En el
jardín de la iglesia de Suttor Courtenay, Londres, hay una lápida en la que
puede leerse: "Aquí yace Eric Arthur Blair. Nacido el 25 de junio de 1903.
Muerto el 21 de enero de 1950". Debajo de esa lápida descansan los restos
de quien -en vida y para la literatura- supo ser conocido como George Orwell.
Al igual
que otros grandes escritores ingleses, él no nació en las islas británicas. Así
como, por ejemplo, William Thackeray (1811-1863) y Rudyard Kipling (1865-1936)
nacieron en la India, Joseph Conrad (1857-1924) en Polonia, H.H. Munro
"Saki" (1870-1916) en Birmania y John R.R. Tolkien (1892-1973) en
Sudáfrica, Orwell lo hizo en Bengala.
Su padre
era un funcionario de poca jerarquía en el Departamento de Opio de la aldea de
Motihari, ocupado en regular el comercio de esa droga y su madre era hija de un
comerciante birmano. Tuvo una hermana mayor -Marjorie- y una menor -Avril- que
completaban la familia que acompañó al funcionario Richard Blair en todos sus
destinos. De niño, el futuro escritor tuvo la oportunidad de asistir a la
decadencia de la Compañía de las Indias Orientales, herida de muerte por la
rebelión de los cipayos en 1857 primero, y al surgimiento de líderes como
Mahatma Gandhi (1869-1948) y Jawaharlal Nehru (1889-1964) después.
Vivió su
adolescencia en Saint Cyprian, una rígida escuela inglesa que aplicaba a sus
alumnos castigos tales como latigazos en la espalda y la diaria reverencia al
retrato de la reina. Entre 1917 y 1921, el joven iracundo estudió en Eton y Wellington
gracias a una beca, y a los diecinueve años, en 1922, se alistó en la Policía
Imperial de la India y marchó a prestar servicios, como su padre, en alguna
remota factoría del imperio. Así pasó por distintas aldeas de Birmania hasta
1928, cuando harto de la situación, decidió abandonar las colonias.
En su
libro "Burmese days" (Los días de Birmania, 1934) puso en boca de uno
de sus personajes una reflexión inspirada por aquellos días: "Nosotros,
los angloindios, seríamos casi aceptables si admitiéramos honradamente que
somos ladrones y nos dedicáramos a robar sin tapujos". Este personaje, el
rebelde de la historia, convencido de la imposibilidad de cambiar algo
individualmente, termina pegándose un tiro.
De regreso
en Inglaterra, abandonó la casa paterna y trabajó de lavaplatos en alguna
taberna de Londres antes de viajar a París y vivir como un vagabundo, haciendo
todo tipo de trabajos y durmiendo en albergues y estaciones de tren. Por
entonces, ya había empezado a escribir algunos relatos. El más famoso fue
"Down and out in Paris and London" (Sin un peso en París y en
Londres) que se publicaría en 1933.
Cuando
volvió a su país, consiguió empleo como profesor de escuela a la vez que
escribía para un periódico de Middlesex, el "New Adelphi". Por esa época,
adoptó el seudónimo con el que se haría famoso: George Orwell, descartando
otros como Kenneth Miles o H. Lewis Allways.
También
comenzaron sus problemas de salud, por lo que se vio obligado a dejar su puesto
de docente para trabajar como asistente en una tienda de libros de segunda mano
en Hampstead. Para uno de sus biógrafos, George Woodcock (1912-1995), "ese
Orwell con principio de tuberculosis que se exponía al hambre, al frío y la
mugre de los parias y desclasados estaba purgando la culpa de la gran opresión
del imperio británico en el mundo -dice en "The crystal spirit. A study of
George Orwell" (El espíritu cristalino. Un estudio de George Orwell,
1966)-. Tal vez sea ésa la explicación, sin obviar que se trataba de un
entusiasta socialista con deseos de practicar la loca consigna de que los
hombres son y deben ser iguales".
Ese año
escribió un pequeño ensayo, "The english people" (El pueblo inglés)
en el que, con su acidez habitual, fustigó a sus compatriotas: "Lo que
siempre olvidamos es que la inmensa mayoría del proletariado británico no vive
en Gran Bretaña, sino en Asia y África. Por ejemplo, no es cosa de Hitler hacer
que un penique por hora sea un buen jornal industrial; sin embargo es
perfectamente normal en la India".
Para 1936,
Orwell se había casado con Eileen O'Saughnessy, había adoptado un niño -Richard
Horatio- y vivía en Hertfordshire haciendo horticultura doméstica. También
colaboraba con algunos periódicos y escribía un par de libros: "A
clergyman's daughter" (La hija del reverendo) y "Keep the aspidistra
flying" (Que vuele la aspidistra). Pero ese año también estalló la Guerra
Civil española y Orwell asumió su participación en ella como un deber ético y
político (escandalosamente eludido por Inglaterra). Se alistó, al igual que
miles de extranjeros, para luchar por la defensa de la República Española y
cuando, con su esposa llegó a Barcelona en diciembre de 1936, fue asignado como
miliciano al anti-estalinista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista).
"Era
-contó Orwell más tarde- la primera vez que estaba en una ciudad en la que la
clase trabajadora ocupaba el poder". Podía haberse limitado a dar
"apoyo espiritual" y sin embargo se alistó para combatir. Fue cabo al
mando de una guardia de doce hombres y más tarde teniente. El arma que
utilizaba era un Mauser 1896, casi inservible. Como parte del ejército que
asedió Huesca fue herido gravemente: una bala le atravesó el cuello,
seccionando arterias y rozando la médula al punto que le dificultó para siempre
el movimiento del brazo derecho.
A mediados
de 1937 regresó a Inglaterra y comenzó a escribir su inolvidable "Homage
to Catalonia" (Homenaje a Cataluña), al tiempo que difundía entre sus
compatriotas el balance de la experiencia española: "Después de lo que he
visto en España, he llegado a la convicción de que es inútil ser antifascista e
intentar mantener el capitalismo. El fascismo no es más que un desarrollo del
capitalismo, y la más bondadosa de las llamadas democracias se puede convertir
en fascismo cuando se vea empujada a ello".
También
hizo una advertencia a esa Inglaterra tranquila que no había reaccionado ante
la agresión a la República Española: "Todos durmiendo, durmiendo el sueño
profundo de Inglaterra, del que temo que no vayamos a despertar hasta que no
nos sacuda el estrépito de las bombas". En una carta que le escribió al
crítico literario Herbert Read (1893-1968) le propuso comprar imprentas para
hacer panfletos cuando Inglaterra se volviera fascista: "No creamos que la
época en que es posible comprar imprentas sin que le hagan preguntas a uno va a
durar para siempre''.
En febrero
de 1938 publicó en la revista "Time & Tide" -fundada en 1920 por
la feminista Margaret Rhondda (1857-1941)- sus razones para afiliarse al
Partido Laborista Independiente: "En la libertad de prensa en Gran Bretaña
hubo siempre algo de engaño, porque en última instancia el dinero controla la
opinión. Durante varios años me las he arreglado para hacer que la clase
capitalista me pague algunas libras a la semana por escribir libros contra el
capitalismo. Pero no me engaño creyendo que este estado de cosas va a durar
siempre".
En 1941
empezó a trabajar en la BBC haciendo propaganda a favor de los aliados. De ese
empleo dijo sentirse como "una naranja que ha sido pisoteada por una bota
muy sucia". A pesar de la buena paga, renunció dos años más tarde para
convertirse en columnista y editor literario del "Tribune", una
revista semanal de tendencia izquierdista.
Una vez
terminada la Guerra Mundial, cuando el monopolio informativo
"antifascista" oficial reproducía los métodos del Ministro de
Propaganda nazi Joseph Goebbels (1897-1945), cuando el estalinismo de la
temible policía política de la guerra española se veía corregido, aumentado y
desplegado en todo su horror, cuando el Army Pictorial Service creado en 1942
por el general George Marshall (1880-1959) inundaba el mundo de películas
pro-norteamericanas, y se había llegado a un estado de cosas muy inquietante,
la rebeldía le dictó a Orwell sus dos libros más importantes: "Animal
farm" (Rebelión en la granja) y "Nineteen eighty-four" (1984).
Orwell
había visto la represión anti-anarquista y anti-trotskista de la GPU en
Barcelona (con muertos, asesinados y desaparecidos), había visto el germen de
la burocracia y el militarismo en acción. Utilizando alegorías y caricaturas al
escribir "Rebelión en la granja", expresó el elemental "no sé
cómo debería hacerse, pero estoy seguro de que así está mal", en una novela
satírica y una fábula mordaz que puede leerse como una feroz crítica de la
burocratización y corrupción del socialismo a manos de Iósif Stalin (1879-1953).
En la
novela un grupo de animales expulsa a los humanos de la granja creando un
sistema de gobierno propio que acaba convirtiéndose en otra tiranía brutal. Ese
universo, si se quiere infantil, se volvió una herramienta educativa en algunos
países. Lamentablemente, y pese a lo que quería Orwell que era denunciar los
totalitarismos nazi y soviético, el libro fue utilizado en Estados Unidos como
propaganda anticomunista.
Escribió
un prólogo para esta novela que nadie quiso publicar y fue conocido recién en
1972. En él explicaba el carácter de su crítica al estalinismo y hacía una
última profecía, acompañada de una advertencia contra el dogmatismo: "Es
posible que esta moda de la admiración por Rusia no dure mucho. Bien pudiera
ser, también, que para cuando este libro sea publicado los puntos de vista que
hoy tengo sobre el régimen soviético sean los que se acepten por regla general.
¿Pero para qué serviría eso? El cambiar una ortodoxia por otra no es
necesariamente un progreso".
"1984",
por su parte, puede verse como una claustrofóbica fábula de los totalitarismos,
una desesperada profecía cumplida con creces en lo que hace a la propaganda, la
manipulación del individuo y el falseamiento de la historia tanto en el mundo
capitalista como en el mundo del socialismo burocrático. En la novela, todos
los ciudadanos se encontraban bajo estrecha vigilancia, pero no porque se amase
o respetase su libertad sino porque se les consideraba "inútiles como
animales".
"A los
trabajadores -escribió- se les puede conceder la libertad intelectual por la
sencilla razón de que no tienen intelecto alguno. Las masas son indiferentes al
pensamiento. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las
mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el
juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. Unos
cuantos agentes de la Policía del Pensamiento circulaban entre ellos,
esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos considerados capaces de
convertirse en peligrosos. Las masas son felices y es su ignorancia la que hace
fuerte al sistema al imposibilitar que se subleven. En consecuencia solo es
necesario controlar a las personas que piensan".
Cuando la
primera edición de "1984" salió a la venta en julio de 1949, el
público pensó que el autor era una especie de escritor fanático,
irremediablemente enfermo -moriría de tuberculosis seis meses después- y que
decía cosas a todas luces absurdas. Sin embargo, a pesar del paso de los años,
la obra sigue siendo inquietante y perfectamente válida, porque Orwell puso en
duda los cimientos mismos del concepto de verdad que prevalece en nuestro
tiempo, aquel de "qué pasó, cuándo pasó, cómo pasó, dónde pasó y por qué
pasó", las cinco preguntas básicas de una crónica periodística que
llevaron al escritor checo Milan Kundera (1929) a concederle a los periodistas
el "derecho sagrado de administrar la verdad".
Orwell se
burló anticipadamente de este poder adquirido por el periodismo diciendo:
"La verdad que buscan no existe. Los hechos históricos dependen de la
memoria y ésta, de la propia elaboración que cada uno de nosotros hace dentro
de su mente. Si podemos controlar esos procesos mentales, controlamos la historia".
Se podría decir que semejante teoría es indefendible. Pero Orwell también se
adelantó: "¿Y si se destruyen las pruebas o simplemente el hombre se niega
a ver la realidad que tiene enfrente? No existe sino lo que admite la
conciencia humana". Al hombre ya no le interesaba la "verdad",
vivía una realidad de engaño permanente y, a fuerza de costumbre, las mentiras
se convertían en verdades.
En el
mundo utópico de Oceanía -el país creado por Orwell- las palabras
"bien" y "mal" carecían de significado. El mundo era un
lugar muy peligroso, donde la libertad era pecado mortal y la Policía de Pensamiento
secuestraba, torturaba y mataba a quien mostraba el mínimo signo de rebelión. "Afuera,
incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle abajo
se formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos subían en
espirales y, aunque el sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, nada
parecía tener color. A lo lejos, un autogiro pasaba entre los tejados, se
quedaba un instante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo
curvo. Era de la patrulla de policía encargada de vigilar a la gente a través
de los balcones y ventanas. Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que
importaba verdaderamente era la Policía del Pensamiento".
Cuando
llegó el año 1984, se publicaron en Europa los resultados de algunas encuestas
en las que se le preguntó a la gente si las previsiones de Orwell se habían
cumplido o no. En Alemania y Suiza el 35% de los encuestados consideraba que la
sociedad diseñada por Orwell estaba en trance de ir implantándose en sus
países. El 72% de los ingleses creía que no existía una verdadera vida privada
"porque el gobierno lo sabe todo acerca de uno". El 68% de los
ingleses, el 26% de los alemanes y el 28% de los suizos estaban convencidos de
que sus gobiernos utilizaban informaciones y estadísticas falsas sobre la
situación económica y la calidad de vida.
Pero,
según un artículo publicado en Francia, se estaba cumpliendo lo que el escritor
inglés más temía: que aunque la gente sabía que estaba siendo engañada por sus
dirigentes, aceptaba la mentira y llegaba a asumirla, anteponiendo a veces a la
verdad, las necesidades del partido gobernante. "Esta era la más refinada sutileza
del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse
inconsciente para no conocer que se había realizado un acto de
autosugestión".
En "1984"
un lema se repetía en los carteles del régimen de partido único: "La guerra es la
paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza". Aún hoy pueden
tejerse puentes entre la novela y la actualidad. Manipulación de la
información, censura, represión y vigilancia son elementos presentes. Orwell
pensaba mal y acertaba. Practicaba un pesimismo militante. En la descripción de
los horrores futuros estaba la implacable conciencia de un moralista, de un
hombre regido por la ética. Por supuesto, no fue perfecto, como todos los
moralistas. Poco antes de morir, el 21 de enero de 1950, expresó una última
voluntad: que no se escribiera ninguna biografía sobre su persona.
Afortunadamente no le hicieron caso. "No destruimos a nuestros enemigos, sólo
los cambiamos", escribió hace algo más de setenta años. Sin dudas, Orwell
sigue siendo actual y es probable que siempre lo sea.