2 de junio de 2020

Dante Alighieri o el infierno tan temido

En la pila bautismal, el creador de la “Divina Comedia” recibió el nombre de Durante, en honor de su abuelo materno. Sin embargo, cariñosamente se le impuso la forma abreviada Dante, que por último él mismo convertiría en su nombre público. Más azarosa fue la historia del apellido, sobre todo porque no existen registros fidedignos que fijen una grafía única. A lo largo de la vida de Dante se emplearon varias formas: Alighiero (utilizada por su padre), Aldighiero, Allaghieri, Allighieri y Alligieri fueron las más comunes. Pero en definitiva se impuso la fijada por Giovanni Boccaccio (1313-1375) al escribir “Trattatello in laude di Dante” (Vida de Dante), una biografía del florentino: Alighieri.
“De mediana talla fue nuestro poeta -dijo el autor del ‘Decameron’-, y a partir de cierta edad anduvo siempre algo encorvado. De rostro alargado y de nariz aquilina, los ojos más bien grandes que pequeños, de fuertes mandíbulas y con el labio superior más avanzado que el inferior. Tuvo color moreno y los cabellos y la barba espesos, negros y crespos, y su rostro se mostró siempre melancólico y pensativo. Sus vestidos fueron dignísimos y convenientes a sus cambios de edad, y su andar grave y reposado. En hábitos domésticos o públicos fue siempre maravillosamente pulido y circunspecto. En el comer y en el beber fue de extrema parquedad. Nadie tan atento como él en el desempeño de cualquier ocupación que debiera cumplir. Raras veces, a no ser que lo interrogasen, tomaba la palabra, por más que de natural fuera de gran elocuencia”.
Dante Alighieri nació en Florencia el 14 de mayo de 1254 y muy poco se conoce acerca de su educación, una cuestión que está envuelta en un misterio casi absoluto. Sus libros reflejan una vasta erudición que comprendía casi todo el conocimiento de su época, pero cómo lo adquirió es materia prácticamente desconocida para sus biógrafos. Algunos de ellos, como su contemporáneo Filippo Villani (1325-1407) o, ya en el siglo XX, el traductor español Ángel Crespo (1926-1995), sostienen que pudo haber estudiado medicina hacia 1287 con el famoso médico Tadeo Alderotti (1215-1295), fundador de una escuela de medicina en Bolonia. Lo que sí se sabe es que en su juventud adquirió una amplia formación jurídica de manos del filósofo humanista Brunetto Latini (1220-1294). Ambas disciplinas serían notorias en su narrativa posterior.
En sus comienzos ejercieron una gran influencia sobre quien llegaría a ser considerado el “padre del idioma italiano” las obras del poeta florentino Guido Cavalcanti (1258-1300), pero también se interesó en la poesía toscana leyendo a Bonagiunta Orbicciani (1220-1290) y Guittone d'Arezzo (1235-1294), dos de sus más prestigiosos representantes. “En su juventud se deleitaba grandemente en sones y cantares -prosigue Boccaccio-, y por gustarle tanto fue amigo de casi todos los músicos y cantantes de su tiempo. Asimismo, resultó grandemente apasionado en cosas de amor. Avanzado en edad se volvió muy solitario y amigo de pocos. En los estudios fue muy asiduo, de sorprendente y de sublime ingenio, como lo demuestran sus obras, admirables y peregrinas. Deseosísimo fue de honor y de pompa, más por ventura de lo que al sabio cuadraría. Pero, ¿qué vida ha habido tan humilde que no haya sido tocada por la dulcedumbre de la gloria?”.
La primera obra literaria de Dante fue “La vita nuova” (La vida nueva, 1295) compuesta de poemas en forma de soneto entre los que se intercalan textos en prosa, a la que siguió “Convivio” (El banquete, 1307) una colección de extensos poemas. Luego escribió “De Monarchia” (De la Monarquía, 1310), obra en la que defendió, inspirado en el modelo del Imperio Romano de Cayo Octavio Turino (63 a.C.-14 d.C.) -quien fuera el primer emperador romano bajo el nombre de Augusto- la necesidad de una monarquía universal autónoma e independiente que garantizase la unidad y la paz, y abogó por la separación entre la Iglesia y el Estado.
Pero su obra maestra fue “Commedia” (llamada así originalmente hasta que el propio Boccaccio le añadió el adjetivo y pasó a llamarse “La Divina Comedia”), la que debió comenzar alrededor de 1307 para concluirla poco antes de su muerte. Se trata de una narración alegórica en verso, de una gran precisión y fuerza dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. De acuerdo con la ciencia de su tiempo, Dante creía que la Tierra era el centro inmóvil del universo y que estaba habitada sólo en el hemisferio septentrional, ya que al austral lo cubrían las aguas. En el centro del hemisferio habitado se encontraba Jerusalén y por debajo de esta ciudad el poeta inicia su viaje de ultratumba.


El descenso lo hace por una especie de embudo gigantesco cuyo vértice es también el centro del planeta. Este embudo, que se angosta según se hace más profundo, es el Infierno. De él se sale por una delgada grieta que conduce hasta la superficie del hemisferio austral, en las antípodas de Jerusalén. Allí hay una isla y en ella una montaña con forma de cono truncado, el Purgatorio, en cuya cúspide está la frondosa planicie del paraíso terrenal. Más allá, alrededor de la Tierra giran (con velocidad creciente conforme su lejanía) los nueve cielos del Paraíso eterno; cinco corresponden a los planetas entonces conocidos (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), dos al Sol y la Luna, y dos a las estrellas fijas y errantes. Fuera de ellos, totalmente inmóvil se encuentra el Empíreo, desde donde es posible contemplar a Dios.
Acorde con este plano general, cada uno de los reinos de ultratumba tiene su propia topografía. El Infierno está dividido en dos grandes secciones, el Alto y el Bajo Infierno. La primera corresponde a quienes pecaron por incontinencia y la segunda a aquellos que lo hicieron por malicia; en la suma de ambas se despliegan los nueve círculos donde el poeta agrupa a los pecadores. En los cinco primeros círculos se hallan los que por sus pecados padecen tormentos eternos no atroces, siendo castigados por el agua, el viento, la nieve y el fango. Del sexto círculo, al último, en cambio, se castiga a quienes han pecado por maldad y que por lo mismo deben sufrir el tormento del fuego.


Los primeros seis círculos están dispuestos para los no bautizados; los lujuriosos; los glotones, los soberbios y los envidiosos; los avaros y los pródigos; los iracundos, los orgullosos y los melancólicos; y, por último, los heresiarcas. Conforme se desciende, el Infierno se hace más estrecho y los tres círculos finales se subdividen en varias zonas reservadas a los pecadores más infames. Así, el séptimo círculo (reducto de quienes pecaron con violencia y bestialidad) se divide en tres zonas (los homicidas y los ladrones, los suicidas y los blasfemos, los sodomitas y los usureros); el octavo (la fosa de los malditos) en diez (los seductores y los rufianes, los aduladores y los cortesanos, los simoníacos, los adivinos y los charlatanes, los traficantes, los hipócritas, los corruptos y los estafadores, los malos consejeros, los cismáticos y los falsarios); y el noveno (el círculo de los traidores) en tres (los traidores a la familia, los traidores a la patria y los traidores a los amigos y benefactores). Entre los dos últimos se encuentra el pozo de los gigantes (donde moran los espíritus de esas figuras mitológicas) y al final del Infierno está Lucifer, quien con sus tres bocas devora eternamente a Judas, Bruto y Casio.


El Purgatorio es un monte escalonado por varias cornisas y dividido también en dos secciones, la inferior delimitada por una esfera de aire y la superior por una de fuego. La primera corresponde al Antepurgatorio, en tanto que después de pasar la segunda se entra al Purgatorio propiamente dicho. Allí deben ascenderse siete cornisas, cada una identificada con uno de los pecados capitales. Las dos primeras alojan a quienes pecaron por amor pervertido, las dos que siguen a los pecadores por amor negligente y las demás a los pecadores por amor excesivo. Todos están purgando sus respectivas culpas con diversos castigos físicos que son como la contrapartida de sus pecados; sólo a los lujuriosos los alcanza el fuego.
En la cumbre del monte está el paraíso terrenal. Desde allí se asciende a los nueve cielos del Paraíso eterno donde están distribuidas, según sus méritos, las almas de quienes fueron ejemplos de bondad y justicia. En el noveno cielo se encuentran las jerarquías angélicas y más allá el Empíreo con su Rosa de los Bienaventurados. En ese lugar sin referencias de tiempo ni espacio, Dante logra ver a Dios en una visión tan intensa que lo hace desfallecer.


La “Divina Comedia” está escrita en versos endecasílabos agrupados en tercetos. Son 14.333 versos distribuidos en 100 cantos: un canto de introducción y tres grupos de 33 cantos para cada una de las partes. La extensión de los cantos oscila entre los 112 y los 154 versos. Muchos cantos llevan un número igual de versos: 12 de 136, 12 de 139, 12 de 145 y 16 de 142 versos, lo que indica la arquitectura casi perfecta y el equilibrio entre los cantos que buscó el poeta florentino. Lo mismo sucede en la extensión de las partes: 4.720 el infierno, 4.755 el Purgatorio y 4.858 el Paraíso.
Dante Alighieri, también, se dedicó a la política hacia fines del siglo XIII, un tema que le generó no pocos problemas en una época sumamente convulsionada debido a la compleja situación política por entonces existente en la península itálica. Involucrado en el conflicto entre güelfos y gibelinos, facciones que apoyaban al Papado y al Sacro Imperio Romano Germánico respectivamente, en 1315 le fue impuesta en Florencia la condena a muerte, lo que lo llevó a exiliarse en Rávena. Allí enfermó de malaria y murió el 14 de setiembre de 1321. Fue sepultado con solemnes homenajes en la iglesia de San Francisco de esa ciudad.


Durante el siglo XV, muchas ciudades italianas crearon agrupaciones de especialistas dedicadas al estudio de la “Divina Comedia”, y en los siglos que siguieron a la invención de la imprenta, aparecieron más de cuatrocientas ediciones distintas sólo en Italia. La epopeya dantesca inspiró a numerosos artistas, hasta el punto de que han aparecido ediciones ilustradas por los maestros italianos del renacimiento Sandro Botticelli (1445-1510) y Miguel Angel Buonarroti (1475-1564), y por los artistas ingleses John Flaxman (1755-1826) y William Blake (1757-1827). El compositor italiano Gioacchino Rossini (1792-1868) y el alemán Robert Schumann (1810-1856) pusieron música a algunos fragmentos del poema, y el húngaro Franz Liszt (1811-1886) se inspiró en él para componer un poema sinfónico.
También Luis Cardoza y Aragón (1901-1992), poeta guatemalteco, utilizó a Dante como personaje en su poema “Pequeña sinfonía del nuevo mundo”. Otro tanto hizo el escritor británico Thomas Stearns Eliot (1888-1965), quien tomó versos del Infierno para “The waste land” (La tierra yerma). Y hasta el propio Jorge Luis Borges (1899-1986) escribió “Nueve ensayos dantescos” y reconoció que fue la lectura de la “Divina Comedia” la que le proporcionó el conocimiento y el manejo del idioma italiano.