Hubo un
grandioso escritor cuya obra exploró como ninguna otra la vulnerabilidad y la
inestabilidad moral de los seres humanos. La historia lo recuerda como Joseph
Conrad, pero su nombre real era Jósef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski y había
nacido el 3 de diciembre de 1857 en Berdichew, en la región de Podolia
(actualmente Ucrania). Esa ciudad, integrada a Polonia desde el siglo XVI y
permanentemente asediada por la Rusia zarista, gozaba de la diversidad étnica
habitual en los centros comerciales de la Europa oriental.
Se trataba
de una comunidad eminentemente judía (alrededor del 80% de la población), que poseía
una importante tradición jasídica -una interpretación mística del judaísmo
ortodoxo-. El resto de los pobladores se componía de los “szlachta”, los
aristócratas polacos, que eran católicos y hablaban polaco, y los “rutenos”,
nombre que recibían entonces los ucranianos, casi todos ortodoxos, de lengua
rusa y en su mayoría campesinos. Se trataba de comunidades encerradas en sí
mismas, que se abrían al exterior para el comercio y los servicios pero que
hablaban sus propias lenguas y mantenían identidades culturales y tradiciones
religiosas separadas.
En la
época del nacimiento de Conrad los polacos constituían una minoría en la
región. Al igual que muchas minorías, se aferraban celosamente a su pasado, a
su lengua y a sus tradiciones. Su familia pertenecía a la pequeña nobleza
polaca, cuando Polonia había sido borrada del mapa como Estado por la ambición
de las potencias vecinas. Los primeros años de su vida se desenvolvieron en
Varsovia, una ciudad que ofrecía varias ventajas culturales, aunque los
Korzeniowski tuvieron escasas oportunidades de disfrutarlas.
Su padre
había escrito comedias, dramas, y había traducido a William Shakespeare
(1564-1616), además de dirigir una revista. Sin embargo, entre 1861 y 1863 se
vio involucrado en una de las tantas sublevaciones nacionalistas polacas contra
el dominio extranjero, y fue confinado con su mujer e hijos en Siberia, donde
víctima de la tuberculosis falleció su esposa y seis años más tarde él corrió
idéntica suerte.
Así pues,
con sólo doce años de edad, Conrad pasó a ser tutelado por su tío Tadeusz, tras
establecerse su familia en la ucraniana ciudad de Lvov, administrada entonces
por el Imperio Austrohúngaro. Allí cursó la enseñanza secundaria y, aunque se
conocen pocos detalles de su educación, sí se sabe que desatendía las tareas
escolares para pasarse horas leyendo sobre la exploración ártica y la
cartografía de África, dibujando mapas y cultivando su imaginación, quizá
porque una tía abuela suya editaba atlas geográficos. Luego intentó realizar
estudios jurídicos, los que abandonó por hastío mientras que la geografía le
impactaba cada vez más.
Viajó a
Italia y trabó contacto por primera vez con el mar, uno de sus amores, al
tiempo que Venecia le fascinó y con la travesía a Trieste inauguró la
prolongada serie de sus viajes marítimos. Fue sin embargo desde Marsella en
donde, a los diecisiete años, inició su vida de marinero navegando en barcos
mercantes franceses durante cuatro años, etapa ésta que incluye un viaje a las
Antillas, el contrabando de armas para los carlistas españoles y los círculos
legitimistas monárquicos y bonapartistas franceses, y hasta un intento de
suicidio en 1878, probablemente provocado por un desengaño amoroso.
Deseando
cambiar de aires, se puso al servicio de la marina mercante inglesa y llegó a
Inglaterra con un precario conocimiento de la lengua aprendida hasta entonces
en los barcos. Se dedicó entonces al cabotaje entre los diversos puertos
británicos, mientras el tiempo libre lo llenaba con la lectura de Shakespeare. En
1880 aprobó el examen que lo convirtió en segundo oficial de la marina mercante
y, seis años más tarde, logró el grado de capitán. Poco
después amplió el radio de acción de sus viajes: con el buque “Duke of Sutherland”
llegó a Sidney, aventura que repetiría más tarde con el “Loch Etive”, y con el “Europe”
conoció diversos puertos italianos. El “Narcissus” lo llevó hasta Bombay e
incluso se salvó de milagro cuando el viejo “Palestine” se incendió y hundió.
En 1886
consiguió por fin la nacionalidad británica. Por aquel entonces y como
pasatiempo escribió su primer relato, que tituló “The back mate” (El
guardaespaldas). No abandonó por ello su vida marinera, viajando una y otra vez
por Extremo Oriente meridional y sufriendo ataques reumáticos, la embestida de
las fiebres así como la del terrible cólera.
Las
experiencias como marino, especialmente en el archipiélago malayo y en el río
Congo durante 1890, se reflejaron en sus relatos, escritos en inglés, que era
su cuarta lengua tras el polaco, el ruso y el francés. Tres años más tarde
comenzó su primera novela, “Almayer's folly” (La locura de Almayer), en la que
intentó plasmar los más atractivos recuerdos de Oriente, mientras se
restablecía de su maltrecha salud en un establecimiento de hidroterapia, el mismo
al que había acudido Guy de Maupassant (1850-1893). Continuó escribiendo su primera
novela y, tras un último viaje a Australia, abandonó la marina forzado por su
resentida salud. El mar quedó a partir de allí como un fondo continuo de su
obra, que firmaba ya como Joseph Conrad, “escritor inglés”.
En 1895
apareció por fin la novela, ya citada, a la que siguió “An outcast of the
islands” (Un vagabundo de las islas) un año después. Su matrimonio con Jessie
George ese mismo año lo decidió a dedicarse de lleno a la literatura. Su
precaria salud (sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así como la
parálisis de su mujer) y sus dificultades económicas debidas a los exiguos
ingresos que obtenía de su trabajo, no fueron obstáculo para que consiguiera,
en sus catorce años dedicado a la literatura, algunas auténticas obras
maestras. Conrad añadió a la simple novela de aventuras, de ambiente marino y
tropical, una profundidad psicológica y una intensidad simbólica como pocos
consiguieron con su estilo rico y vigoroso, y su hábil técnica narrativa que
apelaba con frecuencia a las interrupciones en el discurso cronológico.
A “Un
vagabundo de las islas” le siguieron: “The nigger of the Narcisus” (El negro
del Narciso, 1897), “Lord Jim” (1900), “Heart of darkness” (El corazón de las
tinieblas, 1902), “Typhoon” (Tifón, 1903), “Nostromo” (1904), “Mirror of the
sea” (El espejo del mar, 1906), “The secret agent” (El agente secreto, 1907), “Under
the Western eyes” (Bajo la mirada de Occidente, 1911), “Twixt land and sea”
(Entre la tierra y el mar, 1912), “Chance” (Azar, 1914), “Victory” (Victoria,
1915), “The shadow line” (Línea de sombra, 1917), “The arrow of gold” (La
flecha de oro, 1919) y “The rescue” (Salvamento, 1920).
También
publicó tres novelas en colaboración con su amigo Ford Madox Ford (1873-1939),
uno de los más prolíficos escritores ingleses de su tiempo: “The inheritors”
(Los herederos, 1900), “Romance” (Romance, 1903) y “The nature of a crime” (La
naturaleza de un crimen, 1923). Junto a estas narraciones “mayores” hay que
señalar las de más corta extensión, apuntes autobiográficos, notas literarias, etcétera,
entre las que se destacan “An outpost of progress” (Una avanzada del progreso,
1896) y “Gaspar Ruiz” (1906). El común denominador de todas sus obras fue su
profundo análisis de los rincones más débiles y oscuros del alma humana.
Madox Ford
publicaría en 1924, escasos meses después de la muerte de su amigo, “Joseph
Conrad, a personal remembrance” (Joseph Conrad, un recuerdo personal), obra en
la que contó que Conrad dudó entre adoptar el francés o el inglés como idioma
literario, y explicó que, si bien su pericia con el francés era mayor, descartó
al fin esta opción porque “en inglés no había estilistas o eran muy poco
frecuentes”, mientras que “el francés estaba repleto de ellos”.
Conrad
solía contar que había perfilado su propio estilo traduciendo al inglés
diversos pasajes de su admirado Gustave Flaubert (1821-1880). En su libro, Ford
sostiene que varios trechos de “La locura de Almayer” fueron escritos en los
espacios y las páginas en blanco de un ejemplar de “Madame Bovary” que poseía
Conrad cuando aún era marinero, y que buena parte de ello ocurrió mientras su
barco estaba atracado nada menos que en el puerto de Ruan, ciudad que sirve de
escenario para la famosa novela. En su camarote, cuando alzaba la vista, “por
el ojo de buey solía ver la posada en que Emma Bovary se encontraba con su
amante”, escribió Ford.
Su postrer
contacto con el mar tuvo lugar en 1923, año en el que realizó una visita a Nueva
York en los Estados Unidos de América. A su regreso a Inglaterra, el primer
ministro del Gobierno británico, James Ramsay MacDonald (1866-1937), le ofreció
el título de Sir, honor al que rehusó el solitario y desengañado aventurero que
aún llevaba dentro. Falleció de un ataque al corazón el 3 de agosto de 1924 en
Bishopsbourne, en el condado de Kent y fue enterrado en el cementerio de
Canterbury. En su lápida puede leerse: “El sueño tras el esfuerzo, el puerto
tras la tempestad, el reposo tras la guerra, la muerte tras la vida, harto
complacen”.
A pesar de
las objeciones de algunos críticos a su lenguaje demasiado elaborado, Conrad es
considerado como un clásico y su influencia se ha dejado sentir incluso fuera
de la literatura inglesa. Madox Ford, en la biografía citada, decía que Conrad había
tomado el idioma inglés “por el cuello” y luchado talentosamente con él hasta
conseguir que “obedeciera como les ha obedecido a muy pocos hombres”. Su inglés
era ceremonioso, elevado, un poco abstracto y a la vez con una riqueza de
vocabulario y de recursos retóricos propia de quien aprende una lengua siendo
ya adulto. Tras completar la novela “Nostromo”, considerada por muchos críticos
como su obra maestra y que le costó muchísimo escribir, dijo: “fue un triunfo
por el que mis amigos podrán felicitarme como si hubiera salido de una grave
enfermedad”.
La mayor
parte de sus relatos tuvieron como telón de fondo la vida en el mar y los
viajes en puertos de diferentes partes del mundo. No obstante, su estilo no es
una literatura de viajes en sentido estricto, simplemente es un argumento para
desarrollar los conflictos humanos entre el bien y el mal, el escenario en el
que se proyectan sus obsesiones y, en particular, su soledad, su escisión y el
desarraigo generado al ser descendiente de una familia polaca que sufrió la
opresión y el exilio, situaciones éstas que marcaron su particular carácter. Él
mismo llegó a decir que había vivido tres vidas: como polaco, como marinero y
como escritor.
Conrad fue
un gran cuentista y autor de relatos cortos, pero las preferencias actuales se
centran en sus novelas más largas y con argumento más complicados y de mayor
tensión, como por ejemplo la escrita cuando abandonó las tierras y los mares
exóticos para plasmar nuevas aventuras en escenarios no tan alejados con
intrigas de terrorismo y espionaje. Un ejemplo de ello son las magistrales “El
agente secreto” y “Bajo la mirada de Occidente”. En ellas, el argumento se
halla mejor construido y la problemática psicológica se encuentra más lograda.
Sin embargo, para una parte de la crítica literaria, al faltar el ruido del mar
y la atmósfera asfixiante de la selva, el hechizo de Conrad se desvanece casi
como por encanto. Como quiera que fuese, con posterioridad su obra ha sido
valorada cada vez más y ha ejercido un fuerte influjo en la literatura, tanto
inglesa como internacional.
Aunque
sostuvo cordiales relaciones con algunos ilustres escritores de su tiempo como Henry
James (1843-1916), Rudyard Kipling (1865-1936), H.G. Wells (1866-1946), Arnold
Bennett (1867-1931), John Galsworthy (1867-1933) o Stephen Crane (1871-1900),
se mantuvo casi siempre al margen de la vida literaria. En una de sus notas
literarias definió el oficio de escritor como una ingrata tarea de resultados
inciertos: “Escribirás y escribirás... Nadie, nadie en el mundo entenderá ni lo
que quieres decir ni el esfuerzo que te ha costado, la sangre, el sudor. Y al
final te dirás: es como si hubiera remado toda mi vida en un barco, sobre un
río inmenso, a través de una niebla impenetrable... Y remarás y remarás. Y jamás
verás un letrero en las orillas invisibles que te diga si remontas el río o si
la corriente te lleva”.
Desde su
nacimiento en una aristocrática familia polaca, pasando por su vida como marino
navegando en barcos de bandera francesa, belga y británica por todos los
océanos, hasta llegar a su vida de consagrado novelista en la Inglaterra postvictoriana,
Conrad fue siempre escéptico y melancólico. Hastiado de la inestabilidad moral
de los seres humanos, en “Bajo la mirada de Occidente” escribió: “No cabe esperar
demasiada lógica en este mundo, tanto en el plano del pensamiento como en el
del sentimiento”.