Javier
Echeverría (1948) es un filósofo, matemático y catedrático español. Especializado en ética y filosofía de la
ciencia, se ha dedicado a las relaciones entre técnica y ciencia, a las nuevas
tecnologías de la información y al papel del ser humano y la sociedad como
conjunto. Prolífico autor de ensayos en torno a su labor investigadora, ha
publicado en ese sentido “Telépolis”, “Los señores del aire. Telépolis y el
Tercer Entorno”, “Ciencia del bien y el mal” y “La revolución tecnocientífica”,
obras todas ellas en las que analiza la evolución de la ciencia y la tecnología,
su impacto en las redes sociales y la enorme importancia de los medios de
comunicación por su vinculación con el mercado, lo que favorece el control y el
poder sobre las sociedades. Lo que sigue es una complicación de las entrevistas
que Echeverría concedió a Patricia Serrano Antolín para la página web del Instituto
de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, y a
Inés Hayes para el nº 663 de la revista “Ñ” del 11 de junio de 2016.
¿Qué es la
tecnociencia?
Es una mixtura, una hibridación entre la cultura
científica, la cultura de los ingenieros y las culturas política, empresarial y
en muchos casos, militar. Cuando esos cinco agentes hacen alianzas estratégicas
y colaboran entre sí es cuando se puede hablar propiamente de tecnociencia. En
el momento en que hay política científica y sistemas nacionales de ciencia y
tecnología, hay tecnociencia. Y esto que hoy en día nos puede parecer muy
normal, no siempre ha sido así sino que se trata de una novedad del siglo XX.
En la tecnociencia, los grandes proyectos o las líneas prioritarias de
investigación vienen marcadas por los políticos, por los empresarios o por los
militares, y los científicos y los ingenieros ofrecen resultados en esas
direcciones. Es una ciencia planificada.
¿Qué
repercusiones tiene la nueva estructura en la actividad científica?
Los científicos y los ingenieros que trabajan en
tecnociencias pierden autonomía pero ganan otras ventajas como mayor
financiación o acceso a grandes equipamientos. Sin embargo, los investigadores
que están al margen de esta estructura, es decir los que realizan sus
investigaciones en líneas no consideradas estratégicas por la política
científica, salen claramente perjudicados, se sienten marginados y reciben
menos financiación. Se abre en las comunidades científicas una brecha: por un
lado, los científicos y por otro, los tecnocientíficos.
¿Cómo es
esa situación?
Digamos que hay dos etapas. La tecnociencia
comenzó en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los proyectos más
claros fueron el Proyecto Manhattan, por el que se desarrolló la bomba atómica,
el del ordenador ENIAC y el de los Laboratorios de Radiación, donde se
estudiaba el espectro electromagnético para el desarrollo de radares. Después
de la guerra, se decide mantener el nuevo sistema de control sobre la ciencia
porque se considera que había resultado muy beneficioso y comienza así una
época de grandes proyectos científicos financiados por el Gobierno y el
Ejército. Es decir, el modelo excepcional de ciencia para tiempos de guerra se
vuelve estable. Pero a partir de los años ‘80, con la Administración Reagan se
produce un nuevo giro en el sistema y la empresa y la inversión privada pasan a
ser el motor de la tecnociencia. En la Unión Europea en general, ese cambio
cualitativo todavía no se ha producido. Una de las características de la
tecnociencia es que no puede avanzar si a la vez no hay una avance tecnológico
que la sustente y, por lo tanto, no hay avance del conocimiento científico si
no hay avance tecnológico. Pero yo creo que ese no es el motivo principal. En
la segunda época de Estados Unidos las que triunfaron fueron las pequeñas y
medianas empresas, que han terminado siendo poderosas multinacionales.
¿Cambian
con el nuevo modelo los valores de la ciencia?
Los valores científicos siguen permaneciendo, es
decir, se sigue persiguiendo la búsqueda de conocimiento pero se hace de una
forma subsidiaria. Es decir, el conocimiento científico pasa a ser
instrumental. Por ejemplo, en el proyecto Manhattan se generó muchísimo
conocimiento científico importante, como el cálculo de la masa crítica del
uranio y del plutonio o el desarrollo de las técnicas de fisión. Quiero decir
que los físicos nucleares, los ingenieros y el resto de investigadores que
participaron allí, seguían sus valores epistémicos para resolver problemas
científicos y técnicos, pero todo ello estaba englobado de cara a otro tipo de
fin. En la tecnociencia, la búsqueda del conocimiento está subordinada a los
objetivos políticos, militares o empresariales.
Muchos
científicos dicen que ellos no son los responsables de cómo se apliquen los
resultados de sus investigaciones...
Efectivamente no fueron los científicos quienes
lanzaron la bomba atómica pero sí quienes la posibilitaron. Si uno trabaja en
tecnociencia, ya sabe en qué marco desarrolla su investigación. En muchas
ocasiones, surgen conflictos de valores de la comunidad científica que está
sumida en la tecnociencia, poniendo de manifiesto los cambios que produce el
nuevo modelo. Si antes estos conflictos se solucionaban dentro de la propia
comunidad científica, ahora se resuelven políticamente o a través de "lobbies" de
empresas. Los científicos tienen que aprender a moverse en pasillos políticos,
a buscar financiación, a hacer gestión, a venderse, a hacer marketing... Todos
estos cambios son facetas de la revolución tecnocientífica.
La
tecnociencia es muy poderosa. ¿Cómo se puede controlar?
En el momento de evaluar líneas de
investigación, no sólo hay que valorar los aspectos científicos, tecnológicos,
políticos o económicos, sino también sus efectos ecológicos o sanitarios. Hay
que introducir valores sociales en esta estructura que representen los
intereses de la sociedad, que no quiere renunciar a las aplicaciones
tecnocientíficas, lo que quiere es más transparencia y una mejor atención a sus
usuarios. Se trata de ir generando órganos de tal manera que estén representados
no sólo los científicos, los ingenieros y los interesados, sino también la
sociedad, los pacientes, los movimientos ecologistas... En otras palabras,
conseguir un control social de la ciencia o una democratización de la ciencia,
que la sociedad se involucre más en la toma de decisiones y en el control de la
actividad tecnocientífica. Esa me parece una vía racional. La política científica
depende de los valores.
¿En qué
sentido?
Por ejemplo, pensemos en la Nanotecnología.
Según los valores sobre los que se planifique la investigación, puede estar
enfocada a aplicaciones industriales, militares, medioambientales o médicas. Y
así ocurre con prácticamente todas las disciplinas. En la medida en que los
valores sociales, democráticos o ecologistas se incorporen más al diseño de las
políticas científicas, tendremos tecnociencias más beneficiosas para la
sociedad en su conjunto o tendremos tecnociencias más beneficiosas para los
militares o los empresarios.
¿Se ha
convertido la tecnociencia en una estructura global?
La tecnociencia se ha ido expandiendo por
disciplinas y también por países. Empezó con la Física y las Matemáticas, y
luego se amplió a Biología, Medicina y Farmacología. Pero no está en todos los
países del mundo. Se puede decir que lo que se llama Tercer Mundo es el
conjunto de aquellos países que no tienen tecnociencia y Primer Mundo, aquellos
que sí la tenemos o estamos en vías de desarrollo tecnocientífico.
En su
concepción de “Telépolis” usted hablaba de consumo productivo: ¿es una idea
vigente?, ¿cómo se aplica a este presente?
Aquello era una intuición de mi parte, yo no soy
economista y por lo tanto no la desarrollé, pero sigo pensando que es válida y
además ahora sí hay autores que la están desarrollando en serio. La idea es muy
sencilla: en “Telépolis” yo ponía como ejemplo la televisión. En la medida en
que un programa de televisión, por ejemplo, un campeonato mundial de fútbol
tiene mil millones de telespectadores, inmediatamente el segundo publicitario
aumenta de valor. Cuando es masivo, el consumo genera valor, ésta es la idea.
Es una
idea vigente adoptada en los llamados nuevos medios, ¿no?
La metáfora que yo utilizo para entender las
redes sociales es compararlas con una ciudad. Hace años que hablo de Telépolis:
en este mundo digital, los datos de todo lo que hacemos están siendo
almacenados, con lo cual pueden reconstruir perfectamente si quisieran lo que
cada cual hace a lo largo del día al usar este tipo de tecnologías, eso les da
un poder enorme y los usuarios, creo, son muy poco conscientes de que están
siendo vigilados. Es decir, cuando las Tecnologías de la Información y la
Comunicación (TIC) nacieron, no se sabía para dónde iban a evolucionar y han
ido evolucionando clarísimamente hacia el control, con lo cual yo más que
Tecnologías de la Información y la Comunicación las llamaría Tecnologías de la
Información y del Control. Se facilitan las comunicaciones pero para
controlarlas, no los contenidos necesariamente sino para controlar con quién se
comunica uno, cuáles son las redes de amigos, lugares por los que uno navega,
por los que uno circula, cuáles son las tendencias, qué mensajes se
reenvían, se tuitean, etc: las redes de relaciones tienen un valor inmenso. Y
claro, esto es exactamente lo que les interesa a las empresas que gestionan las
redes sociales.
¿Y es un
control para redireccionar el consumo, mercantilizar la comunicación, o es un
control político?
Bueno, puede ser un control político y
efectivamente de servicios de inteligencia o de seguridad, o puede haber
servicios de seguridad de la propia empresa. No sólo los Estados tienen
servicios de seguridad, cualquier empresa recurre a servicios de seguridad
privados. Independientemente de que puede haber un gran componente de control
por motivos de seguridad, por ejemplo para detectar “hackers”, gente que
hace “ciberdelincuencia”, todo lo que uno hace deja huella, deja rastro,
entonces ahí queda la potencialidad del control por motivos de seguridad o por
motivos de vigilancia. El objetivo primero y lo que tiene valor económico -y a
mí me parece que es la clave de la cuestión-, es el hacer estudios de mercado
gratis o mucho más barato, y entonces estas grandes empresas han encontrado un
instrumento donde pueden conocer las preferencias, intereses y rechazos de los
usuarios. Y para los gestores de las redes sociales esos datos son
valiosísimos, se ponen a comercializarlos y valen millones.
¿Cómo
recibió el impacto de los Papeles de Panamá?
Independientemente de la valoración política que
yo hago de esa información, lo que me interesa saber es cuánto se ha pagado por
esos datos. Seguramente fueron millones. Esos datos se gestionan como una
mercancía. Hoy hay un mercado de la información y del conocimiento, con lo cual
lo que está sucediendo con las tecnologías es que en lugar de orientarse a una
polis democrática, hacia un ámbito democrático regido por normas de la sociedad
civil, claramente se ha orientado hacia un ámbito donde la seguridad prima. Por
un lado, el control de la seguridad; por otro, el estudio de mercado y la
comercialización de los datos, que es la clave: el gran negocio está hoy en la
venta de los datos. Si uno encuentra un gran yacimiento de información, por
ejemplo, esto de los Papeles de Panamá, se hace no sólo rico sino poderoso,
porque puede ejercer su poder mediático y tumbar a tal o cual o chantajear a
alguien: “Tú eres político y vas a ganar las elecciones ten cuidado porque
tenemos estos papeles tuyos”. Esto se hace en todos los países del mundo, es el
poder de los datos, el “tecno poder”, donde los datos obtenidos gracias a las
tecnologías generan otra modalidad de poder que es superior a la de los
Estados.
Es
supranacional.
Supranacional, por supuesto, y no está
controlado por ningún país, ni siquiera por los Estados Unidos. Si un
presidente de los Estados Unidos se atreviera a enfrentarse a Google, a Apple,
a todas esas empresas que tienen nombre, caería inmediatamente. Hoy, las
tecnologías son capaces de reconstruir perfectamente escenas que luego la
persona como tal no tiene en absoluto las competencias tecnológicas como para
defenderse. Quiero decir con ello que son entidades supranacionales, yo les
llamo “los señores del aire”, se les puede llamar también “señores de las
nubes”, y éstos controlan al poder financiero. Desde el poder financiero y
desde los medios se controla en gran medida la vida política: el poder ahora
está en el mundo digital, en el tercer entorno, tiene poder quien dispone de
los datos, quien dispone de la información y la gestiona bien. El poder y la
riqueza surgen hoy de la “tecnociencia”, del conocimiento científico
tecnológico; si bien sigue surgiendo efectivamente de los ámbitos industriales
y de los recursos naturales, el poder está en los datos, en la información y el
conocimiento, en lo que se llama economías de la información y del
conocimiento.
¿Y qué
papel tienen las redes sociales en este contexto? ¿Sólo comunican o son
herramientas de control?
Dentro de las redes distinguiría a las que son
abiertas y donde uno no está controlado. Me refiero en concreto a WhatsApp, que
es una aplicación que se usa muchísimo y en la que uno habla con quien quiere y
que tiene que aportar sólo tres datos básicos y punto y donde el control (que
igual lo hay) es muy escaso, entonces ahí se puede producir una comunicación
muy directa, mucho más abierta que como sucede con otras redes sociales como
Facebook, Twitter y otras. Uno sabe que todos esos documentos, esas fotos que
se suben, o esas conversaciones, o todos esos archivos pasan a ser guardados y
almacenados en la nube. Yo desconfío por completo de ese almacenamiento de
datos. Cuando se habla de datos personales se suele hablar de las creencias
políticas, religiosas, etc., eso muy probablemente a los gestores de la nube no
les interesa en lo más mínimo, es una cuestión de la época anterior, de la
modernidad, por decirlo en términos tradicionales. En cambio, lo que les
interesa de verdad es lo que los usuarios hacen al usar las tecnologías porque
para ellos lo que se hace, cuántas veces, qué páginas web se visitan, qué
videos de YouTube se ven, qué fotos se suben, qué documentos, por dónde navega
uno, es vital, así como qué cosas compra o qué cosas curiosea. Yo soy
enormemente crítico con respecto a estas redes donde, si bien hay una
comunicación que parece muy abierta y con los propios amigos, en realidad es
una comunicación con un “Gran Hermano” que está presente sin que uno tenga
conciencia, aun cuando ese “Big Brother” no sea un Estado ni un gobierno. Se
habla muchísimo y hay gran preocupación con el control de los datos por parte
de los gobiernos y de las agencias de seguridad, y yo por supuesto estoy en
contra de que eso suceda porque hay que respetar la intimidad y la privacidad,
y donde hay una conversación privada no tiene que interferir nadie. Lo
preocupante es que, en cambio, se admite perfectamente que los gestores, las
empresas que gestionan las redes sociales, pueden almacenar los datos de lo que
uno hace al navegar y procesarlos.