En la pila
bautismal, el creador de la “Divina Comedia” recibió el nombre de Durante, en
honor de su abuelo materno. Sin embargo, cariñosamente se le impuso la forma
abreviada Dante, que por último él mismo convertiría en su nombre público. Más
azarosa fue la historia del apellido, sobre todo porque no existen registros
fidedignos que fijen una grafía única. A lo largo de la vida de Dante se
emplearon varias formas: Alighiero (utilizada por su padre), Aldighiero,
Allaghieri, Allighieri y Alligieri fueron las más comunes. Pero en definitiva
se impuso la fijada por Giovanni Boccaccio (1313-1375) al escribir “Trattatello
in laude di Dante” (Vida de Dante), una biografía del florentino: Alighieri.
“De
mediana talla fue nuestro poeta -dijo el autor del ‘Decameron’-, y a partir de
cierta edad anduvo siempre algo encorvado. De rostro alargado y de nariz
aquilina, los ojos más bien grandes que pequeños, de fuertes mandíbulas y con
el labio superior más avanzado que el inferior. Tuvo color moreno y los
cabellos y la barba espesos, negros y crespos, y su rostro se mostró siempre
melancólico y pensativo. Sus vestidos fueron dignísimos y convenientes a sus
cambios de edad, y su andar grave y reposado. En hábitos domésticos o públicos
fue siempre maravillosamente pulido y circunspecto. En el comer y en el beber
fue de extrema parquedad. Nadie tan atento como él en el desempeño de cualquier
ocupación que debiera cumplir. Raras veces, a no ser que lo interrogasen,
tomaba la palabra, por más que de natural fuera de gran elocuencia”.
Dante
Alighieri nació en Florencia el 14 de mayo de 1254 y muy poco se conoce acerca
de su educación, una cuestión que está envuelta en un misterio casi absoluto. Sus
libros reflejan una vasta erudición que comprendía casi todo el conocimiento de
su época, pero cómo lo adquirió es materia prácticamente desconocida para sus
biógrafos. Algunos de ellos, como su contemporáneo Filippo Villani (1325-1407)
o, ya en el siglo XX, el traductor español Ángel Crespo (1926-1995), sostienen
que pudo haber estudiado medicina hacia 1287 con el famoso médico Tadeo Alderotti
(1215-1295), fundador de una escuela de medicina en Bolonia. Lo que sí se sabe
es que en su juventud adquirió una amplia formación jurídica de manos del
filósofo humanista Brunetto Latini (1220-1294). Ambas disciplinas serían
notorias en su narrativa posterior.
En sus
comienzos ejercieron una gran influencia sobre quien llegaría a ser considerado
el “padre del idioma italiano” las obras del poeta florentino Guido Cavalcanti
(1258-1300), pero también se interesó en la poesía toscana leyendo a Bonagiunta
Orbicciani (1220-1290) y Guittone d'Arezzo (1235-1294), dos de sus más
prestigiosos representantes. “En su juventud se deleitaba grandemente en sones
y cantares -prosigue Boccaccio-, y por gustarle tanto fue amigo de casi todos
los músicos y cantantes de su tiempo. Asimismo, resultó grandemente apasionado
en cosas de amor. Avanzado en edad se volvió muy solitario y amigo de pocos. En
los estudios fue muy asiduo, de sorprendente y de sublime ingenio, como lo
demuestran sus obras, admirables y peregrinas. Deseosísimo fue de honor y de
pompa, más por ventura de lo que al sabio cuadraría. Pero, ¿qué vida ha habido
tan humilde que no haya sido tocada por la dulcedumbre de la gloria?”.
La primera
obra literaria de Dante fue “La vita nuova” (La vida nueva, 1295) compuesta de
poemas en forma de soneto entre los que se intercalan textos en prosa, a la que
siguió “Convivio” (El banquete, 1307) una colección de extensos poemas. Luego
escribió “De Monarchia” (De la Monarquía, 1310), obra en la que defendió,
inspirado en el modelo del Imperio Romano de Cayo Octavio Turino (63 a.C.-14 d.C.)
-quien fuera el primer emperador romano bajo el nombre de Augusto- la necesidad
de una monarquía universal autónoma e independiente que garantizase la unidad y
la paz, y abogó por la separación entre la Iglesia y el Estado.
Pero su
obra maestra fue “Commedia” (llamada así originalmente hasta que el propio
Boccaccio le añadió el adjetivo y pasó a llamarse “La Divina Comedia”), la que
debió comenzar alrededor de 1307 para concluirla poco antes de su muerte. Se
trata de una narración alegórica en verso, de una gran precisión y fuerza
dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta a través del
Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. De acuerdo con la ciencia de su tiempo,
Dante creía que la Tierra era el centro inmóvil del universo y que estaba
habitada sólo en el hemisferio septentrional, ya que al austral lo cubrían las
aguas. En el centro del hemisferio habitado se encontraba Jerusalén y por
debajo de esta ciudad el poeta inicia su viaje de ultratumba.
El
descenso lo hace por una especie de embudo gigantesco cuyo vértice es también
el centro del planeta. Este embudo, que se angosta según se hace más profundo,
es el Infierno. De él se sale por una delgada grieta que conduce hasta la
superficie del hemisferio austral, en las antípodas de Jerusalén. Allí hay una
isla y en ella una montaña con forma de cono truncado, el Purgatorio, en cuya
cúspide está la frondosa planicie del paraíso terrenal. Más allá, alrededor de
la Tierra giran (con velocidad creciente conforme su lejanía) los nueve cielos
del Paraíso eterno; cinco corresponden a los planetas entonces conocidos
(Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), dos al Sol y la Luna, y dos a las
estrellas fijas y errantes. Fuera de ellos, totalmente inmóvil se encuentra el
Empíreo, desde donde es posible contemplar a Dios.
Acorde con
este plano general, cada uno de los reinos de ultratumba tiene su propia
topografía. El Infierno está dividido en dos grandes secciones, el Alto y el
Bajo Infierno. La primera corresponde a quienes pecaron por incontinencia y la
segunda a aquellos que lo hicieron por malicia; en la suma de ambas se
despliegan los nueve círculos donde el poeta agrupa a los pecadores. En los
cinco primeros círculos se hallan los que por sus pecados padecen tormentos
eternos no atroces, siendo castigados por el agua, el viento, la nieve y el
fango. Del sexto círculo, al último, en cambio, se castiga a quienes han pecado
por maldad y que por lo mismo deben sufrir el tormento del fuego.
Los
primeros seis círculos están dispuestos para los no bautizados; los lujuriosos;
los glotones, los soberbios y los envidiosos; los avaros y los pródigos; los
iracundos, los orgullosos y los melancólicos; y, por último, los heresiarcas. Conforme
se desciende, el Infierno se hace más estrecho y los tres círculos finales se
subdividen en varias zonas reservadas a los pecadores más infames. Así, el
séptimo círculo (reducto de quienes pecaron con violencia y bestialidad) se
divide en tres zonas (los homicidas y los ladrones, los suicidas y los
blasfemos, los sodomitas y los usureros); el octavo (la fosa de los malditos)
en diez (los seductores y los rufianes, los aduladores y los cortesanos, los
simoníacos, los adivinos y los charlatanes, los traficantes, los hipócritas,
los corruptos y los estafadores, los malos consejeros, los cismáticos y los
falsarios); y el noveno (el círculo de los traidores) en tres (los traidores a
la familia, los traidores a la patria y los traidores a los amigos y
benefactores). Entre los dos últimos se encuentra el pozo de los gigantes
(donde moran los espíritus de esas figuras mitológicas) y al final del Infierno
está Lucifer, quien con sus tres bocas devora eternamente a Judas, Bruto y
Casio.
El Purgatorio
es un monte escalonado por varias cornisas y dividido también en dos secciones,
la inferior delimitada por una esfera de aire y la superior por una de fuego.
La primera corresponde al Antepurgatorio, en tanto que después de pasar la
segunda se entra al Purgatorio propiamente dicho. Allí deben ascenderse siete
cornisas, cada una identificada con uno de los pecados capitales. Las dos
primeras alojan a quienes pecaron por amor pervertido, las dos que siguen a los
pecadores por amor negligente y las demás a los pecadores por amor excesivo.
Todos están purgando sus respectivas culpas con diversos castigos físicos que
son como la contrapartida de sus pecados; sólo a los lujuriosos los alcanza el
fuego.
En la
cumbre del monte está el paraíso terrenal. Desde allí se asciende a los nueve
cielos del Paraíso eterno donde están distribuidas, según sus méritos, las
almas de quienes fueron ejemplos de bondad y justicia. En el noveno cielo se
encuentran las jerarquías angélicas y más allá el Empíreo con su Rosa de los Bienaventurados.
En ese lugar sin referencias de tiempo ni espacio, Dante logra ver a Dios en
una visión tan intensa que lo hace desfallecer.
La “Divina
Comedia” está escrita en versos endecasílabos agrupados en tercetos. Son 14.333
versos distribuidos en 100 cantos: un canto de introducción y tres grupos de 33
cantos para cada una de las partes. La extensión de los cantos oscila entre los
112 y los 154 versos. Muchos cantos llevan un número igual de versos: 12 de
136, 12 de 139, 12 de 145 y 16 de 142 versos, lo que indica la arquitectura
casi perfecta y el equilibrio entre los cantos que buscó el poeta florentino.
Lo mismo sucede en la extensión de las partes: 4.720 el infierno, 4.755 el
Purgatorio y 4.858 el Paraíso.
Dante
Alighieri, también, se dedicó a la política hacia fines del siglo XIII, un tema
que le generó no pocos problemas en una época sumamente convulsionada debido a
la compleja situación política por entonces existente en la península itálica.
Involucrado en el conflicto entre güelfos y gibelinos, facciones que apoyaban
al Papado y al Sacro Imperio Romano Germánico respectivamente, en 1315 le fue
impuesta en Florencia la condena a muerte, lo que lo llevó a exiliarse en
Rávena. Allí enfermó de malaria y murió el 14 de setiembre de 1321. Fue sepultado
con solemnes homenajes en la iglesia de San Francisco de esa ciudad.
Durante el
siglo XV, muchas ciudades italianas crearon agrupaciones de especialistas
dedicadas al estudio de la “Divina Comedia”, y en los siglos que siguieron a la
invención de la imprenta, aparecieron más de cuatrocientas ediciones distintas
sólo en Italia. La epopeya dantesca inspiró a numerosos artistas, hasta el
punto de que han aparecido ediciones ilustradas por los maestros italianos del
renacimiento Sandro Botticelli (1445-1510) y Miguel Angel Buonarroti
(1475-1564), y por los artistas ingleses John Flaxman (1755-1826) y William Blake
(1757-1827). El compositor italiano Gioacchino Rossini (1792-1868) y el alemán
Robert Schumann (1810-1856) pusieron música a algunos fragmentos del poema, y
el húngaro Franz Liszt (1811-1886) se inspiró en él para componer un poema
sinfónico.
También
Luis Cardoza y Aragón (1901-1992), poeta guatemalteco, utilizó a Dante como
personaje en su poema “Pequeña sinfonía del nuevo mundo”. Otro tanto hizo el
escritor británico Thomas Stearns Eliot (1888-1965), quien tomó versos del
Infierno para “The waste land” (La tierra yerma). Y hasta el propio Jorge Luis
Borges (1899-1986) escribió “Nueve ensayos dantescos” y reconoció que fue la
lectura de la “Divina Comedia” la que le proporcionó el conocimiento y el manejo
del idioma italiano.