8 de octubre de 2025

Un poco de ironía ante las próximas elecciones legislativas en medio de la incertidumbre y la inestabilidad de la economía global

El próximo domingo 26 de octubre se celebran en todo el país las elecciones legislativas nacionales 2025, en las que se renovará la mitad del Congreso de la Nación. Ese día se elegirán veinticuatro senadores nacionales y ciento veintisiete diputados que ocuparán sus bancas en el Parlamento. Dada la proximidad de este evento, ya pueden verse y escucharse en los medios periodísticos numerosas propuestas de parte de los candidatos. Están los que prometen promover la eficiencia, la transparencia, la meritocracia, el esfuerzo personal, el respeto por las normas y la honestidad en la administración de los recursos públicos; los que dicen que van a impulsar proyectos para alcanzar una sociedad pujante y moderna que marque el camino de crecimiento que lleve a los argentinos a sentirse orgullosos de pertenecer a una potencia mundial; los que aseguran que van a impulsar el fortalecimiento de la democracia y el sistema republicano, la consolidación de las instituciones, el respeto a la división de poderes, el desarrollo económico, la independencia de la justicia, la calidad de la educación, la solidaridad social y la felicidad personal de los habitantes de la Argentina; los que manifiestan que van devolverle a la gente un horizonte de esperanza ya que, para los argentinos, la tarea más importante es la capacidad de realización; los que declaran que van a usar trapo y lavandina para terminar con la mugre de la corrupción; los que afirman que buscan el progreso y el desarrollo como realización humana y material en una sociedad donde la ley sea justa para todos; los que garantizan que, con sus leyes, van a lograr una comunidad en donde reine la armonía, la sana convivencia y la seguridad para que la vida y la libertad sean valores supremos…
También están los que, desde las coaliciones de izquierda, hacen propuestas más reformistas y populares, prometiendo romper con el FMI, el Banco Mundial y los demás organismos financieros internacionales; estatizar bajo el control de los trabajadores y usuarios a los laboratorios, droguerías y servicios estratégicos para terminar con los negociados; apoyar a los pequeños productores y chacareros y hacer que los grandes estancieros y las agroexportadoras paguen más retenciones; elevar las jubilaciones y los salarios mínimos hasta cubrir el costo de la canasta familiar; equiparar los salarios de los funcionarios públicos con los de un o una docente; recuperar el petróleo, el gas, la minería y los demás recursos naturales mediante su nacionalización; anular los tarifazos en los servicios públicos; embargar los bienes personales de los culpables de delitos de corrupción; terminar con la burocracia sindical que no defiende a los trabajadores, etc. etc. Proyectos todos ellos que suenan mucho más atractivos que los anteriores, pero que, a simple vista y repasando un poco la historia, tras la irrupción del peronismo como movimiento que representa a los sectores populares, sus ofertas tienen muy poco arraigo en el electorado argentino. Y, además, al igual que los otros candidatos, tampoco dicen como conseguirán implementar todas sus propuestas, las que, a fin de cuentas, no son más que fantasías. Tal vez son como las que Jorge L. Borges (1899-1986) llamaba “fantasías puras” en “Otras inquisiciones”, diciendo que eran “las mejores” porque no buscaban “justificación o moralidad”. En fin, promesas y más promesas.


Pero, de lo que prácticamente nadie habla es de la condición semicolonial que impera en la Argentina, de la influencia de las clases dominantes estrictamente ligadas a los grandes oligopolios, de la especulación financiera, de las empresas que poseen cuentas en paraísos fiscales y fugan divisas al exterior, de la ausencia de un empresariado que impulse el mercado interno y proteja las industrias nacionales… Y claro, tampoco dicen como van a hacer para que, con sus proyectos de leyes, se logre salir de esa aciaga condición. En todas sus promesas, ¿los candidatos están diciendo la verdad? O será como decía el protagonista de “El pozo”, la novela que el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994) publicó en 1939, el que, agotado del envilecimiento de la existencia humana, decía que había “varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos”. Y lo que estos candidatos justamente están haciendo es eso: ocultar la esencia de los acontecimientos. ¿O acaso hablan de la situación por la que está pasando el mundo a raíz de la confrontación entre Estados Unidos y China? Porque, tras estar perdiendo terreno estratégico frente a la potencia oriental, lo que está haciendo el presidente norteamericano es tratar de robustecer su posición en América Latina y el Caribe, endureciendo aún más sus posiciones para tratar de alcanzar un control total sobre esta región e integrarla a su área de influencia. Esto le permitiría acumular la fortaleza que hoy no tiene para confrontar directamente con China, su verdadero objetivo, en la medida que la considera su mayor obstáculo para recuperar el carácter de potencia hegemónica mundial.


El acercamiento de China a América Latina y el Caribe es algo que inquieta desde hace más de diez años a la Casa Blanca, la que ha tomado medidas de diverso tono en los países de la región para tratar de frenar la creciente influencia de Beijing. Porque lo que Estados Unidos está buscando es recuperar esta región como su patio trasero y poder explotar sus riquezas naturales en su propio beneficio. Sin embargo, las políticas del presidente Trump hacia el sur del río Grande, en ocasiones está generando el efecto contrario y no hace más que abrirle nuevas oportunidades al gigante asiático. Por eso las tácticas del presidente neofascista-imperialista se centran en la injerencia en las elecciones regionales para tratar de instalar gobiernos afines, por un lado, y por otro lado ejercer cada vez más una presión económica mediante la aplicación de sanciones, bloqueos financieros y operaciones de desestabilización política en alianza con algunas burguesías locales. ¿Alguno de los candidatos dice en sus propuestas cómo afrontar esta problemática? ¿Alguno dice cómo defender la soberanía e independencia del país? Porque se trata de un combate por la dignidad, por un futuro en el que los argentinos decidan su destino sin imposiciones externas, sin chantajes financieros. Porque es más que evidente que, amparados por los personalismos y los sectarismos de la gran mayoría de la dirigencia política, hoy muchísimos argentinos sufren en su vida diaria las consecuencias del fracaso de la globalización neoliberal y de los cantos de sirena del presidente anarco-capitalista, quien está convirtiendo al país en una nación cada vez más plebeya al imponer una derecha cavernaria sustentada sobre las debilidades tanto de las coaliciones opositoras como las de los ciudadanos.
Ahora bien, ante la proximidad de las elecciones legislativas, al ver y escuchar las promesas sustentadas en frases trilladas y pomposas de todos los candidatos, resulta ineludible recordar las famosas “Aguafuertes porteñas” que el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) publicara semanalmente hace casi un siglo atrás en el diario “El Mundo”. Por entonces la Argentina vivía una situación social marcada por el colapso económico internacional producto de la caída de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1929, y la etapa conocida como “década infame” que comenzó en septiembre de 1930 tras el golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen (1852-1933). Fue un período histórico turbulento en el que prevalecieron el fraude electoral, las intervenciones federales a las provincias, la persecución a los opositores, la tortura a los detenidos políticos y la proliferación de los negociados, situaciones todas ellas generadas por la influencia y participación, en los sucesivos gobiernos fraudulentos, de grupos militares de tendencias fascistas que terminaron de asentarse en 1945 de la mano del general Juan D. Perón (1895-1974) en una variante atenuada pero en definitiva fascistoide.
Fue en ese ambiente que nació “Argentina. Periódico de arte y crítica”, una publicación dirigida por Cayetano Córdova Iturburu (1902-1977) en la cual colaboraron, entre muchos otros, Macedonio Fernandez (1874-1952), Ricardo Güiraldes (1886-1927), Raúl González Tuñón (1905-1974), Ulyses Petit de Murat (1907-1983) y el ya mencionado Roberto Arlt. En un artículo aparecido en el primer número, Córdova Iturburu decía sin ambages: “El espíritu burgués -que en realidad no es otra cosa que carencia de espíritu- es el mal de nuestro país. El mundo sufre en estos momentos las convulsiones de una quiebra. Y la culpa de esa quiebra debe adjudicarse, sin titubeos, al burgués. El burgués ha hecho de la política un negocio, del arte un negocio, de la religión un negocio, de la vida un negocio. El burgués ha convertido la organización social y la estructura económica en una forma de satisfacer sus apetitos con impunidad y ha hecho de las armas y de la religión garantías de su impunidad”. La dureza de este discurso originó que sólo apareciesen tres números de la revista durante los dos primeros años de la “década infame”.
En medio de ese ambiente dominado por la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial, y en el que también participaron activamente algunos sectores del movimiento estudiantil y organizaciones fascistas, el autor de recordadas novelas como “El juguete rabioso”, “Los siete locos” y “Los lanzallamas” publicó la “aguafuerte” titulada “¿Quiere ser usted diputado?”, la que hoy en día, dada la época electoralista que vive la Argentina, tiene una excepcional vigencia. Algunos de los párrafos más sobresalientes de dicha “aguafuerte” decían: “Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: ‘Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre’. La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos eran ‘honestos’. Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta. Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que ‘el país necesita gente honesta’. No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de ‘honradez’. En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un sólo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo que sería de un éxito definitivo”.
El texto del discurso dice así: “Señores: aspiro a ser diputado porque aspiro a robar en grande y a ‘acomodarme’ mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino ‘evolutivamente’. Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un plato de lentejas, créanlo... prefiero ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado. Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar”.
Y agregó: “Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ‘ipso facto’ a mi candidatura... Piénsenlo, aunque sea un minuto señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo, verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina... Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia. Señores... con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República”.
Si bien este irónico texto fue escrito en la década del ’30 del siglo pasado, es notoria su vigencia en la actualidad. Es imprescindible para los argentinos no negar la realidad porque hacerlo puede convertirse en el causante de desgracias. Basta con ver lo sucedido en las últimas décadas cuando las políticas que entusiasmaron a muchísimas personas, no se adaptaron a la realidad, provocó desastres y les destruyó la esperanza y las arrastró a la miseria. En fin, volviendo a octubre de 2025, en medio de la eclosión política y financiera del gobierno libertario, se presentan como candidatos a legisladores -representando a partidos que no son más que coaliciones improvisadas-, personajes con funestos antecedentes muchos de los cuales fueron denunciados penalmente por malversación de fondos públicos y defraudación en perjuicio del Estado, por enriquecimiento ilícito y vínculos con el narcotráfico, por la posesión de sociedades en paraísos fiscales y por el enriquecimiento mediante mecanismos poco transparentes de contratación. Esto por citar sólo a algunos de los candidatos en las próximas elecciones legislativas en los veinticuatro distritos del país. Probablemente los haya honestos, pero, a medida que pasa el tiempo, la ciudadanía desconfía cada vez más de ellos, lo que se percibe tanto en las encuestas como en el ausentismo electoral. A lo mejor, si los candidatos se apoyan en la sugerencia de Arlt, les vaya un poco mejor.

5 de octubre de 2025

Gobierno argentino: ¿crematomanía, síndrome de Hubris o simplemente neofascismo?

Allá por 1997, el empresario estadounidense de ascendencia japonesa Robert Kiyosaki (1947) junto a la empresaria también estadounidense Sharon Lechter (1954) publicaban “Rich dad, poor dad” (Padre rico, padre pobre), obra en la que hablaron de la necesidad de las personas de alcanzar una sólida educación financiera para no tener que trabajar para otros sino hacerlo sólo para sí mismas. Afirmaron que ser inversor en alguna corporación era mucho mejor que ser un empleado asalariado, ya que esa era la manera de ganar dinero sin necesidad de trabajar activamente ya que, según sus propias palabras, “los pobres y la clase media trabajan para ganar dinero, los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos”. Parece evidente que muchos de los funcionarios del gobierno argentino y los grandes empresarios que lo apoyan han leído ese libro. Día tras día se suceden nuevos episodios de corrupción vinculados a estafas, sobornos, cohechos, vínculos con el narcotráfico, etc. etc., todo lo cual hace que ese grupo de inescrupulosos se enriquezcan a costa del Estado, la entidad política, jurídica y social que supuestamente venían a destruir. Basta con ver sus declaraciones juradas que, a pesar de estar amañadas, muestran sus descomunales aumentos patrimoniales. No sorprende entonces que, según informes del Foro Económico Mundial de Davos, además de sus gravísimos problemas vinculados a la recesión económica, la deuda externa, el desempleo, la pobreza y la desigualdad, la Argentina se encuentre entre los países con mayor corrupción y con bajísimas calificaciones en los indicadores de calidad institucional y transparencia.
Entonces, cuando uno se pregunta qué es lo que mueve a estos personajes a actuar de la manera en que lo hacen, podría conjeturar que padecen lo que en psicología se conoce como “crematomanía”, un término proveniente del griego -“krematos” (dinero) y “mania” (frenesí)- que significa “obsesión por el dinero”, una enfermedad cuya sintomatología se caracteriza por el obstinado apego a la acumulación de riquezas como el principal objetivo en la vida. Esta adicción desmedida se hizo muy evidente en el presidente Javier Milei y la secretaria general de la presidencia, su hermana Karina Milei, tras divulgarse los siderales montos en dólares que cobraba para dar una conferencia o asistir a una cena privada, y tras conocerse los casos de la estafa con la criptomoneda $Libra y el cobro de coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). También podría vincularse a esta obsesión a los secuaces del gobierno libertario, sean estos ministros, secretarios, senadores, diputados, gobernadores, intendentes, jueces o grandes empresarios oligarcas que, con sus medidas económicas, dejan de lado cuestiones esenciales como la salud, la educación, la ciencia, la cultura, la seguridad, las obras públicas y una correcta administración de los recursos naturales y económicos. O tal vez padezcan el síndrome de Hubris, un trastorno psiquiátrico acuñado por el médico neurólogo británico David Owen (1938). En 2008, partiendo del término griego “hybris”, en su ensayo “In sickness and in power” (En el poder y en la enfermedad) se refirió a las personas que ejercen algún poder sumidas en la arrogancia, la soberbia, la desmesura, el narcicismo y el desprecio por las críticas y las opiniones de los demás, cualidades todas ellas que bien podrían aplicarse al presidente argentino y a muchos de sus lacayos.
Justamente sobre este trastorno psicológico, allá por 2013 el periodista y médico neurólogo argentino Nelson Castro (quien hace poco sin ser un “zurdo de mierda” le soltó la mano a la derecha libertaria), en un programa televisivo diagnosticó que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner padecía el síndrome de Hubris. Y hace unos días, en el editorial de su programa radial, aseveró que, al igual que la ex presidenta, el actual presidente padece el mismo síndrome y explicó que, en estos casos, “la persona cree que es la dueña de la verdad, que es infalible y que, si alguien le dice algo, tiene una finalidad conspirativa”. “Estamos ante un presidente de la República con un problema psíquico importante en cuanto a comportamiento y conducta”, subrayó. Y agregó que se trata de un “tema de extrema sensibilidad” y que el presidente mantiene “una relación patológica con su hermana”. Por su parte, la psiquiatra y docente argentina Graciela Peyrú (1941), presidenta de la Fundación para la Salud Mental, en una entrevista analizó las características de las personas que padecen manías y sugirió que Javier Milei tiene muchos rasgos que podrían coincidir con ese diagnóstico. “Hay una patología mental, una enfermedad mental que se llama manía”, explicó. “Es un trastorno mental que se caracteriza por tener una gran imagen, una excelente opinión sobre uno mismo y no conocer límites”. Y agregó: “Quien padece una manía no tiene casi autocrítica, no tiene casi dudas, porque se siente a sí mismo como un genio todopoderoso. Y otra característica de la manía es la irritabilidad, enojarse, insultar al otro, despreciarlo, humillarlo. Los comentarios, por ejemplo, de Milei sobre los periodistas son absolutamente despreciativos, y sobre otra gente también, absolutamente humillantes, absolutamente despectivos. Y eso está dicho desde un ser que cree que es mucho mejor que los otros”.
También la psicoanalista, politóloga y docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires Nora Merlin (1982) se refirió a la salud mental del presidente. En varias entrevistas brindadas en 2023, poco antes de que ganara las elecciones, la especialista consideró que las distintas manifestaciones en público de Milei durante la campaña electoral, más allá de su salud mental, lo que habían mostrado eran rasgos de una personalidad que “excede los límites del sistema democrático”. “Hay una incontinencia verborrágica agresiva, violenta, misógina, hostil. Sin hacer diagnóstico psicológico, esos son rasgos de carácter que son incompatibles con la democracia. Porque en la democracia hay reglas, hay límites, no se puede decir cualquier cosa, y este personaje pasa esos límites. La vida democrática y civilizada requiere de filtros y de diques, no se puede decir cualquier cosa. Este personaje tiene una modalidad fascista. Sus modos de relacionarse son modos fascistas”, manifestó. En otra entrevista aseveró que uno de los idearios del sistema neoliberal es que es una fábrica de individuos emprendedores (sos el empresario de vos mismo, sos tu propia construcción), una fábrica de deudores a los que se les llama ‘capital humano’. En él, la subjetividad es mercancía, cada individuo debe valerse por sí mismo en una concepción meritocrática, es un sálvese quien pueda”. Y prosiguió: “El neoliberalismo se ha anudado a la revolución tecnológica que virtualizó la vida. Es un dispositivo de poder que está organizado por la pulsión de muerte, orientada a la desintegración de todo: de los lazos amorosos, amistosos, de la cultura, de la democracia, de los Estados, de las regulaciones, de la autoridad, de la política. Este sistema no sólo está enfermo, como decía Freud, sino que va a explotar. Es un sistema enfermo que enferma, por eso la depresión se tornó en una epidemia global”.
Todo esto en medio de un régimen político basado en la mercantilización, la privatización y la financiarización como ejes centrales de la acumulación de riquezas. Esto es un capitalismo ilimitado que el presidente llama “anarcocapitalismo”, el cual privatiza los beneficios y socializa las pérdidas amparado por un Poder Legislativo que actúa como un mero espectador y un Poder Judicial convertido en el principal aliado de las corporaciones económico-financieras y mediáticas. Así, es dable pensar que este proceso de enriquecimiento de los menos, acompañado por un afán obsceno de ostentación, y el empobrecimiento de los más, acompañado por un estado ánimo que oscila entre el inconformismo y la resignación, no es una “revolución liberal” como la llama el presidente sino una “revolución pasiva”, término que el filósofo, sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) acuñó en sus “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel) para referirse a un proceso de transformación gradual y progresivo de las estructuras sociales, políticas e institucionales desarrollado desde el poder, apoyándose en la alta burguesía acomodada en desmedro de las clases medias y populares desorganizadas. La noción de “revolución pasiva” no sólo es aplicable al gobierno libertario, sino también a gobiernos como el kirchnerismo, el cual implementó algunas transformaciones estructurales, pero preservó las relaciones capitalistas fundamentales mientras aparentaba responder a las demandas populares.
En este escenario, no son pocos los filósofos y sociólogos que definen este fenómeno que ha emergido en el contexto de la digitalización y la globalización neoliberal como “neofascismo”, un sistema que se distingue del fascismo clásico por su capacidad de operar mediante redes digitales, su articulación con el capitalismo financiero y su adaptación a las condiciones de la democracia formal. Así por ejemplo, el Doctor en Comunicación Social argentino Fernando Esteche (1967) escribió en “Autoritarismo en nuestra América en el siglo XXI”, un ensayo que forma parte del libro “No al fascismo”, que “el neofascismo contemporáneo se caracteriza por la utilización de las redes sociales para la manipulación cognitiva, la construcción de realidades paralelas mediante la desinformación sistemática”, un método habitual utilizado no sólo por el presidente argentino, sino también por otros mandatarios de América como el estadounidense Donald Trump, el panameño José Mulino, el costarricense Rodrigo Chaves, la peruana Dina Boluarte, el paraguayo Santiago Peña, el salvadoreño Nayib Bukele y el ecuatoriano Daniel Noboa en la actualidad, y en su momento también utilizado por el chileno Sebastián Piñera, el brasileño Jair Bolsonaro, el uruguayo Luis Lacalle Pou y el colombiano Iván Duque.
Allá por los años ’50 del siglo pasado, cuando todavía no existían las redes sociales, la manipulación de la conciencia de las personas se hacía mediante una propaganda efectiva realizada con el control de medios de comunicación como los periódicos y las revistas. En ese sentido se expresó la filósofa e historiadora alemana nacionalizada estadounidense Hannah Arendt (1906-1975) en su ensayo “The origins of totalitarianism” (Los orígenes del totalitarismo), libro en el cual expresó que el mecanismo de la propaganda era “una mezcla curiosamente variable de credulidad y cinismo con la que se espera que las personas reaccionen a las cambiantes declaraciones mentirosas de los líderes”. Y agregó premonitoramente: “Las formas de la organización totalitaria están concebidas para traducir las mentiras propagandísticas tejidas en torno a una ficción central; para construir, incluso bajo circunstancias no totalitarias, una sociedad cuyos miembros actúen y reaccionen según las normas de un mundo ficticio”. Y en un artículo publicado en el diario “Página/12” en mayo de 2016, la citada psicoanalista Nora Merlin decía que resultaba acuciante considerar lo que se plantea como una amenaza para la sociedad. “Los medios de comunicación -escribió- están patologizando la cultura, generando diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones y la ruptura de lazos sociales, al alimentar la intolerancia, la segregación y el aislamiento. Gran parte del espacio público ocupado por los medios de comunicación se transformó en la sede del odio y la agresión entre las personas. El prójimo es atacado, concebido como a un enemigo o un objeto hostil al que se lo puede humillar, degradar, maltratar, etc. Se produce un efecto de identificación entre los espectadores que conduce a una cultura transformada en un campo minado por la violencia y el odio en sus variadas expresiones”.
Añadió luego: “Frente a este panorama, surgen interrogantes: ¿dónde quedan las categorías de verdad, decisión racional y autonomía del sujeto para filtrar y administrar la información y los afectos que éstos instalan? ¿Quién se hace responsable de los efectos patológicos que se constatan en la subjetividad y en los lazos sociales?”. Es una pregunta que deberían responder todos los presidentes mencionaos anteriormente porque, como escribió la psicóloga, “responder a estas cuestiones resulta indispensable para una concepción democrática que debe incluir no sólo la lógica de las instituciones y de la división de poderes, sino también un debate plural, que nunca se agote ni cancele, entre los distintos actores sociales involucrados. Resulta altamente saludable que se escuchen pluralidad de voces, evitando la monopolización de la palabra y la instalación de un discurso único, asegurando que los mensajes sean transmitidos libremente, pero garantizando el derecho que tienen los ciudadanos a que la información sea veraz, vertida de manera responsable y racional”. Y concluyó: “Ante la constatación de la patología que producen los medios de comunicación y con el objetivo de proteger la salud de la población, resulta necesario atender los efectos negativos que ellos producen. No se trata aquí de una práctica de censura ni de un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión responsable fundamental a favor de preservar la salud psíquica de la comunidad. El Estado, sus representantes e instituciones, deben encarnar una función simbólica, de contención y pacificación a nivel individual y social, capaz de garantizar el bien común, la disminución de la violencia y de la hostilidad en los lazos sociales”.
Así como el nazismo alemán creó el Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda, el fascismo italiano la Secretaría de Prensa y Propaganda y el franquismo español la Cadena de Prensa del Movimiento para influir en la opinión pública, el actual neofascismo utiliza las redes sociales como medio de difusión de su ideología con un discurso sustentado en el odio, las narrativas extremistas, las teorías de la conspiración y los perfiles falsos, manteniendo de ese modo una férrea comunicación con la población para intentar vencer en lo que denominan “batalla cultural”. Sus responsables, financiados por los respectivos gobiernos y los grandes empresarios, asumen que deben ganar la batalla cultural para conseguir la hegemonía del anarcocapitalismo, el neoliberalismo, el libertarismo o como quiera que se autodenominen los actuales exponentes del neofascismo. Hace años que varios prestigiosos historiadores, sociólogos y filósofos opinaron sobre el progenitor de esta ideología política: el fascismo. Lo hicieron, entre otros, Walter Laqueur (1921-2018) en “Fascism. Past, present, future” (Fascismo. Pasado, presente, futuro), Umberto Eco (1932-2016) en “Il fascismo eterno” (El fascismo eterno) y Michael Löwy (1938) “Neofascismo: um fenômeno planetário” (Neofascismo: un fenómeno planetario). Más recientemente lo hizo Jason Stanley (1969) en “How fascism works” (Cómo funciona el fascismo), obras todas ellas en las cuales desarrollaron el concepto de fascismo como una variante radicalizada, hiper autoritaria y violenta del capitalismo, que no vacila en privar de sus derechos fundamentales a los sectores vulnerables, agudiza la explotación laboral y reprime con dureza a los opositores. Todos estos conceptos son ampliamente compatibles con el neofascismo que predomina en numerosos países en la actualidad. ¿Esto ocurrirá porque, tal como decía el dramaturgo y poeta alemán Berthold Brecht (1898-1956), “no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”?
Como bien dice el dirigente político salvadoreño Sigfrido Reyes (1960) en “La ola neofascista en América Latina: fundamentos ideológicos y ejercicio del poder”, ensayo que forma parte del mencionado libro “No al fascismo”, “la última figura en abonar el terreno del neofascismo en América Latina la constituye Javier Milei y su autoproclamado movimiento ‘libertario’. Es una verdadera paradoja que a los fascistas modernos les incomode llamarse como tales y prefieren usar el mote de libertarios, o incluso anarco-capitalistas. En el caso de Milei estamos en realidad frente a un caso de neoliberalismo radical que combina autoritarismo con el desmantelamiento acelerado del Estado, aderezado todo ello con un discurso de intolerancia, fanatismo y adhesión incondicional a la política de los Estados Unidos en todos los ámbitos, incluyendo el alineamiento con el sionismo internacional. Milei, tanto en la campaña que lo llevó al gobierno como sus prácticas al frente de la Argentina, apuesta por la consumación de la política neoliberal iniciada por gobiernos derechistas tradicionales del pasado, incluyendo el último de Mauricio Macri”. En definitiva, puede aseverarse que el neofascismo neoliberal llevado adelante por Milei está directamente emparentado con el mercado, la iniciativa privada y el extremo individualismo, favoreciendo a las grandes corporaciones en desmedro de las pequeñas y medianas empresas al generar políticas flexibilizadoras y aperturistas que repercuten negativamente sobre la producción nacional. Además, en consonancia con los fascismos del siglo XX, se ocupa de la represión sistemática de los opositores políticos sean estos movimientos sociales, grupos minoritarios o sectores marginados considerados peligrosos para sus planes. De modo que, retomando los conceptos vertidos inicialmente sobre los trastornos psiquiátricos, cabe asegurar que, para mantener la salud mental, los ciudadanos comunes y corrientes además de alimentarse saludablemente, mantenerse hidratados, dormir bien y practicar alguna actividad relajante, es indispensable que luchen contra el
neofascismo.

2 de octubre de 2025

Entremeses literarios (CCXX)

EN EL INSOMNIO
Virgilio Piñera
Cuba (1912-1979)
 
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la mañana se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que enseguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
 
 
LA INDECISIÓN
Mamerto Menapace
Argentina (1942-2025)
 
Lo habían agarrado en flagrante delito de robo, y no existían circunstancias atenuantes que lo justificaran. A pesar de todas sus negativas no pudo evitar que la justicia lo mandara a la muerte. Cierto, había tratado de mostrarse sereno y había logrado impresionar a sus mismos jueces. Todavía le quedaba un poco de humor, y decidió jugarse hasta la última carta. Trataría al menos de ganar tiempo, para vivir un rato más.
Cuando le leyeron la sentencia que lo condenaba a la horca, la escuchó con calma, y concluyó la sesión preguntando se tendría la oportunidad de expresar su último deseo. Era imposible que se lo negasen. Y así fue. Se lo concedieron, antes aún de averiguar de qué se trataba.
- Quisiera -dijo- ser yo mismo quien elija el árbol en cuya rama tendré que ser ajusticiado.
Aunque la petición pareció a los jueces un tanto romántica para lo dramático de las circunstancias, no hubo inconvenientes en concedérsela. Le designaron un piquete de cuatro guardias para que lo acompañaran en el recorrido por el bosquecito de las afueras de aquella vieja ciudad medieval, en la que este suceso se desarrollaba conforme a las costumbres y procederes de la época.
Más de tres horas duró la caminata, que impacientó a todos menos al interesado, que gastaba su tiempo desaprensivamente observando con superioridad e ironía cada árbol y cada gajo que podría ser su último punto de apoyo sobre esta tierra de la que se despediría en breve. Los miraba y estudiaba minuciosamente, para desecharlos luego casi con desprecio. No sería una miserable planta con tantos defectos la que tendría el honor de cargar con su partida. De esta manera fue pasando de árbol en árbol, hasta que hubo inspeccionado todos los posibles.
De nuevo ante el juez, expresó así sus conclusiones:
- ¡Señor juez! ¿Quiere que le diga la verdad? No hay ninguno que me convenza.
Murió lo mismo. Y sin haber elegido.
 
 
MARIO
José Luis Zárate
México (1966)
 
Hay un silencio justo del tamaño de su hermano, en todas las cosas. Quitaron la silla para que no se notara el hueco, pero fue como quitarle un pedazo a la rutina diaria de comer. Mamá, Papá y el niño que sabía que Mario nunca regresaría a casa. La habitación vacía se llenó de cosas intrascendentes, buscando que nadie entrara. Pero el niño oía a veces a Mamá abrir la puerta, a Papá detenerse un segundo frente a ella. En las noches era posible escuchar la nada rezumando continuamente.
Las miradas ausentes continuaron, las palabras cortándose a la mitad como si las mentes de sus padres estuvieran demasiado ocupadas tratando de soportar los recuerdos. Mario esto, Mario lo otro. Él jugaba, ese era su tono de voz, aquel su plato favorito.
El niño trataba de hablar con ellos, pero ellos se alejaban, tal vez curándose en sano de otro dolor. Quizá porque dolía demasiado aún para querer de nuevo a nadie, de nuevo.
El niño dormía en su cama, solo, abandonado.
Y no se preguntaba qué era la muerte.
La muerte era lo que vivía cada día.
 
 
EL ARGUMENTO
Álvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)
 
Se había escapado de la escuela. Era la primera vez, y le pareció que la mejor manera de pasar el tiempo sería viendo una película. Depositó su bolso escolar en un tenducho, llegó al cine y compró una localidad barata, listo a sumergirse por noventa minutos en un mundo apasionante. Ya estaban apagadas las luces de la sala, y a tientas buscó un sitio vacío. Los mágicos letreros de la pantalla daban el título de la cinta, la que comenzó de inmediato.
En la película, un pequeño actor hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se escapaba de la escuela. Pareciéndole que la mejor manera de llenar el tiempo era un cine, compra una localidad barata y entra en la sala cuando en la pantalla un actor de pocos años hacía el papel de escolar que, por primera vez, se fuga de la escuela, y decide ir al cine para pasar el tiempo. El actorcito tomaba asiento en el instante en que, en el film, un niño escolar, fugado de la escuela, entra a un cine para pasar el tiempo. Al frente se proyectaba la imagen de un niño que, por primera vez, faltaba a su escuela y llenaba su tiempo viendo una cinta, cuyo argumento consistía en que un chico, por primera vez…
 
 
ESCABECHE DE BERENJENAS
Úrsula Buzio
Argentina (1943)
 
La casa estaba a oscuras, en medio de la noche casi blanca y de un silencio sepulcral.
El hombre bajó del caballo y comenzó a llamarla a los gritos y con insultos, como de costumbre. De un puntapié abrió la puerta, lo recibió el olor inconfundible del escabeche de berenjenas. Era su plato preferido; ella lo preparaba como nadie, aunque él nunca se lo dijo.
Siguió avanzando sin dejar de blasfemar y de un manotazo corrió la cortina que separaba los ambientes. La ventana estaba abierta y pudo verla a la luz de la luna. Su sorpresa duró apenas un instante. "Infeliz", murmuró con desprecio y, quitándose el cuchillo que llevaba en la cintura, de un solo tajo cortó la soga. El cuerpo inerte de la muchacha se ovilló en el suelo. Salió de la pieza sin mirarla.
Al pasar frente al aparador se detuvo; frascos de diferentes tamaños, en fila sobre un estante, lo estaban esperando. Los acomodó cuidadosamente en una bolsa de cuero y se fue hacia la noche. No sabía que llevaba consigo a su propia muerte, repartida en pequeñas dosis de veneno.
 
 
PRECAUCIONES
Luis Britto García
Venezuela (1940)
 
Verdaderamente extraña es la sensación de salir a la calle con mascarilla y guantes de goma como si se tratara de entrar a un quirófano. Igualmente insólito es, después de hacer las compras, al regresar a casa el sentirse como criminal enmascarado que saca la ganzúa para abrir la puerta. Pero el colmo de lo extraño es preguntarte si con la llave no introduces en la cerradura el contagio. Igual podría estar en la suela de los zapatos, en la ropa, en la gorra, en los mitones, en las bolsas de plástico con frutas y verduras o en la tarjeta de débito con la que pagaste y que la cajera manoseó tan imprudentemente. Podría ser que ya hubieras contaminado la perilla de la puerta que acabas de tocar con guantes sintéticos. A punto estás de descargar en tu sagrado hogar un cargamento de contagios. Inútil será buscar en la calle quien te ayude, pues todos guardarán la distancia social y la cercanía en lugar de apoyo será un riesgo. Quizá si te quitas los guantes podrás entrar a la casa con manos incontaminadas, pero nada garantiza que durante el proceso de quitártelos no te contamines. Abierta por fin la puerta, se plantea la cuestión de si los virus perduran en las bolsas de plástico que cubren las verduras o en las verduras mismas. Puedes quitarte ropas y zapatos para rociarlos con cloro, pero como no fue posible quitártelos sin tocarlos, tus manos ahora son seguramente foco de contagio que contaminará lo que toques. De tres a cinco mil veces diarias se toca un ser humano la cara; no estás seguro de si en algún gesto de perplejidad palpaste frente boca nariz ojos. En la cocina crees recordar que estaba el cloro, pero para entrar en ella debes manosear o más bien contaminar puerta, anaqueles, los platos mismos y para manipular el frasco rociador, tocarlo con las manos que lo infectarán. Recuerda tus pasos, vuelve sobre ellos para esterilizar cada una de las huellas, pero para hacerlo debes buscar el frasco de alcohol y abrir closets, gavetas y cajas impregnándolas con todos los patógenos que han caído sobre ti durante el paseo. Sólo entonces se te ocurre que debiste correr primero al baño, pero al abrir la llave del lavamanos, de la ducha, estás quizá impregnándolas de virus y no se sabe si el jabón te descontamina o lo contaminas. El espejo donde te miras está quizá contaminado porque refleja tu imagen y también el interruptor de la luz que pulsaste para mirarte. Tienes que recordar todas las cosas que tocaste para purificarlas, pero al tocarlas quizá de nuevo las inficionas. Cada cosa que toques para descontaminarla te contaminará de nuevo, incluso las hilachas de polvo que giran perezosamente en el aire pestilenciado. Ahora tienes que desinfectar con cloro la casa entera pero no hay cloro suficiente y para conseguirlo si es que lo consigues debes revestirte de nuevo con medias zapatos pantalones camisa gorra mascarilla guantes. que son el foco de todas las contaminaciones, atravesando el mundo exterior enteramente contagiado.
 
 
CONTEMPLACIÓN DE ALGO QUE CAE Y FIN DE SIGLO
Susana Szwarc
Argentina (1952)
 
Cuando mis ojos se distraen de la densidad formidable de la lluvia, y ya en el café se chocan -indefectiblemente- con el televisor, reciben las noticias. Entonces me pregunto: ¿no habrán profanado también la tumba de mi padre?
Él, que no había llegado a iniciarse en ningún arte en medio de la guerra.
Él, que no había sido demasiado judío, sin embargo contó números en brazos de sus hermanos afligidos.
Él, que rondó por mi locura como pudo, y vagó hasta aquí, hacia el futuro, sonriendo seguido y luminoso.
Como han profanado las tumbas los muertos han salido a las calles, mi padre otra vez me acaricia la cabeza, y me dice al oído -despacio- que la vida es siempre más bella que la historia.
 
 
EL VAGABUNDO
Julio Torri
México (1889-1970)
 
En pequeño circo de cortas pretensiones trabajaba, no ha mucho, un acróbata, modesto y tímido como muchas personas de mérito. Al final de una función dominguera en algún villorrio, llegó a nuestro hombre la hora de ejecutar su suerte favorita con la que contaba para propiciarse al público de lugareños y asegurar así el buen éxito pecuniario de aquella temporada. Además de sus habilidades -nada notables que digamos- poseía resistencia poco común para la incomodidad y la miseria. Con todo, temía en esos momentos que recomenzaran las molestias de siempre: las disputas con el posadero, el secuestro de su ropilla, la intemperie y de nuevo la dolorosa y triste peregrinación.
El acto que iba a realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
A su invitación, montaron al tablado dos fuertes mocetones provistos de ásperas cuerdas. Introdújose él dentro del saco y pronto sintió sobre su cabeza el tirar y apretar de los lazos. En la oscuridad en que se hallaba le asaltó el vivo deseo de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. En tan extraña disposición de espíritu cerró los ojos y se dispuso a desaparecer.
Momentos después se comprobó -sin sorpresa para nadie- que el saco estaba vacío y las ligaduras permanecían intactas. Lo que sí produjo cierto estupor fue que el funámbulo no reapareció durante la función. Tras un rato de espera inútil los asistentes comprendieron que el espectáculo había terminado y regresaron a sus casas. Mas a nuestro cirquero tampoco volvió a vérsele por el pueblo. Y lo curioso del caso era que nadie había reclamado en la posada su maletín.
Pasados algunos días se olvidó el suceso completamente. ¡Quién se iba a preocupar por un vagabundo!
 
 
EL DESENLACE
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
 
- Estoy muy cansada, no me cuentes más historias, no hables tanto. Nunca hablás tanto. Vení, vamos a dormir. Acostate conmigo.
- Estás loca, ¿no me oíste, acaso? Basta de macanas. Se acabó nuestro jueguito, ¿entendés? Se acabó para mí, lo que quiere decir que también se acabó para vos. Telón. Entendelo de una vez por todas, porque yo me las pico.
- ¿Te vas a ir?
- Claro ¿o pretendés que me quede? Ya no tenemos nada más que decirnos. Esto se acabó. Pero gracias de todos modos, fuiste un buen cobayo, hasta fue agradable. Así que ahora tranquilita, para que todo termine bien.
- Pero quedate conmigo. Vení, acostate.
- ¿No te das cuenta de que esto ya no puede seguir? Basta, reaccioná. Se terminó la farra. Mañana a la mañana te van a abrir la puerta y vos vas a poder salir, quedarte, contarlo todo, hacer lo que se te antoje. Total, yo ya voy a estar bien lejos...
- No, no me dejés. ¿No vas a volver? Quedate. Él se alza de hombros y, como tantas otras veces, gira sobre sus talones y se encamina a la puerta de salida. Ella ve esa espalda que se aleja y es como si por dentro se le disipara un poco la niebla. Empieza a entender algunas cosas, entiende sobre todo la función de este instrumento negro que él llama revólver.
Entonces lo levanta y apunta.
 
 
PARA MI CHICA LA MARGA
Martín Civera López
España (1900-1975)
 
Cuando Marga no está, todo es Marga.
Es Marga la pasta de mi tubo de dientes. Marga es mis orejas y las pocas ganas que hoy tengo de levantarme. Y también el vecino que me saluda y parece que diga Marga. Hoy más que nunca Marga es Argentina. Y ensalada con pechuga asada. Hoy Marga no es la siesta, porque pensando, pensando tampoco hoy me dejó dormir. Esta tarde son Marga mis piernas, que me llevan poco a poco como si fueran solas, sin contar con el resto de mi cuerpo, que, dicho sea de paso, también es de Marga. Y el agradable sonido de mis pasos en el suelo. Y mi respiración. Marga es Dostoievski. Y también Mario Benedetti y Miguel Hernández. Y mi Daniel Pennac. Esta tarde es Marga hasta Ana Rosa Quintana. Y café con leche y torta de nueces y pasas. Marga es las nueve y media y las diez menos cuarto y las diez y veinte.
Y es entonces, a eso de las diez y media, cuando Marga está, todo lo demás no existe. Y sólo existe Marga.

22 de septiembre de 2025

Enzo Traverso: “En el siglo XXI, la extrema derecha logró en amplia medida construir un nuevo relato de una hegemonía cultural y política, de una redefinición de la identidad de los actores políticos” (2/2)

Habitual colaborador en diarios y revistas como “La Quinzaine Littéraire”, “Contretemps” y “Lignes” de Francia, “Il Manifesto” de Italia, “Jacobin” de Estados Unidos y “Salvage” de Inglaterra, por citar sólo algunos, Enzo Traverso ha escrito numerosos ensayos en varias lenguas. Entre ellos pueden mencionarse los escritos en italiano “Il totalitarismo. Storia di un dibattito” (El totalitarismo. Historia de un debate), “A ferro e fuoco. La guerra civile europea 1914-1945” (A sangre y fuego. La guerra civil europea 1914-1945), “Gaza davanti alla storia” (Gaza ante la historia) y “Che fine hanno fatto gli intellettuali?” (¿Qué fue de los intelectuales?); los escritos en francés “Le passé, modes d’emploi. Histoire, mémoire, politique” (El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política), “La violence nazie. Une généalogie européenne” (La violencia nazi. Una genealogía europea), “L'histoire déchirée. Essai sur Auschwitz et les intellectuels” (La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales), “Les juifs et l'Allemagne. De la symbiose judéo-allemande à la mémoire d'Auschwitz” (Los judíos y Alemania. De la simbiosis judeo-alemana al recuerdo de Auschwitz), “Les marxistes et la question juive. Histoire d’un débat 1843-1943” (Los marxistas y la cuestión judía. Historia de un debate 1843-1943), “La fin de la modernité juive. Histoire d'un tournant conservateur” (El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador), “L'histoire comme champ de bataille. Interpréter les violences du XXe siècle” (La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX) y “Les nouveaux visages du fascisme” (Las nuevas caras del fascismo); y los escritos en inglés “Left-wing melancholia. Marxism, history and memory” (Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria), “Singular pasts. The ‘I’ in historiography” (Pasados singulares. El ‘yo’ en la historiografía) y “Revolution. An intellectual history” (Revolución. Una historia intelectual), entre muchos otros, los cuales, la mayoría de ellos, han sido traducidos a más de una docena de idiomas.


A continuación, la segunda parte de los extractos de las entrevistas publicadas en la revista “Passés Futurs” n° 17 en febrero de 2025 (a cargo de Ana Clarisa Agüero y Daniel Sazbón) y en la revista “Jacobin” n°11 en agosto de 2025 (a cargo de Martín Mosquera), de las cuales se reproducen las partes vinculadas al crecimiento exponencial de las derechas en América y Europa, y al proyecto antidemocrático de rasgos autoritarios llevado adelante por el presidente argentino.
 
En varias ocasiones ha aparecido una idea de la relación entre pasado, presente y futuro, de “régimen de historicidad”; la mirada conservadora que tenía la tradición fascista, frente a una mirada casi utópica de un futuro promisorio que se abriría por las nuevas tecnologías, por el despliegue del capital, en las nuevas derechas. Por otro lado, tenemos también la puesta en cuestión de parte de estos movimientos de ciertos consensos anteriores sobre el pasado reciente, por ejemplo, en el caso argentino sobre la memoria de la dictadura militar de los años ‘70, o en el caso europeo sobre el antifascismo posterior a 1945. En ese escenario, ¿qué lugar queda para la historia?
 
Uno de los temas que es subyacente a todas esas corrientes es cómo relacionarse con el pasado y cómo construir una memoria; construir una política memorial que pueda soportar estos movimientos o las políticas de los gobiernos cuando esas corrientes llegan al poder. Esa es una preocupación compartida, pero las respuestas son muy distintas. Y eso es el espejo de la diversidad, de los orígenes distintos de las fuerzas que componen esta constelación. No hay duda de que atrás de Trump está el supremacismo blanco, están todas las corrientes racistas de Estados Unidos, los herederos del Ku Klux Klan. Trump no tiene ningún conocimiento de la historia de una manera general, y él puede aceptar cualquier discurso memorial si le conviene desde un punto de vista de ganancia electoral. Hay un eclecticismo, un oportunismo, y eso es otro rasgo del mundo, de la sociedad global del espectáculo en el siglo XXI: su capacidad de mentira permanente. El cree que el pasado se puede moldear, manejar, transformar como quieras. Pero hay otros componentes que son muy contradictorios. Por ejemplo, en Italia, Giorgia Meloni, que tiene una identidad política, que tiene una historia, en el gobierno sostiene una política muy clara de rehabilitación del fascismo, de relegitimación del fascismo y de construcción también de un marco institucional de referencias al fascismo como una página legítima en la historia de Italia, en el pasado, una historia de la cual se puede estar orgulloso, etcétera. En este marco yo veo algunas analogías entre Argentina e Italia. Es decir, en Italia una rehabilitación del fascismo, en la Argentina de Milei una rehabilitación de la dictadura militar. Y eso se ve en políticas memoriales. Por ejemplo, cerrar el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, cerrar todo un conjunto de instituciones que encarnan, que representan este trabajo colectivo de memoria. Y eso nos devela un hecho fundamental: en la Italia de posguerra, el antifascismo fue codificado ideológicamente y casi institucionalmente, culturalmente, como una religión civil de la República. Hubo una sacralización de los valores del antifascismo, una sacralización ritualizada de un modo casi religioso, con su propia liturgia secular: con instituciones, conmemoraciones, ceremonias, monumentos, memoriales, etcétera. Y después de algunas décadas -y con Meloni en el gobierno, eso es evidente hoy-, esta memoria que fue durante largo tiempo silenciada y censurada, reaparece. Y su política es reprimir y criminalizar la memoria antifascista. Después de que el fascismo se legitimó como una de las páginas sino “gloriosas” por lo menos “legítimas” de la historia nacional, ahora es el antifascismo el que es puesto en cuestión. En la Argentina algo similar ocurrió algunas décadas después. La transición a la democracia tuvo lugar en la década de los ‘80, que es la década de construcción hegemónica de un discurso sobre derechos humanos en escala global, que está también vinculada a la derrota de toda una idea de socialismo. En la Argentina, el discurso sobre los derechos humanos casi expulsó del espacio público la memoria de la dictadura, que ahora reaparece y reivindica sus derechos.
 
Escribió un libro que tuvo mucha repercusión, traducido al español como “Las nuevas caras de la derecha”, donde acuñó el término “posfascismo”. Desde entonces pasaron varios años y surgieron episodios clave vinculados al ascenso de la extrema derecha: el asalto al Capitolio en Estados Unidos, el intento similar en Brasil con Jair Bolsonaro, el triunfo de Javier Milei en Argentina, el nuevo ascenso de Trump, etcétera. ¿Cómo analiza hoy a la extrema derecha y el concepto de posfascismo a la luz de estos nuevos acontecimientos?
 
El concepto de “posfascismo” que intenté delinear me sigue resultando útil para definir este fenómeno, aunque no lo considero un fenómeno cerrado, definido. Me parece que sigue siendo un fenómeno transicional, cuyo desenlace final es aún difícil de comprender o de describir con precisión. Sin embargo, no hay dudas de que muchas cosas han cambiado, y algunas tendencias que ya se podían identificar y analizar hace diez años hoy aparecen mucho más claras y, podríamos decir, consolidadas a escala global. Todos los fenómenos que mencionas lo confirman, ya sea hablando de Europa, de Estados Unidos, de América Latina o incluso más allá. La mutación más notable, diría yo, no es sólo el fortalecimiento de la derecha radical, sino su nueva legitimidad. Lo que cambió respecto al análisis que hice hace diez años es que hoy la derecha radical se ha convertido en un interlocutor legítimo -y en muchos casos privilegiado- de las élites dominantes a nivel global. Eso no era así hace una década. La derecha radical no era vista como una opción viable por las élites. Al contrario: era observada con mucha desconfianza, tanto en Estados Unidos como en Europa y también en América Latina. Incluso Bolsonaro no ganó como candidato directo del gran capital brasileño. Tenía apoyos dentro del Ejército y algunos sectores económicos, sí, pero el candidato a ganar seguía siendo del Partido dos Trabalhadores (Partido de los Trabajadores), que en ese momento aparecía como una opción mucho más sólida. En 2017, en Europa, ocurrió algo que fue vivido como una especie de trauma: el ingreso del partido político Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania) al parlamento alemán marcó un punto de inflexión. Poco después surgió Vox en España. Y el paisaje cambió de forma significativa. Ahora bien, ese proceso no ha sido lineal. En el medio vino la pandemia y la crisis económica global que trajo aparejada. La crisis, en lugar de fortalecer a la derecha radical, la debilitó, porque quedó claro que era incapaz de enfrentar desafíos de esa envergadura. Fue un momento de retroceso y, en general, perdieron las siguientes elecciones. Después vino una nueva oleada, la que estamos enfrentando en el presente. Entonces insisto: no se trata de un proceso lineal, pero la tendencia general es bastante clara. Esto no significa que estemos frente a un nuevo fascismo con un perfil bien definido y rasgos nítidos. Creo que aún se trata de una constelación muy heterogénea que está buscando formas de convergencia. Y aunque hoy esa nueva alianza entre el posfascismo y las élites globales es innegable, sigue estando marcada por tensiones y contradicciones. No se puede hablar todavía de un nuevo bloque histórico, en el sentido gramsciano del término. Es más una convergencia basada en intereses comunes que la constitución de un bloque.
 
Con el auge de la nueva derecha radical volvió con fuerza el debate sobre el fascismo, un debate que tiende a polarizarse entre quienes sostienen que, si se trata de fascismo, deberá implicar un cambio de régimen político -con elementos como el partido único o el Estado corporativo, como ocurrió en los años ’30-, y quienes argumentan que si se mantiene la vigencia formal de la democracia liberal, se trataría simplemente de una nueva versión de la derecha tradicional, con una idiosincrasia distinta.
 
El fascismo clásico establecía una dicotomía radical entre fascismo y democracia: se definía explícitamente como antidemocrático. Esto no sólo lo teorizaban sus ideólogos, sino que también lo reivindicaban con orgullo sus líderes carismáticos. El fascismo hacía ostentación de su desprecio por la democracia. Hoy, en cambio, todos los movimientos y líderes que llamo posfascistas adoptan una retórica democrática. Todos reivindican su pertenencia al marco de la democracia liberal y se presentan incluso como sus mejores defensores. Esa retórica ha sido fundamental para su legitimación ante la opinión pública. Esta es una transformación fundamental: la relación de la nueva derecha radical con la democracia es completamente distinta a la del fascismo histórico. Hoy la frontera entre democracia y fascismo ya no es clara. El fascismo del siglo XXI no busca abolir las formas democráticas, sino intervenirlas desde adentro, erosionarlas, transformarlas desde su interior. Ahora bien, hay que considerar también otra diferencia histórica que ayuda a explicar esta mutación. En los años de entreguerras, la democracia era una conquista reciente, una conquista histórica de las clases subalternas, producto -o subproducto- de la Revolución de Octubre y de la ola revolucionaria que siguió al colapso del orden liberal decimonónico tras la Primera Guerra Mundial. Fue un período de crisis brutal, pero también de importantes avances democráticos: el sufragio universal masculino se consolidó en muchos países, en algunos las mujeres conquistaron el derecho al voto, el espacio público se transformó, emergieron nuevas formas de participación popular. En ese contexto, el fascismo apareció claramente como el enemigo de la democracia. Fue así en Italia desde los años ‘20, en Alemania con la destrucción fulminante de la República de Weimar en 1933, y en la Guerra Civil española, que fue un enfrentamiento directo entre fascismo y democracia. Hoy, en cambio, el contexto es completamente distinto. La democracia ya no aparece como una conquista por defender, sino más bien como una cáscara vacía. En gran parte del mundo occidental -y podríamos decir, a escala global-, la democracia se percibe como un cascarón formal, profundamente erosionado por los procesos de solidificación mercantil del espacio público, por el vaciamiento de las instituciones, por una transformación estructural de la relación entre economía y política. Nadie piensa ya en la democracia como una promesa emancipadora. Y para buena parte de las clases populares, de los sectores trabajadores, la defensa de la democracia es lo último en su lista de preocupaciones. Por supuesto que hay un grado de ceguera ahí, pero el problema es más profundo: no se puede defender la democracia identificándola con lo que existe hoy. La cuestión es qué democracia queremos defender, qué democracia queremos construir. Porque si la democracia es sólo estas instituciones vaciadas, será muy difícil movilizar un gran movimiento antifascista para defenderlas, sobre todo cuando quienes las atacan se presentan también como demócratas y dicen -con algo de razón- que estas instituciones no funcionan. ¿Qué es lo que hay que defender? Ahí está el problema.
 
Mencionaba como posible analogía con los años ‘20 o ‘30 el hecho de que no estamos ante una mera crisis económica o política, sino frente a una conmoción más profunda, una suerte de crisis estructural de largo alcance. En aquel entonces se trataba del colapso del orden liberal del siglo XIX; en ese marco, el ascenso del fascismo aparecía vinculado también al declive de ciertas potencias, como el de Alemania tras la Primera Guerra Mundial. ¿Le parece una conexión que se puede establecer también en el presente? Es decir, lo que estamos viendo hoy, con el ascenso de las nuevas extremas derechas, ¿puede estar relacionado con un proceso más amplio de declive de Occidente frente al ascenso de Asia, y especialmente de China? ¿Piensa que esa disputa geopolítica es una motivación importante -aunque quizás indirecta- del auge de estas derechas?
 
No, no creo que se pueda hablar de una analogía en ese sentido. Sí se pueden hacer comparaciones, pero hay diferencias fundamentales. En los años de entreguerras, frente al colapso del orden liberal decimonónico, emergieron dos modelos alternativos que eran, en sí mismos, proyectos de civilización. Por un lado, el socialismo, con una utopía de emancipación, igualdad, revolución; por el otro, el fascismo, con su exaltación de la nación, la raza y la dominación. Ambos eran visiones del futuro, modelos integrales de sociedad que prometían transformar radicalmente la vida de las personas. Hoy no veo nada comparable en las nuevas derechas. No hay un horizonte utópico ni un proyecto de civilización propiamente dicho. Por eso me parece útil el concepto de “posfascismo”, porque estas derechas radicales son profundamente conservadoras. Su impulso no es hacia adelante sino hacia atrás: lo que buscan es restaurar un orden tradicional. Los valores que reivindican forman una especie de hilo rojo que las conecta. En algunos casos, como el de la Argentina de Javier Milei, puede parecer que hay un intento de construir un nuevo modelo civilizacional. Milei se presenta como el arquitecto de una nueva sociedad inspirada en un neoliberalismo extremo. Pero incluso ahí, ese proyecto no es realmente nuevo. Si uno lee sus discursos y posicionamientos, hay una correspondencia evidente con las ideas de Hayek, quien describía una sociedad completamente regida por el mercado. Ese es el modelo que parece inspirar a Milei: un neoliberalismo autoritario (o un posfascismo neoliberal, si se quiere; se lo puede nombrar de diferentes maneras). Lo que Milei pretende ahora es otra cosa: hacer del modelo neoliberal el núcleo de una nueva civilización. Pero, insisto, no es un proyecto nuevo. No es el “hombre nuevo” del fascismo clásico. Es una versión radicalizada de un modelo antropológico que ya domina el mundo global: individualismo, competencia, mercado. Lo que hace es empujarlo hasta el extremo, y pretender que de ahí surja una nueva sociedad. Pero se trata de una intensificación de lo ya existente, no una alternativa histórica. Y eso, me parece, hay que tenerlo muy en cuenta. Este proyecto, ciertamente, es profundamente antidemocrático y tiene rasgos autoritarios.

21 de septiembre de 2025

Enzo Traverso: “En el siglo XXI, la extrema derecha logró en amplia medida construir un nuevo relato de una hegemonía cultural y política, de una redefinición de la identidad de los actores políticos” (1/2)

El historiador italiano Enzo Traverso (1957) es reconocido por sus estudios sobre las consecuencias del nazismo, de la violencia totalitaria y de las dos guerras mundiales en Europa, sobre el impacto del neoliberalismo y los avances de las derechas en el mundo y sobre la relación de los intelectuales con estos procesos históricos que atraviesan las discusiones políticas en la actualidad. Nacido en Gavi, un pequeño pueblo en la región de Piamonte, estudió Historia Contemporánea en la Università degli Studi di Genova y obtuvo su doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Allí ha sido profesor y además ha impartido clases en la Université Paris VIII y en la Université de Picardie Jules Verne de Amiens. También ha trabajado en La Contemporaine, la biblioteca y centro de archivos francés especializado en la historia del siglo XX ubicada en Nanterre, y en el International Institute for Research and Education de Amsterdam, la capital de los Países Bajos. Desde 2013 es profesor de Humanidades y Artes en la Cornell University de Ithaca, Nueva York, y actualmente es miembro del Comité de Vigilance face aux Usages Publics de l'Histoire (Comité de Vigilancia sobre el Uso Público de la Historia), una asociación francesa fundada en 2005 destinada a esclarecer la relación entre la historia y la memoria. Numerosos artículos y reseñas de su autoría se han publicado en medios como “Storia e Storiografia” de Italia, “Revue Française de Science Politique” y “Raisons Politiques” de Francia, “Totalitarian Movements & Political Religions” e “Historical Materialism” de Inglaterra, “History & Theory”,
“Constellations”, “South Atlantic Quarterly” y “October” de Estados Unidos, “Pasajes” y “Acta Poética” de México, “Contemporánea” de Uruguay y “Nueva Sociedad” de Argentina.
En una entrevista que le hiciera la periodista y politóloga argentina Astrid Pikielny aparecida en el diario “La Nación” el 7 de septiembre de 2014, alertó sobre la necesidad de imponer una autonomía crítica de las ideas sobre la autoridad que ejercen ciertas figuras mediáticas sin una obra que los respalde y cuya “autoridad” pública ha sido artificialmente construida en los estudios de televisión y en las redes sociales, una apreciación que hoy, algo más de una década más tarde, parecen tener una importancia crucial en la población. “Hay muchos motivos para levantar la voz y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad”, sostuvo enfático. Agregó: “Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central. La sociedad hoy no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esa impotencia”. Y concluyó: “Libertad es una de las palabras más ambiguas y polémicas de nuestro léxico político”.


Lo que sigue es la primera parte de una compilación de las entrevistas publicadas en la revista “Passés Futurs” n° 17 en febrero de 2025 (a cargo de Ana Clarisa Agüero y Daniel Sazbón) y en la revista “Jacobin” n°11 en agosto de 2025 (a cargo de Martín Mosquera). De ellas se han extraído las preguntas de los periodistas y las respuestas del historiador vinculadas específicamente a la actual situación de la Argentina gobernada por un libertario de derecha que defiende la economía de libre mercado, se alinea específicamente con los principios anarcocapitalistas y hace un uso constante precisamente de la palabra “libertad”.
 
Profesor Traverso, queríamos comenzar por consultarle por cómo veía los nuevos acontecimientos políticos, los nuevos resultados electorales (el caso argentino con Milei, la reelección de Trump en Estados Unidos) en relación con sus trabajos sobre los movimientos de las “nuevas derechas” a nivel global.
 
Sí, yo creo que estamos enfrentados a un paisaje muy heterogéneo, por un lado, porque es un fenómeno global, que se ubica en varios continentes. Entonces, por supuesto, estamos enfrentados a una ola gigante de extrema derecha -lo que yo llamo el “posfascismo”-, que toma rasgos distintos en América Latina, Estados Unidos, Europa o también en otros continentes, que pueden ser incluidos, con muchas peculiaridades. Y es un paisaje no solamente heterogéneo, sino un paisaje que cambia de una manera extremadamente rápida. Es decir, en estos últimos dos años hubo una aceleración y una trasformación espantosa. Entonces, creo sería necesario revisar algunas de las interpretaciones que yo había sugerido, dibujado, hace diez años casi, en un pequeño ensayo sobre el fascismo: Las nuevas caras de la derecha, que circuló bastante en varios idiomas. No me equivoqué sobre las tendencias generales y la naturaleza del fenómeno, pero en diez años el fenómeno se transformó. Lo que se podía decir hace diez años no corresponde exactamente a la situación de hoy. No quisiera cambiar la definición del concepto de posfascismo que yo había propuesto. Un conjunto de mutaciones con respecto al fascismo clásico, que yo había ya destacado, sigue siendo pertinente, pero hay otros cambios que son nuevos. En este contexto, creo que la elección de Milei en la Argentina al final de 2023 aparece hoy, un año y pico después, como un giro. Un giro que al principio parecía una anomalía argentina, o algo que podía ser explicado en un contexto puramente nacional, pero no lo es. Por supuesto, Milei pertenece, se inscribe en esa ola general; eso es claro para todo el mundo. Pero en este contexto, Milei aparecía como una especie de “outsider” bastante pintoresco y muy argentino en su estilo, en su lenguaje. Y eso me recuerda un poco las primeras interpretaciones del fascismo italiano, en la década de los ‘20. Había una tendencia casi a antropologizar el fascismo: “Mussolini, un fenómeno”, “el dictador mediterráneo, populista, demagogo”. En el caso de Milei, esta interpretación pareció obsoleta un año después. Con la reelección de Trump en Estados Unidos, Trump casi aparece como un discípulo de Milei. Es decir, está haciendo prácticamente… tomando las mismas medidas que tomó Milei en la Argentina, en términos de destrucción del Estado, de los servicios públicos, adoptando la misma retórica. Hay casi una filiación, o una analogía, porque Trump radicaliza una visión, una política y un lenguaje que ya tenía antes. De todas maneras, seguramente Trump no aceptaría definirse como discípulo de nadie. Pero ambos reconocen sus afinidades y Trump en 2025 no es lo mismo que en 2016, eso es claro, y entre los dos hay un conjunto de cambios, el mayor de los cuales es probablemente Milei. Elon Musk que blande la motosierra es, en el campo de la comunicación -la propaganda- del siglo XXI, una expresión de “afinidad electiva”. Entonces, de esta manera, podríamos decir que hoy Milei es una especie de laboratorio, de laboratorio de una tendencia global, general. De una tendencia que con la elección de Trump aparece ahora muy poderosa y aún más peligrosa en el mundo. Porque en este mundo, Estados Unidos no es Argentina (y tampoco Italia o Francia). Ese es el tema. Entonces, eso indica que es muy interesante el caso argentino como caso de investigación de tendencias globales, y no solamente como caso nacional.
 
¿Se está leyendo en Europa el fenómeno Milei como algo que puede ser emulado? ¿O es visto más bien un episodio algo “antropológico”, como se decía recién, anclado en las características locales? ¿Existen movimientos de derecha que puedan sentirse, de alguna manera, espejados en su caso (como Vox en España, por ejemplo)?
 
Seguro hay admiradores europeos de Milei y de Trump. De eso no hay duda. Y Vox es, probablemente, la expresión más evidente de esta tendencia. Y hay admiradores de Milei en todas las corrientes de la extrema derecha europea. Pero yo no creo que se pueda hablar, en este caso, de una “mileización” del post-fascismo europeo. Hay expresiones de simpatías, de alianzas o afinidades, que no pueden expresarse explícitamente por diferentes razones. La integración económica del continente implica un marco legal e institucional que objetivamente limita la radicalización de los nacionalismos y aumenta el deseo de respetabilidad de sus líderes. Con la sola excepción de Francia, Europa es un continente de republicas parlamentarias, no presidenciales como Estados Unidos o Argentina. La extrema derecha no fue el interlocutor privilegiado de las elites económicas, hasta hace dos años. Hace dos años las cosas cambiaron. Ahora, las extremas derechas son interlocutoras viables. Y después de la reelección de Trump en Estados Unidos, no solamente son interlocutores respetables y aceptables: son casi privilegiados. Y, desde este punto de vista, otra vez Milei, que aparecía como un loco pintoresco, es el precursor de una tendencia general.
 
Llama la atención la distancia entre sus discursos económicos, un “anti-europeísmo” -entendido como rechazo a una Unión Europea liberal, centrada en Alemania- en el caso de las ultraderechas europeas, y un aperturismo a ultranza en casos como el argentino. Pero otros elementos parecen funcionar más fácilmente como vasos comunicantes, como el discurso frente al peligro inmigratorio. ¿Podría decirse que estos aspectos cultural-ideológicos ofrecen mayor facilidad para encontrar lazos entre las expresiones de estas “nuevas derechas” que el elemento económico?
 
Bueno, las nuevas derechas radicales, de una manera general, son post-ideológicas. Se inscriben en un régimen de historicidad que apareció después de la caída del Muro de Berlín, después del final de la Guerra Fría, que es un contexto global post-ideológico. Y lo que llama la atención es la ausencia de ideólogos, la ausencia de teóricos, la ausencia de intelectuales de gran envergadura que elaboren el perfil cultural, intelectual, ideológico de estas nuevas derechas. El papel que juegan -y esto es típico del neoliberalismo- las agencias de comunicación, es mucho más importante que el papel que juegan los intelectuales que escriben editoriales o ensayos para revistas. No hay una revista -en ningún país, yo creo- de extrema derecha que tenga una envergadura intelectual y que pueda jugar un papel en un debate en la esfera pública de un país. En revancha, las redes sociales y muchos canales de televisión juegan un papel que es fundamental. Entonces, en esta constelación heterogénea y post-ideológica Milei ocupa una posición peculiar, como una vanguardia que marcha adelante. Eso está probablemente vinculado a su propia trayectoria. Es decir, Milei no es un líder político que se convirtió al anarco-capitalismo; es un ideólogo. No es un empresario que ingresa en la política, no es un líder político que hace un giro ideológico: es un ideólogo que se convierte en líder político. Milei tiene una concepción muy ideológica del papel del Estado, de la economía, de la sociedad. Entonces, ¿es Milei la encarnación de una vanguardia en este marco, porque tiene una ideología y puede jugar este papel? Bueno, esa es una hipótesis que se puede plantear. Cierto, él se considera una vanguardia, si no un modelo, pero creo que es demasiado temprano para decir si es la vanguardia de una tendencia general. No estoy seguro de eso, porque el planteamiento de Milei -esta forma de paleolibertarianismo, como se definió, o como anarcocapitalismo-, es una corriente global, que en Argentina tiene su expresión -la más contundente- pero no es la corriente dominante en una escala global. Y yo diría que, para imponerse, esta corriente implica una ruptura con un conjunto de herencias, casi una ruptura con el universo mental de las derechas neoconservadoras o de las derechas fascistas o post-fascistas, que son extrañas a la idea de un mundo global radicalmente, integralmente neoliberal. De este punto vista, sí, se habló de neoliberalismo autoritario y esta es una buena definición. El neoliberalismo autoritario es la forma que corrientes post-fascistas, autoritarias, conservadoras, pueden tomar en la edad del neoliberalismo. Pero las referencias del neoliberalismo autoritario son los grandes teóricos del neoliberalismo que ya fueron inspiradores de la revolución neoconservadora en la década de los ’80 -Thatcher, Reagan-, y su ideólogo era Hayek. Hayek era un neoliberal que planteaba una separación entre el Estado y la sociedad. El papel del Estado era establecer el marco en el cual la sociedad está dirigida por el mercado. La sociedad se autodespliega y desarrolla y, entonces, el Estado tiene que retraerse, retirarse, de la educación, de la salud, de los transportes, de los servicios públicos, etcétera. Esta era la idea del neoliberalismo, con un Estado que garantizaba un capitalismo neoliberal. Y esta idea es muy contradictoria con toda la tradición fascista. Porque el fascismo es muy intervencionista, el fascismo es muy dirigista. En la historia del fascismo hay toda una historia de planificación; la idea del Estado que planea la economía y todo. Y muchas de las derechas radicales son herederas de esta tradición. Y hoy la referencia de Milei no es tanto Hayek, es Murray Rothbard. El paradigma de Milei no es el neoliberalismo como un Estado que garantiza la dominación o la hegemonía del mercado, es el Estado mismo incorporado en la economía neoliberal. Entonces es otra cosa: es un totalitarismo neoliberal.
 
Dentro de esa inestabilidad, de esto que usted llama “posfascismo” ¿cabría reconsiderar algo sobre esta idea de que eran movimientos que habían declinado, que habían menguado, su carácter “rupturista”, si se quiere, “revolucionario”? En el sentido de que estas derechas habrían debilitado esa dimensión, optando por “jugar desde adentro”, desde el “sistema”. ¿Podría decirse que el factor “revolucionario” o “rupturista” se ha “culturizado”, ubicándose en esta noción de “batalla cultural”, expropiada al gramscismo, como un modo de mostrar radicalidad o promesa de cambio en alguna dimensión?
 
Sí, yo diría que, como las nuevas derechas tienen un éxito global y experimentan un ascenso tan poderoso, es evidente que se plantean el problema de construir una hegemonía cultural. Y lo hacen con cierta eficacia. Es decir, su capacidad de construir una hegemonía cultural es mucho más evidente que la capacidad de la izquierda de construir una hegemonía cultural. Si hacemos una comparación en las últimas dos décadas, los logros de la extrema derecha son mucho más grandes que los logros de la izquierda. Bueno, digamos que en el siglo XXI hay un problema de construcción de un nuevo relato, de una nueva hegemonía cultural y política, de una redefinición de la identidad de los actores políticos. La extrema derecha lo logró en amplia medida. Hay una nueva derecha radical que aparece como la derecha del siglo XXI. Hubo una recomposición y la emergencia de este nuevo polo, que yo llamo “post-fascista”, que es la nueva derecha. La izquierda no fue capaz de reinventarse.