1 de diciembre de 2019

Roberto Arlt y la novela contemporánea

Roberto Arlt pertenece a una generación de escritores latinoamericanos que, nacidos hacia las postrimerías del siglo XIX, empiezan a realizar, en la tercera década del siglo XX, una literatura atenta a la realidad social y fí­sica de América del Sur.
Los novelistas de esta generación que sobresalen son: el colombiano José Eustasio Rivera (1889-1928), quien publica en 1925 "La vorágine", en la que describe la vida y el paisaje de los llanos del Orinoco y de la sel­va del Amazonas; el argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927), que en 1926 da a conocer "Don Segundo Sombra", donde relata las vicisitudes existenciales de un gaucho de la pampa ar­gentina; el venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969), que en "Doña Bár­bara" de 1929 narra la vida en las sabanas venezolanas; el ecuatoriano Jor­ge Icaza (1906-1978), quien denuncia en "Huasipungo" de 1934 las formas de explotación de los indios en la meseta ecua­toriana, y el argentino Roberto Arlt, (1900-1942), que es entre to­dos ellos el que ha de novelar el drama urbano de Amé­rica Latina.
No es casual que el escritor de los conflictos ciudada­nos sea un habitante de Buenos Aires, ciudad que -por entonces- no sólo era la más extensa y populosa de Sudamérica sino que por sus características culturales y económicas consti­tuía un orbe aislado y autónomo. Ubicada en la desem­bocadura de dos grandes ríos, cuyas cuencas abarcan una tercera parte del continente, Buenos Aires era una ciudad que tenía su propia música, que era el tango, un dialecto particular, que era el lunfardo, y hasta un medio público de transporte original, que era el colectivo. Y este cosmos se dividía además en territorios menores, cada uno con su personalidad y carácter, que eran sus cien barrios.
Al borde de la tierra, fija sus ojos en Europa, y levan­tada junto al río, con diques, vías de ferrocarril y factorías, se aislaba del agua. En resumen, una isla, un universo estanco sin paisajes ni playas. La vida nocturna y el fútbol acaparaban sus emociones. En esta ciudad nació y vivió Roberto Arlt, quien, además, congregaba en su personalidad los principales conflictos sociales y culturales de un hombre de su tiem­po: era hijo de inmigrantes y procedía de la pequeña burguesía, la cual, debido al acelerado movimiento de clases que experimentó la sociedad argentina a principios del siglo XX, debió soportar agudos problemas sociales, cultu­rales y económicos, que son los que en última instancia reflejan las novelas de Arlt.
Su padre se llamaba Karl Arlt y había nacido en Poznan, una ciudad disputada por austríacos y polacos. Su madre, Catharine Lobstraibitzer, era oriunda de Tries­te, encrucijada también de idiomas y nacionalidades. El padre, por lo tanto, hablaba alemán, y la madre, ita­liano. El matrimonio tuvo primero una hija, cuyo nom­bre fue Luisa. Luego nació Roberto, el 2 de abril de 1900, a quien le adjudicaron, además, los nombres de Godofredo Christophersen. Abandonó la escuela primaria antes de aprobar el tercer curso, aunque a los ocho años ya escribió sus primeros relatos. Pronto fue un fiel frecuentador de la biblioteca del barrio donde leía libros de tendencia anarquista y luego a los escritores rusos Máximo Gorki (1868-1936), León Tolstoi (1828-1910) y FiodorDostoyevski (1821-1881).


Lecturas caóticas y ávidas, pro­venientes en su mayor parte de las ediciones baratas y bastardas de la época, junto a momentáneos trabajos en los menesteres más diversos, fueron sentando las bases de su destino de escritor. A esto se sumó una desastrosa relación con los padres y una primera frustración al no poder ingresar en la Escuela de Mecánica de la Armada. A partir de este momento su vocación se vuelca definitivamente hacia la literatura.
A los diez y seis años, cuando publica su primera colaboración en "La Revista Popular", que dirige Juan José de Soiza Reilly (1879-1959), se siente ya consagrado y señalado. A los veinte da a la imprenta su primera tentativa novelística, "El diario de un morfinómano", que no reconoció luego en su bibliografía. Al año siguiente hace un viaje a Cór­doba por motivos de trabajo y conoce allí a Carmen Antinucci, con quien se casa en 1922. Su hija Mírta Electra nace en Cosquín, centro importante de residentes tuberculosos, donde deben establecerse por algún tiempo. Arlt no tuvo conocimiento hasta después de casados de la enfermedad de su mujer, y este embuste familiar fue otro de los graves factores que contribuyeron a acentuar la acritud de su carácter. En esos años escribe "El juguete rabioso", su primera obra de importancia, edi­tada en 1926, en donde transcribe casi todos los episodios significativos de su existencia hasta ese momento.
En Buenos Aires, a la sazón, se lleva a cabo una re­novación literaria que es motivada por la declinación del modernismo. Este nuevo florecimiento de la actividad poética y novelística se manifiesta a través de dos ver­tientes: el grupo denominado de Florida, como alusión a la calle céntrica en torno a la cual actuaba, y cuyas coordenadas creadoras eran la estética y la expresión individual; y el de Boedo, por el barrio suburbano en que residía la mayor parte de sus animadores, y que se caracterizaba por su predilección por los temas sociales y realistas, y las formas populares de expresión. Cada uno de estos grupos desatendía, desde luego, lo que el otro más cuidaba.


Roberto Arlt fue reconocido y favorecido, curiosamen­te, por los participantes de ambas tendencias, y gozó de la amistad de los más destacados entre ellos. En el grupo de Boedo, de Elias Castelnuovo (1893-1982), Roberto Mariani (1893-1946) y Leó­nidas Barletta (1902-1975). En el de Florida, de Ricardo Güiraldes (1886-1927), Carlos Mastronardi (1901-1976), Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) y Cayetano Córdoba Iturburu (1902-1976). Es en la revista "Proa", en cuya dirección se encuen­tra precisamente Güiraldes junto a Pablo Rojas Paz (1896-1956), Brandán Caraffa (1898-1978) y Jorge Luis Borges (1899-1986), donde se publican los primeros capítulos de "El juguete rabioso". Empieza por ese entonces a trabajar como cronista poli­cial en el diario "Crítica", el vespertino más popular de Buenos Aires, y esa práctica periodística le ha de depa­rar tanto el arsenal fabuloso de caracteres y peripecias de la fauna urbana que volcará en sus novelas, como el voca­bulario heterogéneo y pintoresco de su lenguaje narrativo.
Pero es en la Editorial Haynes, que publica el matutino "El Mundo", donde Roberto Arlt adquirirá popularidad co­mo periodista, con una notoriedad que en vida nunca le darían sus libros. Fue llevado a esta editorial por Nalé Roxlo, que dirigía en dicha casa la revista "Don Goyo". Pasó casi en seguida a integrar el equipo de redacción del diario "El Mundo", en donde se le encargó una serie de notas firmadas -sus famosas "Aguafuertes"-, que pronto le darían reputación de columnista original y espontáneo. No eran pocos los que se suscribían al diario sólo para leer sus notas.
Esos fueron los años de plenitud y realización para Roberto Arlt. Tenía veintiocho años, no pasaba apremios eco­nómicos, el trabajo que hacía le entusiasmaba y se sentía lleno de fuerzas, de inspiración, de confianza. Se pone entonces a trabajar, ahora sí, en una novela en serio, co­mo las de los maestros que admiraba, con plan, trama, acción y mensaje. La escribió de un solo impulso, sin releer ni corregir los originales, que prácticamente va en­tregando a la imprenta a medida que los mecanografía, pero avanza en su redacción con seguridad y exactitud, como si ya tuviera pensadas cada una de las situaciones o frases con que las describiría, como si "Dios o el Diablo" estuvieran "junto a uno dictándole inefables palabras", se­gún diría después en el prólogo de "Los lanzallamas".
La primera parte de la novela aparece en 1929 con el título de "Los siete locos". El libro consigue atraer la atención de otros escritores como así también de muchos lectores atentos, y obtiene además un tercer premio mu­nicipal. Su autor no se detiene allí. Continúa con el de­sarrollo de las situaciones sin perder intensidad ni am­plitud y al año siguiente concluye la segunda parte, a la que titula "Los lanzallamas", y que aparece en 1931. Se encuentra en ese momento en el pináculo de su ca­rrera y en el apogeo de su vida. Se separa, además, en esa época, de su mujer, y otra vez ve abiertas ante él todas las posibilidades para rehacer su vida.


Pero 1930, desafortunadamente, fue un año crucial para los argentinos, y para casi todo el resto del mundo, y por lo tanto, también, y sobre todo, para Roberto Arlt. Una crisis internacional, un golpe de estado en la Argentina y el descubrimiento del teatro como autor son tres he­chos que marcarán en esa fecha su vida definitivamente. El colapso financiero que convulsionó la economía mundial hacia 1930 ha sido ya suficientemente estudiado. Sus efectos se hicieron sentir también en la Argentina, a los que se sumaron factores agravantes propios de los me­dios de producción del país. Uno de ellos, tal vez el más importante, se hallaba relacionado con el precio de la carne, el principal producto de exportación de la Argen­tina. Desde principios de siglo el auge económico ar­gentino había dependido de la carne vacuna. La inven­ción -por parte de Charles Tellier (1828-1913)- de las cámaras frigoríficas enriqueció a los ganaderos argentinos que pu­dieron llevar su producción al mercado internacional y, a través de los ganaderos, todo el país experimentó una prosperidad que llegó casi al esplendor. De esa época data el legendario personaje argentino con fama de millo­nario que vive en París derrochando fortunas, como el conocido protagonista de "Los cuatro jinetes del Apo­calipsis", del español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). De esa época también es la divulgación del tango en el mundo, pero sobre todo en la capital francesa, detrás de la prodigalidad de las familias ganaderas. Esa expansión económica y el bien­estar general resultante, persistieron hasta fines de la Primera Guerra Mundial.
"A partir de 1918 -dice Alberto Vanasco (1924-1993) en "Roberto Arlt y su época" (1974)- las naciones lesionadas por los efectos del conflicto bélico deben de­dicarse a restaurar sus finanzas, y las demandas mun­diales de carne se reducen sustancialmente. Para la Ar­gentina se inicia una lenta crisis, con las consecuencias sociales y políticas que le son inherentes, y esa paula­tina desintegración será la que Arlt reflejará en sus nove­las. En 1930 el ciclo se cierra con el colapso económico internacional y la Argentina entra en un oscuro túnel que durará diez años, los que han sido denominados la década infame".
Desde entonces las cosas para Arlt ya no fueron ni tan fáciles ni tan satisfactorias. Era como si, al ver ahora crudamente al descubierto las ruindades que había de­nunciado, no se sintiera capaz de consignarlas en el pa­pel. Termina y publica en ese mismo año de 1931 otra novela, "El amor brujo", que marca ya una sensible declinación. La fuerza, la imaginería, el idioma explo­sivo de los libros anteriores han desaparecido; es una historia rosa contada desmañadamente, sin convicción ni grandeza, y con presunción de tremendismo. Publica ade­más dos libros de cuentos, "El jorobadito" en 1933 y "El cazador de gorilas" en 1941, en algunos de cuyos relatos restallan algunas veces las mejores cualidades es­tilísticas de su autor. Pero en uno de ellos, intitulado precisamente "Escritor fracasado", Arlt parece hacer ge­nialmente la radiografía de su incapacidad de volver a ser el creador vigoroso que había sido.


Por último, el teatro se convirtió en la actividad con que disimuló su decadencia como narrador, o en el medio de expresión que realmente lo cautivó y terminó por alejarlo de su vocación de novelista. Su dedicación al teatro se originó en forma casual. En 1930, Barletta había estrenado en el Teatro del Pueblo, fundado por él, una pieza breve basada en la escenificación de uno de los episodios capitales de "Los siete locos", bajo el título de "El humillado". La aco­gida favorable que el público brindó a este espectáculo, el interés y el entusiasmo que los actores demostraron por sus personajes, y el calor humano, además, que halló en­tre ellos, lo estimularon para que se pusiera a escribir directamente para la escena, y en este nuevo género obtuvo éxitos si no clamorosos al menos persistentes. No obstante, el teatro vocacional no representaba en aque­llos tiempos ninguna solución económica, ni mucho me­nos, para ninguno de sus integrantes, y el único intento que realizó Arlt de incorporarse al teatro comercial, en 1936, con su obra en tres actos "El fabricante de fantasmas", concluyó en un fracaso rotundo. En total fueron siete las piezas que escribió para el teatro.
Por todo ello, para sostenerse económicamente, Arlt se complicó en una serie de maquinaciones financieras, en­tre cándidas y fantásticas, fundadas en inventos y nego­cios quiméricos que no dieron ningún fruto, como era de suponerse, y que sólo contribuyeron a agravar su zozo­bra pecuniaria. Fueron como siempre sus colaboraciones periodísticas, artículos y cuentos, los que le permitieron sostenerse económicamente durante todos esos años. En 1939 conoce en la Editorial Haynes a la secretaria del director de la revista "El Hogar". Ella se llama Elizabeth Mary Shine y se casan poco después. El 26 de julio de 1942, Roberto Arlt muere de un ataque cardíaco. Tres meses después nace su hijo Roberto.
"Arlt vivió un momento singular y significativo de la sociedad a que pertenecía -remata Vanasco en la obra citada-, y lo supo captar en sus obras. Formó parte, además, de una generación de intelectuales que por primera vez en la Argentina pretendió vivir de su actividad de artistas, de escritores, de creadores, y si de algún modo lo consiguieron fue a costa del sacrificio de sus sueños y ambiciones personales. Fue por lo tanto un testigo de su época y su obra constituye un alegato en que defendió el derecho humano a la dignidad, a la independencia, sobre todo a la pureza, y en que fustigó todas las formas de la mezquindad, de la bajeza, de la perversión en que puede sumirse el hombre. Por haber vivido en el vórtice de una conmoción general que sacu­dió con violencia inusitada las estructuras sociales de su país, y por haber sabido reflejar, esa realidad en sus es­critos, Roberto Arlt pudo llevar a cabo una de las obras más originales, profundas y vigorosas de la literatura ar­gentina".
El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1984) ha dicho de él: "Es el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata". Su prosa ingeniosa, desprolija y marginal -y con faltas de ortografía, según dicen algunos- le valió las críticas de muchos contemporáneos. "Escribe defectuosamente y parece que no se empeña en hacerlo mejor", dijo uno de sus detractores. Arlt replicó: "Yo no escribo ortografía, escribo ideas, y podría citar numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen miembros de su familia. Lo único que sé es que voy a trabajar, vaya adonde vaya. La única válvula de escape que tengo en la vida es eso: escribir. El agrado que recibo es saber que me leen", escribió en el aguafuerte del 10 de marzo de 1930.