En un
artículo aparecido en diciembre de 2007 en el semanario italiano
"L'espresso", con el título de "Un mundo sin religiones",
Umberto Eco (1932-2016), partiendo de la idea de -entre otros- Niccoló
Maquiavelo (1469-1527) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) acerca de una
"religión civil" de los romanos entendida como un conjunto de
creencias y deberes capaces de mantener unida a la sociedad, señaló que a
partir de esa concepción, en sí misma virtuosa, se llegaba fácilmente a la idea
de la religión como un instrumento que es usado por un poder político para
tener controlados a sus propios súbditos.
"La
idea ya estaba presente en autores que conocieron la religión civil de los
romanos" -dice Eco, y cita al historiador griego Polibio de Megalópolis
(200 a.C.-118 a.C.): "En una nación formada sólo por gente sabia sería
inútil recurrir a medios como estos, pero como la multitud, por su naturaleza
voluble y sometida, tiene pasiones de todo género, deseos irrefrenables, ira
violenta, no queda más alternativa que contenerla con aparatos diversos y con
temores misteriosos".
Varios
siglos después, el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) opinó sobre
este instrumento en su "Tractatus theologico politicus" (Tratado
teológico político, 1670): "Es cierto que el secreto más grande y el
máximo interés del régimen monárquico consiste en mantener a los hombres en el
engaño y en esconder bajo el especioso nombre de religión el miedo con el que
deben tenerse sometidos, para que combatan por su esclavitud como si fuese su
salvación. Por otro lado se verá que en una comunidad libre, no se podría ni
pensar ni intentar nada más funesto".
Karl Marx
(1818-1883) en "Zur kritik der Hegelschen rechtsphilosophie"
(Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844) lanzó su
celebérrima definición: "la religión es el opio de los pueblos", y
sesenta y cinco años más tarde, en el periódico "Iskra" n° 16 del 14
de febrero de 1909, Vladimir Lenin (1870-1924) publicó un artículo titulado
"Para qué sirve la religión", en el que, entre otras cosas, puede
leerse: "Gracias a la religión, tememos y evitamos el pecado y cumplimos
nuestras obligaciones sin quejarnos, por severas que puedan ser, porque
hallamos la fuerza y el valor para conllevar las penas y las privaciones y no
caer en la tentación del orgullo en tiempos de triunfo y prosperidad".
Más
adelante, Lenin ironiza: "Así que de eso se trata, ¿no? ¡La fe ortodoxa
les es cara porque les enseña a soportar la desdicha con estoicismo! ¡Que fe
provechosa, en realidad… para las clases gobernantes! En una sociedad
organizada de forma que una insignificante minoría goza de la riqueza y del
poder, en tanto que las masas sufren constantemente privaciones y soportan
severas obligaciones, es completamente natural para los explotadores el que
simpaticen con la religión que nos enseña a conllevar estoicamente las penas
del infierno de la tierra, en la esperanza de ganar un pretendido paraíso en el
cielo. Escuchad, ¿no comprenden que, gracias a esta ilusión, ellos comen bien,
duermen apaciblemente y viven felices y contentos. ¡Esta es la sagrada verdad!
Así es, en efecto. Es gracias a la vasta propagación de las ilusiones
religiosas entre las masas del pueblo como todos nuestros capitalistas que
viven del trabajo de estas masas, pueden dormir tranquilos".
Sumamente
categórico, el psicólogo estadounidense William James (1842-1910), aseveró en
"The varieties of religious experience" (La diversidad de la
experiencia religiosa, 1902) que: "la religión, en resumen, es un
monumental capítulo del egoísmo humano". Un siglo después, el escritor
portugués José Saramago (1922-2010), manifestó que "las religiones, todas
sin excepción, lejos de servir para unir y reconciliar a los hombres, por el
contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de estragos,
de monstruosa violencia física y espiritual, que constituyen uno de los más
tenebrosos capítulos de la mísera historia humana".
Umberto
Eco señala que el papa Benedicto XVI en su encíclica "Spe salvi" de
noviembre de 2007, en cierto modo le contesta al premio Nobel de Literatura en
1998, al decir que "el ateísmo de los siglos XIX y XX, aunque se
presentaba como protesta contra las injusticias del mundo y de la historia
universal, hizo que de tales premisas hayan resultado las más grandes crueldades
y violaciones de la justicia".
"Tengo
la sospecha -continúa el semiólogo italiano- de que Ratzinger pensaba en esos
ateos de Lenin y Stalin, pero olvidaba que en las banderas nazis estaba escrito
'Gott mit uns' (Dios con nosotros), que falanges de capellanes militares
bendecían a los gallardetes fascistas, que el masacrador Francisco Franco
estaba inspirado en principios religiosos y era sostenido por los Guerreros de
Cristo Rey, que católicos y protestantes se masacraron alegremente durante años
y años, que tanto los cruzados como sus adversarios estaban motivados por
razones religiosas, que por defender la religión romana se lanzó a los
cristianos a los leones, que por razones religiosas se han quemado muchos en la
hoguera, que son religiosísimos los fundamentalistas musulmanes, los que
atentaron contra las Torres Gemelas, Osama y los talibanes que bombardearon el
Buda, que por razones religiosas se enfrentan India y Paquistán y que, en fin,
invocando 'God bless America', Bush invadió Irak".
La
religión, evidentemente, no es un credo inofensivo, y puede pasar a ser una
estupidez letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a los creyentes una
confianza ciega en su propia rectitud, imprimiéndoles el falso coraje de
matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras para matar a
otros. Peligrosa porque les inculca enemistad hacia otras personas etiquetadas
como diferentes -y hasta enemigas- únicamente por una diferencia en sus
tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño
respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica común y
corriente. En suma, podría decirse que, tal como opinaba el
psicólogo estadounidense Arthur Janov (1924-2017) en su obra "Beyond belief:
cults, healers, mystics and gurus. Why we believe" (Más allá de la
creencia: cultos, curanderos, místicos y gurús. ¿Por qué creemos?), la religión no es otra cosa que una "locura legalizada".
Es común
ver a la religión como una actividad inocente, un manojo de creencias que
carecen de toda evidencia, pero completamente inofensivo. La idea más corriente
es aceptar que mucha gente necesita una especie de consuelo, una clase de credo
donde apoyarse en determinados momentos de su vida. Evidentemente hay muchas
razones para la persistencia de las creencias religiosas; su función moral
seguramente es de gran significancia. Porque
incluso aunque la adoración a algún dios en cualquiera de sus versiones
-cristiana, musulmana, judía, hinduísta, etc.- no haya sido derrotada por la
modernidad, las instituciones religiosas tienen otra función principal, como lo
es la de suministrar un sistema de reglas y normas de conducta por medio de los
Diez Mandamientos, el Sermón de la Montaña, las Virtudes del Corán o las Cuatro
Nobles Verdades Budistas.
Las
religiones no son simplemente un sistema de creencias, también definen un modo
de vida. En ellas están las normas de conducta que regulan las formas de
comportamiento. Ellas pueden gobernar la relación entre los sexos y determinar
qué conducta sexual es virtuosa o pecaminosa, lo que también se aplica a la
estructura de la familia, delineando el rol apropiado del padre, la madre y los
hijos. De la misma manera, operan sobre las instituciones sociales complejas,
las cuales introducen tabúes y fobias.
Además,
las ideas religiosas de salvación, cielo, resurrección, juicio final, etc., son
profundamente problemáticas y la vida siguiendo estas ideas es absurda en
términos de la definición ordinaria del diccionario (Absurdo: dicho o hecho
contrario a la razón o al buen sentido; disparatado). Asimismo, si nos atenemos
a los análisis filosóficos de lo absurdo realizados, por ejemplo, por el
francés Albert Camus (1913-1960) en "Le mythe de Sisyphe" (El mito de
Sísifo, 1942) y por el norteamericano Thomas Nagel (1937-1999) en "The
Absurd" (Lo absurdo, 1971), parece estar demostrado que la religiosidad no
es mejor que el ateísmo.
El biólogo
británico Richard Dawkins (1941) afirma en "Viruses of the mind" (Los
virus de la mente, 1991): "La conducta religiosa puede ser una falla, una
manifestación desafortunada de una propensión sicológica subyacente que en
otras circunstancias fue una vez útil. La selección darwiniana establece que el
cerebro en la niñez tiene una tendencia a creer en sus ancianos, a imitar, por
lo tanto, indirectamente, a extender rumores, leyendas urbanas y a creer en
religiones. La selección natural construye los cerebros de los niños con una
tendencia a creer lo que sus padres y ancianos de la tribu les digan. Y esta
cualidad los hace automáticamente vulnerables a la infección. Por excelentes
razones de supervivencia, los cerebros de los niños necesitan confiar en sus
padres y en los ancianos a los cuales sus padres les dijeron que debían
confiar".
En
"The God delusion" (La ilusión de Dios, 2006), el mismo Dawkins
profundiza: "La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído
lo mismo durante siglos. Eso es la tradición. El problema con la tradición es
que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que
cuando se inventó la idea original. Si uno se inventa una historia que no es
verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos
siglos que sean". Es el caso, por ejemplo, del don de la Torá a Moisés en
el monte Sinaí, del advenimiento de Cristo o de la aparición del arcángel
Gabriel a Mahoma.
Resulta
absolutamente comprensible que una persona crea en algo a raíz de las
evidencias irrefutables que tenga a su favor aunque no lo comprenda claramente.
Por ejemplo, muchísima gente desconoce que el aparato digestivo es un conjunto
de órganos –entre ellos el estómago- que se encargan del proceso de la
transformación de glúcidos, lípidos y proteínas a través de las enzimas, para
que puedan ser absorbidos y utilizados por las células del organismo. Tampoco
entiende el fenómeno que hace posible la transmisión y recepción de las ondas
de radio, la difusión de pulsos eléctricos de audio y video que son convertidos
en figuras y sonido televisados. Sin embargo, a nadie se le ocurriría negar la
existencia del estómago porque no entiende su funcionamiento y hasta el mayor
analfabeto cree en la realidad de la radio y la televisión. Estos ejemplos
podrían considerarse misterios, pero no tiene sentido negar su existencia o
ridiculizar a quienes creen en ellos ya que están basados y fundamentados en
evidencias irrefutables.
Del mismo
modo se acepta que pueda existir una actitud mucho más indulgente en relación
con muchos misterios que existen en forma de dogmas religiosos. Un gran número
de seres humanos creen en tales dogmas sin ser capaces de entenderlos o
explicarlos. Heredan tales doctrinas a través de las sucesivas generaciones y
aceptan sin más lo que contienen. Cuando en estos dogmas religiosos aparecen
contradicciones, ninguna excusa es aceptable, con el argumento de que la
creencia en los misterios sorprendentes también nos proporciona justificación
para creer en las paradojas.
Se puede
creer en algo que no se entiende, pero no se puede creer en algo que es
contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, se puede no entender cómo funciona
una llave de luz, pero no se puede creer que cuando la luz está apagada
simultáneamente está encendida. No se trataría de un dogma misterioso sino de
una simple y manifiesta contradicción. Cuando existe alguna contradicción entre
dos o más atributos de Dios, o cuando existe inconsistencia entre su supuesta
palabra y sus pretendidos actos, se transgreden ampliamente los límites del
misterio para pasar a los de la fantasía.
Hubo un
principio y habrá un fin, dicen las diversas historias "sagradas".
Esta concepción de la historia, que desemboca en un pretendido Juicio Final,
genera una angustia personal y colectiva cuyas implicaciones políticas pueden
ser temibles. Mientras que las ciencias modernas, la Historia, la Geología, la
Biología y la Física no han conseguido convencer a los creyentes, bastan las
palabras de imanes, califas, rabinos, obispos, papas, patriarcas, pastores,
etc. para que miles de personas crean que un arcángel descendió a la tierra
para traer mensajes celestiales; que otro dejó embarazada a una virgen que
parió a un hombre que luego fue asesinado, resucitó y ascendió a los cielos;
que el primer hombre fue creado con barro y la primera mujer con una costilla
de aquél o que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres
personas distintas.
Invariablemente,
el creyente de una religión considera a la suya como la más tolerante y cree
que toda la población del planeta excepto aquellos con los que comparte
creencias, sin contar a los de las sectas rivales, pasarán la eternidad en un
infierno de sufrimiento infinito. "Si
me pregunto qué es la religión -dijo Albert Einstein (1879-1955)- no logro
encontrar una respuesta adecuada. Así, pues, en lugar de plantear qué es la
religión, preferiría elucidar lo que caracteriza las aspiraciones de una
persona que a mí me parece religiosa". Para el autor de la teoría de la relatividad, la religión se basaba en leyendas "bastante infantiles" y era un "producto de la debilidad humana".
Las
aspiraciones de la Iglesia Católica, por ejemplo, son, entre otras, administrar
las inversiones en los bancos Morgan, Chase Manhatann, Allianz, BNP Paribas,
Royal Bank of Scotland, Lloyds, First National Bank of New York, Bankers Trust
Company, Santander y Credit Suisse o en las poderosas corporaciones internacionales
Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, Telefónica, Repsol YPF,
Pfizer, General Electric, IBM, TWA o Endesa. Y por supuesto, manejar las
donaciones que llegan de todas partes del mundo para afrontar los gastos
originados por el elevado costo de las indemnizaciones pagadas por abusos
sexuales y el aumento de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede.
Por otra
parte, la afluencia de petrodólares, que debería significar un avance del
progreso moderno en los dominios del Islam, no parece haber eliminado esta
parálisis. Sólo un puñado de emires, sheiks y sultanes derrocha millones en
lujos exhibicionistas, en general de mal gusto y frecuentemente inmorales,
mientras la masa de la población -siguiendo las enseñanzas del profeta- vegeta
a la sombra del festín de los millonarios.
En cuanto
a la relación de la religión judía con el mundo del dinero, al repasar los
últimos tres milenios de su historia económica, política y religiosa, se
advierte la omnipresencia de príncipes, banqueros y mercaderes que financiaron
el nacimiento del capitalismo, se convirtieron a través de algunos de sus
hijos, en su principal agente y también en su primer banquero. Los libros del
Antiguo Testamento se corresponden aproximadamente con el Tanaj judío. En uno
de ellos puede leerse: "Y tu prestarás a muchas naciones y tu no pedirás
prestado. Y tu reinaras sobre muchas naciones y ellas no reinarán sobre
ti" (Deuteronomio 15.16). Allí, la usura es definida como un método para
ganar poder sobre otra gente: "Tu prestarás a muchas naciones y el Señor
te hará la cabeza y no la cola y solamente tu estarás arriba y tu no estarás
debajo" (Deuteronomio 28.12).
Marx, en
"Zur judenfrage" (La cuestión judía, 1843) argumenta: "¿Cuál es
la mundana razón de ser del judaísmo? La necesidad práctica del judaísmo es el
egoísmo. ¿Cuál es la religión mundana de los judíos? Es el regateo mezquino del
vendedor ambulante. ¿Cuál es su Dios mundano? Es el dinero. Así que en el
judaísmo reconocemos un fenómeno contemporáneo universal antisocial, que ha
llegado a su presente estado a través de un proceso de desarrollo histórico con
el cual los judíos han cooperado celosamente. Los judíos se han emancipado a la
manera judía. No sólo han dominado el poder del dinero sino que el dinero se ha
convertido en un poder mundial. El dinero es el más celoso Dios de Israel y
ningún otro dios puede competir con él. El dinero degrada a todos los dioses
humanos y los transforma en mercancías. El dinero es el valor universal de
todo. El Dios de los Judíos se ha secularizado y se ha transformado en un Dios
Mundial. La tasa de cambio es el Dios real de los judíos. El judaísmo llega a
su clímax en la consumación de la sociedad burguesa y la sociedad burguesa ha
llegado a su punto más alto en el mundo cristiano".
No hace falta
ser tan tajante. Existe un axioma contemporáneo que expresa que si alguien dice
que los cristianos tienen poder, dice sencillamente que los cristianos tienen
poder. Lo mismo para los musulmanes, los budistas o los hindúes. Ahora bien, si
alguien dice que los judíos tienen poder, automáticamente se convierte en un
antisemita.
El poeta
cubano Cintio Vitier (1921-2009), ganador del premio Juan Rulfo 2002 ha dicho:
"Solo hay dos cosas: comercio y poesía". A la luz de los hechos, si
nos atenemos a esta definición, muy lejos parecen estar las religiones de la
poesía, así que lo más probable es que sólo sean un mero comercio.