25 de diciembre de 2019

Divagaciones en torno a la incongruente especie humana (3). Sobre la grieta social y la toma de conciencia


Nunca se ha hablado tanto de los derechos individuales como en nuestro tiempo, pero nunca como en nuestro tiempo, el hombre se ha visto sometido a la presión de las técnicas tipificadoras de su comportamiento. Los medios de comunicación colectiva lo convierten en un átomo social. Junto al proceso de exaltación del egocentrismo no se ha dado un correlativo proceso de desarrollo de la personalidad humana. El neoliberalismo es un modelo que aspira a imponerse como regulador de la vida política, económica, social, cultural y también de los entornos naturales. Su implementación se hace a través de una receta universal que no requiere de adaptación a las realidades y particularidades de cada país o región. Esto no se debe a la implacabilidad de su diseño teórico ni a la idoneidad de su teoría, sino al objetivo primordial que se pretende alcanzar con este modelo: crear las mejores condiciones posibles para la acumulación capitalista.
Al respecto, el psicoanalista y ensayista argentino Jorge Alemán (1951) acota en “Capitalismo. Crimen perfecto o emancipación” que el neoliberalismo tiene pretensiones totalizantes, quiere cerrar cualquier brecha en lo social, anular la heterogeneidad subjetiva en un proceso de homogeneización donde todo el que no la acepte es excluido. “Aparte de la utilización de los medios masivos, el capitalismo al inscribir su lógica en los sujetos y lograr su aceptación parece estar logrando construir un fascismo anónimo que reclama seguridad y protección a costa de la destrucción del otro no asimilado o descartado”. Y concluye: “El intento neoliberal de transformar al sujeto despojado de su singularidad en ‘capital humano’, ‘empresario de sí mismo’, ‘ganador’, ‘líquido y volátil’ como la mercancía, apunta justamente a destruirlo desposeyéndolo, convirtiéndolo en consumidor consumido. Puesto el sujeto en esta suerte de individualidad, va a ver sus logros como fruto de sus méritos, lo que produce euforia y compulsión a incrementar la ganancia; y a sus fracasos como resultado de sus incapacidades, lo cual puede sumirlo en estados depresivos. Por ambas cosas, la proliferación de psicofármacos y el auge de las neurociencias”.


Y no es casual que Alemán utilice el término “fascismo” cuando es notorio que muchas de las políticas impuestas desde el poder, corresponden a acciones que coinciden con las que históricamente implementaron gobiernos fascistas dictatoriales o acciones de grupos políticos religiosos de la derecha oligárquica tradicional, algo que, Latinoamérica sufrió desgarradoramente sobre todo en los años ’60 y ’70 del siglo pasado. En aquel entonces, una gran parte de los países de la región experimentaron un proceso de fascistización con impresionantes cuotas de terror y barbarie, que aunque carecían de las características fundamentales del nazismo alemán, el fascismo italiano o el falangismo español, se orientaron regresivamente al servicio de los sectores adinerados y los intereses extranjeros.
A comienzos de 1976, el Fondo de Cultura Económica publicó el primer número de la revista “Nueva Política” bajo el título “El fascismo en América”. En ella reunió textos de, entre otros, Julio Cortázar (1914-1984), Susan Sontag (1933-2004), Agustín Cueva (1937-1992) ​y Eduardo Galeano (1940-2015). El escritor argentino especificó en su artículo titulado “Los lobos de los hombres”: “Ser fascista: si nadie lo ha definido exactamente, basta observarlo como conducta para sentir que su raíz es negativa, que nace del miedo (del miedo a la muerte propia como trasfondo y motivación de todo el resto). Debajo de la máscara de pueblos pacíficos hay cantidad de rostros esperando su hora. Apenas una corriente fascista se abra paso en la estructura política, contará de inmediato con múltiples adherentes, tenga o no clara conciencia de las motivaciones profundas de su adhesión a los slogans de esa política”. A lo que la escritora estadounidense agregó en su breve ensayo “Fascinating fascism” (La fascinación del fascismo): “Lo que distingue al fascismo es su desprecio por todo lo reflexivo, crítico y pluralista”.
El sociólogo y crítico literario ecuatoriano, por su parte, en su tesis “La fascistización de América Latina”, apuntó: “Idéntico aquí y allá por su contenido de clase, así como por las formas extremas de represión a que recurre, el fascismo es sin embargo un fenómeno histórico concreto que cada vez presenta modalidades específicas, reflejo de la articulación compleja de contradicciones que el capitalismo genera en los distintos momentos y lugares de su desarrollo. El fascismo en América Latina posee por lo mismo sus perfiles peculiares, forjados en el molde de una configuración subdesarrollada y dependiente, y al calor de los conflictos sociales propios de ella”. Y el escritor y periodista uruguayo, en una misiva dirigida a un amigo, concluyó: “La ideología de la histeria pequeño-burguesa se adapta, como el guante a la mano, a las necesidades del fascismo. Usa las grandes palabras características -Patria, Familia, Tradición, Propiedad- para enmascarar la opresión y aniquilar la inteligencia. Pensar está prohibido, el régimen sospecha, y no le falta razón, que quien piensa conspira”.
Cincuenta años más tarde de estos planteamientos, parecería que poco y nada ha cambiado. Basta escuchar las declaraciones tanto de gobernantes -ya sean constitucionales o de facto- como de sus votantes y seguidores, para advertir que las prácticas fascistas siguen vigentes. Esto es lo que el historiador italiano Enzo Traverso (1957) denomina “posfascismo”, un neologismo que utiliza para reconocer las diferencias existentes entre estos nuevos movimientos y sus ancestros del periodo de entreguerras en Europa. En “I nuovi volti del fascismo” (Las nuevas caras de la derecha), Traverso precisa: “Claramente, las derechas radicales comprendieron que no podían aparecer como una alternativa legítima siguiendo el discurso de los fascismos clásicos, y se emanciparon de eso. Pero, al mismo tiempo, es imposible intentar comprenderlas sin tomar como referencia el fascismo clásico. Lo que es evidente es que la nueva derecha radical es la búsqueda de una solución autoritaria, neoconservadora o reaccionaria a las crisis del siglo XXI. Este es un contexto en el cual todos los escenarios son posibles. Con una ideología porosa y un discurso anti político, que puede tomar elementos de corrientes diversas a veces contrapuestas, las recetas posfascistas son políticamente reaccionarias y socialmente regresivas”.


En pleno siglo XXI, los estrategas tanto políticos como financieros, en concordancia, encuentran espacios para de algún modo actualizar la ideología y los métodos de dominación. Las prácticas posfascistas intentan modificar el comportamiento individual y ciudadano provocando miedo, incertidumbre, humillación y división en la sociedad, para lo cual recurren a técnicas avanzadas de represión y de control. La masificación y centralización de los medios de comunicación y la sofisticación de la propaganda gubernamental, crecen en eficiencia y dramatismo. Es manifiesto que el desenvolvimiento de los poderosos medios de información influye sobre el pensamiento y los sentimientos de los seres humanos y que esos medios, así como abren extraordinarias posibilidades para expresar la opinión pública, también la limitan. Tal como ocurre en los otros dominios de las relaciones sociales, la gigantesca técnica de la expresión y de la transmisión del pensamiento humano, los conocimientos y la información creada por las redes sociales es un instrumento anestesiante y deformador de la opinión pública.
Para decirlo sin retaceos, estas técnicas no son más que mecanismos de manipulación, de engaño, de mentira. Y así es como las grandes corporaciones multinacionales y los partidos políticos neoliberales se consolidan en la mente de las personas. Es la manera moderna de diseminar lo falso, el fraude. Antes se hacía de boca a boca o por medio de la prensa amarillista; hoy, esos embustes acaban asumiendo contornos de verdad y pueden alcanzar a millones de personas en pocas horas. Narcotizados por las visualizaciones incesantes de las redes sociales, inoculadas con la mentira sistemática, los seres humanos van desvinculándose de la realidad y asumen la existencia de un mundo imaginario, en el cual cualquier persona que piense o se exprese diferente pasa a ser considerada un enemigo susceptible de ser destruido. Y seguramente por esta razón es que se han vuelto moneda corriente las manifestaciones de odio, de intolerancia, de desprecio que proliferan en las sociedades actuales.
El odio es uno de los sentimientos humanos más regresivos pues captura las energías vitales de tal manera que los impulsa hacia la destrucción del objeto odiado. Por eso es una táctica a la que recurre el pensamiento autoritario, pues al construir el objeto de odio o la demonización del opositor, se le despeja el camino para los propósitos propios del poder, es decir, mantener y expandir a cualquier precio los beneficios que le son vitales, y eliminar la pluralidad ante la aparición de un intento manifiesto de homogenizar la sociedad. O, si se quiere, para utilizar una terminología sociológica, esta táctica no es más que una profundización de la lucha de clases. Se habla de “grieta”, de “fractura social”, cuando lo que en realidad existe son estructuras económicas en extremo injustas y regímenes políticos que las promueven y las amparan. Las clases sociales expresan las diferencias existentes a lo largo de la historia entre los hombres libres y los esclavos, los patricios y la plebe, los señores feudales y los siervos, los propietarios de los medios de producción y los trabajadores, una realidad insoslayable como manifestación de intereses en pugna, de intereses contrapuestos, lo que constituye nada más ni nada menos que una lucha de clases.


En “Wirtschaft und gesellschaft” (Economía y sociedad), el filósofo y sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) puntualizaba que las clases sociales “se definen por la relación económicamente determinable entre sus miembros y el mercado”. Y el filósofo y matemático británico Bertrand Russell (1872-1970), en “Proposed roads to freedom” (Los caminos de la libertad), precisaba que “la historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”. No hace falta recurrir al economista y sociólogo alemán Karl Marx (1818-1883) para comprender esta tesitura. El propio economista escocés Adam Smith (1723-1790), considerado el padre fundador del liberalismo económico, admitía en su trascendental ensayo “The wealth of nations” (La riqueza de las naciones): “Todo el producto anual de la tierra y del trabajo de una nación se distribuye naturalmente entre las diferentes clases del pueblo”. Y, aproximándonos en el tiempo hasta fines del siglo pasado, en “Capitalism and freedom” (Capitalismo y libertad), el connotado economista liberal estadounidense y ganador del Premio Nobel de Economía en 1976 Milton Friedman (1912-2006) atribuía los altos niveles de desigualdad a la separación de las sociedades en “clases sociales con una limitada movilidad vertical”. En ambas estimaciones queda implícita la existencia del mencionado conflicto.
Ahora bien, ante este cúmulo de realidades -la corrupción inescrupulosa de los dirigentes políticos, los privilegios incalculables de las clases dominantes, la preponderancia especulativa de los mercados financieros, la ambición descontrolada de los grandes monopolios, la devastación del planeta por intereses económicos ilimitados, la desproporcionada e infausta desigualdad social, las mentiras propaladas por las invasivas redes sociales y una larga lista más de estropicios-, volviendo al principio la pregunta que emerge es: ¿cómo reaccionan los seres humanos? ¿Lo hacen mediante el instinto o la razón? ¿A través de impulsos o de la conciencia? ¿Qué predomina en los seres humanos?
La cultura es la que conforma la personalidad humana permitiendo al hombre sobrevivir y evolucionar. La educación dentro de una sociedad conlleva la consolidación de desarrollos creativos, los cambios de valores, actitudes y comportamientos, el respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas que conforman esa sociedad. La actividad creadora de la mente se inicia con el despertar de la conciencia, lo que significa que su funcionamiento se acelera en virtud del estímulo creciente que la conciencia, ilustrada en el conocimiento, ejerce sobre ella. Pero el ser humano, ¿es consciente de todos estos beneficios?
Habitualmente cuando se habla de los seres humanos se los define como una especie animal que se caracteriza por su capacidad de raciocinio, su aptitud para leer y escribir, su desarrollo de diferentes niveles de intelecto, su ingenio para evaluar probabilidades, su habilidad para adaptarse a los cambios, su dote para desplegar la imaginación, etc. Mucho menos se habla de que, a pesar de ser la especie que más domina la naturaleza en la extracción de recursos y producción de alimentos, se eliminan entre sí mediante unos artefactos que han creado para destrucción masiva. Y si no lo hacen por ese medio, lo hacen por la exclusión selectiva en su organización social que logra que muchos mueran de hambre, desnutrición o enfermedades. Poco también se habla de su pertinaz degradación de los recursos naturales y de su inescrupulosa contaminación del medioambiente, lo que genera múltiples desequilibrios que ponen en peligro su propia existencia. A pesar de que representan sólo al 0,01% del total de las especies que viven en la Tierra, desde el comienzo de la civilización hasta hoy, ya aniquilaron al 83% de los mamíferos salvajes, al 80% de los mamíferos marinos, al 50% de las plantas y al 15% de los peces. Mientras la población mundial se ha duplicado desde 1970, hoy se calcula que cerca de un millón de especies animales y vegetales están ahora en peligro de extinción.


De acuerdo a las estadísticas del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los humanos producen aproximadamente unos 300 millones de toneladas de residuos plásticos cada año (40 kilos por persona) y actualmente solo el 14% se recolecta para el reciclaje. Un informe reciente de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) indica que cada segundo se arrojan más de 200 kilos de plástico a mares y océanos. El 70% se va al fondo marino y el 15% queda flotando. A esto hay que sumarle la contaminación del aire por las emisiones de gases contaminantes y de los suelos por el almacenamiento de sustancias sólidas radiactivas, metales pesados y plásticos no biodegradables, un problema ambiental que los seres humanos provocan desde los inicios de la Revolución Industrial y, muy en particular, durante el último medio siglo. Se calcula que más de 1.200 millones de hectáreas de tierras (equivalente a la suma de las superficies de China e India) han sufrido una seria degradación en los últimos cuarenta y cinco años debido a la utilización de fertilizantes químicos y pesticidas que, por un lado incrementaron notablemente la producción agrícola, mientras que, por otro lado, amenazan la salud humana y la vida de las demás especies. Actualmente, según el mismo informe, resultan gravemente envenenadas cada año entre 3.5 y 5 millones de personas por una serie de más de 75.000 productos sintéticos que se utilizan a diario.
Entonces es inevitable recaer en la pregunta inicial: ¿actúan los seres humanos con sensatez o con necedad? ¿Lo hacen con raciocinio o con imprudencia? Es cierto que la personalidad de un individuo está determinada en buena parte por la herencia genética, pero también es verdad que, en gran medida, es el resultado de las miles de interacciones con el ambiente y contexto que lo rodea, entendiendo por ello las personas, los lugares, el trabajo, las situaciones, las vivencias, los sucesos, la cultura, las experiencias, etc. Ahora bien, ¿es el ser humano consciente de ello? Así como el sistema solar surgió de una nebulosa, la antropología de la teoría evolucionista o la psicología de la fisiología, la conciencia surge del inconsciente.
En su vida cotidiana, el hombre se maneja usando tanto pensamientos propios, o sea creados y elaborados por su propia mente merced al saber adquirido por el estudio y la experiencia, como ajenos o provenientes de otras mentes, los cuales, impresos en libros o periódicos o trasmitidos por medio de la expresión oral o los medios de comunicación virtuales, son aceptados y usados a menudo como propios. La intervención de la conciencia en el esclarecimiento de las funciones que cada pensamiento desempeña en la mente es esencial, por cuanto permite distinguir con toda exactitud cuáles son los pensamientos producidos por la propia mente, cuáles los adoptados o de procedencia ajena incorporados al acervo individual y cuáles los que tienen vida propia, o sea los que actúan con autonomía o con prescindencia de la mente que los cobija. De más está decir que la conciencia facilita grandemente la identificación de los pensamientos malos, inútiles o estériles, que tienen casi siempre parte activa en cada uno de los tres órdenes citados.
La toma de conciencia es un proceso delicado y complejo por el cual las personas pasan de un conocimiento instrumental de la realidad a una conceptualización más íntima y significativa de las cosas. Y es, por encima de todo, un despertar. Es abrir los ojos desde el interior para hacer consciente lo inconsciente y así poder dar el paso e iniciar toda una necesaria revolución personal. La toma de conciencia es la distancia que media entre la inteligencia y el instinto. Es la que separa al instinto de los impulsos y también el fundamento de la inteligencia y el razonamiento. Por eso es necesario identificar cuáles son las pedagogías políticas de que se valen los proyectos dominantes en Latinoamérica. Proyectos de sociedad que se instalan con un conjunto de estrategias pedagógicas que opera desde los principales medios de comunicación y las redes digitales. Así, se monopoliza la palabra y se avasallan los derechos sociales, imponiendo a la vez la cosificación de las personas, la profesionalización de la política, la mercantilización de los derechos y la atomización del espacio público. Con ello se naturaliza la desigualdad a la vez que se ponen en crisis las ciudadanías, los derechos humanos y las democracias.


Tal vez si muchos de los gobernantes y funcionarios, más sus allegados, partidarios y prosélitos que actualmente pululan en América Latina pusieran en práctica el uso de la razón, uno podría dejar de escuchar declaraciones como en Brasil “el pobre sólo tiene una utilidad: votar. La cédula de elector en la mano es diploma de burro en el bolsillo. Sólo sirve para eso y nada más”, o en Colombia “la ley es como las mujeres, se hizo para violarlas”, o en Chile “es como una invasión extranjera, alienígena. Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”, o en Argentina “todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”, por citar sólo algunos de los miles de disparates que se oyen en la actualidad. Frases todas ellas que nos remiten a la “banalidad del mal” un concepto que la filósofa y teórica política alemana Hannah Arendt (1906-1975) propuso para referirse a los sujetos que respaldan u obedecen a un sistema basado en actos absurdos, falaces, y que, sin embargo, no parecen reflexionar sobre ello, lo que los convierte en actores irreflexivos, en sujetos obedientes de las lógicas de un sistema. Evidentemente el escritor francés Albert Camus (1913-1960) tenía razón cuando decía en su novela “La peste” que “la estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo”.
Un viejo refrán dice que “un día de tormenta nunca es adecuado para arreglar el techo de una casa”. Sin embargo, cuando la intensidad de esa tormenta es tal que la casa se inunda y se corre el riesgo de perder todo, no queda otra alternativa que salir y arreglarlo a como dé lugar. Las sociedades están padeciendo una tempestad  mayúscula. Tal vez ya es hora de que los seres humanos las transformemos cueste lo que cueste. Y para lograrlo es necesario tomar conciencia. Ser esperanzado no implica necesariamente creer en la bondad de la gente, basta con creer que no es imposible que así sea.