27 de mayo de 2024

Los avatares del fascismo en el siglo XXI

1) ¿El único futuro posible para Europa y el mundo entero?
 
Allá por junio de 1995 el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco (1932-2016) publicaba en la revista neoyorquina “The New York Review Books” el artículo “Ur-fascism or eternal fascism” (Ur-fascismo o el fascismo eterno), en el cual realizó una descripción genérica de las diferentes formas históricas del fascismo y presentó una lista de los elementos que lo identifican. Para el autor de destacadas obras como las novelas “Il nome della rosa” (El nombre de la rosa) e “Il pendolo di Foucault” (El péndulo de Foucault) y los ensayos “Cinque scritti morali” (Cinco escritos morales) y “Sulla letteratura” (Sobre literatura), “el término ‘fascismo’ se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos y siempre podremos reconocerlo como fascista. El juego fascista puede jugarse de muchas formas ya que es un collage, una colmena de contradicciones”.
Para Eco, el “ur-fascismo” (fascismo original) “surgió de la frustración individual o social. Lo cual explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas, por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subalternos. En nuestra época, en la que los antiguos ‘proletarios’ se están convirtiendo en pequeña burguesía (y los lumpen se autoexcluyen de la escena política), el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría”. Y agregó que esa ideología “está aún a nuestro alrededor y puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo”.
La filósofa estadounidense Judith Butler (1956) menciona a Eco en “Why does the genre provoke so many reactions around the world?” (¿Por qué el género provoca tantas reacciones en todo el mundo?), un artículo publicado en el diario británico “The Guardian” en octubre de 2021, en el que describe los ataques contra derechos y legislaciones ganados en las últimas décadas por los movimientos feministas y transexuales, y denuncia el autoritarismo “anti-géneros” y exhorta a la solidaridad “anti-fascista”. Con respecto a las aserciones del filósofo italiano dice que, de hecho, éstas “describen perfectamente la ideología reaccionaria, un haz incendiario de afirmaciones y acusaciones contradictorias e incoherentes. Se alimentan de la misma inestabilidad que prometen contener, y su propio discurso sólo genera más caos. A través de una serie de afirmaciones incoherentes e hiperbólicas, inventan un mundo de múltiples amenazas inminentes para justificar el gobierno autoritario y la censura”.
Ahora bien, ¿qué tienen en común los fascismos contemporáneos con los históricos? Aunque con diferencias, es posible identificar algunos rasgos comunes: el riguroso nacionalismo, el anti-socialismo exacerbado, la entronización del individualismo, la aversión a los avances progresistas en materia de igualdad de género y derechos de las minorías, el intento de reconstrucción del patriarcado y una propagación del odio como estrategia de construcción política. Neofascismo,  posfascismo, derecha liberal-conservadora, fascismo libertario, ultraderecha,  populismo de extrema derecha o como quiera que se la llame, la ideología de la derecha más radical avanza en el mundo. Tal como afirma el politólogo neerlandés Cas Mudde (1967) en  “The far right today” (La ultraderecha hoy), la diferencia entre esta nueva ola con respecto a las anteriores consiste en que “los partidos de ultraderecha han dejado de ser marginales. Los partidos tradicionales han empezado a adoptar algunos de sus postulados y a considerarlos posibles aliados en el gobierno o en la oposición, debido fundamentalmente a que la ultraderecha ha comenzado a tener un peso electoral y político cada vez mayor, incluso en países donde había tenido una escasa implantación”.


Una clara muestra de ello fue la tercera edición de Europa Viva, la convención organizada por Vox, el partido de ultraderecha fundado en la capital española a fines de 2013 por José Antonio Ortega Lara (1958), que se llevó a cabo en el Palacio Vistalegre Arena de Madrid entre los días 18 y 19 de mayo del presente año. El actual presidente de Vox, Santiago Abascal (1976), convocó a muchos otros adalides de la extrema derecha tanto de Europa como de América con la intención de presentar el programa electoral con el que su partido concurrirá a las elecciones al Parlamento Europeo que se realizarán el próximo 9 de junio. La sede oficial de esta institución está ubicada en Estrasburgo, aunque la mayor parte de las actividades parlamentarias se desarrollan en Bruselas. Entre los invitados europeos a participar en la asamblea de Vox figuraron el húngaro Viktor Orban (1963), la francesa Marine Le Pen (1968), el polaco Mateusz Morawiecki (1968), el español Jorge Buxadé (1975), la italiana Giorgia Meloni (1977) y el portugués André Ventura (1983). Entre los americanos que participaron estuvieron los estadounidenses Matt Schlapp (1967) y Roger Severino (1974), el chileno José Antonio Kast (1966) y el argentino Javier Milei (1970).
En varias declaraciones hechas por distintos representantes de esta corriente política se afirmó que son “el único futuro posible de Europa”, que no son “la derecha más radical de Europa sino los únicos que se han unido para defender la libertad de Europa y del mundo entero”, que se encuentran “ante un gran batalla común contra la migración masiva, la propaganda de género y la destrucción de las familias tradicionales”, que es necesario practicar los “valores conservadores, cristianos y patrióticos”, que “el socialismo es un fracaso en lo económico, en lo social y en lo cultural”, que son necesarios “para eliminar la casta oligárquica, los burócratas y la izquierda”, que “el socialismo es una ideología que va en contra de la naturaleza humana”, que “el que diga lo contrario es un ignorante o un mentiroso”, que “es necesario más que nunca trabajar de forma discreta y con un compromiso fuerte para continuar mejorando el ideario ultraconservador y ultranacionalista”, que la “justicia social siempre es injusta”, que hay que “ocupar Bruselas para garantizar la supervivencia de la civilización occidental” y otras afirmaciones por el estilo.


También se aseguró que los jóvenes ya no ven ni a la socialdemocracia ni a los partidos populares ni a la izquierda como una referencia, y aseveraron que el futuro es de los partidos patriotas, es de los partidos conservadores, por lo que era más necesario que nunca convocar a los jóvenes a “construir su propio futuro”. Todo esto sin mencionar que los partidos conservadores clásicos han adoptado la retórica cultural y social de la extrema derecha. Ni tampoco reconocer que la ideología política socialdemócrata, en el marco de la economía capitalista, fomenta la intervención del Estado para redistribuir la renta de una forma más equitativa y garantizar así el estado de bienestar y el interés general. De hecho, los países europeos que cuentan con los mejores salarios, el menor nivel de la tasa de desempleos, la mayor cantidad de servicios públicos universalizados, la mayor renta per cápita, la mayor igualdad de género y la menor tasa de violencia son aquellos gobernados por la socialdemocracia. En todos esos países primó la convicción de que el funcionamiento automático de la economía, los “mecanismos del mercado”, eran incapaces de asegurar la supervivencia del sistema capitalista y que era necesaria una intervención consciente cada vez más amplia, más regular y más sistemática para salvarlo, y esa intervención debía estar en manos del Estado. De todas maneras la socialdemocracia, tanto  en el terreno político como en el ideológico, es una fuerza debilitada que en la actualidad está perdiendo influencia y pareciera ir desvaneciéndose como producto de la creciente hegemonía neoliberal.
Resulta evidente que la gran penetración que los partidos de ultraderecha tienen en los jóvenes está vinculada al impresionante desarrollo de las redes sociales, unas  plataformas digitales en las que no existen filtros y se pueden difundir sin tapujos tanto ideas y propuestas como noticias falsas y discursos de odio. Estas redes son una herramienta fundamental de comunicación hacia los jóvenes, que son quienes más consumen estos medios. Esto claramente lo expone el semiólogo y periodista español Ignacio Ramonet (1943) en su artículo “La nueva ultraderecha y la rebelión de las masas conspiranoicas”, escrito en el que afirma que “es como si, de pronto, la rebeldía se hubiera vuelto de derechas. ¿Qué ha ocurrido para que algo semejante sea posible? Es lo que he tratado de explicar en mi reciente libro ‘La era del conspiracionismo’. Una era en la que las redes sociales ejercen una influencia mental y psicológica como nunca antes la tuvieron la prensa, la radio, el cine o la televisión. En el nuevo universo de los memes y de la posverdad es cada vez más difícil distinguir lo cierto de lo falso, la realidad de la ficción, lo auténtico de lo manipulado, lo seguro de lo probable, lo cómico de lo serio, lo objetivo de lo subjetivo, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo dudoso… Este flagelo de las falsedades en línea favorece la difusión de teorías conspiracionistas delirantes. Lo cual está erosionando a pasos agigantados los cimientos de la democracia”.


“Lo que está ocurriendo -agrega- es semejante, en cierta medida, a lo que Sigmund Freud llamó, en 1930, el malestar en la cultura. El desconcierto actual del capitalismo neoliberal sumado a la turbación que provoca la aceleración desbocada de las tecnologías de la comunicación está abriendo un período sin precedentes de inestabilidad social, de extrema polarización y de gran confusión política. La desconfianza en el sistema dominante no cesa de extenderse. Hoy el odio circula subterráneamente por nuestras sociedades. Fluye por todas partes. Riega el paisaje político. No es exclusivo de un partido o de un dirigente. El problema se agrava cuando un líder, un partido o un comunicador -es decir, alguien con poder en la discusión pública- moviliza ese odio en contra de un grupo social, una ideología o una persona concreta”.
Y concluye: “Esa es la dimensión neofascista del momento actual. Porque la ultraderecha ha hecho, una vez más, del odio su principal herramienta de construcción política. Por eso es tan urgente frenar la propagación en las redes de contenidos conspiranoicos mentirosos y dañinos. Tenemos que elegir ahora mismo: ¿dejamos que nuestras democracias se marchiten o las mejoramos? Porque esto va a ir a peor. Se volverá mucho más complejo, ya que la Inteligencia Artificial progresa y se sofistica sin cesar. Consecuencia: cada vez será más difícil detectar y denunciar las teorías conspirativas, las manipulaciones, la desinformación. Eso provocará que se repitan los enfurecidos asaltos de las masas conspiranoicas de ultraderecha, cada vez más fanatizadas, contra las sedes de los poderes democráticos… ¿Hasta cuándo?”.
Ciertamente los medios de comunicación juegan un rol fundamental en la difusión de idearios políticos. Y lo hacen desde hace muchos años. Basta con recordar lo ocurrido en la Alemania dominada por el nazismo, un régimen que sustituyó la razón por el embrutecimiento general del pueblo mediante el empleo de los medios de comunicación existentes por entonces como lo eran la radio y la incipiente televisión, y también mediante las películas y los noticieros cinematográficos. Fue en Alemania donde se creó por primera vez en la historia un ministerio para exaltar la ideología del nacional-socialismo (el nazismo) a veces en forma sutil y otras en forma desvergonzada. Se llamó Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda, el cual era dirigido por Joseph Goebbels (1897-1945), un nefasto personaje que declaraba que una mentira repetida muchas veces a la larga se convertía en verdad.
Además Adolf Hitler (1889-1945) contrató a la directora de cine Leni Riefenstahl (1902-2003) para que filmara el Congreso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán llevado adelante en Nuremberg en el año 1933, lo que dio como resultado la película de propaganda “Der sieg des glaubens” (La victoria de la fe). Otro tanto hizo durante el Congreso de 1934. El film, llamado “Triumph des willens” (El triunfo de la voluntad), incluyó imágenes de jóvenes uniformados del partido desfilando y discursos de varios líderes nacionalsocialistas entre ellos el propio Hitler. Y un par de años después filmó los Juegos Olímpicos que se realizaron en Berlín en 1936. La película se llamó “Olympia” (Olimpíada) y en ella la directora exaltó la belleza estética de los cuerpos atléticos de la raza aria, por lo que el Führer la nombró “directora de cine del Reich”.
Algo parecido hizo Benito Mussolini (1883-1945) en Italia cuando, en 1937, creó el Ministerio de Cultura Popular, un organismo mediante el cual el líder fascista controlaba a la mayor parte de la prensa y la radio. Habiendo sido periodista en su juventud y conocedor del poder de la prensa, el dictador italiano fundó un periódico -“Il Popolo d'Italia”- que se convirtió en el portavoz oficial del régimen fascista y en el cual se proclamaba día tras día que él había mejorado al pueblo italiano moral, material y espiritualmente. A la vez declaró ilegal a toda la prensa opositora y fundó una organización juvenil para “reorganizar a la juventud desde el punto de vista moral y físico, desde los ocho a los dieciocho años”. Los discursos de Mussolini se caracterizaban por sus gritos ensordecedores y una exagerada gestualidad, algo que, inevitablemente, se puede comparar con las aparatosas diatribas de los líderes ultraderechistas de hoy en día.
En 1940 otro dictador, en este caso Francisco Franco (1892-1975), fundó en España el Frente de Juventudes, un organismo de la Falange Española Tradicionalista creado como un instrumento de formación política de las generaciones de jóvenes en los valores políticos del régimen. En el Preámbulo de la ley por medio de la cual se lo creó, se decía taxativamente que su función era la de irradiar la acción necesaria para que todos los jóvenes de España fuesen iniciados en las consignas políticas del Movimiento. Para ese fin, el Estado se comprometía a asegurarles a los jóvenes los medios necesarios para ejercer influencia en las instituciones de la enseñanza oficial y privada. Este encuadramiento y adoctrinamiento político de los jóvenes estaba dirigido tanto hacia las juventudes afiliadas al falangismo como a las que no lo estaban.
La derechización de la juventud ha ido aumentando en los últimos años y así lo demuestran los últimos estudios realizados por distintas fundaciones y centros de investigaciones sociales.


En la actualidad, la derecha es para una cantidad importante de jóvenes la opción más rebelde y antisistema. Hoy en día los jóvenes encuentran discursos atractivos en los partidos de ultraderecha como manera de protestar contra el sistema vigente, y lo hacen apoyando a personajes mediáticos y provocativos que con sus peroratas grandilocuentes y pomposas logran generar un sentimiento de identificación, de atracción hacia sus doctrinas. Estos fulanos insisten con que sus luchas son contra el socialismo, un sistema “que conduce a la pobreza y a la muerte”, y contra el comunismo, que es “una enfermedad del alma”. Y lo hacen desde su ignorancia o necedad, ya que ni en la Unión Soviética, ni en China, ni en Cuba, ni en Corea del Norte, ni en Vietnam ni en ninguno de los países de Europa del Este durante la Guerra Fría hubo socialismo y mucho menos su fase superior que es el comunismo. No existe ningún país comunista simplemente porque no ha existido ningún país socialista. Por eso, cuando los orates ultraderechistas reunidos en Madrid o en cada uno de sus países hablaron de socialismo o de comunismo, lo único que hicieron fue manipular a las personas con la pretensión de hacerles creer lo que no es verdad. Pero, como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), “la mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo”.
Manifestaba el economista egipcio Samir Amin (1931-2018) en “El retorno del fascismo en el capitalismo contemporáneo”, un artículo publicado en la revista “El Viejo Topo” en septiembre de 2014: “El fascismo está de vuelta y su retorno está asociado naturalmente al despliegue de la crisis sistémica del capitalismo contemporáneo de los monopolios generalizados, financiarizados y mundializados. El recurso a los servicios del movimiento fascista por parte de los centros dominantes de este sistema acorralado, que ya están en marcha o que podrían ser invitados a estarlo muy pronto, nos obliga a estar muy vigilantes. Pues esta crisis está llamada a hacerse más profunda y, en consecuencia, la amenaza de un recurso a las soluciones fascistas se convierte en una amenaza real”. Tal vez tenía razón el físico alemán Albert Einstein (1879-1955) cuando, allá por 1949, afirmaba que “la anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal”.