Jorge
Panesi (1945) es crítico y ensayista, profesor de Teoría y Análisis
Literario en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la
Universidad Nacional de La Plata y en la Facultad de Filosofía y Letras de
Universidad Nacional de Buenos Aires. Ha sido Profesor Invitado en la
Universidad de la República (Uruguay), en la Pontificia Universidad Católica de
Santiago (Chile) y en la Universidad de California (Estados Unidos). Sus
ensayos, en los que muchos especialistas identifican una de las voces
principales de la crítica literaria argentina de la actualidad, aparecieron en
libros, revistas especializadas y otros medios culturales, tanto de nuestro
país como del resto de América y Europa. Autor de los libros "Felisberto
Hernández" y "Críticas", ha escrito numerosos artículos especializándose en autores
como los argentinos Eugenio Cambaceres (1843-1888), Jorge Luis Borges
(1899-1986), Silvina Ocampo (1903-1993), Manuel Puig (1932-1990), Juan
José Saer (1937-2005) y Néstor Perlongher (1949-1992); y los
franceses Walter Benjamin (1892-1940) y Jacques Derrida (1930-2004). Mauro Libertella lo entrevistó para la revista Encrucijadas
nº 33 de julio de 2005.
¿Qué se estudia
en la Carrera de Letras?
La Carrera de Letras no solamente se dedica a la
literatura, sino al campo de los discursos, del lenguaje, del estudio de todo
esto. Digamos: de la lengua en un sentido amplio, general, vasto y también
especializado. A partir de 1983, lo que la Carrera de Letras sobre todo trató
de desarrollar y recién ahora se puede decir que está más o menos completo es
justamente esta orientación a los estudios de lingüística, que va desde la
lingüística aplicada, la sociolingüística, la psicolingüística. Cosa que a Borges
le parecía estrambótica, extravagante: cuando salió el plan de estudios de la
Carrera de Letras, Borges decía que le parecía un sin pago que la literatura
inglesa fuese intercambiable por la sociolingüística. ¿Qué es la
sociolingüística? decía Borges. Evidentemente, no estamos hablando sólo de
literatura.
Y dentro
de cada una de estas disciplinas, ¿encontramos posiciones dispares o
contradictorias?
Obviamente. Uno puede pensar que el conocimiento
se genera o se construye, como dice Habermas, con el pacto, el acuerdo. Yo creo
que los pactos racionales existen, pero me parece que hay una visión un poco
más nietzscheana: uno de los motores del saber es justamente la polémica que
cada nuevo conocimiento que se construye genera. En la literatura esto es corriente,
que una generación se oponga a la anterior. Siempre me acuerdo que el celebre
Khun, en "La estructura de las revoluciones científicas", decía que los
literatos, la gente de arte, le preguntó alguna vez cómo podía hacer para
trasladar la teoría de los paradigmas de las revoluciones científicas al plano
del arte y la literatura, y éste decía: "¿Pero cómo?". En realidad yo extraje
esta noción de los cambios del paradigma justamente en algo que en la historia
del arte y la literatura era corriente: que una escuela se opusiera a otra
anterior o coetánea. Esa rivalidad es evidente. O esa guerra de conocimientos.
Desde esta
perspectiva de los paradigmas que se suceden y se reemplazan, ¿cómo podemos
pensar tu último programa de Teoría y Análisis Literario, que abrió con Borges
y cerró con Aira?
Ahora me lo hacés notar, pero no era deliberado.
También te puedo decir que había otras cosas en el medio, por ejemplo estaba
Faulkner y había algún poeta contemporáneo. Borges es como una necesidad, un
gancho, y en este programa es el canon, como Faulkner es el canon. Aira es como
un aspirante al canon, eso tiene que ser discutido. Me parece que eso siempre
se da en algún momento: en un momento era Borges o Mallea, y triunfó Borges; ahora quizás sea Piglia-Saer versus César Aira. Si uno plantea este tipo de
confrontación y cree que la literatura o la crítica literaria funcionan por
esta especie de guerra encubierta, necesariamente lleva a este tipo de
maniqueísmo.
Aira es un
aspirante al canon, pero vos, como profesor, dándoles de leer Aira a quinientos estudiantes, estás de algún modo construyendo este nuevo canon.
Yo tengo algo muy claro, tanto dirigiendo una
cátedra como dirigiendo el departamento, yo creo en ese sentido que la mejor
manera de dirigir es dirigir lo menos posible. O sea, tener una oreja muy
atenta a lo que ocurre, que no pasa por uno que encamina y pone el látigo, sino
más bien qué es lo que ocurre en el entorno. Yo tengo un oído en mis
colaboradores jóvenes, que seguramente están mucho más afilados en saber que es
lo que está ocurriendo en un hoy determinado. Si ellos me dicen Aira, no es que
yo lo desconozca, pero ellos me dicen "esta vez mejor Aira". Una vez, por
razones evidentemente didácticas, se me ocurrió enseñar otra vez la novela de
Piglia "Respiración artificial", y los ayudantes me dijeron: "Los alumnos sienten
que es una novela que no soportan, que es una novela atrasada". Yo no lo
imaginaba. Dije: "Bueno, pueden aprender el formalismo ruso a través de una
novela argentina", me parecía muy simpático. Pero los alumnos buscaban otra
cosa, querían debatir otra cosa o no veían en ese tipo de literatura algo que
los motivara al debate.
Y cuando
se enseña Piglia o Aira, ¿qué papel juega la teoría?
La teoría para mí es un discurso que permite
pensar algunas zonas de la literatura. Sirve únicamente para pensar la
literatura. Nada más. Y me parece que es bastante. No una teoría que le imponga
reglas externas sino que sea una teoría que se haga al calor de la producción
de los textos y de la producción crítica en general. De hecho, no creo que haya
ninguna teoría literaria que no haya sido pensada respecto de una práctica
concreta: los formalistas y el futurismo, Luckacs y el realismo del siglo XIX,
etcétera. Lo peor que podría hacer es erigir como un escalón superior del conocimiento
a la teoría literaria.
¿Cómo funciona
esto en la Argentina?
No creo que se practique la teoría literaria
como tal en la Argentina. Es decir, nadie se dedica a las investigaciones
teóricas y nadie funda un cuerpo colegiado para estudiar teoría literaria en
forma pura. Eso me parece muy bien en la Argentina. Uno tiene estupendos
críticos literarios, de la vieja generación, de la mía, de la generación
actual. Pero son siempre investigadores que estudian la literatura con un
interés teórico, es diferente a hacer teoría. Si Todorov en alguna época
escribió un largo libro, malo, sobre la literatura fantástica, creyendo que la
literatura fantástica concluía en el siglo XIX, Ana María Barrenechea en tres
páginas demuele ese libro, como si la crítica literaria argentina tuviera
justamente ese contacto con la problemática literaria y no tuviera tiempo para
sentarse en el cielo a contemplar o a legislar desde allí.
En
Argentina entonces no se produce teoría literaria del mismo modo en que se lo
hace, por ejemplo, en Francia, pero igualmente hay una necesidad de enseñar
teoría literaria...
Hay una necesidad de enseñar teoría literaria
por razones que no son solamente pedagógicas, sino políticas. Me parece que
siempre la teoría literaria de algún modo es la parte de la literatura que
estuvo más ligada con lo político, por su propia naturaleza. Una vez, antes de entrar en la oficina me detuvo una
cartelera del Centro de Estudiantes con las materias del cuatrimestre y algunos
textos. Literatura alemana, Literatura del siglo XX, Sociolingüística, Griego,
Gramática, Teoría y análisis literario. Y los textos: "¿Qué es un autor?" de
Foucault, "Nadja" de Breton, "Teoría estética" de Adorno. Busqué algún orden que
erigiera a esos nombres bajo la forma de un sistema o una línea. Si bien no
encontré una línea que me guiara, sino distintas direcciones posibles, sentí
que esa cartelera me disparaba desde el fondo del papel una y otra pregunta.
¿Qué
buscás en un texto de teoría y en un texto literario?
Suena un poco frívolo, pero creo que lo que
buscan un poco todos. En primer lugar, que tanto uno como otro me diviertan. Es
decir, un texto de teoría literaria tiene que plantearme un problema bajo una
nueva luz totalmente insospechada, una resolución totalmente diferente de cosas
que yo pensaba de una manera casi consuetudinaria. Puede ser que no sea una
revolución de eso mismo que yo había pensado, puede que sea una pequeña luz
hacia otro lado, un pequeño caminito para otro lado. Eso me divierte, me
provoca una especie de euforia. La literatura siempre es eso: la generación de
un entusiasmo en uno que tiende a desparramarse para todos lados y uno no sabe
cómo desparramarla mejor.
¿Eso es,
de algún modo, lo que hace un profesor de Literatura?
La teoría literaria puede ser enseñada porque
pretende cierta objetividad, pero lo que es dificultoso o imposible de enseñar
es la literatura. Entonces lo que uno hace con la literatura es pensarla,
analizarla, pero en el fondo lo que un profesor de Literatura hace es
transmitir siempre un entusiasmo. Incluso se deben contagiar cosas para que el
alumno después pueda rechazarlas. Yo diría que en el momento actual es un
entusiasmo cómplice en la medida en que apela a ese entusiasmo por una
complicidad como de iniciados. En el sentido de que los que leen literatura la
leen sabiendo que pertenecen de algún u otro modo a un círculo secreto y
sospechoso que no cuaja de una manera habitual o corriente con los otros
círculos. Los auténticos estudiantes de Literatura son los que están en contra
de algo, incluso sin saberlo.
Esta
pertenencia del estudiante de Letras y del lector de literatura en general a
esa especie de gueto o secta secreta tiene su reverso oscuro en tanto muestra
que la literatura, en algún punto, va desapareciendo...
Cuando uno ve que en las escuelas la literatura
como fenómeno cultural se restringe, sin ser reemplazada por nada, uno dice "bueno, ahí es cuando la literatura como fenómeno de la lengua tiende a
desaparecer", y esa desaparición sí hay que lamentarla un poco o bastante en la
medida en que si la educación argentina está mal, la enseñanza de la
lengua, que me parece básica en todo sentido, está muy mal. Y enfatizo: no sé
si hay salvación o remedio en este momento, pero todos los que nos dedicamos a
la literatura, a la lengua, tendríamos que pensar qué hacer. ¿Qué hago desde mi
especificidad? La lengua está despreciada, mal enseñada.
¿Y qué se
puede hacer, concretamente, desde la carrera?
En la carrera hay investigaciones sobre la
lingüística aplicada a la enseñanza del español como lengua extranjera.
Investigación sobre la lengua segunda, que tiene que ver, por ejemplo, con los
grupos indígenas, donde hay sin duda una tarea que hacer con el olvido y la
desatención. Se trata justamente de ver cómo enseñar el español, que para
muchos grupos es una lengua segunda, cómo se los alfabetiza. Marcar un
territorio. Pensemos que la literatura es un mar en expansión, en cuya
superficie y profundidad descansan pequeños tesoros. El estudiante de Letras llega
a la carrera buscando un mapa de naufragio y se le dan algunas pistas para
llegar al fondo sin ahogarse, encontrar su texto y llevarlo a la superficie
para transformarlo. En ese "agenciamiento colectivo de enunciación", dado por
los profesores, los alumnos y los libros, el náufrago construye su propio
tejido que es a la vez red y descomposición, identificación y distanciamiento,
regla y excepción.
Por el
placer de nombrar, ¿qué autores te entusiasmaron y te siguen entusiasmando?
¿Por el placer de nombrar? Un poco al azar:
evidentemente Borges. Con Borges me pasó una cosa muy extraña. Yo leía mucho a
Borges y tenía la idea de que nunca iba a poder escribir nada sobre Borges.
Hubo un homenaje acá en la Facultad por la muerte de Borges donde participaron
muchos y yo no quise participar porque me generaba una especie de parálisis
crítica. Hasta que quién sabe por qué, salí de la parálisis. ¡Cómo un crítico
literario no va a escribir a favor o en contra o no va a dar su tributo a
Borges! Lo hice dos veces: una vez a propósito de Borges y el nacionalismo y
otra sobre la relación literaria entre Borges y las mujeres. Otro que el que me
emocionó mucho cuando era joven era Cortázar. Sobre Cortázar nunca
pude escribir nada y lo leía mucho, y en este momento creo que sería incapaz de
escribir ni siquiera medio homenaje a Cortázar. Creo que habría que
revalorizarlo, leerlo de alguna otra manera. Después hay otras cosas que leo con
absoluto interés que pertenecen a mi generación, como Lamborghini y Gombrowicz.
Todavía me sigue maravillando que en cierta época ese culto por Gombrowicz no
venía acompañado de las reediciones de "Ferdydurke". Son esas lecturas
apasionadas en que uno sabe que hay tanta pasión, y el crítico literario tiene
que tener el gesto dialéctico de la sospecha sobre la pasión. O entregarse sin
tanta dialéctica. A mí todas mis pasiones me generan un superyó que me dice
"cuidado".
¿Y cómo
ves, por otro lado, el estado de la traducción en la Argentina?
Curiosamente es un tema que reaparece
técnicamente. Creo que sigue habiendo muy buenos traductores a pesar de que no
hay un aparato. Los traductores no traducen sólo por el placer de traducir,
traducen también para ganarse la vida. Curiosamente, se ve esa energía de la
traducción en gente que tiene que ver con la poesía. Ahí me parece bastante
significativo: gente que brinda esos esfuerzos por la nada, y en esa nada
poética consiste el esfuerzo. Ahí hay cosas muy interesantes.
¿Qué es
una buena traducción?
No tengo la menor idea. Uno podría pensar que
una buena traducción es aquella que uno la lee como si estuviera escrita en
español, pero los mismos traductores te dicen que no, que la traducción tiene
que dejar que lo extranjero del texto resuene como extranjero en castellano.
Tiene que tener esa sombra de distancia interior, lo cual es evidentemente más
complejo que escribir el original. Me parece bien la cita de Benjamin, un texto
exige, clama la traducción. Porque un texto que se resigne a permanecer en la
propia esfera lingüística y cultural está en cierto modo amputado. La
literatura creo que tiende a una universalidad. La literatura sigue siendo el
primer fenómeno de globalización. El lector apasionado que no sabe checo, que
no sabe alemán, y sin embargo tiene la apetencia de incorporar eso. En esta Facultad se enseñan siete literaturas extranjeras y a todas se las enseña en
traducción. Funciona el imperio de la traducción en su máxima potencia. Nunca
pueden estar especializados en literatura francesa o italiana, pero por otro
lado se refuerzan los contactos de la cultura argentina desde una posición muy
íntima respecto de lo otro. Es paradójico. Escenas de lectura, la casualidad o
el destino me pusieron, a lo largo del mes, en algunas clases de la carrera.
Estuve en aulas chicas y vacías, pequeños cubos en donde se leía a Joyce y a
Kafka, como perdidos en mundos posibles. Estuve en enormes auditorios, donde el
silencio sepulcral sólo se rompía cuando el profesor retomaba el hilo del
discurso, acaso perdido en algún corredor de la sintaxis. De uno u otro modo, siempre
me sentí en una escena de lectura: el estudiante leyendo al profesor y a sus
compañeros, el profesor leyendo la literatura y su enseñanza. De eso se trata.
Cuando un
estudiante de Letras estudia alguna de las literaturas se acerca a los textos
literarios pero también a las figuras de los autores, sus vidas, su mito. ¿Cómo
funciona eso que, de algún modo, es exterior a la obra?
Yo creo que la literatura, a pesar de que estoy
pensando en contra de mis preocupaciones teóricas que hablan de que el sujeto
que escribe desaparece en aquello que escribe, es una gran fábrica de mitos y
de sujetos míticos. Esta dimensión de crear el mito subjetivo que es necesaria
a la literatura. Si algo demostró Foucault es que la literatura moderna no
puede prescindir de esta entidad que se llama "autor". Por supuesto, un autor
relacionado con un fantasma, que está ahí entre afuera y adentro del texto. Hay
gente que diría que el texto mismo es el que crea el mito del escritor. Pero
pienso que no sólo el escritor en su conducta, en su charla, en su manera, refuerza algo que está en los textos o que directamente está en contraposición
con los textos. Y yo creo que ahora, para crear ese tipo de mitología, los
medios escritos que todavía le dedican algún parrafito a la literatura son el
lugar en donde esos mitos circulan y la oportunidad de que el escritor los cree
también. A veces no desde una manera deliberada, pero a veces ya tener una
actitud frente a los premios, tener una actitud frente a otro escritor supone
algo. Fogwill en esto es un maestro. Otro maestro, lleno de reticencias y de
polémicas, es Aira, son dos maestros en la construcción de mitos.
Podemos
pensar en filósofos como Nietzsche, Sartre, Deleuze que escribieron a favor de
la caída de los mitos. ¿Qué relación hay, entonces, entre la filosofía y las
letras?
Las tres carreras de esta facultad están
absolutamente ligadas: Filosofía, Letras e Historia. La tensión entre la
literatura y la filosofía la tenemos desde Platón en adelante. A mí me parece
muy provechosa esta tensión entre el discurso de la filosofía y el discurso de
la literatura, que se miran, se olfatean como perro sospechoso uno del otro.
Siempre se están mirando con el rabo del ojo, una para no caer en la otra y
viceversa. Uno podría decir que la deconstrucción es como el último avatar de
esto mismo. No creo que la filosofía sea un género de la literatura y que todo
sea literatura. Me parece que hay un juego de la filosofía y de la literatura
que es institucional, y si un filósofo puede ser más literario, eso lo marca o
lo diferencia. Y necesariamente un filósofo debe ser un escritor y un escritor
no tiene que necesariamente ser un filósofo.
¿Y qué es
un escritor?
Yo diría alguien que está situado en una
posición que piensa en los restos: en lo que quedó, en lo que va a quedar, en
lo que está quedando. Con eso hace algo. Un escritor tiene que ver con los
restos: con lo que se olvida, con lo que se deja, con lo que cae a un costado.
Esto se ve claro en Perlongher. Y con esos restos que una cultura o una
sociedad dejan caer, se hacen radiografías de lo que se tira, de lo que se
deja.
¿Cómo se
relaciona con la política?
Está volviendo Sartre. En literatura cuando más
intencionado es alguien que escribe en un sentido consciente, es sospechoso. A
lo mejor es un prejuicio adorniano mío. La política también es como un devenir
absolutamente permanente y lo que vos creés de un modo consciente que es
compromiso ético, político, en una oleada posterior quedó demostrado qué
equivocación histórica cometías. Alguien que puede escribir no demasiado atento
a eso pero al mismo tiempo sin cortarlo, y dejar que eso (la cultura, la
política) actúe sobre vos, me parece que es la única manera ética de trabajar
sobre eso que te afecta. No quiere decir que algunas obras de compromiso no
sigan funcionando. La política sería literaria cuando es imprevisible, pero la
política es como el discurso del cliché.
Desde esta
visión del escritor como alguien que trabaja con los restos y que deja que la
realidad actúe sobre él, podemos volver al ámbito de la facultad. ¿Qué lugar
ocupa la Facultad de Filosofía y Letras dentro de la UBA?
Hoy, igual que ayer, la Facultad de Filosofía y
Letras siempre fue sospechada y sospechosa. El papel que cumple es el de la
sana extranjeridad connacional. ¿Qué es este discurso que funciona acá? Creo
que hay también un folklore propio de Filosofía y Letras que se presenta como
revolucionario y que yo lo veo bastante pacato, incluso dentro de una carrera
como Letras, en que se supone están con el oído atento a la realidad social. Me
parecen discursos muy poco "aggiornados" y manifiestan un tipo de compromiso,
para usar una palabra sartreana, pero no se atreven a pensarla en serio. No se
atreven a pensarla con otros parámetros más que los que tienen, que son los
heredados. Uno puede tomar gente de esta facultad y con respecto de lo que pasó
en el 2001, 2002, uno se encuentra con cosas sorprendentes. Uno diría, "bueno,
está bien, una cosa que te apabulla no te permite pensar demasiado", pero lo que
uno le exige a un intelectual es que piense su condición y las condiciones que
lo rodean desde algún ángulo interesante. No sé si verdadero: interesante
quiere decir que te lo presente desde otro ángulo. Habría que hacer el
ejercicio de leer todas las palabras que se dijeron en ese momento y el denominador
común sería apabullante.
Y en este
contexto, ¿cómo está el nivel de las cátedras?
Siempre fue heterogéneo. En la carrera te
encontrás con que hay que fabricar de la nada, como algunas lingüísticas y
otras disciplinas que en Argentina no tienen tradición. Por ejemplo, una
exigencia que fue puesta por los alumnos cuando se cambió el plan de estudios,
que exigían literatura eslavas. A mí me parece un desafío, algo que se está
desarrollando. Lo que se supone es que la Carrera de Letras lo que debe tener
es un alto desarrollo y excelencia en literatura argentina y latinoamericana.
Esto era inobjetable cuando estaba Sarlo. Ahora el desafío es para los
discípulos de Sarlo. A veces los sucesores no están a la altura del maestro, y
a veces lo superan.