresas desde su arrogancia pretenden
autorregularse de acuerdo a sus intereses.
Al mismo tiempo su poder traspasa el económico y
juega un papel fundamental en la política. Las “fake news” desparramadas en las
redes sociales y la desinformación colaboran a la degradación de pilares
estructurales de las democracias.
Claro, por
supuesto. En muchas partes del mundo el uso de las tecnologías digitales para
producir noticias falsas tuvieron un papel fundamental en los resultados
electorales. Es una contradicción, tenemos que trabajar con estas tecnologías y
al mismo tiempo luchar contra todo el sistema de noticias falsas.
¿Es posible lograrlo? ¿Desde qué mecanismos?
Esa es la
pregunta. Nosotros partimos en esta transición muy desgastados, muy
empobrecidos políticamente, porque la política se empobreció muchísimo en los
últimos cuarenta o cincuenta años. La política es construir alternativas. En su
momento el socialismo y el capitalismo tenían cosas en común, por ejemplo, su
relación con la naturaleza. Pero había una opción; con la caída del muro de
Berlín nos quedamos sin opción, y entonces los políticos se confinaron al
capitalismo y se volvieron mediocres. La política dejó de tener interés
-incluso para los jóvenes-, la gente se distanció bastante de ella, piensa que
los cambios políticos no cambian nada, que son una forma de gatopardismo. La
política tiene que volver a construirse. Pienso que de ahora en adelante lo que
deberá diferenciar a la izquierda de la derecha será la capacidad entre los
grupos políticos de crear alternativa frente al capitalismo; alternativas de
una sociedad distinta, que puede ser de diferentes matices. Quizás sea una
sociedad que vuelva a los intereses de los campesinos y los indígenas del
continente, que tenga una relación más armónica con la naturaleza. El
capitalismo no puede tener una relación armónica porque el capitalismo tiene en
su matriz la explotación del trabajo, la explotación de la naturaleza. Entonces
la izquierda tiene que tomar una dimensión paradigmática de cambio para otra
civilización; la derecha, en cambio, va a gerenciar el presente siempre con los
dos primeros escenarios. Esa va a ser la diferencia a futuro.
Usted habla de varios conceptos que ayudarían a
transformar las formas de construcción política. Salir de la idea de la utopía
como un “todo” para reemplazarla por la de muchas y variadas utopías acordes a
la diversidad de realidades y sueños. ¿Cómo se hace para diversificar,
segmentar, construir distintas utopías y al mismo tiempo potenciar un proyecto
global, que sea capaz de estructurarlas, potenciarlas, unirlas?
Para mí lo
crucial de nuestro tiempo es exactamente esa asimetría entre la dominación que
no es simplemente capitalista, sino también colonialista y patriarcal. El
capitalismo no funciona sin racismo y sin sexismo, a mi juicio. Por el
contrario, la resistencia no está articulada, está fragmentada, es por eso que
muchos partidos de izquierda, con vocación anticapitalista, han sido racistas y
sexistas. Incluso algunos movimientos feministas han sido racistas y han sido
pro-capitalistas. Y algunos movimientos de liberación anti-racial han sido
sexistas y han sido pro-capitalistas. El problema que enfrentamos es una
dominación articulada y una resistencia fragmentada. Así no vamos a salir
adelante porque sabemos que la intensificación del modelo es lo que agrava la
vida de la gente, de un modo de dominación que lleva a los otros. Yo pienso que
tiene que haber un cambio. No es sólo la organización, sino también la cultura
política la que necesita cambios.
La protesta, la calle, ¿sigue siendo una de las
principales herramientas de visibilización y resonancia política?
Las
comunidades siguen teniendo una gran creatividad y esto forma parte de un
movimiento de izquierda reconstruida, más abierta a toda esta creatividad
comunitaria. No son simplemente las calles y las plazas, es la vivencia
comunitaria que tendremos que intensificar. Porque las calles no son un emporio
de las izquierdas, en esta década vamos a ver calles llenas de gente de extrema
derecha.
En Argentina se ha hablado mucho de la “grieta”
como si fuera un fenómeno “nacional”, único. Cuando se mira al mundo, la
polarización, sin embargo, parece ser el signo de estos tiempos. ¿Cómo afecta
esta situación el funcionamiento de la democracia?
Hay que
ampliar la democracia en las calles, en las familias, en las fábricas, en la
vida universitaria, en la educación. Entonces esta idea de que la polarización
es contraria a la democracia, me parece que es cada vez más evidente cuando
hablamos de democracia liberal. Sólo tiene sentido, o se refuerza, con una democracia
participativa, con otras formas de participación de la gente que no sean
democracias electorales. Creo que hay que fortalecer la democracia con
democracias participativas. La polarización, la desigualdad, provienen de esta
polarización de la riqueza sin precedentes que hoy tenemos. A mayor desigualdad
en la vida económica y social, más racismo, más discriminación y más sexismo.
Entonces estamos en una sociedad en retroceso a nivel mundial, un retroceso
reaccionario donde el capitalismo es cada vez más desigual, más racista y más
sexista. Esta es la realidad que tenemos hoy.