Didier
Eribon (1953), filósofo, sociólogo e historiador de la vida cultural francesa,
nació en Reims y vive actualmente en París, ciudad en la que estudió filosofía
y luego dirigió durante varios años seminarios en la École des Hautes Études
en Sciences Sociales. Ha enseñado además en diversas instituciones
estadounidenses como The New School, University of Chicago, Harvard
University, Yale University, New York University, University of
Michigan y University of Virginia. Desde 1984 y durante casi treinta años
fue colaborador en "Le Nouvel Observateur". Actualmente es profesor de filosofía,
ciencias humanas y sociales de la Universidad Jules Verne de Amiens, y profesor
visitante en la Universidad de California. Adquirió notoriedad por dos
libros de entrevistas, uno al filólogo e historiador Georges Dumézil (1898-1986)
y otro al antropólogo Claude Lévi Strauss (1908-2009), pero se destacó por
su biografía del psicólogo, teórico social y filósofo Michel Foucault (1926-1984).
Es autor además de, entre otros, "Échapper à la psychanalyse" (Escapar del
psicoanálisis), "Une morale du minoritaire. Variations sur un thème de Jean
Genet" (Una moral de lo minoritario. Variaciones sobre un tema de Jean
Genet), "Hérésies. Essais sur la théorie de la sexualité" (Herejías. Ensayos sobre la teoría de la
sexualidad), "Michel Foucault et ses contemporains" (Michel Foucault y sus
contemporáneos), "Réflexions sur la question gay" (Reflexiones sobre la
cuestión gay), "De la subversion. Droit, norme et politique" (De la subversión.
Derecho, norma y política) y "Retour à Reims" (Regreso a Reims). Eribon es uno
de los más destacados representantes de los estudios sobre la temática
homosexual y autor a la vez de encarnizadas críticas al psicoanálisis, sobre
todo de las figuras de Sigmund Freud (1856-1939) y Jacques Lacan (1901-1981). Eribon
ve en el psicoanálisis, siguiendo criterios de Foucault, "procesos de extorsión
de la verdad" y rechaza la posibilidad de querer saber sobre la historia
subjetiva del homosexual. Rechaza el término "elección subjetiva" que Freud
introdujo precisamente al hablar de la elección de objeto. "Hay que escaparle
al psicoanálisis porque impide comprender los fenómenos políticos de
dominación", sostiene. Sin embargo, su obra no remite sólo a la vida de Foucault
ni a la cuestión gay. Eribon es autor de una obra polémica que permite
deconstruir algunos mitos tales como la ideología meritocrática (según la cual
los logros dependen exclusivamente del esfuerzo, descuidando, por ejemplo,
consideraciones de clase), cuestionar autores reverenciados en la filosofía
contemporánea (como Badiou o Rancière) e incluso poner en duda el triángulo
edípico en torno al cual gira parte de la teoría psicoanalítica. A su vez, desde
otra óptica, la de la clase, también ha analizado algunas particularidades
culturales que definen a la clase obrera francesa, de la que Eribon proviene y
de la cual renegó durante largo tiempo, confesando incluso su vergüenza
respecto de esa pertenencia. En ocasión de conmemorarse los treinta años de la
muerte de Foucault, Eribon estuvo en Argentina para inaugurar un congreso
organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En esa ocasión fue
entrevistado por Agustín Scarpelli y Pablo Rodríguez para el nº 576 de la
revista "Ñ" aparecida el 11 de octubre de 2014.
Aquí se
celebra cada año la marcha del orgullo gay. Ese orgullo, nos cuenta usted,
proviene de una infamia, una injuria. ¿Cómo funciona ese mecanismo de inversión
de la injuria en orgullo?
Yo analicé un problema clásico de la filosofía
política y de la sociología, una categoría específica, la injuria, para
referirse a una población, y que no son sólo palabras que se escuchan en la
calle sino toda una estructura de jerarquización que impone un lugar a cada
grupo. Esa injuria que produce vergüenza toca un límite cuando individuos y
grupos deciden apropiarse de ella y transformarla en orgullo. A partir de allí,
esa identidad reapropiada ya no es la misma que fue asignada en la injuria. El
orgullo gay abre la puerta, de ese modo, a muchos otros tipos de
reivindicaciones identitarias.
¿El
mecanismo es el mismo cuando se trata de una cuestión de raza o de clase?
Respecto de la raza, sí. Pero no cuando se trata
de la clase, y esa es una de las preguntas principales de mi trabajo reciente,
que es sobre la reproducción de las identidades de clase. Cuando se trata de
clases sociales, como la clase obrera o los desocupados, afirmar el orgullo fue
muy importante, pero se corre el riesgo de fijar la situación. Mientras que
afirmar el orgullo negro o gay apunta a transformar la situación. Como decía
Foucault, cada amenaza y cada resistencia necesitan análisis históricos
específicos. No se trata de pensar la totalidad de un sistema de poder. Lo que
importa son las formas diferentes de poder que se ejercen sobre ciertos
dominios. No quiere decir que no exista el horizonte de una reflexión más
global, pero ella no puede estar dada de antemano.
Al
intentar desentrañar los mecanismos de subjetivación, en su trabajo más
reciente empieza por usted mismo y se pregunta: "¿Quién soy, quién habla?". Son
preguntas que habilitó el psicoanálisis mediante el descentramiento del yo
consciente. Pero usted se resiste a pensar la respuesta en términos del
psicoanálisis. ¿Qué rechaza de esa corriente teórica?
Del psicoanálisis, casi todo. Es muy importante
escapar al psicoanálisis porque impide comprender los fenómenos políticos de
dominación y opresión, porque todas las cuestiones son remitidas al triángulo
edípico. Trata siempre sobre los individuos y propone, para comprenderlos, una
grilla universal de análisis. Me interesa lo contrario: proponer un análisis
sociológico y político que contemple que muchos aspectos de la vida social y
psíquica están ligados a las diferencias de clase, de género, de raza, de pertenencia
étnica y religiosa. Y deconstruir la idea de sujeto sujetado o sometido implica
reconstituir esa pertenencia social múltiple. Por ejemplo, los problemas con
mis padres (no hablé con mis padres por muchos años y,
cuando murió mi padre, no fui al funeral) no se dejan explicar por las
cuestiones del Edipo, sino por cuestiones de clase -mis padres eran obreros; yo
no lo soy-, la relación con el sistema escolar -mis padres no estudiaron; yo,
sí-. Para comprender quién soy, puedo decir que soy hijo de un obrero, pero
también me inscribo en la cuestión gay y, entonces, mi fecha de nacimiento
debería ser el proceso contra Oscar Wilde por reivindicar esa identidad gay. No
soy un sujeto unificado sino el producto de diferentes historias: el hecho de
que sea un hombre proveniente de la clase obrera francesa, blanco y gay me
inscribe en una composición de múltiples historias; una composición siempre
abierta, porque quizás otros movimientos políticos vendrán a decirme que tengo
otra pertenencia que aún no conozco.
¿Quiere
decir que el instante de la nominación no es tan determinante como se supone?
La nominación no es el nombre del padre. Es el
orden social el que me señala quién soy. El trabajo personal y político que
estoy llevando adelante es tratar de comprender cómo funciona este fenómeno de
nominación, eso que denomino "el veredicto". Cuando uno es hijo de obrero, por
ejemplo, nunca escapa a la denominación de "obrero". Aun cuando me haya
convertido en profesor universitario.
Esta
trayectoria, de obrero a profesor universitario, ¿es común en Francia?
No es un caso único, pero que haya numerosas
excepciones a una regla no significa que no exista la norma social. La inmensa
mayoría de los hijos de obreros dejan el sistema escolar muy temprano, a los dieciséis años, que es la edad legal en Francia.
Señala que
es falaz postular que el sistema meritocrático es un factor de igualación
social. ¿A qué se refiere?
Es muy evidente que quienes acceden al sistema
escolar no lo hacen con las mismas cosas en la cabeza y en el cuerpo. Los niños
de la pequeña y mediana burguesía que viven en casas donde hay libros, se habla
de arte, se frecuentan librerías y museos, cuando llegan al sistema escolar
tienen posibilidades distintas que las de aquellos niños que crecen en hogares
de clase baja, sin posibilidad de vacacionar ni visitar museos, etcétera. No es
una cuestión de capacidades: estos chicos no van a tener la misma actitud
social para aprovechar lo que el sistema escolar enseña y propone. Cada frase
pronunciada por un docente es recibida de manera diferente por quienes están
formados en uno u otro ambiente social.
¿Esa fue
su experiencia?
Cuando entré a la secundaria tuve muchas
dificultades para disciplinar mi cuerpo. Para los niños de la burguesía, el
cuerpo tenía una relación inmediata con el sistema escolar: podían escuchar sin
interrumpir, prestar atención sentados correctamente, mientras que los hijos de
obreros éramos incapaces de adoptar esas conductas.
¿Tiene
alguna ventaja esa indisciplina de los niños de la clase obrera?
Ellos frecuentemente rechazan la cultura
escolar. Eso puede vivirse como un acto de resistencia y de libertad, pero el
resultado es que son eliminados del sistema escolar, y lo peor es que esa
eliminación se produce con su consentimiento: es una autoeliminación. Por eso
creo que la ideología de la meritocracia, que afirma que las desigualdades
están ligadas a méritos personales, es uno de los mecanismos que perpetúan la
división de la sociedad en clases.
¿Qué
resistencia se le puede oponer a esa ideología?
Sacarse de encima la creencia de que el progreso
personal depende del mérito y el trabajo, y tratar de pensar sistemas
educativos que estén atentos a eso. Hacer inversiones allí donde hay
necesidades, y no como ocurre en Francia, en las escuelas de los barrios de
élites.
Dijo que
comparte una historia común con la escritora argelina Assia Djebar, autora de
"Grande es la prisión", por escribir en francés. En esa idea quizá no está
sopesado el poder que implica la imposición de una lengua. Si Djebar escribe en
francés es porque esa lengua le fue impuesta a sangre y fuego a ella, a sus
padres y abuelos, más allá de que hoy la viva como la lengua de su liberación…
Lo que me interesa de ella es el primer volumen
de su autobiografía, "El amor, la fantasía", donde además de relatar cómo
fue la liberación respecto de su entorno, muy opresivo para las mujeres,
termina diciendo que ella nació en 1842, cuando las tropas coloniales francesas
destruyeron el pueblo de sus ancestros. Entonces, en tanto mujer que escribe,
ha sido producida por la colonización. Aunque ella escribe para dar una voz a
quienes fueron masacrados, torturados, encarcelados y asesinados, es evidente
que tiene una deuda con el colonizador, en tanto le debe la lengua y la cultura
francesas y la emancipación en tanto que mujer, porque ella también es alguien
que ha cambiado de clase, porque no es una mujer con velo, puede viajar, etc.
Entonces la lengua del colonizador, que fue impuesta por la violencia colonial,
fue la misma que le permitió convertirse en una novelista célebre. Yo me
identifico con ella a partir de esta cuestión muy difícil que plantea y que
supone escribir en la lengua del dominador. Cuál es el efecto que produce
escribir en la lengua de la clase dominante para hablar de los dominados y para
darle la palabra a los dominados, es una contradicción insuperable que trato
de afrontar en mi trabajo.
¿En qué
momento la reivindicación identitaria, cualquiera sea, funciona como una cárcel
y en qué momento puede transformarse en una instancia liberadora?
Los grandes movimientos gay de los '80 y '90
fueron muy importantes, y lo son aún hoy en países como los africanos, donde
los hombres son encarcelados y torturados por ser homosexuales. Es evidente que
para ellos es absolutamente fundamental afirmar una identidad gay, que demanda
leyes de protección. Entonces el derecho a una identidad, que hoy quizá parece
un lujo occidental, incluso si comparto esta posición (y yo personalmente trato
de deconstruir la noción de identidad porque justamente tenemos varias identidades)
no debe hacernos olvidar la necesidad de la afirmación urgente de una identidad
homosexual en países donde no existen derechos, porque lo que está expuesto es
su propia vida. En países como Uganda, por ejemplo, donde la manifestación del
orgullo gay fue aplastada, para poder afirmar una identidad gay deben referirla
al modelo occidental de la identidad gay, y a ellos no les podemos negar el
derecho a una identidad.