31 de octubre de 2014

Didier Eribon: "La ideología de la meritocracia, que afirma que las desigualdades están ligadas a méritos personales, es uno de los mecanismos que perpetúan la división de la sociedad en clases"

Didier Eribon (1953), filósofo, sociólogo e historiador de la vida cultural francesa, nació en Reims y vive actualmente en París, ciudad en la que estudió filosofía y luego dirigió durante varios años seminarios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Ha enseñado además en diversas instituciones estadounidenses como The New School, University of Chicago, Harvard University, Yale University, New York University, University of Michigan y University of Virginia. Desde 1984 y durante casi treinta años fue colaborador en "Le Nouvel Observateur". Actualmente es profesor de filosofía, ciencias humanas y sociales de la Universidad Jules Verne de Amiens, y profesor visitante en la Universidad de California. Adquirió notoriedad por dos libros de entrevistas, uno al filólogo e historiador Georges Dumézil (1898-1986) y otro al antropólogo Claude Lévi Strauss (1908-2009), pero se destacó por su biografía del psicólogo, teórico social y filósofo Michel Foucault (1926-1984). Es autor además de, entre otros, "Échapper à la psychanalyse" (Escapar del psicoanálisis), "Une morale du minoritaire. Variations sur un thème de Jean Genet" (Una moral de lo minoritario. Variaciones sobre un tema de Jean Genet), "Hérésies. Essais sur la théorie de la sexualité" (Herejías. Ensayos sobre la teoría de la sexualidad), "Michel Foucault et ses contemporains" (Michel Foucault y sus contemporáneos), "Réflexions sur la question gay" (Reflexiones sobre la cuestión gay), "De la subversion. Droit, norme et politique" (De la subversión. Derecho, norma y política) y "Retour à Reims" (Regreso a Reims). Eribon es uno de los más destacados representantes de los estudios sobre la temática homosexual y autor a la vez de encarnizadas críticas al psicoanálisis, sobre todo de las figuras de Sigmund Freud (1856-1939) y Jacques Lacan (1901-1981). Eribon ve en el psicoanálisis, siguiendo criterios de Foucault, "procesos de extorsión de la verdad" y rechaza la posibilidad de querer saber sobre la historia subjetiva del homosexual. Rechaza el término "elección subjetiva" que Freud introdujo precisamente al hablar de la elección de objeto. "Hay que escaparle al psicoanálisis porque impide comprender los fenómenos políticos de dominación", sostiene. Sin embargo, su obra no remite sólo a la vida de Foucault ni a la cuestión gay. Eribon es autor de una obra polémica que permite deconstruir algunos mitos tales como la ideología meritocrática (según la cual los logros dependen exclusivamente del esfuerzo, descuidando, por ejemplo, consideraciones de clase), cuestionar autores reverenciados en la filosofía contemporánea (como Badiou o Rancière) e incluso poner en duda el triángulo edípico en torno al cual gira parte de la teoría psicoanalítica. A su vez, desde otra óptica, la de la clase, también ha analizado algunas particularidades culturales que definen a la clase obrera francesa, de la que Eribon proviene y de la cual renegó durante largo tiempo, confesando incluso su vergüenza respecto de esa pertenencia. En ocasión de conmemorarse los treinta años de la muerte de Foucault, Eribon estuvo en Argentina para inaugurar un congreso organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En esa ocasión fue entrevistado por Agustín Scarpelli y Pablo Rodríguez para el nº 576 de la revista "Ñ" aparecida el 11 de octubre de 2014.


Aquí se celebra cada año la marcha del orgullo gay. Ese orgullo, nos cuenta usted, proviene de una infamia, una injuria. ¿Cómo funciona ese mecanismo de inversión de la injuria en orgullo?

Yo analicé un problema clásico de la filosofía política y de la sociología, una categoría específica, la injuria, para referirse a una población, y que no son sólo palabras que se escuchan en la calle sino toda una estructura de jerarquización que impone un lugar a cada grupo. Esa injuria que produce vergüenza toca un límite cuando individuos y grupos deciden apropiarse de ella y transformarla en orgullo. A partir de allí, esa identidad reapropiada ya no es la misma que fue asignada en la injuria. El orgullo gay abre la puerta, de ese modo, a muchos otros tipos de reivindicaciones identitarias.

¿El mecanismo es el mismo cuando se trata de una cuestión de raza o de clase?

Respecto de la raza, sí. Pero no cuando se trata de la clase, y esa es una de las preguntas principales de mi trabajo reciente, que es sobre la reproducción de las identidades de clase. Cuando se trata de clases sociales, como la clase obrera o los desocupados, afirmar el orgullo fue muy importante, pero se corre el riesgo de fijar la situación. Mientras que afirmar el orgullo negro o gay apunta a transformar la situación. Como decía Foucault, cada amenaza y cada resistencia necesitan análisis históricos específicos. No se trata de pensar la totalidad de un sistema de poder. Lo que importa son las formas diferentes de poder que se ejercen sobre ciertos dominios. No quiere decir que no exista el horizonte de una reflexión más global, pero ella no puede estar dada de antemano.

Al intentar desentrañar los mecanismos de subjetivación, en su trabajo más reciente empieza por usted mismo y se pregunta: "¿Quién soy, quién habla?". Son preguntas que habilitó el psicoanálisis mediante el descentramiento del yo consciente. Pero usted se resiste a pensar la respuesta en términos del psicoanálisis. ¿Qué rechaza de esa corriente teórica?

Del psicoanálisis, casi todo. Es muy importante escapar al psicoanálisis porque impide comprender los fenómenos políticos de dominación y opresión, porque todas las cuestiones son remitidas al triángulo edípico. Trata siempre sobre los individuos y propone, para comprenderlos, una grilla universal de análisis. Me interesa lo contrario: proponer un análisis sociológico y político que contemple que muchos aspectos de la vida social y psíquica están ligados a las diferencias de clase, de género, de raza, de pertenencia étnica y religiosa. Y deconstruir la idea de sujeto sujetado o sometido implica reconstituir esa pertenencia social múltiple. Por ejemplo, los problemas con mis padres (no hablé con mis padres por muchos años y, cuando murió mi padre, no fui al funeral) no se dejan explicar por las cuestiones del Edipo, sino por cuestiones de clase -mis padres eran obreros; yo no lo soy-, la relación con el sistema escolar -mis padres no estudiaron; yo, sí-. Para comprender quién soy, puedo decir que soy hijo de un obrero, pero también me inscribo en la cuestión gay y, entonces, mi fecha de nacimiento debería ser el proceso contra Oscar Wilde por reivindicar esa identidad gay. No soy un sujeto unificado sino el producto de diferentes historias: el hecho de que sea un hombre proveniente de la clase obrera francesa, blanco y gay me inscribe en una composición de múltiples historias; una composición siempre abierta, porque quizás otros movimientos políticos vendrán a decirme que tengo otra pertenencia que aún no conozco.

¿Quiere decir que el instante de la nominación no es tan determinante como se supone?

La nominación no es el nombre del padre. Es el orden social el que me señala quién soy. El trabajo personal y político que estoy llevando adelante es tratar de comprender cómo funciona este fenómeno de nominación, eso que denomino "el veredicto". Cuando uno es hijo de obrero, por ejemplo, nunca escapa a la denominación de "obrero". Aun cuando me haya convertido en profesor universitario.

Esta trayectoria, de obrero a profesor universitario, ¿es común en Francia?

No es un caso único, pero que haya numerosas excepciones a una regla no significa que no exista la norma social. La inmensa mayoría de los hijos de obreros dejan el sistema escolar muy temprano, a los dieciséis años, que es la edad legal en Francia.

Señala que es falaz postular que el sistema meritocrático es un factor de igualación social. ¿A qué se refiere?

Es muy evidente que quienes acceden al sistema escolar no lo hacen con las mismas cosas en la cabeza y en el cuerpo. Los niños de la pequeña y mediana burguesía que viven en casas donde hay libros, se habla de arte, se frecuentan librerías y museos, cuando llegan al sistema escolar tienen posibilidades distintas que las de aquellos niños que crecen en hogares de clase baja, sin posibilidad de vacacionar ni visitar museos, etcétera. No es una cuestión de capacidades: estos chicos no van a tener la misma actitud social para aprovechar lo que el sistema escolar enseña y propone. Cada frase pronunciada por un docente es recibida de manera diferente por quienes están formados en uno u otro ambiente social.

¿Esa fue su experiencia?

Cuando entré a la secundaria tuve muchas dificultades para disciplinar mi cuerpo. Para los niños de la burguesía, el cuerpo tenía una relación inmediata con el sistema escolar: podían escuchar sin interrumpir, prestar atención sentados correctamente, mientras que los hijos de obreros éramos incapaces de adoptar esas conductas.

¿Tiene alguna ventaja esa indisciplina de los niños de la clase obrera?

Ellos frecuentemente rechazan la cultura escolar. Eso puede vivirse como un acto de resistencia y de libertad, pero el resultado es que son eliminados del sistema escolar, y lo peor es que esa eliminación se produce con su consentimiento: es una autoeliminación. Por eso creo que la ideología de la meritocracia, que afirma que las desigualdades están ligadas a méritos personales, es uno de los mecanismos que perpetúan la división de la sociedad en clases.

¿Qué resistencia se le puede oponer a esa ideología?

Sacarse de encima la creencia de que el progreso personal depende del mérito y el trabajo, y tratar de pensar sistemas educativos que estén atentos a eso. Hacer inversiones allí donde hay necesidades, y no como ocurre en Francia, en las escuelas de los barrios de élites.

Dijo que comparte una historia común con la escritora argelina Assia Djebar, autora de "Grande es la prisión", por escribir en francés. En esa idea quizá no está sopesado el poder que implica la imposición de una lengua. Si Djebar escribe en francés es porque esa lengua le fue impuesta a sangre y fuego a ella, a sus padres y abuelos, más allá de que hoy la viva como la lengua de su liberación…

Lo que me interesa de ella es el primer volumen de su autobiografía, "El amor, la fantasía", donde además de relatar cómo fue la liberación respecto de su entorno, muy opresivo para las mujeres, termina diciendo que ella nació en 1842, cuando las tropas coloniales francesas destruyeron el pueblo de sus ancestros. Entonces, en tanto mujer que escribe, ha sido producida por la colonización. Aunque ella escribe para dar una voz a quienes fueron masacrados, torturados, encarcelados y asesinados, es evidente que tiene una deuda con el colonizador, en tanto le debe la lengua y la cultura francesas y la emancipación en tanto que mujer, porque ella también es alguien que ha cambiado de clase, porque no es una mujer con velo, puede viajar, etc. Entonces la lengua del colonizador, que fue impuesta por la violencia colonial, fue la misma que le permitió convertirse en una novelista célebre. Yo me identifico con ella a partir de esta cuestión muy difícil que plantea y que supone escribir en la lengua del dominador. Cuál es el efecto que produce escribir en la lengua de la clase dominante para hablar de los dominados y para darle la palabra a los dominados, es una contradicción insuperable que trato de afrontar en mi trabajo.

¿En qué momento la reivindicación identitaria, cualquiera sea, funciona como una cárcel y en qué momento puede transformarse en una instancia liberadora?

Los grandes movimientos gay de los '80 y '90 fueron muy importantes, y lo son aún hoy en países como los africanos, donde los hombres son encarcelados y torturados por ser homosexuales. Es evidente que para ellos es absolutamente fundamental afirmar una identidad gay, que demanda leyes de protección. Entonces el derecho a una identidad, que hoy quizá parece un lujo occidental, incluso si comparto esta posición (y yo personalmente trato de deconstruir la noción de identidad porque justamente tenemos varias identidades) no debe hacernos olvidar la necesidad de la afirmación urgente de una identidad homosexual en países donde no existen derechos, porque lo que está expuesto es su propia vida. En países como Uganda, por ejemplo, donde la manifestación del orgullo gay fue aplastada, para poder afirmar una identidad gay deben referirla al modelo occidental de la identidad gay, y a ellos no les podemos negar el derecho a una identidad.