4 de noviembre de 2021

Thomas Pogge: “Es difícil imaginar un mundo completamente justo, pero es posible imaginar un mundo en el que los ingresos y la riqueza se distribuyan de forma más equitativa, así como otros bienes importantes como la educación, el respeto y la participación social” (2)

Thomas Pogge, actual profesor de Filosofía y Relaciones Internacionales en la Yale University de Estados Unidos, también ha dado clases en la Columbia University -del mismo país-, en la Australian National University de Australia, en el King's College London y en la University of Central Lancashire de Inglaterra y en la Universitetet i Oslo de Noruega. Especializado en Filosofía Política, desde hace algo más de una década trabaja sobre la problemática de la pobreza mundial y la justicia global. En esa dirección, desde 2009 es miembro de “Giving What We Can” (Donemos lo que Podamos), una comunidad de donantes fundada en Oxford, Inglaterra, cuyos integrantes se han comprometido a donar una parte significativa de sus ingresos a organizaciones benéficas. También fundó y dirigió el “Global Justice Program” (Programa de Justicia Global), y es presidente de “Academics Stand Against Poverty” (Académicos Contra la Pobreza), una red internacional dedicada a potenciar el impacto de investigadores, profesores y estudiantes sobre la pobreza, y de “Incentives for Global Health” (Incentivos para la salud global), un equipo dedicado a desarrollar una alternativa complementaria al actual régimen de patentes que mejore el acceso de los pobres del mundo a los avances médicos. Hace unos años, cuando se le preguntó si alguna experiencia personal lo había empujado para involucrarse con esta temática, Pogge constestó: “Sí, tres experiencias. Nací en Alemania. La generación de mis padres hizo algo terrible: sostener el nazismo, por lo tanto a los 6 o 7 años entendí que uno tenía que desconfiar de los juicios morales de sus padres. En segundo lugar, la guerra de Vietnam, los bombardeos estadounidenses me hicieron identificar con los países en desarrollo. En tercer lugar, un viaje que hice mientras era estudiante de posgrado y fui desde Estambul a Japón. En ese recorrido vi una pobreza increíble que nunca me había imaginado, en Deli, Pakistán, Bangladesh, Tailandia..., ver a nenas que se vendían como objeto para prostitución en las estaciones me impactó muchísimo. Es cierto, la pobreza siempre existió pero nunca fue tan escandalosa. La pobreza se podría terminar fácilmente. Si un país como Estados Unidos redujera en un tercio su presupuesto bélico, sería suficiente”. Estudios de distintas organizaciones internacionales ponen en evidencia que la pobreza masiva aumenta según pasan los años y que la desigualdad global es cada día más abismal. Respecto a esto, Pogge reunió evidencias estadísticas que demuestran que hoy el 45,8% de la riqueza de todo el mundo está concentrada en una mínima porción de la población que equivale a 1,1%, mientras que el 55% de la población mundial sólo tiene acceso al 1,3% de la riqueza global. Esta desigualdad tan arbitraria, perjudicial y creciente afecta estructuralmente a las sociedades y, obviamente, resulta injustificable. La prosperidad de los más favorecidos está provocando un crecimiento de la desigualdad global, aunque la mayoría de los opulentos millonarios cree que no tiene responsabilidad alguna al respecto. En su obra, el filósofo alemán intenta explicar por qué se mantiene en pie esa creencia. Para ello, analiza la forma en que se han configurado muchas teorías morales y económicas con el fin de desvincularlos de la creciente pobreza y ofrece un criterio modesto pero aplicable de justicia económica global, elaborando propuestas detalladas y realistas capaces de satisfacerlo. Sus ensayos sobre la pobreza mundial y la justicia global son pioneros en su campo. Entre ellos sobresalen “Eradicating systemic poverty. Brief for a global resources dividend” (Erradicar la pobreza sistémica. Propuesta para un dividendo sobre recursos globales) y “World poverty and human rights” (La pobreza en el mundo y los derechos humanos). A continuación, la segunda y última parte de la entrevista que le hiciera Jorge Fontevecchia publicada en el diario argentino “Perfil” el 30 de octubre del corriente año.
 

¿Qué rol tienen el periodismo y las ONG de periodistas en la transformación ética y cultural?
 
Un papel enormemente importante. La democracia no funciona si los ciudadanos no están informados y movilizados. Los ciudadanos deben saber qué ocurre, lo que se hace en su nombre. Deben estar organizados y movilizados en torno a determinadas cuestiones. Decidir ellos las prioridades, encontrar formas de ejercer presión colectiva. Es muy poco lo que podemos hacer individualmente. Pero colectivamente, como grupos, podemos influir. Los periodistas y las ONG, al menos las buenas, desempeñan un papel importante. Siempre debemos recordar que también hay malos, que defienden el statu quo, pagados para mejorar imágenes o para defender acuerdos injustos. Pero hay verdaderos héroes en la profesión periodística que a menudo arriesgan su vida para obtener información crucial, como la que aparece en asuntos como los que estamos comentando. Cada año, varias decenas de periodistas son asesinados por hacer su trabajo. Lo mismo ocurre con las ONG, aunque algunas sean defensoras del statu quo.
 
En los Pandora Papers se supo que la Argentina ocupa el tercer lugar y nueve de las diez familias más ricas del país tienen dinero en empresas y cuentas offshore. ¿Qué revela eso acerca de la Argentina y la relación del país con las leyes y la economía?
 
Muestra que Argentina se enfrenta a un viento en contra considerable en términos de no ser capaz de explotar plenamente su base fiscal. Un país tiene potencial, que proviene de la fuerza económica de sus ciudadanos. Pero debe ser capaz de captar esta base fiscal. Asegurarse de que todos paguen su parte justa para el mantenimiento colectivo del Estado. Argentina se queda corta en ese aspecto. Es un país con un enorme potencial y se está quedando muy corto. Esperemos que, con la ayuda de estas revelaciones, sea capaz de captar una mayor parte de su base fiscal potencial.
 
Acerca de los paraísos fiscales hay un debate entre lo legal y lo éticamente sostenible. ¿Hay agujeros éticos en las leyes globales?
 
Hay agujeros éticos. Se debe reforzar el sistema fiscal de manera que los ricos paguen su parte justa. Y, en segundo lugar, los impuestos que se pagan tienen que distribuirse de manera más justa. Son los dos grandes problemas, y se requiere una reforma. En Estados Unidos, los multimillonarios solo pagan una fracción muy pequeña de sus ingresos como impuestos. Una persona como Elon Musk, que tiene casi 300 mil millones de dólares, acumuló todos estos ingresos, adquirió todo este dinero y no pagó prácticamente ningún impuesto, porque casi todo es ganancia de capital, que no es imponible. Por supuesto, nunca venderá el activo. Puede cubrirse, y también puede pedir un préstamo contra el activo. Y si muere, entonces todo ese capital acumulado vuelve a ser perdonado. El heredero recibe el dinero sin tener que pagar ningún impuesto sobre las ganancias de capital. Esencialmente, este hombre acumuló 300 mil millones de dólares mientras pagaba solo unos pocos millones de dólares en impuestos. Ocurren cosas similares en otros países; también con las corporaciones. Hay una gran injusticia en el código tributario. Los pobres pagan un porcentaje mucho más alto de sus verdaderos ingresos en impuestos que los ricos. Los países ricos tienen una tremenda ventaja en el poder de negociación. Y entienden mucho más sobre la alta complejidad de los códigos fiscales.
 
En la Argentina se debatió fuertemente la aplicación de un impuesto a las riquezas mayores del país. ¿Está de acuerdo con ese tipo de medidas?
 
Es una obviedad. No quiero inmiscuirme en la política argentina, pero es una condición mínima de justicia que la tasa impositiva real que pagan los ricos sobre su riqueza e ingresos acumulados tiene que ser más alta que la tasa impositiva de los ciudadanos comunes. Y como acabo de decir sobre los Estados Unidos, donde conozco la situación mucho mejor que en Argentina, aquí es al revés. La gente rica paga impuestos a una tasa mucho, mucho, mucho más baja que la gente común con ingresos medios o incluso la gente de bajos ingresos. Imagino que en Argentina es similar. Es una clara injusticia. El sistema fiscal debería estar diseñado según el principio de la capacidad de pago. Los ricos deberían pagar entonces mayores impuestos.
 
En 2014 usted dijo que “la responsabilidad inmediata por estos derechos humanos insatisfechos les corresponde a los gobiernos de los países en los que vive la mitad más pobre de la población. Pero estos gobiernos también son pobres”. ¿Cómo analiza la gestión de los gobiernos de Nicaragua y Venezuela en Latinoamérica?
 
Son ejemplos de gobiernos bastante corruptos. Están muy lejos de tener políticas justas, incluso dentro de las limitaciones de sus medios. En ambos países, el gobierno podría tener políticas mucho mejores, acuerdos institucionales. El sufrimiento de la población es evitable, incluso dentro del contexto altamente injusto de nuestro régimen institucional global. Pero siempre añadiría que los medios de estos países están significativamente limitados por los injustos acuerdos institucionales globales. También, la corrupción de estos dos gobiernos está facilitada por estos acuerdos. Estos gobiernos usan los mismos paraísos fiscales, las mismas jurisdicciones secretas, para mover dinero, robarlo. Es el mismo que utilizan las grandes corporaciones y los individuos ricos en los países más ricos.
 
¿Hay algo en la ideología que lleve a los populismos hacia la corrupción?
 
No soy amigo del populismo, pero no estoy seguro de que los regímenes populistas sean sistemáticamente más corruptos. La corrupción es un peligro en todas partes. La gente tiene tendencia a aprovechar las oportunidades de corromperse. Y la forma de frenar la corrupción y suprimirla es institucional. Se necesitan mecanismos institucionales de transparencia. También se necesita una ciudadanía vigilante, que no tolere la corrupción, que se movilice contra ella, que dificulte que alguien continúe en un puesto de autoridad si se descubriera su corrupción.
 
Su doctorado fue en la Universidad de Harvard bajo la supervisión de John Rawls. ¿Cómo fue ese vínculo?
 
Hoy el mundo es menos ético que el que había en la época en que estuve en Harvard. Estuve allí a finales de los ‘70 y principios de los ‘80. Tras la guerra de Vietnam, había gran interés por la política exterior y por restablecer el papel de liderazgo de Estados Unidos. Se discutía, como potencia líder en el mundo, como país más poderoso, la responsabilidad de actuar moralmente en nuestra política exterior y de apoyar los derechos humanos. De respetarlos. Fue una época en la que la gente estaba interesada en cuestiones de justicia. Parecía que las ideas de John Rawls podrían darle forma al futuro, ser ideas centrales para el desarrollo del país. Pero sucedió lo contrario. Estados Unidos en ese momento era potencialmente receptivo a las ideas de Rawls, se movió exactamente en la dirección opuesta. Ronald Reagan fue elegido, y lo primero que hizo fue decir “no más derechos humanos en América Latina. No nos preocupan más. Solo queremos amigos en la región”. Les dijo a los gobiernos de Latinoamérica que no tenían que preocuparse de que Estados Unidos les respire en la nuca y les diga que sean amables y respeten los derechos y los principios democráticos. Eso fue de la mano de un cambio interno. Reagan y la gente que lo rodeaba estaban haciendo el país mucho más desigual. Reducían los impuestos a las corporaciones y a los individuos ricos; también cambiaron el sistema político y judicial, en dirección de una mayor influencia para las elites. Estamos muy lejos del tipo de políticas que Rawls hubiera favorecido. Las políticas que Estados Unidos defiende en el mundo son mucho más injustas que en los años ‘70.
 
A casi cincuenta años de la publicación de “Teoría de la justicia”, ¿tenemos una visión diferente de los aportes de Rawls? ¿Por qué se lo criticó desde la izquierda más extrema y desde el pensamiento libertario? ¿El velo de la ignorancia sigue siendo un paradigma para comprender la organización de las sociedades?
 
Se cumplen cincuenta años de la publicación del libro. Fue criticado por la izquierda, básicamente porque decían que apoyaba o aceptaba el capitalismo. Él llama a eso una democracia de propiedad, es básicamente un sistema en el que el capitalismo prevalece, los medios de producción son de propiedad privada, pero los ingresos y la riqueza se distribuyen de manera más equitativa. Pero sobre todo las ventajas que la gente tiene desde el nacimiento están muy disminuidas. Lo que él quería es que cada niño que creciera tuviera un comienzo razonable y contara con oportunidades razonablemente iguales para aprender, encontrar una carrera y prosperar. Si podemos hacer estos cambios, hacer que los ingresos y la riqueza sean más iguales, que las oportunidades educativas sean más iguales, entonces una sociedad capitalista está bien. Desde la derecha también se lo criticó por motivos mayormente libertarios, diciendo que quería un Estado demasiado fuerte y redistributivo. El planteo era que debía mantenerse la competencia, pese a que se conserven las desigualdades.
 
¿Cuál es el vínculo posible y deseable entre ética y derecho? ¿Hay alguna conexión o son campos independientes de pensamiento?
 
Hay conexiones diferentes. Una es que la ética o, en términos generales, lo que yo llamaría justicia, es un control de la ley. La ley, por supuesto, tiene autoridad, pero está sujeta a la crítica. Las propias leyes son a menudo injustas. En mi país, Alemania, el mejor ejemplo es el período nazi. Ocurrieron cosas terribles de acuerdo con leyes realmente injustas. Las leyes eran escandalosamente injustas. Hoy, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, tenemos una injusticia significativa codificada en la ley. Escrita en la ley. Es una relación entre ética y derecho. La ética es un complemento del derecho. La ley no puede hacerlo todo, no puede llegar a todos los elementos de nuestras vidas e instruirnos completamente sobre cómo actuar, por ejemplo, en nuestra vida familiar. Sería terrible que la ley hurgara en la familia y nos diera reglas muy detalladas sobre cómo tenemos que interactuar con nuestros hijos y nuestros cónyuges. Son asuntos de ética en los que no queremos que la ley se inmiscuya, pero eso no significa que se pueda hacer lo que se quiera. La ética es aquí una directriz más suave, pero muy firme, sobre cómo comportarse en las relaciones interpersonales, en la familia, en el círculo de amistades, en el trabajo, en la vida profesional. No puede regular todas estas cosas. La ética complementa y se suma a las restricciones legales.
 
¿Cómo se constituye una universalidad racional para el derecho? ¿La “Crítica de la razón práctica” de Immanuel Kant sería la base?
 
El imperativo categórico kantiano es, en primer lugar, una pieza de ética. Es algo que nos imponemos a nosotros mismos. Se supone que solo adoptaremos las máximas de las que podamos disponer y que estarán disponibles para todos los demás también. Kant utiliza un modelo similar para pensar en la ley. Piensa que debe ser universal de manera similar, de modo que la ley debe dar los mismos derechos y deberes a todos. Todos deben tener el mismo tipo de oportunidades, los mismos derechos, las mismas libertades y también los mismos deberes. Pero esta es una condición muy débil que es compatible con una enorme desigualdad. No creo que la universalidad en términos de diseño de la ley nos lleve muy lejos. Es un déficit del pensamiento de Kant. Creo que no entendió lo suficiente y no pensó lo suficiente sobre los acuerdos económicos y lo importantes que son. Para él, se puede tener gente con igualdad de derechos, por ejemplo, para comprar y vender, para celebrar contratos, pero, por supuesto, este tipo de desigualdad es compatible con una enorme desigualdad de ingresos y riqueza. Enorme desigualdad, que se genera también en el estatus, en el respeto y el reconocimiento de que gozan las personas dentro de su sociedad. Lo reconoce implícitamente cuando dice que los sirvientes y quienes no tienen su propio negocio no deberían votar. Es algo terrible. Esta universalidad que respalda es demasiado débil para salir adelante, para la igualdad sustantiva que necesitamos en una sociedad democrática.
 
Un trabajo de Kant tiene el siguiente título: “Replanteamiento de la pregunta sobre si el género humano se halla en constante progreso hacia lo mejor”. ¿Usted se hace esa pregunta?
 
Si observamos a toda la humanidad, probablemente hayamos alcanzado un punto álgido en el período de la Ilustración. Fue el período en el que vivió Kant. Fue un período de gran esperanza, en el que la gente se tomaba muy en serio la moralidad. Decían que era muy importante que descubriéramos lo que es correcto y justo y que hiciéramos que nuestra sociedad y el mundo en general se ajustaran a ello. Hoy estamos muy lejos de esa mentalidad. Hoy cuando la gente piensa en derechos, justicia y moralidad, en su mayoría los conciben como herramientas para promover sus propios intereses. Prima el interés personal. Se convirtieron en herramientas en un juego competitivo donde todo el mundo intenta lograr sus propios propósitos individuales. La religión se desvaneció, la moralidad se ha desvanecido de la escena. El efecto es una desigualdad creciente. Las personas aventajadas tienen mejores oportunidades para cambiar las reglas a su favor. Cuentan con más experiencia, tienen más poder de negociación. Intentan manipular y cambiar las reglas del juego en su propio beneficio.
 
La Ilustración fue el momento de mayor aumento de la riqueza en la humanidad. ¿Qué relación existe entre la Ilustración y las evoluciones como la que constituyó la imprenta?
 
La prensa fue en la Ilustración temprana. Fue un factor importante para difundir la información a un mayor número de personas. Fue algo que preocupaba a muchos pensadores de la Ilustración. Querían que más personas participaran en la reflexión colectiva sobre la justicia y el bien común. Hubo varias cosas que sucedieron. Hubo el paso a la lengua vernácula. En lugar de que la gente culta conversara en latín con los demás, la gente escribía en su lengua materna, en alemán y en francés. Kant, por ejemplo, en su disertación inaugural todavía escribía en latín. Gottfried Wilhelm Leibniz escribió muchas de sus obras en latín, pero luego escribió cosas en alemán. Surgió un público educado de la clase burguesa, interesado en leer y participar en las discusiones sobre el bien común o cómo debería organizarse el Estado. Y eso, por supuesto, está relacionado con la Revolución Francesa y el cambio de la Europa de las monarquías a la Europa de las repúblicas democráticas.