21 de noviembre de 2019

Dostoyevski y el germen de la revolución (2)


A diferencia de otros escritores de su época, los textos de Dostoyevski no hacían hincapié sólo en la frivolidad de la alta sociedad sino que ponían el foco en todas las clases sociales, especialmente en los convidados de piedra en los festines imperiales que eran los sirvientes anónimos y sin rostro. Por las páginas de sus obras pasaron tanto terratenientes, burgueses, aristócratas, sacerdotes e intelectuales como prostitutas, asesinos, indigentes y menesterosos. Cada uno de sus personajes surgió a partir del contacto del autor con una realidad cambiante y compleja, con una sociedad deteriorada, fisurada, marcada por el inmovilismo social y político. Una realidad que, con el paso de los años, fue configurando las condiciones para los sucesos revolucionarios que ocurrirían en el siglo XX. Por eso, sus primeras obras centran la atención en las condiciones de los necesitados, en las humillaciones de las que eran víctimas y su forma de reaccionar ante ellas. Así lo reflejó ya desde su primera novela “Bédnyie liudi” (Pobres gentes) de 1846.
Dostoyevski demostró siempre un gran interés por la sociedad de su tiempo. Sus novelas, además de ser cabales expresiones del existencialismo y el expresionismo, pueden ser clasificadas dentro de lo que años después se llamaría realismo crítico, una corriente que, además de retratar el ámbito social, favorecía una interpretación consciente de la realidad y promovía la toma de posición ante los problemas sociales. En su juventud veía con simpatía las ideas del socialismo utópico y, poco después de la publicación de sus primeras novelas, se unió al Círculo de Petrashevski, un grupo de discusión literaria compuesto de socialistas y progresistas que se oponían a la monarquía y al régimen de servidumbre. El club, fundado en 1844 por el jurista Mijaíl Petrashevski (1821-1866) -un seguidor del socialista utópico francés Charles Fourier (1772-1837)- originalmente tenía fines educativos pero, con el tiempo, se convirtió en un lugar de discusión sobre los problemas políticos de Rusia.


Por formar parte de ese círculo, en abril de 1849 fue detenido, encarcelado y condenado a muerte bajo el cargo de traición política, aunque el fusilamiento fue sustituido poco antes de llevarse a cabo por cuatro años de trabajos forzados en Siberia y el subsiguiente servicio militar en Mongolia como soldado raso. Durante su forzado exilio, Dostoyevski escribió "Malen'kij geroj" (El pequeño héroe) y dedicó mucho tiempo a la lectura de la Biblia por lo que, tras su salida del presidio de Omsk, era ya un cristiano convencido. Aquella dura experiencia la describió en 1862 en "Zapiski iz myortvovo doma" (Recuerdos de la casa de los muertos). Para entonces ya se había convertido en un agudo crítico del nihilismo y del movimiento socialista de su época. Tiempo después, dedicó parte de sus libros "Bésy" (Los demonios) y "Dnewnik pisatelja" (Diario de un escritor) a criticar las ideas socialistas.
Tras la publicación de "Prestupléniye i nakazániye" (Crimen y castigo) e "Igrok" (El jugador), Dostoyevski se convirtió en una gloria nacional. A pesar de sus anatemas, la emancipación del campesinado y el crecimiento de las vanguardias socialistas fueron asuntos muy presentes en su obra. Llamaba a los nihilistas y a los socialistas "hombres de papel, llenos de odio y de vanidad"; y de ellos dijo que sólo querían construir otra vez la Torre de Babel, pero "no para alcanzar el cielo desde la tierra, sino para hacer descender el cielo a la tierra". No obstante, mientras la novela occidental de la época describía a una burguesía inquieta pero aceptable, a veces mediocre pero siempre estable, las novelas de Dostoyevski la describían invariablemente como desequilibrada y suspicaz. Evidentemente, la Rusia en la que vivía Dostoyevski por entonces era un imperio inabarcable y poderoso, pero que, a la vez, incubaba muchos de los males que pondrán en aprietos al régimen zarista en la fallida revolución de 1905 y finalmente lo harían saltar por los aires en 1917.


Tras su muerte, Dostoyevski fue enterrado en el cementerio Tijvin en San Petersburgo, el mismo el que reposarían tiempo después los restos del compositor Piotr Tchaikovsky (1840-1893). En su obra "Le roman russe" (La novela rusa), el crítico literario francés Eugéne Melchior de Vogüé (1848-1910), describió el funeral como un espectáculo apoteótico en el que miles de jóvenes seguían el cortejo, incluidos los nihilistas, que se encontraban en las antípodas de las creencias del escritor. Su viuda, Anna Grigórievna (1846-1918), señalaría hacia el final de su vida en sus "Memuary" (Memorias) que "los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y en el deseo de rendir el último homenaje al célebre escritor". De todas maneras, semejantes contradicciones y sentimientos encontrados en el pueblo ruso no favorecerían la difusión de su obra en su propio país tras el advenimiento del régimen revolucionario soviético.
Para el líder bolchevique Vladimir Lenin (1870-1924), Dostoyevski era un intelectual del viejo régimen zarista. Si bien reconocía el poder de su escritura para describir el sufrimiento de los habitantes del pueblo, del campo, de los lugares apartados, decía no sentirse atraído por su "culto al sufrimiento". En una carta a la escritora y revolucionaria francesa Inessa Armand (1874-1920) definía a Dostoyevski como "detestable", mientras que en su correspondencia con el historiador ruso Vladimir Bonch Bruyévich (1873-1955) lo trataba de "escritor genial que analizó las lacras de la sociedad contemporánea; que tiene muchas contradicciones y aberraciones, pero al mismo tiempo traza escenas vivas de la realidad". De cualquier manera, las opiniones literarias de Lenin no trascendieron más allá del terreno privado. Un año después de la Revolución rusa, el 2 de agosto de 1918, el periódico "Izvestia" publicó una lista, elegida por los lectores, de personajes ilustres que merecían un monumento, y la primera y segunda posición fueron ocupadas por Tolstoi y Dostoyevski respectivamente. De todas maneras, sus obras (no todas) siguieron editándose en Rusia y su poderosa influencia se hizo perceptible en toda la literatura rusa posterior.


El escritor y periodista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) dijo en "La Rusia de Dostoyevski", un artículo publicado en Lima en la revista "Variedades" el 10 de abril de 1929, que el escritor ruso "tradujo en su obra la crisis de la inteligencia rusa, como Lenin y su equipo marxista se encargaron de resolver y superar. Los bolcheviques oponían un realismo activo y práctico al misticismo espirituoso e inconcluyente de la inteligencia dostoyevskiana, una voluntad realizadora y operante a su hesitación nihilista y anárquica, una acción concreta y enérgica a su abstractismo divagador, un método científico y experimental a su metafísica sentimental". Y es probable que el disgusto de Lenin proviniera de la vieja polémica entre occidentalistas y eslavófilos, aquella que a lo largo de la década de los ‘40 del siglo XIX, enfrentó a los intelectuales. Se discutía sobre la conveniencia de "occidentalizar" Rusia o, por el contrario, intensificar la "eslavización" del pueblo, considerando que éste era un modelo de virtudes y que ni el arte ni las costumbres de la Europa occidental conducirían a superar el espíritu de aquellos hombres que se habían criado en una tradición distinta de la mentalidad de los pueblos que se extendían al oeste de la frontera rusa.
Los pensadores y los literatos se dividieron. El influyente crítico literario Vissarion Belinsky (1811-1848) era un occidenlista acérrimo, como también lo fueron los filósofos Nikolai Chernishevski (1828-1889), Nikolai Dobroliubod (1836-1865) y, sobre todo, Mijail Bakunin (1814-1876). El problema fue, sin embargo, mucho más complejo, ya que los eslavófilos y los occidentalistas llevaron la contienda al terreno político. Dentro del ideario occidentalista, por ejemplo, no cabían los mismos planteamientos de productividad y -consecuentemente- de división de trabajo, riqueza y sociedad que planteaban los eslavófilos. En efecto, los eslavófilos pretendían conservar las instituciones oficiales, incluyendo la figura del zar como "padre" del pueblo ruso, respetando a la Iglesia ortodoxa y propagando el folklore genuinamente nacional. Dostoyevski militó siempre en el bando eslavófilo, como Gogol, su maestro, y Sergei Aksakov (1791-1859). Ser eslavófilo -desde este punto de vista- incluía, por definición, el deseo de que todo siguiera igual, incluso el terrible problema de la esclavitud que el sufrido pueblo ruso soportaba aún en esa época. Sin embargo, este supuesto es falso: Dostoyevski apoyaba la emancipación de los siervos.


Dentro de este contexto es dable pensar que el tiránico zar Nicolás Romanov (1796-1855) se sentía identificado con el bando de escritores eslavófilos. Sin embargo su reacción fue muy distinta: Nicolás I, por el mero hecho de que alguien expresara una opinión, aunque fuese favorable a la autoridad, ya sospechaba. Los intelectuales que se movían en distintos círculos en esos años, discutían la postura occidentalista de Pedro el Grande, con el que no estaban de acuerdo salvo en el problema de la emancipación de los siervos, si eran eslavófilos como Dostoyevski; pero al llegar a la década de los ‘70, tanto eslavófilos como occidentalistas abandonaron su postura teorizante y se transformaron en verdaderos activistas. Y fue precisamente en esa época cuando se formaron los hombres de la Revolución de Octubre.