11 de enero de 2020

Ayn Rand. De la lucidez canallesca a la diatriba rencorosa


Ayn Rand escribió en 1950: “Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”. Al leer este párrafo fuera de contexto, resulta casi imposible no aprobarlo. Describe de una manera clara y categórica la realidad de cualquier sociedad contemporánea, aludiendo al mayor de los flagelos que sufren (y practican) sus ciudadanos: la corrupción.
Ayn Rand nació en San Petersburgo, Rusia, el 2 de febrero de 1905 con el nombre de Alissa Zinovievna Rosenbaum, y murió setenta y siete años después, el 6 de marzo de 1982, en New York, Estados Unidos. Desde muy joven sintió un fuerte interés por la literatura y por el arte cinematográfico. Leyó las novelas de Walter Scott (1771-1832), Alejandro Dumas (1802-1870), Víctor Hugo (1802-1885) y Rudyard Kipling (1865-1936), lo que le generó un apasionado entusiasmo por el movimiento romántico.
Durante sus años en la escuela secundaria, fue testigo en 1917 tanto de la Revolución de Febrero como de la Revolución Bolchevique. Para escapar de la contienda su familia se fue a Crimea, donde ella terminó la escuela secundaria. Una vez que regresaron de Crimea, se matriculó en la Universidad de Petrogrado para estudiar Filosofía e Historia. Fue allí donde conoció la obra literaria de Edmond Rostand (1868-1918), Friedrich Schiller (1759-1805) y Fyodor Dostoievsky (1821-1881), y se interiorizó con la filosofía de Friedrich Nietzsche (1844-1900). Completó luego un curso de posgrado en el Departamento de Pedagogía Social a cargo del Estado, que incluía Historia, Filología y Leyes, por lo que se graduó tres años después, en 1924; y al año siguiente estudió escritura de guiones en el Instituto Estatal de Artes Cinematográficas.
Conociendo Nueva York por las películas estadounidenses, tenía muy claro que quería emigrar a los Estados Unidos. Tras la Revolución de Octubre y la expropiación del negocio familiar por parte de las nuevas autoridades, sus deseos se intensificaron. En 1925 consiguió un permiso para viajar a Estados Unidos y, al año siguiente, abandonó la Unión Soviética para nunca regresar. Oficialmente, viajó para visitar a su familia en Chicago, pero en realidad buscaba huir de su país, al que detestaba incluso antes de la revolución de 1917. Luego de vivir varios meses con familiares que tenía en Chicago se dirigió a Hollywood. Allí conoció al director Cecil B. DeMille (1881-1959), quien la empleó como extra en su película “The king of kings” (Rey de reyes, 1927), para poco después comenzar a trabajar como guionista bajo el seudónimo de Ayn Rand. En aquel lugar conoció también al actor, director y guionista Frank O'Connor (1881-1959), con quien se casó en 1929. Dos años después, Ayn Rand obtuvo la ciudadanía estadounidense con orgullo y con la seguridad de nunca más volver a Rusia.
Poco después escribió su primer guion cinematográfico “Red pawn” (Peón rojo, 1932), al que siguieron la obra de teatro “Night of january 16th.” (La noche del 16 de enero, 1934), e inició una pasable carrera como novelista publicando “We the living” (Los que vivimos, 1936), “Anthem” (Himno, 1938), “The fountainhead” (El manantial, 1943) y “Atlas shrugged” (La rebelión de Atlas, 1957). Más tarde se centró en los fundamentos filosóficos del capitalismo, los que compiló en un movimiento llamado Objetivismo, su propio sistema filosófico, al que definió como la “filosofía para vivir en la tierra”. Rand describió al Objetivismo como un sistema integrado de pensamiento cuya meta fundamental era “definir los principios abstractos en los que el hombre debe pensar y actuar si es que quiere vivir la vida propia de un hombre”, poniendo especial énfasis en los conceptos de individualismo, egoísmo racional y capitalismo.
Así fueron surgiendo sus ensayos “The virtue of selfishness” (La virtud del egoísmo), “Capitalism. The unknown ideal” (Capitalismo. El ideal desconocido), “The nature of government” (La naturaleza del gobierno), “Introduction to objectivist epistemology” (Introducción a la epistemología objetivista) y “Philosophy: who needs it” (Filosofía: ¿quién la necesita?). En su conjunto, en ellos defendió el ateísmo como única postura racional ante el concepto Dios, al que consideraba indemostrable racionalmente; una suma de contradicciones metafísicas, y por lo tanto, un atentado contra el funcionamiento mental del hombre que lo aceptase. También estaba a favor de la total libertad para producir, distribuir y consumir cualquier tipo de drogas, y la total libertad para producir y distribuir cualquier tipo de texto o medio audiovisual, incluida la propaganda nazi o comunista y la pornografía. Además se manifestó en contra del reclutamiento forzoso de soldados en el ejército y defendió el derecho absoluto de las mujeres a abortar.
Por otro lado, expuso la idea de que la naturaleza humana, desde siempre y para siempre, apuntaba a la competencia y no a la colaboración, al individualismo más exasperado y que sólo un demente podía formular proyectos altruistas, colectivos, obras de bien común, difundir la fraternidad y otras acciones que consideraba tonterías y contrarias al ser humano. De esa forma se convirtió en la heroína y abogada de una filosofía particularmente dura del fundamentalismo capitalista, lo que le generó muchos seguidores entre las élites políticas conservadoras de Estados Unidos. Más aún, hasta se llegó a decir que su sistema filosófico era el “más grande de todos los tiempos”. De todas maneras, resulta difícil hallar un crítico capaz de encontrarle algún mérito literario a sus novelas, y los filósofos profesionales nunca tomaron en serio sus ideas. Obviamente la “crema” del poder capitalista concentrado, tanto en el plano empresarial como político, abreva en su obra; pero, salvo por sus fanáticos ególatras, que los tiene, su trabajo es considerado tosco y simple por los académicos.
Sectaria e intransigente hasta la médula, no consiguió evitar que su inteligencia derrotase a sus prejuicios y su exaltación. En muchos de sus textos la soberbia intelectual pareciera que la condujo a hacer consideraciones y conjeturas por lo menos polémicas y muchas veces carentes de objetividad. Así, por ejemplo, en 1957 escribió: “Para gloria de la humanidad existió por primera y única vez en la historia, un país del dinero, Estados Unidos, en el que reinan la razón, la justicia, la libertad, la producción y el progreso, donde la riqueza no se adquirió con el robo, sino con la producción, y no por la fuerza, como botín de conquista, sino por el comercio. Los americanos fueron los primeros en comprender que la riqueza debía ser creada”. Pero de lo que no dijo una palabra fue de que esos “americanos” no vacilaron en exterminar a los pieles rojas, esclavizar a los negros, practicar la segregación racial y arrebatar a México más de la mitad de su territorio (Arizona, California, Nevada, Colorado, Nuevo México, Texas y Utah), utilizando a sus fuerzas armadas como agentes comerciales del imperio del bien.


Otro tanto ocurrió en la década del ’70, cuando ya llevaba algo más de cuarenta años viviendo en Estados Unidos, en una conferencia que dio en la Academia Militar de West Point declaró: “Puedo decir, y no como un mero patrioterismo, sino con el conocimiento completo de las necesarias raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas, que los Estados Unidos de América es el más grande, noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo”. Pero nada dijo sobre la intervención en el conflicto de Vietnam, lo que supuso para “el único país moral” una experiencia de fracaso y frustración que le dejó un saldo de 58.000 muertos, 300.000 heridos, centenares de miles de soldados con una amplia adicción a las drogas y con serios problemas de adaptación a la vida civil. Evidentemente cuando hizo estas declaraciones había olvidado otra que había hecho un tiempo antes: “En una sociedad capitalista ningún hombre, grupo o gobierno tiene derecho a utilizar la fuerza física contra otros hombres”.
Tal vez porque Estados Unidos sea el “primer país en comprender que la riqueza debía ser creada” es que hoy mantiene ocupaciones e intervenciones militares en Afganistán, Líbano, Irak, Libia, Pakistán, Yemen, Siria… Desde 1823, Estados Unidos ha intervenido, invadido, ocupado, vulnerado y avasallado la soberanía de decenas de países. Lo ha hecho mediante operaciones militares directas o de operaciones de inteligencia, con la complicidad de grupos de poder local. En la actualidad tiene 761 bases militares distribuidas alrededor del mundo. Será tal vez porque, como dijo en una entrevista, “la felicidad de un hombre requiere el daño de otro”.
Haciendo alarde de un brutal desconocimiento de la historia, insistió: “El capitalismo no creó la pobreza, la heredó... El capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el cual la riqueza no se ha adquirido mediante saqueo, sino mediante producción, no por la fuerza, sino mediante el comercio, el único sistema que ha defendido el derecho de los hombres a su propia mente, a su trabajo, a su vida, a sí mismos... No soy primariamente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo”.
“La palabra ‘nosotros’ -escribió- es la palabra por medio de la cual los depravados roban la virtud a los buenos. Por medio de la cual los débiles roban la fuerza a los fuertes. Por medio de la cual los brutos roban el conocimiento a los sabios. ¿Qué es la felicidad si todas las manos incluso las impuras pueden alcanzarla? ¿Qué es mi sabiduría si hasta los tontos pueden mandarme? ¿Qué es mi libertad sí todas las criaturas, incluso las deformes y las impotentes, son mis amos? Pero yo he terminado con este credo de corrupción. Yo he terminado con el monstruo del ‘nosotros’, la palabra de servidumbre, de pillaje, de miseria de falsedad y vergüenza. Y ahora yo veo la faz de dios, y yo levanto este dios sobre la tierra. Este dios que los hombres han buscado desde que los hombres comenzaron a existir, Este dios que le concederá felicidad paz y orgullo. Este dios, esta palabra: yo”.
El egoísmo de Ayn Rand no representa otra cosa que “odio al grupo y exaltación del individuo”; o lo que es lo mismo, que cada cual se apodere de todo lo que pueda, cuanto más mejor, y que los demás se arreglen como puedan, porque “el hombre -cada hombre- es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por sí mismo y para sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral de su vida”. Sostenía que todo egoísmo era un bien moral y que el altruismo no era más que un “canibalismo moral”. Para ella, los que no pensasen como sociópatas eran “parásitos”, “piojos” y “saqueadores”.
Basándose en el principio de que la esfera de la libertad del individuo sólo puede autorrealizarse a través de la propiedad privada, Rand defendió con énfasis su postura: “Defendemos el capitalismo porque es el único sistema orientado hacia la vida de un ser racional. Cuando digo capitalismo, quiero decir capitalismo completo, puro, incontrolado, no regulado. El capitalismo es el único sistema moral de la historia y es el que ha creado los mayores estándares de vida jamás conocidos en el mundo. La evidencia es incontrovertible”.
Profundizando un poco más en la materia, escribió: “El valor económico del trabajo de un hombre está determinado, en un mercado libre, por un solo factor: el consentimiento voluntario de aquellos con la voluntad de comerciar con él a cambio de sus productos o de su trabajo... El poder económico se ejerce a través de lo positivo, ofreciendo a los hombres una recompensa, un incentivo, un pago, un valor. El poder político se ejerce a través de lo negativo, por la amenaza de castigo, daño, encarcelamiento y destrucción... Las herramientas del hombre de negocios son los valores, la herramienta del burócrata es el miedo... Cuando los trabajadores luchan por mayores sueldos, se le llama beneficios sociales, cuando los empresarios luchan por mayores beneficios, esto es condenado como avaricia egoísta”.
“Los empresarios son alegres, benevolentes, optimistas. Los empresarios no se sacrifican por otros, pero aunque la esencia de su trabajo es su constante esfuerzo por mejorar la vida humana, nadie les defiende cuando son atacados. Los grandes industriales han logrado la hazaña de elevar el nivel de vida de la humanidad, creando nueva riqueza con el talento productivo de hombres libres. Ellos dieron al pueblo mejores trabajos, salarios más altos y bienes más baratos con cada nueva máquina que inventaron, con cada descubrimiento científico, con cada avance tecnológico”.
También pregonó su descreimiento en las emociones y su entrega a la razón en todos los actos, incluso el amoroso. Para Rand no era posible amar en general, amar al prójimo, pero sí a alguien que ofreciese a cambio su propia virtud. Describió el amor como una forma de “negocio”, con su “propia moneda de pago”. No concibió nada ubicable por encima del propio ego. “Amamos lo que personalmente valoramos y admiramos. Un ‘amor desinteresado’ es una contradicción en términos: significaría que no tienes ningún interés personal en el objeto de tu amor. La verdad es que el amor romántico es profundamente egoísta: es una unión de mente y cuerpo que ambos participantes persiguen para su propia felicidad personal. Y es profundamente exigente. Para decir ‘Yo te quiero’, primero uno tiene que saber cómo decir el ‘Yo’”. En su vocabulario no estaba incluida la piedad, acaso para no incluir a su opuesto, la impiedad, que es lo que se palpita en cada una de sus obras.
En fin, ¿qué fue lo que llevó a Ayn Rand a escribir cosas como éstas? ¿Fue la soberbia? ¿La negligencia? ¿La ingenuidad? ¿El chauvinismo? ¿La extravagancia? ¿El frenesí? ¿La desmesura? ¿La frigidez? ¿La anorgasmia? Vaya uno a saber.