21 de febrero de 2025

Francis Scott Fitzgerald, en algún lugar del paraíso

Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, surgió en Estados Unidos un conjunto de narradores desilusionados y rebeldes, fuertemente individualistas y tan apasionados y desenfrenados que la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874-1946), quien residía en Francia desde 1903, los denominó “la generación perdida”. Entre ellos incluyó a Gertrude Stein (1874-1946), Sylvia Beach (1887-1962), Thomas S. Eliot (1888-1965), Jean Rhys (1890-1979), Henry Miller (1891-1980), Archibald MacLeish (1892-1982), Edward E. Cummings (1897-1962), Thomas Wolfe (1900-1938) y Lillian Hellman (1905-1984).
Gertrude Stein causó un gran impacto en la cultura del siglo XX, tanto por su personalidad como por su papel de mecenas de las artes y su propia producción literaria. En su casa parisina se reunían con frecuencia Ernest Hemingway (1899-1961), Sherwood Anderson (1876-1941), Sinclair Lewis (1885-1951), Thornton Wilder (1897-1975), John Dos Passos (1896-1970), Ezra Pound (1885-1972), Erskine Caldwell (1903-1987), William Faulkner (1897-1962), John Steinbeck (1902-1968), Ring Lardner (1885-1933), Nathanael West (1903-1940), James M. Cain (1892-1977) y Horace McCoy (1897-1955). Todos ellos también, miembros de la llamada “generación perdida”.
Además, acudía un joven de modales ampulosos y refinados de quien Hemingway dijo en “A moveable feast” (París era una fiesta, 1964): “Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar, pero no supo ya volar porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”.
Se refería -claro está- a Francis Scott Fitzgerald, quien había nacido en Saint Paul, Minnesota, en el Medio Oeste norteamericano, el 24 de septiembre de 1896, en una familia de ascendencia irlandesa. Durante la infancia del futuro escritor se mudaron a Buffalo, en el estado de Nueva York. Allí realizó sus primeros estudios en dos escuelas católicas: la Holy Angels Convent School y la Nardin Academy. En 1908, cuando la familia regresó a Minnesota, asistió a la St. Paul Academy, escuela en la que, con tan solo trece años, escribió su primer cuento al que tituló “The Mystery of the Raymond MortGage” (El misterio de la hipoteca Raymond) el cual fue publicado en octubre de 1909 en la revista “Now and Then” de dicha escuela. Luego, en 1911, continuó sus estudios secundarios en la Newman School ubicada en Hackensack, Nueva Jersey. Después de graduarse en 1914, gracias a la ayuda económica de una tía pudo ir a estudiar a Princeton.


Entretanto la Primera Guerra Mundial iba, lenta y agotadoramente, finalizando. En el otoño de 1917, como segundo teniente en el Ejército Regular, hizo entrenamiento militar y, mientras escribía los fines de semana, sirvió como ayudante de campo en Alabama. Y entonces sucedió que un día, en un baile en Montgomery, conoció y se enamoró de la hija de un juez, Zelda Sayre (1900-1948), a la que definió como “la chica más linda de Alabama y Georgia” que tenía dieciocho años. Se comprometió con ella, pero el casamiento no se haría hasta que Scott -como familiarmente se lo llamaba- contara con los recursos imprescindibles para mantenerla.
Relevado de sus obligaciones militares, se fue a New York a buscar trabajo. Mientras se mantenía precariamente con el magro sueldo de una agencia de publicidad, en 1918 ofreció a la editorial “Charles Scribner's Sons” su primera novela, “The romantic egoist” (El egoísta romántico), que fue rechazada. Así también sucedió con los cuentos que enviaba a las revistas.
Aun tratando de ahorrar dinero no lograba progresar, por eso, previsoramente Zelda rompió el compromiso. “Fitzgerald pidió prestado a sus compañeros de estudio -dice la ensayista argentina Susana Cella (1954) en “Nota preliminar a algunas historias de la era del jazz” (1994)-, estuvo borracho tres semanas y luego se fue a su ciudad natal para reescribir la despreciada novela de un hombre muy joven, hecha de materiales muy heterogéneos, pero unificados por una voz muy particular, una voz que representaba la de su generación”.
La novela, ahora con el nombre de “This side of paradise” (A este lado del paraíso), fue publicada el 26 de marzo de 1920 y se convirtió en una de las más vendidas de ese año. Inmediatamente revistas como “Saturday Evening Post”, “Collier's Magazine” y “Esquire” demostraron un creciente interés por publicar los cuentos de Scott y se los pagaron muy bien. Este temprano éxito estuvo en directa relación con las expectativas, modos de actuar y proyectos de los jóvenes de entonces. “Tanto se conjugaba el mundo imaginario que Scott desplegaba en sus historias con lo que el público sentía y esperaba -continúa Cella- que el mismo Scott comenzó a creer que en realidad tenía la cualidad de representarlos y aun de fijar parámetros de conducta”. Años después, el propio Scott recordaría que seguía agradecido a aquella época porque “lo aburrió, lo halagó y le dio más dinero del que jamás había soñado, simplemente por decirle a la gente lo que sentía”.


Por fin se casó con Zelda en New York, el 3 de abril de 1920, en la rectoría de la Catedral de Saint Patrick. Comenzaba una nueva era y el matrimonio Fitzgerald -una sureña y un nacido en el medio oeste- entraban en ella juntos, al principio muy felices. Tuvieron una hija, Frances nacida en octubre de 1921. Posteriormente las insatisfacciones y desequilibrios psíquicos de Zelda, junto con las difíciles relaciones familiares, convertirían ese tiempo de éxito brillante en un profundo pozo de angustias y desesperación. Pero, por los años ‘20, Estados Unidos estaba, para Scott, en medio de una brillante juerga, por lo que había mucho para contar de esa aventura histórica. Así, apareció una nueva moral, fruto de las transformaciones económicas y sociales. El tradicional puritanismo perdía poco a poco su posición dominante. La ética de la producción con su valorización del ahorro y la privación a fin de acumular más capital para nuevas empresas, cedió paso a la ética del consumo que se necesitaba para expandir el mercado. La sociedad dejaba atrás sus tradiciones inglesas o escocesas mientras los hijos de los inmigrantes más recientes iban tomando posiciones en la vida nacional.
Por otra parte, el país perdió definitivamente todo carácter rural para ser esencialmente urbano y New York se convirtió en la ciudad más importante. En “Some sort of epic grandeur” (Alguna clase de grandeza épica), el ensayo que el profesor universitario Matthew Bruccoli (1931-2008) publicó en 1981, pormenorizó que “el principal interés de la generación de Fitzgerald no estaba en las luchas por las reivindicaciones sociales ni en la política nacional o internacional. Lo que aparecía con fuerza era la separación total respecto de la generación anterior. La vieja división entre liberales y conservadores importaba mucho menos que la de jóvenes y viejos. Los mayores estaban desacreditados por la guerra, la prohibición, los escándalos. Los jóvenes querían establecer sus propios parámetros de vida, donde el placer ocupaba un lugar fundamental. Hacían del hecho de decir la verdad una especie de principio básico, que podía excusar cualquier conducta, es decir, preferían la más cruel u obscena verdad a la hipocresía”.
En sus relatos, Fitzgerald acentuó las capacidades individuales y el sentido de la oportunidad, y sus historias tenían que ver con el modo en que los personajes triunfaban o fracasaban -a veces, contradictoriamente, las dos cosas- en el mundo, con sus amores o sus desajustes en medio de la vida. Su siguiente libro, “The beautiful and damned” (Hermosos y malditos, 1922), fue una novela de costumbres que narró las ansiedades y las disipaciones de una pareja de ricos en medio de una sociedad hedonista donde la belleza y la fortuna eran siempre demasiado fugaces. No resultó tan popular como la primera, pero su texto tuvo un gran éxito y con ellos pagó el estilo de vida extravagante y lujoso que llevaba con su esposa.


En 1924 los Fitzgerald dejaron su casa de Long Island y se mudaron a la Riviera francesa; no volvieron de forma permanente hasta 1931. En cinco meses terminó “The great Gatsby” (El gran Gatsby, 1925), una fábula sensible y satírica sobre la persecución del éxito y el colapso del “sueño americano”. Aunque está considerada como su obra maestra, se vendió mal, acelerando así la desintegración de su vida personal. A pesar del deslizamiento de Zelda hacia la esquizofrenia (estuvo hospitalizada periódicamente desde 1930 hasta su muerte en 1948) y de la suya en el alcoholismo, continuó escribiendo sobre todo para revistas. Su adicción a las bebidas alcohólicas llevó al periodista y crítico cultural estadounidense Henry L. Mencken (1880-1956) a decir en una carta que le envió a un amigo en 1934 que “el caso de F. Scott Fitzgerald se ha vuelto preocupante. Está bebiendo de un modo desenfrenado y se ha convertido en una molestia”.
Justamente hasta ese año, no apareció su cuarta novela, “Tender is the night” (Suave es la noche), un relato apenas disfrazado, casi confesional de su vida con Zelda. Su pobre acogida le condujo a su propia crisis, la que narró en los ensayos reunidos por el escritor y editor Edmund Wilson (1895-1972) con el título de “The crack up” (El derrumbe, 1945). Según el crítico literario Malcolm Cowley (1898-1989), “Fitzgerald fue un poeta que nunca terminó de aprender las reglas de la prosa. Su gramática andaba a los tumbos y su ortografía era sin lugar a dudas deficiente”. Fitzgerald se recuperó lo suficiente como para trabajar escribiendo guiones de cine en Hollywood durante 1937. Consiguió un contrato con la Metro Goldwyn Mayer, renovado por un año y con un incremento de sueldo. Bebía menos entonces y trabajó a conciencia pese a las decepciones que sufría. Durante los primeros dieciocho meses en Hollywood ganó 88.391 dólares con lo que canceló sus deudas. El guionista y escritor estadounidense Budd Schulberg (1914-2009) comentaría años después que “a diferencia de todos los famosos escritores del Este que llegaron a Hollywood para reponer fortunas perdidas y 'tomar el dinero y huir', Fitzgerald consideraba que las películas eran una forma de arte única del siglo XX que exigía tanta atención como sus novelas y obras de teatro”.
Sin embargo, al año siguiente las desavenencias en el trabajo y la reincidencia en la bebida fueron complicando las cosas. Esta experiencia le inspiró su última y más madura novela, “The last tycoon” (El último magnate, 1941), obra en la que contó los aspectos más miserables del mundillo de Hollywood. Aunque inconclusa por su muerte, la brillantez de esta novela impulsó a los críticos a revalorizar el talento de Fitzgerald y a reconocerle como uno de los mejores escritores estadounidenses del siglo XX. Su mujer, relativamente recuperada de sus afecciones psicofísicas, obtuvo permiso para salir de la clínica donde estaba internada. Fueron juntos a La Habana, pero él empezó a beber nuevamente. De nuevo en Hollywood no pudo encontrar trabajo y supo que no era bien visto.
Cayó en cama y aunque pretextó una tuberculosis, se sabía que la causa era el alcohol. El caso se complicó con un colapso nervioso tan fuerte que le paralizó por un tiempo ambos brazos. Poco después, sufrió un serio ataque al corazón. Por entonces se burlaba de sí mismo como un “escritorzuelo de Hollywood” a través del personaje de Pat Hobby en una secuencia de diecisiete historias cortas recolectadas más tarde como “The Pat Hobby stories” (Historias de Pat Hobby) que obtuvo muy buenas críticas. Cane mencionar que, de los más de ciento cincuenta cuentos que escribió a lo largo de su vida, escogió cuarenta y seis para reunirlos en cuatro libros: “Flappers and philosophers” (Transgresoras y filósofos, 1920), “Tales of the jazz age” (Cuentos de la era del jazz, 1922), “All the sad young men” (Todos los jóvenes tristes, 1926) y “Taps at reveille” (Toque de diana, 1935).


Para 1940 intentó recuperar su talento de antaño y se puso a trabajar plenamente, pero, cuatro días antes de Navidad, su corazón no resistió. 
Se dice que bebía al día más de doscientas cervezas. El 21 de diciembre de 1940, alcoholizado y totalmente exhausto, murió frente a su máquina de escribir en el apartamento de la columnista de chismes cinematográficos Sheila Graham (1904-1988) en Hollywood. Su esposa Zelda murió en un incendio en el centro de atención psiquiátrica de Highland en Asheville, North Carolina, en 1948. Ambos fueron enterrados en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland.
En un artículo aparecido en el diario “Página/12” el 13 de mayo de 2018, el escritor y periodista argentino Rodrigo Fresán (1963) relató que, al momento en que el escritor estadounidense Irwin Shaw (1913-1984), uno de los tantos discípulos de Francis Scott Fitzgerald, reconocía que en “su fantasma cuelga sobre todas nuestras máquinas de escribir”, ya estaba más que claro que su espectro “gozaba de mucha mejor salud y mayor fortuna que la que había gozado en vida y durante su paso por este valle de lágrimas”. Fitzgerald ganó una renovada popularidad en los años ‘50 y ’60, convirtiéndose en una figura romántica que encarnaba el espíritu de la Era del Jazz de los “locos años ’20” y parte de la “generación perdida”.
Si “El gran Gatsby” tuvo una mala recepción durante su vida, en la actualidad se la considera como una de las mejores novelas de la historia estadounidense al punto de que, al día de hoy, lleva vendidos millones de ejemplares y su lectura se promueve en distintas colegios y universidades del mundo. En los años 2011, 2013 y 2017, de la mano de la editora estadounidense Anne Margaret Daniel (1963), encargada del archivo del autor en la Princeton University, se publicaron respectivamente “My lost city. Personal essays” (Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos), “Letters to his daughter” (Cartas a su hija) y “I'd die for you and other lost stories” (Moriría por ti y otras historias perdidas), una colección de dieciocho textos nunca publicados en formato libro.