El actor cómico mexicano Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes (1911-1993) se hizo mundialmente famoso con el nombre de su personaje Cantinflas, al que dio vida en la mayoría de las cincuenta películas que rodó entre 1936 ("No te engañes corazón") y 1981 ("El barrendero"). De origen humilde, hijo de un cartero, se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Ciudad de México pero pronto la abandonó para actuar como bailarín e imitador primero,
incursionar en el boxeo profesional después y más tarde trabajar en un circo. Su consagración se produjo en 1940 con el film "Ahí está el detalle", que marcó el inicio de una larga serie de récords de recaudación en las salas de exhibición hispanoamericanas durante las siguientes tres décadas.
Su personaje, de ralo bigote en un rostro sin afeitar, pantalones semi caídos, ruinosos zapatos y un raído sombrero de paja, basó su comicidad en sus ingenuas reacciones, sus muecas absurdas y, fundamentalmente, en sus embarullados y disparatados monólogos dichos con una asombrosa naturalidad e inusitada fluidez. Fue tan célebre su estilo de expresarse que, en 1992, la Real Academia Española aceptó el verbo "cantinflear" para definir la forma de hablar de manera incongruente y sin decir nada.
Carlos Monsiváis (1938), periodista, cronista, ensayista y narrador mexicano, es autor de al menos una treintena de libros de crónicas, entre ellos "Rostros del cine mexicano", "Amor perdido", "Cultura popular mexicana", "Los rituales del caos", "Diez segundos del cine nacional" y "Escenas de pudor y liviandad". En varias oportunidades se ocupó de Cantinflas. Lo que sigue son algunos fragmentos de su autoría sobre el gran comediante mexicano.
De acuerdo a una leyenda con la que él está de acuerdo, el joven Mario Moreno, intimidado por el pánico escénico, una vez en la carpa Ofelia olvidó su monólogo original. Comenzó a decir lo primero que le viene a la mente en una completa emancipación de palabras y frases y lo que sale es una brillante incoherencia. Los asistentes lo atacan con la sintaxis y él se da cuenta: el destino ha puesto en sus manos la característica distintiva, el estilo que es la manipulación del caos. Semanas después, se inventa el nombre que marcará la invención. Alguien, molesto por las frases sin sentido grita: "Cuánto inflas" o "en la cantina inflas", la contracción se crea y se convierte en la prueba del bautismo que el personaje necesita.
¿Cuál es, de acuerdo a los testimonios de época, la renovación humorística y lingüística de Cantinflas que dio origen a la ideología estrictamente verbal llamada cantinflismo? Aventuro una hipótesis: él transparenta la vocación de absurdo del paria, en parte desdén y fastidio ante una lógica que lo condena y lo rechaza, y encuentra su materia prima en el disparadero de palabras, donde los complementos se extravían antes de llegar al verbo. Cada noche, en feroz competencia con charros cantores y títeres y tenores que no salen al escenario porque siguen borrachos, los movimientos ordenan el caos de los vocablos, y el cantinflismo es el doble idioma de lo que se quiere expresar y de lo que no se tiene ganas de pensar (por eso, cuando Cantinflas renuncia a la mímica, se deshace de la esencia de su sentido cómico).
Un cuerpo acelerado traduce temas urgentes: lo caro que está todo en el mercado, la chusquería involuntaria de gringos y gachupines, las bribonerías de la política, la incomprensión del acusado ante el juez, la estafa que acecha en todo diálogo entre desconocidos. Con trazos coreográficos, el cuerpo rescata sustantivos y adjetivos en pleno naufragio, y al acatar esta pedagogía, los campesinos recién emigrados, los obreros y los parias aprenden las nuevas reglas urbanas y se distancian como pueden del hecho estricto de la sobrevivencia.
A Cantinflas no lo apuntalan sus guionistas sino su don para improvisar las cosas que no se le ocurren. A la falta de recursos, Cantinflas le opone la feliz combinación de incoherencia verbal y coherencia corporal. El libera a la palabra de las ataduras lógicas, y ejemplifica la alianza precisa de frases que nada significan (ni pueden significar) con desplazamientos musculares que rectifican lo dicho por nadie. La lógica noquea al silogismo, la acumulación verbal es el arreglo (la simbiosis) entre un cuerpo en tensión boxística y un habla en busca de las tensiones que aclaren el sentido.
Examínese la técnica. La cabeza emprende un movimiento pendular y esquina a un enemigo invisible, los brazos se disponen a un encuentro con el aire, la expresión sardónica se ríe del mundo, las cejas se levantan como guillotinas, el choteo es igual y es distinto, no me diga, cómo no, ay qué dijo, ya se le hizo, a poco... La acústica se desliza de onomatopeya en onomatopeya y las frases detentan la coherencia interna del explícame-por-qué-ora-sí-ya-te-entendí. En el rompe y rasga verbal de la barriada, el Nonsense dispone de un significado contundente: uno dice nada para comunicar algo, uno enreda vocablos para desentrañar movimientos, uno confunde gestos con tal de expresar virtudes. Orale, arráncate con "desde el momento en que no fui / quién era / nomás / interprete mi silencio". Embriágate de palabras en el laberinto donde "cada quien por su cada lado / ya ve / pues vamos a ver / se acabó".
Todos los diálogos de Cantinflas lo que intentan es rendir al interlocutor que, ante la incomprensión, acaba fatigado, desmayado y dispuesto a aceptar lo que el otro le diga. Es una especie de asedio sexual a través de las palabras… simplemente a fuerza de oponer un lenguaje que no va a ninguna parte ni sale de ningún lado, a un intento de racionalidad mínimo. Gozo al percibir que su fragilidad verbal se convierte en las arenas movedizas de la conversación. El habla para no decir, los demás lo escuchan para no entender.
Cuando murió a los ochentiún años, el 20 de abril de 1993, la gente formó una cola de varios kilómetros de largo bajo la lluvia para ver el féretro en el Palacio de Bellas Artes. Hubo ceremonias conmemorativas en muchos países de habla hispana e incluso en Los Angeles se declaró el Día de Cantinflas. Monsiváis dijo entonces: "Por fin logró salir de su laberinto de retruécanos".