Finales
del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. La literatura española era
enriquecida por escritores de la talla de Miguel de Cervantes Saavedra
(1547-1616), Lope de Vega (1562-1635) y Francisco de Quevedo (1580-1645). Otro tanto
ocurría en Inglaterra con Francis Bacon (1561-1626), William Shakespeare
(1564-1616) y John Donne (1572-1631), o en Francia con Michel de Montaigne (1533-1592),
por citar sólo algunos ejemplos. Por entonces, la literatura rusa permanecía
estancada en los poemas religiosos o la recopilación de relatos orales, sin
ofrecer ninguna figura convocante fuera de las fronteras del inmenso país gobernado
por el zar Ivan Vasilyevich (1530-1584), recordado como Iván el Terrible. Para
los estudiosos, el embrión de la literatura rusa se gestó durante el gobierno
de Piotr Alekseïevitch Romanov (1672-1725), llamado Pedro el Grande, y recién
lograría trascender el ámbito nacional en el siglo siguiente.
El primer
escritor ruso que pudo romper el ostracismo más allá de las fronteras fue Aleksandr
Pushkin (1799-1837), aunque la literatura rusa comenzaría a ejercer una cierta
influencia en las letras europeas de la mano de Nikolai Gogol (1809-1852), es
decir, en la primera mitad del siglo XIX, fundamentalmente a partir de la
publicación de "Vecherá na jútore bliz Dikanki" (Veladas en un caserío
de Dikanka). Desde el siglo XVII, en que Pedro el Grande -el primer monarca en
adoptar el título de Emperador de todas las Rusias- inició la europeización del
país, sus intelectuales se dividieron en dos grupos opuestos: occidentalistas y
eslavófilos. La lengua rusa absorbió numerosos vocablos tomados de las lenguas francesa
y alemana. Pushkin fue un preclaro escritor en lengua rusa; creó, en realidad,
la lengua rusa literaria moderna con obras como "Kapitanskaya dochka"
(La hija del capitán), "Kavkázskiy plénnik" (El prisionero del
Cáucaso) y "Povesti pokoynogo Ivana Petrovicha Belkina" (Relatos del
difunto Iván Petróvich Belkin).
Fiodor
Dostoyevski (1821-1881) admiró profundamente a Pushkin, cuya influencia en él
resulta innegable. Fue, sin duda, su máximo maestro. En el ensayo
"Dostoyevski. Revolucionarios y nihilistas" (1976), la catedrática
española Ángeles Cardona (1925-1981) explicó: "Veía en él la gran promesa
del alma rusa. Veía la raíz y la fuerza de ese anhelo profundo que palpitaba en
toda la literatura rusa decimonónica y que trasciende lo literario y lo
estético hacia lo místico y lo redentor. Por lo más nacional, a lo universal.
En lo eslavo primitivo y primordial vive el primitivo general que hay en todos
los hombres. Pero Dostoyevski no es un simple discípulo de Pushkin. Bebe en las
mismas fuentes, en la tradición y la realidad rusas. Y no sólo en ellas. Pese a
su eslavofilia militante, Dostoyevski asimila y absorbe gran parte de la
literatura europea contemporánea".
Efectivamente,
el autor de "Prestupléniye i nakazániye" (Crimen y castigo) era un
gran admirador de, por ejemplo, Honoré de Balzac (1799-1850). "Balzac es
grande -le dijo en una carta a su hermano Mijail-, sus caracteres son obra de
la inteligencia universal. No es el espíritu de una época, son miles de actos
los que, a través de las luchas, han preparado ese desenlace en el alma del
hombre". Incluso, luego de la visita de Balzac a San Petersburgo en 1844, Dostoyevski
tradujo al ruso su novela "Eugénie Grandet" (Eugenia Grandet), una
tarea que despertaría su vocación ya que, poco después de terminarla, decidió
dedicarse de lleno a la literatura. A Dostoyevski le apasionaban también los
románticos: Friedrich Schiller (1759-1805), Walter Scott (1771-1832) y Ernest
T. A. Hoffmann (1776-1822), cuyos cuentos le impresionaron profundamente, lo
mismo que "Confessions of an english opium eater" (Confesiones de un inglés
comedor de opio) de Thomas de Quincey (1785-1859).
El francés
Henri Beyle -Stendhal- (1783-1842) fue el precursor del realismo que se expresó
en una nueva corriente: el naturalismo. "Una novela -dijo- es un espejo
que se mueve por un camino. Tan pronto refleja el azul del cielo como el barro
y los charcos del camino". Con él se inició en la literatura francesa el
fin de las ilusiones románticas. Su país de debatía entre la disipación de la
vitalidad renovadora de la Revolución de 1789 y la caída del poder militar del
imperio fundado por Napoleón Bonaparte (1769-1821) tras la Batalla de Waterloo
en 1815. Encorsetada por el nuevo orden burgués, Francia no obstante deslumbró
a Europa con su florecer cultural. Esa reverdecida cultura francesa tuvo en Rusia
un enorme peso específico: el francés se convirtió en la segunda lengua de la
Rusia zarista.
Pero el
realismo ruso no era el francés. Dostoyevski decía que el suyo era un
"realismo fantástico". El también recurrió -al igual que Stendhal- a
las referencias externas, tomando nota y recopilando datos para montar la
estructura de sus novelas. Pero una vez armado el andamiaje, no miró solamente hacia
la apariencia exterior y el panorama del tejido social como el autor de
"Le rouge et le noir" (Rojo y negro), sino que se dirigió
resueltamente hacia el interior de las almas de los seres humanos, tal como
puede apreciarse, por ejemplo, en "Slaboje serdce" (Un corazón débil),
en "Son smeshnogo chelovieka" (El sueño de un hombre ridículo) o en "Unízhenyie
i oskorblyónnyie" (Humillados y ofendidos). Tal vez, su obra más acabada
en ese sentido sea "Brát'ya Karamázovy" (Los hermanos Karamazov),
novela en la que múltiples aspectos del alma humana como la pasión, el
instinto, la razón, la duda, la bondad, la pureza, el resentimiento, la envidia,
la maldad, el egoísmo y el hedonismo se manifiestan claramente en sus numerosos
personajes.
Dostoyevski
vivió un mundo en plena renovación cultural. Fueron sus contemporáneos en Rusia
grandes escritores como Iván Goncharov (1812-1891), Mijail Lérmontov
(1814-1841), Iván Turgueniev (1818-1883), Aleksandr Afanasiev (1826-1871) y
Leon Tolstoi (1828-1910), entre los que logró sobresalir. Pronto, su literatura
se convirtió en el vehículo para la expresión de ideales, de mensajes
proféticos y de pálpitos místicos. Su influencia se hizo notar aún fuera del
ámbito específico de lo novelesco. En "Götzen dämmerung" (El
crepúsculo de los dioses), Friedrich Nietzsche (1844-1900) reveló que la
lectura de Dostoyevski había sido uno de los hechos afortunados de su vida y
que el novelista ruso era el único psicólogo de quien había logrado aprender
algo. Ese reconocimiento del filósofo alemán contribuyó notablemente a la
difusión de la obra de Dostoyevski por el resto del mundo.
Conocido
es, asimismo, su influjo sobre Sigmund Freud (1856-1939) y el psicoanálisis. En
"Dostojewski und die vatertötung" (Dostoyevski y el parricidio), un
artículo escrito en 1928 poco antes de comenzar a trabajar en su relevante "Das
unbehagen in der kultur" (El malestar en la cultura), Freud decía:
"En la rica personalidad de Dostoyevski podemos distinguir cuatro facetas:
el poeta, el neurótico, el moralista y el pecador. ¿Cómo orientarnos en esta
intricada complicación? Por lo que al poeta se refiere, no hay lugar a dudas.
Tiene su puesto poco detrás de Shakespeare. ‘Los hermanos Karamazov’ es la
novela más acabada que jamás se haya escrito, y el episodio del gran inquisidor
es una de las cimas de la literatura mundial". Freud desmenuzó el texto de
Dostoyevski para encontrar en él las huellas del parricidio, la culpa y la
relación con un padre dominante y autoritario que ya había tratado
magistralmente en "Totem und tabu" (Totem y tabú).
Otro tanto
puede decirse del existencialismo. Los estudiosos del tema suelen afirmar que "Zapiski
iz podpolya" (Memorias del subsuelo) estableció las bases de esa corriente
filosófica. Aunque el padre de esta escuela fue el filósofo
danés Søren Kierkegaard (1813-1855), resulta evidente que el
novelista ruso influyó mucho en algunas de las mentes más preclaras de este
movimiento. Jean Paul Sartre (1905-1980), por ejemplo, reconocía que la frase de
Dostoyevski "Si Dios no existe, todo está permitido" fue el principio
de la filosofía existencialista, y que obras como "Dvoinik" (El doble)
o "Idiót" (El idiota) eran también claros ejemplos de esa doctrina. Por
su parte Albert Camus (1913-1960) en su ensayo "Le mythe de Sisyphe"
(El mito de Sísifo) decía que "lo que distingue a la sensibilidad moderna
de la sensibilidad clásica es que ésta se nutre de problemas morales y aquella
de problemas metafísicos. En las novelas de Dostoyevski se plantea la cuestión
con tal intensidad que no puede traer aparejadas sino soluciones extremas".
Según el novelista francés André Malraux (1901-1976), la lectura de Dostoyevski
había afectado profundamente a toda su generación.
Franz
Kafka (1883-1924), autor de obras de un fuerte tono existencialista, sentía una
gran conexión con Dostoyevski y le leía fragmentos a su editor y amigo Max Brod
(1884-1968). James Joyce (1882-1941), uno de los principales artífices de la
profunda renovación de las técnicas narrativas en las primeras décadas del
siglo XX, también se deshacía en elogios hacia el escritor ruso: "Es el
hombre que más ha hecho por la creación de la prosa moderna". Y la
escritora británica Virginia Woolf (1882-1941) escribió en "The russian point
of view" (El punto de vista ruso), ensayo incluido en "The common reader"
(El lector común) publicado en 1925, que sus novelas eran "una vorágine
que te hace hervir la sangre, remolinos bullentes, tormentas de arena giratorias,
trombas que sisean y nos absorben. Se componen única y totalmente del material
del alma. A pesar de nuestra voluntad nos devoran, nos sacuden, ciegan, sofocan
y, al mismo tiempo, nos llenan de un éxtasis vertiginoso. Excepto Shakespeare,
no hay lectura más excitante".