17 de febrero de 2025

El hartazgo de una persona común y corriente hastiado de las aporías y los embustes de un enajenado y sociópata presidente (1/2)

El hombre, como todas las tardes, se sentó en un banco del parque cercano a su casa y se puso a leer. Siempre llevaba un par de libros, por lo general uno de cuentos y otro de ensayos. Tras leer varios cuentos breves de su admirada Gabriela Grünberg, se puso a hojear un ensayo de Eric Toussaint sobre la historia del neoliberalismo. Tras leer la introducción, pasó al capítulo que hablaba sobre el “dios” mercado, tal la adjetivación que irónicamente utilizó el autor para referirse al sistema de intercambio comercial basado en el “libre” juego de las grandes empresas sin la intervención del Estado, a lo que, en el sistema neoliberal predominante, hay que sumarle la especulación financiera.
Muy interesante, se dijo mientras cerraba el libro y encendía un cigarrillo. Pero, pensó, cuando el mercado maneja de forma exclusiva los procesos económicos con ausencia del Estado, ¿no ejerce una fuerte presión sobre las formas tradicionales de la democracia representativa?, se preguntó. Retomó la lectura del ensayo y encontró otras definiciones que lo afligieron: que el sistema capitalista de producción, a partir de la revolución informática, la globalización y la financiarización, tiene como característica preponderante la teoría política y económica del neoliberalismo de la mano de las grandes multinacionales; que tiene como principal objetivo la apropiación de los esenciales recursos estratégicos del mundo, sean estos naturales, materiales o energéticos; o que sus principales ideólogos y defensores aseguran que los mecanismos del libre mercado mejoran la eficiencia económica y la asignación de recursos, etc. Basta, se dijo. Cerró el libro y emprendió el regreso a su casa.
Mientras caminaba, pensó que la sensación que tenía tras leer los diarios o ver los noticieros en la televisión era la de que la política se iba degradando cada día más en la Argentina. El descontento y la desconfianza predominaban en la gran mayoría de los transeúntes entrevistados. Sin embargo, había algunos que opinaban que las medidas tomadas por el presidente eran necesarias, que había que tener confianza y esperar un tiempo para ver qué pasaba. Era evidente, por lo menos para él, que quienes así opinaban no eran conscientes del avance de la derecha en su versión más extrema a manos del mandatario liberal-libertario o anarco-capitalista o como sea que se definiese a sí mismo. Un gobernante que ostentaba un sadismo patológico muy peligroso, atacando a la cultura, a la salud pública, a las personas con discapacidad, al sistema de jubilaciones y pensiones, a los subsidios para los servicios públicos, a los planes sociales, a los comedores y merenderos comunitarios, al lenguaje inclusivo, a la diversidad de género… Un sujeto desequilibrado que hablaba con sus cuatro perros -sus hijos de cuatro patas- que eran producto de la clonación de uno que había fallecido hace algunos años, sobre el cual afirmaba que lo había conocido hace dos mil años en el Coliseo Romano cuando era un león y él era un gladiador. En aquel momento acordaron no luchar sino unirse para gobernar la Argentina.
¿Pero qué es esto?, se preguntó llegando a su casa. ¿Este tipo no es acaso una persona perturbada psicológicamente? Recordó haber leído en algunos medios comentarios de psicólogos que contaban que el tipo había tenido una infancia y una adolescencia muy difíciles ya que había sido víctima del desdén de su madre y del maltrato físico y psicológico de su padre, quien lo golpeaba frecuentemente y le decía que era una basura, que era un inútil que se iba a morir de hambre; y en el colegio privado en el que cursó la secundaria había sido víctima de agresiones físicas y verbales por parte de sus compañeros, por lo que su comportamiento disruptivo era producto de esa infeliz infancia. Esto lo llevó al descontrol emocional en su comportamiento, algo reflejado en sus conductas violentas contra terceros, sus gritos desaforados en los discursos, sus amenazas a los opositores, sus ostensibles contradicciones y sus ensañamientos descontrolados.
Mientras tomaba su habitual yogur, recordó que una gran cantidad de argentinos había festejado los desmesurados alaridos colmados de improperios y agresiones que el por entonces candidato presidencial, autodefinido como el topo que venía a destruir el Estado desde adentro, había vertido durante su campaña y que, ya siendo presidente, continuó difundiendo mediante las redes sociales. Y ninguno de ellos, ni los adultos ni los jóvenes, se sorprendió cuando el desequilibrado presidente consideró marxistas las teorías keynesianas o manipuladoras de la cultura las ideas gramscianas. ¿Alguno de ellos habrá leído alguna vez a Marx, a Keynes o a Gramsci?, se preguntó. Porque, según recordaba, para Marx el Estado no era más que un conjunto de instrumentos al servicio de la clase dominante, mientras que para Keynes era la herramienta necesaria para la ejecución de políticas públicas orientadas a lograr el pleno empleo y la estabilidad de los precios.
¿Este tipo critica a Gramsci?, volvió a preguntarse. ¿Su estrategia para generar el apoyo a su política usando desmedidamente las redes sociales no es acaso lo que el sociólogo italiano llamó en su momento el proceso de lucha por la hegemonía cultural sobre la sociedad civil? Claro, se dijo, hace un siglo el sociólogo y periodista italiano argumentaba que la clase dominante mantenía su poder no solo a través de la fuerza sino también mediante el control de las instituciones culturales y educativas, y ese método se desarrollaba mediante los medios de prensa tradicionales. Hoy existen las plataformas digitales cuya masividad sirve para, entre otras cosas, motivar y persuadir a la sociedad sobre determinadas cuestiones. Y el caricaturesco presidente parece que lo sabe, pensó. A lo mejor este majareta leyó a Bourdieu, se dijo irónicamente, y ejerce la violencia simbólica sobre las personas que no la distinguen y son inconscientes de su utilización como método de dominación.
Irritado, encendió la computadora y se puso a buscar artículos que hablasen sobre el tema. Fue así que encontró uno llamado “Fascismo y neofascismo. Una selección de textos para un debate indispensable”, en el cual una numerosa cantidad de sociólogos, escritores, profesores, economistas e historiadores mayoritariamente latinoamericanos volcaban sus opiniones sobre como el capitalismo actual se nutría de los principios y preceptos de la ideología fascista para intentar posicionar por todas las vías posibles el discurso de la supresión del otro, algo que, para ellos, se trataba de un proceso de actualización metodológica llamado neofascismo.
Pasando de artículo en artículo, encontró uno que le resultó interesante porque tenía mucho que ver con la actualidad argentina. Su autor, un profesor y escritor cubano llamado Abel Prieto Jiménez, bajo el título “Otro asalto a la razón, expresaba que en las redes sociales predominaba el intercambio emocional por sobre el diálogo. No se invitaba a la reflexión, al contrario, se conducía a sus usuarios a reaccionar con furia, rencor e indignación ante la lluvia incesante de mensajes que caía sobre ellos. A través de ellas se producía un perverso influjo en la zona irracional del ser humano, algo que el neofascismo había aprovechado con mucho éxito. Y concluía que era muy amargo saber que el nuevo fascismo se nutría de gente pobre, y más amargo aún era verificar que se nutría de adolescentes y de jóvenes.
Cuánta razón tiene este hombre, pensó, algo que también hizo cuando leyó el artículo “El odio” de Alí Ramón Rojas Olaya. En él, el escritor y filósofo venezolano describía al rencor, la ira, el odio, la venganza, el resentimiento, la hostilidad, la intriga, la cizaña y los celos como enfermedades del alma. Agregaba que la xenofobia, la misoginia, la homofobia, la segregación racial, el machismo, el sexismo, el racismo y el rechazo a los pobres eran todos síntomas de ese mal. Y añadía que quien odiaba, excretaba en las redes infoelectrónicas (para él mal llamadas sociales) todas sus miserias. Bailaba, se reía y celebraba la violencia. Vaya, se dijo al terminar de leer ese artículo, parece que está hablando específicamente de nuestro presidente, el que hace uso de una descomunal violencia verbal repartiendo insultos a diestra y siniestra. Ratas miserables, traidores, cobardes, imbéciles, degenerados fiscales, mogólicos, chantas, hijos de puta, culos sucios, pedazos de soretes, zurdos de mierda, etc. etc., son adjetivaciones que utiliza asiduamente.  
Bueno, se dijo, creo que por hoy ya es suficiente. Sin embargo, al recorrer el índice encontró un título que le llamó la atención porque lo llevó a pensar en las charlas que mantenía con sus amigos. “El fascismo y sus actuales expresiones en América Latina” se titulaba el artículo y su autor era un abogado chileno llamado Carlos Margotta Trincado. Tras recordar que el fascismo había sido un movimiento político autoritario y nacionalista surgido en la primera mitad del siglo XX, aseveraba que había mutado y había adaptado sus formas a lo largo del tiempo, y que, en la actualidad, en América Latina como en otras partes del mundo, se podían observar expresiones que compartían características ideológicas y prácticas con el fascismo histórico. Entre ellas mencionaba la exclusión de inmigrantes, de las minorías étnicas, de los movimientos feministas y de los promotores de los derechos de las comunidades de la diversidad sexual; la ejecución de políticas que benefician a las clases dominantes y atacan los derechos de los trabajadores y las minorías; el desprecio por las instituciones democráticas; la violencia estatal como medio para resolver conflictos y reprimir las protestas sociales; la instalación de un modelo económico que favorece a ciertos sectores empresariales y no hace más que aumentar la desigualdad y la concentración de la riqueza, y los discursos de odio y propaganda a través de las redes sociales y los medios de comunicación para atacar sistemáticamente a los opositores políticos difundiendo noticias falsas.
Apagó la computadora mientras se preguntaba si todos estos intelectuales habían pasado por la Argentina, porque todo lo que decían estaba incuestionablemente relacionado con la actualidad del país. Él sabía que el neofascismo se había posicionado como una opción política en diversos frentes, no sólo en los ámbitos gubernamentales, parlamentarios y judiciales, sino también en buena parte de la ciudadanía, la que, mediante la utilización de mecanismos ideológicos y culturales de manera cotidiana, había sido convencida de las presuntas bondades de ese modelo socio-económico. Con un discurso demagogo poblado de mensajes rudimentarios con una fuerte carga emotiva, el neofascismo había encontrado el terreno propicio para generar una tremenda regresión cultural e intelectual en distintos sectores de la sociedad.
Para él, si bien este era un fenómeno que actualmente proliferaba en muchas naciones del mundo, tal vez el ejemplo más emblemático era el que se estaba produciendo en la Argentina, país en el cual la crisis ética y cultural era más que evidente, y la incertidumbre, la violencia y la crueldad estaban cada día más extendidas. Después de cuatro años de un gobierno pseudo populista, dubitativo y vacilante, una pequeño-burguesía ignara, necia y filistea había votado para la presidencia a un candidato neoliberal de ultraderecha cuya campaña electoral se había basado en delirios y alucinaciones psicóticas, y que ni bien asumió el poder se convirtió en un desaforado sociópata.
De entre sus muchas lecturas sobre teorías económicas, recordó vagamente haber leído alguna vez que el anarco-capitalismo era una teoría muy minoritaria propugnada por fanáticos que proponían la eliminación total del Estado como solución a los problemas socioeconómicos. Una teoría basada en el individualismo extremo y un mercado libre sin restricciones, algo que ni siquiera era llevado adelante por las grandes potencias en el actual mundo globalizado, complejo y lleno de conflictos. No hay dudas, pensó, de que muchos de los políticos que manejan el Estado son corruptos y que dentro del sistema económico predominante las desigualdades sociales son enormes. En todo caso lo que habría que buscar era un remedio a esa cuestión, algo muy difícil, por cierto. Pero así y todo, la eliminación de la intervención estatal no haría más que generar mayores desigualdades y los grandes oligopolios se verían aún más libres de llevar adelante prácticas abusivas para aumentar sus ganancias con el visto bueno de los funcionarios anarco-capitalistas, acérrimos defensores del libre mercado que, en busca de mantener sus privilegios, soslayan problemas tales como la competencia desleal, la sobreexplotación de los recursos naturales no renovables, la contaminación ambiental, la explotación desmedida de la mano de obra, el menosprecio de los derechos humanos, la marginación de las clases más vulnerables, etc. etc.
A la mañana siguiente, mientras tomaba unos mates y leía las versiones digitales de los diarios, pudo ver que, una vez más, el grotesco presidente había citado en una conferencia a Friedrich von Hayek, uno de los principales exponentes de la Escuela Austríaca, una corriente de pensamiento que proponía que las decisiones económicas debían ser tomadas por los individuos y no por el Estado. Sus más destacados seguidores habían sido Ronald Reagan en Estados Unidos, para quien el Estado no era la solución sino el problema, y Margaret Thatcher en el Reino Unido, para quien el mercado era la única solución y no el Estado según ellos mismos afirmaron casi copiando sus discursos. El presidente argentino, devoto de esa escuela económica, parecía que no tenía en cuenta, o no le importaban, las declaraciones que el economista austríaco había hecho en su visita a una Latinoamérica que en el último cuarto del siglo XX estaba gobernada en varios de sus países por cruentas dictaduras. Así, por ejemplo, en 1977 había declarado, tras entrevistarse con el dictador Videla, que en determinadas circunstancias podía ser necesario sacrificar la democracia cuando esta no podía garantizar la libertad (del accionar del capital, claro); o en 1981 cuando, tras entrevistarse con el tirano Pinochet, declaró que un dictador podía gobernar de manera liberal y que su preferencia personal era una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo estuviese ausente.
¿Era eso lo que les esperaba a los argentinos? ¿Una dictadura ultra liberal que no respetase la democracia? ¿Qué se puede esperar para el futuro?, pensó mientras se indignaba al leer que había gente, muy poca es cierto pero la había, que opinaba que había que tener paciencia, que el ajuste era necesario, etc. etc., pero no decían una palabra sobre las personas que padecían graves enfermedades y se veían imposibilitados de continuar sus tratamientos dado que no podían pagar los medicamentos, ni del crecimiento descomunal de familias con hijos pequeños que concurrían a los comedores comunitarios y no podían ser alimentadas porque el gobierno no enviaba mercadería, ni de la cantidad de personas que buscaban restos de comidas en los contenedores de basura, ni de la multiplicación de gente que dormía en las calles porque ya no podía pagar sus alquileres. Y, si bien se habían realizado varias concentraciones frente al Congreso y la Casa Rosada, nada había cambiado.