15 de enero de 2020

La literatura francesa en el cine argentino


La presencia de figuras francesas en la Argentina fue notable desde el mismo momento en que el país nació. Jacques (Santiago) de Liniers (1753-1810), virrey entre 1807 y 1809 del Virreinato del Río de la Plata; Aimé Bonpland (1773-1858), médico y botánico que promovió el cultivo de la yerba mate, un vegetal sobre el cual afirmó que su explotación tendría un gran futuro en el país; Hippolyte de Bouchard (1780-1837), Charles Brandzen (1785-1827), Georges Beauchef (1787-1840) y Ambroise Cramer (1792-1839), militares que se destacaron en las guerras por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata; Philippe Bertrès (1786-1856), ingeniero realizador de un innovador plano topográfico de la ciudad de Buenos Aires con los nombres y numeración de sus principales calles; y Amédée Jacques (1813-1865), filósofo y psicopedagogo rector del Colegio Nacional de Buenos Aires y autor del “Ideal de Instrucción Pública” en el que delineó los pasos indispensables para una enseñanza integral, son algunos de los numerosos personajes de ese origen que dejaron su huella en la historia argentina.
También lo fueron Henri Meyer (1834-1899), fundador del semanario satírico “El Mosquito”, periódico que retrató con ironía y desparpajo la vida política y social del Buenos Aires del siglo XIX; Paul Groussac (1848- 1929), escritor, ensayista, historiador y director de la Biblioteca Nacional; Charles Thays (1849-1934), arquitecto y paisajista creador del Jardín Botánico de Buenos Aires; Clement Cabanettes (1851-1910), precursor del sistema telefónico argentino; Fulgence Bienvenüe (1852-1936), ingeniero constructor del subterráneo de Buenos Aires; Fernando Fader (1882-1935), pintor posimpresionista que retrató de forma íntima y personal la atmósfera de una Argentina controlada por la oligarquía conservadora; y -por supuesto- Charles Romuald Gardes -Carlos Gardel- (1890-1935), el más grande de los mitos porteños.
La influencia de la cultura política francesa fue trascendental en la denominada Generación del ’37, aquel movimiento intelectual que se formó a mediados del siglo XIX a partir de las inquietudes culturales de un grupo de jóvenes intelectuales y políticos. En medio de la formación del nuevo país, se propusieron orientar su futuro hacia los ideales románticos y liberales de la soberanía popular y las libertades individuales. Entre ellos se destacó Juan Bautista Alberdi (1810-1884), jurista y escritor de “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”. En el pensamiento del autor intelectual de la Constitución Argentina de 1853 fueron figuras claves filósofos y políticos como Benjamin Constant (1767-1830), François de Chateaubriand (1768-1848), François Guizot (1787-1874) y Alexis de Tocqueville (1805-1859), pero, fundamentalmente, lo fueron Pierre Leroux (1797-1871) y Michel Chevalier (1806-1879).
El sistema jurídico y social fue calcado sobre el modelo francés y el público culto conocía muy bien la literatura francesa. Las obras de autores como Charles Baudelaire (1821-1867), Alphonse Daudet (1840-1897), Émile Zola (1840-1902) y Stéphane Mallarmé (1842-1898) eran traducidas al castellano y publicadas en Buenos Aires. Por otro lado, la Argentina, gracias a su producción agropecuaria y el modelo agroexportador, llegó a ser una de las grandes potencias mundiales entre el comienzo del siglo XX y el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que llevó a decir al Primer Ministro francés Georges Clemenceau (1841-1929), durante su visita a Buenos Aires anterior a la Primera Guerra Mundial: “Esta ciudad se halla por error en América Latina”.
De la lectura del exhaustivo ensayo que sobre el tema el periodista e historiador Italo Manzi (1932-2017) publicó en “Cuadernos Hispanoamericanos” (nros. 617, 618 y 619; 2001/02), se desprende que, en lo que al cine se refiere, es natural que en una nación de origen plurieuropeo las influencias hayan sido múltiples, y cuando a partir de 1936 la Argentina llegó a ser uno de los tres grandes centros de la producción cinematográfica en lengua española junto con México y España, abundaron las adaptaciones de obras italianas, españolas, alemanas o escandinavas, sin olvidar los temas que podían ofrecer la literatura y el teatro de los demás países latinoamericanos y de la propia Argentina. No obstante, los temas de inspiración francesa fueron numerosos y constantes. Durante la época del cine mudo y en los primeros años del sonoro, muchas películas se inspiraron en letras de tangos que podían tener cierto valor literario.


A partir de la primera película sonora, tardía con respecto a otras cinematografías -“Tango” de 1933, dirigida por Luis Moglia Barth (1903-1984) que obtuvo un éxito popular enorme-, en la mayoría de los filmes elaborados en torno de este ritmo, hubo invariablemente una o varias secuencias que transcurrían en París con alguna panorámica extraída de noticiarios o, con menos frecuencia, filmada especialmente en París o reconstruida en estudios con escasos medios. Dos películas de Manuel Romero (1891-1954): “Tres anclados en París” de 1937 y “La vida es un tango” de 1939 -ambas con Florencio Parravicini y Hugo del Carril- transcurrían en gran parte en París, así como “Ambición” también de 1939 de Adelqui Migliar (1891-1956). Es precisamente en ese año cuando comenzaron las adaptaciones de obras literarias y piezas de teatro, desde los dramas más serios a los vodeviles. Dos títulos de ese año establecieron una norma que seguiría siendo más o menos válida durante los treinta años siguientes.
Por una parte, el vodevil “Le compartiment des dames seules” (Apartamento para mujeres solteras) de Maurice Hennequin (1863-1926), sirvió de base a “Mi suegra es una fiera” dirigida por Luis José Bayón Herrera (1889-1956) con Olinda Bozán. El mismo vodevil fue llevado a la pantalla argentina dos veces más: en 1953 como “Suegra último modelo” de Enrique Carreras (1925-1995) con Juan Carlos Thorry y Analía Gadé, y en 1978 como “Mi mujer no es mi señora” de Hugo Moser (1926-2003) con Alberto Olmedo y Olga Zubarry. Por otra parte, a partir de una versión del dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) de “La same aux camélias” (La dama de las camelias), Francisco Mugica (1907-1985) dirigió “Margarita, Armando y su padre” con la actuación de Florencio Parravicini y Mecha Ortiz. Excepto la secuencia final situada en París, la acción del filme se desarrolla en el Buenos Aires de los años ’30. La otra adaptación argentina de la obra de Alejandro Dumas hijo (1824-1895) es una versión modernizada realizada en 1953 por Ernesto Arancibia (1904-1963), con Zully Moreno, Carlos Thompson y Mona Maris: “La mujer de las camelias”, demasiado larga y pretenciosa, tiene secuencias enteras que se supone transcurren en Francia, en las que participaron todos los actores franceses, o que hablaban francés, disponibles en Buenos Aires.
En cuanto a Alejandro Dumas padre (1802-1870), tres de sus famosas novelas de aventuras fueron llevadas a la pantalla argentina: “Les trois mousquetaires” (Los tres mosqueteros) en 1946, realizada en el Uruguay por Julio Saraceni (1912-1998) con Armando Bo e Iris Marga; “Le comte de Monte-Cristo” (El Conde de Montecristo) en 1953 por León Klimovsky (1906-1996) con Jorge Mistral; y “Les frères corses” (Los hermanos corsos) en 1955 por Leo Fleider (1913-1977) con el debut en el cine argentino del actor ibérico Antonio Vilar. En el mismo marco de las historias de capa y espada, aunque no fueran de Dumas, en el mismo año 1955 el antes citado Klimowsky dirigió “El juramento de Lagardere” con Carlos Cores, sobre la novela “Le bossu” (El jorobado) de Paul Féval (1816-1887).
Honoré de Balzac (1799-1850) estuvo presente en 1943 con una fiel adaptación de su novela “La peau de chagrín” (La piel de zapa), dirigida por Luis Bayón Herrera (1889-1956) e interpretada por Hugo del Carril, Aída Luz y Santiago Gómez Cou. La obra cuenta la historia de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que satisface cada uno de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel se encoge y consume una porción de su energía vital. Así el film, al igual que la novela original, presenta en un terreno fantástico el fantasma neurótico del deseo imposible, la degradación de la vida amorosa y el temor a la muerte. Dejando de lado la vista panorámica de París en papel-maché (pasta de papel machacado) que abre la película, Balzac no fue traicionado y el sentido profundo de su obra permaneció intacto.


Dos novelas de Alphonse Daudet (1840-1897) fueron llevadas a la pantalla grande: “Sapho” (Safo) y “Jack”. “Safo, historia de una pasión”, realizada por Carlos Hugo Christensen (1914-1999), fue el gran acontecimiento de 1943 y un hito en el cine argentino ya que inauguró la erótica nacional, siendo una de las primeras películas calificadas como “inconveniente para menores” que se rodaron en el país. La atmósfera densa y sórdida -que provocó la prohibición de la película en España y en algunos países latinoamericanos-, la desgarrante música del rumano George Andreani (1901-1979), la estupenda realización y la actuación de Mecha Ortiz, hicieron del filme una obra maestra. “Las aventuras de Jack” fue realizada en 1949 por Carlos Borcosque (1894-1965) e interpretada por Juan Carlos Barbieri y Nedda Francy.
Guy de Maupassant (1850-1893) fue uno de los escritores más adaptados en todas las pantallas del mundo. El cine argentino lo utilizó por lo menos tres veces con resultados diversos. El cuento “La parure” (El collar) se convirtió en 1948 en “La dama del collar”, con Amelia Bence y Agustín Irusta. El realizador fue Luigi Mottura (1901-1972), actor y director teatral italiano, radicado desde 1938 en la Argentina. El cuento “Les bijoux” (Las joyas) se convirtió en una película con buenas intenciones pero malograda. Se llamó “Chafalonías” y fue dirigida en 1960 por Mario Soffici (1900-1977) con Luis Sandrini como protagonista. Por último, el cuento “L'héritage” (La herencia), llevado a la pantalla en 1964 con título homónimo por Ricardo Alventosa (1937-1995), con Juan Verdaguer y Alba Mugica, resultó una película muy ingeniosa y de calidad, en la que no se escatimó el humor negro y los ataques sin concesiones a las aberraciones de la sociedad burguesa argentina.
También Émile Zola (1840-1902) estuvo presente con “La bête humaine” (La bestia humana), obra sobre la que Daniel Tinayre (1910-1994), director nacido en Francia y nacionalizado argentino, realizó en 1957 con Massimo Girotti, Ana María Lynch y Elisa Christian Galvé una excelente versión de la novela original. Lo mismo ocurrió con “Thaïs” de Anatole France (1844-1924), cuya intriga, que transcurría en la antigüedad, fue traspuesta a la Argentina peronista de ese momento. El título del filme fue “La pasión desnuda” y actuaron María Félix y Carlos Thompson. Con una producción muy costosa y lanzada con una campaña de publicidad digna de los norteamericanos, la película fue dirigida por Luis César Amadori (1902-1977), quien no se privó de intercalar algunos diálogos teñidos de propaganda peronista, y tal vez por razones turísticas, no vaciló en reunir en un solo decorado geográfico diversos lugares de gran belleza natural como Córdoba, Tandil y Bariloche que, en realidad, se hallan entre sí a cientos de kilómetros de distancia.
“Le roman d'un jeune homme pauvre” (La novela de un joven pobre), novela romántica naturalista escrita por Octave Feuillet (1821-1890) en 1858, fue llevada al cine dos veces en la Argentina. La versión que más éxito tuvo fue la de 1942, dirigida por Luis Bayón Herrera (1889-1956) con el cantante Hugo del Carril y Amanda Ledesma. Las aventuras de la novela fueron trasladadas a una rica mansión y se añadieron algunas canciones para que el protagonista no decepcionara a su público. Una de las canciones -“En un bosque de la China” de Roberto Ratti (1899-1981)- tuvo un éxito sensacional y se siguió cantando durante muchos años en los países de lengua española. La versión de 1968, en colores, también titulada “La novela de un joven pobre”, fue menos trascendente. Dirigidos por Enrique Cahen Salaberry (1911-1991), actuaban el cantante Leo Dan y Niní Marshall, menos eficaz que de costumbre por no haber podido escribir sus propios diálogos.
“Madame Bovary”, sobre la novela homónima de Gustave Flaubert (1821-1880), por la cual fue procesado a raíz de su supuesta inmoralidad, fue en 1947 otro vehículo de prestigio para la actriz Mecha Ortiz, dirigida por Carlos Schlieper (1902-1957). Hay en el filme una fuerte presencia de las convenciones sociales de la época y de deseos insatisfechos de la protagonista. Otros ejemplo fue “El misterio del cuarto amarillo” de Julio Saraceni (1912-1998) con Herminia Franco y Santiago Gómez Cou. Realizada en 1947, fue una correcta adaptación de “Le mystère de la chambre jaune”, la famosa novela policial de Gastón Leroux (1868-1927)​​ que fuera una de las primeras del tipo “misterio del cuarto cerrado”, en la que el crimen tiene lugar en una habitación a la que es imposible tanto entrar como salir. La intriga generada en la investigación de varios crímenes sucedidos en la casa de un científico llevada a cabo por un periodista no llegó a tener, en el caso de la película argentina, el éxito esperado.


El número de adaptaciones de obras teatrales no fue menos copioso. “Le jeu de l'amour et du hasard” (El juego del amor y del azar) de Pierre de Marivaux (1688-1763) dio lugar a una película bastante interesante. Bajo el mismo nombre, Leopoldo Torres Ríos (1899-1960), realizador y guionista, utilizó la intriga del dramaturgo francés como contrapunto de otra intriga moderna que abría y cerraba la película, y en la que cada personaje, interpretado por el mismo actor que en la historia central, era exactamente el opuesto de lo que contaba Marivaux. También “Los ojos más lindos del mundo” de Luis Saslavsky (1903-1995) con Pedro López Lagar y Amelia Bence. Filmada en 1943 sobre la base de “Les plus beaux yeux du monde”, la comedia de Jean Sarment (1897-1976), fue -con el argumento ambientado a la Argentina- una nostálgica reconstrucción de la burguesía de Buenos Aires desde comienzos del siglo XX hasta los años treinta.
La obra del dramaturgo Victorien Sardou (1831-1908) fue adaptada tres veces: “Madame sans gene” (La señora sin vergüenza) de 1945 resultó una superproducción costosísima dirigida por Luis César Amadori (1902-1977) con el título original en francés y guionada por Conrado Nalé Roxlo (1898-1971). En ella Niní Marshall hacía de las suyas en la corte del emperador Napoleón; “Fédora” (Fedora), rebautizada “El precio de una vida” (1947), fue una coproducción con Chile dirigida por el director y productor chileno Adelqui Millar (1891-1956), el mismo que en 1931 había dirigido “Las luces de Buenos Aires”, el primer largometraje sonoro protagonizado por Carlos Gardel; y la comedia “Divorçons!” (Divorciémonos) brindó el argumento a “La señora de Pérez se divorcia” (1945), comedia sofisticada dirigida por Carlos Hugo Christensen (1914-1999), con Mirtha Legrand, Juan Carlos Thorry y Tilda Thamar.
Hubo también adaptaciones de autores contemporáneos y comprometidos como Jean Paul Sartre (1905-1980) y Albert Camus (1913-1960), o de autores sólo amenos como Guy des Cars (1911-1993). “Huís clos” (A puerta cerrada) de Sartre fue filmada en Buenos Aires en 1962 con ese nombre dirigida por Pedro Escudero (1914-1989) con Duilio Marzio e Inda Ledesma, y “La peste” de Camus fue filmada con el mismo título en 1991 con la dirección de Luis Puenzo (1946) y la interpretación de William Hurt y Sandrine Bonnaire. Y el ya citado Daniel Tinayre utilizó dos veces a Guy des Cars con todos los riesgos y beneficios que ello podía implicar: “Bajo un mismo rostro” (1962), basada en “Les filies de joie” (Hijas de la alegría), con Mirtha y Silvia Legrand, Mecha Ortiz y Jorge Mistral, y “Extraña ternura” (1964), basada en “Cette étrange tendresse” (Cierta extraña ternura), con Egle Martin, José Cibrián y Norberto Suárez. En la primera una monja ocupa el lugar de su hermana melliza, una prostituta, para demostrar que ésta es inocente del crimen del que se le acusa; en la segunda se roza el tema de la homosexualidad con grandes toques dramáticos.
No obstante, fueron las comedias brillantes, los vodeviles y los dramas burgueses, los que más se adaptaron en el cine argentino. Las obras de Georges Feydeau (1862-1921), Pierre Gavault (1864-1895), Alfred Varcourt (1871-1940) y Henri Verneuil (1920-2002), entre muchos otros, fueron el punto de partida de muchísimas películas, la mayor parte de las cuales ya se habían filmado en Francia aunque no se habían distribuido en la Argentina. Entre las adaptaciones de películas que se habían exhibido en Buenos Aires con éxito, podemos citar cuatro casos: “La muerte camina en la lluvia” (1948) del antes mencionado Carlos Hugo Christensen fue la remake de “L'assassin habite au 21” (El asesino vive en el 21) de Henri Georges Clouzot (1907-1977); “Abuso de confianza” (1950) de Mario Lugones (1912-1970) fue la del filme homónimo “Abus de confiance” de Henri Decoin (1890-1969); “Mi mujer está loca” (1952) de Enrique Cahen Salaberry (1911-1991) fue la remake de “Florence est folie” (Florencia está loca) de Georges Lacombe (1902-1990), y “Asunto terminado” (1953) de Kurt Land (1913-1997) -un director austríaco de una prolongada carrera artística en Argentina- fue la de “L'inevitable monsieur Dubois” “El inevitable sr. Dubois” de Pierre Billón (1901-1981).


También hubo dos casos en que las cosas se dieron al revés: filmes argentinos que fueron filmados en Francia después. El primer caso es el de “Los árboles mueren de pie”, la obra de Alejandro Casona (1903-1965) que se mantuvo en cartel durante varios años con la actriz española Amalia Sánchez Ariño. Carlos Schlieper (1902-1957) llevó la obra a la pantalla en 1951. Un año después, Jean Stelli (1894-1975) realizó en Francia una oscura adaptación de la obra de Casona: “Mammy”, aunque su filme sólo conservó el aspecto melodramático del relato pero no utilizó los toques surrealistas de la pieza, que sí estaban presentes en el filme argentino. El segundo caso es el de la novela policial de Nicholas Blake (1904-1972) “The beast must die” (La bestia debe morir) que Claude Chabrol (1930-2010) filmó en 1969 con el nombre “Que la béte meure”, pero que en la Argentina ya se había llevado al cine en 1952 con el nombre en castellano: “La bestia debe morir”, dirigida por Román Viñoly Barrete (1914-1970), con Laura Hidalgo y Narciso Ibáñez Menta.
Esta reseña abarca lo que se conoce como “la edad de oro del cine argentino”, esto es, entre las décadas del ’30 y del ’50. Fue una época en que el cine argentino tuvo su mayor relevancia a nivel internacional. Hacia finales de la década del ‘20, la Argentina había tenido un desarrollo cinematográfico tan rápido y marcado que era el principal exportador de cine de Latinoamérica. Luego, a mediados de la década del ’40, ya funcionaban en el país cerca de treinta estudios, que daban trabajo a más de cuatro mil personas, y los cincuenta y seis filmes realizados marcaron un hito histórico a nivel producción. El 28 de diciembre de 1895 había tenido lugar el primer estreno de la historia del cine. Los hermanos Auguste Lumière (1862-1954) y Louis Lumière (1864-1948) presentaban en París su invento: el cinematógrafo. Casi inmediatamente después enviaron a las grandes capitales del mundo los aparatos y el personal técnico capacitado para dar a conocer el nuevo descubrimiento. Desde aquel lejano 18 de julio de 1896 cuando se exhibieron en el Teatro Odeón de la calle Esmeralda en Buenos Aires veinticinco películas que se habían adquirido en París, evidentemente mucha agua ha corrido bajo el puente.