Leopoldo Marechal (1900-1970), fue un poeta, dramaturgo y novelista argentino de profundas convicciones estéticas y políticas. De su obra poética se destacan "Los aguiluchos" (1922), "Días como flechas" (1926), "Odas para el hombre y la mujer" (1929), "Laberinto de amor" (1936), "Cinco poemas australes" (1937), "Descenso y ascenso del alma por la belleza" (1939), "El centauro" (1940), "Autopsia de Creso" (1965) y "Heptámeron" (1966). También escribió obras de teatro donde trató mitos clásicos en clave moderna: "Antígona Vélez" (1951) y "Las tres caras de Venus" (1966). En cuanto a su novelística, ésta se compone de "Adán Buenosayres" (1948), "El banquete de Severo Arcángelo" (1965) y "Megafón o la guerra" (1970).
Sin duda alguna, su obra más singular es la extensa novela "Adán Buenosayres", cuya trama transcurre durante tres días en una Buenos Aires cotidiana que se convierte en un infierno, donde se encuentran influencias de Dante Alighieri (1265-1321) y James Joyce (1882-1941). El uso combinado del habla callejera, las figuras clásicas y la poética de vanguardia le dieron a la novela un perfil muy particular.
En 1948, cuando publicó "Adán Buenosayres" -novela que Marechal elaboró durante 17 años-, la crítica literaria, en general, guardó silencio. Eduardo González Lanuza (1900-1984), un químico industrial español radicado en la Argentina, a quien la revista "Sur" y el diario "La Nación" le otorgaron categoría de poeta y crítico literario, peyorativamente calificó al autor de "funcionario del régimen" (haciendo referencia a las simpatías del autor por el peronismo), y el ensayista argentino Enrique Anderson Imbert (1910-2000), en su "Historia de la literatura hispanoamericana" (1954), sentenció que la novela era un "bodrio con fealdades y aun obscenidades". El mismo ensayista fue quien -en su momento- pronosticó un "oscuro futuro" para la obra de Jorge Luis Borges...
Pero, entre el mutismo de algunos y el desdén de otros, se escuchó la voz de un casi desconocido escritor de 34 años, que apenas había publicado un librito de sonetos y una obra de teatro: se llamaba Julio Cortázar (1914-1984) y no era peronista, sino más bien, todo lo contrario.
Cortázar escribió en la revista "Realidad" (Nº 14, marzo/abril de 1949): "La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa. Se tiene constantemente la impresión de que el autor, apoyando un compás en la página en blanco, lo hace girar de manera tan desacompasada que el resultado es un dibujo de paranoico, una guarda griega o un ocho de tango canyengue". Y finaliza el comentario: "Tal como lo veo, Adán Buenosayres constituye un momento importante en nuestras desconcertadas letras. Para Marechal quizá sea un arribo y una suma; a los más jóvenes toca ver si actúa como fuerza viva, como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro. Estoy entre los que creen esto último, y se obligan a no desconocerlo".
Marechal le escribió a Cortázar en 1965 y le agradeció aquel gesto de antaño. Desde París, el autor de "Rayuela" -que ya era famoso y seguía siendo antiperonista- le reiteró su admiración: "Perdóneme el que le escriba a máquina, pero la verdad es que pierdo toda espontaneidad tan pronto como tengo la pluma entre los dedos. Como mis cartas son siempre 'en borrador', me siento mucho más cómodo escribiendo a toda velocidad lo que me pasa por la cabeza. Perdóneme también que le conteste con retraso, pero he andado viajando y sólo ahora tengo un poco de tranquilidad para pensar en los amigos. Gracias por su mensaje tan cordial. Creo que tiene razón, porque lamenta haber tardado tantos años en enviarme una líneas; yo lo lamenté profundamente en la época en que usted publicó Adán Buenosayres, pero también pensé que usted tendría sus razones para no decirme lo que me dice ahora. Por otra parte, ¿qué importa el tiempo? Lo único bueno es recibir en cualquier momento de la vida una carta como la suya, y pensar que valía la pena haber roto una lanza en su día por una obra admirable. Me alegra de verdad que Rayuela signifique algo para usted, porque para mí, es la prueba de que esa tentativa ha cuajado, por lo menos parcialmente. Poco o nada me importa el juicio crítico a dos o tres columnas, sea favorable o negativo; algunas cartas de gente joven, algunos testimonios inesperados y conmovedores, y ahora esta carta suya, me pagan con creces un trabajo de años. Pienso que usted lo comprenderá muy bien, porque nos marcó un gran rumbo con su Adán... y porque sin duda pasó por experiencias análogas. Me divierte pensar que Horacio Oliveira se ha juntado alguna noche con el grupo de porteños que vagan por los suburbios, y que lo han recibido como a un amigo. Me divierte y me conmueve imaginármelo junto a ellos asistiendo al glorioso encuentro del taita Flores con el malevo Di Pasquo, saboreando hasta las lágrimas el zapatillazo del pesado Rivera en la cabeza de Samuel Tesler. No cualquiera, creo, tiene entrada al velorio del pisador de barro. Yo agradezco por Horacio, y miro por sobre su hombro. Hasta siempre, Marechal, con un gran abrazo de su amigo, Julio Cortázar".
Para la ensayista argentina Beatriz Sarlo (1942), existen vínculos notorios entre las obras de Cortázar y Marechal. En "Rayuela, de Julio Cortázar" (1985) dice: "Rayuela es una novela experimental que se conecta con las vanguardias europeas especialmente. Con Adán Buenosayres, esa obra gigantesca de Marechal, donde hay un poco de todo, desde la Vita Nuova de Dante, hasta la parodia de las vanguardias de 1920 de las que había formado parte Borges, Rayuela tiene parentescos evidentes. Como Marechal, Cortázar está comprometido en dos búsquedas: la primera, que en Marechal es religiosa, en Cortázar es metafísica; la segunda es, en ambos, una hipótesis sobre el agotamiento de la forma novela y las salidas de una encrucijada dominada por las convenciones de la representación realista".
Y hay más. Enfrentados -sólo en apariencias- políticamente, ambos autores sin embargo tuvieron otras afinidades. En "Los premios" (1960) de Cortázar y "El banquete de Severo Arcángelo (1965) de Marechal, se dio el cruce de las coincidencias con las divergencias entre ellos. El lazo que unió la trayectoria de estos dos escritores, en muchos aspectos disímiles, pasó por un elemento que ambos tenían en común: el humor. Si bien el humor apareció identificado con una particular manera de trabajar el lenguaje, también actuó como vía para hacer entrar la política en el texto literario.