Sabido es
que Jorge Luis Borges (1899-1986) es uno de los autores fundamentales del siglo
XX y uno de los más reputados escritores de relatos breves. A mediados de junio
de 1996, cuando se cumplían diez años de su fallecimiento, la escritora y
filósofa estadounidense Susan Sontag (1933-2004) escribía “Letter to Borges” (Carta
a Borges), texto que aparecería en 2001 en su libro de ensayos “Where the stress
falls” (Donde cae el estrés) -también editado en algunos países bajo el nombre
“Cuestión de énfasis”. En ella, entre otras cosas, decía: “Usted le ofreció a
la gente nuevas maneras de imaginar, al tiempo que proclamaba una y otra vez
nuestra deuda con el pasado, sobre todo con la literatura. Afirmó que le
debemos a la literatura casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Si los
libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy
segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de
nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos ofrecen el modelo de la
propia trascendencia. Algunos creen que la lectura es sólo una manera de
evadirse: una evasión del mundo diario ‘real’ a uno imaginario, al mundo de los
libros. Los libros son mucho más. Son una manera de ser del todo humano”.
Por la
misma época, en una entrevista publicada en el diario “Clarín”, el escritor
italiano Antonio Tabucchi (1943-2012) decía que “Borges es una lectura abierta.
No es cerrada, no está concluida. Y por eso precisamente me gusta. Porque queda
librada a la imaginación del lector: él deja el espacio para el lector. Me
gustan especialmente los escritores que dejan ese espacio”. Y Ricardo Piglia (1941-2017),
escritor y crítico literario argentino, en un programa de la Televisión
Pública Argentina aseguraba que Borges “nunca fue un gran escritor en el
sentido en que Thomas Mann es un gran escritor. Siempre escribió textos breves
de diez páginas. Siempre escribió libros que son conjunto de citas, de textos,
en un volumen. No escribió una obra novelística y por eso no le dieron el
Nobel. No es un novelista. Es un escritor microscópico. Las dos veces que le
dieron un premio se lo dieron compartido. Pensaban que no se lo merecía. ¿Cómo
le van a dar el Nobel? Como si se lo hubieran dado a Kafka. Entonces, Borges y
Kafka son los escritores del Siglo XX”.
En una entrevista
publicada de 1978, Borges afirmaba: “Yo ahora estoy seguro de que no hay otra
vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranquiliza.
Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado… Yo soy un
hombre ético pero no religioso”. Probablemente no fue un hombre religioso, pero
lo que es improbable es que sea olvidado. En 1970 Borges era director de la
Biblioteca Nacional Mariano Moreno que por entonces funcionaba en la calle
México 564 en el barrio de San Telmo. Allí fue a entrevistarlo el escritor y
crítico literario argentino Nicolás Cócaro (1926), quien contó que mientras los
lectores consultaban los innumerables libros en el salón de la biblioteca,
Borges -ya completamente ciego- se tomó de su brazo y lo invitó a subir la
escalera hasta su despacho. En aquellos días, el autor de “Fervor de Buenos
Aires” e “Historia universal de la infamia” estaba planificando su libro de
cuentos “El informe de Brodie”, por lo que le pidió a su entrevistador que
fuese breve dado que estaba impaciente por comenzar su trabajo literario.
“Atrás
queda la mañana neblinosa, el bullicio de la calle que despierta la aventura
del río; de tanto en tanto, se percibe desde su escritorio el vocerío de los
hombres o el rechinar de los camiones de reparto de mercaderías -cuenta Cócaro-.
Borges se afana en contestar nuestras preguntas, a veces el ademán reemplaza la
palabra, ese movimiento de la mano que es como la continuación de su pensar”.
Los fragmentos más salientes de aquella entrevista que apareció publicada en el
diario “La Nación” el 13 de septiembre de 1970 se reproducen a continuación.
Su padre era también poeta. Si él hubiera sido
matemático o físico y le hubiera pedido que estudiara sus disciplinas, su hijo,
usted, ¿estaría dentro de ese ordenamiento, como lo está en la literatura?
Si mi
padre hubiera sido matemático, yo hubiera sido distinto, de modo que considero
que el hecho de que mi padre fue de algún modo un escritor tiene que explicarme
a mí también. Es decir, en casa, siempre se entendió de un modo tácito, y quizá
el modo tácito sea el más real, que yo tenía que cumplir, y realizar de algún
modo el destino literario que le había sido negado a mi padre.
Borges, ¿por qué su literatura es de concepción
geométrica, platónica o acaso matemática?
Creo que
hay dos razones; ante todo hay la razón inexplicable de gusto y forma, y luego
haber sentido desde que era muy joven que la literatura tendía a lo
incoherente, tendía al caos. Quizá esa sea la razón de la afición que, durante
tanto tiempo, profesé por las ficciones policiales. El hecho de que las
ficciones policiales comportan, como diría Lugones (la palabra no es demasiado
hermosa), un principio, un medio y un fin, y eso es muy agradable: la idea de
una forma.
¿Por qué, Borges, esa nostalgia romántica, valga
lo de romántica, para un escritor de raíz ultraísta que tiene usted?
Olvidémonos
del ultraísmo, que fue un percance.
Borges, en todos sus artículos critica usted el
libro “Martín Fierro” y en cambio exalta las obras de Ascasubi. ¿Por qué casi
todas las ediciones de “Martín Fierro” llevan su prólogo?
La
cuestión es bastante compleja; yo creo que, estéticamente, el “Martín Fierro”
es un gran libro, pero que moralmente es una obra baja; el héroe es un
personaje bastante desagradable, si admiramos a Martín Fierro no hay ninguna
razón para que no admiremos a Moreira, Hormiga Negra, al Tigre del Quequén, a
Calandria, salvo que estos últimos debieron más muertes y fueron posiblemente
hombres menos quejosos y menos dolientes que Fierro; en cuanto a Ascasubi, creo
que era moralmente una persona superior a Hernández, por lo pronto era unitario
y no federal, y para mí esta división no es política, sino ética y, además,
Ascasubi tiene que haber conocido todos aquellos temas mucho mejor que
Hernández, ya que Ascasubi fue soldado, ya que Ascasubi militó en el sitio de
Montevideo antes de la batalla de Ituzaingó, luego en las guerras civiles, y
bueno, estuvo en las guerras, y Hernández creo que fue un individuo que más
bien se documentó para esos temas. Pero, en fin, eso no importa; lo importante
no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas, y posiblemente la
descripción que nos da Hernández en la vida de las tolderías sea más vívida que
la de Mansilla, que realmente estuvo.
Borges, usted que domina el idioma inglés -lo
afirman los críticos británicos-; usted que ha dictado clases de inglés en Gran
Bretaña y los Estados Unidos, ¿cómo es que nunca ha escrito una obra en inglés?
Ni usted mismo ha traducido sus libros a ese idioma.
Podría
contestar que yo respeto demasiado el idioma inglés para intentar escribir en
él; la verdad es que me he pasado la vida leyendo libros ingleses, que mi
abuela materna, la que conversó con los indios allá en la frontera de Junín,
era inglesa, pero no me creo digno del idioma inglés, en cambio mi destino es el
idioma español.
Borges, ¿de qué manera ha determinado los géneros
literarios que usted practica y ha omitido en cambio la novela que usted nunca
ha escrito?
Hay
diversas razones para que yo no escriba una novela; una es que nunca he sido
lector de novelas fuera digamos del “Quijote”; de las novelas de Conrad; de la
novela de Kipling, “Kim”; de Flaubert. He leído muy pocas novelas, y además
siento que en la novela siempre hay algo de ripio: en toda novela siempre hay
algo que se escribe para justificar, como dicen en las imprentas; la obra, en
cambio, un cuento puede no admitir ningún ripio; además, yo he sido siempre un
lector de cuentos y aun en el caso de escritores que han cultivado los dos
géneros, he preferido los cuentos. Por ejemplo, me gustan mucho los cuentos de
Henry James, y en general no me gustan sus novelas, y aun cuando yo era joven,
leía novelas porque pensaba que ese era mi deber. Recuerdo que sentía un gran
entusiasmo al leer “Crimen y castigo” de Dostoievsky, y al mismo tiempo hacía
trampas y veía cuántas páginas faltaban para el fin, y luego seguía leyendo con
entusiasmo.
Borges, no vamos a hablar de ningún mensaje a la
juventud.
No, claro.
Pero usted está rodeado a menudo por gente
joven, ¿en qué medida comunica o recibe afinidad con esa juventud? ¿Se siente
cerca de la juventud actual?
Sí; por
ejemplo, yo dicté mi curso de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego me indicaron la conveniencia
de que me jubilara, y yo, cobrando sólo mi jubilación, seguí dictando mi
cátedra durante dos cuatrimestres hasta que me dijeron que eso era “trampa” y
tuve que dejarla, y desde el año 1965 dicto el seminario de inglés antiguo y lo
hago en mi casa, desde luego por el placer de hacerlo, y también porque me
gusta estar rodeado de gente joven. Quería decir otra cosa, quería decir que
siempre que se habla de un escritor, digamos entrado en años como yo, y de
gente joven, se supone que el mayor es el maestro, y no hay tal cosa, el hombre
más viejo es el que aprende también. Y aquí quiero hablar de un amigo muy
querido, Adolfo Bioy Casares, posiblemente treinta años nos separen,
probablemente sea más o quizá menos, yo no me he dedicado a ese tipo de
estadísticas, de cálculos, pero creo que yo he aprendido más de él que él de
mí. Es decir, que esa relación magistral puede darse, digamos, entre personas
de distinta edad y el maestro puede ser joven, pero lo más probable es que en
toda amistad las influencias sean recíprocas, los dos enseñan.
En su vida privada, ¿el otro Borges es tan
seguro como el escritor?
Es mucho
más real que el escritor, el escritor corresponde a una zona bastante breve del
otro, es una especie casi de caricatura, diría yo, del otro.
Borges, usted que continuamente vive corrigiendo
sus obras, ¿no cree que el exceso de perfeccionalismo las perjudica?
No; si yo
escribo algo, creo que tengo derecho a corregirlo un cuarto de hora después, ¿y
por qué no un cuarto de siglo después?, además, como a mí no me gusta lo que yo
escribo, trato de limarlo, y puedo decir otra cosa: cuando me propusieron en
Emecé, por intermedio de José Edmundo Clemente, una edición de mis obras
completas, yo acepté, y la razón que me llevó a aceptar fue no la inclusión de
algún libro sino la omisión de otros, lo cual me recuerda aquella broma de Mark
Twain que dijo que una excelente biblioteca podía iniciarse omitiendo los
libros de Jane Austen, y que aunque esa biblioteca no incluyera ningún otro
libro, siempre sería superior a otra por no incluir los de Jane Austen.
La mujer en su obra casi siempre tiene un papel
trágico y nunca es feliz. Por ejemplo, “Emma Zunz”, “El muerto”, “La intrusa”,
¿cuál es la razón, si es que la hay?
Yo quería
adelantar que hay dos cuentos no trágicos de mujeres en mi reciente libro “El
informe de Brodie”, y podría agregar una razón que puede parecer falsa pero que
no lo es, y es que las mujeres han desempeñado un papel tan importante en mi
vida que he tratado de excluirlas de mi obra o que se han excluido solas de mi
obra. Y yo no sé por qué, pero diríase que estoy continuamente o que he estado
continuamente pensando en mujeres, como todos nosotros, ¿no?
Borges, a esta altura de su vida literaria, ¿qué
piensa de sus amigos y enemigos?
Pienso que
tengo una cantidad enorme de amigos, pienso que la gente es muy generosa
conmigo, y en cuanto a enemigos no tengo noticias de ninguno, en todo caso han
sido tan corteses que cuando me han atacado lo han hecho de un modo elogioso.
No, yo no creo tener enemigos.
Borges, dos palabras sobre Buenos Aires. Una
ciudad que usted quiere tanto.
Es una
ciudad que yo quiero tanto, que soy muy celoso y no me gusta que otros la
quieran. Cuando llega un extranjero aquí y me dice: ¡Qué lindo es Buenos Aires!
yo suelo decir: ¡Pero usted está completamente loco!, es una de las ciudades
más grises, más modestas, más invisibles que hay. Pero eso lo hago un poco
porque quiero defender mi cariño por este Buenos Aires. Y por eso quizá me
gustan los lugares menos espectaculares de este Buenos Aires. En general lo
espectacular me desagrada; creo que es… no sé si es un amor o en todo caso es
una manía, pero es una pasión que no deseo contagiar a los otros; quiero mucho
a Buenos Aires, pero ciertamente no soy un misionero de Buenos Aires.