La crítica literaria no sólo es una materia de doctrinas variables, también
es un mundo de ideas que, al esparcirse, crean un espacio intelectual en el que
es necesario afanarse, porque ese espacio, tal como afirmaba el escritor
mexicano Octavio Paz (1914-1998), “es el lugar de encuentro con otras
obras, la posibilidad de diálogo entre ellas”. Es, también, una mediación entre
un texto y los lectores, ya que permite colaborar en su comprensión y su
relevancia cultural. Puede iluminar una obra y ayudar a difundirla en espacios de
preferencias distintas cuando un crítico ejercita su afán comprensivo
estimulando los impulsos interpretadores del lector. Pero, por sobre todas las
cosas, la crítica literaria siempre parte de la percepción individual del
crítico. Al respecto, ya hacia mediados del siglo XIX, el polifacético Karl
Marx (1818-1883) decía en uno de sus escritos sobre literatura que la crítica “parte
siempre de lo concreto, de la lectura de la obra, pero ésta se le presenta en
la primera lectura como un cúmulo de impresiones subjetivas, sin necesidad
alguna ni validez general. La mediación del gusto (y, por tanto, su
universalización) se produce precisamente a través de una labor de análisis,
que lleva a la descomposición de la obra en elementos abstractos; elementos
abstractos en los que, sin embargo, se puede captar las relaciones de la obra
con el ambiente cultural, el histórico social, el lingüístico, con los datos
mismos de la biografía del autor. Después de esta labor de análisis, el crítico
vuelve a lo concreto, es decir, a la obra, con una capacidad de comprensión que
ya no está confiada a impresiones subjetivas, sino a datos objetivos y científicos”.
Este análisis implica que la literatura, como cualquier otra manifestación
artística, es una actividad de matriz social situada esencialmente en la superestructura
de una sociedad determinada (esto es, el conjunto de
fenómenos jurídicos, políticos e ideológicos que la conforman y condicionan). A
esta condición, naturalmente, tampoco escapa la crítica literaria. Existen múltiples y polémicos enfoques que han cuestionado y
pretendido reformular las teorías críticas -a lo largo del siglo XX y hasta la
actualidad- con el afán de consolidar a la literatura como una esfera
relativamente autónoma de la vida social, un proceso que ha culminado en los
últimos años con la introducción renovada de ciertas líneas del pensamiento
histórico y filosófico que no han hecho más que renovar la problematización de
los límites entre el discurso literario y otras prácticas discursivas que
confrontan idealismo y materialismo. Martín Kohan (1967) escritor y crítico argentino, profesor de Teoría Literaria en la Universidad
de Buenos Aires y autor de ensayos, novelas y cuentos, se refiere en la primera
parte de la edición de entrevistas que sigue a continuación, al lugar que ocupa
el marxismo en la crítica literaria. Las mismas fueron
publicadas en el nº 7 de la revista “Ideas
de Izquierda” en marzo de 2014 (a cargo de Ariane Díaz) y en “La Izquierda Diario” el 15 de abril de 2015 (a
cargo de Mariano Pacheco).
Terry Eagleton, en una entrevista, describiendo el estado
de la teoría literaria marxista contemporánea, daba un panorama que, salvo con
algunas excepciones, veía como mayormente pobre, en consonancia con un momento
de baja conflictividad social. ¿Cómo lo ves vos?
Me parece que en
la actualidad hay una especie de meseta en la teoría literaria en términos
generales. No me parece que sea un pliegue o estancamiento de una teorización
marxista sobre la literatura respecto de otro tipo de vertientes que estén
teniendo un impulso mucho más fuerte. Me parece que desde hace años estamos en
un ciclo en el que no hay teorías fuertes en el sentido en que pudieron serlo
en otro momento el estructuralismo o el posestructuralismo, o incluso los
debates entre modernismo y posmodernismo -con todo lo que tuvieron de inútiles
en gran medida-, o la reaparición efectivamente inútil de los estudios
culturales en el sentido de su vulgarización y trivialización. En el presente,
salvo algunos autores que han ganado terreno como Agamben o Rancière, con ideas
que marcaron alguna línea de reflexión en los últimos años, no es una época de
pensamientos fuertes en la teoría literaria. Lo cual en un punto es más propicio, si se quiere, para trabajar
con la literatura. El posestructuralismo es un buen ejemplo: inmediatamente
abre una cantidad de perspectivas que dan a ver lo que no se podía ver sin esas
categorías, pero necesariamente la apertura tiene un límite, hay un momento en
que se empieza a rozar aquello que esas mismas categorías están impidiendo ver,
junto con lo que permitieron ver. Al no haber teorías dominantes o hegemónicas,
lo interesante es que es un momento de absoluta apertura, donde la idea de la
teoría literaria como una caja de herramientas, en el sentido de que podés usar
estas categorías y estas otras, para que no haya lo que en algún momento pasó o
puede terminar pasando que es la aplicación. Es un momento reductivo aun de las
mejores teorizaciones, de las más ricas y más estimulantes, que se reducen a
fórmula y aplicación. Estamos razonablemente liberados de eso hoy por hoy,
aunque con límites también. Después
está la productividad de lo que ya había. Nadie que no sea necio pretendería
una fundación de la nada. Marx tampoco. En todo caso, la significación que el
marxismo puede tener en la teoría literaria hoy, creo que se puede seguir
midiendo en la productividad de una tradición, más que constatar o cotejar los
aportes de por ejemplo los últimos cinco años. Le caben en todo caso las
generales de la ley del estado de la teoría literaria en general. A cambio creo
que distintos enfoques de la tradición marxista siguen teniendo una
productividad enorme.
¿Cómo lo ves acá? ¿Ha habido cambios en los últimos años después del
auge del posestructuralismo y el posmodernismo, donde el marxismo aparecía
representado por algunos “marxistas occidentales” y no siempre presentados como
estrictamente marxistas?
La presencia de la
Escuela de Frankfurt me parece que es fuerte, eventualmente no con inflexiones
fuertemente marxistas, lo cual es posible recuperar también en la Escuela de
Frankfurt. Pero creo que también la presencia de Gramsci ha tenido su
persistencia, el impacto de las ideas de Jameson también, inflexiones y
lecturas de un posicionamiento no estrictamente marxista pero repensados en
clave marxista, como Foucault o Deleuze, para volverlos productivos. El desafío
es apostar a la vigencia de ciertas líneas de pensamiento y una apropiación de
las categorías y de los aportes que nos pueden servir para pensar desde el
marxismo algo que probablemente no venga encuadrado en las categorías del
marxismo. Creo que en algunos casos se ha hecho con el pensamiento de Foucault,
o de Deleuze, con las tensiones que eso pueda tener. Creo que también
Althusser, con la complejidad del caso, por ejemplo en Rancière, en Macherey…
es una tradición que está presente. Si uno lo piensa respecto a otras
coyunturas, dentro del abanico complejo y diverso del marxismo, en todo caso si
algo tuvo una presencia muy dominante y la perdió fue el sartrismo.
Tanto en tus clases, escritos y hasta en alguna de tus novelas,
retomás marxistas “clásicos” como Lenin o Trotsky, poco habituales en los
recuentos de los aportes del marxismo a los temas literarios, considerados como
“excesivamente” políticos para el abordaje de los temas culturales. ¿Qué
interés encontrás en ellos?
Para mí Trotsky
tiene su lugar… recuerdo haber dado específicamente sus textos sobre
literatura, o de Lenin escribiendo sobre Tosltoi. Porque en última instancia,
en el margen en el cual se pueda dar en un recorrido cuatrimestral, creo que de
un modo más o menos implícito o explícito eso se recupera. No podés explicar la
manera en que Lukács lee a Balzac sin Marx y Engels. Entonces me parece que
tienen razonablemente su lugar. En todo caso, lo que estuvo y no está es la
veta del compromiso sartreano, o entra por la negativa.
Lukács también, ¿no? Entra por la negativa.
Cuando yo era
estudiante Lukács entraba como el capítulo del error: “ahora vamos a ver el que
se equivocó en todo”, y era Lukács. Mi interés por Lukács no era para replicar
a eso, sino contestar a una cierta reducción en la que me parece que había
caído, incluso en aquello que uno puede considerar equivocado. Es un pensamiento
de una enorme complejidad incluso para el desacuerdo. Reducirlo a la teoría del
reflejo o del espejo, que no es su planteo, no permite ni siquiera reflexionar
sobre cuáles son sus errores. La tradición marxista inglesa también tuvo y
tiene un lugar. Williams ha tenido una importancia, incluso después de que pasó
un poco la moda banal de la nueva versión de los estudios culturales, a la hora
de constatar que estamos reproduciendo una especie de versión deteriorada, o
simplificada, para recuperar esa tradición de los estudios culturales de los
’50, que es una tradición marxista.
¿Y Benjamin? En tu libro “Zona urbana” criticás las
reapropiaciones posmodernas que se han intentado de él…
Ahí sí me parece
que hubo una especie de catástrofe teórica que fue el uso, o el abuso
posmoderno, de Benjamin. En un momento le tocaron las generales de la ley, esa
especie de reducción a fórmula por la que pasaron Bajtín y todos,
lamentablemente. Parece que en cualquier novela que un personaje camina de un
lado a otro es benjaminiano; o con Bajtín, una comparsa y tres serpentinas y ya
es un carnaval bajtiniano. Eso tiene que ver con las simplificaciones en las
que seguramente todos podemos incurrir en algún momento. Yo creo que el caso de
Benjamin es distinto. Yo tampoco diría “lo ubico en tal lugar”, quizás de
ningún pensador, pero particularmente en Benjamin, ubicarlo en un lugar es
necesariamente reducirlo. Porque buena parte de su encanto y de su riqueza
tiene que ver con la imposibilidad de ubicarlo en “un” lugar. Más bien digo “me
interesa esta zona más que esta otra”, pero no porque la considere más
auténtica de manera intrínseca, sino porque me interesa a mí. No podría decir
que la dimensión de la influencia marxista en Benjamin o la que toma en cuenta
el método del marxismo para leer a Baudelaire es más auténtico que el Benjamin
de la inspiración mesiánica que utiliza elementos de la cabalística. Diferente
es la discusión con las distorsiones del pensamiento posmoderno que pretendía
hacer de Benjamin un posmoderno adelantado.
En tu libro, citando a Jameson, decías que Benjamin es experto en el
análisis de lo concreto pero que eso no quiere decir que sea adverso a la
abstracción y a la generalización teórica, como quieren los posmodernos…
Sin duda Benjamin
tiene una teoría, y es en parte marxista. Y uno puede considerar que esa
capacidad de captar lo concreto lo vuelve materialista en sentido cabal, porque
ya no se trata -en los términos de una enunciación de un materialismo sea por
lo conceptual, sea en el plano ideológico- de una necesidad de una
interpretación de lo social en clave materialista, sino la capacidad concreta
de leer materialidad. Lo concreto en Benjamin es una especie de destreza
insuperable para ver lo social en lo más concreto y por lo tanto en lo más material.
Porque al mismo tiempo, para ser fieles al tipo de procedimiento (si cabe decir
procedimiento en Benjamin) no es ni siquiera un momento de conceptualización.
La idea que él tiene y pone a funcionar de “huella”, es la idea de que en esos
detalles concretos se alojan las marcas de una época. Supera incluso la
necesidad de tener que contextualizar eso, porque la dimensión de la
temporalidad entendida incluso en un sentido amplio, la marca epocal o la
posibilidad de una captación de una problemática o de un horizonte social no es
poner en contexto ese detalle, eso está alojado en el detalle.
Después de haber trabajado la historia argentina –sobre todo desde una
historia de la literatura nacional– pero también una amplia gama de
conceptualizaciones sobre la guerra y la violencia (que puede rastrearse
siguiendo los epígrafes, abundantes, que abren cada capítulo de “El país de la
guerra”), ¿te parece que las teorías de la guerra siguen aportando a pensar la
literatura y la realidad política?
Yo creo que sí, o
por lo menos para mí resultaron indispensables. Pero no porque establezcan un
parámetro fijo, sino porque componen un mapa diverso, con puntos de vista que
se contraponen, con discusiones explícitas o subyacentes. La teoría a veces se
invoca para que venga a resolver lo que hará la lectura, y así es como se la
aplica; mi formación (el libro está dedicado a Josefina Ludmer) tiene más que
ver con la premisa de que la teoría sirve para problematizar, no para resolver,
y que bien empleada no se presta a las aplicaciones.
En épocas en donde parece primar cierto afán por la instantaneidad y
una “avidez de novedad” -para decirlo con las palabras de Martín Heidegger- vos
te dedicaste varios años a investigar y trabajar sobre este tema. ¿Qué es lo
que más rescatás del proceso de producción que implicó el armado de este libro,
después de tantos años?
Lo que más
satisfacción me produjo es haber podido escribir textos críticos de la misma
manera (con la misma atención al lenguaje y a la forma) en que escribo textos
de ficción. No tengo dudas de que la crítica forma parte de la escritura
literaria, pero a veces parecemos más dispuestos a enunciar esa premisa, con su
correspondiente remisión a Roland Barthes, que a hacerla valer realmente en lo
que hacemos.