Thomas
Pogge, actual profesor de Filosofía y Relaciones Internacionales en la Yale
University de Estados Unidos, también ha dado clases en la Columbia University
-del mismo país-, en la Australian National University de Australia, en el King's
College London y en la University of Central Lancashire de Inglaterra y en la
Universitetet i Oslo de Noruega. Especializado en Filosofía Política, desde
hace algo más de una década trabaja sobre la problemática de la pobreza mundial
y la justicia global. En esa dirección, desde 2009 es miembro de “Giving What
We Can” (Donemos
lo que Podamos), una comunidad de donantes fundada en Oxford, Inglaterra, cuyos
integrantes se han comprometido a donar una parte significativa de sus ingresos
a organizaciones benéficas. También fundó y dirigió el “Global Justice Program”
(Programa de Justicia Global), y es presidente de “Academics Stand Against
Poverty” (Académicos Contra la Pobreza), una red internacional dedicada a
potenciar el impacto de investigadores, profesores y estudiantes sobre la
pobreza, y de “Incentives for Global Health” (Incentivos para la salud global), un
equipo dedicado a desarrollar una alternativa complementaria al actual régimen de
patentes que mejore el acceso de los pobres del mundo a los avances médicos. Hace
unos años, cuando se le preguntó si alguna experiencia personal lo había empujado
para involucrarse con esta temática, Pogge constestó: “Sí, tres experiencias. Nací
en Alemania. La generación de mis padres hizo algo terrible: sostener el
nazismo, por lo tanto a los 6 o 7 años entendí que uno tenía que desconfiar de
los juicios morales de sus padres. En segundo lugar, la guerra de Vietnam, los
bombardeos estadounidenses me hicieron identificar con los países en
desarrollo. En tercer lugar, un viaje que hice mientras era estudiante de
posgrado y fui desde Estambul a Japón. En ese recorrido vi una pobreza
increíble que nunca me había imaginado, en Deli, Pakistán, Bangladesh,
Tailandia..., ver a nenas que se vendían como objeto para prostitución en las
estaciones me impactó muchísimo. Es cierto, la pobreza siempre existió pero
nunca fue tan escandalosa. La pobreza se podría terminar fácilmente. Si un país
como Estados Unidos redujera en un tercio su presupuesto bélico, sería
suficiente”. Estudios de distintas organizaciones internacionales ponen en
evidencia que la pobreza masiva aumenta según pasan los años y que la desigualdad
global es cada día más abismal. Respecto a esto, Pogge reunió evidencias
estadísticas que demuestran que hoy el 45,8% de la riqueza de todo el mundo
está concentrada en una mínima porción de la población que equivale a 1,1%,
mientras que el 55% de la población mundial sólo tiene acceso al 1,3% de la
riqueza global. Esta desigualdad tan arbitraria, perjudicial y creciente afecta
estructuralmente a las sociedades y, obviamente, resulta injustificable. La
prosperidad de los más favorecidos está provocando un crecimiento de la
desigualdad global, aunque la mayoría de los opulentos millonarios cree que no
tiene responsabilidad alguna al respecto. En su obra, el filósofo alemán
intenta explicar por qué se mantiene en pie esa creencia. Para ello, analiza la
forma en que se han configurado muchas teorías morales y económicas con el fin
de desvincularlos de la creciente pobreza y ofrece un criterio modesto pero
aplicable de justicia económica global, elaborando propuestas detalladas y
realistas capaces de satisfacerlo. Sus ensayos sobre la pobreza mundial y la
justicia global son pioneros en su campo. Entre ellos sobresalen “Eradicating
systemic poverty. Brief for a global resources dividend” (Erradicar la pobreza
sistémica. Propuesta para un dividendo sobre recursos globales) y “World poverty
and human rights” (La pobreza en el mundo y los derechos humanos). A
continuación, la segunda y última parte de la entrevista que le hiciera Jorge
Fontevecchia publicada en el diario argentino “Perfil” el 30 de octubre del
corriente año.
¿Qué rol tienen el periodismo y las ONG de
periodistas en la transformación ética y cultural?
Un papel
enormemente importante. La democracia no funciona si los ciudadanos no están
informados y movilizados. Los ciudadanos deben saber qué ocurre, lo que se hace
en su nombre. Deben estar organizados y movilizados en torno a determinadas
cuestiones. Decidir ellos las prioridades, encontrar formas de ejercer presión
colectiva. Es muy poco lo que podemos hacer individualmente. Pero
colectivamente, como grupos, podemos influir. Los periodistas y las ONG, al
menos las buenas, desempeñan un papel importante. Siempre debemos recordar que
también hay malos, que defienden el statu quo, pagados para mejorar imágenes o
para defender acuerdos injustos. Pero hay verdaderos héroes en la profesión
periodística que a menudo arriesgan su vida para obtener información crucial,
como la que aparece en asuntos como los que estamos comentando. Cada año,
varias decenas de periodistas son asesinados por hacer su trabajo. Lo mismo
ocurre con las ONG, aunque algunas sean defensoras del statu quo.
En los Pandora Papers se supo que la Argentina
ocupa el tercer lugar y nueve de las diez familias más ricas del país tienen
dinero en empresas y cuentas offshore. ¿Qué revela eso acerca de la Argentina y
la relación del país con las leyes y la economía?
Muestra
que Argentina se enfrenta a un viento en contra considerable en términos de no
ser capaz de explotar plenamente su base fiscal. Un país tiene potencial, que
proviene de la fuerza económica de sus ciudadanos. Pero debe ser capaz de
captar esta base fiscal. Asegurarse de que todos paguen su parte justa para el
mantenimiento colectivo del Estado. Argentina se queda corta en ese aspecto. Es
un país con un enorme potencial y se está quedando muy corto. Esperemos que,
con la ayuda de estas revelaciones, sea capaz de captar una mayor parte de su
base fiscal potencial.
Acerca de los paraísos fiscales hay un debate
entre lo legal y lo éticamente sostenible. ¿Hay agujeros éticos en las leyes
globales?
Hay
agujeros éticos. Se debe reforzar el sistema fiscal de manera que los ricos
paguen su parte justa. Y, en segundo lugar, los impuestos que se pagan tienen
que distribuirse de manera más justa. Son los dos grandes problemas, y se
requiere una reforma. En Estados Unidos, los multimillonarios solo pagan una
fracción muy pequeña de sus ingresos como impuestos. Una persona como Elon
Musk, que tiene casi 300 mil millones de dólares, acumuló todos estos ingresos,
adquirió todo este dinero y no pagó prácticamente ningún impuesto, porque casi
todo es ganancia de capital, que no es imponible. Por supuesto, nunca venderá
el activo. Puede cubrirse, y también puede pedir un préstamo contra el activo.
Y si muere, entonces todo ese capital acumulado vuelve a ser perdonado. El
heredero recibe el dinero sin tener que pagar ningún impuesto sobre las ganancias
de capital. Esencialmente, este hombre acumuló 300 mil millones de dólares
mientras pagaba solo unos pocos millones de dólares en impuestos. Ocurren cosas
similares en otros países; también con las corporaciones. Hay una gran
injusticia en el código tributario. Los pobres pagan un porcentaje mucho más
alto de sus verdaderos ingresos en impuestos que los ricos. Los países ricos
tienen una tremenda ventaja en el poder de negociación. Y entienden mucho más
sobre la alta complejidad de los códigos fiscales.
En la Argentina se debatió fuertemente la
aplicación de un impuesto a las riquezas mayores del país. ¿Está de acuerdo con
ese tipo de medidas?
Es una
obviedad. No quiero inmiscuirme en la política argentina, pero es una condición
mínima de justicia que la tasa impositiva real que pagan los ricos sobre su
riqueza e ingresos acumulados tiene que ser más alta que la tasa impositiva de
los ciudadanos comunes. Y como acabo de decir sobre los Estados Unidos, donde
conozco la situación mucho mejor que en Argentina, aquí es al revés. La gente
rica paga impuestos a una tasa mucho, mucho, mucho más baja que la gente común
con ingresos medios o incluso la gente de bajos ingresos. Imagino que en
Argentina es similar. Es una clara injusticia. El sistema fiscal debería estar
diseñado según el principio de la capacidad de pago. Los ricos deberían pagar
entonces mayores impuestos.
En 2014 usted dijo que “la responsabilidad
inmediata por estos derechos humanos insatisfechos les corresponde a los
gobiernos de los países en los que vive la mitad más pobre de la población.
Pero estos gobiernos también son pobres”. ¿Cómo analiza la gestión de los
gobiernos de Nicaragua y Venezuela en Latinoamérica?
Son
ejemplos de gobiernos bastante corruptos. Están muy lejos de tener políticas
justas, incluso dentro de las limitaciones de sus medios. En ambos países, el
gobierno podría tener políticas mucho mejores, acuerdos institucionales. El
sufrimiento de la población es evitable, incluso dentro del contexto altamente
injusto de nuestro régimen institucional global. Pero siempre añadiría que los
medios de estos países están significativamente limitados por los injustos
acuerdos institucionales globales. También, la corrupción de estos dos
gobiernos está facilitada por estos acuerdos. Estos gobiernos usan los mismos
paraísos fiscales, las mismas jurisdicciones secretas, para mover dinero,
robarlo. Es el mismo que utilizan las grandes corporaciones y los individuos
ricos en los países más ricos.
¿Hay algo en la ideología que lleve a los
populismos hacia la corrupción?
No soy
amigo del populismo, pero no estoy seguro de que los regímenes populistas sean
sistemáticamente más corruptos. La corrupción es un peligro en todas partes. La
gente tiene tendencia a aprovechar las oportunidades de corromperse. Y la forma
de frenar la corrupción y suprimirla es institucional. Se necesitan mecanismos
institucionales de transparencia. También se necesita una ciudadanía vigilante,
que no tolere la corrupción, que se movilice contra ella, que dificulte que
alguien continúe en un puesto de autoridad si se descubriera su corrupción.
Su doctorado fue en la Universidad de Harvard
bajo la supervisión de John Rawls. ¿Cómo fue ese vínculo?
Hoy el
mundo es menos ético que el que había en la época en que estuve en Harvard.
Estuve allí a finales de los ‘70 y principios de los ‘80. Tras la guerra de
Vietnam, había gran interés por la política exterior y por restablecer el papel
de liderazgo de Estados Unidos. Se discutía, como potencia líder en el mundo,
como país más poderoso, la responsabilidad de actuar moralmente en nuestra
política exterior y de apoyar los derechos humanos. De respetarlos. Fue una
época en la que la gente estaba interesada en cuestiones de justicia. Parecía
que las ideas de John Rawls podrían darle forma al futuro, ser ideas centrales
para el desarrollo del país. Pero sucedió lo contrario. Estados Unidos en ese
momento era potencialmente receptivo a las ideas de Rawls, se movió exactamente
en la dirección opuesta. Ronald Reagan fue elegido, y lo primero que hizo fue
decir “no más derechos humanos en América Latina. No nos preocupan más. Solo
queremos amigos en la región”. Les dijo a los gobiernos de Latinoamérica que no
tenían que preocuparse de que Estados Unidos les respire en la nuca y les diga
que sean amables y respeten los derechos y los principios democráticos. Eso fue
de la mano de un cambio interno. Reagan y la gente que lo rodeaba estaban
haciendo el país mucho más desigual. Reducían los impuestos a las corporaciones
y a los individuos ricos; también cambiaron el sistema político y judicial, en
dirección de una mayor influencia para las elites. Estamos muy lejos del tipo
de políticas que Rawls hubiera favorecido. Las políticas que Estados Unidos
defiende en el mundo son mucho más injustas que en los años ‘70.
A casi cincuenta años de la publicación de
“Teoría de la justicia”, ¿tenemos una visión diferente de los aportes de Rawls?
¿Por qué se lo criticó desde la izquierda más extrema y desde el pensamiento
libertario? ¿El velo de la ignorancia sigue siendo un paradigma para comprender
la organización de las sociedades?
Se cumplen
cincuenta años de la publicación del libro. Fue criticado por la izquierda,
básicamente porque decían que apoyaba o aceptaba el capitalismo. Él llama a eso
una democracia de propiedad, es básicamente un sistema en el que el capitalismo
prevalece, los medios de producción son de propiedad privada, pero los ingresos
y la riqueza se distribuyen de manera más equitativa. Pero sobre todo las
ventajas que la gente tiene desde el nacimiento están muy disminuidas. Lo que
él quería es que cada niño que creciera tuviera un comienzo razonable y contara
con oportunidades razonablemente iguales para aprender, encontrar una carrera y
prosperar. Si podemos hacer estos cambios, hacer que los ingresos y la riqueza
sean más iguales, que las oportunidades educativas sean más iguales, entonces
una sociedad capitalista está bien. Desde la derecha también se lo criticó por
motivos mayormente libertarios, diciendo que quería un Estado demasiado fuerte
y redistributivo. El planteo era que debía mantenerse la competencia, pese a
que se conserven las desigualdades.
¿Cuál es el vínculo posible y deseable entre
ética y derecho? ¿Hay alguna conexión o son campos independientes de pensamiento?
Hay
conexiones diferentes. Una es que la ética o, en términos generales, lo que yo
llamaría justicia, es un control de la ley. La ley, por supuesto, tiene
autoridad, pero está sujeta a la crítica. Las propias leyes son a menudo
injustas. En mi país, Alemania, el mejor ejemplo es el período nazi. Ocurrieron
cosas terribles de acuerdo con leyes realmente injustas. Las leyes eran
escandalosamente injustas. Hoy, tanto en el ámbito nacional como en el
internacional, tenemos una injusticia significativa codificada en la ley.
Escrita en la ley. Es una relación entre ética y derecho. La ética es un
complemento del derecho. La ley no puede hacerlo todo, no puede llegar a todos
los elementos de nuestras vidas e instruirnos completamente sobre cómo actuar,
por ejemplo, en nuestra vida familiar. Sería terrible que la ley hurgara en la
familia y nos diera reglas muy detalladas sobre cómo tenemos que interactuar
con nuestros hijos y nuestros cónyuges. Son asuntos de ética en los que no
queremos que la ley se inmiscuya, pero eso no significa que se pueda hacer lo
que se quiera. La ética es aquí una directriz más suave, pero muy firme, sobre
cómo comportarse en las relaciones interpersonales, en la familia, en el
círculo de amistades, en el trabajo, en la vida profesional. No puede regular
todas estas cosas. La ética complementa y se suma a las restricciones legales.
¿Cómo se constituye una universalidad racional
para el derecho? ¿La “Crítica de la razón práctica” de Immanuel Kant sería la
base?
El
imperativo categórico kantiano es, en primer lugar, una pieza de ética. Es algo
que nos imponemos a nosotros mismos. Se supone que solo adoptaremos las máximas
de las que podamos disponer y que estarán disponibles para todos los demás
también. Kant utiliza un modelo similar para pensar en la ley. Piensa que debe
ser universal de manera similar, de modo que la ley debe dar los mismos
derechos y deberes a todos. Todos deben tener el mismo tipo de oportunidades,
los mismos derechos, las mismas libertades y también los mismos deberes. Pero
esta es una condición muy débil que es compatible con una enorme desigualdad.
No creo que la universalidad en términos de diseño de la ley nos lleve muy
lejos. Es un déficit del pensamiento de Kant. Creo que no entendió lo
suficiente y no pensó lo suficiente sobre los acuerdos económicos y lo
importantes que son. Para él, se puede tener gente con igualdad de derechos,
por ejemplo, para comprar y vender, para celebrar contratos, pero, por
supuesto, este tipo de desigualdad es compatible con una enorme desigualdad de
ingresos y riqueza. Enorme desigualdad, que se genera también en el estatus, en
el respeto y el reconocimiento de que gozan las personas dentro de su sociedad.
Lo reconoce implícitamente cuando dice que los sirvientes y quienes no tienen su
propio negocio no deberían votar. Es algo terrible. Esta universalidad que
respalda es demasiado débil para salir adelante, para la igualdad sustantiva
que necesitamos en una sociedad democrática.
Un trabajo de Kant tiene el siguiente título:
“Replanteamiento de la pregunta sobre si el género humano se halla en constante
progreso hacia lo mejor”. ¿Usted se hace esa pregunta?
Si
observamos a toda la humanidad, probablemente hayamos alcanzado un punto álgido
en el período de la Ilustración. Fue el período en el que vivió Kant. Fue un
período de gran esperanza, en el que la gente se tomaba muy en serio la
moralidad. Decían que era muy importante que descubriéramos lo que es correcto
y justo y que hiciéramos que nuestra sociedad y el mundo en general se ajustaran
a ello. Hoy estamos muy lejos de esa mentalidad. Hoy cuando la gente piensa en
derechos, justicia y moralidad, en su mayoría los conciben como herramientas
para promover sus propios intereses. Prima el interés personal. Se convirtieron
en herramientas en un juego competitivo donde todo el mundo intenta lograr sus
propios propósitos individuales. La religión se desvaneció, la moralidad se ha
desvanecido de la escena. El efecto es una desigualdad creciente. Las personas
aventajadas tienen mejores oportunidades para cambiar las reglas a su favor.
Cuentan con más experiencia, tienen más poder de negociación. Intentan
manipular y cambiar las reglas del juego en su propio beneficio.
La Ilustración fue el momento de mayor aumento
de la riqueza en la humanidad. ¿Qué relación existe entre la Ilustración y las
evoluciones como la que constituyó la imprenta?
La prensa
fue en la Ilustración temprana. Fue un factor importante para difundir la
información a un mayor número de personas. Fue algo que preocupaba a muchos
pensadores de la Ilustración. Querían que más personas participaran en la
reflexión colectiva sobre la justicia y el bien común. Hubo varias cosas que
sucedieron. Hubo el paso a la lengua vernácula. En lugar de que la gente culta
conversara en latín con los demás, la gente escribía en su lengua materna, en
alemán y en francés. Kant, por ejemplo, en su disertación inaugural todavía
escribía en latín. Gottfried Wilhelm Leibniz escribió muchas de sus obras en
latín, pero luego escribió cosas en alemán. Surgió un público educado de la
clase burguesa, interesado en leer y participar en las discusiones sobre el
bien común o cómo debería organizarse el Estado. Y eso, por supuesto, está
relacionado con la Revolución Francesa y el cambio de la Europa de las monarquías
a la Europa de las repúblicas democráticas.