Escritor,
filósofo y activista nacido en Bolonia, Franco Berardi (1949) es una importante
figura del movimiento autonomista italiano. Graduado en Estética en la Università
di Bologna, participó de los acontecimientos del célebre Mayo Francés de 1968
desde su ciudad natal formando parte de Lotta Continua, grupo emblemático del
autonomismo radical italiano. Su producción teórica la acompañó con un
activismo a través los medios de comunicación alternativos, tarea que inició
con la fundación de la revista “A/Traverso”, expresión del movimiento autonomista
italiano de 1977, y que prosiguió con la creación de la Radio Alice -la primera
emisora pirata de Italia- y la TV Orfeu, cuna de la televisión comunitaria en
Italia. Vivió en París, donde conoció al psicoanalista Félix Guattari (1930-1992)
y frecuentó al filósofo Michel Foucault (1926-1984). También vivió un tiempo en
Nueva York, donde colaboró en varias revistas. Desde su regreso a Italia, donde
actualmente es profesor de Historia Social de los Medios en la Accademia di
Belle Arti di Brera en Milán, ha desarrollado una prolífica obra crítica en la
que ha estudiado las transformaciones del trabajo y de la sociedad producidas
por la globalización, especialmente en cuanto al rol de los medios de comunicación
en las sociedades postindustriales. Berardi -más conocido por su seudónimo “Bifo”,
es autor de numerosos ensayos. Entre ellos pueden citarse “Contro il lavoro”
(Contra el trabajo), “La fabbrica dell'infelicità” (La fábrica de la
infelicidad), “Dopo il future. Dal futurismo al cyberpunk. L'esaurimento della
modernità” (Después del futuro. Del futurismo al cyberpunk. El agotamiento de
la modernidad), “La sollevazione” (La sublevación), “L'anima al lavoro.
Alienazione, estraneità, autonomía” (El alma en el trabajo. Alienación,
extrañeza, autonomía), “Fenomenologia della fine” (Fenomenología del fin) y “Cronaca
della psicodeflazione” (Crónica de la psicodeflación). Recientemente publicó en
la página web “e-flux.com”, originalmente en idioma inglés, “Beyond the
breakdown. Three meditations on a possible aftermath” (Más allá
del colapso. Tres
meditaciones sobre las condiciones resultantes posibles). En la siguiente
compilación editada de las entrevistas publicadas en la Agencia Nacional de
Noticias “Télam” y en el diario “Página/12” los días 10 de abril y 24 de agosto
del corriente año (realizadas por Pedro Fernández Mouján y María Daniela Yaccar
respectivamente), el filósofo italiano habla de la actual pandemia que sacude
al mundo hundiendo los vínculos humanos en una “epidemia de soledad” y que “podría
abrir la puerta al autoritarismo tecnocrático” y generar “un colapso final del
orden económico global”.
En “Crónica de la psicodeflación” usted plantea
que desde hace años el capitalismo se encuentra en un estado de estancamiento
irremediable, obligándonos a todos a sostener la ilusión de su burbuja
expansiva a base de hiperactividad y sobreestimulación y ve a esta detención a
la que obliga el virus como la condición de un salto mental.
Estamos
descubriendo algo nuevo que es lo útil, la economía capitalista se funda en la
acumulación del valor de cambio, el dinero, el poder pero, de repente, nos
vemos obligados a otra economía, donde las finanzas pierden potencia y la
supervivencia se plantea en términos de lo que es útil: el agua, el alimento,
el aire que respiramos, la sonrisa del otro, la palabra, el afecto. No es mi
intención olvidar el sufrimiento que la condición pandémica proporciona, sobre
todo a los que son más pobres, mi intención es subrayar el efecto de frugalidad
que puede cambiar radicalmente nuestro estilo de vida.
Usted destaca: “Lo que no ha podido hacer la
voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus, pero esta fuga
debe prepararse imaginando lo posible”; ¿que imagina que es “imaginar lo
posible”?
Frente al
futuro podemos pensar en lo probable, lo que está inscripto en las relaciones
presentes del poder, pero el futuro no sólo es probable sino también
imprevisto. La explosión de la pandemia es la demostración evidente del hecho
de que lo imprevisto siempre cambia las perspectivas de lo inevitable. El
futuro no es sólo lo que está inscripto como probabilidad en el presente, es
también una cantidad de otros desarrollos “posibles”, aunque poco probables. En
nuestro futuro próximo existe la probabilidad de una vuelta totalitaria,
sombría, agresiva, pero también hay otras posibilidades, por ejemplo la
posibilidad de una relajación del sistema nervioso del cuerpo planetario, una
disposición frugal e igualitaria, una redistribución de la riqueza existente y
una producción más compartida y más relajada de lo útil que necesitaremos.
En 2008 el capitalismo global también sufrió una
crisis importante, pero se recuperó rápidamente, ¿cuál sería la diferencia con
esta?
El factor
extrasistémico: el cuerpo humano. La crisis de 2008 era el efecto artificial de
un desbalance en la relación entre ganancia financiera y producción de
mercancías. La crisis de hoy no tiene nada que ver con la dimensión financiera
(aunque la haga explotar): es una crisis del cuerpo humano, una rebelión de los
pulmones, del sexo, del corazón, de las piernas, del estómago, de la garganta,
de los ojos, del oído, del olfato. De la respiración, el capitalismo financiero
no puede curar esta enfermedad, sólo el cuerpo mismo y la mente pueden curarla:
respirando.
En “Más allá del colapso” plantea dos
escenarios: “Lo que queda del poder capitalista intentará imponer un sistema de
control tecno-totalitario. Pero la alternativa está aquí ahora: una sociedad
libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico”. ¿De qué
manera podría construirse una alternativa?
Las
consecuencias actuales de la pandemia y del confinamiento son muy
contradictorias. Hay tendencias divergentes, hasta opuestas, en la esfera
económica, la del poder. De un lado asistimos al desmoronamiento de los nudos estructurales
de la economía. El colapso de la demanda, del consumo, una deflación de largo
plazo que alimenta la crisis de la producción y el desempleo, en una espiral
que podemos definir como depresión, pero es algo más que una depresión
económica. Es el fin del modelo capitalista, la explosión de muchos conceptos y
estructuras que mantienen juntas a las sociedades. Al mismo tiempo asistimos al
enorme fortalecimiento del capitalismo de las plataformas y las empresas
digitales en su conjunto. La relación entre sistema financiero y
desmoronamiento de la economía productiva aparece incomprensible: Wall Street
confirma su tendencia positiva, casi triunfal. ¿Se está produciendo una enorme
burbuja económica que en el futuro próximo podría explotar? ¿O, al contrario,
eso significa que la abstracción financiera se ha hecho totalmente
independiente de la realidad de la economía social? Creo que en el próximo año
asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la
puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el
verdadero dominador de esta época pandémica. Un caos que el capitalismo no
puede someter. No hay una alternativa política visible en el futuro próximo.
Hay revueltas. Las habrá. Pero no se puede imaginar una estrategia política
unificante.
Ha escrito que la igualdad, “destruida en la
imaginación política en los últimos 40 años”, podría ganar protagonismo. ¿No
contrasta esta idea con lo que está sucediendo aquí y ahora? El virus
profundizó la pobreza, el desempleo, la desigualdad.
En la
situación caótica que se puede desplegar van a proliferar las comunidades
autónomas, las experimentaciones igualitarias de supervivencia. Claro que hoy
se manifiesta un tentativo de las fuerzas empresariales, mafiosas, neoliberales
de apoderarse lo más posible de la riqueza social, los recursos físicos y
monetarios. Pero eso no va estabilizar nada. Todas las medidas de
estabilización que están intentando las fuerzas políticas de gobierno en Europa,
como en otros lugares, no pueden estabilizar nada en el largo plazo. El
crecimiento no volverá mañana ni nunca. La ecosfera terrestre no lo permitirá;
no lo está permitiendo. La demanda no subirá, no sólo porque el salario va
disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no es solo
económica. Es esencialmente psíquica, mental: es una crisis de las esperanzas
de futuro. En esta situación tenemos que imaginar formas de vida autónoma
post-económicas, de autoproducción de lo necesario, de autodefensa armada
contra el poder, de coordinación informática global.
¿Qué cree que significa esta pandemia para el
ordenamiento geopolítico mundial?
El caos
toma el lugar de comando. No existe de manera objetiva. Hay caos cuando los
acontecimientos que interesan nuestra existencia son demasiado complejos,
rápidos, intensos para una elaboración emocional y consciente. El virus,
invisible e ingobernable, ha llevado al caos a un nivel definitivo. No puedo
prever los puntos donde el desmoronamiento produzca efectos más notables. Lo
que me parece muy probable es un proceso de guerra civil en los Estados Unidos.
Según un artículo publicado en el “Dallas News” hace algunos días no habrá
guerra civil, sino una situación caótica de terror permanente. Los ciudadanos norteamericanos
siguen comprando armas de fuego, si bien ya hay más de un arma por cada
ciudadano, incluidos niños y abuelos. El “trumpismo” no ha sido una locura
provisional. Es la expresión del alma blanca de un país que nació y prosperó
gracias al genocidio, la deportación, la esclavitud masiva. Los efectos
globales de la desintegración de los Estados Unidos no se pueden prever.
Una vez que aparezca una vacuna, ¿cree que la
humanidad se relajará y el daño ecológico volverá a profundizarse o se podrá
repensar la relación con el medio ambiente? ¿Existe el riesgo de una vida en
estado pandémico permanente?
Claro que
existe. El Covid ha sido sólo uno de los virus que pueden proliferar
contagiosamente. No puedo explayarme sobre la posibilidad de una vacuna eficaz
porque no soy biólogo, pero no creo que la experiencia del coronavirus termine
con la vacuna. La pandemia 2020 sólo ha sido el comienzo de una época de
catástrofes globales, a nivel biológico, ambiental y militar. El efecto de la
pandemia sobre el medio ambiente es contradictorio también. De un lado ha
habido una reducción de los consumos de energía fósil, un bloqueo de la
polución industrial y urbana. Del otro, la situación económica obliga a la
sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones de
largo plazo. Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los
efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos
imaginar -y proponer- la creación de redes comunitarias autónomas que no
dependan del principio de provecho y acumulación. Comunidades del sobrevivir
frugal.
Maristella Svampa, socióloga argentina, postula
que la metáfora del enemigo invisible en el discurso político oculta la
dimensión medio ambiental del virus. ¿Coincide?
Coincido.
El Covid-19 es una emergencia particular del colapso ambiental. Las elites
políticas no me parecen a la altura del problema, lo que dicen no me parece muy
importante. La política en su conjunto es impotente, se ha vuelto un juego sin
razón, sin conocimiento. La potencia del político es la locura, la venganza, la
rabia contra la impotencia. Si la política ha sido durante la edad moderna una
expresión de la voluntad, ahora está muerta porque la voluntad humana ha
perdido su eficacia sobre el proceso real.
Agamben ha escrito sobre la limitación de la
libertad, “aceptada en nombre de un deseo de seguridad inducido por los mismos
gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo”. ¿Qué piensa sobre el control
del Estado con la pandemia como trasfondo?
El Estado
se identifica cada vez más con las grandes agencias de control informático, de
captura de enormes cantidades de datos. No existe más como entidad política,
territorial. Sigue existiendo en la cabeza de los soberanistas de derecha y de
izquierda. No existe la política, ha perdido toda su potencia; no existe el
Estado como organización de la voluntad colectiva, no existe la democracia. Son
todas palabras que han perdido su sentido. El Estado es el conjunto de la
disciplina sanitaria obligatoria, de los automatismos tecno-financieros, y de
la organización violenta de la represión contra los movimientos del trabajo. El
lugar del poder no es el Estado, una realidad moderna que se acabó con el fin
de la modernidad. El lugar del poder es el capitalismo en su forma semiótica,
psíquica, militar, financiera: las grandes empresas de dominio sobre la mente
humana y la actividad social.
En los países de Latinoamérica, la dicotomía que
se plantea en los textos filosóficos europeos (capitalismo-comunismo) no
resuena del mismo modo. Aquí pensamos más en términos de un Estado presente.
¿Qué lectura hace de la pandemia respecto de dos escenarios con diferencias
estructurales como América Latina y Europa?
En América
Latina ha habido una fuerza particular, un discurso neo-soberanista de
izquierda, lo que podríamos llamar populismo de izquierda, según la versión de
Laclau, Jorge Alemán y otros. Las experiencias han sido valiosas, tal vez más o
menos exitosas. Pero al final todos han fracasado porque la complejidad de la
globalización capitalista no deja espacios de maniobra a nivel nacional,
provocando la violencia de la reacción. La pandemia es una prueba de la
imposibilidad de actuar en la dimensión nacional; está provocando un
apocalipsis global que ninguna política racional puede evitar. Marca también el
fracaso final de toda hipótesis soberanista, de izquierda y de derecha.
¿Qué piensa de los movimientos “anticuarentena”?
¿La idea de que la libertad ha sido cooptada por la extrema derecha?
La palabra
“libertad” es un malentendido de la filosofía moderna y del pensamiento
político. Los que hablan de libertad en la época de los automatismos tecno-financieros
no saben de qué están hablando. El enemigo de la libertad no es el tirano
político, sino los vínculos matemáticos de las finanzas y los digitales de la
conexión obligatoria. Hay una libertad ontológica que significa que Dios
decidió de no determinar la dirección de la vida humana, dejando así el libre
albedrío a los humanos. Pero la materia de que los organismos son compuestos
determina profundamente la posibilidad de actuación del organismo. Y la materia
social, la economía, la enfermedad, la proliferación viral son verdaderos
matadores de la libertad. La modernidad ha sido capaz de inventar un espacio de
libertad verdadero: la potencia de la política moderna (desde Maquiavelo hasta
Lenin) ha sido la capacidad de elegir estratégicamente y actuar tácticamente de
manera tal de plegar no toda la realidad, pero sí espacios relevantes de la
realidad social, técnica, hasta médica. El fin de la modernidad marca también
el fin de esta libertad marginal: la creación de automatismos tecno-financieros
ha destrozado la potencia política de la voluntad; ha matado la democracia. La
palabra libertad hoy significa sólo libertad de explotar a los que no pueden
defenderse, de hacer esclavos a los otros, de matar a los africanos que quieren
sobrevivir migrando en Europa. Libertad hoy es una palabra asesina. Sólo
igualdad es una palabra que puede restablecer algo de humano entre los humanos.
“Creo que la pandemia actual marca la salida
definitiva de la época moderna de la expansión y el ingreso en la época de la
extinción”, escribió. ¿Se ha puesto a imaginar cuánto tiempo nos queda? ¿La
extinción es inevitable?
Antes que
nada no soy un adivino. Cuando digo que entramos en la época de la extinción
quiero decir que en el horizonte futuro la sola conclusión lineal de las
tendencias existentes (sobrepoblación, polución, calentamiento global,
reducción del espacio habitable, multiplicación de los gastos militares,
proliferación de las guerras, epidemia psicótica) no implica otra perspectiva
realista que la extinción de la civilidad humana (que ya se está manifestando)
y de la especie humana (que parece cada vez más probable). Pero soy convencido
de que el inevitable muchas veces no se realiza porque el imprevisible tiende a
prevalecer.
Una de las tantas cosas que el virus modifica es
cómo se viven la muerte y los duelos. En “Más allá del colapso” usted se
refiere al regreso de la muerte a la escena del discurso filosófico. ¿Cómo
puede leerse este cambio?
La muerte
ha sido removida, denegada, borrada en la escena imaginaria de la modernidad.
El capitalismo ha sido el intento más exitoso de alcanzar la inmortalidad. La
acumulación de capital es inmortal. La vida humana se identifica con su
producto abstracto y logra vivir inmortalmente en la abstracción. En
consecuencia, rechazamos la idea de nuestra mortalidad individual, porque
consideramos a la vida como propiedad privada que no se puede acabar. La
destrucción sistemática del medio ambiente es la prueba de que no creemos en la
mortalidad: no importa si matamos la naturaleza, porque es la sola manera de
realizar la acumulación de capital, nuestra eternidad. Pero la pandemia nos
obliga a reconocer que la muerte existe, que es el destino de cada ser
viviente. La abstracción ha perdido su potencia, el dinero no puede nada frente
a la muerte. El problema es que no estamos hablando -sólo- de la individual,
estamos hablando de la extinción del género humano como horizonte de nuestra
época.