Según la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), por primera vez en más de veinte años, la pobreza
extrema creció en el mundo. Para el organismo internacional, uno de los
problemas principales es la falta de solidaridad entre naciones en momentos
críticos como el que ha generado la pandemia del Covid-19, la cual ayudó a
incrementar la brecha de desigualdad entre ricos y pobres en países en vía de
desarrollo. Así, mientras las fortunas de los millonarios aumentaron en más de
3,9 billones de dólares el año pasado, la población con pobreza extrema pasó de
119 millones a 224 millones de personas. Pero, mientras para la ONU esta
situación es “una acusación moral de nuestro tiempo” y “la solidaridad brilla
por su ausencia justo cuando más se la necesita”, no se debería dejar de
analizar esta realidad sin tener en cuenta el orden mundial que la produce. Ya
lo expresó el economista y profesor estadounidense Joseph Stiglitz (1943), un tenaz
crítico de la globalización, de los economistas de libre mercado y de algunas
de las instituciones internacionales de crédito como el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, cuando dijo: “Si no se puede culpar a ningún individuo por
lo que ha ocurrido, quiere decir que el problema está en el sistema económico
político”. Efectivamente, la globalización neoliberal consolidada desde la
posguerra y transformada en una ola avasalladora a partir del colapso del
bloque soviético y la expansión de las tecnologías de la información, se ha
transformado en el régimen económico hegemónico y sus consecuencias sociales son
perceptibles a simple vista. El filósofo alemán Thomas Pogge (1953) es actualmente
uno de los mayores especialistas internacionales sobre derechos humanos y
pobreza. Doctorado en Filosofía y Relaciones Internacionales por la Harvard
University de Estados Unidos, Pogge sostiene que los Estados ricos tienen la
responsabilidad de ayudar a aquellos que se encuentran sumidos en la pobreza
severa. Esta responsabilidad resulta del daño, muchas veces evitable, que el
orden institucional global actual ha perpetrado sobre los Estados pobres. La
existencia de la pobreza global, para este autor, constituye una clara
violación de los Derechos Humanos. Por ello, sin descalificarlo por completo,
mira con sospecha las relaciones sociales que conforman el modo de producción
capitalista y la desigualdad que genera, y propugna por un sistema más justo y
menos salvaje, atento a la corrupción y abierto a la ética. Lo que sigue es la
primera parte de la extensa entrevista que le concediera a Jorge Fontevecchia y
que apareciera publicada en el diario argentino “Perfil” el pasado 30 de
octubre.
Usted dijo en una entrevista que “probablemente
tendremos una gran guerra nuclear antes de que pasemos a un orden mundial
basado en la moral”. ¿Se da aquello del teórico Mark Fisher acerca de que es
más fácil pensar en el fin de la humanidad que en el fin del capitalismo?
Sí. No lo
dije tanto como una crítica al capitalismo como una al sistema de Estados
existente en el mundo. Tenemos un mundo de Estados nacionales en competencia en
el que las reglas de la colaboración internacional están determinadas por su
poder de negociación. Los Estados están constantemente en una crisis
existencial, porque tienen que evitar cualquier cambio en las reglas que pueda
llegar a resultarles perjudicial. Podría resultar en una espiral de muerte en
la que perderían el poder. Luego se les impondrían más reglas desfavorables,
perderían el poder y finalmente se desvanecerían. Todo en nuestro sistema
estatal se convierte en una cuestión de seguridad nacional. Los Estados
combaten por su propia supervivencia a largo plazo, y esa situación la
considero muy peligrosa, independientemente del sistema capitalista. Es
peligrosa porque es propensa al error, a los actos de desesperación, a las
equivocaciones. Siempre conlleva un cierto peligro de guerra a largo plazo.
Puede ser pequeño en un año determinado, pero a largo plazo nos lleva a la
certeza de que si seguimos por este camino acabaremos experimentando otra gran
guerra.
¿Cómo definiría el concepto de “justicia
global”?
Como un
atributo en la forma en que se estructura nuestro mundo. Por estructura me
refiero a las normas y los acuerdos institucionales que existen a nivel
supranacional, pero también a los hábitos, las prácticas y la infraestructura.
A todas las formas que estructuran las interacciones humanas. Dependiendo de
cómo estructuramos este mundo supranacional, obtendremos diferentes efectos
distributivos. Tendremos más o menos desigualdad, pobreza, cumplimiento de los
derechos humanos. Y ahí es donde entra la justicia global. Evalúa las
diferentes formas de estructurar un orden supranacional en términos de cuál es
su impacto en la distribución de las oportunidades de vida entre los seres
humanos.
En el prefacio del libro “Hacer justicia con la
humanidad”, usted dice que los ensayos incluidos en el texto “tratan de hacer
justicia a la humanidad, especialmente a aquellos seres humanos que están
sufriendo numerosos tipos de privaciones injustas. Hacerles justicia significa
analizar y rebatir los incesantes argumentos, fabricados por los intelectuales,
políticos y burócratas de todo el mundo, que pretenden justificar estas
situaciones de privación y opresión”. ¿El mundo puede ser equitativo?
Podemos
conseguir un mundo mucho más equitativo. Es difícil imaginar un mundo
completamente justo. Pero es posible imaginar un mundo en el que los ingresos y
la riqueza se distribuyan de forma más equitativa, así como otros bienes
importantes, por ejemplo, la educación y el respeto, la participación social.
Vivimos un ciclo en el que la desigualdad engendra más desigualdad. Las
personas a las que les va mejor que a otras quieren afianzar su ventaja.
Intentan cambiar las reglas a su favor. A menudo tienen poder político y
mediático para hacerlo. El resultado es un acuerdo institucional profundamente
injusto, con estructuras que perpetúan la desigualdad. A menudo, la empeoran.
Como intelectuales debemos intentar que la gente entienda las fuentes de
desigualdad, criticarlas e intentar movilizar la oposición democrática a ellas.
Combatir por reformas posibles. Es un proceso largo y arduo. Cada pequeña reforma
que haga que el mundo sea más igualitario, que erradique la pobreza, tendrá un
efecto positivo y ayudará a conseguir reformas adicionales para las personas
que padecen el statu quo.
¿Cómo opera ese dispositivo intelectual que
justifica la opresión? ¿Cómo incide la Academia en la manutención de un cierto
statu quo?
Tuvimos un
ejemplo maravilloso muy recientemente en la Universidad de Yale. Teníamos un
programa dirigido por un profesor de Historia que renunció porque quienes
financiaban el programa intentaron influir en el plan de estudios. Esta es una
forma muy obvia de aquella influencia. Las universidades privadas son líderes
de opinión. Tienen mucho prestigio, mucha influencia en el funcionamiento
académico global, y reciben la mayor parte de su dinero de donaciones. Estas
donaciones provienen de un gran número de personas, y estas personas, por
supuesto, tienen opiniones sesgadas por su posición económica. Les gusta el
sistema tal y como es. Les gusta un sistema en el que pagan muy pocos
impuestos, en el que disfrutan de todo tipo de ventajas. Desean que ese sistema
se justifique en las universidades que financian. Este es sólo un mecanismo
entre otros. Hay muchos que muestran cómo la gente con dinero influye en el
sistema político a través de donaciones de campaña, influencia en los medios de
comunicación al ser dueños de ellos. Poseen señales de televisión o periódicos.
Son formas de la producción intelectual fuertemente influenciadas.
En un reportaje de esta misma serie, el
especialista en desigualdad Branko Milanovic dijo que Estados Unidos avanza
hacia una plutocracia. ¿Comparte la idea? ¿Representa algún cambio la llegada
al poder de Joe Biden?
Conozco
muy bien a Branko. Estoy muy de acuerdo con él. Lo diría con más énfasis:
vivimos una plutocracia. La mayor influencia en las elecciones de Estados
Unidos es el dinero. Es un factor más importante que los votos. Es
absolutamente crucial para ganar elecciones en este país. Los políticos deben
mendigar dinero para poder ganar elecciones, ser nominados y elegidos. Y el
dinero proviene de la gente rica.
Usted dice que “las explicaciones corrientes son
con frecuencia demasiado simplistas”. ¿Cuáles son los primeros pasos para una
comprensión más sofisticada de las temáticas vinculadas a la desigualdad?
En las
explicaciones de la desigualdad suele no comprenderse la interacción entre los
acuerdos institucionales nacionales e internacionales. Los economistas suelen
mirar a los diferentes países y afirman que encuentran trayectorias de
desarrollo muy diferentes. Algunos países lo hacen muy bien, como Corea del Sur
o China, y otros países lo hacen mal, por ejemplo, Argentina. Así explican por
qué a algunos países les va mejor que a otros, y qué podrían hacer mejor los
países a los que les va mal. Pero se deja de lado el contexto global, el orden
supranacional en el que se desenvuelven estos países, que es decisivo. Y
explica por qué a unos les va bien y a otros mal. Un ejemplo que analicé en
detalle es la importancia de los recursos naturales. Curiosamente, los países
que tienen muchos recursos naturales tienden a tener malos resultados en
materia de desarrollo. Y la razón es que tenemos normas internacionales que
dicen que cualquiera que tenga el poder efectivo en ese país puede disponer de
los recursos como le parezca. Así, cualquier dictador, pensemos en la junta
militar de Myanmar, por ejemplo, o los dictadores de hace un tiempo en América
Latina o ahora en África, pueden adquirir el poder por la fuerza y luego
enriquecerse vendiendo los recursos del país y utilizar ese dinero, en parte,
para mantenerse en el poder. Esa regla es crucial para entender por qué a
muchos países les fue tan mal en términos de erradicación de la pobreza y
desarrollo. Los economistas tienden a dejar de lado esa parte de la explicación.
Solo se fijan en los factores nacionales.
En su libro, usted se pregunta “por qué el Fondo
Monetario Internacional, deseoso de ‘ayudar’ a que los países pobres paguen sus
deudas, los presiona para que congelen la educación y la atención médica de
quienes no pueden costearlas; por qué se hace pagar a la gente de los países
pobres por deudas contraídas por sus opresores”. ¿El FMI es un promotor de
desigualdades globales?
Es un
promotor de la desigualdad global. Acepta las reglas del juego tal y como son.
Su receta consiste en que para pagar la deuda se necesita austeridad, ahorrar
dinero y equilibrar el presupuesto. Una vez que sigas esa receta, se podrá
crecer dentro del sistema existente. Querríamos que ocurriera desde el punto de
vista de los países en desarrollo un rebelarse contra la diferencia y, por
ejemplo, no aceptar deudas tomadas por gobiernos anteriores. Si un militar
contrae una gran deuda para un país, esa deuda es ilegítima. No fue tomada por
el pueblo y debe ser rechazada. Si el FMI está realmente interesado en el
desarrollo, rechazaría esas deudas en lugar de buscar ideas sobre cómo ese país
pobre puede hacer frente a esas obligaciones.
¿Cuánto inciden la globalización y el
neoliberalismo? ¿Son conceptos diferentes?
Tienen
enormes efectos sobre la desigualdad. Si se piensa cómo reestructurar nuestros
acuerdos institucionales globales, se pueden encontrar fácilmente muchas
posibilidades que cambiarían la desigualdad y la pobreza. Basta con ver la
distribución de la renta y la riqueza actuales. Vivimos en un mundo en el que
la renta media es de aproximadamente 50 dólares estadounidenses por persona por
día en paridad de poder adquisitivo. Sin embargo, 3 mil millones de personas,
de un total de casi 8 mil millones, no pueden permitirse una dieta saludable.
Es un tema fácilmente solucionable. Hay muchas maneras de hacerlo. Una sería
una renta básica universal. Todos los recursos naturales de este planeta y el
capital acumulado por generaciones anteriores, se consideraría que pertenecen a
la humanidad y que todo el mundo tiene derecho a una parte de ese patrimonio.
En lugar de que los recursos naturales fueran propiedad de una pequeña elite,
serían propiedad de todos. Otra reforma es la del sistema de propiedad
intelectual. Los ricos poseen una gran cantidad de propiedad intelectual. Los
demás deben pagar para utilizarla. Es un gran obstáculo para la erradicación de
la pobreza. Por ejemplo, en el ámbito de los productos farmacéuticos, los
medicamentos se venden a menudo por más de mil veces el costo de producción. Lo
mismo sucede con las tecnologías verdes. Si se quiere usar tecnología de
vanguardia, hay que pagar derechos al innovador. Así que, de nuevo, la ventaja
de los que ya son ricos se ve constantemente aumentada por el hecho de que
tienen un control sobre la innovación y pueden obligar a los demás a pagar el
dinero por el privilegio de usarla. Tienen una ventaja original en su obtención
porque tienen capital para invertir y hacer investigación científica y
tecnológica de vanguardia.
El problema de la globalización, del liberalismo
y de la inequidad, ¿es económico, de comercio o cultural?
En primer
lugar, es un problema económico, de cómo se están repartiendo los beneficios.
Existe una contribución global con mucho comercio y división del trabajo:
ciertas cosas se producen en una región del mundo y otras en otros lugares.
Todo ese sistema de colaboración crea un producto conjunto, que se reparte
entre toda la población global, según ciertas reglas. Algunas personas reclaman
parte de ese producto diciendo que son dueños de este petróleo, y como
contribuyo con el petróleo, debo recibir dinero por ello. Otras personas
contribuyen con capital, otras con trabajo y así sucesivamente, y las reglas
determinan cómo este gran producto social, el producto mundial global, se
divide. La globalización nos lleva básicamente a un punto en el que tenemos un
gran producto mundial. Hasta ahora fueron injustas ya que dan a la mayoría de
los seres humanos una parte demasiado pequeña del producto mundial producido conjuntamente.
Usted dijo que “la pobreza ya no es tan grande
como cuarenta años atrás, pero es evitable, por lo tanto es un crimen”. ¿Por
qué sería parte de un análisis penal y no moral la pobreza? ¿Y cuál es la
diferencia para usted entre moral y penalidad?
Digo
criminal en sentido moral. El crimen sería un subconjunto de la moral. La moral
implica una serie de conceptos más amplios. Mucha gente piensa que la pobreza
necesita de ayuda y asistencia. Así aparece como problema moral. Aparece el
imperativo de hacer más. “Deberíamos hacer donaciones, ayudar, asistir”. Mi
propuesta es más contundente. La pobreza es criminal. No es sólo un producto de
nuestra poca ayuda, sino también del daño que hacemos. Me refiero a las
poblaciones de los países ricos. Imponemos colectivamente una estructura en el
mundo que previsiblemente genera más desigualdad, y que la pobreza persista. Si
tuviéramos otro tipo de globalización, con otras estructuras y reglas, el
producto social del mundo estaría más justamente distribuido y no habría
pobreza. Al imponer reglas injustas, estamos agravando y perpetuando la pobreza
de manera criminal. De la misma manera, se podría decir que Stalin agravó y
perpetuó criminalmente la pobreza cuando creó la hambruna en Ucrania alrededor
de 1930.
Usted dijo que “cuatro grupos son los
responsables de este déficit de derechos humanos, que resulta de la incapacidad
de los países pobres en recaudar impuestos razonables. En primer lugar, las
jurisdicciones en las que se aplica el secreto fiscal y los paraísos fiscales
que estructuran sus sistemas jurídicos y fiscales de manera que se promueva el
abuso fiscal y que usualmente también protegen el secreto bancario contra las
autoridades fiscales de los países menos desarrollados”. ¿Qué rol ocupan en la economía
actual los paraísos fiscales?
Es un
aspecto de la estructura supranacional que conduce a esta enorme desigualdad.
Los paraísos fiscales hacen posible que las corporaciones ricas y sus
propietarios eviten pagar impuestos, especialmente en los países en desarrollo.
Las corporaciones multinacionales tienen filiales en lugares diferentes.
Interactúan y comercian entre sí. Y mediante la manipulación, las empresas
trasladan los beneficios de una filial a otra. Lo hacen a través de remesas o
mediante acuerdos de consultoría, o préstamos de una filial a otra. Se aseguran
de que en las jurisdicciones de mayor imposición no tienen beneficios
imponibles, y sí en las jurisdicciones de baja imposición o sin imposición. El
resultado es que los países pobres, y esto incluye a los países
latinoamericanos y africanos, son estafados en los impuestos que les
corresponden. Las corporaciones multinacionales hacen uso de este recurso. Para
las personas físicas, los paraísos fiscales son una forma de escapar a los
impuestos. Ponen su dinero en jurisdicciones de paraísos fiscales y luego no
pagan impuestos por el poco dinero que poseen en el país donde viven. La gente
rica, los políticos, a menudo corruptos, o los empresarios ricos en los países
en desarrollo, guardan su dinero en un paraíso fiscal y no lo revelan a las
autoridades fiscales locales. No pagan ningún dinero, ningún impuesto a las
ganancias de capital y dividendos.
Usted también habló de “los banqueros, abogados,
contadores y ‘lobbistas’ que diseñan, implementan y ‘legalizan’ estas
estrategias. Y los gobiernos poderosos de los países ricos que facilitan la
evasión fiscal en el extranjero y hacen que los paraísos fiscales cooperen con
sus propios esfuerzos de aplicación de leyes tributarias sin asegurarse de que
los gobiernos de los países pobres reciban una cooperación similar”. ¿Cuál
sería la mejor estrategia para motorizar un cambio duradero?
Creo que
el primer paso es abrir esto, revelar la información. En los últimos cinco o
seis años se avanzó muchísimo. Los periodistas aportaron muchísimo en abrir
todo este sistema y mostrar al mundo lo que sucede. Tuvimos los Panamá Papers,
los LuxLeaks, las filtraciones recientes de Pandora. Revelan cómo las elites
engañan a las autoridades fiscales. Cómo eludieron sus impuestos. Son de
crucial importancia para montar cualquier desafío al sistema existente. Y ahora
que tenemos esta información va a ser más fácil, aunque todavía difícil,
intentar hacer algo sobre ese sistema. Un paso que se ha dado recientemente es
la propuesta de un impuesto mínimo global para las corporaciones. Es un paso en
la dirección correcta, aunque la distribución de ese impuesto deje mucho que
desear y realmente favorece a los países ricos. Pero aquí se puede ejercer una
presión moral. Ojalá podamos encontrar mecanismos que obliguen a estos paraísos
fiscales a cooperar para lograr en primer lugar una mayor transparencia. Que
sepamos dónde tienen dinero las corporaciones, cuántos beneficios obtienen. Un
sistema más transparente, con informes país por país, y que podamos entonces
también obtener más impuestos de estas corporaciones y de los individuos ricos
y garantizar que al menos una parte de estos impuestos acabe en los países más
pobres. Se sabe que los organismos internacionales suelen tener muy poco poder
de negociación.