La
escritora argentina Carmen Medrano (1958) ha desarrollado una incansable labor
docente tanto a nivel secundario como universitario además de numerosas
participaciones en eventos culturales. Profesora de Literatura, ha dado clases en
el Campus Nuestra Señora del Pilar de la Universidad del Salvador, en el
Colegio Bernardino Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires, institución en la
cual también ha sido vicerrectora y en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre de San
Miguel de Tucumán, del que ha sido directora. Conductora de su propio taller
literario en la ciudad de Buenos Aires, centrado en el cuento y la poesía,
también ha coordinado numerosos talleres literarios, entre ellos el “Los
imagineros” de La Rioja, el “Café Literario” de Tucumán, el “Café Literario del
Club del Progreso” y el “Taller El Libro de Arena”, estos últimos en Buenos
Aires. Ha ejercido el periodismo cultural colaborando en medios como el diario
“La Prensa”, las revistas “Todo es Historia” e “Idea Viva” y en numerosas
antologías. Es autora de tres libros de cuentos: “La buena gente”, “Historias
de la mujer marrón” y “Algo está por pasar”.
Con respecto a este último, la escritora nacida en Italia y nacionalizada argentina Syria Poletti (1919-1991), autora entre muchas otras obras de las galardonadas “Historias en rojo” y “Botella al mar”, escribió: “En los cuentos de Carmen Medrano hay una constante unidad que no sólo responde a esa fidelidad a las obsesiones primitivas y más dolorosas sino que nace de una unidad de cosmovisión: una unidad en la manera de fijar la mirada, siempre solícita sobre la desdicha humana. Mirada ya compasiva, ya impiadosa, mirada lúcida, que es a veces ironía y que busca la salida hacia el humor como una descarga para poder avanzar en la observación. La sensibilidad, la visión, la cultura, la manera de ser después de una acumulación de culturas, todo ese sentir tan acendradamente argentino está en este libro. No es una cuestión de estilo, es una cuestión de respiro. Aun cuando sean dolorosas o patéticas, siempre las historias son misteriosamente bellas porque su autora posee el don de contar”.
Con respecto a este último, la escritora nacida en Italia y nacionalizada argentina Syria Poletti (1919-1991), autora entre muchas otras obras de las galardonadas “Historias en rojo” y “Botella al mar”, escribió: “En los cuentos de Carmen Medrano hay una constante unidad que no sólo responde a esa fidelidad a las obsesiones primitivas y más dolorosas sino que nace de una unidad de cosmovisión: una unidad en la manera de fijar la mirada, siempre solícita sobre la desdicha humana. Mirada ya compasiva, ya impiadosa, mirada lúcida, que es a veces ironía y que busca la salida hacia el humor como una descarga para poder avanzar en la observación. La sensibilidad, la visión, la cultura, la manera de ser después de una acumulación de culturas, todo ese sentir tan acendradamente argentino está en este libro. No es una cuestión de estilo, es una cuestión de respiro. Aun cuando sean dolorosas o patéticas, siempre las historias son misteriosamente bellas porque su autora posee el don de contar”.
Otro tanto hizo la historiadora y escritora argentina María Sáenz Quesada (1940), autora, entre muchos otros ensayos, de “La Argentina. Historia del país y de su gente”, “El camino de la democracia” y “Mujeres, el largo camino” Ella opinó: “Con la publicación de sus cuentos, Carmen Medrano asume plenamente su oficio de escritora y lo hace con la seriedad, profundidad y el toque entusiasta: en resumen, con su capacidad para entregarse a una vocación a la que, sin duda, viene dedicando su vida. La decisión última de no admitir trampas, clara en varios protagonistas, forma parte de la vocación de la autora que no se desprende, aun en las instancias trágicas, de la lucidez y del humor. ¿Qué es para ella el oficio de escribir? Algunos personajes parecen señalarnos que es empezar una historia que siempre es insuficiente, inacabada... Una pesada carga y al mismo tiempo, una posibilidad de liberación”.
Justamente a “Algo está por pasar”, libro que Carmen Medrano publicó en 1990, pertenece el cuento “Palabra de varón”, el cual se reproduce a continuación.
Un espacio, el suyo, para flotar siempre. En eso creyó. Pero un día su recinto empezó a convulsionarse y él tuvo que rodar, arrastrado por una fuerza desconocida, a lo largo de un pasadizo oscuro. Iba a los tumbos. Cuando no se resistió, se deslizó más fácil, con la cabeza hacia adelante. De nuevo el pánico. Quiso volverse. No pudo. La luz al final del conducto lo encegueció. Con todo, alcanzó a percibir los dedos alargados, movedizos, que le dieron caza cuando hizo su último intento por escapar. Lombrices gordas lo sacaban al mundo.
Nació. Lloró y confió en que el griterío sería recurso infalible para que lo devolvieran adentro. Inútil. Todos los recién llegados lloraban como él, después lo supo.
Conocía, al fin, la Tierra. Qué otro remedio le quedaba. Extrañó y, a veces, en el sueño, todavía lo extraña, su mundo de aguas tibias.
Debió de dormir un tiempo prolongado. Despertó en una semipenumbra silenciosa. Aire acumulado le oprimía el pecho. Decidió lanzarlo por la boca para serenarse. Le salió un chillido inarmónico que lo asustó, como que al principio creyó que no le pertenecía. Lo habían puesto en un canasto que le impedía ver el entorno. Por eso se aterrorizó ante la cantidad de chillidos-llantos similares al suyo, brotados por contagio en la habitación entera. Los gritos que él dio fueron los más impresionantes. La única cuidadora lo levantó en brazos y “no llore, no llore, chiquitito” le decía. Semejantes palabras eran sí, no saber qué decir o, por lo menos, así le pareció a él.
Desde el aire conoció a sus contemporáneos agitándose, llorando, suspirando, durmiendo. ¿Habrá más que hacer en el mundo?
Fue durante la primera noche cuando la vio. La traían en brazos, llena de cintas rosas. La acomodaron en un canasto vecino. La oyó moverse y emitir el primer lamento. Le recordó el sonido de las sirenas de ambulancia que había oído desde su mamá. Era la de la recién llegada una sirenita tenue, con breves intervalos.
Trató de copiarla. Le brotó una sirena ronca. El ser diminuto de las cintas rosas insistió con su versión. Por unas hendijas de los canastos se miraron. Creo que es muy linda, pensó él. Ella, la sirenita, lanzó estridencias nuevas. Se durmió contento, tranquilo por primera vez.
Despertó y la buscó con la vista. No le vio la cara sino una cabeza redonda y pelada. Batió pies y manos para que ella de nuevo lo mirara. Desde el otro costado del canasto de la sirenita surgió la explicación al misterio; una voz de varón profería sus alardes inaugurales. Con furia, fue elevando el propio llanto, para batir al rival recién aparecido. La cuidadora (¿por qué siempre lo interrumpía a él?), lo sacó del canasto. “¿Por qué llora, por qué llora, chiquitito?”, repetía en tanto lo alejaba del lugar. Ahora no. No me mueva ahora. No haga tan fácil las cosas para el enemigo. Luchó en los brazos de la mujer pero ella lo llevó, imperturbable, a lo largo de pálidos pasillos hasta una puerta con un moño celeste enorme.
Una multitud lo rodeó, Casi lo asfixió. Le hundían dedos en las mejillas. Lo pellizcaban al grito de “Qué gordito es. Dan ganas de comérselo”. Deseó, rabioso, ser comido por la mamá, así retornaba al escondite de donde no debió salir nunca. Algunos se empeñaban en desenroscarle los dedos de las manos. Tal vez el ritual fuera ser partido en pedacitos, uno para cada uno de esos seres enormes. ¿Estarían también descuartizando a la sirenita de la nursery?
Una figura, parentela cariñosa, empezó a balancearlo. “Arriba, abajo, babor, estribor, para un lado, para el otro”, recitaba y él se mareaba. Quiso vomitar, pero no tenía qué.
Cuando reconoció la voz que demandaba por él, en oleada de sensaciones le volvió la paz. De nuevo, al fin, la voz y el olor. Madre, mother, mere, mamma, mater, matera (sus genes no le prestaron más voces), lo puso sobre ella y él comprendió que allí estaba su salvación. Desde ese momento supo que su existencia entera iba a ser una lucha entre la sirenita de la nursery y esa suerte de ángel protector que lo besaba.
Por Dios, ¿quién ganaría la batalla? Qué bueno sería quedarse con las dos. Si su mamá entendiera que él necesitaba para ser totalmente feliz estar junto a la sirenita de la nursery. Por favor, mamá, róbala para mí. Roba..., ¡cuidado! Casi me ahoga con su pecho.
Cuando lo devolvieron a la nursery, la sirenita ya no estaba.
A la salida del sanatorio espió para todos lados. Sigue espiando por las calles, cuando lo sacan a pasear. Día a día renace la esperanza en la plaza adonde acostumbran llevarlo. Está seguro de que alguna vez se encontrarán con la sirenita. Entonces hará lo posible para no perderla más.