El lingüista,
filósofo y politólogo estadounidense Noam Chomsky (1928), profesor emérito del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), fue invitado a participar en el “Seminario
Internacional sobre Resolución de Conflictos en el marco del Derecho Internacional
ante la invasión de Ucrania”, organizado por la Universidad Carlos III de
Madrid. En su conferencia, realizada el 30 de marzo pasado, analizó las reglas
que caracterizan el derecho internacional, los antecedentes de Estados Unidos
en el mundo en general y en Ucrania en particular, y la necesidad de
movilizarse para conseguir una salida diplomática al conflicto, la única
posible si se tiene en cuenta la posible escalada hacia un holocausto nuclear. Entre
otras cosas, Chomsky aseveró que Estados Unidos es quien lleva dominando la sociedad
mundial desde la Segunda Guerra Mundial, reemplazando al Reino Unido y Francia,
adoptando las políticas de sus antecesores: desdén absoluto por el derecho
internacional, tanto de palabra como de hecho. “Un ejemplo verdaderamente
aterrador es Afganistán -afirmó-. Millones de personas literalmente se
enfrentan a la inanición, una tragedia colosal. Hay comida en los mercados,
pero con todos sus fondos bloqueados en los bancos internacionales, la gente
con poco dinero tiene que ver cómo sus hijos mueren de hambre. ¿Qué podemos
hacer? No es ningún secreto: presionar al gobierno de los Estados Unidos para
que libere los fondos de Afganistán, custodiados en bancos de Nueva York para
castigar a los pobres afganos por osar resistirse a los veinte años de guerra
de Washington. La excusa oficial es aún más vergonzosa: los Estados Unidos
deben retener los fondos de los afganos hambrientos por si los estadounidenses
quieren resarcirse por los crímenes del 11-S de los que los afganos no son
responsables. Los talibanes ofrecieron su total rendición, lo que habría
implicado entregar a los sospechosos de Al-Qaeda, pero Estados Unidos respondió
rotundamente que ‘no negociamos rendiciones’”.
Otro caso
es el que la ONU describió como la peor crisis humanitaria del mundo: Yemen. “El
número oficial de víctimas -continúa Chomsky- alcanzó el año pasado las 370.000
personas. El número real no se conoce. El país, destrozado, se enfrenta a la
hambruna generalizada. Arabia Saudita, la principal culpable, ha ido
intensificando el bloqueo al único puerto que se usa para la importación de
alimentos y combustible. Las fuerzas aéreas saudíes no pueden funcionar sin
aviones, formación, inteligencia o repuestos estadounidenses. Una orden de Estados
Unidos salvaría cientos de miles de niños de una muerte de hambre inminente. El
Reino Unido y otras potencias occidentales también participan del crimen, pero
Estados Unidos está muy adelante. Como poder hegemónico mundial está al frente
de la desgracia”.
“Según las
encuestas -agregó Chomsky-, más de un tercio de los estadounidenses están a
favor de tomar medidas militares en Ucrania aunque esté en juego la guerra
nuclear con Rusia. Eso significa que más de un tercio de los estadounidenses
obviamente no tienen la menor idea de lo que significa un conflicto nuclear y
escuchan proclamas heroicas en el Congreso y los medios sobre crear una zona de
exclusión aérea, algo que hasta ahora está evitando el Pentágono porque
entiende que eso requeriría destruir instalaciones antiaéreas en Rusia y,
probablemente, pasar a una guerra nuclear. Dejando de lado esta locura, resulta
obvio para cualquiera que tenga un cerebro funcionando que, nos guste o no,
habrá que ofrecer a Putin algún tipo de salida, al menos si nos preocupa algo
el destino de los ucranianos y del mundo. Desafortunadamente, parece que los
atrevidos y descerebrados imitadores de Winston Churchill son más atractivos
que preocuparse por las víctimas de Ucrania y más allá. ¿Qué podemos hacer? La
única opción es trabajar con fuerzo educando, organizando y realizando acciones
que consigan comunicar las amenazas que enfrentamos y movilizar al conjunto. No
es una tarea sencilla. Pero es necesaria para sobrevivir”.
Noam
Chomsky es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente
por su compromiso político. Es autor de más de medio centenar de obras entre las
que se pueden mencionar “Class warfare” (Lucha de clases), “Propaganda and the
public mind” (La propaganda y la opinión pública), “Failed states. The abuse of power and the assault on democracy” (Estados fallidos. El abuso de poder y el
ataque a la democracia) y el reciente “Climate crisis and the global Green New
Deal. The political economy of saving the planet” (Crisis climática y el Green
New Deal global. La economía política para salvar el planeta). Lo que sigue es
la entrevista que concediera a C. J. Polichroniou publicada en el portal de
noticias “Truthout” el pasado 4 de abril. En ella, el prestigioso intelectual
estadounidense reflexiona sobre las causas y consecuencias de la guerra en
Ucrania.
Ya llevamos más de un mes de guerra en Ucrania y
las conversaciones de paz se han estancado. De hecho, Putin está subiendo el
nivel de violencia mientras Occidente aumenta la ayuda militar a Ucrania. En
una entrevista anterior, usted comparó la invasión rusa de Ucrania con la
invasión nazi de Polonia. ¿La estrategia de Putin está entonces sacada del
mismo manual que usó Hitler? ¿Quiere ocupar toda Ucrania? ¿Intenta reconstruir
el imperio ruso? ¿Es este el motivo por el que se han estancado las
negociaciones de paz?
Hay muy
poca información creíble sobre las negociaciones. Algunas de las informaciones
que se filtran parecen ligeramente optimistas. Hay buenas razones para suponer
que si Estados Unidos aceptara participar seriamente con un programa
constructivo, las posibilidades de poner fin al horror aumentarían. Cuál sería
ese programa constructivo, al menos en líneas generales, no es ningún secreto.
El elemento principal es el compromiso de neutralidad de Ucrania: no pertenecer
a una alianza militar hostil, no albergar armas dirigidas a Rusia (incluso las
llamadas engañosamente “defensivas”), no realizar maniobras militares con
fuerzas militares hostiles. Difícilmente puede considerarse algo inédito en
asuntos internacionales, incluso donde no existe nada formal. Todo el mundo
entiende que México no puede unirse a una alianza militar dirigida por China,
emplazar armas chinas dirigidas a Estados Unidos y realizar maniobras militares
con el Ejército Popular de Liberación. En resumen, un programa constructivo
sería todo lo contrario a la Declaración Conjunta sobre la Asociación
Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania firmada por la Casa Blanca el 1 de
septiembre de 2021. Este documento, que tuvo poca repercusión, declaraba
enérgicamente que la puerta de Ucrania para entrar en la Organización del
Tratado del Atlántico Norte estaba abierta de par en par. También había “finalizado
un Marco Estratégico de Defensa que crea una base para la mejora de la cooperación
estratégica en materia de defensa y seguridad entre Estados Unidos y Ucrania”,
proporcionando a Ucrania armas avanzadas antitanque y de otro tipo, junto con
un “sólido programa de entrenamiento y ejercicios acorde con el estatus de
Ucrania como Socio de Oportunidades Mejoradas de la OTAN”. La declaración fue
otro ejercicio intencionado de meter el dedo en la llaga. Es otra contribución
a un proceso que la OTAN (es decir, Washington) ha estado perfeccionando desde
que Bill Clinton violó en 1998 la firme promesa de George H.W. Bush de no
ampliar la OTAN hacia el Este, una decisión que suscitó fuertes advertencias de
diplomáticos de alto nivel como George Kennan, Henry Kissinger, Jack Matlock, el
actual director de la CIA William Burns y muchos otros, y que llevó al
secretario de Defensa William Perry a estar a punto de dimitir en señal de
protesta, al que se unió una larga lista de otros con los ojos abiertos. Eso,
por supuesto, además de las acciones agresivas que golpearon directamente las
preocupaciones de Rusia (Serbia, Irak, Libia y crímenes menores), llevadas a
cabo de tal manera que se maximizara la humillación. No requiere demasiado
empeño sospechar de que la declaración conjunta fue un factor que indujo a
Putin y al estrecho círculo de “hombres duros” que lo rodean a decidir
intensificar su movilización anual de fuerzas en la frontera ucraniana, en un
esfuerzo por ganar algo de atención hacia sus preocupaciones en seguridad, en
este caso sobre la agresión criminal directa que, de hecho, podemos comparar
con la invasión nazi de Polonia en combinación con Stalin. La neutralización de
Ucrania es el elemento principal de un programa constructivo, pero hay más.
Debería haber movimientos hacia algún tipo de acuerdo federal para Ucrania que
implique un grado de autonomía para la región del Donbass, siguiendo las líneas
generales de lo que queda de Minsk II. De nuevo, esto no sería nada nuevo en
asuntos internacionales. No hay dos casos idénticos y ningún ejemplo real se
acerca a la perfección, pero existen estructuras federales en Suiza y Bélgica,
entre otros casos, e incluso en Estados Unidos hasta cierto punto. Unos
esfuerzos diplomáticos serios podrían encontrar una solución a este problema, o
al menos contener las llamas. Y las llamas son reales. Se calcula que unas
15.000 personas han muerto en el conflicto de esta región desde 2014. Eso deja
de lado Crimea. En cuanto a Crimea, Occidente tiene dos opciones. Una es
reconocer que la anexión rusa es simplemente un hecho por ahora, irreversible
sin acciones que destruirían Ucrania y posiblemente mucho más. La otra es
ignorar las muy probables consecuencias y hacer gestos heroicos sobre cómo
Estados Unidos “nunca reconocerá la supuesta anexión de Crimea por parte de
Rusia”, como proclama la declaración conjunta, acompañada de muchos
pronunciamientos elocuentes de otros que están dispuestos a condenar a Ucrania
a una catástrofe total mientras hacen propaganda sobre su valentía. Nos guste o
no, esas son las opciones. ¿Quiere Putin ocupar toda Ucrania y reconstruir el
imperio ruso? Sus objetivos anunciados, principalmente la neutralización, son
bastante diferentes, incluida su declaración de que sería una locura intentar
reconstruir la antigua Unión Soviética, pero puede que tuviera algo así en
mente. Si es así, es difícil imaginar lo que él y su círculo siguen haciendo.
Para Rusia, ocupar Ucrania haría que su experiencia en Afganistán pareciera un
picnic en el parque. A estas alturas eso está muy claro. Putin tiene la
capacidad militar -y a juzgar por Chechenia y otras escapadas, la capacidad
moral- para dejar a Ucrania en ruinas. Eso significaría que no hay ocupación,
no hay imperio ruso y no hay más Putin. Nuestros ojos se centran, con razón, en
los crecientes horrores de la invasión de Ucrania por parte de Putin. Sin
embargo, sería un error olvidar que la declaración conjunta es sólo uno de los
placeres que la mente imperial está conjurando en silencio. Hace unas semanas
hablamos de la Ley de Autorización de Defensa Nacional del presidente Biden,
tan poco conocida como la declaración conjunta. Este brillante documento aboga
por “una cadena ininterrumpida de estados centinela armados por Estados Unidos
-que se extienden desde Japón y Corea del Sur en el norte del Pacífico hasta
Australia, Filipinas, Tailandia y Singapur en el sur y la India en el flanco
oriental de China”- destinada a rodear a China, incluyendo a Taiwán “de forma
bastante ominosa”. Cabe preguntarse cómo sienta a China el hecho de que, según
se informa, el comando Indo-Pacífico de Estados Unidos esté planeando mejorar
el cerco, duplicando su gasto en el año fiscal 2022, en parte para desarrollar
“una red de misiles de ataque de precisión a lo largo de la llamada primera
cadena de islas”. Para la defensa, por supuesto, por lo que el gobierno chino no
tiene motivos de preocupación.
Hay pocas dudas de que la agresión de Putin
contra Ucrania no cumple con la teoría de la guerra justa, y que la OTAN
también es moralmente responsable de la crisis. Pero, ¿qué pasa con el hecho de
que Ucrania arme a los civiles para luchar contra los invasores? ¿No está esto
moralmente justificado por los mismos motivos que la resistencia contra los
nazis?
La teoría
de la guerra justa, lamentablemente, tiene tanta relevancia en el mundo real
como la “intervención humanitaria”, la “responsabilidad de proteger” o la “defensa
de la democracia”. A primera vista, parece una obviedad que un pueblo en armas
tiene derecho a defenderse de un agresor brutal. Pero, como siempre en este
triste mundo, surgen preguntas cuando se piensa un poco en ello. Por ejemplo,
la resistencia contra los nazis. Difícilmente podría haber habido una causa más
noble. Uno puede ciertamente entender y simpatizar con los motivos de Herschel
Grynszpan cuando asesinó a un diplomático alemán en 1938; o los partisanos
entrenados por los británicos que asesinaron al asesino nazi Reinhard Heydrich
en mayo de 1942. Y uno puede admirar su coraje y su pasión por la justicia, sin
reservas. Sin embargo, ese no es el final de la historia. El primero
proporcionó a los nazis el pretexto para las atrocidades de la “Noche de los
Cristales” e impulsó el programa nazi hacia sus horribles consecuencias. El
segundo condujo a las impactantes masacres de Lidice. Los acontecimientos
tienen consecuencias. Los inocentes sufren, quizás terriblemente. Estas
cuestiones no pueden evitarse por personas con un mínimo sentido moral. Las
preguntas no pueden dejar de surgir cuando consideramos si armar y cómo a
aquellos que se resisten valientemente a la agresión asesina. Eso es lo de menos.
En el caso que nos ocupa, también tenemos que preguntarnos qué riesgos estamos
dispuestos a asumir respecto a una guerra nuclear, que no sólo supondrá el fin
de Ucrania, sino mucho más allá, hasta lo verdaderamente impensable. No es
alentador que más de un tercio de los estadounidenses esté a favor de emprender
una acción militar en Ucrania aunque se arriesgue a un conflicto nuclear con
Rusia, tal vez inspirados por comentaristas y líderes políticos que deberían
pensárselo dos veces antes de hacer sus imitaciones de Winston Churchill. Tal
vez se puedan encontrar formas de proporcionar las armas necesarias a los
defensores de Ucrania para repeler a los agresores, evitando al mismo tiempo
las graves consecuencias. Pero no debemos engañarnos creyendo que se trata de
un asunto sencillo, que se resuelve con pronunciamientos audaces.
¿Sería más exacto decir que la crisis fronteriza
entre Rusia y Ucrania se deriva en realidad de la intransigente posición de los
Estados Unidos sobre la pertenencia de Ucrania a la OTAN?
Las
tensiones en torno a Ucrania son extremadamente graves, con la concentración de
fuerzas militares de Rusia en las fronteras de Ucrania. La postura rusa lleva
siendo bastante explícita desde hace tiempo. El ministro de Asuntos Exteriores,
Sergei Lavrov, la expuso claramente en su conferencia de prensa en las Naciones
Unidas: “La cuestión principal estriba en nuestra clara postura sobre lo
inadmisible de una mayor expansión de la OTAN hacia el Este y el despliegue de
armas de ataque que podrían amenazar el territorio de la Federación Rusa”. Lo
mismo reiteró poco después Putin, como ya había dicho a menudo con
anterioridad. Hay una forma sencilla de abordar el despliegue de armas de
Estados Unidos: no desplegarlas. No hay justificación para hacerlo. Estados
Unidos puede alegar que son defensivas, pero Rusia no lo ve así, y con razón. La
cuestión de una mayor expansión es más compleja. Se remonta a más de treinta
años atrás, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se estaba
derrumbando. Hubo amplias negociaciones entre Rusia, los Estados Unidos y
Alemania. La cuestión central era la unificación alemana. Se presentaron dos
visiones. El líder soviético Mijail Gorbachov propuso un sistema de seguridad
euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados
Unidos lo rechazó: la OTAN permanece, y el Pacto de Varsovia de Rusia
desaparece.
¿Prevé usted una evolución política dramática
dentro de Rusia si la guerra dura mucho más tiempo o si los ucranianos resisten
incluso después de que hayan terminado las batallas formales? Al fin y al cabo,
la economía rusa ya está asediada y podría acabar con un colapso económico sin
parangón en la historia reciente.
No sé lo
suficiente sobre Rusia ni siquiera para aventurar una conjetura. Una persona
que sí sabe lo suficiente como para “especular” -y sólo eso, como nos recuerda-
es Anatol Lieven, cuyas ideas han sido una guía muy útil en todo momento.
Considera muy poco probable que se produzcan “acontecimientos políticos
dramáticos” debido a la naturaleza de la dura cleptocracia que Putin ha
construido cuidadosamente. Entre las conjeturas más optimistas, “el escenario
más probable -escribe Lieven- es una especie de semi-golpe, que en su mayor
parte nunca se hará público, por el que Putin y sus colaboradores inmediatos
dimitirán ‘voluntariamente’ a cambio de garantías de su inmunidad personal
frente a la detención y de la riqueza de su familia. Quién sucedería como
presidente en estas circunstancias es una cuestión totalmente abierta”. Y no es
necesariamente una cuestión agradable de considerar.
El presidente ucraniano Volodímir Zelenski
condenó la decisión de la OTAN de no cerrar el cielo de Ucrania. Una reacción
comprensible dada la catástrofe causada a su país por las fuerzas armadas
rusas, pero ¿no sería la declaración de una zona de exclusión aérea un paso más
hacia la Tercera Guerra Mundial?
Como usted
dice, la petición de Zelenski es comprensible. Responder a ella llevaría muy
probablemente a la obliteración de Ucrania y mucho más allá. El hecho de que
incluso se discuta en Estados Unidos es asombroso. La idea es una locura. Una
zona de exclusión aérea significa que las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos no
sólo atacarían aviones rusos, sino que también bombardearían instalaciones
terrestres rusas que proporcionan apoyo antiaéreo a las fuerzas rusas, con los
consiguientes “daños colaterales”. ¿Es tan difícil comprender las
consecuencias?