Ana María Shua (1951) es una de las autoras más prolíficas de la Argentina. Con más de noventa libros publicados, ganó, entre otros premios, la beca que otorga la Fundación Guggenheim. Entre sus obras figuran las novelas "Soy paciente", "La muerte como efecto secundario", "Los amores de Laurita" y "El libro de los recuerdos"; los libros de cuentos "Los días de pesca", "Como una buena madre", "Historias verdaderas", "Viajando se conoce gente" y "Casa de geishas"; los de microcuentos "La sueñera", "Casa de geishas", "Botánica del caos" y "Temporada de fantasmas"; más una considerable cantidad de libros infantiles y juveniles, de poesía y de humor. A mediados de 2009 presentó su último libro, "Que tengas una vida interesante", en el que reunió sus mejores cuentos y algunos inéditos, donde abarcó con sarcasmo e ironía temas como la violencia infantil, el matrimonio, los viajes y la vejez. En tal ocasión, fue entrevistada por Antonela de Alva para la revista "Quid", en cuyo nº 22 de junio/julio de 2009 apareció publicada la entrevista.
¿A qué se debe el título de su último libro: "Que tengas una vida interesante"?
Responde a una maldición china y a lo que puede tener de bueno una vida interesante. Quedaron algunos pocos cuentos afuera; por eso es una selección de los mejores. No le pusimos cuentos completos porque quiero seguir escribiendo muchos más.
En los comienzos, ¿de dónde surgió el deseo de escribir?
Ya en la primaria era la más famosa poetisa de todas pero era una lectora muy apasionada de chica. ¿Por qué la poesía? Porque fui el público privilegiado de una tía muy joven que era abogada y que decidió estudiar Arte Escénico y Declamación para su profesión. Ella me recitó todos los poemas de la lengua castellana cuando tenía dos o tres años. Así que a los ocho, me empezaron a salir versos y comencé a escribirlos. En sexto grado a la maestra le interesaban más las chicas que tocaban la guitarra así que mi arte languideció. A los catorce años quise estudiar teatro y como era muy chica para entrar en ese mundo, mi mamá me trajo una profesora a mi casa, María Estela Fernández. Ella se dio cuenta de que yo no podía ser actriz y empezó a darme muchas lecturas y un poema de deber por día. Fue un estímulo completo para mi deseo. Escribí durante dos años unos versitos de deber y después tuve suficiente material para seleccionar. Gracias a ella, me presenté a un concurso y gané un premio para publicar mi primer libro. Con el tiempo, la literatura me permitió relacionarme mejor con los otros y pude canalizar todo mi sarcasmo e ironía, dos características que, muchas veces, no resultan agradables.
¿Cómo fueron sus primeros cuentos?
Siempre fui una gran lectora con la suficiente autocrítica para saber si lo que escribía estaba bien o mal, así que mi primer cuento tenía que ser extraordinario. Por eso, no podía superar el primer párrafo. A los diecinueve años, empecé a buscar trabajo como periodista. Había pocas mujeres en este oficio y todos me mandaban a las revistas femeninas. En "Nocturno", que publicaba fotonovelas y algunas novelitas rosas, cuando me pidieron cuatro cuentos románticos, me salieron. Como eso ya no era alta literatura y no estaba compitiendo con Chejov, no tenía que ser extraordinario. Me saqué de encima el peso de la presión y esos cuentos me sirvieron para aprender el oficio. De todas maneras, siempre hay períodos de no escritura. Fue entre los diecinueve y los veintisiete que fui armando "Días de pesca". Y, con mi primer embarazo, entre el '78 y el '79, escribí "Soy paciente", mi primera novela.
Usted es una escritora muy versátil. ¿Cómo fue el paso a los cuentos y novelas a partir de la síntesis que implica la poesía?
Difícil. Mis libros no fueron escritos en el orden en el que han sido publicados. Después de mi primer premio no escribí durante muchos años y empecé una lucha interna para pasar de la poesía a la narrativa. Quería contar cuentos o novelas y no sabía cómo hacerlo. El proceso fue lento y solitario. Empecé con "La sueñera", que son relatos de minificción. Traté de escribir uno por día hasta que llegué a la mitad y me di cuenta de que era demasiada presión hacer un relato diario. Simultáneamente, escribí los cuentos de lo que iba a ser "Días de pesca" y lo terminé, pero yo era una desconocida así que ninguna editorial lo quiso. En esa época era tan difícil como ahora publicar cuentos porque el mercado ya estaba centrado en la novela. Pero seguí y me dije: "Si nadie quiere poesía y nadie quiere cuento, voy a escribir una novela". La escribí y me presenté a un concurso de Losada. Gané el primer premio.
Además de la publicación del libro "Que tengas una vida interesante", acaban de aparecer sus últimas ficciones para chicos, "Pesadillas, hechizos y alimañas". ¿De qué se tratan?
Es una selección de mis minificciones. Tengo unas ochocientas y pico en varios libros: "La sueñera", "Casa de campo", "Botánica del caos", entre otros. De esos cuentos, hice una selección que me pareció que les podía interesar a los adolescentes. Es una selección de literatura fantástica por tema. Me gusta mucho lo fantástico como lectora y escritora. Yo ingresé a la literatura para adultos a través de un libro maravilloso llamado "La antología del cuento" de Rodolfo Walsh. Y fue un mundo que tuve ganas de imitar.
"El libro de los recuerdos" es una novela sobre los inmigrantes judíos, llena de humor y de anécdotas. ¿Por qué decidió abarcar esta temática?
Porque uno sólo puede escribir sobre lo que conoce, sobre lo que sabe. Hay muchas formas de saber y uno también puede saber por investigar. Investigar y estudiar pueden ser una forma de experimentar las cosas. En este caso, el tema de la inmigración fue muy cercano por mis abuelos y su historia me gustó mucho.
¿Cómo es vivir de la escritura hoy en la Argentina?
Yo soy un caso muy especial porque escribo para adultos y chicos. En literatura infantil hay un campo más profesional. Se escribe a pedido para determinadas colecciones, hay que atenerse a una cantidad de texto precisa y hay más censura. Sin embargo, ninguna de mis actividades como escritora me da mucho dinero. Yo tengo, en este momento, noventisiete libros que son las ovejitas de mi rebaño: una me da leche, otra me da lana y otra me mantiene toda la semana. En América Latina y en España me está yendo muy bien y también tengo varios libros publicados en Estados Unidos. Además, doy conferencias en universidades estadounidenses, soy jurado y dicto cursos. En mi opinión, para mantenerse como escritor hoy, hay dos posibilidades: una es la que yo hago, la del trabajo constante de hormiga, y otra es tener un best-seller. Me gustaría tener un libro que se venda mucho pero escrito como a mí me gusta, con todo lo que yo pienso que es buena literatura.
¿Y qué es buena literatura?
En realidad, no tengo una definición. No puedo dar una explicación teórica porque cada vez que uno quiere establecer cuáles son los parámetros, viene algún genio y te los derriba.
A la hora de escribir, ¿le da prioridad a algún tipo de texto como la adaptación de los cuentos folclóricos porque esos pueden ser más fáciles de publicar?
No sé. A mí me gusta escribir todo el tiempo lo que sea. La adaptación de cuentos folclóricos me resulta maravillosa en dos oportunidades: cuando no se me ocurre nada o cuando estoy escribiendo una novela y tengo que concentrar todo mi esfuerzo creativo ahí. Es la salida que encontré para escribir siempre, aun cuando no se me ocurre nada. Además, lo puedo hacer cuando estoy escribiendo una novela porque no necesito inventar otro universo paralelo. Escribir mi ficción es como nadar de noche en un mar con tormenta, en cambio, realizar la adaptación de un cuento popular es como hacer la plancha en la pileta.
¿En qué consiste para usted el oficio de la escritura?
Esta es una profesión de espantosas dudas porque en la escritura se depende mucho de la opinión. No hay un rango de medida. Es un oficio que consiste en escribir lo mejor que se pueda. En escribir textos tan hermosos como los que me dieron placer y alegría a mí.