2 de julio de 2023

Apreciaciones de Maupassant sobre la novela y la crítica literaria

Guy de Maupassant (1850-1893) debió mucho de su formación literaria a Gustave Flaubert (1821-1880), quien fue su consejero entre los años 1873 y 1878, imponiéndole la dificultad y la precisión del credo realista. Conoció luego a Alphonse Daudet (1840-1897), a Emile Zola (1840-1902) y a Joris Karl Huysmans (1848-1907), vinculándose definitivamente al grupo de los naturalistas. En 1880, su relato “Boule de suif” (Bola de sebo) fue publicado en la colección de cuentos “Les soirées de Médan” (Las veladas de Médan), una suerte de manifiesto del naturalismo. A partir de entonces la producción de Maupassant fue enorme: en la década de 1880 a 1890 publicó dieciséis colecciones de cuentos entre los que se pueden mencionar “La maison Tellier” (La casa Tellier), “Contes de la bécasse” (Cuentos de la becada), “Clair de lune” (Claro de luna), “Contes du jour et de la nuit” (Cuentos del día y de la noche), “Le horla” (El horla) y “L'inutile beauté” (La belleza inútil). Por entonces también publicó, entre otras, las novelas “Una vie” (Una vida), “Bel ami” (Buen amigo), “Fort comme la mort” (Fuerte como la muerte) (1889) y “Notre cœur” (Nuestro corazón). Asimismo publicó poemarios, obras teatrales, libros de viajes, artículos y crónicas periodísticas y ensayos. A uno de éstos, “Question littéraire” (Cuestión literaria) escrito en 1882, pertenecen los siguientes fragmentos:
 
“Es preciso que el crítico, sin prejuicio alguno ni opiniones preconcebidas, sin ideas de escuela, sin compromisos con ningún grupo de artistas, comprenda, distinga y explique las tendencias más opuestas, los temperamentos más contrapuestos y admita las más diversas búsquedas de arte”.
 
“El crítico que se atreve a escribir: 'esto es una novela y aquello no lo es', me parece que está dotado de una perspicacia que se asemeja mucho a la incompetencia. Por lo general, este crítico entiende por novela una aventura más o menos verosímil, dispuesta como una obra teatral en tres actos, de los que el primero contiene la exposición, el segundo la acción y el tercero el desenlace. Este modo de componer es absolutamente admisible, pero a condición de que se acepten todos los demás”.
 
“¿Existen reglas para escribir una novela, fuera de las cuales una historia escrita debiera llamarse de otro modo? ¿Cuáles son esas famosas reglas? ¿De dónde proceden? ¿Quién las ha establecido? ¿En virtud de qué principio, de qué autoridad y de qué razonamientos? No obstante, parece ser que los críticos saben de una manera cierta, indudable, lo que constituye una novela y lo que la distingue de otra que no lo es. Esto, sencillamente, significa que sin ser escritores están agrupados en una escuela y rechazan, a la manera de los mismos novelistas, todas las obras concebidas y realizadas fuera de su estética”.
 
“Todos los escritores han reclamado con insistencia el derecho absoluto e indiscutible de componer, es decir, de imaginar u observar de acuerdo con su concepto personal del arte. El talento procede de la originalidad, que es una manera especial de pensar, de ver, de comprender y de juzgar. Así pues, el crítico que pretende definir la novela según la idea que de ella se ha forjado con arreglo a las novelas que pre­fiere, y establecer ciertas reglas invariables de composición, luchará siempre contra el temperamento de un artista que aporte un nuevo procedimiento".
 

“Un crítico totalmente merecedor de este nombre debería ser tan sólo un analista exento de tendencias, de preferencias, de pasiones, y apreciar tan sólo, al igual que un perito en pintura, el valor artístico del objeto de arte que se le somete. Su comprensión, abierta a todo, debe absorber hasta tal punto su personalidad, que pueda descubrir y alabar incluso los libros que no le satisfacen como hombre, pero que debe comprender como juez. Pero la mayor parte de los críticos no son, en realidad, más que lectores, y el resultado es que nos censuran casi siempre erróneamente o nos elogian sin reserva y sin tino”.
 
“Discutir el derecho que asiste a un escritor para hacer una obra poética o realista es quererle forzar a modificar su temperamento, recusar su originalidad y no permitirle utilizar la visión y la inteligencia que le proporcionó la naturaleza. Echarle en cara que vea las cosas hermosas o feas, pequeñas o épicas, graciosas o siniestras, es como reprocharle estar configurado de tal o cual manera y no tener una visión que concuerde con la nuestra. Dejémosle en libertad para comprender, observar, concebir como guste, mientras sea un artista”.
 
“La meta del escritor (serio) no es contarnos una historia, no conmovernos o divertirnos, sino hacernos pensar y llevarnos a entender el sentido oculto y profundo de los hechos. Dado que ha observado y meditado, el escritor aprecia el universo, los objetos, los hechos y los seres humanos de una manera personal que es el resultado de combinar sus observaciones y reflexiones. Lo que trata de comunicarnos es esta visión personal del mundo, reproducida en su ficción. A fin de conmovernos como él ha sido conmovido por el espectáculo de la vida, debe reproducirlo ante nuestros ojos con escrupulosa exactitud. Debe componer su obra con tal sagacidad, con tal disimulo y aparente simplicidad, que sea imposible descubrir su plan o percibir sus intenciones”.
 
“El novelista que transforma la verdad constante, brutal y desagradable, para lograr una aventura excepcional y seductora, debe, sin preocuparse demasiado por la verosimilitud, manejar a su antojo los acontecimientos, prepararlos y arreglarlos para complacer al lector, emocionarle o enternecerle. El plan de su novela no es más que una serie de combinaciones ingeniosas que conducen con habilidad al desenlace. Los incidentes se disponen y dirigen hacia el punto culminante, y el resultado final, que es un acontecimiento capital y decisivo, debe satisfacer todas las curiosidades excitadas al principio, poniendo un límite al interés y acabando de una manera tan completa la historia relatada, que ya no se desee saber qué les ocurrirá en el futuro a los personajes más sobresalientes”.
 

“El novelista que pretende darnos una imagen exacta de la vida debe evitar cuidadosamente cualquier encadenamiento de hechos que pudiera parecer excepcional. Su finalidad no estriba en contarnos una historia, divertirnos o entristecernos, sino en forzarnos a pensar, a comprender el sentido profundo y oculto de los sucesos. A fuerza de observar y meditar, mira el universo, las cosas, los hechos y los hombres de cierto modo que le es peculiar y que se deriva del conjunto de sus observaciones meditadas. Esta es la visión personal del mundo que intenta comunicarnos reproduciéndola en un libro. Para conmovernos, como le ha conmovido a él mismo el espectáculo de la vida, debe reproducirla ante nuestros ojos con escrupulosa semejanza. Por lo tanto, deberá componer su obra de una manera tan hábil, tan disimulada y en apariencia tan sencilla, que sea imposible adivinar e indicar el plan, descubrir sus intenciones”.
 
“El artista, una vez elegido el tema, tomará tan sólo de esta vida repleta de contingencias y casualidades, los detalles característicos útiles a su argumento, y rechazará todo lo demás, todo cuanto quede al margen de él. La vida deja todo en el mismo plano, precipita los acontecimientos y los prolonga indefinidamente. El arte, en cambio, consiste en usar precauciones y preparaciones, en disponer transiciones sabias y disimuladas, en poner tan sólo en evidencia, mediante la habilidad de la composición, el grado de relieve que convenga, según su importancia, en provocar la profunda sensación de la verdad especial que se pretende demostrar”.
 
“Cada uno de nosotros se forja sencillamente una ilusión del mundo; ilusión poética, sentimental, gozosa, melancólica, impura o lúgubre, según su naturaleza. Y la misión del escritor no es otra sino reproducir con fidelidad esta ilusión mediante todos los procedimientos del arte que haya aprendido y de que pueda disponer. Los grandes artistas son aquellos que imponen a la humanidad su ilusión particular”.
 
“Hay que ser muy loco, muy audaz, muy presumido o muy estúpido para continuar escribiendo hoy en día. Tras tantos maestros de tan variadas naturalezas, de inteligencia múltiple, ¿qué queda por hacer que no se haya hecho y qué queda por decir que no se haya dicho? ¿Quién de nosotros puede vanagloriarse de haber escrito una página, una frase, que no encontremos escrita, casi igual, en otra parte? Cuando leemos, nosotros, que estamos saturados de escritura, que tenemos la impresión de que nuestro cuerpo entero está formado por una masa compuesta por palabras, ¿acertamos con una línea, con un pensamiento que no nos sea familiar y del cual no hayamos tenido, por lo menos, un presentimiento confuso?”.
 

“El hombre que tan sólo se propone divertir a su público con la ayuda de procedimientos ya conocidos, escribe con seguridad, en el candor de su mediocridad, unas obras destinadas a la muchedumbre ignorante y desocupada. Pero aquellos sobre quienes pesan todos los siglos de la literatura pasada, aquellos a quienes nada satisface, a quienes todo disgusta porque sueñan con algo mejor, a quienes todo les parece ya desflorado, a quienes su obra les da siempre la impresión de un trabajo inútil y común, llegan a juzgar el arte literario como algo inalcanzable, misterioso, que apenas nos revelan unas páginas de los más famosos maestros”.
 
“El talento es una larga paciencia; se trata de observar todo cuanto se pretende expresar, con tiempo suficiente y suficiente atención para descubrir en ello un aspecto que nadie haya observado ni dicho. En todas las cosas existe algo inexplorado, porque estamos acostumbrados a servirnos de nuestros ojos sólo con el recuerdo de lo que pensaron otros antes que nosotros sobre lo que contemplamos. La menor cosa tiene algo desconocido. Encontrémoslo. Para descubrir un fuego que arde y un árbol en una llanura, permanezcamos frente a ese fuego y a ese árbol hasta que no se parezcan, para nosotros, a ningún otro árbol y a ningún otro fuego. Esta es la manera de llegar a ser original”.
 
“Tras haber planteado esa verdad de que en el mundo entero no existen dos granos de arena, dos moscas, dos manos o dos narices iguales totalmente, me obligaba a expresar, con unas cuantas frases, un ser o un objeto de forma tal a particularizarlo claramente, a distinguirlo de todos los otros seres o de otros objetos de la misma raza y de la misma especie. Sea cual sea lo que queramos decir, existe una sola palabra para expresarlo, un verbo para animarlo y un adjetivo para calificarlo. Por lo tanto, es preciso buscar, hasta descubrirlos, esa palabra, ese verbo y ese adjetivo, y no contentarse nunca con algo aproximado, no recurrir jamás a supercherías, aunque sean afortunadas, a equilibrios lingüísticos para evitar la dificultad”.
 
“No es en absoluto necesario recurrir al vocabulario extravagante, complicado, numeroso e ininteligible que se nos impone hoy día, bajo el nombre de escritura artística, para fijar todos los matices del pensamiento; sino que deben distinguirse con extrema lucidez todas las modificaciones del valor de una palabra según el lugar que ocupa. Utilicemos menos nombres, verbos y adjetivos de un sentido casi incomprensible y más frases diferentes, diversamente construidas, ingeniosamente cortadas, repletas de sonoridades y ritmos sabios. Esforcémonos en ser unos excelentes estilistas en lugar de coleccionistas de palabras raras. Es más difícil manejar la frase a nuestro antojo, lograr que lo diga todo, incluso aquello que no expresa, llenarla de sobreentendidos, de secretas intenciones no formuladas, que inventar nuevas expresiones o buscar, en lo más profundo de antiguos y desconocidos libros, todas aquellas cuyo uso y significado se ha ido perdiendo y que son, para nosotros, como expresiones muertas”.
 

Con Maupassant, el cuento del siglo XIX alcanzó uno de sus niveles más altos a través de una precisión estructural cuidadosamente elaborada dentro de la práctica literaria del realismo naturalista. No fueron pocos los escritores y críticos literarios que se refirieron a su obra. Lo hizo por ejemplo el poeta, novelista y ensayista francés Anatole France (1844-1924) en “La vie littéraire” (La vida literaria), un libro en el que reunió sus artículos críticos publicados desde 1888 a 1892 en el diario parisino “Le Temps”. En uno de ellos escribió: “Monsieur de Maupassant ciertamente es uno de los más sinceros narradores de este país, donde ha creado tantos y tan buenos cuentos. Su lenguaje, fuerte, sencillo, natural, tiene un sabor a la tierra tal que nos hace amarla cariñosamente. Posee las tres cualidades del escritor francés: en primer lugar la claridad, luego la claridad y por último la claridad. Posee el espíritu de mesura y orden propio de nuestro pueblo”.
Otro tanto hizo en 1927 el escritor estadounidense Howard P. Lovecraft (1890-1937) en su ensayo “Supernatural horror in literatura” (El horror sobrenatural en la literatura). Allí expresó: “Los cuentos de horror del poderoso y cínico Guy de Maupassant poseen el más vivo interés e intensidad, y sugieren con fuerza maravillosa la inminencia de unos terrores indecibles y el acoso implacable al que se ve sometido un desdichado por parte de espantosos y terribles representantes de las negruras exteriores”. Y en el año 2000, el crítico y teórico literario estadounidense Harold Bloom (1930-2019) manifestó en “How to read and why” (Cómo leer y por qué): “¿Por qué leer a Maupassant? En sus mejores momentos, atrapa como pueden hacerlo muy pocos. Y es mucho lo que se puede recibir de su voz narrativa. No es el cuerno de la abundancia, pero complace a muchos y sirve de introducción a los difíciles placeres de narradores más sutiles”.
Si bien fue un cuentista por excelencia, cuyas narraciones alusivas a la angustia, la locura, el miedo, lo erótico, los celos, la psicopatía, lo sobrenatural y la muerte han sido objeto de estudio durante más de un siglo, no deja de ser valioso su aporte a la teoría de la novela que, a pesar de los años transcurridos, indudablemente conserva cierta actualidad. Lo mismo puede decirse de sus novelas, las cuales también han dejado una huella imborrable en la historia de la literatura.