14 de septiembre de 2023

Intervencionismo de Estados Unidos en Latinoamérica. Una secuencia nefasta

1º parte: El “descubrimiento” de América

El objetivo esencial de la época de los grandes descubrimientos geográficos hacia el final de la Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna consistió en llegar a la India. Los pueblos peninsulares, España y Portugal, se colocaron resueltamente a la cabeza del movimiento. Portugal se lanzó a la empresa por la ruta del Este circunnavegando África en una expedición capitaneada por Bartolomeu Dias (1450-1500) que llegó hasta unos pocos kilómetros más allá del cabo de Buena Esperanza en 1486. Doce años después, sería Vasco de Gama (1469-1524) quien llegaría con su flota hasta la India. En tanto España, con Cristóbal Colón  (1451-1506), lo hizo por la ruta del Oeste y su viaje en 1492 implicó el hallazgo del continente americano. Alcanzó a realizar otros tres, en el transcurso de los cuales amplió sus descubrimientos en el ámbito de Centroamérica y murió creyendo que había llegado a las “Indias” sin sospechar que se trataba de un continente desconocido por los europeos.


A raíz de estas expediciones se generó un conflicto de intereses que problematizó las relaciones hispano-portuguesas, el cual sería resuelto en 1494 tras la firma del Tratado de Tordesillas entre los representantes del Reino Unido de Castilla y León y los del rey de Portugal. El mismo estableció la división del mundo en dos hemisferios: el oriental, portugués, y el occidental, español. La línea de demarcación entre ambos quedó fijada a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. Fueron muchos los viajes realizados por los conquistadores españoles por el Caribe y las costas septentrionales de América del Sur, entre ellos el de Alonso de Ojeda (1468-1515), el de Rodrigo de Bastidas (1475-1527), el de Diego de Nicuesa (1478-1511) y el de Américo Vespucio (1454-1512). Como homenaje a este último, en 1507 el geógrafo y cartógrafo alemán Martin Waldseemüller (1470-1520), en su “Cosmographiae introductio”  (Introducción a la cosmografía), le dio el nombre de América al continente descubierto por los exploradores españoles.
En 1513 Vasco Núñez de Balboa (1475-1519) atravesó el istmo de Panamá y descubrió el océano Pacífico. Inmediatamente comenzó la búsqueda de un paso que comunicara el Atlántico con el Pacífico por el sur de América. Fernando de Magallanes (1480-1521) lo conseguiría en 1520, al descubrir el estrecho que sería bautizado con su nombre. La Corona de España inició rápidamente la colonización del Nuevo Mundo. Así, la expedición de Nicolás de Ovando y Cáceres (1451-1511) en 1502 marcó el comienzo de la población de las Antillas, lo que sería el origen del imperio español en América. Los primeros colonos españoles explotaron yacimientos auríferos y ensayaron el cultivo de la caña de azúcar. Luego llegaría la conquista del Imperio Azteca en México a manos de Hernán Cortés (1485-1547) en 1519, y la del Imperio Inca en Perú a manos de Francisco Pizarro (1478-1541) en 1536.


Los excesos de los colonos suscitaron una reacción humanitaria por parte de varios frailes dominicos entre ellos Antonio de Montesinos (1475-1540), Pedro de Córdoba (1482-1521) y sobre todo Bartolomé de las Casas (1474-1566), quien en 1552 publicó una serie de escritos críticos entre los que se incluía la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, en la que denunció con amplitud los abusos de la colonización española. En uno de sus capítulos escribió: “La causa porque han muerto y destruido tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos; por la insaciable codicia y ambición que han tenido, que ha sido la mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices y tan ricas, y las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas (…) Nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que recibieron de ellos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones”.
Sin embargo, a pesar de estas terribles denuncias, ciertamente la destrucción de los pueblos indígenas se realizó al amparo de una espesa cobertura de religiosidad. La conquista y colonización de América del Norte fue presentada durante años como una cruzada de evangelización, pero detrás del moralismo y la religiosidad estaba el engaño, ya que los conquistadores consideraban que los indios eran monstruos de depravación, por lo que era necesario aniquilarlos. Fueron muchas las grandes tribus masacradas por los “civilizadores”, entre las más afectadas pueden mencionarse a los apaches, los cheroquis, los cheyenes, los chickasaw, los seminolas y los sioux. Si éstos no se resistían a la ocupación, eran obligados a entregar sus tierras originales ya que los “evangelizadores” buscaban conseguir nuevas tierras para el cultivo y el ganado o apoderarse de las tierras de las naciones indias para poder obtener oro. Cuando los ingleses comenzaron la conquista de América del Norte la población nativa se estimaba en torno a los 12 millones de personas. En 1900, cuando Estados Unidos cerró sus fronteras sólo quedaban entre 300 y 250 mil indios norteamericanos.


En la segunda mitad del siglo XVI las relaciones entre Inglaterra y España eran muy tensas. No sólo contendían por las circunstancias económicas que implicaban la conquista del territorio americano sino también por cuestiones religiosas: el protestantismo inglés se enfrentaba al catolicismo español. En medio de ese ámbito, entre 1577 y 1580 Francis Drake (1540-1596), un pirata, explorador y comerciante de esclavos inglés, con cinco naves y poco más de cien hombres rodeó el estrecho de Magallanes, apresó y despojó a los barcos españoles cargados de tesoros a lo largo de las costas chilenas y peruanas. Poco después Gran Bretaña daría un golpe decisivo con el que afirmó definitivamente su poderío naval al infligir una derrota a España al atacar y destruir gran parte de la flota de la Armada española anclada en la bahía de Cádiz. A partir de ese momento se lanzó a la conquista del Nuevo Mundo, donde estableció colonias azucareras en las Antillas y participó activamente en el tráfico de esclavos de África. Simultáneamente, instaló entre 1607 y 1713 quince colonias en América del Norte, dos de las cuales formarían años después parte de Canadá.
“La más extraordinaria epopeya de la historia humana”, tal como la denominó el historiador e hispanista francés Pierre Vilar (1906-2003) en su “Historia de España”, se extendió luego hacia los actuales territorios estadounidenses de Arizona, California, Florida, Nevada, Nuevo México, Texas, Utah y parte de Colorado, Kansas, Oklahoma y Wyoming. En sus exploraciones por el Océano Pacífico los españoles llegarían a alcanzar las costas de Canadá, en tanto que por el Atlántico permitieron que los ingleses se establecieran en las costas norteamericanas justo a la altura de España. En la costa del actual estado de Virginia ellos construyeron un fuerte al que llamaron Jamestown, lo que constituyó el primer asentamiento estable de los británicos en el Nuevo Mundo. En los años siguientes el imperio de Inglaterra en América se fue expandiendo gradualmente hacia el Oeste mediante guerras y conquistas, y fundando nuevas colonias. Así, hacia 1760 Inglaterra logró convertirse en dueña de una buena parte de América del Norte.
Cuarenta años más tarde, a comienzos del siglo XIX, comenzaron los pronunciamientos independentistas de los países de Latinoamérica, territorios que, por entonces, estaban mayoritariamente bajo el dominio de España, y en menor medida de Portugal y Francia. Fue un largo proceso revolucionario en el cual se destacaron, entre muchos otros, notables personajes como Micaela Bastidas (1744-1781), Miguel Hidalgo (1753-1811), José Gervasio Artigas (1764-1850), Camilo Torres (1766-1816), Manuel Belgrano (1770-1820), Bernardo O'Higgins (1778-1842), José de San Martín (1778-1850), Juana Azurduy (1780-1862), Simón Bolívar (1783-1830), Macacha Güemes (1787-1866), Antonio José de Sucre (1795-1830), Manuela Sáenz (1797-1856) y José Martí (1853-1895).


Mientras tanto, al norte del Río Grande Estados Unidos -guerra de por medio-había declarado su independencia del Imperio Británico en 1776. La colonización inglesa en América había comenzado más tarde que la española y la portuguesa. Distintas lenguas las diferenciaban, pero si hubo algo en que se asemejaron fue en el exterminio de los pueblos originarios ya que eran unas “tribus degeneradas, ignorantes y salvajes”, unas “razas inferiores” que habitaban territorios que “en virtud del descubrimiento” por parte de “las naciones civilizadas”, debían ser “renovadas y reorganizadas” para cumplir una ley de la naturaleza. En otras palabras, someterlas, explotarlas o aniquilarlas. La esencia del pensamiento de las primeras camadas de colonos ingleses que llegaron a América del Norte consistía en que ese “nuevo mundo” que se les ofrecía y al que habían llegado, era la “tierra prometida” donde cumplirían la misión encomendada por Dios.
Ya desde el siglo XVI la posibilidad de hacer viajes trasatlánticos había impulsado a España, Francia, Holanda, Portugal e Inglaterra a colonizar territorios en América. Debido a la enorme transformación tecnológica que produjo la Revolución Industrial, desde finales del siglo XVIII los colonizadores ya no sólo buscaban metales preciosos como el oro y la plata, sino también las materias primas necesarias para los nuevos procesos de producción, sobre todo las vinculadas a las industrias siderúrgica y textil. Debido a que las diezmadas poblaciones aborígenes no eran suficientes para las tareas agrícolas y mineras necesarias para el sostén económico de las nacientes colonias europeas, se inició el traslado forzoso de esclavos africanos para llevar adelante la explotación de los diversos bienes económicos que abundaban en América además del oro y la plata: carbón, cobre, estaño, sales, diversos minerales y un sin fin de alimentos animales y vegetales.
En Norteamérica, los primeros colonizadores británicos desembarcaron en 1607, y doce años después llegó el primer cargamento de esclavos. Los colonos del Norte buscaban metales preciosos o materias primas pero se encontraron con un inmenso territorio de tierras y selvas vírgenes, por lo que centraron sus actividades en la industria marítima. Los bosques les proveyeron roble para maderas y tablones, pino para mástiles, resinas para la obtención de trementina y alquitrán, cáñamo para la fabricación de cuerdas y había minas de hierro para fabricar anclas y cadenas. Montaron astilleros en los que fabricaron balandras y goletas. Por otro lado proliferaron numerosos pequeños granjeros que mediante el trabajo familiar, se dedicaron a la pequeña agricultura y la industria artesanal, e intercambiaban entre ellos lo que producían.


En cambio los españoles que se radicaron en el Sur encontraron amplios terrenos aptos para la gran producción agrícola, para la cual utilizaban a los esclavos africanos. Esto marcó una diferencia radical entre las colonias del Norte y las del Sur, tanto en lo económico como en la manera de ser de cada una de ellas. Mientras los Estados del Norte tenían una economía diversificada (agricultura, ganadería, industria y comercio), los Estados del Sur, en cambio, poseían una economía basada en la agricultura (cultivo del algodón, la caña de azúcar y el tabaco), una mano de obra formada por esclavos negros y una inclinación a las formas aristocráticas. El Norte estaba poblado por colonos puritanos y cuáqueros que eran acérrimos enemigos de la esclavitud. Por el contrario, el Sur lo estaba por grandes terratenientes y familias aristócratas anglicanas o católicas, defensores de la esclavitud porque les convenía a sus intereses.
De esta manera la cuestión de la esclavitud llegó a convertirse en un verdadero problema nacional y los colonos se dividieron en abolicionistas o esclavistas, una cuestión que se resolvería en una guerra civil, la llamada Guerra de Secesión, que se llevó adelante entre 1861 y 1865 enfrentando a la Unión integrada por veintitrés Estados del Norte y la Confederación integrada por once Estados del Sur. La victoria del Norte en la guerra terminó con la institución de la esclavitud que había dividido al país desde sus inicios y determinó que Estados Unidos dejara de ser el país con más esclavos del mundo aunque continuó subsistente la segregación racial. También implicó la unificación de los Estados Unidos y su afán de encumbrarse en el mundo mediante la expansión territorial y la imposición de un control político y económico sobre otros territorios, esto es, el imperialismo.