Elmore
Leonard fue un escritor nacido el 11 de octubre de 1925 en New Orleans, en el
estado de Luisiana, Estados Unidos, al que la crítica ha calificado como maestro de la novela
policíaca y de la ironía. Su padre trabajaba en la fábrica de automóviles General Motors, lo que
obligaba a la familia a trasladarse con frecuencia, hasta que fijaron su
residencia en Detroit en 1934. Tras estudiar graduarse en Filología y Filosofía
en la Universidad de Detroit intentó ingresar a la Infantería de Marina pero
fue rechazado por sus problemas de visión. Entonces se alistó en la Armada,
donde sirvió durante tres años en los Batallones de Construcción Naval en el
Pacífico Sur en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Publicó sus
primeros relatos en dicha Universidad y en la revista “Argosy”, y desde
entonces compaginó sus tareas en una agencia de publicidad con la literatura. En
los años ‘50 se dedicó a escribir para la Enciclopedia Británica, mientras
seguía produciendo novelas y relatos ambientados en el Oeste. Sus personajes y
descripciones del submundo eran absolutamente reales, verosímiles y
convincentes, y su estilo duro con una mezcla de humor lo posicionaron como uno
de los escritores más talentosos dentro del género.
A partir
de 1961 se volcó de lleno en la redacción de sus novelas -cultivando sobre todo
el género del western y el policial-, la realización de guiones
cinematográficos y la adaptación de sus propias obras para la gran pantalla.
Estas últimas, dirigidas por cineastas como John Sturges (1910-1992), Martin
Ritt (1914-1990), Budd Boetticher (1916-2001), Richard Quine (1920-1989), Barry
Sonnenfeld (1953), James Mangold (1963), Quentin Tarantino (1963) o Steven
Soderbergh (1963) entre otros, se convirtieron en exitosas películas. Lo mismo
sucedió con sus libretos para numerosas series televisivas.
Leonard tuvo
en su haber varios premios literarios: en 1983 obtuvo el Edgar Allan Poe a la
mejor novela; en 1991 el Premio Hammett, en 1992 el Grand Master Award,
galardón concedido por la Asociación de Escritores de Misterio de Norteamérica
en reconocimiento a su sólida e innovadora trayectoria en el género, en 2006 el
Cartier Diamond Dagger de la Asociación de Escritores de Novela Negra, en 2008
el F. Scott-Fitzgerald y en 2012 el de la National Book Foundation de Estados
Unidos en reconocimiento a toda su obra literaria.
Fue autor de alrededor de medio centenar de novelas entre las que se encuentran “Maximum Bob” (El juez), “Rum punch” (Cocktail explosivo), “LaBrava” (Joe LaBrava), “Touch” (Toque), “Glitz” (Brillo), “Tishomingo blues” (El blues del Misisipi), “Bandits” (Bandidos), “Pagan babies” (Almas paganas), “Out of sight” (Tú ganas Jack), “Be cool” (Tómatelo con calma), “Unknown man Nº 89” (El desconocido nº 89), “Cat chaser” (El cazador de gatos), “Split images” (Imágenes divididas),“The hot kid” (Un tipo implacable), “Road dogs” (Perros callejeros) y “Get shorty” (Cómo conquistar Hollywood).
“Cuando comencé a escribir westerns -declaró alguna vez- también trabajaba como redactor publicitario, haciendo anuncios para Chevrolet. Tenía una familia que alimentar así que me levantaba a las 5 de la mañana y trabajaba dos horas antes de ir al trabajo. Hice cinco libros y treinta cuentos de esa manera”. En una entrevista manifestó que le gustaba escribir libros, así que “es lo que hago. No me tomo un tiempo entre libro y libro por ninguna razón particular. Quiero decir, si lo hago es que quizás sólo estoy pensando en el siguiente. Muchos escritores harían tres libros en diez años, incluso menos. Bueno, es que ellos salen fuera a comer y todo eso. Hablan del tema con amigos en lugar de trabajar”.
En un reportaje realizado por el diario “The New York Times” y publicado el 16 de julio de 2001, Leonard definió sus reglas para la escritura diciendo: “A lo largo del camino me hice con algunas reglas que me ayudan a permanecer invisible cuando estoy escribiendo un libro, que me ayudan a mostrar más que a contar lo que está pasando en la historia. Si tienes imaginación y facilidad para la palabra, y el sonido de tu voz te satisface, la invisibilidad no es lo que estás buscando, y podrías saltearte estas reglas. Pero aun así, deberías mantenerlas vigiladas”. Dichas reglas eran las siguientes:
Fue autor de alrededor de medio centenar de novelas entre las que se encuentran “Maximum Bob” (El juez), “Rum punch” (Cocktail explosivo), “LaBrava” (Joe LaBrava), “Touch” (Toque), “Glitz” (Brillo), “Tishomingo blues” (El blues del Misisipi), “Bandits” (Bandidos), “Pagan babies” (Almas paganas), “Out of sight” (Tú ganas Jack), “Be cool” (Tómatelo con calma), “Unknown man Nº 89” (El desconocido nº 89), “Cat chaser” (El cazador de gatos), “Split images” (Imágenes divididas),“The hot kid” (Un tipo implacable), “Road dogs” (Perros callejeros) y “Get shorty” (Cómo conquistar Hollywood).
“Cuando comencé a escribir westerns -declaró alguna vez- también trabajaba como redactor publicitario, haciendo anuncios para Chevrolet. Tenía una familia que alimentar así que me levantaba a las 5 de la mañana y trabajaba dos horas antes de ir al trabajo. Hice cinco libros y treinta cuentos de esa manera”. En una entrevista manifestó que le gustaba escribir libros, así que “es lo que hago. No me tomo un tiempo entre libro y libro por ninguna razón particular. Quiero decir, si lo hago es que quizás sólo estoy pensando en el siguiente. Muchos escritores harían tres libros en diez años, incluso menos. Bueno, es que ellos salen fuera a comer y todo eso. Hablan del tema con amigos en lugar de trabajar”.
En un reportaje realizado por el diario “The New York Times” y publicado el 16 de julio de 2001, Leonard definió sus reglas para la escritura diciendo: “A lo largo del camino me hice con algunas reglas que me ayudan a permanecer invisible cuando estoy escribiendo un libro, que me ayudan a mostrar más que a contar lo que está pasando en la historia. Si tienes imaginación y facilidad para la palabra, y el sonido de tu voz te satisface, la invisibilidad no es lo que estás buscando, y podrías saltearte estas reglas. Pero aun así, deberías mantenerlas vigiladas”. Dichas reglas eran las siguientes:
1. Nunca
empieces un libro hablando del clima. Si sólo te sirve para crear atmósfera y
no para mostrar la reacción de algún personaje ante el clima, no debes usarlo
demasiado. El lector buscará las reacciones del personaje. Hay algunas
excepciones, claro. Si te llamas Barry López y conoces más maneras de describir
el hielo y la nieve que un esquimal, puedes hablar del clima tanto como te den
las ganas.
2. Evita
los prólogos. Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una
introducción que viene antes de la dedicatoria. Por lo general se los encuentra
en los ensayos. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la
historia, pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde
quieras. Siempre hay excepciones, claro. En “Sweet thursday” (Dulce jueves),
por ejemplo, John Steinbeck pone un prólogo, pero está bien porque un personaje
del libro deja claras las reglas, explicándonos como le gusta que le cuenten
las cosas.
3. No uses
más el verbo “dijo” en el diálogo. La frase, en el diálogo, pertenece al
personaje. El verbo viene a ser el escritor husmeando donde no debe. De todos
modos, el verbo “decir” es bastante menos invasivo que “gruñir”, “exclamar”, “preguntar”
o “advertir”. Cierta vez leí un “ella aseveró” al final de una frase de un personaje
de Mary McCarthy y tuve que parar de leer y conseguir un diccionario.
4. Nunca
uses un adverbio para modificar el verbo “decir”. Usar un adverbio de esta
manera (o de casi cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone
a interrumpir el ritmo de la charla cuando usa este tipo de palabras. Un
personaje cuenta en una de mis novelas cómo solía escribir sus romances
históricos “llenos de violaciones y adverbios”.
5.
Controla los signos de exclamación. Se permiten alrededor de dos o tres
exclamaciones por cada cien mil palabras en prosa. Ahora, si aprendes a
utilizar los signos de exclamación como lo hace Tom Wolfe, entonces sí, puedes
usarlos profusamente.
6. Nunca
uses las expresiones “de pronto” o “repentinamente”. Esta regla no requiere
ninguna explicación. He notado que los escritores que usan “de pronto” suelen
tener menos control en el uso de los signos de exclamación.
También los medios de prensa ponderaron al escritor tras la aparición de alguna de sus obras. En España, por ejemplo, pudo leerse: “El talento de Elmore Leonard reside en gran parte en su capacidad para mostrarnos a sus personajes desde todos los ángulos, a la manera de Chandler o Hammett” (Diario 16); “Si alguien quiere pasárselo bien leyendo una novela de acción y suspenso, la novela es de Elmore Leonard” (Guía del ocio) y “Elmore Leonard es un maestro de la novela policíaca. Deslumbrado, el lector que haya paladeado su fórmula se lanzará a la búsqueda de otros libros suyos” (El País). Mientras tanto en Inglaterra: “Váyase a casa, desconecte el teléfono, olvídese de todo... y sumérjase en su lectura” (The Independent) y “Elmore Leonard hizo gala en su escritura de una energía superior a la de muchos autores con la mitad de años que él” (The Sunday Telegraph).
Otro tanto
ocurrió en Estados Unidos. Allí aparecieron en los medios periodísticos elogios
y ponderaciones como “Elmore Leonard saca tanto partido de sus argumentos que,
cuando uno cree que estás llegando a un final, acelera para tomar todavía unas
cuantas curvas más” (Washington Post), “Nuestro mayor novelista policíaco” (USA
Today), “Puede que Elmore Leonard sea la última esperanza de la letra impresa:
consigue que los cinéfilos muerdan el anzuelo” (The New York Observer), “El
gran novelista del crimen” (Newsweek) y “Libro tras libro, Elmore Leonard va
pintando un mundo violento, sórdido y misterioso de extraordinaria coherencia
literaria” (The New Yorker ).
Al día siguiente
de su fallecimiento la revista estadounidense “Esquire” republicó un texto de
Leonard que originalmente había aparecido en 2005 bajo el título “What I've learned”
(Lo que he aprendido). En él, entre otros conceptos sostuvo que “cuando uno
conoce a alguien que lo aburre, tiene que tolerarlo hasta que se va. Pero
cuando uno se encuentra con un personaje aburrido, da vuelta la página”. Y en
el diario argentino “Página/12” la escritora Silvina Friera (1974) lo despidió
con “Una prosa desnuda, directo al hueso”, un artículo en el que señaló que “el
lenguaje sofisticado era para Leonard una piedra en el zapato de la narración,
una intromisión que él rechazaba de plano”. Y concluyó: “el día perfecto o ideal
para sus lectores en todo el mundo es volver sobre sus páginas, escuchar las
voces de esos rufianes adorables y sentir una vez más el placer de aquello que
parece imposible. Pero es cierto. Leonard es el último genio de la literatura
americana”.