La palabra "apólogo" proviene del latín "apolŏgus"
cuyo significado es "cuento". Según el diccionario de la Real Academia Española
se trata de una "composición literaria de carácter narrativo, relativamente
breve, de la que se extrae una enseñanza práctica o moral". Una de esas composiciones que,
con un mínimo de narración y un predominio del diálogo, es la que expone la eterna lucha
entre la vida y la muerte, aquella que el escritor francés Jean Cocteau
(1889-1963) intercaló sin título a modo de pasaje en su novela "Le grand
écart" (La gran separación) en 1923. La versión más difundida y conocida
en español llegó a la Argentina de la mano de Jorge Luis Borges (1899-1986),
Silvina Ocampo (1903-1993) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999), quienes lo titularon "El
gesto de la muerte" y lo incluyeron, primero en la célebre "Antología
de la literatura fantástica" en 1940, y luego en "Cuentos breves y
extraordinarios" en 1953.
La versión de Cocteau dice así: "Un joven
jardinero persa dice a su príncipe:
- ¡Sálvame!
Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por
milagro, quisiera estar en Ispahán.
El
bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra
a la Muerte y le pregunta:
- Esta
mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
- No fue un
gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de
Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán".
El origen de
este apólogo se remonta, según algunos historiadores, al "Talmud Bávli" (Talmud
de Babilonia) del siglo VI y, para otros, a la tradición sufí de Oriente Medio
recogida en la obra "Hikayat-i-Naqshia" (Historias con moraleja) a
principios del siglo IX. Pero, lo cierto es que la vieja historia de la lucha
entre la vida y la muerte sirvió de germen, a lo largo de los años, a múltiples
recreaciones literarias -ya sean cuentos, novelas, obras de teatro, ensayos o
poemas- con algunas variantes en la trama y distintos títulos y finales.
En el siglo
XIII, por ejemplo, el poeta y filósofo persa Yalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273)
incluyó en su "Masnavi-ye Manavi" (Coplas espirituales) -un vastísimo tratado
sobre el sufismo- el apólogo llamado "Sulaiman wa Azriel" (Salomón y Azrael): "Un hombre
vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el
rostro pálido y los labios descoloridos. Salomón le preguntó:
- ¿Por
qué estás en ese estado?
Y el
hombre le respondió:
- Azrael, el ángel de la muerte,
me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por
favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi
alma!
Salomón
mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente,
el profeta preguntó a Azrael:
- ¿Por qué
has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has
causado tanto miedo que ha abandonado su patria.
Azrael
respondió:
- Ha
interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en
efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije:
¿cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?".
Muchos
años más tarde, en 1926, el filósofo, poeta y ensayista holandés Pieter
Nicolaas van Eyck (1887-1954) publicó "De tuinman en de dood" (El jardinero y
la muerte), un poema con el que obtuvo una inmensa fama. En él reprodujo casi
sin variaciones la vieja historia sin mencionar su origen, por lo que sería
muchos años después acusado de plagio. El poema dice así: "Habla un
noble persa:/ Esta mañana, el jardinero entró en mi casa, pálido de miedo/
diciéndome: "¡Señor, señor, escuche!/ Allí, en la rosaleda, estaba podando
retoño tras retoño/ y entonces miré tras de mí. Allí estaba la Muerte./ Me
asusté y corrí hacia el otro lado,/ pero aún así vi de nuevo la amenaza de su
mano./ Maestro, solicito su caballo y su permiso para partir a toda velocidad./¡Antes
de que caiga la noche llegaré a Ispahán!"./ Esta tarde (mucho después de
su apresurada partida)/ me topé con la Muerte en el parque de los cedros./ "¿Por
qué -le pregunto, al notar que espera y calla-/ has amenazado esta mañana
temprano a mi sirviente?". /Sonriente, me responde: "No fue de mi
amenaza/ de lo que huía tu jardinero. Fue de mi sorpresa/ al ver esta mañana
que trabajaba aquí, en silencio,/ aquél a quien yo debía encontrar por la noche
en Ispahán".
Luego, en 1933,
el novelista, dramaturgo y ensayista inglés William Somerset Maugham
(1874-1965) estrenó en el Wyndham's Theatre de Londres la que sería su última
obra teatral: "Sheppey". En el tercer y último acto de la pieza, el
protagonista, un laborioso peluquero llamado precisamente Sheppey, mantiene un
diálogo con la Muerte. A diferencia de Van Eyck, el escritor británico aclaró
desde un principio que él no había inventado la leyenda incluida en la obra. Su
versión pone en boca de la Muerte lo siguiente: "Había en
Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones. Al
poco tiempo el criado regresó pálido y tembloroso y dijo: 'Señor, hace un
momento, mientras estaba en la plaza del mercado, he sido empujado por una
mujer que se hallaba entre la multitud y, cuando me volví, vi que era la
Muerte. Me miró e hizo un gesto de amenaza. Préstame tu caballo para alejarme
de la ciudad y escapar a mi destino. Iré a Samarra y allí la Muerte no me
encontrará'. El
mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él, picó espuelas y huyó
a galope tendido. Después el mercader bajó a la plaza del mercado y,
descubriéndome entre la multitud, se acercó y me dijo: '¿Por qué esta mañana le
has hecho un gesto de amenaza a mi criado?'. 'No fue un gesto de amenaza
-respondí-, sino de sorpresa. Me ha extrañado verlo aquí, en Bagdad, porque
esta noche tengo una cita con él en Samarra'".
Algo más de medio siglo después, en 1988, la
escritora estadounidense Katherine Neville
(1945) colocó el texto "Legend
of the appointment in Samarra" (Leyenda de la cita en Samarra) como cita
introductoria al capítulo 2 de su novela "The eight" (El ocho): "Un criado
oyó en la plaza del mercado que la Muerte lo estaba buscando. Volvió a casa
corriendo y le dijo a su amo que debía huir a la vecina población de Samarra
para que la Muerte no lo encontrara. Esa noche,
después de la cena, llamaron a la puerta. El amo abrió y vio a la Muerte, con
su larga túnica y su capucha negras. La Muerte preguntó por el criado.
- Está
enfermo y en cama -se apresuró a mentir el amo-. Está tan enfermo que nadie
debe molestarlo.
- ¡Qué
raro! -comentó la Muerte-. Seguramente se ha equivocado de sitio, pues hoy, a
medianoche, tenía una cita con él en Samarra".
Ese mismo
año, en España, el escritor vasco Bernardo Atxaga (1951) incluyó en su libro de
cuentos "Obabakoak" su versión del antiguo apólogo bajo el título de
"Dayoub, el criado del rico mercader": "Érase una
vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día,
muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa
mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y
porque la Muerte le hizo un gesto. Aterrado,
el criado volvió a la casa del mercader,
- Amo -le
dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy
lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
- Pero,
¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
- Porque he
visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El
mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la
esperanza de estar esa noche en Ispahán. El caballo
era fuerte y rápido, y, como esperaba, el criado llegó a Ispahán con las
primeras estrellas. Comenzó a llamar de casa en casa, pidiendo amparo.
- Estoy
escapando de la Muerte y os pido asilo -decía a los que le escuchaban.
Pero
aquella gente se atemorizaba al oír mencionar a la Muerte y le cerraban las
puertas. El criado
recorrió durante tres, cuatro, cinco horas las calles de Ispahán, llamando a
las puertas y fatigándose en vano. Poco antes del amanecer llegó a la casa de
un hombre que se llamaba Kalbum Dahabin.
- La Muerte
me ha hecho un gesto de amenaza esta mañana, en el mercado de Bagdad, y vengo
huyendo de allí. Te lo ruego, dame refugio.
- Si la
Muerte te ha amenazado en Bagdad -le dijo Kalbum Dahabin-, no se habrá quedado
allí. Te ha seguido a Ispahán, tenlo por seguro. Estará ya dentro de nuestras
murallas, porque la noche toca a su fin.
- Entonces,
¡estoy perdido! -exclamó el criado.
- No
desesperes todavía -contestó Kalbum-. Si puedes seguir vivo hasta que salga el
sol, te habrás salvado. Si la Muerte ha decidido llevarte esta noche y no
consigue su propósito, nunca más podrá arrebatarte. Esa es la ley.
- Pero ¿qué
debo hacer? -preguntó el criado.
- Vamos
cuanto antes a la tienda que tengo en la plaza -le ordenó Kalbum, cerrando tras
de sí la puerta de la casa.
Mientras
tanto, la Muerte se acercaba a las puertas de la muralla de Ispahán. El cielo
de la ciudad comenzaba a clarear. 'La aurora
llegará de un momento a otro -pensó-. Tengo que darme prisa. De lo contrario,
perderé al criado'. Entró por
fin a Ispahán, y husmeó entre los miles de olores de la ciudad buscando el del
criado que había huido de Bagdad. Enseguida descubrió su escondite: se hallaba
en la tienda de Kalbum Dahabin. Un instante después, ya corría hacia el lugar. En el
horizonte empezó a levantarse una débil neblina. El sol comenzaba a adueñarse
del mundo. La Muerte
llegó a la tienda de Kalbum. Abrió la puerta de golpe y... sus ojos se llenaron
de desconcierto. Porque en aquella tienda no vio a un solo criado, sino a
cinco, siete, diez criados iguales al que buscaba. Miró de
soslayo hacia la ventana. Los primeros rayos del sol brillaban ya en la cortina
blanca. ¿Qué sucedía allí? ¿Por qué había tantos criados en la tienda? No le
quedaba tiempo para averiguaciones. Agarró a uno de los criados que estaba en
la sala y salió a la calle. La luz inundaba todo el cielo. Aquel día,
el vecino que vivía frente a la tienda de la plaza anduvo furioso y
maldiciendo.
- Esta
mañana -decía- cuando me he levantado de la cama y he mirado por la ventana, he
visto a un ladrón que huía con un espejo bajo el brazo. ¡Maldito sea mil veces!
¡Debía haber dejado en paz a un hombre tan bueno como Kalbum Dahabin, el
fabricante de espejos!".
Más
recientemente, el escritor británico Jeffrey Archer (1940) inició su libro de
cuentos "To cut a long story short" (En pocas palabras), publicado
en 2000, con una versión puesta también en boca de la propia Muerte titulada "Death
speaks" (La Muerte habla): "Érase una
vez un mercader de Bagdad que envió a su criado al mercado para comprar
provisiones, y el criado regresó al poco rato, pálido y tembloroso, y dijo: "Amo, cuando estaba en el mercado, una mujer me empujó en medio de la multitud,
y cuando me volví, vi que era la muerte quien me había empujado. Me miró e hizo
un gesto amenazador. Prestadme vuestro caballo, huiré de esta ciudad y burlaré
a mi destino. Iré a Samarra, y allí la muerte no me encontrará". El mercader le
prestó el caballo, el criado lo montó, hundió las espuelas en sus flancos y el
caballo partió a galope tendido. Después, el mercader fue al mercado, me vio
entre la multitud, se acercó a mí y dijo: "¿Por qué hiciste un gesto amenazador
a mi criado cuando te vio esta mañana?". "No fue un gesto amenazador, dije, sólo
de sorpresa. Me sorprendió verlo aquí en Bagdad, porque tenía una cita con él
esta noche en Samarra".
He aquí sólo una pequeña muestra de las
diferentes versiones de una leyenda que ha perdurado a lo largo de los siglos. Ha
habido más, muchas más. Algunas de ellas: la del dramaturgo francés Jacques
Deval (1895-1972), que la incluyó en su drama "Ce soir a Samarcande" (Esta
noche en Samarcanda); la del escritor español Juan Benet (1927-1993) que
hizo lo propio en su libro de cuentos cortos "Trece fábulas y media"; la
del escritor estadounidense Paul Theroux (1941), que hizo otro tanto en su
colección de tres novelas breves "The elephanta suite" (Elefanta suite); y
hasta el mismísimo Gabriel García Márquez (1927-2014) introdujo una adaptación
en su libro "Cómo se cuenta un cuento" bajo el nombre de "La muerte
en Samarra".
Hay
también versiones en formato de historieta como la del dibujante estadounidense
Tim Sale (1959), quien la publicó con el título "Appointment in Samarra" (Cita en Samarra), y la de la guionista y dibujante iraní Marjane Satrapi (1969),
quien la incluyó en su comic "Poulet aux prunes" (Pollo con ciruelas). Incluso
hay referencias a ella en el cine. Un ya anciano Boris Karloff (1887-1969) cuenta
la vieja fábula persa sobre la Muerte en "Targets" (Blancos móviles),
la película que Peter Bogdanovich (1939) rodó en 1968, y, más recientemente, en
el film "Redacted" (Guerra
sin fin) dirigido en 2007 por Brian de Palma (1940), basado en un hecho real (el
asesinato de toda una familia iraquí por un grupo de soldados norteamericanos),
se alude también a la historia de la Muerte.
El tema de la inexorabilidad de la
muerte es el eje sobre el que gira esta historia y, sin dudas, ha dejado una
grieta en las conciencias coherentes. Para el multifacético escritor francés
Albert Camus (1913-1960) la muerte es la razón sin razón. En "Le mythe de
Sisyphe" (El mito de Sísifo) se preguntaba: "¿Qué es más absurdo, la vida o la
muerte?". Y respondía: "En un universo absurdo, la muerte es una contingencia
tan irrazonable como la vida". Para el filósofo francés Jean Paul Sartre
(1905-1980), la muerte es ruptura, quiebra, límite, caída en el vacío. Lejos de
dar un sentido a la vida, le quita toda significación. En "La mort dans l'âme" (La
muerte en el alma), decía con amargura que "se muere demasiado pronto o
demasiado tarde". En cambio el actor y director cinematográfico estadounidense Woody
Allen (1935), como no podía ser de otra manera, se lo toma con más humor:
"No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda".