La
presencia de figuras francesas en la Argentina fue notable desde el mismo
momento en que el país nació. Jacques (Santiago) de Liniers (1753-1810), virrey
entre 1807 y 1809 del Virreinato del Río de la Plata; Aimé Bonpland (1773-1858),
médico y botánico que promovió el cultivo de la yerba mate, un vegetal sobre el
cual afirmó que su explotación tendría un gran futuro en el país; Hippolyte de
Bouchard (1780-1837), Charles Brandzen (1785-1827), Georges Beauchef
(1787-1840) y Ambroise Cramer (1792-1839), militares que se destacaron en las
guerras por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata; Philippe
Bertrès (1786-1856), ingeniero realizador de un innovador plano topográfico de
la ciudad de Buenos Aires con los nombres y numeración de sus principales
calles; y Amédée Jacques (1813-1865), filósofo y psicopedagogo rector del
Colegio Nacional de Buenos Aires y autor del “Ideal de Instrucción Pública” en el
que delineó los pasos indispensables para una enseñanza integral, son algunos
de los numerosos personajes de ese origen que dejaron su huella en la historia
argentina.
También lo
fueron Henri Meyer (1834-1899), fundador del semanario satírico “El Mosquito”,
periódico que retrató con ironía y desparpajo la vida política y social del
Buenos Aires del siglo XIX; Paul Groussac (1848- 1929), escritor, ensayista,
historiador y director de la Biblioteca Nacional; Charles Thays (1849-1934),
arquitecto y paisajista creador del Jardín Botánico de Buenos Aires; Clement
Cabanettes (1851-1910), precursor del sistema telefónico argentino; Fulgence
Bienvenüe (1852-1936), ingeniero constructor del subterráneo de Buenos Aires; Fernando
Fader (1882-1935), pintor posimpresionista que retrató de forma íntima y
personal la atmósfera de una Argentina controlada por la oligarquía conservadora;
y -por supuesto- Charles Romuald Gardes -Carlos Gardel- (1890-1935), el más
grande de los mitos porteños.
La
influencia de la cultura política francesa fue trascendental en la denominada Generación
del ’37, aquel movimiento intelectual que se formó a mediados del siglo XIX a
partir de las inquietudes culturales de un grupo de jóvenes intelectuales y
políticos. En medio de la formación del nuevo país, se propusieron orientar su
futuro hacia los ideales románticos y liberales de la soberanía popular y las
libertades individuales. Entre ellos se destacó Juan Bautista Alberdi (1810-1884),
jurista y escritor de “Bases y puntos de partida para la organización política
de la República Argentina”. En el pensamiento del autor intelectual de la
Constitución Argentina de 1853 fueron figuras claves filósofos y políticos como
Benjamin Constant (1767-1830), François de Chateaubriand (1768-1848), François
Guizot (1787-1874) y Alexis de Tocqueville (1805-1859), pero, fundamentalmente,
lo fueron Pierre Leroux (1797-1871) y Michel Chevalier (1806-1879).
El sistema
jurídico y social fue calcado sobre el modelo francés y el público culto
conocía muy bien la literatura francesa. Las obras de autores como Charles Baudelaire
(1821-1867), Alphonse Daudet (1840-1897), Émile Zola (1840-1902) y Stéphane
Mallarmé (1842-1898) eran traducidas al castellano y publicadas en Buenos
Aires. Por otro lado, la Argentina, gracias a su producción agropecuaria y el
modelo agroexportador, llegó a ser una de las grandes potencias mundiales entre
el comienzo del siglo XX y el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que llevó
a decir al Primer Ministro francés Georges Clemenceau (1841-1929), durante su
visita a Buenos Aires anterior a la Primera Guerra Mundial: “Esta ciudad se
halla por error en América Latina”.
De la
lectura del exhaustivo ensayo que sobre el tema el periodista e historiador Italo
Manzi (1932-2017) publicó en “Cuadernos Hispanoamericanos” (nros. 617, 618 y
619; 2001/02), se desprende que, en lo que al cine se refiere, es natural que
en una nación de origen plurieuropeo las influencias hayan sido múltiples, y
cuando a partir de 1936 la Argentina llegó a ser uno de los tres grandes
centros de la producción cinematográfica en lengua española junto con México y
España, abundaron las adaptaciones de obras italianas, españolas, alemanas o
escandinavas, sin olvidar los temas que podían ofrecer la literatura y el
teatro de los demás países latinoamericanos y de la propia Argentina. No
obstante, los temas de inspiración francesa fueron numerosos y constantes.
Durante la época del cine mudo y en los primeros años del sonoro, muchas películas
se inspiraron en letras de tangos que podían tener cierto valor literario.
A partir
de la primera película sonora, tardía con respecto a otras cinematografías -“Tango”
de 1933, dirigida por Luis Moglia Barth (1903-1984) que obtuvo un éxito popular
enorme-, en la mayoría de los filmes elaborados en torno de este ritmo, hubo
invariablemente una o varias secuencias que transcurrían en París con alguna
panorámica extraída de noticiarios o, con menos frecuencia, filmada
especialmente en París o reconstruida en estudios con escasos medios. Dos
películas de Manuel Romero (1891-1954): “Tres anclados en París” de 1937 y “La
vida es un tango” de 1939 -ambas con Florencio Parravicini y Hugo del Carril-
transcurrían en gran parte en París, así como “Ambición” también de 1939 de
Adelqui Migliar (1891-1956). Es precisamente en ese año cuando comenzaron las
adaptaciones de obras literarias y piezas de teatro, desde los dramas más
serios a los vodeviles. Dos títulos de ese año establecieron una norma que seguiría
siendo más o menos válida durante los treinta años siguientes.
Por una
parte, el vodevil “Le compartiment des dames seules” (Apartamento para mujeres
solteras) de Maurice Hennequin (1863-1926), sirvió de base a “Mi suegra es una
fiera” dirigida por Luis José Bayón Herrera (1889-1956) con Olinda Bozán. El
mismo vodevil fue llevado a la pantalla argentina dos veces más: en 1953 como “Suegra
último modelo” de Enrique Carreras (1925-1995) con Juan Carlos Thorry y Analía
Gadé, y en 1978 como “Mi mujer no es mi señora” de Hugo Moser (1926-2003) con
Alberto Olmedo y Olga Zubarry. Por otra parte, a partir de una versión del
dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) de “La same aux camélias”
(La dama de las camelias), Francisco Mugica (1907-1985) dirigió “Margarita,
Armando y su padre” con la actuación de Florencio Parravicini y Mecha Ortiz.
Excepto la secuencia final situada en París, la acción del filme se desarrolla
en el Buenos Aires de los años ’30. La otra adaptación argentina de la obra de
Alejandro Dumas hijo (1824-1895) es una versión modernizada realizada en 1953
por Ernesto Arancibia (1904-1963), con Zully Moreno, Carlos Thompson y Mona
Maris: “La mujer de las camelias”, demasiado larga y pretenciosa, tiene
secuencias enteras que se supone transcurren en Francia, en las que
participaron todos los actores franceses, o que hablaban francés, disponibles
en Buenos Aires.
En cuanto
a Alejandro Dumas padre (1802-1870), tres de sus famosas novelas de aventuras
fueron llevadas a la pantalla argentina: “Les trois mousquetaires” (Los tres
mosqueteros) en 1946, realizada en el Uruguay por Julio Saraceni (1912-1998) con
Armando Bo e Iris Marga; “Le comte de Monte-Cristo” (El Conde de Montecristo)
en 1953 por León Klimovsky (1906-1996) con Jorge Mistral; y “Les frères corses”
(Los hermanos corsos) en 1955 por Leo Fleider (1913-1977) con el debut en el
cine argentino del actor ibérico Antonio Vilar. En el mismo marco de las historias
de capa y espada, aunque no fueran de Dumas, en el mismo año 1955 el antes
citado Klimowsky dirigió “El juramento de Lagardere” con Carlos Cores, sobre la
novela “Le bossu” (El jorobado) de Paul Féval (1816-1887).
Honoré de
Balzac (1799-1850) estuvo presente en 1943 con una fiel adaptación de su novela
“La peau de chagrín” (La piel de zapa), dirigida por Luis Bayón Herrera (1889-1956)
e interpretada por Hugo del Carril, Aída Luz y Santiago Gómez Cou. La obra
cuenta la historia de un joven que recibe un pedazo de piel o cuero mágico que
satisface cada uno de sus deseos. Sin embargo, por cada deseo concedido la piel
se encoge y consume una porción de su energía vital. Así el film, al igual que
la novela original, presenta en un terreno fantástico el fantasma neurótico del
deseo imposible, la degradación de la vida amorosa y el temor a la muerte. Dejando
de lado la vista panorámica de París en papel-maché (pasta de papel machacado)
que abre la película, Balzac no fue traicionado y el sentido profundo de su
obra permaneció intacto.
Dos
novelas de Alphonse Daudet (1840-1897) fueron llevadas a la pantalla grande: “Sapho”
(Safo) y “Jack”. “Safo, historia de una pasión”, realizada por Carlos Hugo
Christensen (1914-1999), fue el gran acontecimiento de 1943 y un hito en el
cine argentino ya que inauguró la erótica nacional, siendo una de las primeras películas
calificadas como “inconveniente para menores” que se rodaron en el país. La
atmósfera densa y sórdida -que provocó la prohibición de la película en España
y en algunos países latinoamericanos-, la desgarrante música del rumano George
Andreani (1901-1979), la estupenda realización y la actuación de Mecha Ortiz,
hicieron del filme una obra maestra. “Las aventuras de Jack” fue realizada en
1949 por Carlos Borcosque (1894-1965) e interpretada por Juan Carlos Barbieri y
Nedda Francy.
Guy de
Maupassant (1850-1893) fue uno de los escritores más adaptados en todas las
pantallas del mundo. El cine argentino lo utilizó por lo menos tres veces con
resultados diversos. El cuento “La parure” (El collar) se convirtió en 1948 en “La
dama del collar”, con Amelia Bence y Agustín Irusta. El realizador fue Luigi
Mottura (1901-1972), actor y director teatral italiano, radicado desde 1938 en
la Argentina. El cuento “Les bijoux” (Las joyas) se convirtió en una película
con buenas intenciones pero malograda. Se llamó “Chafalonías” y fue dirigida en
1960 por Mario Soffici (1900-1977) con Luis Sandrini como protagonista. Por
último, el cuento “L'héritage” (La herencia), llevado a la pantalla en 1964 con
título homónimo por Ricardo Alventosa (1937-1995), con Juan Verdaguer y Alba
Mugica, resultó una película muy ingeniosa y de calidad, en la que no se
escatimó el humor negro y los ataques sin concesiones a las aberraciones de la
sociedad burguesa argentina.
También Émile
Zola (1840-1902) estuvo presente con “La bête humaine” (La bestia humana), obra
sobre la que Daniel Tinayre (1910-1994), director nacido en Francia y
nacionalizado argentino, realizó en 1957 con Massimo Girotti, Ana María Lynch y
Elisa Christian Galvé una excelente versión de la novela original. Lo mismo
ocurrió con “Thaïs” de Anatole France (1844-1924), cuya intriga, que
transcurría en la antigüedad, fue traspuesta a la Argentina peronista de ese
momento. El título del filme fue “La pasión desnuda” y actuaron María Félix y
Carlos Thompson. Con una producción muy costosa y lanzada con una campaña de
publicidad digna de los norteamericanos, la película fue dirigida por Luis
César Amadori (1902-1977), quien no se privó de intercalar algunos diálogos
teñidos de propaganda peronista, y tal vez por razones turísticas, no vaciló en
reunir en un solo decorado geográfico diversos lugares de gran belleza natural
como Córdoba, Tandil y Bariloche que, en realidad, se hallan entre sí a cientos
de kilómetros de distancia.
“Le roman
d'un jeune homme pauvre” (La novela de un joven pobre), novela romántica
naturalista escrita por Octave Feuillet (1821-1890) en 1858, fue llevada al
cine dos veces en la Argentina. La versión que más éxito tuvo fue la de 1942,
dirigida por Luis Bayón Herrera (1889-1956) con el cantante Hugo del Carril y
Amanda Ledesma. Las aventuras de la novela fueron trasladadas a una rica
mansión y se añadieron algunas canciones para que el protagonista no
decepcionara a su público. Una de las canciones -“En un bosque de la China” de
Roberto Ratti (1899-1981)- tuvo un éxito sensacional y se siguió cantando
durante muchos años en los países de lengua española. La versión de 1968, en
colores, también titulada “La novela de un joven pobre”, fue menos
trascendente. Dirigidos por Enrique Cahen Salaberry (1911-1991), actuaban el
cantante Leo Dan y Niní Marshall, menos eficaz que de costumbre por no haber
podido escribir sus propios diálogos.
“Madame
Bovary”, sobre la novela homónima de Gustave Flaubert (1821-1880), por la cual
fue procesado a raíz de su supuesta inmoralidad, fue en 1947 otro vehículo de
prestigio para la actriz Mecha Ortiz, dirigida por Carlos Schlieper (1902-1957).
Hay en el filme una fuerte presencia de las convenciones sociales de la época y
de deseos insatisfechos de la protagonista. Otros ejemplo fue “El misterio del
cuarto amarillo” de Julio Saraceni (1912-1998) con Herminia Franco y Santiago
Gómez Cou. Realizada en 1947, fue una correcta adaptación de “Le mystère de la
chambre jaune”, la famosa novela policial de Gastón Leroux (1868-1927) que fuera una de las
primeras del tipo “misterio del cuarto cerrado”, en la que el crimen tiene
lugar en una habitación a la que es imposible tanto entrar como salir. La
intriga generada en la investigación de varios crímenes sucedidos en la casa de
un científico llevada a cabo por un periodista no llegó a tener, en el caso de
la película argentina, el éxito esperado.
El número de
adaptaciones de obras teatrales no fue menos copioso. “Le jeu de l'amour et du
hasard” (El juego del amor y del azar) de Pierre de Marivaux (1688-1763) dio
lugar a una película bastante interesante. Bajo el mismo nombre, Leopoldo
Torres Ríos (1899-1960), realizador y guionista, utilizó la intriga del
dramaturgo francés como contrapunto de otra intriga moderna que abría y cerraba
la película, y en la que cada personaje, interpretado por el mismo actor que en
la historia central, era exactamente el opuesto de lo que contaba Marivaux. También
“Los ojos más lindos del mundo” de Luis Saslavsky (1903-1995) con Pedro López
Lagar y Amelia Bence. Filmada en 1943 sobre la base de “Les plus beaux yeux du
monde”, la comedia de Jean Sarment (1897-1976), fue -con el argumento
ambientado a la Argentina- una nostálgica reconstrucción de la burguesía de
Buenos Aires desde comienzos del siglo XX hasta los años treinta.
La obra
del dramaturgo Victorien Sardou (1831-1908) fue adaptada tres veces: “Madame sans
gene” (La señora sin vergüenza) de 1945 resultó una superproducción costosísima
dirigida por Luis César Amadori (1902-1977) con el título original en francés y
guionada por Conrado Nalé Roxlo (1898-1971). En ella Niní Marshall hacía de las
suyas en la corte del emperador Napoleón; “Fédora” (Fedora), rebautizada “El
precio de una vida” (1947), fue una coproducción con Chile dirigida por el director
y productor chileno Adelqui Millar (1891-1956), el mismo que en 1931 había
dirigido “Las luces de Buenos Aires”, el primer largometraje sonoro protagonizado
por Carlos Gardel; y la comedia “Divorçons!” (Divorciémonos) brindó el
argumento a “La señora de Pérez se divorcia” (1945), comedia sofisticada
dirigida por Carlos Hugo Christensen (1914-1999), con Mirtha Legrand, Juan
Carlos Thorry y Tilda Thamar.
Hubo
también adaptaciones de autores contemporáneos y comprometidos como Jean Paul
Sartre (1905-1980) y Albert Camus (1913-1960), o de autores sólo amenos como
Guy des Cars (1911-1993). “Huís clos” (A puerta cerrada) de Sartre fue filmada
en Buenos Aires en 1962 con ese nombre dirigida por Pedro Escudero (1914-1989) con
Duilio Marzio e Inda Ledesma, y “La peste” de Camus fue filmada con el mismo
título en 1991 con la dirección de Luis Puenzo (1946) y la interpretación de
William Hurt y Sandrine Bonnaire. Y el ya citado Daniel Tinayre utilizó dos
veces a Guy des Cars con todos los riesgos y beneficios que ello podía
implicar: “Bajo un mismo rostro” (1962), basada en “Les filies de joie” (Hijas
de la alegría), con Mirtha y Silvia Legrand, Mecha Ortiz y Jorge Mistral, y “Extraña
ternura” (1964), basada en “Cette étrange tendresse” (Cierta extraña ternura),
con Egle Martin, José Cibrián y Norberto Suárez. En la primera una monja ocupa
el lugar de su hermana melliza, una prostituta, para demostrar que ésta es inocente
del crimen del que se le acusa; en la segunda se roza el tema de la
homosexualidad con grandes toques dramáticos.
No
obstante, fueron las comedias brillantes, los vodeviles y los dramas burgueses,
los que más se adaptaron en el cine argentino. Las obras de Georges Feydeau
(1862-1921), Pierre Gavault (1864-1895), Alfred Varcourt (1871-1940) y Henri
Verneuil (1920-2002), entre muchos otros, fueron el punto de partida de
muchísimas películas, la mayor parte de las cuales ya se habían filmado en
Francia aunque no se habían distribuido en la Argentina. Entre las adaptaciones
de películas que se habían exhibido en Buenos Aires con éxito, podemos citar
cuatro casos: “La muerte camina en la lluvia” (1948) del antes mencionado
Carlos Hugo Christensen fue la remake de “L'assassin habite au 21” (El asesino
vive en el 21) de Henri Georges Clouzot (1907-1977); “Abuso de confianza”
(1950) de Mario Lugones (1912-1970) fue la del filme homónimo “Abus de
confiance” de Henri Decoin (1890-1969); “Mi mujer está loca” (1952) de Enrique
Cahen Salaberry (1911-1991) fue la remake de “Florence est folie” (Florencia está loca) de
Georges Lacombe (1902-1990), y “Asunto terminado” (1953) de Kurt Land (1913-1997)
-un director austríaco de una prolongada carrera artística en Argentina- fue la
de “L'inevitable monsieur Dubois” “El inevitable sr. Dubois” de Pierre Billón
(1901-1981).
También
hubo dos casos en que las cosas se dieron al revés: filmes argentinos que
fueron filmados en Francia después. El primer caso es el de “Los árboles mueren
de pie”, la obra de Alejandro Casona (1903-1965) que se mantuvo en cartel
durante varios años con la actriz española Amalia Sánchez Ariño. Carlos
Schlieper (1902-1957) llevó la obra a la pantalla en 1951. Un año después, Jean
Stelli (1894-1975) realizó en Francia una oscura adaptación de la obra de
Casona: “Mammy”, aunque su filme sólo conservó el aspecto melodramático del
relato pero no utilizó los toques surrealistas de la pieza, que sí estaban
presentes en el filme argentino. El segundo caso es el de la novela policial de
Nicholas Blake (1904-1972) “The beast must die” (La bestia debe morir) que
Claude Chabrol (1930-2010) filmó en 1969 con el nombre “Que la béte meure”,
pero que en la Argentina ya se había llevado al cine en 1952 con el nombre en
castellano: “La bestia debe morir”, dirigida por Román Viñoly Barrete
(1914-1970), con Laura Hidalgo y Narciso Ibáñez Menta.
Esta
reseña abarca lo que se conoce como “la edad de oro del cine argentino”, esto
es, entre las décadas del ’30 y del ’50. Fue una época en que el cine argentino
tuvo su mayor relevancia a nivel internacional. Hacia finales de la década del
‘20, la Argentina había tenido un desarrollo cinematográfico tan rápido y
marcado que era el principal exportador de cine de Latinoamérica. Luego, a
mediados de la década del ’40, ya funcionaban en el país cerca de treinta
estudios, que daban trabajo a más de cuatro mil personas, y los cincuenta y
seis filmes realizados marcaron un hito histórico a nivel producción. El 28 de
diciembre de 1895 había tenido lugar el primer estreno de la historia del cine.
Los hermanos Auguste Lumière (1862-1954) y Louis Lumière (1864-1948)
presentaban en París su invento: el cinematógrafo. Casi inmediatamente después
enviaron a las grandes capitales del mundo los aparatos y el personal técnico
capacitado para dar a conocer el nuevo descubrimiento. Desde aquel lejano 18 de
julio de 1896 cuando se exhibieron en el Teatro Odeón de la calle Esmeralda en
Buenos Aires veinticinco películas que se habían adquirido en París, evidentemente
mucha agua ha corrido bajo el puente.