25 de junio de 2016

Javier Echeverría: "Todo lo que uno hace en las redes sociales deja huella, deja rastro. Ahí queda la potencialidad del control por motivos de seguridad o por motivos de vigilancia"

Javier Echeverría (1948) es un filósofo, matemático y catedrático español. Especializado en ética y filosofía de la ciencia, se ha dedicado a las relaciones entre técnica y ciencia, a las nuevas tecnologías de la información y al papel del ser humano y la sociedad como conjunto. Prolífico autor de ensayos en torno a su labor investigadora, ha publicado en ese sentido “Telépolis”, “Los señores del aire. Telépolis y el Tercer Entorno”, “Ciencia del bien y el mal” y “La revolución tecnocientífica”, obras todas ellas en las que analiza la evolución de la ciencia y la tecnología, su impacto en las redes sociales y la enorme importancia de los medios de comunicación por su vinculación con el mercado, lo que favorece el control y el poder sobre las sociedades. Lo que sigue es una complicación de las entrevistas que Echeverría concedió a Patricia Serrano Antolín para la página web del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, y a Inés Hayes para el nº 663 de la revista “Ñ” del 11 de junio de 2016.


¿Qué es la tecnociencia?

Es una mixtura, una hibridación entre la cultura científica, la cultura de los ingenieros y las culturas política, empresarial y en muchos casos, militar. Cuando esos cinco agentes hacen alianzas estratégicas y colaboran entre sí es cuando se puede hablar propiamente de tecnociencia. En el momento en que hay política científica y sistemas nacionales de ciencia y tecnología, hay tecnociencia. Y esto que hoy en día nos puede parecer muy normal, no siempre ha sido así sino que se trata de una novedad del siglo XX. En la tecnociencia, los grandes proyectos o las líneas prioritarias de investigación vienen marcadas por los políticos, por los empresarios o por los militares, y los científicos y los ingenieros ofrecen resultados en esas direcciones. Es una ciencia planificada.

¿Qué repercusiones tiene la nueva estructura en la actividad científica?

Los científicos y los ingenieros que trabajan en tecnociencias pierden autonomía pero ganan otras ventajas como mayor financiación o acceso a grandes equipamientos. Sin embargo, los investigadores que están al margen de esta estructura, es decir los que realizan sus investigaciones en líneas no consideradas estratégicas por la política científica, salen claramente perjudicados, se sienten marginados y reciben menos financiación. Se abre en las comunidades científicas una brecha: por un lado, los científicos y por otro, los tecnocientíficos.

¿Cómo es esa situación?

Digamos que hay dos etapas. La tecnociencia comenzó en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los proyectos más claros fueron el Proyecto Manhattan, por el que se desarrolló la bomba atómica, el del ordenador ENIAC y el de los Laboratorios de Radiación, donde se estudiaba el espectro electromagnético para el desarrollo de radares. Después de la guerra, se decide mantener el nuevo sistema de control sobre la ciencia porque se considera que había resultado muy beneficioso y comienza así una época de grandes proyectos científicos financiados por el Gobierno y el Ejército. Es decir, el modelo excepcional de ciencia para tiempos de guerra se vuelve estable. Pero a partir de los años ‘80, con la Administración Reagan se produce un nuevo giro en el sistema y la empresa y la inversión privada pasan a ser el motor de la tecnociencia. En la Unión Europea en general, ese cambio cualitativo todavía no se ha producido. Una de las características de la tecnociencia es que no puede avanzar si a la vez no hay una avance tecnológico que la sustente y, por lo tanto, no hay avance del conocimiento científico si no hay avance tecnológico. Pero yo creo que ese no es el motivo principal. En la segunda época de Estados Unidos las que triunfaron fueron las pequeñas y medianas empresas, que han terminado siendo poderosas multinacionales.

¿Cambian con el nuevo modelo los valores de la ciencia?

Los valores científicos siguen permaneciendo, es decir, se sigue persiguiendo la búsqueda de conocimiento pero se hace de una forma subsidiaria. Es decir, el conocimiento científico pasa a ser instrumental. Por ejemplo, en el proyecto Manhattan se generó muchísimo conocimiento científico importante, como el cálculo de la masa crítica del uranio y del plutonio o el desarrollo de las técnicas de fisión. Quiero decir que los físicos nucleares, los ingenieros y el resto de investigadores que participaron allí, seguían sus valores epistémicos para resolver problemas científicos y técnicos, pero todo ello estaba englobado de cara a otro tipo de fin. En la tecnociencia, la búsqueda del conocimiento está subordinada a los objetivos políticos, militares o empresariales.

Muchos científicos dicen que ellos no son los responsables de cómo se apliquen los resultados de sus investigaciones...

Efectivamente no fueron los científicos quienes lanzaron la bomba atómica pero sí quienes la posibilitaron. Si uno trabaja en tecnociencia, ya sabe en qué marco desarrolla su investigación. En muchas ocasiones, surgen conflictos de valores de la comunidad científica que está sumida en la tecnociencia, poniendo de manifiesto los cambios que produce el nuevo modelo. Si antes estos conflictos se solucionaban dentro de la propia comunidad científica, ahora se resuelven políticamente o a través de "lobbies" de empresas. Los científicos tienen que aprender a moverse en pasillos políticos, a buscar financiación, a hacer gestión, a venderse, a hacer marketing... Todos estos cambios son facetas de la revolución tecnocientífica.

La tecnociencia es muy poderosa. ¿Cómo se puede controlar?

En el momento de evaluar líneas de investigación, no sólo hay que valorar los aspectos científicos, tecnológicos, políticos o económicos, sino también sus efectos ecológicos o sanitarios. Hay que introducir valores sociales en esta estructura que representen los intereses de la sociedad, que no quiere renunciar a las aplicaciones tecnocientíficas, lo que quiere es más transparencia y una mejor atención a sus usuarios. Se trata de ir generando órganos de tal manera que estén representados no sólo los científicos, los ingenieros y los interesados, sino también la sociedad, los pacientes, los movimientos ecologistas... En otras palabras, conseguir un control social de la ciencia o una democratización de la ciencia, que la sociedad se involucre más en la toma de decisiones y en el control de la actividad tecnocientífica. Esa me parece una vía racional. La política científica depende de los valores.

¿En qué sentido?

Por ejemplo, pensemos en la Nanotecnología. Según los valores sobre los que se planifique la investigación, puede estar enfocada a aplicaciones industriales, militares, medioambientales o médicas. Y así ocurre con prácticamente todas las disciplinas. En la medida en que los valores sociales, democráticos o ecologistas se incorporen más al diseño de las políticas científicas, tendremos tecnociencias más beneficiosas para la sociedad en su conjunto o tendremos tecnociencias más beneficiosas para los militares o los empresarios.

¿Se ha convertido la tecnociencia en una estructura global?
La tecnociencia se ha ido expandiendo por disciplinas y también por países. Empezó con la Física y las Matemáticas, y luego se amplió a Biología, Medicina y Farmacología. Pero no está en todos los países del mundo. Se puede decir que lo que se llama Tercer Mundo es el conjunto de aquellos países que no tienen tecnociencia y Primer Mundo, aquellos que sí la tenemos o estamos en vías de desarrollo tecnocientífico.

En su concepción de “Telépolis” usted hablaba de consumo productivo: ¿es una idea vigente?, ¿cómo se aplica a este presente?

Aquello era una intuición de mi parte, yo no soy economista y por lo tanto no la desarrollé, pero sigo pensando que es válida y además ahora sí hay autores que la están desarrollando en serio. La idea es muy sencilla: en “Telépolis” yo ponía como ejemplo la televisión. En la medida en que un programa de televisión, por ejemplo, un campeonato mundial de fútbol tiene mil millones de telespectadores, inmediatamente el segundo publicitario aumenta de valor. Cuando es masivo, el consumo genera valor, ésta es la idea.

Es una idea vigente adoptada en los llamados nuevos medios, ¿no?

La metáfora que yo utilizo para entender las redes sociales es compararlas con una ciudad. Hace años que hablo de Telépolis: en este mundo digital, los datos de todo lo que hacemos están siendo almacenados, con lo cual pueden reconstruir perfectamente si quisieran lo que cada cual hace a lo largo del día al usar este tipo de tecnologías, eso les da un poder enorme y los usuarios, creo, son muy poco conscientes de que están siendo vigilados. Es decir, cuando las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) nacieron, no se sabía para dónde iban a evolucionar y han ido evolucionando clarísimamente hacia el control, con lo cual yo más que Tecnologías de la Información y la Comunicación las llamaría Tecnologías de la Información y del Control. Se facilitan las comunicaciones pero para controlarlas, no los contenidos necesariamente sino para controlar con quién se comunica uno, cuáles son las redes de amigos, lugares por los que uno navega, por los que uno circula, cuáles son las tendencias, qué mensajes se reenvían, se tuitean, etc: las redes de relaciones tienen un valor inmenso. Y claro, esto es exactamente lo que les interesa a las empresas que gestionan las redes sociales.

¿Y es un control para redireccionar el consumo, mercantilizar la comunicación, o es un control político?

Bueno, puede ser un control político y efectivamente de servicios de inteligencia o de seguridad, o puede haber servicios de seguridad de la propia empresa. No sólo los Estados tienen servicios de seguridad, cualquier empresa recurre a servicios de seguridad privados. Independientemente de que puede haber un gran componente de control por motivos de seguridad, por ejemplo para detectar “hackers”, gente que hace “ciberdelincuencia”, todo lo que uno hace deja huella, deja rastro, entonces ahí queda la potencialidad del control por motivos de seguridad o por motivos de vigilancia. El objetivo primero y lo que tiene valor económico -y a mí me parece que es la clave de la cuestión-, es el hacer estudios de mercado gratis o mucho más barato, y entonces estas grandes empresas han encontrado un instrumento donde pueden conocer las preferencias, intereses y rechazos de los usuarios. Y para los gestores de las redes sociales esos datos son valiosísimos, se ponen a comercializarlos y valen millones.

¿Cómo recibió el impacto de los Papeles de Panamá?

Independientemente de la valoración política que yo hago de esa información, lo que me interesa saber es cuánto se ha pagado por esos datos. Seguramente fueron millones. Esos datos se gestionan como una mercancía. Hoy hay un mercado de la información y del conocimiento, con lo cual lo que está sucediendo con las tecnologías es que en lugar de orientarse a una polis democrática, hacia un ámbito democrático regido por normas de la sociedad civil, claramente se ha orientado hacia un ámbito donde la seguridad prima. Por un lado, el control de la seguridad; por otro, el estudio de mercado y la comercialización de los datos, que es la clave: el gran negocio está hoy en la venta de los datos. Si uno encuentra un gran yacimiento de información, por ejemplo, esto de los Papeles de Panamá, se hace no sólo rico sino poderoso, porque puede ejercer su poder mediático y tumbar a tal o cual o chantajear a alguien: “Tú eres político y vas a ganar las elecciones ten cuidado porque tenemos estos papeles tuyos”. Esto se hace en todos los países del mundo, es el poder de los datos, el “tecno poder”, donde los datos obtenidos gracias a las tecnologías generan otra modalidad de poder que es superior a la de los Estados.

Es supranacional.

Supranacional, por supuesto, y no está controlado por ningún país, ni siquiera por los Estados Unidos. Si un presidente de los Estados Unidos se atreviera a enfrentarse a Google, a Apple, a todas esas empresas que tienen nombre, caería inmediatamente. Hoy, las tecnologías son capaces de reconstruir perfectamente escenas que luego la persona como tal no tiene en absoluto las competencias tecnológicas como para defenderse. Quiero decir con ello que son entidades supranacionales, yo les llamo “los señores del aire”, se les puede llamar también “señores de las nubes”, y éstos controlan al poder financiero. Desde el poder financiero y desde los medios se controla en gran medida la vida política: el poder ahora está en el mundo digital, en el tercer entorno, tiene poder quien dispone de los datos, quien dispone de la información y la gestiona bien. El poder y la riqueza surgen hoy de la “tecnociencia”, del conocimiento científico tecnológico; si bien sigue surgiendo efectivamente de los ámbitos industriales y de los recursos naturales, el poder está en los datos, en la información y el conocimiento, en lo que se llama economías de la información y del conocimiento.

¿Y qué papel tienen las redes sociales en este contexto? ¿Sólo comunican o son herramientas de control?

Dentro de las redes distinguiría a las que son abiertas y donde uno no está controlado. Me refiero en concreto a WhatsApp, que es una aplicación que se usa muchísimo y en la que uno habla con quien quiere y que tiene que aportar sólo tres datos básicos y punto y donde el control (que igual lo hay) es muy escaso, entonces ahí se puede producir una comunicación muy directa, mucho más abierta que como sucede con otras redes sociales como Facebook, Twitter y otras. Uno sabe que todos esos documentos, esas fotos que se suben, o esas conversaciones, o todos esos archivos pasan a ser guardados y almacenados en la nube. Yo desconfío por completo de ese almacenamiento de datos. Cuando se habla de datos personales se suele hablar de las creencias políticas, religiosas, etc., eso muy probablemente a los gestores de la nube no les interesa en lo más mínimo, es una cuestión de la época anterior, de la modernidad, por decirlo en términos tradicionales. En cambio, lo que les interesa de verdad es lo que los usuarios hacen al usar las tecnologías porque para ellos lo que se hace, cuántas veces, qué páginas web se visitan, qué videos de YouTube se ven, qué fotos se suben, qué documentos, por dónde navega uno, es vital, así como qué cosas compra o qué cosas curiosea. Yo soy enormemente crítico con respecto a estas redes donde, si bien hay una comunicación que parece muy abierta y con los propios amigos, en realidad es una comunicación con un “Gran Hermano” que está presente sin que uno tenga conciencia, aun cuando ese “Big Brother” no sea un Estado ni un gobierno. Se habla muchísimo y hay gran preocupación con el control de los datos por parte de los gobiernos y de las agencias de seguridad, y yo por supuesto estoy en contra de que eso suceda porque hay que respetar la intimidad y la privacidad, y donde hay una conversación privada no tiene que interferir nadie. Lo preocupante es que, en cambio, se admite perfectamente que los gestores, las empresas que gestionan las redes sociales, pueden almacenar los datos de lo que uno hace al navegar y procesarlos.