El fraile
agustino e instigador del cisma protestante Martin Lutero (1483-1546) formuló,
respecto de los judíos, opiniones contradictorias que fueron desde la
exaltación hasta el insulto. Para intentar establecer una cierta lógica en
estos juicios habría que fundarse en la cronología.
En un
opúsculo de 1523, "Das Jesús Christus ein geborener jude sei" (Que
Jesucristo nació judío), el reformador se mostraba favorable a los israelitas:
"... Los judíos son de la raza de Cristo... Jamás Dios concedió a ningún
pueblo pagano un honor tan grande como a los judíos". Por el contrario, en
una obra de 1542, "Gegen die luden und ihre lügen" (Contra los judíos
y sus mentiras) Lutero propuso que se aplicasen a los judíos unas medidas
extremadamente severas, llegando finalmente hasta la expulsión.
Un cambio
de semejante naturaleza es probable que haya sido consecuencia de una esperanza
frustrada: en el comienzo de su predicación, Lutero, al presentar un
cristianismo renovado, desembarazado de supersticiones, esperaba que los
espíritus de buena voluntad, y en particular los judíos, irían hacia Cristo.
Los judíos, naturalmente, se mostraron indiferentes, y el reformador,
decepcionado, los condenó a la desaparición. Este enfoque ha sido adoptado por
la mayoría de los historiadores y aparece en la mayoría de los ensayos que
tratan la cuestión. No obstante, el argumento tropieza con serias objeciones ya
que otros textos de los años 1520 son, asimismo, extremadamente severos respecto
de los judíos, mientras que algunos escritos de los últimos años de Lutero
insisten todavía en el carácter privilegiado del pueblo judío.
Por
consiguiente, no existió un cambio radical en el pensamiento del reformador; en
1523, Lutero no se hacía demasiadas ilusiones sobre la posibilidad de convertir
a los judíos; comenzó su obra explicando que quería exponer sus ideas sobre el
nacimiento de Jesús "con el propósito también de atraer, quizás, a algunos
judíos a la fe cristiana", lo que deja un margen muy reducido para una
hipotética decepción.
Un punto
de vista menos simplista ha sido expuesto en la segunda mitad del siglo XX por
algunos historiadores que afirmaron la unidad del pensamiento luterano sobre la
cuestión judía y subrayaron que las variaciones, con frecuencia señaladas,
obedecían, sobre todo, a una evolución de las concepciones teológicas del
reformador. Este enfoque parece mucho más satisfactorio que el anterior, aunque
no destaca con suficiente claridad la ambivalencia de las ideas luteranas.
Lutero, en cuanto teólogo, recorrió un camino de evolución ideológica y, en
cada etapa, consideró de manera diferente el lugar de los judíos en la economía
de la salvación. Pero el Lutero hombre del medioevo no cambió; sus escritos
ofrecen un testimonio notable de la desconfianza que animaba a todos los
clérigos respecto de los judíos. El judío descendiente de Abraham era
considerado con cierta indulgencia; el judío contemporáneo no merecía más que
insultos. Incluso el texto de 1523 era bastante duro al afirmar que "los
judíos se apartan del resto de la Humanidad", que "se refugian en la
mentira y en la mala fe", que "únicamente se aferran a la letra de la
Escritura" y que "son incapaces de comprender un pensamiento sutil".
La única concesión
de Lutero consistió en decir que la política represiva del papado había
contribuido a impedir que los judíos hubieran podido "salir de esa
lamentable situación". Poco tiempo después, en su último texto dedicado a
la guerra de los campesinos, atacó con violencia a los judíos, cuyo corazón
"está tan rebosante de funesta perfidia que no tienen otro deseo profundo
que el de suscitar escándalo. Los judíos son malvados y peligrosos, detestan a
los cristianos, sus libros son inmorales, roban y explotan al pobre
pueblo". Estos temas clásicos que figuran en los escritos del reformador,
ponen de manifiesto que este es, en el fondo, un reflejo de su época.
Medio
siglo más tarde, el pastor evangélico Georg Nigrinus (1530-1602), publicó en
1570 un breve tratado, "Luden feind" (Invitación al enemigo), en el
cual escribió: "Queridos cristianos, tomad este librito. Mirad el pérfido
corazón de los judíos, no se trata en verdad de ninguna broma. Son los enemigos
de Cristo; ¿en qué creéis que aplican su inteligencia? Si tuvieran poder sobre
el mundo, del mismo modo que se han apoderado ya de vuestro dinero, si
poseyeran el imperio sobre los pueblos y los ejércitos, tal como lo desean día
y noche, nos estrangularían como a perros rabiosos y no soportarían ni siquiera
un sólo cristiano durante más de una hora. Los judíos desean que venga a este
mundo un mesías para que nos asesine y nos apuñale a todos a fin de que nadie
pueda oponérsele".
"También
los turcos son enemigos de Cristo -prosigue Nigrinus-, insultan y persiguen el
nombre cristiano. Sin embargo, no profieren diariamente blasfemias horribles
contra Cristo, como lo hacen los talmudistas. Los papistas atacan igualmente a
Cristo y a su pueblo a causa del dogma que afirma que el Salvador y el Redentor
nos juzga dignos de la gracia a causa de nuestra fe y no de nuestro mérito o de
nuestra dignidad. Pero, con excepción de este punto, respetan los artículos de
la fe. Por el contrario, los talmudistas, no se contentan con rechazar
absolutamente los textos apostólicos, con reírse y burlarse de los artículos de
la fe cristiana, sino que han llegado hasta proferir a este respecto blasfemias
horribles".
El teólogo
evangélico fue más allá todavía: "No ignoro que algunos consideran
indispensables a los judíos y a su usura, porque, sin ellos, muchos mercaderes
u otras personas quedarían reducidos a la miseria. Sí, no ignoro que, en ocasiones,
se hace de la miseria una virtud. Pero si el mundo quiere transformar el pecado
en virtud y al Diablo en Dios, que lo haga bajo su única responsabilidad. Por lo
que a nosotros respecta, queremos, no solamente vernos desembarazados de los
judíos y de su dinero usurario, sino también de todos los demás usureros.
Pluguiera a Dios que estuvieran donde tendrían que estar. Alguno podría
preguntarse: ¿Son acaso los judíos los únicos que practican la usura, que
persiguen, que acaparan? ¿No es cierto que los cristianos hacen lo mismo? A
esto yo respondo: ¡No! Los verdaderos cristianos no lo hacen. Pero existen en
el mundo falsos cristianos que lo hacen. Por consiguiente, yo preciso:
considero a los judíos como judíos, sean bautizados o circuncisos. Aunque no
todos tengan el mismo origen, constituyen juntos una sola camarilla. Rinden culto
juntos a un Dios al que Cristo llamó Mammón y que, al final de los tiempos,
será precipitado juntamente con sus servidores en el reino del Diablo. Si no se
quiere expulsarlos, si se los soporta por clemencia y por bondad, y no a causa
de su dinero, lo mejor sería que se les diera un pueblo a construir para sí
mismos, y que se les dejara vivir en él de su trabajo, como lo hacen los demás
hombres, en lugar de dejarlos vivir dispersos aquí y allá y consentirles que
exploten a las personas sencillas. Si vivieran solos y tuvieran que alimentarse
con su trabajo manual, perderían mucho de su arrogancia".
Y
concluye: "Dios los ha rechazado. Los cristianos quieren ensalzarlos. Dios
los ha expulsado, arrojado de su país. Nosotros los mimamos y les dejamos vivir
en nuestro país. Dios los castiga con su dura cólera. Entre nosotros se les
conceden los más insignes favores. Dios quiere someterlos a todos los pueblos
para imponerles el esfuerzo y el trabajo. Pero entre los cristianos se les
ayuda para que se conviertan en grandes señores y se den la gran vida en el
ocio".
Por su
parte, otro de los gestores de la reforma protestante, el teólogo francés Jean
Calvino (1509-1564), quien desarrolló la doctrina moral llamada
"puritanismo" -sistema que expresaba las exigencias de la parte más
radical de la burguesía-, tuvo una teología diferente a la tradicional de la
Iglesia Católica en el tema referente a los judíos. En su obra "Institutio
christianae religionis" (Institución de la religión cristiana), habló de la
predestinación divina de unos hombres a la "salvación" y de otros a
la "condena".
El pacto
de Dios con los judíos no había desaparecido con el surgimiento del cristianismo,
sino que con éste una nueva vía de salvación había germinado para todos aquellos
que no habían nacido judíos. Calvino consideraba que no debía intentar
convertirse a los judíos al cristianismo para salvarlos, ya que esa conversión no
les aseguraba la salvación. Dado que todos los hombres eran esencialmente
malvados, la salvación no podía ser asegurada para nadie y dependía sólo de
Dios.
Pero,
volviendo a Lutero, el monje agustino acérrimo crítico de la disipación moral
de la Iglesia romana que lo llevó a rechazar la autoridad del papado y a aspirar
a un retorno a la espiritualidad primitiva, resultan muy elocuentes sus obras
escritas en 1543 sobre el judaísmo. En "Von den juden und ihren lügen"
(Sobre los judíos y sus mentiras), por ejemplo, decía que eran "seres muy
desesperados, malos, venenosos y diabólicos hasta la médula, y en estos mil
cuatrocientos años han sido nuestra desgracia, peste y desventura, y siguen
siéndolo. Son venenosas, duras, vengativas y pérfidas serpientes; asesinos e
hijos del demonio que muerden y envenenan en secreto, no pudiéndolo hacer
abiertamente".
Y
agregaba: "Los judíos son un pueblo abyecto y despreciable, es decir, no
un pueblo de Dios. Están manchados con las heces del diablo en las que se
revuelcan como cerdos. Yo les arrancaría la lengua de la garganta. Los judíos,
en una palabra, no deben ser tolerados, no se les debe mostrar ninguna piedad
ni misericordia. ¿Qué debemos hacer nosotros los cristianos con los judíos, esa
gente rechazada y condenada? Dado que viven con nosotros, no debemos soportar
su comportamiento, ya que conocemos sus mentiras sus calumnias y sus blasfemias".
Como una
premonición de lo que ocurriría cuatro siglos más tarde en Alemania, proponía "prender
fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura todo aquello a
lo que no prendamos fuego para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o
ceniza. Hay que destruir y desmantelar de la misma manera sus casas, porque en
ellas hacen las mismas cosas que en sus sinagogas. Hay que quitarles todos sus
libros de oraciones y los textos talmúdicos en los que se enseñan tales
idolatrías, mentiras, maldiciones y blasfemias. Hay que prohibir a sus rabinos,
bajo pena de muerte, alabar a Dios, darle las gracias, rezar y enseñar
públicamente entre nosotros y en nuestro país".
Y en
"Vom schem hamphoras und vom geschlecht Christi" (Del nombre
incognoscible y las generaciones de Cristo) incluyó a los judíos entre los
secuaces del diablo: "Aquí en Wittenberg, en nuestra iglesia parroquial,
hay una puerca esculpida en la piedra de la que maman cerditos y judíos; detrás
de la puerca se encuentra un rabino que alza la pata derecha de la cerda, le
levanta el rabo y le mira con gran fijeza en el Talmud bajo el rabo, como si
quisiera leer o ver algo muy difícil y excepcional; sin duda encontraron el
nombre oculto de Dios en ese lugar".
Y en sus
últimos tiempos pronunció un sermón en el que predicó la que llamó última
"advertencia" dirigida a los señores que tenían la potestad de
expulsar de sus tierras a los judíos que no se convirtieran al cristianismo,
advirtiéndoles que, de no expulsarlos, serían "socios en los pecados de
otros": "Por tanto, no estaría bien ser piadosos y confirmarlos en su
conducta. Si esto es en vano, tendremos que expulsarlos como perros rabiosos a
fin de no convertirnos en cómplices de su abominable blasfemia y todos sus
otros vicios y por ello merecer la ira de Dios y terminar malditos junto a
ellos. Yo he cumplido con mi deber. Ahora que cada cual haga su parte. Yo estoy
justificado".
Muy
elocuente también resulta la carta que Lutero le escribió a su mujer el 1 de
febrero de 1546, pocos días antes de morir: "He sido presa de un malestar
poco antes de llegar a Eisleben. Ha sido culpa mía. Pero si tú hubieras estado
entonces, habrías dicho que la culpa correspondía a los judíos o a su Dios, ya
que hemos tenido que atravesar, un poco antes de llegar a Eisleben, un pueblo
donde viven muchos judíos; tal vez han sido ellos los que han soplado tan
fuerte contra mí. En este momento hay más de cincuenta judíos que viven en
Eisleben. Y esto es verdad: cuando he pasado en coche cerca de este pueblo, un
viento frío ha entrado en el coche por detrás y ha soplado sobre mi cabeza a través
del bonete como para transformar mi cerebro en un bloque de hielo. Ello ha
podido contribuir a mi mareo. Una vez que haya arreglado los asuntos principescos,
deberé imponerme la tarea de expulsar a los judíos. El conde Albert les es
hostil y los ha puesto ya fuera de la ley; pero nadie les hace nada todavía. Si
Dios quiere, quiero ayudar al conde Albert desde el pulpito y ponerlos, también
yo, fuera de la ley".
Tanto en
la Edad Media como a comienzos de la Edad Moderna, los judíos inspiraron un
horror sagrado. Es llamativo que los cristianos pudieron escindirse entre
católicos y protestantes e, inclusive, llegar a la guerra, lo que no impidió
que en ambos bandos persistiera el odio hacia los judíos. Ese odio llegó hasta
el siglo XX y le sirvió a Adolf Hitler (1889-1945) para justificar el Holocausto.
En opinión
de diversos historiadores del nazismo, el origen del antisemitismo alemán que
desembocó en aquella tragedia está en Lutero. Así lo consideraron, por ejemplo,
los estadounidenses William Shirer (1904-1993) en "The rise and fall of
the Third Reich" (Auge y caída Del Tercer Reich) y Robert Ashley Michael
(1930-2014) en "A history of catholic antisemitism. The dark side of the
Church" (Una historia del antisemitismo católico. El lado oscuro de la
Iglesia), o el británico Paul Johnson (1928) en "The history of the
jews" (La historia de los judíos).
Ahondando
en esa opinión, el psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers (1883-1969) escribió
en su ensayo "Die schuldfrage. Von der politischen haftung Deutschlands"
(El problema de la culpa. Sobre la responsabilidad política de Alemania) que en
Lutero podían encontrase las bases del programa de política racial antisemita
llevado adelante por el nazismo, basándose en que muchos de sus teóricos se
apoyaron en las ideas luteranas sobre la absoluta intolerancia para con los
judíos. De hecho, en los juicios de Núremberg, el argumento empleado por
algunos dirigentes nacionalsocialistas para justificarse fue que se habían
limitado a obedecer las enseñanzas de Lutero.
Obviamente
esta mentalidad racista, intolerante e irreflexiva no es propiedad intrínseca de
los antisemitas, también incluye, por citar sólo algunas de las más notorias,
al empeño criminal de los judíos contra los musulmanes del pueblo palestino y a
las prácticas de los fundamentalistas islámicos como arma de preservación de la
pureza originaria ante la corrupción proveniente tanto del "pecado
comunista" como de la "corrupta democracia liberal". Resulta
evidente que las tres religiones monoteístas -el cristianismo, el islamismo y el judaísmo- poseen
una faceta de intolerancia, de agresión, de violencia, de exclusión. Debido a
sus ideas de ser el pueblo elegido, cada una de ellas tiene aspiraciones
absolutistas que excluyen una auténtica tolerancia.
La
estupidez humana no reconoce límites, ni temporales ni geográficos ni raciales
ni de ninguna índole. Las religiones tampoco. La estupidez humana es tan vieja
como el mundo. Las religiones también.