18 de julio de 2020

Charles Darwin: evolución y felicidad

A pesar de haber revolucionado al mundo como pocos hombres lo consiguieron, Charles Darwin (1809-1882) jamás creyó que lo suyo fuese para tanto: ni valoró en exceso los méritos de su monumental libro "The origin of species" (El origen de las especies) que lo pondría a la altura de científicos como Nicolás Copérnico (1473-1543), Galileo Galilei (1564-1642)​​ e Isaac Newton (1643-1727), ni creyó haber dado una estocada mortal a Dios. En cambio, se mostró sorprendido por el éxito cosechado y se limitó a perseguir ese estado tan valioso que, según él mismo afirmaba, tanto beneficia a la evolución: la felicidad.
En su libro "Autobiography" (Autobiografía, 1876), explicó: "Este libro (‘El origen de las especies’) desde el principio disfrutó de un tremendo éxito. La primera y corta edición integrada por 2.250 ejemplares se vendió en su totalidad el mismo día de la publicación, y una segunda edición de 3.000 ejemplares poco después. Hasta la fecha se han vendido en Inglaterra 16.000 ejemplares. Puede considerarse una gran venta. Ha sido traducido a prácticamente todos los idiomas europeos, incluso a lenguas como el español, el bohemio, el polaco y el ruso. También ha sido traducido al japonés y es objeto allí de numerosos estudios. ¡Incluso ha aparecido un ensayo en hebreo sobre el libro, en el que se demuestra que la teoría estaba ya presente en el Antiguo Testamento! Las reseñas fueron asimismo muy numerosas. Durante un tiempo coleccioné todo lo que aparecía sobre él y sobre mis libros relacionados: la cantidad asciende (excluyendo reseñas en periódicos) a 275, pero al cabo de un tiempo dejé correr el intento, desesperado. Han aparecido posteriormente muchos ensayos y libros; y en Alemania aparece cada uno o dos años un catálogo o bibliografía sobre el tema. No me cabe duda de que, en conjunto, mi obra se ha visto alabada con exceso".
Más adelante, Darwin dice con humildad: "Mis costumbres son metódicas, lo que ha resultado muy útil para mi línea de trabajo en concreto. Además, he tenido la gran suerte de no tener que ganarme el pan. Incluso la enfermedad, pese a haber aniquilado varios años de mi vida, me ha evitado las distracciones de la vida social y la diversión. Por lo tanto, mi éxito como hombre de ciencia, haya sido el que haya sido, ha venido determinado, según puedo entender, por unas cualidades y condiciones mentales complejas y variadas. De entre ellas, las más importantes han sido el amor por la ciencia, la ilimitada paciencia para reflexionar largamente sobre cualquier tema, la laboriosidad en la observación y la recolección de datos, y una buena cantidad de inventiva así como de sentido común. Con las moderadas habilidades que poseo, resulta realmente sorprendente que haya influido de un modo tan considerable en las creencias de los científicos sobre algunos importantes puntos".
Nacido en Sherewsbury, una ciudad del condado de Shropshire, en el oeste de Inglaterra, en 1825 ingresó por decisión de su padre, un acaudalado hombre de negocios, en la University of Edinburgh para estudiar medicina. Sin embargo, al cabo de apenas dos cursos, no consiguió interesarse por la carrera por lo que, también a instancias de su padre, ingresó en el Christ's College de Cambridge para seguir una carrera eclesiástica y ordenarse como pastor anglicano.
Más que de los estudios académicos que se vio obligado a cursar, de su paso por aquella universidad Darwin extrajo provecho de su asistencia voluntaria a las clases del clérigo, botánico y entomólogo John Stevens Henslow (1796-1861), cuya amistad le reportó "un beneficio inestimable". Fue él quien lo convenció de que profundizase en el estudio de las diversas disciplinas científicas que comprende la historia natural y el que tuvo una intervención directa en un acontecimiento que determinaría su futuro: la expedición a bordo del bergantín HMS Beagle que entre 1831 y 1836 recorrió el mundo capitaneado por el vicealmirante Robert Fitz Roy (1805-1865).
De allí en adelante, Darwin pasaría treinta años de su vida recopilando datos, viajando y experimentando. Tres décadas donde observó y estudió a comunidades de personas de todo el mundo y también a animales, tanto domésticos como salvajes. Cuando en 1859 formuló sobre bases científicas la moderna teoría de la evolución biológica en "El origen de las especies", despertó airadas reacciones de los estamentos eclesiásticos dado que el modelo evolutivo por él expuesto cuestionaba el origen divino de la vida y del hombre. Las implicaciones teológicas de la obra, que atribuía a la selección natural facultades hasta entonces reservadas a la divinidad, fueron causa de que inmediatamente empezara a formarse una enconada oposición de la Iglesia Católica, que señalaba que las especies eran parte inmutable de una jerarquía diseñada por Dios y que los seres humanos eran únicos, sin relación con otros animales.
El ensayo también causó una auténtica conmoción en la conservadora sociedad británica del siglo XIX, que lo consideraba como una herejía, por lo que recibió los más feroces e insultantes ataques a su persona. Darwin se mantuvo apartado de una intervención directa en la controversia pública y siguió investigando durante el resto de su vida. Sus últimos diez años, en los que se agravaron sus  problemas cardíacos que padecía desde joven, los dedicó a diversas investigaciones en el campo de la botánica.
Poco antes de fallecer, recibió una misiva del abogado Frederick McDermott (1856-1924) en la que le interrogaba sobre su postura ante las creencias fundamentales del cristianismo. "Para poder disfrutar de sus libros, necesito saber que al final no perderé mi fe en el Nuevo Testamento. El motivo de mi carta es, por lo tanto, pedirle que me responda Sí o No a la pregunta de si cree en el Nuevo Testamento". Darwin, en una carta de su puño y letra, le respondió: "Siento tener que informarle de que no creo en la Biblia como revelación divina y por lo tanto tampoco en Jesucristo como hijo de Dios".
A la hora de hablar sobre Darwin, grandes personalidades de la historia dejaron constancia de la admiración y el respeto que el científico británico había despertado en ellos. Así por ejemplo, el filósofo y economista alemán Karl Marx (1818-1883) comentó en 1861: "El libro de Darwin es muy importante y me sirve de base en ciencias naturales para la lucha de clases en la historia. Desde luego que uno tiene que aguantar el crudo método inglés de desarrollo. A pesar de todas las deficiencias, no sólo se da aquí por primera vez el golpe de gracia a la teología en las ciencias naturales sino que también se explica empíricamente su significado racional".
Para el autor de "Das kapital" (El capital), Darwin había trasladado a la biología los argumentos del economista escocés Adam Smith (1723-1790) sobre la lucha individual y egoísta, encontrando en ello similitudes entre la selección natural y la situación social en Inglaterra, por lo que escribió en una carta a su amigo y colaborador Friedrich Engels (1820-1895): "Darwin reconoce entre las bestias y las plantas a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, su apertura de nuevos mercados, sus ‘invenciones’ y la ‘lucha por la supervivencia’ malthusiana. Es el ‘bellum omnium contra omnes’ (la guerra de todos contra todos) de Hobbes".
Por su parte, científicos evolucionistas del siglo XX también dijeron lo suyo. El mundialmente reconocido biólogo alemán Ernst Mayr (1904-2005) explicó en "Populations, species and evolution" (Poblaciones, especies y evolución), ensayo publicado en 1970: "Darwin movió las bases del pensamiento occidental y desafió ciertas ideas mundialmente aceptadas. Sin embargo, la importancia de sus logros fue gradualmente reconocida. Hasta hace cincuenta años, el nombre de Darwin no se destacaba mucho; nadie lo leía. A pesar de la ignorancia de la mayoría, ahora es un boom. Cada vez más personas desean saber qué es lo que Darwin realmente dijo".
Y en "What makes biology unique" (Por qué es única la biología), aparecido en 2004, escribió: "Al reemplazar la ciencia divina por la laica, Darwin revolucionó profundamente las ideas del siglo XIX. Pero su impacto no se limitó a la evolución y a las consecuencias del pensamiento evolucionista, incluidas la evolución ramificada (ascendencia común) y la posición de los seres humanos en el universo (descendencia de los primates); también entrañó una serie completa de ideologías nuevas. Eran, en parte, refutaciones de conceptos venerables tales como el de teleología, y en parte, la introducción de conceptos enteramente nuevos, como el de biopoblación. En conjunto, produjeron una real conmoción revolucionaria en el pensamiento de los seres humanos actuales".
Stephen Jay Gould (1941-2002), célebre biólogo y paleontólogo estadounidense dijo en su ensayo de 1977 "Ever since Darwin" (Desde Darwin): "Una famosa historia victoriana informa de la reacción de una dama aristocrática a la principal herejía de su época: 'Confiemos en que lo que dice el señor Darwin no sea cierto; pero, si es verdad, confiemos en que no se sepa de manera general'. Los profesores continúan relatando esta historia como una humillación hilarante de los delirios de clase. Sin embargo, deberíamos rehabilitar a aquella dama como una aguda analista social y, al menos, como una profetisa menor. Porque lo que el señor Darwin dijo es, efectivamente, cierto".
Además, en uno de los artículos que componen "The panda's thumb" (El pulgar del panda) de 1980 afirmó: "Cuando conocemos su lucha personal por entender, la amplitud de esfuerzos constantes por aumentar su comprensión de sus estudios e inquietudes intelectuales, y la tenacidad de su investigación en busca de un mecanismo que explicara la evolución de los seres vivos, comprendemos por qué Pasteur afirmó que en materia científica, la diosa fortuna sólo visita a las mentes que están preparadas para recibirla".
En el mismo sentido se expresó en 1982 el etólogo británico Richard Dawkins (1941) en "The extended phonotype" (El fenotipo extendido): "Los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin nunca saber por qué, durante más de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de ellos. Un hombre llamado Charles Darwin. Para ser justos debemos señalar que otros percibieron indicios de la verdad, pero fue Darwin quien formuló una relación coherente y valedera de por qué existimos".
Recientemente, en el marco del Congreso Futuro llevado a cabo en Chile en enero de 2019, Dawkins comenzó su charla diciendo: "He sido ateo desde la adolescencia y, para algunas personas, el ateísmo está inspirado por consideraciones políticas, Dios como un divino dictador de los cielos", para luego afirmar que la ciencia es la clave para entender el mundo y el origen: "El ejemplo darwiniano debiera darnos a todos coraje y valor para enfrentarnos a la realidad y decir que vamos a explicarlo, y si la ciencia no lo puede explicar, nada lo puede explicar", comentó.
Asimismo, el filósofo estadounidense Daniel Dennett (1942), que en algunos aspectos está enfrentado a Gould, reconoció no obstante en su ensayo de 1996 "Darwin's dangerous idea" (La peligrosa idea de Darwin): "Casi nadie es indiferente a Darwin, y nadie debería serlo. La teoría de Darwin es una teoría científica, pero no sólo eso. Los creacionistas que se oponen tan amargamente tienen razón en una cosa: la peligrosa idea de Darwin penetra más profundamente en el entramado de nuestras creencias fundamentales de lo que muchos de sus refinados apologistas han admitido hasta ahora. Darwin está hoy más allá de cualquier disputa científica. Es concebible que nuevos descubrimientos puedan conducir a cambios llamativos e incluso ‘revolucionarios’ en la teoría de Darwin, pero la esperanza de que sea refutada por algunos progresos fulgurantes sería casi tan poco razonable como la esperanza de retornar a la visión geocéntrica y rechazar a Copérnico".
Naturalmente, el darwinismo generó un grave problema a los fervorosos y testarudos afiliados a la derecha religiosa, quienes -sin que se les mueva un músculo de la cara- afirman que los seres vivos son demasiado complejos como para haberse creado por los mecanismos evolutivos propuestos por Darwin, por lo que sugieren la inevitabilidad de la existencia de un diseñador inteligente. Los creacionistas -así se autodenominan los miembros de esta secta- también afirman que el planeta Tierra tiene sólo seis mil años y fue creado por Dios en seis días; que Noé trasladó en su arca a los dinosaurios, los que no se extinguieron hasta hace poco y es posible que haya algunos vivos; y que las razas del mundo son el resultado de la Torre de Babel. Lo más grave de todo esto es que, semejantes disparates son avalados por el 42% de la población estadounidense.
A propósito de esto -y como una acotación al margen-, es recomendable la lectura de "A history of the world in 10½ chapters" (Una historia del mundo en 10 capítulos y medio, 1997) del novelista británico Julian Barnes (1946), quien en la primera parte de su libro traza con fina ironía una visión de la historia del arca de Noé desde el punto de vista de una carcoma, un insecto de la familia de los coleópteros que vive en las grietas superficiales de la madera, dañándola del mismo modo que otros insectos de aspecto humano -muy ornamentados ellos- dañan a la inteligencia.
Como asegura el matemático argentino Leonardo Moledo (1947) en su breve ensayo "Papá mono" (2006): "Desde ya, la religión es el principal problema que afronta el darwinismo y que le vale el odio oscurantista. Y es que ni la Iglesia Católica, ni los reaccionarios creacionistas norteamericanos se equivocan: el darwinismo le da a la religión una estocada mortal". No en vano se pretendió en Estados Unidos eliminar de los libros de texto escolares las teorías evolucionistas para sustituirlas por la pseudo ciencia creacionista.
El propio Darwin se mostraba cuidadoso por el odio oscurantista proveniente de la religión que su obra pudiese despertar. En otro pasaje de su "Autobiografía" afirmó: "Debo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y maravilloso universo surgiera por casualidad, me parece el principal argumento en defensa de la existencia de Dios. Pero nunca he sido capaz de determinar si este argumento tiene validez real. En mis fluctuaciones más extremas, nunca he sido un ateo en el sentido de negar la existencia de un dios. Creo que, en general, pero no siempre, agnóstico sería la descripción más correcta de mi estado mental. La ciencia no tiene nada que ver con Jesucristo, excepto en la medida en que la costumbre de la investigación científica hace al hombre cauteloso en lo que a admitir la evidencia se refiere".
Está claro que Darwin siguió puntillosamente los consejos de su amigo, el abogado y geólogo Charles Lyell (1797-1875), quien le había advertido encarecidamente que se cuidara de involucrarse en controversias ya que éstas rara vez servían de nada y provocaban una triste pérdida de tiempo y humor, sobre todo teniendo en cuenta los nefastos antecedentes de la Iglesia Católica en cuanto a su tradicional postura ante la ciencia.
Además de "El origen de las especies", el célebre naturalista inglés también escribió trabajos sobre las emociones. Así, la aportación que hizo con "The expression of the emotions in man and animals" (La expresión de las emociones en el hombre y los animales), publicado en 1872, enunció la idea de que todas las personas (e incluso los animales) muestran sus emociones a través de comportamientos similares. Es más, Darwin explicó en aquella época que sensaciones como la sorpresa, el miedo, la tristeza o la felicidad, se expresaban de igual manera en todo el mundo. Estas afirmaciones no fueron una opinión puntual del clásico científico que interpreta la realidad desde su despacho.
Para él, su teoría cimentaba la felicidad como un valor biológico superior al sufrimiento: "Si todos los individuos de cualquier especie sufrieran habitualmente en grado extremo, acabarían desatendiendo la propagación de su especie. El dolor o el sufrimiento de cualquier tipo, de prolongarse durante mucho tiempo, acaban provocando depresión y disminuyendo la capacidad de reacción. Por otro lado, las sensaciones placenteras pueden prolongarse durante mucho tiempo, sin provocar ningún efecto deprimente; lo que ocurre, en consecuencia, es que la mayoría o la totalidad de los seres vivos se han desarrollado de tal modo que, a través de la selección natural, esas sensaciones placenteras acaban convirtiéndose en sus guías habituales".
Ciertamente, para Darwin no tenía sentido que la evolución generase seres infelices. Era el ánima, palabra proveniente del griego "anemos", la que, aplicando el pensamiento de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.), proveía a los integrantes del ​​​reino animal -incluidos los seres humanos- "las ganas de vivir", la alegría. Darwin era un científico feliz y siempre creyó que su teoría contribuiría a cimentar la felicidad como un valor biológico superior al sufrimiento. Para él, la proclividad a la felicidad era la mejor manera de favorecer la evolución del hombre. A pesar de los fundamentalismos religiosos...