Paul Auster: “Parece que vivimos de una manera tan acelerada que es difícil para la gente encontrar el espacio mental para tener el tiempo de sentarse, pensar en silencio y leer”
En 1976,
año en que Estados Unidos celebraba el bicentenario de su independencia y se
publicaban las novelas “Sleeping murder” (Un crimen dormido) y “A demon in my
view” (Me parecía un demonio), dos obras emblemáticas de la literatura policial
escritas respectivamente por dos maestras de ese género, las británicas Agatha
Christie (1890-1976) y Ruth Rendell (1930-2015), Paul Auster lanzaba bajo el
pseudónimo de Paul Benjamin “Squeeze play” (Jugada de presión), una suerte de
novela policíaca con la que obtuvo escaso éxito editorial. Pasaría casi una
década hasta la publicación de “City of glass” (Ciudad de cristal), un relato
que luego junto a “Ghosts” (Fantasmas) y “The locked room” (La habitación
cerrada), conformó “The New York trilogy” (La trilogía de Nueva York), el libro
que se convertiría en su obra más célebre e impulsaría su reconocimiento tanto
en Estados Unidos como a nivel internacional. Más adelante, hacia fines de los
años ’80 publicó otras dos novelas: “In the country of last things” (El país de
las últimas cosas) y “Moon palace” (El palacio de la luna).
En la
década siguiente predominó su dedicación al cine, lo cual se cristalizó en su
trabajo como guionista de “Blue in the face” (Azul en la cara) y “Smoke”
(Cigarros), ambas de 1995 dirigidas por el director de cine estadounidense de
origen chino Wayne Wang (1949). Más adelante escribió y dirigió “Lulu on the
bridge” (Heridas de amor) y “The inner life of Martin Frost” (La vida interior
de Martin Frost). Tras filmar esta última, volvió al mundo de la literatura en
clave de fantasía con las novelas “Timbuktu” (Tombuctú), “The music of chance”
(La música del azar) y “Leviathan” (Leviatán). Ya en el nuevo siglo renovó su
notoriedad con las novelas “The book of illusions” (El libro de las ilusiones),
“Oracle night” (La noche del oráculo), “The Brooklyn follies” (Las locuras de
Brooklyn) y “Man in the dark” (Un hombre en la oscuridad); los ensayos “The art
of hunger” (El arte del hambre) y “Experiments in truth” (Experimentos con la
verdad); y los libros de memorias “The story of my typewriter” (La historia de
mi máquina de escribir), “Winter journal” (Diario de invierno) y “Report from
the interior” (Informe del interior) entre varias otras obras.
Su extensa
obra, que incluye novelas, poemarios, relatos, ensayos y guiones de cine, fue
traducida a más de cuarenta idiomas. Sus últimas publicaciones fueron “Here and
now” (Aquí y ahora), “The life and work of Stephen Crane” (La llama inmortal de
Stephen Crane), “Baumgartner”, “Bloodbath nation” (Un país bañado en sangre) y
“4 3 2 1”. Lo que sigue a continuación es la segunda parte de la entrevista
aparecida de “Lire Magazine” en marzo de 2013, a la que se le suman fragmentos
de una realizada por Silvina Friera en ocasión de la visita de Auster a la 44º
Feria del Libro y que fuera publicada en “Página/12” el 29 de abril de 2018, y
otra a cargo de Paula Escobar aparecida en el periódico chileno “La Tercera”
el 5 de noviembre de 2021.
¿Es aficionado a las biografía de escritores?
Sí, me
encanta leer esa clase de libros. Y observo que la primera parte del libro es
siempre más interesante que la segunda. La infancia. La juventud. Antes de que
el escritor o el poeta se conviertan en sí mismos. Eso es lo que más me
interesa. Luego, cuando ese hombre o esa mujer ya son escritores, sólo se habla
de publicaciones, de críticas, de viajes, de medallas: no tiene gran
importancia. Pero enterarse de las cosas menudas de la juventud, eso… La
biografía de Samuel Beckett que escribió James Knowlson, por ejemplo, me ayudó
a valorar a Beckett, su forma de ser, su familia.
¿Quiénes son para usted los maestros de la
autobiografía?
El
escritor en quien estaba pensando mientras escribía “Diario de invierno”, el
que me acompaña, de toda la vida, cuando escribo acerca de mi vida es Montaigne.
Montaigne inventó otra forma de pensar. Es la primera vez en que alguien,
tomándose a sí mismo como asunto, brinda una forma atractiva y profunda de
entender al hombre. ¡Y qué estilo! ¡Que energía en la prosa! Leo a Montaigne
una y otra vez. Pero, ¡ojo!, que no es autobiográfico. No se le olvide que son
ensayos, una forma que inventó él, por lo demás. También me parece muy
interesante Rousseau. En un registro diferente. Descubrí “Las confesiones” de
Rousseau a los veintidós años. Lo que más me impresionó es que sabemos que está
mintiendo. Pero confiesa cosas tan feas que nos escandaliza: cómo abandonó a
sus hijos, por ejemplo… La parte en que Rousseau, en un bosque, le tira una
piedra a un árbol diciendo, como un niño, “si le doy es que mi vida entera va a
ser maravillosa”, esa parte es excepcional. ¿Sabe la historia? Rousseau tira la
piedra y no le da al árbol. Se acerca, vuelve a tirar una piedra y falla otra
vez. Da un paso más, tira otra vez la piedra y tampoco atina. Hasta que está
pegado al árbol, lo tiene al alcance de la mano, y entonces tira la piedra y,
claro, le da al árbol; y Rousseau exclama: “¡Ahora tendré una vida perfecta!”.
En mi novela “La música del azar”, uno de los personajes, Nash, lee “Las
confesiones”.
Y en “El libro de las ilusiones”, a otro
personaje, David Zimmer, lo obsesiona Chateaubriand... Tras Montaigne y
Rousseau, es otra forma de contar la propia vida.
¡Ah, las
“Memorias de ultratumba”! Chateaubriand es una maravilla. De entrada, escribe
bien. Para mí fue un descubrimiento. Tardío. Leí por primera vez a
Chateaubriand a los cuarenta y cinco años y fue una revelación. Y, además,
cuenta algo así como una historia doble: mezcla el presente y el pasado de
forma muy interesante. Pero, de todos ellos, el que más me llega hasta dentro
sigue siendo Montaigne.
¿Qué relación mantiene con la verdad?
Absoluta.
Rousseau, al contar su vida, miente. Yo no. Sino todo lo contrario. Hay que
ceñirse cuanto sea posible a los recuerdos. Y decir claramente de qué nos hemos
olvidado. Las cosas que ya no recordamos.
Es cuanto alguien escribe acerca de uno mismo y
de los suyos aparece el tema de la traición. Hablaba usted antes de esa prima
con la que riñó, después de que se publicase “La invención de la soledad”,
porque hablaba de su padre, de los secretos familiares… ¿Hasta dónde le parece
lícito llegar?
Ésa es una
pregunta muy difícil. En “Diario de invierno” hay nombres que no menciono. No
doy el nombre de la mayoría de las personas que aparecen en este libro. Ni
siquiera menciono a esa prima, que hoy en día ya ha muerto. Recordé, en “La
invención de la soledad” ese asesinato de 1919, cuando mi abuela mato a mi
abuelo de un disparo de revólver. Era un secreto familiar. Nadie hablaba de él.
Pero existía un archivo público de ese suceso. ¡Salió en todos los periódicos
de la época! Mi familia no quería hablar de eso, desde luego, pero era algo que
existía, sucedió igual que lo conté, no me inventé nada. ¿Es una traición?
Escribí en 1979, cuando ya habían pasado sesenta años del hecho. Creía que,
después de tantos años, ya tenía derecho a hablar de ello. Que era un período
suficiente para que no fuera ya un insulto para nadie.
¿Siente nostalgia?
¿De qué?
¿De la infancia? No, no mucho. Lo pasado ya está perdido. Pero cuantos más años
cumplo más me acuerdo de mi juventud. Me fascinas las primeras veces. La
primera vez que supe montar solo en bicicleta, la primera vez que supe atarme
solo los cordones de los zapatos... Son las marcas de la independencia, de la
fundación de uno mismo, de la construcción de uno mismo. Acabo de concluir mi
siguiente libro que se va a llamar “Informe del interior”. Es algo así como un
compañero de este libro de ahora, la historia no de mi cuerpo sino de la
formación de mis ideas, de la aventura anímica e intelectual que corrí siendo
más joven. Cuento en él que, en toda mi
vida, a los seis años fue cuando más sentí más dichoso, porque a esa edad
descubrí que podía vestirme solo, atarme los zapatos solo y que, por lo tanto,
era independiente. Antes de aquello lo único que hacía era existir. Después,
sabía que existía. ¡Y la diferencia es tremenda!
¿Qué relación tiene con su propia muerte?
¡Pues que
espero que ocurra lo más lejos posible del día de hoy! Es todo lo que sé…
Y eso es lo que le deseo. ¿Qué le dice esa frase
de Joseph Joubert que cita en “Diario de invierno”: “Hay que morir amable (si
se puede)”?
¡Es una
frase extraordinaria! Todo reside en ese «si se puede», claro. Joubert es para mí una referencia permanente,
lo vuelvo a leer continuamente. Es un escritor completamente desconocido,
incluso en Francia, me parece. Traduje algo de él cuando era joven. Un escritor
que nunca escribió un libro. Increíble, ¿no? Pero dice unas cosas tan lúcidas…
Me gusta mucho también esto otro, que le traduzco de memoria: “Las personas que
nunca se rinden se quieren más de lo que quieren a la verdad”. ¿A que es
profundo?
Al principio de “4321”, el narrador plantea que
Ferguson, el personaje, entendía que el mundo se componía de dos reinos, el
visible y el invisible, y que las cosas que no podían verse eran más reales que
las se veían. ¿Por qué lo invisible tiene más intensidad que lo visible?
Lo
invisible puede ser que se sienta de una forma más intensa. Me parece una
verdad que no se puede refutar. A veces la gente no dice o no hace lo que
realmente siente, lo cual nos confunde, y en especial cuando somos niños.
Mientras la vida va pasando, somos como unos juguetes de un montón de fuerzas
que no podemos ni concebir ni comprender; fuerzas históricas, económicas,
sociales, inclusive hasta meteorológicas. Un día te despiertas y nunca sabes si
te vas a morir; todo se percibe como genial ese día que comienza, pero de
pronto se avecina una tormenta y al final del día terminas muriendo.
La señora Baldwin le hace una recomendación al joven
aspirante a escritor, en una de las versiones de Ferguson, y le recuerda una
frase de Poe: “Sé audaz, lee mucho, escribe mucho, publica poco”. ¿La audacia
es lo primero que pierde un escritor cuando ya tiene varios libros escritos y
publicados?
No. Creo
que el escritor se vuelve más audaz a medida que escribe. Pero hay muchas
posibilidades: algunos escritores son cada vez más audaces, otros se van
debilitando y siguen en el mismo lugar.
¿Cómo definiría el acto de la escritura? ¿Qué es
escribir para usted?
Escribir
es una construcción que me conecta con el mundo. Los escritores y los artistas
son personas que, por diferentes motivos, están lastimadas, heridas. Y
necesitan hacer arte para tratar de curarse. La escritura me conecta con el
mundo de una manera que la vida cotidiana no logra hacerlo. Esa sensación de
estar conectado es tan intensa e irremplazable que la quiero vivir y seguir
experimentando. Escribir es muy difícil; pero el placer está en la lucha, en el
esfuerzo. La propia dificultad de escribir es lo que la hace interesante. Si
escribir fuese fácil, no valdría la pena hacerlo, ¿no?
¿Cómo es su propia relación con el éxito y la
fama?
Ha sido
una vida extraña. Al principio, nadie se preocupaba por mí, y luego las cosas
empezaron a ir mejor. Pero siempre he tenido mis detractores, ya sabes,
especialmente en Estados Unidos. Hay gente que le encantaba derribarme; eso me
mantiene alerta, tengo que decirlo. Es imposible para mí volverme complaciente,
porque todavía me siento asediado, y no creo que eso sea algo malo. Así es que
no camino sintiéndome como una persona grandiosa en absoluto. Me siento como un
escritor luchador, tratando de hacer mi mejor esfuerzo. Y entonces, todas esas
cosas del mundo exterior realmente no tienen importancia. Parecen importar en
el momento, pero luego, a medida que pasan los años, comprendes que el trabajo
es lo único que cuenta, eso es todo. Y quién sabe el verdadero valor de
cualquier cosa hasta más tarde, y será mucho más tarde, no estaré cerca para
saberlo. Entonces, estoy haciendo lo mejor que puedo mientras todavía estoy
respirando. Y depende de otros tomar decisiones al respecto más tarde, si
alguien todavía se preocupa por los libros. Quiero decir, ¿quién sabe cuál será
el futuro del mundo? Simplemente no puedo decirlo. Sé que necesitamos
historias, pero tal vez haya otras formas de contar historias y los libros
comenzarán a disminuir. No sé.
Ha dicho en una entrevista reciente que en su
país el interés por la lectura se está perdiendo hoy en día, ¿por qué?
Sucedió
lentamente. Creo que es por todas estas otras formas de distracción. Los
grandes períodos de la producción literaria siempre han sido en tiempos antes
del cine, antes de la televisión, antes de la radio... y ahora internet. Hay
tanto para distraer a la gente... Y parece que vivimos de una manera tan
acelerada que es difícil para la gente encontrar el espacio mental para tener
el tiempo de sentarse, pensar en silencio y leer. La gente corre, corre,
corre, corre, no sé a dónde van, pero corren. Y la lectura es algo muy lento. Y
realmente tienes que entregarte a un libro; no tienes que prestar atención a
una película de la misma manera.
Pero incluso con esa realidad, dice que nunca se
ha cansado de esta aventura de escribir. ¿Cómo y dónde encuentra su energía y
su entusiasmo?
No tengo
ni idea. Es algo que me ha estado impulsando desde que era joven. Y sigo
queriendo hacerlo. Sé, ahora que estoy envejeciendo, que cada vez será menos lo
que seré capaz de hacer. Y probablemente llegará un momento en el que... no sé
si me detendré, pero será cada vez más difícil escribir. Me resulta aún más
difícil escribir ahora que cuando era más joven.
¿Por qué?
Es muy
difícil hacerlo. Y se necesita un gran esfuerzo para escribir. Supongo que
también me vuelvo cada vez más exigente conmigo mismo. He escrito muchos libros
ahora, y no quiero repetirme y quiero que todo lo que escriba a partir de este
momento sea realmente esencial. No quiero simplemente escribir otro libro. Sea
lo que sea, quiero que signifique algo que sea significativo y esencial. Y
entonces, no lo sé, ya veremos. Es muy raro en la historia de la humanidad que
alguien haya escrito algo muy bueno después de los ochenta años. Parece casi
una ley, aunque hay excepciones. Y ahora voy a cumplir setenta y cinco años en
febrero, y es un poco loco pensar que todavía me siento a menudo como un niño
por dentro. Pero mi cuerpo me dice lo contrario.
En “La llama inmortal de Stephen Crane” dice que
es la angustia lo que genera arte. ¿Por qué?
Sí, hay
algo en el arte que se genera por algún tipo de conflicto interno, o algún tipo
de tristeza, o algún tipo de confusión. Pero no puedes hacer arte, me parece,
cuando te sientes uno con el mundo y muy conectado con las cosas. Es cuando las
cosas empiezan a romperse que te das cuenta de lo complicado y difícil que es
el mero hecho de vivir. Creo que eso parece generar arte. Pero podría estar
equivocado y tal vez solo estoy hablando de mí mismo.