Hay un pasaje en su última novela donde Emilia, la protagonista, busca en los espejos. ¿Qué hay del otro lado del espejo?
El espejo puede ser el "otro" pero de alguna manera es el "vos mismo" que hay en el otro y es el otro que hay dentro de vos, son las dos cosas.
En el libro hay un pasaje donde Simón habla del "mediodía eterno", que termina como termina la espera en el purgatorio...
El purgatorio es la espera pero el mediodía, para que sea eterno, no tiene que terminar porque siempre te podés escapar por la tangente. El problema es encontrar cuál es tu tangente, cuál es la tangente adecuada para la fuga.
¿Cuál sería la tangente adecuada para la fuga de Tomás Eloy Martínez?
Depende fugarse de qué, fugarme de la realidad... la tangente adecuada para fugarme de la realidad es la escritura de las novelas, de la literatura en general, la escritura de ficciones. La tangente adecuada para cualquier forma de fuga, para encontrarte de pleno en la vida es siempre el amor, es una sola tangente. El amor prepara el encuentro de esa otra realidad que está en los espejos o dentro de uno mismo y que uno no sabe ver muchas veces.
¿Escribir es su "mediodía eterno"?
Sí, porque me produce un estado continuo, muy poderoso, de felicidad. Siempre experimenté eso desde chico. La escritura me dio siempre un enorme placer, una enorme felicidad, también me lo da la lectura, oír música, encontrarme con ciertas obras de artes plásticas, de arquitectura, cine.
¿Dónde está el Purgatorio?
No hay Purgatorio, cada uno de nosotros tiene un purgatorio propio. La imaginería de la Edad Media la situaba entre el Cielo y el Infierno pero el Purgatorio de cada uno es un purgatorio distinto, es lo que esperamos que llegue y que puede llegar o no llegar. El Purgatorio es un estado de alegría en la espera, es una espera gozosa, como todas las esperas, obligatoriamente esperanzadas.
Algunos teólogos dicen que estamos en la vida para purgar, que el Purgatorio está aquí, en la Tierra...
Ese es el terrible, horrible pensamiento cristiano: "Vivo porque espero la muerte". Como decía la Madre Teresa: "Se vive para esperar el encuentro con Dios", porque se supone que la muerte trae la trascendencia. Yo no creo en eso, creo que la vida es algo más próximo y que la vida eterna es algo que hay que ganarse. Ganárselo para uno, lo que uno hace, la memoria que uno va
dejando en los otros, aparte de la memoria que se va con uno mismo. La vida puede ser un purgatorio pero depende de las expectativas que tenga, si podés transfigurar tu vida, tu vida puede no ser el Purgatorio sino algo mucho más rico.
Hay un personaje en su novela, el Perro Sabio, que aparece en un sueño...
Ese perro fue realmente un sueño que tuve. Cuando estoy escribiendo sueño muchísimo porque sigo conectado, escribo veinticuatro horas, no en el sentido literal, sino que no tengo otra cosa en la cabeza que eso. El perro está ahí porque yo sentía en la novela el deseo de contar cosas que pugnaban por existir y que no habían podido llegar al nivel de la existencia, el perro es de algún modo el que carga con esas historias. En mi sueño el perro dice: "Todo lo que tengo necesita un padre, alguien que saque éstas historias de adentro" y le dije: "¿un Dios?"; "no, un escritor", respondió.
Un escritor entonces es una especie de dios que inventa mundos posibles.
Sí, depende de la calidad de la escritura. Homero inventó dioses, infinita cantidad de dioses y llevó a la vida mundos desconocidos. En verdad los hombres inventamos los dioses que necesitamos y los dioses que necesitamos son también nuestras escrituras, pero siempre un gran enigma para mí fue aquello de pensar que la gente muere antes de tiempo (o que muere a tiempo, todos, tal vez, morimos a tiempo), pero que al morir se lleva algo sin habernos permitido verlo. Por ejemplo, las sinfonías que Mozart debía componer, lo que Gershwin quiso escribir y no pudo, en fin todo aquello que se termina antes de tiempo. El amor que no se pudo vivir por completo o el que no llegaste a vivir. Pienso en aquellos amores que pude haber vivido y que por timidez ni siquiera alcancé a rozar.
¿Alguna vez incurrió en un Pecado Capital?
Cuando era adolescente y me enloquecían las chicas y no podía alcanzar a ninguna, en la Lujuria. No padecí nunca ni Avaricia ni Gula. Me gusta comer, saborear, pero no con gula, no me gusta exagerar, los Pecados Capitales son siempre excesos.
¿Cuándo se sale del Purgatorio?
Se sale cuando uno encuentra el espacio, la dimensión o el lugar de la felicidad; ahí el purgatorio se acaba, hay algo que no se puede llamar exactamente el paraíso pero se llama la felicidad que es la otra forma del paraíso.
¿Cuál es el Pecado Capital en el que caemos los argentinos?
La Arrogancia, la Soberbia, creernos más de lo que somos. Borges lo dijo una vez muy bien. Bajaba de un avión, viniendo de Japón y al bajar lo primero que le preguntaron fue: "¿Qué piensan allá de nosotros?". Casi siempre es la primera pregunta que se le ocurre a un argentino cuando alguien viene de afuera. Cuando le respondes: "No piensan nada" -lo cual es absoluta verdad porque no saben en verdad si Argentina es la capital de Nicaragua o si Tegucigalpa es un suburbio de Argentina, no saben bien quiénes somos ni dónde estamos-, ellos acusan al resto del mundo de ignorantes. La soberbia nos confunde, entramos dentro de un magma en el que nos perdemos.
En su novela, donde se narra la historia de la dictadura militar, de los desaparecidos, los protagonistas desaparecen de la realidad, como si todos ellos -menos Dupuy, quien encarna el Mal- estuvieran suspendidos, como si no estuvieran viviendo la realidad. El ser humano frente al Mal parece desvanecerse...
Porque el Mal es desintegrador. Por empezar, desintegra todo lo que toca, no sólo seres humanos, sino sentimientos, países. Desintegra, y las ruinas que deja son polvo que difícilmente se recuperen o se puedan levantar.
¿Cómo responde a la Ira? ¿Alguna vez la sintió?
No, no soy una persona iracunda, sino indignada frente a la ira. A mí me indigna la injusticia, sobre todo cuando la tengo delante de los ojos y nadie hace nada, como ocurrió durante la dictadura. Es una ira que no manifiesto más que protestando, escribiendo en contra, no castigando o golpeando. No puedo soportar la violencia.