Durante la década siguiente, aquella signada por la depresión económica, surgió un grupo de poetas que renovó el panorama literario británico al superar el modernismo de poetas como W.B. Yeats (1865-1939), Ezra Pound (1885-1972) y T.S. Eliot (1888-1965), lo que significó el ocaso del Romanticismo literario. Dentro de esta nueva generación de poetas comprometidos con los conflictos políticos y sociales del momento, se destacaron los nombres de Cecil Day Lewis (1904-1972), Christopher Isherwood (1904-1986), Louis MacNeice (1907-1963) y Stephen Spender (1909-1995).
Auden, aunque procedente de una familia de clase media, pronto fue influido por las ideas progresistas y marxistas predominantes entre los intelectuales británicos de la época. Ya en los versos recogidos en obras como "Poems" (Poemas), "The orators" (Los oradores) y "Look, stranger!" (¡Mira, forastero!), analizó los males de su sociedad con un lenguaje sencillo aunque matizado con algunos elementos procedentes de la psicología moderna. A partir de allí inició un extraño periplo de cinco años ejerciendo como maestro en Escocia y en Worcestershire.
El surgimiento del fascismo, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, lo marcaron profundamente. Dos de sus poemas más populares, "Spain, 1937" (España, 1937) y "September 1, 1939" (1º de septiembre de 1939) hacen referencia a estos episodios. En España permaneció durante siete semanas trabajando de camillero y luego de periodista radial para las emisiones dirigidas a las Brigadas Internacionales. Luego, poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, se fue a vivir a Estados Unidos. Allí continuó escribiendo poesía, aunque las cuestiones sociales fueron dan paso a temas más relacionados con la ética y la religión, como se advierte en poemarios como "For the time being" (Por el momento) y "The age of anxiety" (La edad de la ansiedad).
En Norteamérica enseñó en varios colegios y comenzó a compilar las ediciones de sus "Collected poems" (Poemas escogidos). En 1948 obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía y, diez años después, compró una granja en Kirchstetten, a menos de cincuenta kilómetros de Viena, Austria, en donde pasaría buena parte de su vida restante. En aquel pueblo, descubrió azorado que una calle había sido bautizada con su nombre. Justamente la que conduce al cementerio en donde el poeta sería enterrado en 1973.
En 1962 había publicado "The dyer's hand" (Las manos del teñidor), una colección de ensayos que contenía, entre otros, "Reading" (Leer) y "Writing" (Escribir). En ellos hablaba sobre la función del poeta con un tono entre cínico y desencantado, sugiriendo que la relación entre el arte y el mundo precisaba del consuelo utilitario de la poesía y reconociendo que su propia poesía reunía la condición de inutilidad tolerada pero imprescindible: "Cuando un bobo dice que le gustó un poema mío siento como si le hubiera robado la billetera", escribió en el prólogo.
Algunos de los textos del libro dicen así:
No hay poeta o escritor que quiera ser el único en la historia de la literatura; pero casi todos desean ser el único vivo, y muchos sinceramente creen que su deseo les ha sido concedido. La condición de la humanidad es, y siempre ha sido, tan miserable y depravada, que si alguien le dijera al poeta: "Por Dios, deja de cantar y haz algo útil como encender la cocina o traer las vendas", ¿qué motivos tendría para negarse? Pero nadie lo dice. La enfermera no calificada que se designó a sí misma dice: "Debes cantarle al paciente una canción que le haga creer que yo, y sólo yo, puedo curarlo. Si no puedes o no quieres hacerlo confiscaré tu pasaporte y te mandaré a las minas". Y en su delirio el pobre paciente grita: "Por favor, cántame algo que me dé sueños placenteros en lugar de pesadillas. Si lo consigues te regalaré un penthouse en Nueva York y un rancho en Arizona".
En mi añorada Universidad de Poetas el plan de estudios sería el siguiente:
Al menos una lengua antigua adicional, probablemente el griego o el hebreo, y dos idiomas modernos.
Aprender de memoria miles de versos de poemas en esos idiomas.
La biblioteca no tendría libros de crítica literaria, y el único ejercicio crítico exigido a los estudiantes sería escribir parodias.
Todos los alumnos cursarían prosodia, retórica y filología comparada, y tendrían que elegir tres de las siguientes materias: Matemática, Historia Natural, Geología, Meteorología, Arqueología, Mitología, Liturgia y Cocina.
Cada alumno se ocuparía de criar un animal doméstico y cultivar un jardín o una huerta.
Sólo un talento menor puede ser un perfecto caballero, un talento mayor es siempre un malcriado. De allí la importancia de los escritores menores, como maestros de buenos modales.
Hay ocasiones en que una obra menor exquisita puede hacer que un maestro se sienta avergonzado de sí mismo.
El poeta es el padre del poema; la madre es el lenguaje: podríamos clasificar los poemas como a caballos pura sangre: hijos de L por P.
La integridad del escritor se encuentra más amenazada por los llamados de su conciencia social y sus convicciones políticas y religiosas que por las demandas de su codicia.
Muchos autores confunden la autenticidad, que siempre deberían buscar, con la originalidad, que jamás debería preocuparlos.
Existe cierto tipo de persona tan dominada por la necesidad de que la estimen en su individualidad, que vive poniendo a prueba a los que los rodean afectando una conducta insoportable; lo que dice o hace debe ser admirado no por ser intrínsicamente admirable, sino porque se trata de su comentario, su acción. ¿No explica esto gran parte del arte vanguardista?
El Oráculo profetizaba y daba buenos consejos sobre el futuro; jamás pretendió dar un
recital de poesía.
En octubre de 1967, el PEN Club en Budapest organizó una mesa redonda sobre poesía en la que participó Auden. Su intervención fue la siguiente:
Las discusiones sobre el papel del artista en la sociedad pocas veces dan fruto porque sus participantes no han definido qué quieren decir con los términos que usan. Mientras malinterpretemos lo que otros dicen, ni el acuerdo central ni la diferencia genuina de opinión son posibles. Empezaré, entonces, con algunas definiciones.
Individuo. En primer lugar, un término biológico: un árbol, un caballo, un hombre, una mujer. En segundo lugar, como el hombre es un animal social y nace sin formas instintivas de conducta, el término es sociopolítico: un norteamericano, un doctor, un miembro de la familia Smith. Como individuos somos, se quiera o no, miembros de una sociedad o de varias sociedades, cuya naturaleza esta determinada por necesidades biológicas y económicas. Como individuos nos crean por reproducción sexual y condicionamientos sociales y sólo se nos puede identificar por las sociedades a las que pertenecemos. Como individuos, somos comparables, clasificables, contables, remplazables.
Persona. Como personas, cada uno de nosotros puede decir "yo" respondiendo al "tú" de otras personas. Como personas, cada uno de nosotros es único, miembro de una clase propia con una perspectiva única del mundo, alguien que no se parece a nadie que haya existido antes y que no lo será a nadie que exista después. El mito de la descendencia de toda la humanidad de un solo antepasado, Adán, es un modo de decir que se nos llama a la existencia personal, no por un proceso biológico sino por otras personas, nuestros padres, amigos, etcétera. De hecho cada uno de nosotros es Adán, una encarnación de toda la humanidad. Como personas no somos miembros de las sociedades pero, junto con otras personas, tenemos la libertad de formar comunidades por amor a algo mas que nosotros, por la música, la filatelia o algo por el estilo. Como personas somos incomparables, inclasificables, incontables, irremplazables.
Al parecer muchos animales cuentan con un código de señales para comunicarse entre individuos de la misma especie, con el fin de transmitir una información vital sobre sexo, territorio, alimento, enemigos. En los animales sociales como la abeja, este código puede volverse complejísimo pero sigue siendo un código, una herramienta impersonal de comunicación: no evoluciona hacia el lenguaje porque el lenguaje no es un código sino la palabra viva. Sólo las personas pueden crear el lenguaje porque sólo ellas desean abrirse libremente a otros, dirigirse a otros y responder a otros en la primera o segunda personas, o por sus nombres: sin importar qué tan elaborados estén, todos los códigos se limitan a la tercera persona.
Como los hombres son a la vez individuos sociales y personas, necesitan un código y un lenguaje. Para ambos se emplean lo que llamamos palabras, pero entre nuestro uso de ellas como señales y nuestro uso de ellas como discurso personal hay un abismo; si no hacemos esta distinción no podremos entender un arte literario como la poesía ni comprender su función.
Los pronombres personales de la primera y segunda personas no tienen género; el de la tercera tiene género, y en realidad debería llamarse impersonal. Al hablar sobre alguien más a un tercero, la tercera persona es una necesidad gramatical, pero pensar en otros como él o ella es pensar en ellos no como personas sino como individuos.
Los nombres propios son intraducibles. Al traducir al inglés una novela alemana cuyo héroe se llama Heinrich, el traductor debe escribir Heinrich y no cambiarlo por Henry.
La poesía es lenguaje en el más personal, el más íntimo de los diálogos. Un poema sólo tiene vida cuando un lector responde a las palabras que el poeta escribió.
La propaganda es un monólogo que no busca una respuesta sino un eco. Hacer esta distinción no es condenar a toda propaganda como tal. La propaganda es una necesidad de la vida social humana. Pero no distinguir la diferencia entre poesía y propaganda les hace a las dos un daño indecible: la poesía pierde su valor y la propaganda su eficacia.
En formas más primitivas de organización social, por ejemplo en las sociedades tribales o campesinas, a la índole personal del lenguaje poético la oscurece el hecho de que la sociedad y la comunidad más o menos coinciden. Todos se ocupan del mismo tipo de actividad económica, todos conocen a los demás personalmente y más o menos comparten los mismos intereses. Más aún, en una sociedad primitiva, la poesía, el lenguaje de la revelación personal, no se ha separado de lo mágico, del intento por controlar las fuerzas naturales mediante la manipulación verbal. Por otra parte, hasta la invención de la escritura, el hecho de que el verso es mas fácil de recordar que la prosa da al primero un valor de utilidad social no poético, como mnemotecnia para transmitir conocimientos esenciales de una generación a otra.
Donde quiera que haya un mal social verdadero, la poesía, o cualquier arte para el caso, es inútil como arma. Aparte de la acción política directa, la única arma es el informe de hechos: fotografías, estadísticas, testimonios.
Las condiciones sociales que conozco personalmente y en las que tengo que escribir son las de una sociedad tecnológicamente avanzada, urbanizada y aglomerada. Estoy seguro de que en cualquier sociedad (no importa cuál sea su estructura política) que alcance el mismo nivel de desarrollo tecnológico, urbanización y riqueza, el poeta se enfrentará a los mismos problemas.
Es difícil concebir una sociedad abundante que no sea una sociedad organizada para el consumo. El peligro en una sociedad así es el de no distinguir entre aquellos bienes que, como la comida, pueden consumirse y hacerse a un lado o, como la ropa y los automóviles, descartarse y reemplazarse por otros más nuevos, y los bienes espirituales como las obras de arte que sólo alimentan cuando no se consumen.
En una sociedad opulenta como Estados Unidos, las regalías dejan bien en claro al poeta que la poesía no es popular entre los lectores. Para cualquiera que trabaje en este medio, creo que esto debería ser más un motivo de orgullo que de vergüenza. El público lector ha aprendido a consumir incluso la mejor narrativa como si fuera sopa. Ha aprendido a mal emplear incluso la mejor música, al usarla de fondo para el estudio o la conversación. Los ejecutivos empresariales pueden comprar buenos cuadros y colgarlos en sus paredes como trofeos de estatus. Los turistas pueden "hacer" la gran arquitectura en un viaje guiado de una hora. Pero gracias a Dios la poesía aún es difícil de digerir para el público; todavía tiene que ser "leída", esto es, hay que llegar a ella por un encuentro personal, o ignorarla. Por penoso que sea tener un puñado de lectores, por lo menos el poeta sabe algo sobre ellos: que tienen una relación personal con su obra. Y esto es más de lo que cualquier novelista de "bestsellers" podría reclamar para sí.
W.H. Auden produjo, sin demasiado ruido pero sin pausa, algunos de los mejores poemas ingleses del siglo XX. Fue condecorado con la prestigiosa National Medal for Literature, el National Book Award, la King George Poetry Medal y el Österreichischer Staatspreis für Europäische Literatur y, si bien a nadie puede juzgárselo seriamente por los premios obtenidos, en el caso de Auden, esos premios son apenas el mínimo reconocimiento a una obra asombrosa, de una vastedad y calidad que admite pocos paralelos entre sus contemporáneos.
Escribió poemas en todas sus variedades (desde el aforismo hasta la oda) y editó una insuperada antología que atraviesa la trayectoria completa de la poesía en lengua inglesa, desde los primitivos bardos sajones anteriores a Geoffrey Chaucer (1340-1400) hasta la Segunda Guerra Mundial. Enfurecido con los corruptores del idioma "que han convertido palabras como comunismo, paz, libertad, imperialismo y democracia en reflejos tan involuntarios como el que produce un golpe en la rodilla", con el correr de los años su poesía se convirtió en una investigación lingüística que desarrolló en dos niveles: la resurrección del inglés más profundo y el dinámico regreso a los hechos comunes y corrientes, fundamentos de toda poesía perdurable.