Cuando John F. Kennedy (1917-1963) asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 1961, una impresionante serie de grandes artistas y escritores estuvieron presentes en la Casa Blanca: Pearl S. Buck (1892-1973), William Faulkner (1897-1962), Ernest Hemingway (1899-1961), John Steinbeck (1902-1968), Tennessee Williams (1911-1983), Frank Sinatra (1915-1998), Arthur Miller (1915-2005) y Leonard Bernstein (1918-1990) entre muchos otros. Catorce años antes, en un episodio jamás desmentido adecuadamente, JFK se había casado con una belleza muy famosa en los ambientes mundanos de Palm Beach, Durie Malcolm (1917-2008), dos veces divorciada cuando se produjo el matrimonio secreto que produjo un escándalo de proporciones en el ámbito familiar. Hubo luego un divorcio en Reno, invalidado, y la oportuna intervención del arzobispo Richard Cushing (1895-1970) y la más alta jerarquía católica que consiguió anular el matrimonio. De esa manera se allanó el camino para que, en 1953, JFK contrajera un conveniente matrimonio con Jacqueline Bouvier (1929-1994), una distinguida aristócrata que encajaba mucho mejor en los planes de la familia Kennedy.
La llegaba de Kennedy al poder supuso un cambio sustancial que sintonizaba perfectamente con los anhelos y expectativas de renovación cultural de los años '60. Jack y Jackie -como se los conocía popularmente- dominaron las páginas de la prensa y la televisión con su boda. Jacqueline se convirtió, para los Kennedy, con su elegancia y refinamiento europeo, en una formidable baza que consolidó el carisma de la familia. Con Jack en el gobierno, la imagen de la pareja creció exponencialmente. Jackie se ocupó de redecorar, con diseñadores franceses, la mansión presidencial e invitar a una interminable lista de personajes de la cultura a reuniones sociales que derrochaban brillo y refinamiento. Pero, tan sólo un año después la pareja presidencial estaba en crisis. Jack había continuado con su desmesurada voracidad sexual, alejada de toda prudencia. La colección de estrellas era asombrosa: Gene Tierney (1920-1991), Jane Mansfield (1933-1967), Angie Dickinson (1931), Kim Novak (1933) y, por encima de todas, Marilyn Monroe.
El romance con la mujer más deseada por los norteamericanos había comenzado en 1954 cuando, en una fiesta en casa de un productor cinematográfico, Marilyn deslizó un papel con su número de teléfono en la chaqueta del entonces joven senador norteamericano. Con intermitencias, prosiguió durante ocho años y, cuando Jack ya estaba en la presidencia, Marilyn le enviaba cartas amorosas y poesías a la Casa Blanca y le hablaba frecuentemente por teléfono. Hasta llegó un día a hablar con Jackie por teléfono; se disculpó y colgó. La audacia de Kennedy hizo que incluso Marilyn viajara en el avión presidencial con anteojos oscuros y una peluca negra, haciéndose pasar por secretaria. En diciembre de 1961 se produjo uno de los múltiples encuentros secretos, esa vez en la casa del actor Peter Lawford (1923-1984) que, además de cuñado del presidente, era quien le conseguía todas sus amantes en el prostibulario mundillo de Hollywood. "Kennedy tenía problemas de espalda -relata el periodista francés François Forestier (1964) en su libro "Marilyn et JFK" (Marilyn y JFK)-, llevaba un corsé, pero se lo quitó para entrar en la bañera de agua caliente junto a su amada. Al cabo de un rato, Lawford entreabrió la puerta y tomó unas fotos con su cámara Polaroid. El presidente sonríe, Marilyn -montada sobre él- hace muecas". Mientras los dos amantes intercambiaban confidencias en la habitación, los hombres de J. Edgar Hoover (1895-1972), el siniestro y todopoderoso jefe del FBI, "escuchaban las conversaciones con sus auriculares mientras comían pizza. Había micrófonos instalados por todas partes". La foto apareció entre los documentos desclasificados del FBI muchos años después.
Otra foto mítica es la tomada en la casa de Arthur Krim (1910-1994), tesorero del Partido Demócrata, "pocas horas después de la más lasciva demostración en público de la relación" dice Forestier, el irrepetible "Happy birthday, Mr. President". En la instantánea aparecen Jack y Bob Kennedy, y una Marilyn apenas cubierta con un ajustado vestido que permitía apreciar que no llevaba ropa interior. Aquella noche en el Madison Square Garden, se celebraba el 45º cumpleaños del presidente. "El público de quince mil demócratas ricos -narra Joyce Carol Oates (1938) en "Blonde" (Rubia)- expresó a gritos su aprobación. Salvo que fuera un benevolente desprecio. ¡Mari-lyn! ¡Mari-lyn! Esta mujer increíble fue el gran final de la fiesta de cumpleaños, y mereció la pena esperar. Hasta el presidente, que había dado cabezadas durante algunos de los saludos, como los gospels cantados con emoción y a capella por un coro negro de Alabama, le prestó toda su atención. En el palco presidencial estaba el juvenil presidente con corbata negra, arrellanado en un sillón con los pies en alto, sobre la barandilla, con un puro (cubano, de la mejor marca) entre los dientes. Y qué dientes tan grandes y blancos. Miraba hacia abajo, a Marilyn, ese espectáculo de cuerpo mamífero y reluciente vestido 'transparente'. ¿Habría tenido Marilyn tiempo para preguntarse si el Presidente viajaría a Los Angeles para ayudarla a celebrar su cumpleaños el primero de junio?, una celebración seguramente íntima; no, no era probable que hubiese tenido tiempo de preguntárselo, porque estaba de pie ante el micrófono, atontada y con una sonrisa ausente, lamiéndose los labios pintados de rojo como en un desesperado intento de recordar dónde estaba y qué era aquello, con los ojos vidriosos, tambaleándose sobre sus tacones de aguja, comenzando por fin a cantar, después de una pausa turbadoramente larga con la voz débil, cálida y sensualmente ronca de marilyn: Hap py birth day to you/ Happy birth dayyy to you/ H-Hap py birth day mis ter/ pres i dent/ Hap py birth day to you".
Cuenta Forestier que conseguir que Marilyn subiese al escenario aquella noche fue muy costoso. Lawford fue quien la buscó en un helicóptero en los estudios de la 20th. Century Fox mientras ella rodaba "Something's got to give", la película que no llegó a terminar. "Jacqueline Kennedy, la primera dama -continúa Forestier-, harta ya de la historia de Marilyn, y sin ninguna gana de ser humillada ante quince mil espectadores, se largó a pasar la noche de cumpleaños de su marido a Glen Ora, la residencia de fin de semana. A montar a caballo". "Hollywood es un mundo corrupto, sin moral. La política también. Con Marilyn y JFK, estos dos mundos sucios se encontraron", afirma Forestier, quien describe a Marilyn como una mujer "desequilibrada y drogadicta que no cuidaba nada su higiene personal y, además, era frígida", y a Kennedy como un tipo "sin ninguna moral, un niño engreído acostumbrado a que nadie le dijese nunca que no, un egoísta recalcitrante que despreciaba los sentimientos ajenos". Según Forestier, Kennedy se acostaba con medio Hollywood "y sufría eyaculación precoz. Angie Dickinson, una de sus múltiples amantes, recuerda su intercambio de fluidos con JFK como veinte inolvidables segundos".
Dos elementos se sumaron para que Kennedy decidiese romper con Marilyn. Uno fue la advertencia de Jackie de que iría a la prensa y lo contaría todo, y que además pediría el divorcio y ella se quedaría con los hijos, por lo que Jack debería despedirse de una próxima reelección; el otro elemento fue una advertencia de Hoover en el sentido de que cualquier encuentro con la actriz podría poner en peligro la seguridad del Estado.
Finalmente, el temor al escándalo interrumpió el amorío. El 24 de mayo de 1962, Marilyn recibió una llamada telefónica de Peter Lawford: "Se acabó, Marilyn. No debes intentar ponerte en contacto de nuevo con el presidente. No debes volver a verlo, ni llamarlo por teléfono". Cuenta el periodista francés que, cuando ella se puso a llorar, el actor dio por terminada la cuestión con un lapidario: "Sólo has sido un polvo para Jack". "¡Socorro! ¡Socorro!/ ¡Socorro!, siento que la vida se acerca/ cuando todo lo que quiero es morir./Ay maldita sea, me gustaría estar muerta/ absolutamente no existente/ ausente de aquí, de todas partes", escribió por esos días la actriz. Desolada, halló consuelo en Robert Kennedy (1925-1968) quien, según algunos amigos, encontró en la actriz la gran pasión de su vida. "La muerte de Marilyn y la relación con los hermanos Kennedy -concluye Forestier- son dos episodios que muchos investigadores y autores de escándalo siguen vinculado. Se continúan escribiendo artículos y libros que aluden a un aborto de Marilyn poco antes de su muerte, a sus llamadas desesperadas a Bob Kennedy, y a un comprometedor pequeño libro rojo donde la actriz anotaba detalles de sus relaciones con los dos hermanos".
Después de aquello Marilyn ya no volvió a trabajar y casi nunca salía de su casa en el 12305 de Helena Drive, en Brentwood, California. Apenas tres meses después, descansaba definitivamente en el cementerio Westwood Village Memorial Park de Los Angeles.