17 de mayo de 2020

Jorge Luis Borges: “En la novela siempre hay algo de ripio, siempre hay algo que se escribe para justificar; un cuento, en cambio, no puede admitir ningún ripio”


Sabido es que Jorge Luis Borges (1899-1986) es uno de los autores fundamentales del siglo XX y uno de los más reputados escritores de relatos breves. A mediados de junio de 1996, cuando se cumplían diez años de su fallecimiento, la escritora y filósofa estadounidense Susan Sontag (1933-2004) escribía “Letter to Borges” (Carta a Borges), texto que aparecería en 2001 en su libro de ensayos “Where the stress falls” (Donde cae el estrés) -también editado en algunos países bajo el nombre “Cuestión de énfasis”. En ella, entre otras cosas, decía: “Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al tiempo que proclamaba una y otra vez nuestra deuda con el pasado, sobre todo con la literatura. Afirmó que le debemos a la literatura casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos ofrecen el modelo de la propia trascendencia. Algunos creen que la lectura es sólo una manera de evadirse: una evasión del mundo diario ‘real’ a uno imaginario, al mundo de los libros. Los libros son mucho más. Son una manera de ser del todo humano”.
Por la misma época, en una entrevista publicada en el diario “Clarín”, el escritor italiano Antonio Tabucchi (1943-2012) decía que “Borges es una lectura abierta. No es cerrada, no está concluida. Y por eso precisamente me gusta. Porque queda librada a la imaginación del lector: él deja el espacio para el lector. Me gustan especialmente los escritores que dejan ese espacio”. Y Ricardo Piglia (1941-2017), escritor y crítico literario argentino, en un programa de la Televisión Pública Argentina aseguraba que Borges “nunca fue un gran escritor en el sentido en que Thomas Mann es un gran escritor. Siempre escribió textos breves de diez páginas. Siempre escribió libros que son conjunto de citas, de textos, en un volumen. No escribió una obra novelística y por eso no le dieron el Nobel. No es un novelista. Es un escritor microscópico. Las dos veces que le dieron un premio se lo dieron compartido. Pensaban que no se lo merecía. ¿Cómo le van a dar el Nobel? Como si se lo hubieran dado a Kafka. Entonces, Borges y Kafka son los escritores del Siglo XX”.
En una entrevista publicada de 1978, Borges afirmaba: “Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranquiliza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado… Yo soy un hombre ético pero no religioso”. Probablemente no fue un hombre religioso, pero lo que es improbable es que sea olvidado. En 1970 Borges era director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno que por entonces funcionaba en la calle México 564 en el barrio de San Telmo. Allí fue a entrevistarlo el escritor y crítico literario argentino Nicolás Cócaro (1926), quien contó que mientras los lectores consultaban los innumerables libros en el salón de la biblioteca, Borges -ya completamente ciego- se tomó de su brazo y lo invitó a subir la escalera hasta su despacho. En aquellos días, el autor de “Fervor de Buenos Aires” e “Historia universal de la infamia” estaba planificando su libro de cuentos “El informe de Brodie”, por lo que le pidió a su entrevistador que fuese breve dado que estaba impaciente por comenzar su trabajo literario.
“Atrás queda la mañana neblinosa, el bullicio de la calle que despierta la aventura del río; de tanto en tanto, se percibe desde su escritorio el vocerío de los hombres o el rechinar de los camiones de reparto de mercaderías -cuenta Cócaro-. Borges se afana en contestar nuestras preguntas, a veces el ademán reemplaza la palabra, ese movimiento de la mano que es como la continuación de su pensar”. Los fragmentos más salientes de aquella entrevista que apareció publicada en el diario “La Nación” el 13 de septiembre de 1970 se reproducen a continuación.


Su padre era también poeta. Si él hubiera sido matemático o físico y le hubiera pedido que estudiara sus disciplinas, su hijo, usted, ¿estaría dentro de ese ordenamiento, como lo está en la literatura?

Si mi padre hubiera sido matemático, yo hubiera sido distinto, de modo que considero que el hecho de que mi padre fue de algún modo un escritor tiene que explicarme a mí también. Es decir, en casa, siempre se entendió de un modo tácito, y quizá el modo tácito sea el más real, que yo tenía que cumplir, y realizar de algún modo el destino literario que le había sido negado a mi padre.

Borges, ¿por qué su literatura es de concepción geométrica, platónica o acaso matemática?

Creo que hay dos razones; ante todo hay la razón inexplicable de gusto y forma, y luego haber sentido desde que era muy joven que la literatura tendía a lo incoherente, tendía al caos. Quizá esa sea la razón de la afición que, durante tanto tiempo, profesé por las ficciones policiales. El hecho de que las ficciones policiales comportan, como diría Lugones (la palabra no es demasiado hermosa), un principio, un medio y un fin, y eso es muy agradable: la idea de una forma.

¿Por qué, Borges, esa nostalgia romántica, valga lo de romántica, para un escritor de raíz ultraísta que tiene usted?

Olvidémonos del ultraísmo, que fue un percance.

Borges, en todos sus artículos critica usted el libro “Martín Fierro” y en cambio exalta las obras de Ascasubi. ¿Por qué casi todas las ediciones de “Martín Fierro” llevan su prólogo?

La cuestión es bastante compleja; yo creo que, estéticamente, el “Martín Fierro” es un gran libro, pero que moralmente es una obra baja; el héroe es un personaje bastante desagradable, si admiramos a Martín Fierro no hay ninguna razón para que no admiremos a Moreira, Hormiga Negra, al Tigre del Quequén, a Calandria, salvo que estos últimos debieron más muertes y fueron posiblemente hombres menos quejosos y menos dolientes que Fierro; en cuanto a Ascasubi, creo que era moralmente una persona superior a Hernández, por lo pronto era unitario y no federal, y para mí esta división no es política, sino ética y, además, Ascasubi tiene que haber conocido todos aquellos temas mucho mejor que Hernández, ya que Ascasubi fue soldado, ya que Ascasubi militó en el sitio de Montevideo antes de la batalla de Ituzaingó, luego en las guerras civiles, y bueno, estuvo en las guerras, y Hernández creo que fue un individuo que más bien se documentó para esos temas. Pero, en fin, eso no importa; lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas, y posiblemente la descripción que nos da Hernández en la vida de las tolderías sea más vívida que la de Mansilla, que realmente estuvo.

Borges, usted que domina el idioma inglés -lo afirman los críticos británicos-; usted que ha dictado clases de inglés en Gran Bretaña y los Estados Unidos, ¿cómo es que nunca ha escrito una obra en inglés? Ni usted mismo ha traducido sus libros a ese idioma.

Podría contestar que yo respeto demasiado el idioma inglés para intentar escribir en él; la verdad es que me he pasado la vida leyendo libros ingleses, que mi abuela materna, la que conversó con los indios allá en la frontera de Junín, era inglesa, pero no me creo digno del idioma inglés, en cambio mi destino es el idioma español.

Borges, ¿de qué manera ha determinado los géneros literarios que usted practica y ha omitido en cambio la novela que usted nunca ha escrito?

Hay diversas razones para que yo no escriba una novela; una es que nunca he sido lector de novelas fuera digamos del “Quijote”; de las novelas de Conrad; de la novela de Kipling, “Kim”; de Flaubert. He leído muy pocas novelas, y además siento que en la novela siempre hay algo de ripio: en toda novela siempre hay algo que se escribe para justificar, como dicen en las imprentas; la obra, en cambio, un cuento puede no admitir ningún ripio; además, yo he sido siempre un lector de cuentos y aun en el caso de escritores que han cultivado los dos géneros, he preferido los cuentos. Por ejemplo, me gustan mucho los cuentos de Henry James, y en general no me gustan sus novelas, y aun cuando yo era joven, leía novelas porque pensaba que ese era mi deber. Recuerdo que sentía un gran entusiasmo al leer “Crimen y castigo” de Dostoievsky, y al mismo tiempo hacía trampas y veía cuántas páginas faltaban para el fin, y luego seguía leyendo con entusiasmo.

Borges, no vamos a hablar de ningún mensaje a la juventud.

No, claro.

Pero usted está rodeado a menudo por gente joven, ¿en qué medida comunica o recibe afinidad con esa juventud? ¿Se siente cerca de la juventud actual?

Sí; por ejemplo, yo dicté mi curso de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego me indicaron la conveniencia de que me jubilara, y yo, cobrando sólo mi jubilación, seguí dictando mi cátedra durante dos cuatrimestres hasta que me dijeron que eso era “trampa” y tuve que dejarla, y desde el año 1965 dicto el seminario de inglés antiguo y lo hago en mi casa, desde luego por el placer de hacerlo, y también porque me gusta estar rodeado de gente joven. Quería decir otra cosa, quería decir que siempre que se habla de un escritor, digamos entrado en años como yo, y de gente joven, se supone que el mayor es el maestro, y no hay tal cosa, el hombre más viejo es el que aprende también. Y aquí quiero hablar de un amigo muy querido, Adolfo Bioy Casares, posiblemente treinta años nos separen, probablemente sea más o quizá menos, yo no me he dedicado a ese tipo de estadísticas, de cálculos, pero creo que yo he aprendido más de él que él de mí. Es decir, que esa relación magistral puede darse, digamos, entre personas de distinta edad y el maestro puede ser joven, pero lo más probable es que en toda amistad las influencias sean recíprocas, los dos enseñan.

En su vida privada, ¿el otro Borges es tan seguro como el escritor?

Es mucho más real que el escritor, el escritor corresponde a una zona bastante breve del otro, es una especie casi de caricatura, diría yo, del otro.

Borges, usted que continuamente vive corrigiendo sus obras, ¿no cree que el exceso de perfeccionalismo las perjudica?

No; si yo escribo algo, creo que tengo derecho a corregirlo un cuarto de hora después, ¿y por qué no un cuarto de siglo después?, además, como a mí no me gusta lo que yo escribo, trato de limarlo, y puedo decir otra cosa: cuando me propusieron en Emecé, por intermedio de José Edmundo Clemente, una edición de mis obras completas, yo acepté, y la razón que me llevó a aceptar fue no la inclusión de algún libro sino la omisión de otros, lo cual me recuerda aquella broma de Mark Twain que dijo que una excelente biblioteca podía iniciarse omitiendo los libros de Jane Austen, y que aunque esa biblioteca no incluyera ningún otro libro, siempre sería superior a otra por no incluir los de Jane Austen.

La mujer en su obra casi siempre tiene un papel trágico y nunca es feliz. Por ejemplo, “Emma Zunz”, “El muerto”, “La intrusa”, ¿cuál es la razón, si es que la hay?

Yo quería adelantar que hay dos cuentos no trágicos de mujeres en mi reciente libro “El informe de Brodie”, y podría agregar una razón que puede parecer falsa pero que no lo es, y es que las mujeres han desempeñado un papel tan importante en mi vida que he tratado de excluirlas de mi obra o que se han excluido solas de mi obra. Y yo no sé por qué, pero diríase que estoy continuamente o que he estado continuamente pensando en mujeres, como todos nosotros, ¿no?

Borges, a esta altura de su vida literaria, ¿qué piensa de sus amigos y enemigos?

Pienso que tengo una cantidad enorme de amigos, pienso que la gente es muy generosa conmigo, y en cuanto a enemigos no tengo noticias de ninguno, en todo caso han sido tan corteses que cuando me han atacado lo han hecho de un modo elogioso. No, yo no creo tener enemigos.

Borges, dos palabras sobre Buenos Aires. Una ciudad que usted quiere tanto.

Es una ciudad que yo quiero tanto, que soy muy celoso y no me gusta que otros la quieran. Cuando llega un extranjero aquí y me dice: ¡Qué lindo es Buenos Aires! yo suelo decir: ¡Pero usted está completamente loco!, es una de las ciudades más grises, más modestas, más invisibles que hay. Pero eso lo hago un poco porque quiero defender mi cariño por este Buenos Aires. Y por eso quizá me gustan los lugares menos espectaculares de este Buenos Aires. En general lo espectacular me desagrada; creo que es… no sé si es un amor o en todo caso es una manía, pero es una pasión que no deseo contagiar a los otros; quiero mucho a Buenos Aires, pero ciertamente no soy un misionero de Buenos Aires.