31 de agosto de 2020

Escuetas consideraciones sobre el desprecio

El profesor español Alfonso Fernández Tresguerres (1957), dedicado a la enseñanza de la filosofía desde 1991 en la Universidad de Oviedo y pertenecinete al Consejo de Redacción de la revista "El basilisco", escribió en 2004 un interesantísimo artículo: "Acerca de burlas, bromas, desprecios, menosprecios y sarcasmos". En uno de sus párrafos dice: "en la burla se concitan la alegría y el odio". Cita a Rene Descartes (1596-1650): "La irrisión o burla es una especie de alegría mezclada con odio que nace cuando descubrimos algún pequeño mal en una persona a la que consideramos merecedora de él. Se siente odio por ese mal y alegría de verlo en quien es digno de él". También menciona a Baruch Spinoza (1632-1677): "La irrisión es la alegría surgida desde que imaginamos que, en la cosa que odiamos, existe algo que despreciamos".
"El tipo de odio que se pone de manifiesto en la burla no es otro, en efecto, que el desprecio - continúa Fernández Treguerres-; y eso nos autoriza a afirmar que la burla es una de las formas que éste puede adoptar o mediante las que puede manifestarse". Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.), sin embargo, al señalar las diversas variedades de desprecio, omite la burla, y se refiere al desdén, la vejación y el ultraje. Fernández Treguerres, en cambio, objeta la idea del desdén, a la que vincula -más que con el desprecio- con el menosprecio: "menospreciar significa infravalorar o negar valor a algo o a alguien; significa, en el límite, indiferencia, y por eso el menosprecio puede declararse de forma pasiva, por el simple acto de ignorar aquello que se menosprecia. En cambio, el despreciar es siempre activo, conlleva, inexorablemente, alguna acción (como la propia burla) mediante la cual se busca el desprestigio y, si fuese posible, hasta la destrucción de la fama o el buen nombre de aquél a quien se desprecia; y a quien se desprecia no necesariamente por considerarlo carente de valor, sino, al contrario, porque, en ocasiones, se le atribuye tal valor en dosis importantes, y aun porque se le sobrevalora, con lo que, al cabo, se entiende muy bien por qué en muchos casos el desprecio es actitud que acompaña a la envidia".


El desprecio, en definitiva, es un lazo que nos mantiene atados a aquél a quien despreciamos; el menosprecio, en cambio, nos libera de él: quien menosprecia a alguien, lo hace convencido de que ni siquiera merece la pena despreciarle. Se puede, en suma, menospreciar sin hacer nada, pero sólo es posible despreciar haciendo algo, como vejar y ultrajar tal como lo señala Aristóteles. Este y Espinosa no hacen diferencias entre desprecio y menosprecio. "El desprecio -escribió el filósofo griego- es la actualización de una opinión acerca de algo que aparece sin ningún valor", mientras que el filósofo holandés dijo que: "El desprecio es la imaginación de una cosa que impresiona tan poco al alma que la presencia de la cosa mueve más bien a imaginar lo que no hay en ella que lo que en ella hay".
El ya mencionado Descartes, por su parte, relaciona al desdén con el menosprecio: "Lo que llamo desdén es la inclinación del alma a menospreciar una causa libre juzgando que, aunque por su naturaleza sea capaz de hacer bien o mal, impera, sin embargo, tan por encima de nosotros que no nos puede hacer ni lo uno ni lo otro". De este modo, el desdén bien podría significar indiferencia, pero el desprecio es, en muchos aspectos, absolutamente contrario a la indiferencia: cuando alguien nos es indiferente, sencillamente lo despreciamos. "Se desprecia con hechos o con palabras -dice Fernández Treguerres-, con vejaciones y con injurias". O como dice un viejo refrán español: "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio".
El desprecio es una actitud necesaria, inevitable, irrenunciable y única aplicable en ciertas circunstancias y contextos. Por ejemplo, toda actitud que menoscabe el respeto a la verdad, merece un total desprecio. Ahora bien, como el error es inevitable y por lo tanto excusable, y hasta en alguna medida lícito, a condición de que sea involuntario, provisional y ávido de rectificación, es necesario hacer una salvedad. "Lo inadmisible no es el error como tal -escribió el filósofo español Julián Marías (1914-2005)-, sino la mentira, la voluntad de falsedad, la perseverancia en ella, la adscripción sistemática a la falsificación como tal. Lo despreciable no es la deficiencia humana, la dificultad de alcanzar la verdad siempre huidiza, sino la predilección por la falsedad, la adscripción voluntaria a ella".
Hay épocas en que la tensión hacia la verdad y su búsqueda se debilitan, en que interviene una actitud de desinterés por la verdad, en una indiferencia cuya consecuencia suele ser una llamativa facilidad de aceptación y hasta una simpatía por lo falso. "Ha habido y hay épocas y países -continúa Marías- en que la verdad ha sido escamoteada, eliminada, perseguida, cuyo mantenimiento y expresión han resultado peligrosos, a veces extremadamente. La historia reciente muestra ejemplos gravísimos de oscurecimiento voluntario de la verdad, del peligro de buscarla, enunciarla, defenderla, de su suplantación por diversos sistemas de mentiras implacablemente impuestas. La historia del mundo en el siglo XX muestra con angustiosa extensión y frecuencia el predominio de esta actitud". Dadas estas condiciones, la actitud de desprecio a lo falso sigue siendo en gran medida inevitable.
La literatura y el cine también se han ocupado del desprecio, aunque enfocado de una manera más particular, más íntima. El escritor italiano Alberto Moravia (1907-1990) publicó en 1954 la novela "Il disprezzo" (El desprecio), una obra que representó una etapa fundamental en su viaje a través de las instituciones burguesas y su desfallecimiento. En este caso, Moravia mostraba, a través de Riccardo, un guionista de cine, y Emilia, su mujer, las contradicciones de un matrimonio que se ilumina o se oscurece a la luz de los éxitos y fracasos profesionales del marido. Con este argumento de fondo, aparecen todos los temas centrales de Moravia, definidos de manera precisa y compleja, como si fuera una enciclopedia de la temática tratada por el autor a lo largo de toda su obra.
En 1963, el director cinematográfico vanguardista y experimental Jean Luc Godard (1930) realizó un film ("Le mepris") basado en la novela de Moravia, interpretado por Brigitte Bardot, Michel Piccoli, Jack Palance y Giorgia Moll. En el argumento, Paul (Michel Piccoli) y Camille (Brigitte Bardot) parecen formar un sencillo pero feliz joven matrimonio. Su relación se precipita hacia la ruptura a partir del momento en que Paul acepta la oferta de un arrogante productor americano, Jeremy Prokosch (Jack Palance), para escribir el guión de una gran producción comercial basada en "La Odisea" de Homero de Esmirma (850-725 a.C.) y dirigida por Fritz Lang (1890-1976).
Con una profunda reflexión en torno a la realización de la obra cinematográfica como trasfondo, la excelente película de Godard se fundamenta sobre dos grandes pilares narrativos interrelacionados. Por un lado, la crisis matrimonial de la pareja de recién casados antes mencionada. Por otro lado, se plantea la cuestión del conflicto artístico de Paul, quién deja de lado su vocación literaria como dramaturgo aceptando la oferta del guión por los ingresos que supone, y se ve envuelto en el conflicto que surge entre la interpretación comercial que el productor americano pretende realizar de la obra de Homero y la profunda reflexión existencial que el director alemán, Fritz Lang, aspira a realizar de La Odisea.
En este doble contexto, la película muestra la transformación que se produce en el sentimiento de Camille hacia Paul que evoluciona del amor, subrayado al principio de la historia en la escena de intimidad conyugal que abre la película, a la indeferencia primero, el cese del amor después, y finalmente al desprecio. Esa evolución de los sentimientos de Camille hacia su esposo y la búsqueda del motivo de ese desprecio por parte de Paul determinan la evolución narrativa de la obra. Desde el punto de vista de su estructura formal, la película se divide en grandes bloques que parecen imitar la estructura de una tragedia clásica en tres actos. Una primera parte que se desarrolla en Cinecittà marcada por la aceptación, tras un segundo de duda, por parte de Paul de la oferta para realizar el guión. Una segunda parte, en casa de Paul y Camille, en la se escenifica el desencuentro entre ambos. Y finalmente, el desenlace en Capri a donde la pareja acude a presenciar la realización de parte de la adaptación de "La Odisea" en la villa del productor.
Ambas obras, la novela y la película, nos revelan otra faceta del desprecio.
La filosofía ha definido al desprecio como lo "no digno de ser visto". El despreciado no existe. Los inexistentes no suscitan atención. El lingüista y filósofo búlgaro Tzvetan Tódorov (1939-2017) analizó las distintas formas del desprecio. En su ensayo "La vie commune" (La vida en común) afirmaba que el hombre sólo comienza a existir en la mirada del otro. Es el otro el que asegura su existencia. El desprecio podía pensarse entonces como una variante de la soledad y una forma destructiva del reconocimiento.
El novelista francés Honoré de Balzac (1799-1850) decía que "las heridas incurables son aquellas infligidas por la lengua, los ojos, la burla y el desprecio". Años antes, el escritor, historiador y filósofo francés François Marie Arouet, más conocido como Voltaire (1694-1778), había afirmado que "todo es soportable salvo el desprecio". Para concluir, podemos remontarnos al excepcional novelista y filósofo francés Albert Camus (1913-1960), quien, lacónicamente nos recordó: "El desprecio es el fascismo".