26 de marzo de 2011

Conversaciones (XLI). Matías Alinovi - Riccardo Pratesi. Sobre Galileo y el infierno de Dante

Dante Alighieri (1265-1321) está considerado como una de las figuras más sobresalientes de la literatura universal. Si bien se desconocen muchos datos precisos de su vida, se deduce por sus obras una vasta erudición que comprendía casi todo el conocimiento de su época. Influído por las obras del filósofo Brunetto Latini (1220-1294) estudió filosofía y teología, pero su pasión por la poesía toscana de Bonagiunta Orbicciani (1220-1290) y Guittone d'Arezzo (1235-1294), sumada a su amistad con prestigiosos poetas florentinos como Guido Cavalcanti (1259-1300), Francesco da Barberino (1264-1348), Cino da Pistoia (1270-1336) y Lapo Gianno (1274-1329), lo llevó a perfeccionar el dominio de la técnica poética que pondría de manifiesto en su obra cumbre: la "Commedia" (Divina Comedia). Involucrado en ciertos avatares políticos de su Florencia natal, Dante fue condenado al exilio perpetuo, pasando la mayor parte de su destierro en algunas ciudades del norte italiano, entre ellas Verona, donde empezó a escribir su máxima obra alrededor de 1309, para terminarla en Rávena poco antes de su muerte. En la "Divina Comedia" pueden encontrarse frecuentes y específicas referencias a la cosmología medieval en sus más de cien pasajes relacionados con la astronomía. Es así que cuando Dante -personaje central del extenso poema- inicia su largo viaje de redención que comienza en el Infierno, muestra una concepción del universo tal como se lo entendía a fines del siglo XIII. En la época en que se escribió la obra no existía aún una idea clara de la forma de la tierra y sus respectivos movimientos, y para Alighieri el infierno  descendía desde la superficie boreal estrechándose gradualmente hasta el centro del globo terráqueo. Los primeros comentarios sobre la obra aparecieron poco después de la muerte de Dante de la mano del boloñés Jacopo della Lana (1278-1358), quien en 1328 escribió la mejor de las tempranas críticas a la "Comedia". El teólogo napolitano Guglielmo Maramauro (1317-1380) escribió un comentario vulgar sobre el infierno dantesco en 1369, y Benvenuto da Imola (1320-1388) publicó en 1385 un notable estudio sobre la "Comedia", muy rico en información histórica y cultural, pero sin intervenir en el debate sobre la arquitectura infernal. Cristoforo Landino (1424-1498), profesor fiorentino, sí lo hizo en 1481 cuando publicó "Sito, forma e misura dello'nferno e statura de'giganti e di Lucifero" (Ubicación, forma y medida del infierno y estatura de los gigantes y de Lucifer), obra en la que analizó los elementos históricos, doctrinarios, filosóficos y lingüísticos de la "Comedia" realizando una lectura alegórica del poema. Luego, hacia mediados del siglo XV, el matemático y arquitecto florentino Antonio Manetti (1423-1497) realizó una serie de investigaciones sobre la ubicación, la forma y el tamaño del infierno que Dante Alighieri había plasmado en la obra. Poco después, en 1544, un crítico y editor proveniente de Lucca y establecido en Venecia, Alessandro Vellutello (1473-1564), publicó el libro "Dante. Sopra la sua Comedia dell'Inferno, del Purgatorio e del Paradiso" (Dante. Sobre su Comedia del infierno, del Purgatorio y del Paraíso), refutando las teorías de Manetti. Fue entonces cuando intervino un joven Galileo Galilei (1564-1642) el que, invitado por la Accademia Fiorentina, escribió en 1588 sus "Lezioni circa la figura, sito e grandezza dell'Inferno di Dante" (Lecciones acerca de la figura, sitio y tamaño del infierno de Dante), en las que defendía las hipótesis de Manetti haciendo una lectura matemática del infierno con herramientas que adaptó de las obras de Euclides de Alejandría (325-265 a.C.) y de Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.). Los textos fueron leídos por el propio Galileo ante un grupo de académicos y los manuscritos originales, mal archivados, fueron descubiertos recién en 1850, casi tres siglos después de su lectura, por el pedagogo Ottavio Gigli (1813-1876) quien las publicó en 1855. Aquellas lecciones sólo se tradujeron al castellano en forma ocasional formando parte de ediciones académicas hasta que, recientemente, fueron publicadas en Argentina bajo el título de "Dos lecciones infernales", en una edición a cargo del físico argentino Matías Alinovi (1972) -quien tradujo, anotó y escribió el posfacio- y del físico y profesor de matemáticas italiano Riccardo Pratesi (1965), quien hizo lo propio con la introducción. Nacido en Buenos Aires, Alinovi se licenció en Ciencias Físicas en la Universidad de Buenos Aires y es autor de los libros de divulgación científica "Historia de la energía", "Historia de las epidemias" e "Historia universal de la infamia científica". También ha escrito cuentos, la novela corta "La reja" y la obra teatral "La paradoja de los gemelos", además de colaborar regularmente en el suplemento de ciencias del diario "Página/12". Por su parte, Pratesi se licenció en Física en la Universidad de Florencia, su ciudad natal, y colabora en la oficina didáctica del Museo Galileo de dicha ciudad. El siguiente diálogo entre los responsables de la edición de "Dos lecciones infernales" apareció en el nº 388 de la revista "Ñ" del 5 de marzo de 2011.


M.A.: Me parece que el aspecto central de estas lecciones es su profundo sentido psicológico. Leerlas es ceder a la perplejidad: ¿qué están haciendo todos esos académicos florentinos discutiendo la arquitectura infernal? Es muy raro. Entre todos acuerdan, sin más, que la imaginación de Dante es la realidad misma, es la verdad. Galileo dice, como al pasar, que la Tierra es el centro del universo -él, que será condenado por sostener lo contrario- y luego se lanza a hacer observaciones tendenciosas sobre dos comentadores anteriores de Dante, puesto que políticamente, digamos, no es imparcial, y la academia lo ha convocado para que razone esa imparcialidad, para que la haga aparecer como hija de la racionalidad arquitectónica. Con seriedad, Galileo utiliza la regla de tres simple para estimar el tamaño de Lucifer, y deduce que Dante y Virgilio descendieron al centro del infierno caminando en contra de las agujas del reloj. Parece una discusión de la insensatez unánime.

R.P.: Lo que creo es que la discusión es irresoluble o al menos inagotable. En los últimos meses visité varias escuelas de Florencia para presentar la "Divina Comedia" a chicos de doce años, y pude comprobar que la cuestión de la verdad, o no, de lo que cuenta Dante asume tonos radicales.

M.A.: Usted ha escrito que el análisis matemático del edificio literario dantesco es posible porque vale un postulado tácitamente admitido por todos y jamás impugnado por nadie: Dante es un arquitecto perfecto. Querría que examináramos en qué sentido podría afirmarse semejante cosa. Ciertamente, no en sentido literal. ¿Es posible que Galileo haya aceptado ese postulado? ¿No será que sólo lo hace en apariencia?

R.P.: "Aquí es menester que bien se distinga" (Paraíso XI, 27). ¿Nos estamos preguntando por la solidez de un edificio de ciencia ficción de un viaje al centro de la Tierra del siglo XIV a la luz de nuestros conocimientos modernos, o por su solidez a la luz de los conocimientos de un lector contemporáneo de Dante?

M.A.: Bueno, la solidez del edificio parece independiente de nuestros conocimientos arquitectónicos. Y un arquitecto perfecto construye edificios intemporales.

R.P.: Yo querría, de todas formas, responder en ambos casos. Durante todo el siglo XIV y gran parte del XV, la cuestión estaba definitivamente invertida: la increíble verosimilitud de los ambientes y de las situaciones, junto a expresiones del tipo "vi con certeza y me parece estar viendo todavía" (Infierno XXVIII, 118), daban la seguridad de la prueba evidente, y era difícil dudar de la verdad de la narración. Entonces, ¿es posible que Galileo, padre del pensamiento científico, haya tomado por verdadero el viaje dantesco?

M.A.: La pregunta sería: ¿qué idea tienen de la construcción de Dante quienes discuten sobre la arquitectura infernal? ¿No entienden, como nosotros, que las verdades de la "Comedia" son más poéticas que geométricas? De los indicios dispersos en el poema no se deduce una arquitectura infernal unívoca. Galileo lo sabe, pero lo calla. ¿Por qué? Porque declararlo sería estar en contra de su auditorio.

R.P.: Quizás sólo por razones políticas o diplomáticas, Galileo decide jugar el juego frente a los académicos florentinos, pero no ha sido convocado para pronunciarse sobre la pertinencia científica del texto dantesco; justo él, que años después tomará una posición crítica sobre la exactitud científica de otro texto canónico, la Biblia.

M.A.: Galileo es convocado para dirimir una cuestión precisa: cuál de las dos reconstrucciones infernales, la de Antonio Manetti, un florentino, o la de Alessandro Vellutello, un intelectual de la ciudad de Lucca -un extranjero, que había hablado mal de los académicos-, se adaptaba mejor al texto dantesco. Uno puede imaginar qué reconstrucción prefirió.


R.P.: Pero fíjese que entonces Galileo no produce una hipótesis propia sobre la arquitectura infernal, sino que sólo se pronuncia sobre una construcción de otros. Además, ¿no le parece que exageramos al querer leer en Galileo seriedad y una inflexible búsqueda de la verdad? No pretendemos lo mismo de los científicos de hoy que publican tratados sobre "La física de Star Trek".

M.A.: Tiene razón, pero qué gran interés psicológico presentan las dos lecciones: las intenciones de unos y otros quedan desnudadas por la operación. Como si al embarcarse en la tarea no pudieran ocultar la complejidad humana de sus intenciones, más allá de lo que declaran.

R.P.: Es cierto, las dos lecciones nos llevan a cuestiones más psicológicas que matemáticas. Ahora la pregunta se convirtió en la siguiente: ¿nosotros creemos que Galileo creía que Dante creía en lo que escribía? "Yo creí que él creyó que yo creía" (Infierno XIII, 25). Usted se preguntaba cómo era posible que el significado literal de los versos en los que se dan medidas del infierno nunca se ponga en duda. Cómo puede creerse, en definitiva, que Dante es un arquitecto perfecto. Quiero decir, incluso en nombre de los lectores de otros tiempos, admiradores, como yo, del divino poeta, que cuando Dante dice de la novena fosa del círculo de los fraudulentos "que millas veintidós el valle abarca" (Infierno XXIX, 9), o cuando dice de la fosa sucesiva "aunque la fosa aquí tenga once millas" (Infierno XXX, 86), es porque tenía en mente esos números, once y veintidós, y no dos números cualesquiera, puestos sólo para honrar la métrica del verso y dar una idea vaga. ¿Por qué quien discurre con tanta seguridad y precisión sobre las medidas de la Tierra y las distancias de los planetas, como lo hace Dante en "Il convivio" (El banquete), debería haber sido aproximativo en la obra que le daría fama inmortal?

M.A.: Hemos llegado al punto: porque el infierno no existe, si se me permite aventurar una superstición moderna, y en consecuencia Dante no podía esperar que nadie fuera a medirlo. En cambio, podía lícitamente esperar, como ya había ocurrido con el abnegado esclavo de Eratóstenes, que caminó desde Alejandría hasta Asuán contando los pasos, que alguien midiera la Tierra con alguna precisión. La insensatez de esa discusión entre académicos estriba en discutir con toda seriedad la arquitectura de una construcción ficcional.

R.P.: Frente a la posición escéptica moderna yo siempre me pregunto si sabemos decidir en absoluto qué es verdadero y qué es falso, y en base a qué lo decidimos. Yo me divierto confundiendo a mis alumnos, que a menudo endurecen su posición y dicen que Dante es un mentiroso, con algunas consideraciones. Una es la paradoja del mentiroso: si digo que soy un mentiroso, ¿digo la verdad o no? Si digo la verdad, estoy diciendo una mentira y, si digo una mentira, estoy diciendo la verdad. A veces, establecer qué es verdadero es problemático. También les pregunto: ¿es verdad que el Sol gira en torno a la Tierra? Naturalmente, me responden: "¡No, es al revés!". Y, sin embargo, la experiencia aparente parece darles la razón a los inquisidores de Galileo. Entonces, ¿por qué hoy decimos que es verdadero lo opuesto a lo que parece? Porque tenemos fe en las grandes mentes que nos lo dijeron. En última instancia, la elección entre lo verdadero y lo falso es siempre un acto de fe.

M.A.: Pero eso es olvidar todas las evidencias indirectas que Galileo recogió a través del telescopio: que la Luna también tenía montañas, por ejemplo, y que en consecuencia la Tierra perdía su estatus privilegiado. Puedo estar de acuerdo con que alguna fe puede ser necesaria para conocer, aunque al admitirlo sienta la indignación de los epistemólogos. Pero esa fe no se sustenta en el principio de autoridad, y por eso es un concepto inapropiado en este caso. Los matemáticos consideran que algunas verdades son evidentes y, a partir de esas verdades evidentes, axiomáticas, deducen un sistema.

R.P.: Yo pensaba en Galileo, en las grandes mentes.

M.A.: Las ciencias empíricas contrastan sus conocimientos con la experiencia. Parecería que, en ese caso, no se necesita aquella fe axiomática de los matemáticos. Y sin embargo, por lo menos se necesita creer que ese mecanismo de validación funciona, que la realidad está fuera de uno y que existe una correspondencia entre la realidad y la mente. Que no estamos dominados por el genio maligno de Descartes, por ejemplo. La fe no busca justificaciones, mientras que la ciencia no sostiene nada injustificadamente. Pero lo notable es que el desarrollo del pensamiento científico redujo el grado conjetural de esa fe: antes se creía que algo era verdadero porque lo sostenía Aristóteles. Galileo tuvo algo que ver en la cuestión.


R.P.: Dante nos pone en guardia acerca de que el significado alegórico que debe buscarse en sus versos puede ser una "verdad oculta bajo bella mentira", pero puede ser también "verdadera en sentido literal". Nos deja decidir solos qué es verdad y qué mentira. De aquí, entonces, la necesidad de tomar nuestras propias decisiones: jugar el juego de Dante o no jugarlo. Personalmente, como florentino orgulloso, enamorado de la "Comedia", elijo jugar ese juego, convencido de que hay más para aprender de la lectura de la "Comedia" tal como es que de cualquier exégesis filológica o filosófica sobre el texto.

M.A.: Ese es un acto de fe literaria, en tanto cuestión cerrada que no está dispuesto a revisar.

R.P.: Como en el caso de Verne, o de ciertos filmes de ciencia ficción, es necesario suspender la incredulidad, para usar una expresión de Thomas Settle.

M.A.: En todo caso, Settle tomó la expresión de Borges, que a su vez la tomó de Coleridge. Las apropiaciones de Borges tienen entre nosotros un carácter definitivo, y estamos dispuestos a defenderlas de los apropiadores.

R.P.: En realidad, no debe sorprendernos que se puedan hacer, y que se hayan hecho, investigaciones matemáticas sobre la "Comedia". Podríamos decir que Dante ha provisto a cada época histórica de una mole creciente e inalterable de reflexiones.

M.A.: Un libro como la "Comedia" da lugar a libros incesantes, aunque algunos puedan ser insustanciales. Cuando Borges se refiere a la historia del conde Ugolino della Gherardesca, el personaje histórico que Dante encuentra en el último círculo del Infierno, y a la cuestión de si se comió o no a sus hijos, dice que son los comentadores los que inventan los falsos problemas de interpretación. ¿Estaremos siguiendo la misma tradición? También dice, sobre la intención de Dante, que el poeta quiso y no quiso que creyéramos que Ugolino fue un caníbal porque en esa ambigüedad estriba lo poético.

R.P.: Es curioso, acabo de volver a hojear el libro de Borges, "Nueve ensayos dantescos", y, para hacer honor a esa tradición equívoca de los comentadores, me gustaría proponerle una solución personal al problema de Ugolino, con los conceptos científicos del siglo XX. Borges, citando a Stevenson, dice que el Ugolino literario no es más que una serie de palabras. Ahora piense en lo siguiente: para gozar de las palabras escritas no alcanzan ojos y oídos, se necesita también saber leer y escribir. En conclusión, el Ugolino literario existe sólo cuando hay un lector que lo trae a la existencia y en ese sentido podemos decir que habrá tantos Ugolinos como lectores. ¿Se acuerda de la paradoja del gato de Schrödinger?

M.A.: Recuerdo que la mecánica cuántica establece que, desde el punto de vista atómico, mientras no es observada, la materia no se encuentra en un estado determinado, sino que se encuentra más bien en una superposición probabilística de estados, y que sólo en el acto de la medida colapsa, digamos así, a un estado unívoco. En términos quizás brutales, un átomo no está en ningún lado hasta que alguien no se propone medir esa posición o esa velocidad. La paradoja que imaginó Erwin Schrödinger, el físico austríaco, consiste en asociar a un particular estado de la materia un mecanismo que mate un gato dentro de una caja. Pero entonces, mientras la caja está cerrada, el gato se encuentra en una superposición probabilística de estados entre vivo y muerto, y sólo al abrir la caja, y operar la medida, el gato estará definitivamente vivo o muerto. Mientras la caja está cerrada, el sistema presenta aspectos de gato vivo y de gato muerto.

R.P.: Ahora le propongo la siguiente analogía. El Ugolino literario es el gato de Schrödinger. El lector es el observador del gato. El canibalismo de Ugolino es el gato muerto, y el abstenerse de la carne de sus hijos, el gato vivo. No quiero discutir la paradoja, pero fíjese que con esta analogía insolente, el Ugolino literario navega en una superposición de estados caníbales y no caníbales mientras la "Divina Comedia" permanezca cerrada, y sólo en el acto de la lectura se resigna a ser aquello que el lector ve. Atención, lo que ve, y no lo que quiere.

M.A.: Lo cuántico y lo poético estribarían en la ambigüedad. Pero, más que sobre el canibalismo de Ugolino, discutíamos la intención de Dante: ¿qué quiso que creyéramos? En conclusión, a través de su analogía cuántica usted opina lo mismo que Borges. Pero fíjese que la analogía no es una operación sin consecuencias porque ahora, cada vez que recuerde el pasaje, imaginaré a Ugolino en una superposición probabilística de estados caníbales o no caníbales. Que es, por otra parte, tal y como lo mantenemos suspendido en la mente mientras no nos decidimos a pensarlo comiéndose a sus hijos.